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BREAKOUT por sleeping god

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Notas del capitulo:

Creo que ahora no me tardé siglos así que estoy feliz y, claro, espero eso también les alegre.

Sin más, continuo.

Dejo las gafas en el escritorio y me tallo en entrecejo. Aun no me he acostumbrado a su uso. Dejo también las carpetas en el lado derecho y confirmo con el reloj de la pared que aún faltan un par de horas antes de que termine mi turno nocturno.

Hoy estoy de singular humor para volver a dormir más de ocho horas.

Es un día tranquilo. Es jueves.

Salgo con una cajetilla de cigarrillos en la bata pero noto un alboroto en la oficina del recién nombrado director, un hombre afortunado que tendrá un gran peso en sus hombros por el nuevo hospital con las mejores tecnologías, en especial en mi área: pediatría. Por poco obtuve ese puesto y admito estoy contento de no haber sido apto por falta de preparación administrativa.

-¿Qué ocurre?—cuestiono a una de las enfermeras. Chizuru si no me equivoco.

-Ha venido el contribuyente a firmar la autonomía del hospital.

-¿Y? ¿Para qué hay tanta gente?

-Normalmente no me inclino con los hombres pero el guapísimo—indica con admiración de todas, sin embargo las delego a sus obligaciones y salgo a fumar a la entrada principal.

Doy una calada y una gota de lluvia lo apaga.

-Demonios—remarco, sacando otro y cubriéndome de la repentina lluvia que ha empezado a caer.

Son mediados de junio.

Al terminarlo guardo la colilla hasta el basurero y doy una ronda.

El acontecimiento  más grande de la noche viene de un interno que se ha quedado dormido mientras sacaba una muestra de sangre, por suerte una enfermera se percató de ello y he tenido que reprenderlo.

Cuando dan las 6 de la mañana empiezo a guardar las cosas en mi portafolio, dejando la bata colgada que implica no más trabajo, ni aunque alguien llegara con las vísceras de fuera y el único medico en el hospital fuera de mi persona me haría ponérmela, he aprendido a lo largo de estos 10 años que hacerlo solo invoca que te quedes hasta el siguiente turno.

Sigue lloviendo. Salgo corriendo a mi auto, y de ahí a la salida que da hacia el camino corto, no me apetece manejar con el cemento mojado. Me paro en el semáforo y noto a un sujeto empapado cruzando junto con un grupo de colegialas ebrias. Bajo la ventana rápidamente y apago la radio con la noticias del clima (como si no me diera cuenta que está lloviendo).

-¡Hey! ¡Hey!—invoco su atención sobre el sonido natural.

Gira su mirada y con su cuerpo empapado da una sonrisa melancólica como el clima.

-Grimmjow—susurro.

Se fue hace mucho. Tarde cerca de tres años en darme cuenta de ello. No pasó nada esa navidad, simplemente no volvió, pero lo vi en la escuela, sin que eso significara que volvió a pasearse por mi facultad y yo por la suya, no volvimos a dirigirnos la palabra y antes de pensarlo supe que se marchó al otro lado del mundo con una beca en Alemania, era solo un año y jamás regresó. Nadie supo más. Todo el mundo lo olvidó.

Yo no.

-¡Hola! ¡Horrible noche ¿verdad?!—grita acercándose un poco.

Una luz azul nos ilumina.

-¡Será mejor que me dé prisa! ¡Fue bueno verte!

Me pitan.

Bajo del auto para tomarlo de la mano y jalarlo hasta dentro del asiento del copiloto.

Se queja, jala y me cuestiona. Hasta que está dentro arranco.

Subo el volumen de la radio al punto de no escucharle y cada vez que lo baja vuelvo a subirlo. Finalmente se queda quieto, escurriendo toda la lluvia en mi auto. Al llegar a mi casa doy vuelta al automóvil, abro su puerta y lo arrastro dentro.

-Oye, de verdad te agradezco me sacaras de la calle pero tengo un vuelo mañana temprano.

A un lado de la puerta tengo un perchero con ropa seca, abajo un par de paraguas y enfrente una mesita donde pongo el maletín y las llaves, también un florero que me dejó una novia y nunca tiene flores. Lo tomo y lo golpeo con él.

-¡¿Qué demo…?!

Me alzo en la punta de mis pies y el beso, queriendo devorarlo.

-Ichi…

-Ten sexo conmigo.

-Pe…

-Cógeme, chingada madre—le ordeno, empezando a sacarle el empapado pantalón de vestir.

Sus manos poseen mi cintura, nos desvestimos en la puerta arañándonos en el proceso de la desesperación. Dejamos el charco de la puerta, alzándome el en su cintura, besándome con esa euforia que esperaba de años atrás. De cierta forma en su rostro no han pasado, tampoco en su cuerpo, quizá en sus frías manos, tocan con mayor destreza mi ano. O puede ser que no he dejado a nadie hacerlo.

-¿Dónde está tu cama?—cuestiona y le señalo la planta alta, la segunda puerta.

Ahí me tumba y se baja a mamármela.

Gimo, solo gimo. No diré su nombre ni nada más. Solo…

-Ba-basta…—o me correré—Metete—vuelvo a ordenarle. Se coloca y entra de golpe. Me duele muchísimo.

No se mueve.

-Debiste decírmelo—me susurra al oído, luego se pone frente  a mí. Apenas puedo ver sus ojos azules.

Tengo frio. Apenas me doy cuenta que estoy tan mojado como él.

Esperamos. Acaricio su rostro y el sostiene mis manos después de unos minutos.

-Gri…

-Empezaré—corta, empezando demasiado profundo por lo cual grito.

Los vecinos son unos chismosos y seguro vendrán por la mañana con algo así como “Escuchamos ruidos extraños en la noche ¿no entro nadie a robarle?”, solo para que me escuchen decir eso que les hace feliz “No, estuve bebiendo con una amiga”. Cogiendo, tantas ganas me dieron de decirlo directamente.

-¡Bien… bien! ¡Ah, qué bien! ¡Más, más fuerte! ¡Fuerte!—que me escuchen, chismosos de mierda.

Gruñe Grimmjow, siguiéndome en el salvajismo.

-Voltéate—me dice. Se sale rápido, me acomodo, entra y golpea con fuerza.

La cama rechina y el cielo llora… quizá de alegría.

-¿lo re-recuerdas?—cuestiono, no para. Me masturbo. Ha mejorado.

-¿Qué?

-Esa…ah… esa noch… ¡oh, ahí!—me coloco en mi pecho.

-Sí, la recuerdo bien—baja una mano a mis testículos por lo que me obligo a quitarme. Entonces lo tiro en mi cama y me le monto.

-Fue así ¿no es verdad?

-Éramos jóvenes—me siento completamente—Ah, maldición…ah

-Éramos estúpidos ¿eso quieres decir?—pregunto mientras subo y bajo. Acaricia desde mi barbilla hasta los pezones y luego a acariciarme el miembro.

En su mirada pude leer una triste respuesta, en vez de hablar me hizo agacharme a sus labios y permitirle subir y bajar sus caderas en mi trasero.

Clavamos nuestras miradas. Su mano me impide quitarme y hacer que pare, dejo de verlo a los ojos mientras siento como voy a venirme y no deseo que vea mi rostro. Sin embargo me deja sin opción mientras me vengo con la lluvia y la cama que se azota contra el piso.

Tocan la puerta.

Vecinos de mierda que tengo.

Siento como quiere dejarme con la espalda contra la cama pero lo empujo nuevamente.

-Me haz… visto… correrme…—respiro—Es mi turno—está de acuerdo. Sigue.

Ignoramos la puerta y pronto se marchan.

La lluvia incremente junto con un viento gélido.

Su respiración se torna entrecortada y mi trasero anuncia que si no ocurre pronto no podré caminar adecuadamente al despertar. Se lanza a morderme el hombro y entonces me rellena.

Éxtasis.

Espere un momento en lo que carga, marca mi mente.

Me tiro a su lado.

-Discúlpame, el cambio de horario me ha dejado muy cansado—dice y se queda dormido.

Hago lo mismo.

La lluvia está muy violenta. Quizá esté tratando de imitar un rock’n’roll o de ocultar en su tempo como tiembla mi cuerpo por el reencuentro.

 

Lo primero que escucho cada mañana es el automóvil del vecino que enciende al tercer intento pero esta vez es algo más leve: el sonido metálico de un cinturón, pasos susurrantes, ruidos culposos.

-¿Ya te marchas?—digo sin abrir los ojos.

-Lo siento, te lo dije, tengo un vuelo—al abrirlos se está colocando la camisa y ahí veo ese seis completado.

No puedo más.

La calma que enseñan en las prácticas de medicina no aplica a un corazón enamorado.

-¡Te odio!—arrojo la almohada—¡Te marchas nuevamente! ¡! ¿A dónde?! ¡¿Por qué?! ¡¿Con quién?!—busco más cosas, las sabanas, los zapatos, las lámparas, todo.

Estoy llorando como cuando me dijo Aizen: “Sí, me llamó pero no para despedirse de mí, sino de ti. Él dijo: hice lo que pude. Espero entender qué pasó con los años. Adiós y lo siento”.

-¡Te fuiste…! ¡¿Cuándo lo decidiste…?! ¡¿Qué no dijiste que me recuperarías antes de que cantaran villancicos?! ¡Estuve como pendejo cada navidad… esperando… esperando!

Por mucho tiempo, buscando en otras lo que él me dio. Sin encontrarlo. Nunca lo haría. Pero ningún hombre, solo él.

Me sostiene de las manos.

Estoy destrozado.

Me deshago en su pecho.

-Tú eres quien puede destruirme—confirmo.

Imbécil, al final quien se confesó soy yo.

-¿Cómo pudiste irte… y olvídame?—reclamo.

-No lo hice—me abraza levemente ¿Tantea el terreno?—No lo hice, shinigami.

Si él lo explicara, si dijera las cosas que presiento se guarda yo podría… podría por fin perdonarlo.

-Dilo, Grimmjow. Por favor, solo…—lo abrazo más fuerte porque coloca su peso en mi—Dilo o juro que…

Calla.

-¡Necesito que…!

¿Eh?

-Grimmjow…—se ha desmayado y ahora veo que sangra de la cabeza.

¡Lo golpee muy fuerte!

 

¿Cómo te sientes?—cuestiono.

-Mejor, esa lámpara es de piedra ¿verdad?

-Sí, piedra negra.

-Lo sospeché con la segunda—dice mientras termino de vendarle—Mi vuelo es la las 9—informa.

Son las 7:00 a.m.

-Será mejor que me marche.

-¿No entendiste nada?—bajo el rostro y me siento tan joven como en la universidad, inexperto al mundo entero y a mí mismo.

Una de sus manos regresa a aprisionar la mía que se dedicaba a estrangular una venda.

-Eres muy directo Ichigo—enfatiza apretándola con paternidad—¿Qué caso tiene? ¿No te das cuenta que después tendremos el mismo problema?

Aun así no estoy seguro de qué quiere decirme, sin embargo es sencillo verlo en su acción de ponerse el saco aun húmedo y dirigirse a la puerta. Sabe mejor que yo que no estamos hechos para estar juntos.

Deseo saber qué pasa por su mente y él no podrá expresarlo.

Tal parece que al romperse mi molde deje salir todo, de tal manera que es demasiado para Grimmjow. No corresponderá jamás. Una relación que se balancea más hacia un lado que hacia otro esta desminada a hundirse.

Si ya lo sé porque no puedo dejar de pensar en ello.

-¿Continua sintiendo dolor?—cuestiono a la anciana que vuelve por su problema cardiaco cada semana, como un juego azaroso creado por dios para mí, riéndose de cada ocasión donde mi medicación es errónea o falsa en cantidad. Vaya juego macabro.

-No, ha mejorado bastante—parece que he ganado esta partida.

Siento mi propio corazón y me dan ganas de tomarme el medicamento.

Le ayudo a salir hasta que una enfermera se la lleva, entonces me siento en el escritorio a meter mi cabeza entre las manos.

Son las ocho, creo. No lo sé. No quiero ver la hora.

Una de mis manos se desliza a sobarme la entrepierna en el recuerdo de su olor, la mirada que arrasa como olas nocturnas, sus dedos tecleando en mi piel una canción desconocida… su voz que calla tantas verdades como el universo.

Mi cara va a dar al escritorio, sobre los expedientes mientras gimo cada vez más, sintiendo que mi punto está cerca.

¿Por qué no vi una sonrisa en su rostro? Es como si anoche lo hubiese obligado a cometer un pecado que abrió une herida fresca aun.

-Ahhh…—permanezco quieto. No tengo miedo a que mi secretaria entre y me encuentre sonrojado, no es eso, es que me estoy partiendo de dolor.

Nos lastime a ambos pero no puede culparme por extrañarlo.

Subo mi cierre y tomo una toalla de papel para limpiarme.

El sonido del hospital vuelve a envolverme. Normalmente es silencioso pero es como si el rumor tuviera cloro en las palabras que se diluyen hasta volverse conversaciones médicas, de enfermedades, medicamentos y algunos, muy pocos, casi desaparecen porque hablan de muerte. El fin de la medicina fallando. Nadie quiere hablar de ello.

Abro mis carpetas para empezar a firmar cualquier papel que requiera mi autorización. La mayoría son operaciones de niños. Vuelve el peso de cada ocasión, el haberme especializado en pediatría también tiene su parte oscura. Entre horribles injusticias que me han llevado a no creer en un dios hay una hoja para mandar un agradecimiento al benefactor del hospital, va firmada por el director y jefes de área.

Salgo corriendo a la dirección con hoja en mano, nadie detiene a alguien con bata pues siempre creen que es una emergencia.

-¡¿Qué demonios hizo él?!—pregunto presintiendo algo que aún no llega a consolidarse en mi mente. Está en pedacitos esperando encontrar donde embonan.

-Kurosaki, debe calmarse. No puede entrar…

-¡¿Qué hizo?!

Suspira.

Espero.

-Diseñó este y otros catorce hospitales a lo largo del mundo.

-¿Diseñó?

-Ingeniero y arquitecto, si no mal recuerdo. Por su puesto que lo que se le atribuye como genio es haber logrado que se financie el equipo médico de punta.

No comprendo.

-Son buenos amigos ¿no es verdad?

-¿Por qué lo dice?

-En un principio empezaron como caridades pero después pidió que fueras el director del hospital, claro que no se pudo por tu falta de experiencia pero insistió en que no aceptaría a menos de que te diéramos un área.

Hasta ahora doy con la idea, las palabras dichas en voz baja y no escuchadas.

Hasta que estoy en la completa oscuridad puedo ver el universo.

Fuera, en letras enormes, el hospital pertenece a la línea del Ángel guardián, este es el que nombraron el último, el 15.

-Se especializó en pediatría, por eso digo que son buenos amigos.

Un regalo. Desde el otro lado del mundo sabía de mí, procuraba mi bien y me dijo en un gesto enorme “Eres un pendejo, no te he olvidado”.

-¿Kurosaki?—se me escapan unas lágrimas traviesas que seco con la bata.

-Le daré las gracias personalmente.

-Regresa a Alemania hoy mismo.

Por primera vez en el día reviso la hora.

8:23.

Tic, tac, tic tac.

No digo más y salgo corriendo.

-¡Kuro…!

Abordo mi auto y antes de prenderlo vuelvo a bajar a tomar una de las ambulancias.

Quizá me despidan pero… ¡Qué diablos, no va a pasar nada! ¡Qué importa!

Enciendo la sirena y de esa manera el tráfico deja de ser un problema. Desciendo en un estacionamiento para discapacitados y entro corriendo. Miro con velocidad la pizarra de vuelos. Sigue aquí.

Veo la puerta número seis y me apresuro a pasarlo pero algo me detiene. En mi estómago el brazo macizo de un guardia me lo impide.

-Debo detener a alguien.

-Ya han abordado. Si quiere decirle algo llámelo antes de que despeguen.

No tengo su número ¿o sí? Es imposible que sea el mismo que hace una década. Veo el nuevo celular con el viejo chip ¿habrá sido algo inconsciente nunca borrar su número?

Marco.

Espero.

Todos los pasajeros con destino a Hamburgo, el vuelo está por despegar.

Tantos pasos a mi alrededor, voces, y lo único que puedo admirar es un bip que no pasa a su “Bueno”, aceptaría hasta un “¿Qué quieres?”.

-Déjeme pasar—le digo al guardia.

Aun marca.

Su deseo no fue igual al mío, esperar un milagro que él si me lo demostró. No necesita tener el número de una persona que aunque se diga todo de un modo directo no podría demostrarlo.

Comienzo a empujar, a armar un revuelo, viene otro guardia, dos más. Una enorme mujer me hace a empujones hacia atrás. Grito y maldigo.

Debe ser cómico ver a alguien con bata digno de respeto convertirse en un caparazón de celos, nervios y autoengaño.

Me dan un golpe en la nuca y mi mente se pone en intermitente.

El bip deja de sonar.

Me llevan a rastras no porque me desmayara sino por la debilidad que me ha poseído mientras el enorme pájaro de metal expande sus alas y abraza el cielo azul.

-¿Pueden soltarme? –les digo y sonrió. Deben pensar que la bata es de una institución mental—Pagaré el maldito pasaje a Hamburgo.

-¿Cómo dice?

-Aquí y ahora ¿Dónde pago?

En las corneas de los policías me parece que se refleja un rasgo muy felino, algo así como actuar y no pensar, no hablar sino hacerlo… a pesar de todo es más como el dicho de un can: “Perro que ladra no muerde”.

¿Así te sentías, Grimmjow? Seguro de que las palabras no bastan, no son suficientes, que en tu mente se escuchan muy bien pero la realidad las golpea hasta dejarlas deformes y poco presentables como obsequio, un regalo para quien más quieres.

O quizá solo sea penoso.

No llevo maleta, solo mi cartera con unos cuantos miles de yenes y las tarjetas de crédito, ni siquiera un abrigo, sino la bata. Ahora que lo pienso el no traía equipaje, seguramente ya sabía que debía volver a huir, ahora me lo imagino firmando volteando  sobre su hombro esperando no ver  un punto naranja que lo juzgaría tan cruelmente… como…  fornicar en silencio.

Basta ya, será casi un día de viaje y debo llegar sereno a decirle… decirle… ¿Qué le diré? ¡Mierda! ¡Qué ridículo me veré recorriendo medio mundo por él! ¡No! Fungiré que tengo una junta y fue una casuali…

-Are you all right?—cuestiona una mujer a mi derecha.

Hago un gesto afirmativo a mi sonrojo.

¿Con la edad no puede madurar uno también de corazón?

Despierto adolorido de espalda y cabeza, es un bebé que llora el que me ha levantado pero inmediatamente avisan que estamos llegando.

Ya era hora.

Abro la ventanilla esperando estúpidamente una brisa. Me llega algo mejor, la vista de una ciudad desconocida, iluminada como un reflejo del cielo, antiguo y muy europeo.

Nunca he viajado pero aunque lo hiciera todo el tiempo me parece que jamás desaparecía esta sensación de cuando se presenta un escenario que en sí mismo es bello, nunca va a perderlo y por lo tanto jamás dejara de dejar sin aliento.

Todos tardan mucho en bajar por sus maletas, yo sin embargo no tengo nada, ni siquiera el maldito saco que me salvaría de este tremendo frio.

No tengo suerte de encontrar a alguien que hable japonés y mi inglés no es exactamente bueno pero con el logro tomar un taxi hasta un hotel.

En el camino la bella ciudad alemana me cautiva pero después me hunde porque ¡es enorme! ¡¿Dónde voy a encontrarlo si no sé el maldito idioma?!

Al bajarme y después de una discusión medio entendible entre el tipo de cambio del yen (obviamente debí cambiarlos por euros pero eso no ahora una prioridad… o quizá sí) entro a la habitación donde una Tablet me permite pedir cualquier servicio y por suerte acceso a internet. Ahí tecleo su nombre y varias notas saltan a la vista, al parecer es conocido, brillante y, según una revista de chismes, soltero. Un ingeniero alemán de respeto… ¡aquí! Su dirección de trabajo. Marco y espero el menú de idiomas, nuevamente no hay japonés así que espero la batalla para obtener su dirección, entonces me congelo al obtenerla fácilmente, ese mismo día, está a un solo pedido de taxi y verlo…

Estoy a punto de vomitar.

Cuelgo la bata en el perchero para sentirme tan joven como en la universidad, como aquellas ocasiones donde me obligaba a tener sexo y luego platicábamos como si nada de música. Extraño esos momentos. Lo extraño.

Salgo de ahí, temblando de emoción y… de frio ¡Qué helado es aquí!

Me dejan enfrente a una casa de dos pisos de ladrillo rojo, parecida al resto de esta colonia de clase alta.

El aire huele a humedad.

Vuelvo a discutir el tipo de cambio.

También vomito.

-Go, go, go—me dice  el taxista para que me quite del camino pero lo tomo en el sentido que me ayuda a dar pasos hacia esa puerta sin llegar a tocarla.

Reconocería ese sonido donde fuera.

Una madre cantando y un bebé llorando.

Notas finales:

Quiza uno o dos más.

Gracias por leer.


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