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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

Bueno, como era de esperarse no me siento satisfecha por completo con el capi, porque al no tener mi compu -RIP- he estado usando la de mi hermano y no puedo seguir mi formato de siempre, por lo que he tenido que jugar un poco con eso, ojalá a ustedes les guste el capi.

Estoy sensible, dejénme reviews por favor T.T

 

La imagen mental que tenía de Kyan era la de un hombre fuerte y orgulloso.
Y ése, que tenía frente a él no coincidía con esa descripción en absoluto.

Key avanzaba a tropezones con el cuerpo fallido intentando hacer algo tan simple como andar. La camisa blanca que Daniel le había visto rato antes sin una sola arruga en su uniforme de financiero, ahora estaba empapada de su propia sangre, mucha. Estaba herido de bala, muy herido en serio.
Sus ojos color miel al descubrirlo en ese lugar al que había ido por él se habían abierto hasta el límite, brillando atemorizados lo veían llegar con todo el horror del mundo.
Y tras comprenderlo ahí, ése hombre había hecho algo inverosímil, se habría girado sobre sí mismo para cubrir a Lascurain. Empujándolo atrás con su cuerpo débil trataba de volverse un escudo para él.

A la chica armada que se acercaba a ellos, ese luxemburgués indolente le diría casi en un grito.
No le hagas daño. ¡No te atrevas a tocar a Daniel!
Es a mi a quien quieres, ¡dispárame todas las balas! ¡Todas!

Kyan. Y un lado de Kyan que jamás había visto.
Aquel era el segundo en que éste se desprendía de todo con tal de protegerle.

¡Acaba conmigo pero a él no lo toques!
¡¡Por favor!!

Oírlo decir aquello, en ese momento, lo hizo comprender algo: Había estado equivocado.
¡No había querido creerlo!
Hasta ese segundo había pensado que jamás había llegado a tocar realmente a Kyan Novak, que todo el cúmulo de sentimientos que había vertido en él se había perdido.

Pero en ese momento comprendió que ese arisco hombre estaba dispuesto a dar su vida por él. ¡Estaba viéndolo con sus propios ojos!

Aquello no podía ser otra cosa que una muestra de amor, ¡porque uno sólo se sacrifica así por quienes ama!

Y que aquel sentimiento le hizo sentir en una hoguera de dicha.

¡Había sido tan ofensivo con él, tan cortante y tan cruel! ¡hacía apenas minutos! ¿Y no ya había actuado horriblemente contra él tan sólo semanas atrás en Italia?
Y sin embargo, éste… en cambio… no había necesitado palabras para demostrarle qué era lo más importante.

Tras todo lo que había pasado…

No pudo con eso, sujetó a Key entre sus brazos. ¡Lo apretó con fuerza!
Sintió su cuerpo contra el suyo, sus esbeltas dimensiones, el olor de su cuerpo.

Estaba empapado de sangre, su cuerpo estaba helado y temblaba en espasmos.
¿Acaso iba a perderlo?

Kyan… ¡Dios!
Dio en ese abrazo su alma, ¿podría llegar a él su afecto?

Y cuando sintió que no daba más… de pronto sus brazos quedaron vacíos.
.
.
.
.
.

No, ¿qué pasaba?
¿Por qué desaparecía?

¡Kyan!

Su presencia se esfumaba y lo dejaba solo. Daniel entonces quedaba sin nada.
En un limbo que no comprendía.
En un sitio que no existía.





Todos los conceptos del mundo se esfumaban, uno tras otro, incluido el terror que supo que debía haber sentido.

El yo desaparecía.
Y sus restos quedaban a la deriva en ese mar de nulidad que lo ingería, vasto, absoluto…

Supo lo que era.
Aquella era la muerte.

Se encontraba en la nada misma. En el origen de la inexistencia.












No se sentía del todo ahí sin embargo.

Su conciencia apenas si permanecía pero saberse presente era extraño.

Si ése era el final no debería existir ninguna sensación, porque él no podría percibirla, ¿cierto? Esa no podía ser la muerte porque… sentía. En ese mismo instante en que simplemente lo pensaba.

Era dolor.
Un dolor hondo, encajado en su ser como un cuchillo, hiriendo cada palpitar de éste.
Recordaba un dolor así.

Lo ingería.
Tan vasto.
Absoluto.
Mortal.

Era la devastación.
El momento en que tu persona se destroza en pedazos irreparables.

Ya antes… lo había visto.

Derrumbado y derrotado, ebrio y destruido, maldiciendo a dios por haberlas perdido. La chimenea no calentaba su cuerpo. El alcohol no calmaba el sufrimiento.

.
.

Cath y Sol.
Sus dos preciosas princesas.
Muertas.

.
.

Era esa misma agonía, lo sentía en los huesos que ya no sabía si existían…

Quizá… sólo estaba negándolo.
Quizá… aquella era la pérdida de su propia vida.

Y eso, lo que había al final de aquel tormentoso camino. Sólo la continuación de aquel infierno de dolor.

Donde no existían ellas tampoco.

La desesperanza comenzó a apropiarse de aquel mundo, devorando lo poco que quedaba de luz en ese sitio de tinieblas.

Había querido verlas… era el único consuelo que le quedaba.
Ya antes había fantaseado con eso, ¿cómo pretender olvidarlo?

Reencontrarse con la mujer que más había amado.
Y con su pequeña.

.
.
.

Cath, ¿es que acaso ahora podré verte?
Si he de desaparecer… ¿me encontraré contigo?

Sí, por ese consuelo alguna vez habría de intentar lo indecible.
Había intentado reunirse con ella.

.
.
.

Sí, ¿cómo pretender olvidarlo? Algo tan desolador.

Hacía tanto… que no pensaba en eso.

Había estado a punto de hacerlo. Si nadie volvía de la muerte, ¿quién decía que al fallecer no era posible reencontrarse con quienes uno más ama?

Pero entonces se toparía con un par de ojos índigo mirándolo a través del espejo.
La mirada de Reiner tras él, se transformaba por completo. De sorpresa a terror en un instante.

Dan. ¡¿Qué mierda se supone que vas a hacer?!
¡¡Suelta eso ahora!!

No había pensado ser descubierto, que alguien invadiría su intimidad al grado de entrar a su baño. Pero Köhler lo había hecho y estaba ahí, en la puerta, incrédulo, mirando la evidencia en sus manos, pastillas para el corazón de Catherine que él estaba a punto de meterse por la garganta.

¡Deja de pensar sólo en ti!
Si tú en verdad amas a Cath, no te quitarías la vida. Sería ciertamente la cosa más absurda y egoísta que podrías hacer, ¡ella jamás habría querido eso para ti!

No... noo… ¡que no hablara de ella!
¡Sentía que le arrancaban las lágrimas!

¿O tú hubieras querido que ella se drogara hasta morir por no poder soportar tu muerte?

Que horribles palabras.
Dan miró Reiner. Gris contra azul.

No. Daniel por ninguna circunstancia habría querido que su amor se quitara la vida, ¡perderla había sido su ruina! ¡Ella era la luz de su vida!
Una ola de triste emoción lo hizo sentir que nada valía la pena ahora que ella no estaba en el mundo.

Pero… su amigo tenía razón, suicidarse era completamente egoísta.
Y se lo había dejado en manifiesto crudamente.

El temblor en su mano mostraba como ansiaba tan desesperadamente estar con ella de nuevo o simplemente terminar con todo. Odiaba ver a Reiner en esos momentos como nunca lo había hecho antes, porque… no sabía si podía insistir en suicidarse después de oír esas palabras.

¿Qué importa eso? ¿Qué importa lo que sea?
Nada tiene sentido, las he perdido a ambas, ¡las personas que más amé en el mundo!
¡Están muertas! ¡¡Están muertas!!
¡Se han desvanecido!- había exclamado, cerrando los ojos para no ver nada.

No importa lo que haga.
Ya no están conmigo.
Hoy y mañana, nada, nada cambiará.
Catherine y esa vida dentro de ella que nuestro amor creó… desaparecieron de mi mundo.
Y queda solo un universo sin ellas.

¿Cómo poder seguir adelante? Sin importar a dónde vaya, las decisiones que tome, el tiempo que pase, sin importar nada… se han ido.
¡Se han muerto! ¡Cathy y Sol están muertas!

¡Y un lugar sin quien más amo no es donde quiero estar! ¡Es así de simple!

¿De qué sirve permanecer aquí? ¿Qué sentido tiene? ¡Nada las traerá de vuelta!

Reiner… sé que tú no lo entiendes, pero no puedo seguir más tiempo aquí, no quiero, sólo… ya no puedo más, ¡¡porque cada día es sólo muerte!!


.
.
.

Muerte.

Esa noche había querido ir hacia ella.


Tú sigues aquí.
¡Tú sigues aquí, Daniel!
Le escuchaba decir a quien estaba dispuesto a volverse su socio sólo con tal de verlo volver a ser él mismo.

¡Piensa!
¿Qué sucede cuando mueres enfrente de mí? ¿Qué sucede cuando tu madre reciba mi llamada en que le digo que dejé que te fueras, que nunca volverá a ver su primogénito, su hijo favorito?
¿Y tu padre?¿Pensaste en lo mucho que lo lastimarás también?¡Tú eres su orgullo, su legado, sabes cuánto te admira!
Y Vi.  Harás que tenga que venir corriendo a ver el cuerpo de su hermano muerto, ¡y tú más que nadie sabe lo que es esa sensación! Vas a destrozarla con esa escena por el resto de su vida justo ahora que acaba de dejar a Roger y necesita valor, ¿qué de todo eso te parece justo?

Y Josú. Ése niño acaba de ser separado de su padre de un día a otro y acaba de perder a su única tía también, ¡no has sido el único que se ha quedado sin ella? ¡Lo sabes!
¿No ya son demasiadas muertes para ese niño? ¿Y qué le dicen a él tus acciones? Le enseñas que es una opción lo que estás a punto de hacer cuando sienta que no pueda más. ¿En verdad eso es lo último que quieres enseñarle?
¡No puedes herir así a un niño como él!

Jamás habría creído que Reiner le diría algo así.
Pero éste estaba mortalmente serio.

Arruinarías las vidas de muchos,, ¡piensa en alguien que no seas tú por un segundo!
Todos los que te rodean te aman. Y tú sabes que es verdad, Daniel, ¡porque eres ese tipo de personas que da su corazón y siempre gana el de los demás! ¿Por qué otro motivo estaría yo aquí?

¿Y yo? ¿Qué hay de mí?
¡No hagas esto!

Daniel había agachado la cabeza, sin ser capaz de mantener esa afilada mirada, avergonzado completamente, sintiéndose empequeñecer más y más.
Cerró los ojos… deseando que todo el universo desapareciera.

La tristeza lo jalaba hasta lo más hondo, desvaneciendo los colores del mundo. Ya no quería ver nada. Escuchar nada. Sentir nada.
En verdad quería morir.

Pero entonces la cercanía de Reiner cambió súbitamente.
Había bastado un segundo para que el alemán fuera hacia él y lo sujetara las muñecas. Se las apretaba con fuerza. ¡Dolía!
Le hacía soltar el frasco para después empujarlo de los brazos contra el azulejo negro de su baño, usando la potencia de su cuerpo para inmovilizarlo.

Era gracioso que su amigo pensara que tenía que ser tan brusco, en realidad no tenía fuerzas para resistirlo…

¡No es momento de rendirte! Porque no puedes adelantar tu vida por ellas.
Si estás aquí es que no es tu destino seguirlas… no aún.

¿Y quieres una razón más? ¡Cómo si no hubiera suficientes!
No seas estúpido.

Mover sus manos fue confirmar el hecho de que no podría liberarse.
Köhler frenaba su desquiciado plan.

No iba a poder vencerlo.
No iba a poder seguir con aquello.

¡No seas estúpido! Exigía de nuevo, Reiner, casi en reclamo.

Nunca antes había escuchado ese timbre en su voz lleno de vulnerabilidad. Se le quedaría marcado por siempre en el alma.

.
.
.

Si éste no hubiera entrado en ese momento... habría tomado ese puñado de pastillas y se habría provocado un infarto. La narración obscura en que destruía a su familia sería profética.

Reiner tenía razón, completamente. En todo.
Estaba siendo un estúpido.

Lo siento- murmuró, su voz ya ni siquiera sonaba como sí mismo.
Estoy desesperado- confesaba, aunque eso de pronto era más que evidente.

Duele. Duele tanto estar aquí. Tanto que todo ha perdido el sentido.

Estoy tan perdido que necesito desesperadamente un motivo que me permita seguir adelante ¡pero eso en este universo no existe!

Si tan solo puedo terminar con todo y hacer que mi corazón deja de latir como el de ella… ¿podré… verla?
¿Estará Cath… esperándome?

El mayor le apretaba las muñecas hasta estrangulárselas.

Pues vas a tener que joderte, Daniel. ¡Porque no te voy a dejar hacer esto!
¡Eres mi única jodida familia!

Ojos azules contra ojos grises.

Ellos se conocían de hacía años, Daniel era fundamentalmente el hermano de la que se había vuelto la mejor amiga de ese alemán y eso los había acercado.
En un inicio, no había sentido que coincidieran en las generalidades, pero a veces eso no era lo importante, ¿cierto? Porque Reiner había demostrado ser un buen amigo, una y otra vez. Como si deseara ganárselo, y lo mismo con sus padres.

Köhler era encantador, tanto que si no fuera homosexual, su madre Vanita habría querido casarlo con Vi, había escuchado a su madre bromear sobre ello con ironía.

Y era probable que Reiner viera a los Lascurain como una extensión de su familia… debido a que estaba distanciado de la suya.

Aun así.
Nunca habría creído que él lo vería hacer algo tan privado como intentar terminar con su vida, que se enfrentara a esa espantosa versión de sí mismo, que le estuviera sujetando así debido a un horrendo motivo, con una fuerza que además de oprimirlo buscaba atraparlo, contenerlo, mantenerlo a flote.

Bien, podía confiar en él.
Quería hacerlo, no tenía fuerzas para otra cosa.

Así que dejó que algo dentro de él se quebrara.
Quizá… era la última de sus piezas..

El infierno dentro de él comenzó a salir sacándole todas las lágrimas que aún contenía en el alma.
¡Y una vez que comenzó a llorar no pudo parar!
¡No pudo parar!

Se dejó llevar por aquel mar de absoluto pesar hasta ahogarse por completo y después, cuando estuvo moribundo de vuelta a su cama, fue que como en un delirio escuchó las palabras del alemán llamándolo egoísta, advirtiéndole del daño que dejaría atrás.

Reiner… lo había salvado de esa noche tan obscura, quedándose a su lado.
Y los siguientes días.
Y los siguientes días.

Hasta verlo incluso firmar los papeles que lo hacían socio de LD, volviéndose un inversionista de los Lascurain. Y comprometiendo su amistad en un contrato que no volvió a necesitar de palabras.

Jamás terminaría de pagarle.

Sí, Reiner lo había salvado de esa noche tan obscura, y él nunca más intentó volver a terminar su vida.
Pero eso no significó… que hubiera parado de desear la muerte.

.
.
.

.
.
.

Pero ahora, ese mar de agonía volvía a envolverlo, era llevado por el sinuoso vaivén de su corriente, transportándolo a través de algo que era nada.
Un pozo de olvido y pena.

Su relación con la muerte era extraña sin duda. ¿No lo probaba el que siguiera pensando en eso cuando ya no debería existir?

Pero no pretendía entender porque carecía de fuerzas, ¿qué era él al fin y al cabo?
¿Tenía un cuerpo en ese espacio?
¿O lo había vuelto a perder todo?

Sólo comprendía algo con seguridad, ese sitio… era lejano.
Quizá no volvería a ver a Kyan ni a Reiner. Ni a nadie.
Quizá los presagios que Rein le había vaticinado se estaban cumpliendo uno a uno.
Vi vería su cadáver.
Key vería su cadáver.

Quizá…

Había cruzado… una frontera.
Y tras ella había naufragado.




Sintió tristeza.
Una profunda tristeza.
De saber que todo estaba perdido.

Cath, si estoy muerto… ¿por qué no puedo verte?
Es el único consuelo que me queda.




¿Qué… era eso?

¡¿Cómo era sentir a alguien cerca posible?!

¿Acaso aún existía su cuerpo?
Lo tocaban, alguien… ¿lo tocaba?

Lo atraía hacia sí, y él no entendí nada.

Fue llevado, a través de aquel mal nocturno y profundo, él no podía luchar contra la corriente ni contra aquella fuerza, no es como si tuviera un cuerpo de verdad.

Todo era tan extraño y supo que debía reaccionar.
Pero ser arrastrado por ella…

Ella.

No había podido resistirse. Nunca había podido.




Yacía.
Ahora comprendía su existencia aunque ninguna cosa más.
Sentía cercano ese mar obscuro del que había escapado, lo escuchaba a la distancia en el romper de sus olas.

A su alrededor se desenvolvía una noche llena de estrellas junto al mar. Pensó en Italia y Portugal.
Pero sus pensamientos se perdían sin que fuera capaz de hilarlos.

¿Dónde… estaba?
¿Era un recuerdo? ¿Una alucinación?
¿Algo aún prevalecía?

Ni la lógica parecía hacerlo… desde algo que no comprendía que era el tiempo.

Sintió sus pulmones hincharse de aire, en un jadeo desesperado que no sabía había necesitado. Y entonces pudo verla.

Como una sirena rescatando un príncipe de su naufragio, un cuento de Andersen.
Ahí estaba ella. Una hermosa criatura de cabello profundamente negro y celestiales ojos azules, sonriéndole.

Ah, ¡esa maravillosa sonrisa!
Quizá estaba más enamorado de esa sonrisa que de la mujer misma, ¿podría ser?
Porque esa alegría podía completamente con él, tan honesta, tan maravillosa, tan amorosa, tan Catherine.

Su mujer, su amor, la madre de su hija, su esposa, su todo.
Cath. Cath.

Quiso decir su nombre, pero ella habló primero.

Mi apuesto esposo, el amor de mi vida- lo saludó ella con una divertida definición- Dan Miller.

Ella… solía llamarlo así. Para declararlo suyo.
Porque habían algún día discutido la posibilidad de que ella cambiara de nombre a Catherine Lascurain. Las bromas de esa preciosa ninfa, ¡simples y adorables!

Y su voz, ese timbre exacto… había creído haberlo olvidado tras meses y meses sin ella.

Estiró la mano que no sabía que existía para intentar alcanzarla.
Si ese era un sueño, ¡no quería despertar!

- Cathy- pudo decir. Estirándose para tocarla- ¡Cathy!

¡Por qué no le bastaba con verla!
¡Pudo sentir su mejilla! Suave y blanca como siempre.

Aquello debían ser sólo sus recuerdos porque, ¡no podía creer que aquella belleza aún existiera!

Eso no podía ser real.
Quizá en verdad estaba muerto. ¿No había pedido verla?

El rostro de su esposa se restregó contra su mano, ella lo besó en la palma suavemente. Ese gesto, tan lleno de dulzura le derritió el corazón, como ella solía hacer sin esfuerzo.

La había echado tanto de menos, ¡había muerto sin ella por tanto tiempo!

Dan… perdóname- le oyó decir.
Lamento haberte herido así.

- Cathy…

La sonrisa de su amada había desaparecido.
Y entonces pudo ver un profundo pesar que enturbió sus rasgos.

- Não, meu amor…

Jamás quise arrebatarte a tu hija, nunca quise que sufrieras por culpa mía- dejaba ir ella, su mano le acariciaba el cabello, y tal como solía hacer, enredaba sus dedos en aquellas hebras obscuras y ensortijadas de su cabello- Fue tan triste tener que irme, saber que me llevaba tanto. Perdóname.

Reiner le había dicho sobre los que tenían que quedarse, esa perspectiva había conseguido frenarlo de terminarlo todo, de ir hasta el final de ese camino sin retorno por el cual el amor de su vida se había ido para no volver jamás.

Yo sabía que mi cuerpo era débil, por eso temía tanto no poderte dar lo que merecías, quería muchos hijos contigo, una vejez contigo, ¡soñaba con una vida llena de aventuras! De picnics, de risas, de mañanas bellas.  

¡E hice todo por hacerte feliz pero al final sólo fallé!
Tú eras lo más importante para mí y todo salió mal.

¡No podía creer que ella dijera eso!
¡No podía creer que ella pudiera pensar eso!

- Cath… tú no fallaste en nada. ¡Me hiciste inmensamente feliz!
  Fuiste todo para mí.
  ¡Agradezco cada segundo que pasé a tu lado!
  ¡Y maldigo todos los demás!

Se alzó, la acercó a él lo más que pudo, la estrechó con todas sus fuerzas.
Sentía su cuerpo, su olor, sus dimensiones, su calidez.
¡Todo ella!

¡Era imposible!
Aquel sitio no podía ser real…

- No sabes cuánto te he extrañado, ¡pensé que me volvería loco! ¡Qué lo había perdido
  todo!
  Pues aunque tu cuerpo hubiera desaparecido, no lo hicieron los recuerdos
  ¡Prometimos estar juntos!
  Dios, Cath, yo… yo cumplí. Seguiste dentro de mí. ¡Nunca te fuiste de ahí!
  Te amo, te amo tanto, tanto que yo… nunca creí… que ese amor… pudiera ser vencido.
  Qué él…

NO.
No pudo decirlo.
No pudo, no a ella.

Se sintió vencido.
Desvanecido.

¿Qué querrías a alguien más cómo me quisiste a mí? definía ella, manteniéndole ahí.
No le permitía… extinguirse.

- Sí.
Cath… te prometí amarte hasta que la muerte nos separara, ¡pero yo quería amarte
  hasta el más allá! Y de pronto… todo había cambiado.

Era de esperar que no creyeras querer a nadie como a mí, ¡nuestro amor era legendario!
Reía Cath.

Había olvidado ese sonido, alegre y ligero. Tal como ella.

Aquello… era más que un sueño. Tenía que serlo.

- Yo… no pensaba que después de ti… podría volver a sentir esa clase de amor, Cath.
  Aquel que te hace entregarte por completo, aquel que te llega hasta el alma.
  Me sentía tan culpable de desear estar a su lado porque nunca has dejado mi corazón y
  al mismo tiempo… sentía algo por él.

  ¡Y no es que dejaras de doler! ¡No es que no deseara estar más contigo!
  Pero… lo quería. No podía ignorar esos sentimientos que no paraban de crecer en mí.

  El día que dejé de usar mi anillo que me unía a ti… ¡ese día comprendí que no podía
  volver atrás!

  Más mis recuerdos contigo, la felicidad que construí contigo ¡nunca quise renunciar a
  ellos! ¡No quería perder el amor que te había jurado! ¡No quería volver a perder nada!
  ¡No de nuevo!

Sintió que su ser se desgarraba, Daniel lanzó un berrido furioso.
Que de pronto se extendió por doquier.

¡El dolor lo poseía torturándolo con aquellas memorias!
¡Volviéndolo confusión y culpa!

- Lo siento, Cath… ¡no intentaba reemplazarte! ¡No buscaba olvidarte yaciendo con él!
  Era diferente, no puedo explicarlo, yo… sólo… me enamoré de él.

Pensar en Kyan le hizo perder la cordura.
Daniel comenzó a llorar desesperadamente.

¡Ahora sería a él a quién jamás volvería a ver!
Porque de pronto sentía que acababa también de perderlo a él.

¿Qué tan desquiciado era aquel pensamiento estando frente a ella?

Pero su maravillosa mujer seguía sonriendo, pese a todo.
Regalándole aquella expresión mágica que borraba todo lo malo del universo.

Nuestro amor… era legendario, Dan, ¿no era lo que nos decíamos todo el tiempo?

A nadie amé más que a ti, ¡tú sabes que es así! Así que mi amor es algo que eres incapaz de perder. ¡No tienes que renunciar a él, no existe una razón!

Y mientras tú me pienses, ahí estaré, ¿cierto?

Y un corazón enorme como el tuyo es lo suficientemente grande para amarnos a los dos. Lo sé mejor que nadie.

Lo contemplaba con tanto amor que hacía parecer a su tortuosa confesión como algo que necesitaba suceder para hacer que todo estuviera bien de nuevo.

La mujer más hermosa del mundo.
Su mujer.

Adorable, le acariciaba la cara. Cath Miller parecía una pequeña niña, divertida de tenerlo ahí, entre sus manos.

Daniel quedó sin palabras.
Mirando a su esposa sin poder creer que pudiera verla.

¡Su cercanía le robaba todo el aire!

¿Ella… era eral?

Yo quiero que sigas amando, Dan.
Sería un desperdicio que tu afecto se perdiera, es lo más hermoso que conocí.

- Cath....

La promesa que me hiciste, era una promesa de vida. De compartir el resto de éstas juntos.
El tiempo que tuve ¡fui tan bendecida!

Y cuando todo terminó, tú viviste, ¡el amor de mi vida vivió! ¿Cómo no desear que lo hicieras aún si fuera sin mí? ¡Daría todo por ti Dan, eres mi adoración!

Fuiste tú… quien se quedó, quien tuvo que perder al otro.
¡Yo no sé si hubiera podido ser lo suficientemente fuerte para soportarlo!

Las pastillas. Recordó las pastillas en su mano.
Ese deseo de terminar con todo.
“Su amor legendario”.

Y por eso… lo siento tanto. Amar algo que no existe debe ser lo más triste del mundo.

¡Lo único que quería era que fueras feliz! Que esa sonrisa perfecta y blanca contra tu piel morena nunca desapareciera.

¡Tú amor fue lo mejor de mi mundo, Dan!
Y el que se lo des a alguien más si yo no estoy, no cambia nada.
Lo que siento por ti… no depende de nada.
Este existe… aunque yo no lo haga.

Las palabras de Catherine eran tan preciosas como desoladoras.
Y no supo manejarlo.
Sucumbió a sus más profundos deseos.

- Existes aquí. ¡Eres real aquí!
  Este sitio que no comprendo, que me hace pensar que en verdad no estoy despierto.
  Estoy muerto, ¿verdad?
  ¡No me importa si lo estoy!

Cath no dejaba de dedicarle una enternecida sonrisa. Podía verla a su lado después de aquel naufragio en ese lugar sin forma, nada a su alrededor podía distinguirse por una densa neblina llamada nada, sólo… las estrellas se mostraban.

Dan, yo no sé si estás muerto, porque yo misma no lo entiendo.
Quizá en realidad soy sólo tus recuerdos de mí, ¿cómo saber? Pero hay algo que sí te aseguro, ¡algo que puedo jurar sobre mi alma! Y es que Dan, mis palabras a ti sobre son verdaderas.

Eso fue tan doloroso.
Tan infinitamente doloroso.

¿Cath se iría?
¿Él mismo se iría?
¿Se separarían de nuevo?

En un espacio tiempo que apenas si comprendía ella no parecía sufrir, la sintió recostarse a su lado en aquella, arena negra, de aquel mar negro, mirando al cielo donde brillaban las estrellas.

Podía verlas reflejadas en ella, mirando algo a lo lejos que Daniel era incapaz de alcanzar.

Bien podría ser, tal como Cath había dicho, sólo el último juego de su mente. Una desesperada memoria. No había certeza alguna que esa sirena existiera.

Yo fui feliz, Dan.
Lo nuestro fue legendario en verdad.

Siempre supe que mi vida sería corta, por eso fui ambiciosa y lo quise todo. No me importó quedarme a tu lado pese a saber que serías tú el que tendría que perderme. ¡Quería tu maravilloso amor!

 Por eso me hace feliz también… saber que puedes querer después de mí.
De saber que puedes amar aún, que yo no me llevé eso conmigo.

Pero antes de que pudiera decir algo más, lo siguiente que escuchó lo detuvo.

Y Sol… ella también es feliz.

¡Su hija! Hablaba de la pequeña que ambos habían esperado, esa personita que jamás había podido conocer, su existencia no había podido ser otra cosa que una pequeña fuerza pateando el vientre de su esposa. ¡Tan milagrosa como lo era saber que esa era su hija!

Una luz desvanecida.

- Sol- murmuró él.

No había dicho su nombre desde ese día. Había sellado su identidad, porque nombrar a la chiquilla que no había podido ser era lo más doloroso que podía haber para un padre que había perdido a su hija.

- Mi pequeña.

A ella no le llega la tristeza, no debes sentir dolor por ella.
 
- ¿Puedes… verla?- su voz se quebraba, su corazón se estrujaba, atormentado.

- susurró Cath, su expresión se volvió infinitamente bella, el anhelo divino de una madre- es un destello que no se ha extinguido. Un solecito en verdad.

Un extraño alivio lo envolvió, donde antes sólo había existido miedo.

Dan… ¿no es suficiente lo que ya nos entregaste?

Catherine ahora susurraba, dándole un beso muy lento y muy suave.

Tanto tiempo, tanto amor, tanto dolor… ¿no es suficiente?

Se sintió envuelto en todo ella, un hermoso amor, una indescriptible paz que no había sentido que no había sentido hacía tanto… tanto… tanto…

El eco de la nada, repetía la frase una y otra vez, pero ahora estaba su ausencia.

Tanto tiempo, tanto amor, tanto dolor…
¿no es suficiente?

.
.
.
.

¿No es tiempo…
… de irte ya?

.
.
.

¿No es tiempo…
… ya?

.
.






Daniel.

Su nombre… dicho… a lo lejos.
En una voz distinta.

¿Por qué? ¿Por qué no vuelves?

No era Cath.

¡Es tan doloroso verte así!
¡No lo soporto!

Esa voz que escuchaba…
… que le llamaba
… que lloraba así

era…

.


Él.






Continuará...

 

Notas finales:

Alimenten a las musas.


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