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I want your love por metallikita666

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Notas del capitulo:

Capítulos dedicados al monito cumpleañero, quien celebró sus cuarenta y cuatro deliciosos racimos de bananos hace dos días x3

¡Te queremos, Raylita fangirl, y por eso nos burlamos!

       Shinya hizo sonar aquel timbre un par de veces. Minutos antes y luego de salir del ensayo, llegó a su casa y se apresuró lo más que pudo; por lo cual, para entonces lucía totalmente fresco, con un aura de agradable aroma a jabón circundándole, y el cabello todavía húmedo. Tras unos segundos de espera, la puerta se abrió.

-¡Hola, Aya-chan!-

-Senpai…- murmuró ella al verle, aun tomada de la madera. –No te esperaba…-

-Sí, lo sé. Perdona que haya venido así sin más- el mayor desvió ligeramente la mirada, metiendo los dedos de manera inconsciente entre las hebras castañas que lucían más oscuras por estar mojadas. No obstante, recuperó su tono jovial y emocionado casi de inmediato. –¡Es que se me ocurrió que sería un buen momento para ir al billar por una partida! ¿Qué dices?- Finalizó, con una gran sonrisa expectante.

       La rubia, por otra parte, mantuvo su semblante preocupado. Tras abrir más la puerta y hacerse a un lado, se dirigió al muchacho.

-Pasa, por favor.-

       El otro obedeció y se internó en la vivienda, aunque cuando se percató de que la madre de la chica no estaba en la cocina -donde por lo general solía verle- se volteó hacia ella con un cierto escrúpulo.

-¿Segura de que no hay problema? Tus padres no están.-

-Mamá salió a la tienda un momento, y mi padre está adentro, en el estudio. No te preocupes- aclaró Ishiguro, yendo hacia la sala. Se sentó en uno de los sillones, indicándole al baterista, con su proceder, que le acompañara. Una vez que ambos estuvieron de frente, ella suspiró.

-¿Hace cuánto que no ves a Kumi-chan?- al tiempo que inquiría, mantuvo la seriedad en su mirada. Yamada, por su parte, pareció relajarse finalmente.

-¡Oh, vaya! ¡Con que era eso!- exclamó. –Pues pierde cuidado. Ayer por la tarde fuimos juntos a comer pastel y luego paseamos por el parque que está cerca del colegio.-

       No obstante, su interlocutora no cambió ni un ápice el gesto. Aunado a ello y mirando hacia el suelo, comenzó a negar lentamente con la cabeza. Durante unos momentos, la estancia permaneció en silencio.

-Yamada-san, ¿es que no lo comprendes?- Shinya la miró fijamente, tratando de hacerse a la idea de lo que ella intentaba decir. –Es verdad que desde aquel día en que me acompañaste de vuelta, después de que fuimos a los bolos, ya has venido otras veces a mi casa a charlar conmigo y la hemos pasado genial. Pero nunca antes salimos juntos y solos a ningún lugar, y yo pienso que no es correcto que vayamos. Ese es el tipo de cosas que debes hacer sólo con Kumi. Ella es tu novia.- El ceño de la muchacha se contraía cada vez más. -¿Sabes? Incluso después de que te has ido me he preguntado repetidamente si eso también ha estado bien…-

-Pe-pero Aya-chan…- dudó el roadie, sintiendo que ya entendía un poco mejor los pensamientos de la chica. –Solamente somos amigos… Como lo fueron los chicos de la escuela, o aquellos con los que creciste en tu barrio, en Sapporo.-

-Lo sé, y créeme que yo también intento verlo así, pero cada vez que recuerdo que tú eres precisamente el novio de mi mejor amiga, me es imposible…- un dejo de angustia se hizo presente en su voz, y sus ojos tampoco fueron capaces de esconderlo. –Porque, si esto fuera tan normal como dices, ¿no es de esperar que ya alguno de los dos se lo hubiera dicho a Kumi-chan?- Ambas miradas se cruzaron en ese instante. –Sin embargo, la verdad es que nadie ha tenido el valor de hacerlo…-

       Con unos nervios incipientes que se manifestaron en el tamborileo inconsciente de sus dedos índices sobre sus rodillas, el castaño intentó menguar un poco la tensión del momento. A lo último que dijera la muchacha era incapaz de replicar cosa alguna; pero es que, en efecto, no veía mayor cuestión con lo que había estado sucediendo entre ellos dos. No desde su propio enfoque, pero entendía que en todo en la vida había cosas de las que no debía hablarse, pues no necesariamente serían bien recibidas por los demás. Lo sabía, pero al mismo tiempo le costaba mucho admitirlo. Y más cuando detrás de eso había tanto en juego.

-Pensé que tú… por ser como eres, no tendrías problema con ese tipo de cosas…-

-¿A qué te refieres?- Ella llevó de nuevo su mirada al frente, recargándose un poco en el descansabrazos del lado derecho.

-No eres de las chicas que están atentas a lo que andan diciendo las demás…- el mayor miró a Ishiguro de soslayo, evidenciando que temía grandemente haber metido la pata. La rubia sonrió de lado.

-No solamente son las chicas quienes chismean: tú mejor que nadie debería saberlo. Muchos hombres, si mal no recuerdo, también son así- y casi confirmando sus palabras, el de rolliza contextura se contagió de aquella sonrisa. –Sin embargo, no es eso lo que me preocupa, sino Kumi-chan. Creo que puedo entenderla, y la conozco lo suficientemente bien como para saber que eso es algo que a ella la entristecería.-

       Durante unos instantes volvió el silencio y esa atmósfera algo pesarosa que había estado reinando desde el principio. Era una tarde tranquila y bastante fresca, y a decir verdad, el mayor se había quedado pensando un poco en si en realidad el padre de la colegiala estaría en casa, pues no se oía nada. Pero justo cuando reparaba en ello de nueva cuenta, el sonido de una silla siendo movida provino desde dentro.

-Shinya-senpai… Lo que quiero decir con todo esto es que pienso que lo mejor sería que dejáramos de vernos- a un tiempo con lo dicho y abriéndolos muchísimo, Yamada dirigió sus orbes hacia el rostro que tenía delante. Se podría decir que de manera expectante, de no ser porque justamente era aquello que escuchaba lo que el roadie, del todo, no deseaba oír. Los dedos de su mano derecha se cerraron en torno de la tela de su pantalón, estrujándola levemente. –Si alguna vez organizan algo con tus amigos y otras chicas, entonces ahí nos encontraremos…-

-¡No!- profirió el mayor de los dos, y con el tono de su voz ambos interlocutores parecieron salir de su aletargado ensimismamiento. La muchacha de cabello claro lo miraba atónita, pues la reacción del baterista no había sido para menos. No obstante, tras la interjección, Shinya desvió la vista. –No…- repitió él, frunciendo el ceño y crispando todos los dedos de sus manos, aun sin colocar la mirada al frente; cosa que hizo inmediatamente después. –No es algo que quiera ni que pueda hacer.-

       Lo inesperado de la situación hizo que las mejillas de Aya se sonrojaran fuertemente, y que ella no supiera cómo reaccionar o qué decir de momento. Todas las veces en que había sopesado tener esa conversación con el novio de su amiga, se imaginaba manifestándole su inquietud y comunicándole la resolución que había tomado; todo ello casi que dando por sentado que la necesidad de cambiar lo hasta entonces sucedido resultaría evidente también para la otra parte.

-¿Qué… has dicho?...-

-No quiero dejar de verte, Aya-chan. No puedo. Lo necesito- la tensión manifiesta entre las cejas del castaño iba en aumento, y el brillo enfático en sus ojos oscuros resultaba muy claro. –Yo a ti te…-

-¡Basta, no sigas!-

       Si la congoja que hasta ese momento exhibía el semblante del joven músico era patente, un sentimiento semejante -aunque más arrebatado y visceral- se dibujó en el rostro de delicadas facciones de la muchacha de Sapporo. Tras dar aquellas voces, las uñas de sus dedos se enterraron en la tela del sofá a los lados de su cuerpo, y su delgada anatomía, totalmente rígida, era lo que completaba el cuadro que Shinya observaba en absoluto silencio y pasmo. Él tampoco había imaginado jamás que vería a Ishiguro comportarse así alguna vez, ya que, si bien tenía en mente la diferencia que ella significaba respecto de las demás chicas y la manera en que sus acciones le recordaban a las de Sugizo, las circunstancias de ese momento escapaban a cualquier consideración hecha previamente.

       ¿Qué era exactamente lo que estaban discutiendo, después de todo? Hasta ese día, nunca se había hablado de las visitas de Shinya a casa de la menor. Ni una sola vez, pues la situación sólo continuó dándose con naturalidad. La misma extrañeza que dicho asunto producía en ambos jóvenes se mezclaba engorrosamente con todas las demás emociones que afloraban tanto para uno como para el otro.

       Yamada movió los labios en ademán de querer pronunciar algo, pero ella lo interrumpió.

-No termines lo que estabas a punto de decir. Y por favor, vete.-

       El ya de por sí conmocionado pecho del castaño recibió semejantes palabras de la misma manera en que se da la bienvenida a las filosas estocadas de una daga. Su cara mostró el desconcierto imperante: de cómo la jovencita había pasado de pedirle pesarosamente que dejaran de verse, a la manera en que, sin más, lo corría de su casa. Todo eso cuando había estado a punto de decirle lo que su mente le reclamaba una y otra vez, y a causa de lo cual se sentía sumamente avergonzado en su fuero interno, apenas se percató de su pasada intención.

       El colegial de cabello largo se levantó.

-¡No puedo creer lo fría que eres, Aya-chan! Hice tan mal en compararte con Sugizo… ¡Él jamás trataría a nadie de esa manera!-

       E ignorando todo a su alrededor, Shinya sólo alcanzó a notar cómo la chica cubría su boca con una mano, pero ni eso ni nada que ella pudiera decirle lo detendría en su camino a la puerta. Era impensable permanecer ahí dentro un minuto más: las malditas lágrimas –su eterno punto débil- ya se le amontonaban en los ojos, y si bien le nublaban la claridad de la vista, no se permitiría verterlas delante de la joven.

       Sin añadir una sola palabra más, el baterista salió de la casa ajena absolutamente indignado y herido. Su estado le impidió notar que en la esquina más próxima la madre de su amiga se acercaba con paso animado. La señora había hecho amago de interpelarlo, pero al divisar con extrañeza que el adolescente no caminaba sino que corría fuera de su vivienda, se abstuvo.

       El más risueño y alegre de los amigos de Jun Onose –quien en ese momento no era precisamente el epítome de aquel apelativo- corrió sin rumbo definido durante unas cuadras más. Al llegar a lo que parecía ser un pequeño parque infantil se detuvo, entre otras razones al darse cuenta de que si seguía alejándose sin idea de hacia dónde iba, acabaría perdiéndose. Una vez ahí, y luego de secarse las lágrimas con el dorso de la mano y tomar un respiro, se acercó respetuosamente a unas madres que supervisaban los juegos vespertinos de sus hijos, y les preguntó por el camino de regreso hacia la estación del tren. Inmediatamente después de recibir la información, se puso en marcha.

       Durante todo el trayecto, el baterista consideraba una y otra vez llamar por teléfono a su mejor amigo, o incluso, ir a buscarlo. Pero no bien abrigaba ideas de tal índole, su mente daba en desecharlas de inmediato. No era cuestión de que tuviera en menos el consuelo que Sugizo podría darle; más bien, todo lo contrario: era en momentos como aquellos en los que más había requerido de su fraternal presencia. Era simple y sencillamente que sabía casi con exactitud, una a una, las palabras que de labios del pelirrojo saldrían. Las conocía porque más que el de su padre o el de su madre, el juicio de su mejor amigo era en el que había aprendido a confiar desde siempre; y contra el que, como niño pequeño, todavía buscaba rebelarse a veces en la terquedad de su inmadurez.

       Conforme el tren se alejaba de la zona donde vivían las muchachas, las palabras y los hechos recientemente vividos aparecían con mayor claridad en su memoria, atiborrándole la mente con las malditas cavilaciones que no cesarían en un buen tiempo.

       Aprovechando el cobijo de los mechones largos y cobrizos que le flanqueaban el rostro, Shinya dirigió la mirada al paisaje nocturno e iluminado que se sucedía velozmente del otro lado de la ventana. Sus orbes preñados de lágrimas no pudieron sino aumentar el peso de su carga cuando el joven músico recordó la pregunta que Aya le hizo sobre que cuándo había sido la última vez en que viera a Kumi, y la manera en que él respondió con toda naturalidad, ignorando con ello el hecho de que previo al día anterior a aquel, llevaba exactamente la misma cantidad de tiempo de no ver a la más pequeña que tenía yendo a casa de la rubia. Ya casi dos semanas.

-Yo a ti te necesito…- murmuró de forma casi inaudible, al tiempo que una impertinente lágrima rodaba por su mejilla.

Notas finales:

Personalmente, no creo que el hecho dé como para opinar que protagonicé un Mary Sue, pero a esta altura del relato ya puedo confesar que el personaje de Aya tiene bastante de la autora...*cofademásdequeyotambiéncofadoroalosgordoscofcof*

No intento -eso sí se los puedo asegurar- aprovecharme de los cumplidos que le hicieron a la chica XD Pero creo que a quienes me conocen mejor no se les hará extraña esa noticia, pues diferencias físicas aparte, me parece haberles comentado que siempre me he sentido como el bicho raro del grupo (cuando lo hay) a causa de ciertos gustos y actitudes, lo cual no necesariamente es algo malo. Y algunas de ustedes, queridas mías, no sólo comprenderán esto que les cuento de manera inmejorable, sino que además, lo compartirán.

Y sí, por eso es que somos amigas <3   


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