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I want your love por metallikita666

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Notas del capitulo:

No puedo prometerles que no habrá más sinsabores en esta actualización; pero por lo pronto, paliémoslos un poco con las aventuras de nuestro gordo divino. 

       Shinya llegó a la casa indicada, y tras apartar los portones y acariciar a los perros en la cabeza, tocó el timbre. Ambos canes movían la cola, felices, y uno de ellos hizo ademán de pararse en sus patas traseras para echarse sobre el castaño, a lo que el muchacho inmediatamente tomó al animal por las extremidades, cuidando que la enorme collie no fuera a ensuciarlo.

-¡Hola… Kumi-chan!- saludó un atribulado pelilacio, quien continuaba intentando evitar las desagradables consecuencias de las muestras de cariño de la mascota. La colegiala rió bajito y rápidamente le cedió espacio a su novio, ayudándole con la perra.

-No, Lassie, no hagas eso… ¡Ve para allá!-

       Una vez dentro y a salvo, Yamada se pasó el dorso de la mano por la frente. Tras voltearse y poder besar al fin a su chica, sonrió.

-Perdona que no llegara antes, pero vine lo más rápido que pude. ¿Qué hay de Aya-chan?-

-Me llamó para decirme que pasemos por ella- respondió Sano, desviando la mirada. Seguidamente, transcurrieron unos segundos antes de que alguno de los dos dijera algo.

-Iré a despedirme de mi madre.-

       La ojiámbar estaba por dirigirse al interior de la casa, cuando en eso se escucharon los pasos de su progenitora.

-¿Ya llegó Shinya-kun?- inquirió la mujer, recibiendo al instante la respuesta tras ingresar a la sala, ante lo cual sonrió ampliamente. -¡Bienvenido, querido! ¿Tienes hambre? ¡En la mañana preparé unos bocadillos que te van a encantar!-

       Desde el día en que asistiera al almuerzo al que lo habían invitado sus suegros para conocerlo, el simpático castaño se había ganado el favor de ambos señores en muy poco tiempo. Tanto a la madre de Kumi como a su padre les había gustado mucho la forma de ser de Yamada, pues era un adolescente al cual el tener que hablar con un adulto no le representaba problema alguno, a diferencia de muchos otros chicos. Conduciéndose siempre con el debido respeto, Shinya podía conversar ya fuera de deportes o de cocina, aderezando sus comentarios con pequeñas bromas que actuaban a su favor. E incluso, si no parecía haber nada más que decir, cualquier observación sobre la cotidianeidad podía tornarse en un ameno intercambio.

       El roadie se acongojó un poco por tener que rechazar la amabilidad de la señora y tan tentadora oferta, pero él y su novia todavía debían ir a casa de Ishiguro, quien los estaría esperando para entonces.

       En eso, la castaña se adelantó.

-Okaasan, tenemos que irnos. Más bien, estaba por despedirme de ti. Aya-chan nos espera.-

-Oh, ya veo, hija- contestó la mayor con desilusión.

       Shinya se inclinaba a modo de agradecimiento, preparándose para secundar a la chica en su camino hacia la puerta. En ese momento, sin embargo, vio a su diligente suegra coger una bolsa de papel de uno de los cajones, en la cual colocó de inmediato algunos de los bocadillos. Tras doblarla, se acercó a los jóvenes para entregársela a Yamada, quien la observaba muy admirado.

-Toma, cariño. A la próxima te quedas a comerlos aquí, ¿entendido?- finalizó la buena dama, guiñándole un ojo.

       De camino por entre las calles que separaban las viviendas de ambas muchachas, el baterista seguía sorprendido, estrujando el doblez de la famosa bolsita.

-No sabía que le cayera taaan bien a tu mamá…-  comentó. –¡Ni siquiera la madre de Ino-chan es tan cariñosa!...-

       Kumi sonrió de lado.

-¡Pues es natural, tonto! Inoran-kun no es tu novio…- dijo ella con un dejo de picardía en la voz. –Pero sí: la verdad es que mamá te aprecia bastante. Sinceramente, el día en que les dimos la noticia, no me esperaba que se lo tomaran tan bien- Shinya parpadeó, extrañado y estando a punto de hablar. –No me malinterpretes. ¡Tampoco estoy diciendo que pensaba que te iban a odiar de entrada!-

-Oh, no, ¡y por suerte que no fue así!- respondió el baterista, con voz de quien se habría encontrado muy asustado en la hipotética situación. –Pero te lo comento porque ya sabes lo que dicen: tanto es de temer que te detesten o que te quieran demasiado. ¡Especialmente las suegras, con las que nunca se sabe!-

       La jovencita esbozó un leve puchero que aumentó las risas del mayor a causa del comentario, después de lo cual ella sonrió también. Luego de un instante, sin embargo, la castaña se detuvo.

       El roadie, quien furtivamente había extraído de la bolsa uno de los bocadillos, cesó su marcha de la misma manera, volteándose hacia ella.

-¿Qué pasa, nena? ¿Estás bien?-

       Sano había vuelto a desviar la mirada, y los dedos de su mano derecha jugaban nerviosamente con el borde de la falda que llevaba.

-Lo que sucede es que… no estoy segura de que sea buena idea que vayamos hoy al boliche los tres…-

-¿Eh? ¿Por qué no?- preguntó el adolescente, masticando la deliciosa pasta salada al tiempo que en su expresión asomaba la duda. Sus ojos seguían intentando hallar los de su novia. –Pero ya le avisamos a Aya-chan- agregó con tono comprensivo. –Además, es mucho más divertido si va más gente. Realmente me hubiera gustado que algunos de mis amigos hubieran podido venir también, pero todos tenían cosas que hacer. Oh, mira, ¡es ella!-

       La sonrisa en labios de Yamada –una muy diferente- no pasó desapercibida para la dueña de los ojos color miel.

-¡Hola! Decidí adelantarme- saludó la colegiala rubia, llegando a donde se encontraban los novios. –Realmente me parece un abuso de mi parte el que tengan incluso que ir por mí… Además, el autobús está por pasar.-

       La mirada de Aya siguió conectada con la del baterista durante unos instantes; hecho que –desde que había comenzado a suceder- era justificado por todos debido a las estaturas de ambos jóvenes, las cuales eran las más parecidas. Empero, al sentirse un tanto fuera de aquel alcance, la chica más baja deslizó sus dedos por la mano abierta de Yamada, quien al momento reaccionó entrelazándolos con los suyos y aprisionándolos con suavidad. De la misma forma, el baterista se volteó hacia ella y le ofreció un pequeño guiño, el cual fue correspondido por los centelleantes ojos color oro.

       Ya dentro del bus, Ishiguro tomó un asiento desocupado que estaba delante de los de sus amigos y se sentó acomodando su cuerpo de lado; aprovechando que no tenía compañía junto a ella. Kumi, quien permanecía tomada de la mano del mayor y estaba con ambas sobre su regazo, miró de soslayo al castaño.

-Sería lindo que un día le presentaras algún amigo tuyo a Aya-chan, ¿no crees?…-

       Tanto la aludida como el roadie voltearon a ver a Sano, mirándose también entre ellos con un enorme gesto de extrañeza. Al momento, las facciones de la más alta se relajaron hasta tornarse en una gran sonrisa que no dejaba lugar a dudas sobre lo que iba a decir inmediatamente.

-Oh, sí… ¡A J-kun, por ejemplo! Aunque dudo de que tenga tiempo para mí, siendo que debe sentirse abrumado con tantas citas…-

       El tono en que había pronunciado aquello, acompañado por cada una de las pícaras palabras provocó en Shinya una espontánea risita que no tardó en brotar. En ese momento, en lo único en que pudo pensar el mayor fue en la manera en que aquel modo de expresarse que tenía la mejor amiga de su novia le recordaba tanto a Sugizo. Y dado que de quien habló la chica fue justamente de Jun, la analogía no hacía sino reforzarse.

-Aish, ¡ya sabemos que no te gusta Onose-san!- exclamó la otra, mirando a la rubia. –Pero tal vez, Yasuhiro-senpai o Ryuichi sean una buena opción… A Inoran-kun, aunque es bastante mono, no lo menciono porque me parece que es como si fuera todavía un niño- meditó, con ese dejo de ventaja que su género femenino le concedía, a pesar de ser de la misma edad que el pelinegro. -¿Tú qué dices, amor?-

       La risita del percusionista se trocó entonces en la expresión epítome del momento incómodo: en la vida se imaginó que su novia saldría con algo como eso. Con la mano libre se rascó la nuca, dirigiendo la mirada hacia la ventana sin saber todavía qué reponer. No obstante, podía sentir los inquisitivos ojos de Sano, por lo que entonces tuvo que pronunciarse.

-Emm… No creo que lo de Sugizo sea buena idea- comenzó, intentando sonar casual. –A él no le gustan… los compromisos… No le gusta tener novia…-

       Para su sorpresa, el asunto que tenía que ver con el pelirrojo fue superado rápidamente por la chica menor, sin la mínima dificultad.

-Con Ryuichi-kun yo habría podido hablar, pero como no ha vuelto a clases…- agregó ella.

-¡Eso!- prorrumpió Shinya, llamando la atención de ambas muchachas. Cuando se dio cuenta de lo inusual de su comportamiento, se sonrojó ligeramente, bajando el tono de voz. –Ryu-kun está muy ocupado con el trabajo, así que tampoco creo que pueda funcionar.-

       Kumi se encogió de hombros y su amiga regresó la mirada hacia el frente; no obstante, Aya no perdió la sonrisita que exhibía entre dientes a causa de los métodos de escape que había tenido que emplear el mayor del grupo.

       Pero una cosa sí fue segura: al menos durante el resto del trayecto, el castaño se vio librado de dar razón a tanta pregunta comprometedora.

 

 

       Al otro lado de la ciudad, Kawamura arribó a su casa minutos luego de que él y Sugizo se despidieran, después de salir del ensayo y compartir la parte del camino que les correspondía hacer a ambos.

       Todo se encontraba muy silencioso en la vivienda –no se escuchaba el televisor ni el radio, aparatos con los que ella solía acompañarse- por lo que el chico se comenzó a preguntar si de casualidad su madre habría salido. No obstante, unas pisadas provenientes de la recámara principal (donde menos probable era encontrarle hasta que no fuera la hora de dormir) alertaron al colegial sobre la presencia de la mayor.

       Aunque motivado por las particulares circunstancias, el de cabello negro no se decidía a si inquirir acerca del normal estado de las cosas directamente, o a si resultaría mejor esperar a averiguarlo por sí mismo. Por lo que, dudando todavía, dejó su mochila en el sillón y fue hacia la cocina por un refresco. El hecho de que su madre hubiera llegado ya al aposento donde él estaba y no le dirigiera todavía palabra alguna, lo tensó.

-Ryuichi…- llamó ella con esa voz frágil, casi etérea, pero el aludido no se atrevió a mirarla al rostro.

       Percibió que se había quedado en el sitio que mediaba entre ambas estancias, sin tomar asiento en el sofá o en alguna de las sillas del comedor. De pie, como una sombra.

-Tu padre habló por teléfono hace un rato.-

       El ceño del muchacho se contrajo muy levemente, pero supo que todavía no era momento de reponer nada. Tuvo un mal presentimiento, ya que nada relacionado con ese tema se comentaba jamás en su casa. Empero, casi como si tuviera que escoger cada palabra con pinzas, el colegial había aprendido cuándo era pertinente hacer del intercambio verbal con su madre una verdadera conversación, y cuándo era mejor solamente escucharla; permitirle oírse. Eso, que el hombre que se encontraba en su ciudad natal –portador de su mismo apellido- jamás había logrado entender.

-Dijo que se había enterado de que tú todavía no estabas seguro de dónde querías graduarte… Si aquí, o en Yamato…-

       Rápidamente, el recién llegado temió lo peor. Estaba seguro de no haberle dicho aquella falsa excusa a ninguna otra persona más que a su jefe baterista el día de la primera reunión, pero era posible que alguno de sus amigos se la hubiese dado a alguien en el colegio ante la interrogación acerca de su constante ausencia. Siendo de otra ciudad y llegado hacía poco, era lo mejor que se les podría ocurrir en caso de querer salvarle; pero habría sido altamente perjudicial que de tener que hacerlo, no se lo hubieran comunicado. Su próximo movimiento –sin embargo, y muy a pesar de su cautela- fue dado en el vacío.

-Madre, yo…-

-¡No puedes hacerme esto, Ryuichi!- gritó la mujer, tomando por el respaldar la silla más cercana para luego lanzarla con furia contra el suelo, hacia un lado; su tono, lastimero y desgarrado. Después de unos segundos, ya sollozaba con angustia. -¡Tanto que te empeñaste en que saliéramos de ese infierno, y ahora pretendes dejarme sola!-

       Ella se cubrió el rostro con ambas manos, depositando en sus palmas las lágrimas que escurrían de sus ojos.

       Como cada vez que le tocaba presenciar un episodio de esos, el colegial sintió el corazón estrujársele en el pecho, además del resurgimiento de un rencor ingente hacia el distante hombre que lo había engendrado. No podía entender cómo había sido capaz de caer tan bajo y contarle aquello a su ex esposa, en vez de tener el valor de esperarse a hallarlo en casa y chantajearlo directamente a él, si es que tanto deseaba mortificarlo. Un nudo amargo se le formó en la garganta: la ira causada por el descubrimiento revolviéndose inmisericordemente en su ánimo, al tiempo que se encontraba obligado a mantener la calma. Si incluso el no haber negado la acusación de primera entrada había descompensado a su progenitora, ¿qué no sucedería si llegaba a verle furioso?

-Jamás voy a abandonarte, y lo sabes- aseveró con la voz más reposada que pudo articular, desviando la presión que sentía hacia su puño derecho, el cual se mantenía pegado a su muslo.

       Dio dos pasos hacia ella y se detuvo: acercarse de forma súbita no era nunca una buena estrategia. Como un animal asustado, la mayor tendría que replegarse primero, y sólo así sería capaz de recibir el contacto. El adolescente no había pasado por tantos dolorosos incidentes en vano.

-Ha mentido nuevamente para hacerte sufrir. Por favor, no le creas. Yo nunca regresaría a su lado.-

       Todo su mundo se venía abajo una vez que la realidad exterior quedaba fuera y él cruzaba el umbral de su pasado. Porque si bien se habían mudado para iniciar una nueva vida, tal posibilidad solamente sería para Ryuichi; por más que le costara aceptarlo, el chico estaba casi convencido de que su madre jamás podría superar lo vivido. Pero aun así, aquel aire en el que se habían convertido el dolor y la amargura era nostálgico –fríamente melancólico- estando en Hadano; mientras que para los días de su infancia lo recordaba como cruento y asfixiante.

       Con las uñas enterradas en la palma pero llevado por pasos sigilosos, Kawamura recorrió los últimos metros que lo separaban de aquel cuerpo resignado ante los dolores del tiempo. Se agachó al lado de ella y la acogió entre sus brazos, acariciándole los cabellos hasta que la estancia quedara en absoluto silencio.

       Pero el jovencito, desde que tuviera memoria, no recordaba haber sido consolado por nadie a causa de las lágrimas que la actitud de aquel hombre también arrancaba de sus ojos.

Notas finales:

Mil gracias por continuar leyendo esta historia. 

Nos vemos pronto <3


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