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I want your love por metallikita666

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Notas del capitulo:

Después de una pausa, he vuelto por fin. Con todavía más razón ya que lo que nos resta son apenas cuatro capítulos más, sin contar el epílogo. Así que dentro de poco veremos si los repartimos en una o dos actualizaciones, además de la de hoy *musiquilla mierda de suspenso*

Sucedió bastante durante estos meses. Entre otras cosas, el merecido paréntesis mundialista que muchos tuvimos la suerte de poder disfrutar casi en su totalidad (pero desde la casita, que quede claro). No obstante, una fecha que no puedo dejar de mencionar aunque ya hayan pasado algunos días, es el cumpleañitos de Ivana (16 de julio). De nuevo, públicamente y por este medio, ¡FELICIDADES, MI AMOR! <3

Y tras los comentarios de rigor, les doy la bienvenida una vez más y les invito a leer el presente capítulo.

       Aquel caluroso mediodía del jueves en que les habían dado libre a sus roadies, los músicos instalados en Hadano se reunían en la sala de estar de su departamento.

       Tadashi acudía de manera perezosa, ya que por lo general prefería dormir hasta la tarde, a causa de haberse quedado viendo películas durante la madrugada. Ese día, no obstante, también Morrie se encontraba soñoliento; empero, el líder tenía razones distintas a las de su bajista. Para él, el tiempo diurno, con su sol y calor -sobre todo en esa época- no tenía nada de bueno. La noche era su momento perfecto de la jornada, y de no ser porque muchas cosas no estaban disponibles a esas horas, el bien esculpido cantante habría trastornado completamente su horario a favor de aquellas tan vampirescas predilecciones.

-Bueno… ¿Qué hay?- preguntó un adormilado rubio, bostezando sin la mínima intención de cubrirse, mientras se dejaba caer en uno de los sillones. Apenas lo hizo, colocó los pies sobre la mesa de centro, como era su costumbre. Ohtsuka lo miró con dejo torvo, pero no le dijo nada. Sabía que de todas maneras sus regaños no funcionarían.

       Minato, por otro lado, era el único de los cuatro que ya se había bañado para entonces. Con su cabello corto todavía húmedo y una camiseta de tirantes, lucía fresco y sonriente. Y portando la papelería necesaria para presentarles a sus compañeros los temas a tratar en ese momento, se aprestó a dar respuesta a la interrogación de Masumoto.

-La última vez que conversamos, decidimos, a grandes rasgos, el orden de las fechas que queríamos para el tour, así que con base en ello hice este cronograma- dijo el baterista, mostrándoles a los demás un par de hojas engrapadas que contenía la información antes consignada. –You ya lo vio, así que solamente faltan tú y Morrie- añadió el pelicorto, tendiéndole las páginas a Joe, quien inmediatamente les echó un vistazo. El cantante, a su lado, se acercó más a este para poder mirar también.

-En realidad, ya casi está todo listo. Solamente falta que nos pongamos de acuerdo sobre… lo de los chicos, ¿no es así?- Adachi, despeinado después de quitarse la coleta que se había hecho para ir a correr en la mañana, daba un sorbo a su taza de café.

       El ex Terra Rosa bebía aquello en aras de despertarse y reanimarse tras el ejercicio, pero la verdad era que como todavía estaba en pantaloneta y en su semblante se adivinaba lo mucho que su cuerpo reclamaba el descanso negado, no presentaba una apariencia muy distinta a la que tenían el rubio y el frontman. No obstante, el chico intentaba “cualquier cosa por lograr un poquito más de cuerpo”, pues no todos tenían la suerte de Morrie y sus genes de apariencia fit sin mucho esfuerzo. Así era que ni modo: sólo quedaba hacer algo al respecto.

–Uh… ¡cómo odio este brebaje del demonio! ¡Sabe tan horrible!-

       Tadashi rió sonoramente cuando el guitarrista de ojos muy achinados exclamó aquello, preparándose para brindarle al otro su dosis de chanzas del día. Sin embargo, el de Himeji, fastidiado, se le adelantó a interpelar a su compañero.

-¿Y se puede saber por qué te lo tomas, entonces?- Dirigiendo su mirada hacia Yuuji, fue interrumpido por las llamadas de Joe en su antebrazo, quien deseaba mostrarle algo en el papel que aún sostenía. -¿Qué quieres? Ehh… sí. Esta vez, no tengo intención de ir a mi casa…- contestó Ohtsuka en voz más baja, refiriéndose al hecho de que las fechas para Hyogo sólo se limitaban a un par de noches en Kobe, en vez de una en la capital de la prefectura y otra en Himeji. Tadashi levantó las cejas, sorprendido.

-Te juro que he probado de todo, Morrie, pero sólo el café me despierta de verdad. Y aunque vengo bebiéndolo desde la secundaria, jamás me acostumbro- Adachi, con voz pesarosa, suspiraba al tiempo que colocaba los ojos en el líquido de color oscuro que contenía su taza.  –Pero bueno, me imagino que lo nuestro va a ser siempre una relación molesta, pero necesaria e inevitable… como tú y Tada-chan.-

       El pelinegro de cabellos rizados -quien por supuesto no se esperaba semejante salida de parte de su colega, y se había quedado en silencio oyéndolo- estalló en maldiciones e improperios no bien cayó en cuenta de lo que el otro había dicho, teniendo que ser sostenido por el rubio mismo. Una vez más, a Masafumi no le quedó más remedio que utilizar su anatomía como barrera para impedir un desaguisado. You se carcajeaba estrepitosamente de ver al vocalista hecho una furia y con un notorio sonrojo adornándole las mejillas, mientras que Crazy Cool Joe, si bien había sido el blanco inicial del precavido desquite de Adachi, no podía contener su risa al ver al cantante tan enojado.

-¡Morrie, ya basta!- exclamó el ex Saber Tiger, cansado de su rol de parapeto, especialmente porque ello no resultaba fácil si la fuerza a contener era la de Ohtsuka. -¿Qué no te das cuenta de que lo hacen a propósito para verte así? ¡Ustedes dos, dejen de reírse, carajo!- dijo después, dirigiéndose a guitarrista y bajista, no sin un poco de problemas a la hora de regañarlos y no sucumbir al contagio de sus risotadas, que no hacían sino aumentar con cada insulto que profería el vocalista. -¡Que te calmes, te digo!-

       Minato empujó a su líder con el ímpetu suficiente como para sacárselo de encima, pero sin buscar lastimarlo o hacerle frente. El otro, bufando y clavando sus ojos asesinos sobre Yuuji -quien a su vez le dedicaba unos de ternero degollado- se pasó la mano por la cara, buscando sosegarse.

-Hablemos de una puta vez de lo que falta, porque el simple hecho de compartir el mismo aire con ustedes me saca de mis casillas- espetó el chico oriundo de la región de Kansai. Tadashi y You se dedicaron una miradita cómplice.

-A ver- suspiró el batero, buscando una hoja entre los papeles que había dejado sobre la mesa, para luego sostenerla por la parte de arriba, de modo que sus compañeros pudieran verla. –Es muy sencillo. Dadas las dimensiones de los conciertos, el resto de gente que nos acompañará para otras labores, y el presupuesto…-hizo hincapié en lo último, mientras miraba a los demás con semblante serio –la disquera decidió que debemos elegir a dos de los cuatro jovencitos que actualmente trabajan con nosotros…-

       Se hizo un silencio en la habitación durante algunos segundos. Los cuatro integrantes de la banda del Zero se miraban entre sí, aunque fuera furtivamente. You tomó la palabra.

-El baterista casi que por regla siempre debe de tener a su roadie, así que comienza eligiendo tú- le dijo a Minato. Los otros dos se mantuvieron sin decir nada, a modo de adhesión a su propuesta.

-Siendo así… lo mejor será que escoja a Sakura- Masafumi apretó los labios al tiempo que hacía una pausa. Podía percibirse un poco de pesar en su faz. –No hay ventaja alguna respecto de Shinya-kun, pero es que a él lo he visto un poco triste estos días. Y se me hace que lo mejor es darle el tiempo que necesita para poner en orden sus problemas…-

       Otro momento de mutismo surgió entre ellos. A decir verdad, nadie parecía querer referirse al muchacho que todavía hacía falta.

-Ryuichi- dijo Ohtsuka secamente. Y por supuesto que todos voltearon a verlo.

-¿E-está… seguro, líder-san?- titubeó You.

-¡Oh, no, Morrie, no!- Tadashi se levantó del sofá, estrujando un almohadón entre sus brazos. Acto seguido, volvió a sentarse, colocando con nerviosismo el cojín sobre su regazo. -¡No tienes por qué desquitarte con Ryuichi-kun por lo que acaba de suceder entre nosotros! ¡No seas así!-

       El interpelado miró al rubio con severidad, desviando el atisbo a continuación y rodando los ojos.

-No seas bobo tú, Joe- respondió, con voz cansina. –Claramente, aquí nada tienen que ver las burradas de Yuuji…- aún de pie, el vocalista cayó en cuenta de que todos le escuchaban con atención y de que el ambiente ya había vuelto a la normalidad, por lo que decidió tomar asiento. –Es sólo que pienso que esta gira le haría mucho bien al mocoso, en muchos sentidos.-

       Todavía bastante sorprendido, el baterista, quien se encargaba de las cuestiones más protocolarias que en realidad le correspondían a su líder –pero que siempre trabajaba con el consentimiento previo de éste- sonrió de manera más relajada. De alguna forma, aunque no estuviera muy seguro de qué había querido decir Ohtsuka exactamente, podía entender sus intenciones. Él estaba seguro de que el otro pelinegro no se caracterizaba por tomar decisiones apresuradas, sino que más bien, era alguien que siempre se pensaba las cosas más de una vez. Aquel pronunciamiento debió haber sido meditado por el vocalista durante días; empero, Morrie no era el tipo de persona que corría a asegurarse lo que deseaba. En contraposición, esperaba siempre el momento indicado, estudiando los ánimos y las circunstancias a su alrededor.   

-De acuerdo. Entonces serán Yasunori Sakurazawa y Ryuichi Kawamura…- retomó Minato, escribiendo dichos nombres en el papel. –Mañana en la tarde se lo comunicaremos, ¿les parece?-

       Un asentimiento de cabeza por parte del líder, quien entonces extraía un tabaco de su cajetilla y lo encendía, aunado a los silencios de los otros dos músicos fue la respuesta a la interrogante del percusionista. Una vez acabado el tema de los roadies, los cuatro integrantes de Dead End tenían por delante otros tópicos más que discutir, así que cada uno se acomodó lo mejor que pudo en los sillones, preparándose para el resto de la tarde.

 

 

       Ya más entrada la noche, todo se encontraba en absoluto silencio en la residencia de dos pisos de la pequeña familia Sugihara. Asimismo, toda la casa se habría mantenido a oscuras, de no ser por la luz que provenía del dormitorio del alto y delgado adolescente de cabello rojo.

       Sugizo, sentado en la cama, tenía puesta la mirada en su bonita guitarra negra. Esta descansaba apaciblemente en su soporte; tanto así, que casi que habría sido un sacrilegio sacarla de ahí para arrancarle, una a una, las notas que emitiría cual quejidos de protesta. Y es que vaya que tendría razón la pobre: ¿no era suficiente ya con hacerla cantar prácticamente todos los días? El jovencito sonrió embebido en tales consideraciones, riendo para sus adentros a causa de estar pensando semejantes cosas; y tras parpadear suave y lentamente, llevó su atisbo hacia el delineado instrumento que se encontraba junto a aquella lira moderna.

       El bello colegial se tomó el tiempo necesario para observar a su pequeño enemigo –el cual se mantenía encerrado en su coraza protectora- como quien mira con recelo a un animal enjaulado. Contrario a lo que podría pensarse, y a lo que incluso sus mejores amigos o sus progenitores de seguro creían, el chico jamás había dejado de rozar aquellas cuerdas inmisericordes con la implacable dureza de su arco. Y si bien el demonio musical que yacía en el duro estuche no era exactamente el mismo sobre el cual sus avezados dedos habían sufrido una y otra vez el dolor del adiestramiento, ese, por ser de su misma especie, contenía en sí mismo y a un tiempo toda la inquina proveniente del corazón del pelirrojo.

       Decidido, el muchacho se levantó de la cama y caminó hasta el instrumento cautivo con la intención de liberarlo; probablemente después de unos cuantos días de haberlo visto por vez postrera. Únicamente estando solo por completo era que Yasuhiro se dignaba a tañerlo, pues desde que pudo por fin rebelarse contra los deseos de sus padres se había jurado jamás volverles a permitir escucharlo. No obstante, el verdugo de sus ratos de infancia había permanecido siempre a su lado, ahí, en su habitación.

       Al principio no supo si lo había conservado justamente para devolverles a los mayores algo de esa cruel desazón, al saber ellos que –si bien el estilizado cuerpo de madera hueca se encontraba tan cerca- ya no se deleitarían con el talento de su hijo. Empero, poco tiempo después esa fachada cayó ante los propios ojos del muchacho, el día en que se halló a sí mismo no pudiendo resistir el influjo de su compañero de años.   

       Y así fue que sin desearlo -pero engañándose sin éxito alguno, si dijera que mal de su grado- Sugizo tomaba el castaño violín para colocarlo entre su mentón y su hombro, blandiendo el arco rubio con mano trémula y experta. Las notas que extraía de él, sin embargo, ya no eran ni por asomo las juguetonas melodías con las que -con lágrimas en los ojos y las muñecas atadas a cada una de las partes del instrumento- intentaba alegrar en vano aquellos ratos de desconsuelo cuando aún no sabía escribir siquiera. Eran, por otra parte, cantos tristes y lánguidos; tal vez a modo de irónica burla, al ser él ya por fin libre. Dichas nenias taciturnas constituían, en gran medida, parte de las razones para no permitir que sus padres le oyeran.

       El silencio circundante se llenó de esos gritos lastimeros que no tenían la intención de colmar otros oídos que no fueran los suyos propios. Como cada noche en que la soledad era la única que le acompañaba –erguido, tal cual demandaba el torneado egoísta en sus manos- el joven músico cerraba los ojos y se dejaba llevar por aquella armonía que le iba saliendo de lo profundo del alma sin mucho pensárselo. Era cierto que de alguna manera, y luego de tantas veces, la composición iba tomando forma, pero no había día en el que no incurriera en alguna improvisación sin la menor de las preocupaciones. En su fuero interno aun refunfuñaba, pero por más que lo hiciera sabía bien que su vida y su arte se hallaban inevitablemente ligadas al pequeño de hermosa voz que entonaba su llanto mecido entre sus brazos.

       Reflejados en sus ojos cubiertos tras sus párpados aparecieron los rostros de sus queridos amigos, a los cuales había dejado de ver realmente desde hacía bastantes días. Saludar de lejos a Jun y a Inoran en el colegio no equivalía a estar con ellos, y lo mismo podía decirse de Ryuichi y Shinya, con los cuales sólo había tenido la oportunidad de compartir durante los últimos ensayos. El más rollizo de los cuatro, no obstante, ocupó de inmediato la totalidad de su pensamiento.

       Hermano, más que amigo, sin importar el paso de los años y los obstáculos que los demás quisieran imponerles. La magia surgió desde pequeños, y en su caso, había sido de esas que no se rinden por los inevitables cambios de la vida. Ni siquiera, por el que estaban atravesando entonces. Sugizo no necesitaba que Shinya le relatara todas y cada una de las situaciones por las que estaba pasando; él, simplemente, ya lo sabía. Y lo más importante de todo, aunque pudiera sonar bastante tonto: Sugihara sabía que su castaño amigo sabía que él sabía. Ah, y también Yamada le conocía lo suficiente como para anticiparse a sus consejos y opiniones; eso ya lo había comprobado. Las veces en las que el muy bobo, aunque confundido, se decantó por lo contrario a lo que Yasuhiro hubiese opinado, lo había hecho absolutamente adrede.

       Luego de sonreír de forma atemperada ante aquellas cavilaciones, y aun manteniendo los ojos cerrados y la melodía constante, fue el más reciente de sus camaradas quien se le vino a la mente. Pero, ¿por qué era que cada uno de ellos se mantenía tan presente incluso durante su ausencia física, y hasta afectiva? El joven de cabellos bermejos se preguntaba si es que así serían todas las amistades, y si en realidad era él también una constante en las meditaciones de los otros cuatro. Tal vez todo se debía al hecho de que con los tres primeros se conocía ya desde hacía muchos años; pero Ryuichi, por otro lado, seguía siendo en buena parte una incógnita. Cuando especulaba tal cosa, se dio cuenta de que realmente aun no sabía nada sobre él, pero eso no había evitado que ya en sus pensamientos le acogiera como a uno más: sin el menor asomo de desconfianza o recelo por la probabilidad de no verse correspondido de la misma manera.

       Deteniéndose abruptamente y mirando hacia la penumbra que del otro lado de su ventana era la que le escuchaba en completa calma, el adolescente privó al viento de su íntimo recital. Ciertamente él, al igual que los demás, tenía sus propios problemas, pero si había algo de lo que todos estaban al tanto, era que para el alto jovencito la necesidad de compañía de sus seres cercanos nunca representaba una carga. Ni siquiera cuando la otra persona mantuviera su distancia, como en el caso de Jun. El mayor siempre estaría ahí por si alguna vez el rubio lo necesitaba, dispuesto a asistirlo en cuanto le fuera posible, sin importar las contingencias del pasado. Ello, porque el guitarrista sabía bien que, muy en el fondo, lo mismo podía esperar de aquel altivo pero noble chico. Y que si no hubiera sido de esa manera, no habría habido explicación posible para justificar su unión más allá de toda rivalidad.

       Sugizo, el tan abnegado amigo de sus amigos, era al mismo tiempo el más solitario de los cinco. Aquel que jamás externaba en presencia de otros cosa alguna sobre sus propias dificultades.

       En la oscuridad del pasillo y estando todavía descalzo, iba acercándose lentamente a la mesita del teléfono, como si una fuerza enorme pero desconocida lo atrajera hacia allí. Algunos kilómetros más hacia el sur, un decidido Ryuichi descolgó el auricular con la mano izquierda, mientras los dedos de su diestra se posaban resueltamente sobre los botones de los números. El chico menor también era el único en casa. No obstante, a causa de aquella tan querida soledad que sin embargo parecía amenazar con tragárselo, la necesidad de buscar un hombro amigo se intensificó hasta hacerlo olvidar la promesa de guardarse todo para sí y dividir las esferas de su vida, evitando que una interfiriera con la otra. El peso ya era demasiado como para soportarlo en silencio, y la cruda realidad era que no podría dejar de lado lo que estaba sucediendo en sus adentros, por más que lo intentara.

       Lo que ninguno de los dos imaginó fue que esa sería apenas la primera de muchísimas confidencias, ni que inesperadamente y después de tantos años de oculto concierto, Kawamura tendría el honor de escuchar los lamentos del violín ajeno.

Notas finales:

Acertaron si pensaron en que esta vez colgaría dos partes también. Así que vámonos a la siguiente. 

#DiosCómoVoyAExtrañarRomperleLasBolasAMorroCuandoEstoSeAcabe


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