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CRUSH. por Akudo

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14.1 Hoyo profundo

La famosa estrella del baloncesto profesional tiene un curioso secreto, le gusta ser tratado como un simple agujero follable.

Su organismo se siente caliente luego de que la pícara lengua que no le pertenece sale de su boca y la pastilla estimulante que la otra persona le ha compartido desciende por su garganta. Su brazo de agarre fuerte sostiene el cuerpo ajeno pegado a él, y el chico continúa colgado de su cuello, mirándolo con expresión drogada mientras su risa incoherente se pierde entre la música.

Es un muchacho joven, atractivo y notoriamente más pequeño que él, por lo que debe alzarse en la punta de sus pies para alcanzar el rostro de Aomine. Se tambalea debido al cóctel de alcohol y sustancias ilícitas que ha agarrado a golpes su sentido del equilibrio, entre otras cosas, así que bastante desinhibido recorre el cuerpo moreno por encima de la ropa y lo incita a enloquecer juntos.

— Oye… ¿nooo te conozco de algún lado? Esstoy seguro de que te he visto antess.

Pero no es el tipo de hombre que Daiki necesita. Se lo saca de encima, y a pesar de que el chico trata de perseguirlo se da de trompicones con la multitud que le cierra el paso dentro de esa oscura y ruidosa cueva de bajos placeres, y el alto peliazul le pierde el rastro con facilidad.

La acústica del lugar es potente, lastima sus tímpanos sin dejarlo escuchar su propia actividad cerebral y reverbera a través de sus órganos internos, queriendo obligarlo a que todo su cuerpo se mueva al mismo ritmo. Sería inútil que ahí adentro se pudiera llevar a cabo algún tipo de conversación fluida, así que quedaba más que claro que esa no era la intención de nadie; solo pretendían perder la cabeza y dejarse corromper, que manos extrañas tiraran de ellos hasta la pista de baile y que sus pieles transpiradas resbalaran contra otras desconocidas sin pudor.

A nadie le importaba cómo era la voz de los demás, si eran decentes o malvados, dónde trabajaban o qué pasatiempos tenían. Cada uno era seducido por la atracción física, exhibiéndose para ser juzgados únicamente por su portada; sin embargo, no quedaba exenta la posibilidad de que Daiki pudiera ser reconocido.

Esquivó algunos cuerpos que pretendían bailar, mas la ebriedad no les ayudaba con la coordinación, pero no les importaba y solo seguían chocando y frotándose entre ellos en aquella orgía danzante. Recostado en un pilar al costado de la barra de bebidas con una buena vista de las chicas semi desnudas que se contorneaban dentro de las jaulas que colgaban del techo, donde las luces convulsivas no molestaban demasiado y la masa de gente no los enjaulaba, encontró a un sujeto algo mayor que él y un poco más bajo pero robusto.

La iluminación no era muy buena así que no pudo verle bien el rostro, tampoco es que se hubiese esforzado en hacerlo. El otro hombre también hizo contacto visual sin dejar de tomar su bebida y no pareció reconocerlo, o al menos no lo demostró; no parecía tener compañía, y a juzgar por la repasada que le dio a Daiki de arriba abajo los varones no le eran indiferentes.

Esto bastó para que el moreno estirara su mano y la hiciera aterrizar sobre la entrepierna opuesta, y con una simple mirada se entendieron. Se cambiaron de un sitio oscuro a otro, pero en este no había música envolviéndolos ni otros cuerpos asediándolos, solo dos siluetas sudorosas restregándose entre sí, golpeándose con tanta fiereza que el ruido depravado de la cama haría que más de un religioso se persignara sin parar.

Los codos y rodillas de Daiki se hundían en el colchón fuertemente cada vez que el peso del otro chocaba contra su trasero alzado, así como la mitad de su rostro se sumergía en la almohada que aferraba entre sus dedos al gemir sin control. Veía con dificultad a través del espejo del tocador cómo era follado con frenesí, mientras la droga en su sistema hacía que su cuerpo estuviera peligrosamente sensible y que notara mil veces mejor el pene que le estaba punteando el colon.

También fue consciente de que su acompañante poseía bastante pelo corporal. Una auténtica mata de rizos ásperos se aplastaba contra sus nalgas cada vez que los testículos de ambos se abofeteaban y el miembro cubierto por uno de los condones baratos que les dieron en la recepción del love hotel le hacía una profunda exploración rectal. No les ofrecía la mayor naturalidad, pero contaba con el suficiente lubricante para que el erecto invasor se deslizara hasta el punto más lujurioso dentro del basquetbolista, además de impedir que algún fluido indeseado se colara donde no debía.

Las manos gruesas y toscas con vello en el dorso de ellas estiraron las nalgas morenas de par en par para ver su propio sexo arremetiendo el vicioso agujero en medio, luego las apretó gruñendo al sentirse tan atrapado ahí dentro. El primitivo mete y saca se hizo más constante y agresivamente delicioso, hasta que la cama dejó de masacrar la pared y las voces roncas se desvanecieron en el sopor del orgasmo.

Una vez que la descarga de semen se asentó en la punta del preservativo y los músculos internos del más alto dejaron de apretar tan groseramente, el miembro satisfecho retrocedió y el látex usado fue abandonado en el suelo junto a los demás, dejando vacío el “cuarto de juegos” de Daiki.

El amante sin nombre volvió a subirse los pantalones y se abrochó el cinturón, depositando dentro del amplio hoyo anal del moreno unos cuantos billetes.

En cuanto la puerta se cerró avisándole que se había quedado solo, Aomine dejó caer sus caderas agotadas en la cama y se sacó casi diez mil yenes del culo, riéndose porque ese hombre había pensado que acababa de obtener placer de un puto cualquiera y no de un atleta famoso que siempre aparecía en las noticias deportivas, y cuyo rostro protagonizaba masivamente anuncios publicitarios en todo el país.

 

 

 

 

 

14.2 Dolor de trasero

Atsushi está nervioso por la primera vez de su virgen trasero.

Murasakibara apretó sus enormes manos transpiradas en la almohada, con su mirada aparentemente aburrida puesta hacia el frente con toda la concentración que tenía para no enterarse de lo que ocurría a sus espaldas, porque la verdad estaba tan aterrado que en cualquier momento saltaría fuera de la cama y saldría corriendo. El aire rozaba sus nalgas desnudas totalmente desprotegidas, las cuales dieron un brinquito de sorpresa al sentir los dedos de Seijuro sobre ellas y luego algo mojado que se esparció en la zona que el pelirrojo preparaba.

El grandote casi ni respiraba, hundiendo el mentón en la almohada para cerrar los ojos con fuerza. A sus veintidós años nunca había tenido tanto miedo como ahora, pero es algo que debía ocurrir, ¿no?

— Si te tensas tanto no va a entrar, Atsushi.

Sus músculos estaban contraídos por el pánico y su novio no es que ayudara mucho.

— ¿Me va a doler?

— Claro que sí.

— ¡Aka-chin! Al menos sé un poco considerado en mi primera vez. —se removió nervioso, sintiéndose cada vez más febril.

La palma de Akashi se desplazó por su larga espalda desnuda y sudorosa en un contacto gentil que erizó a Murasakibara, para luego repartir besitos por su trasero pálido que contrastaba con el resto de su piel por la marca de la ropa interior. Aun así, al de pelo morado se le dificultaba relajarse y cuando Akashi anticipó sus intenciones de huida presionó sobre la zona lumbar para mantenerlo quieto.

Atsushi fácilmente podría sacárselo de encima usando un solo dedo si se lo propusiera, pero en cambio decidió obedecer aquella orden muda porque Aka-chin siempre es el que manda. Él lo sabe, Akashi lo sabe, y las posibles formas de vida de otros planetas seguramente lo saben también.

— Tú preguntaste y yo siempre digo la verdad. Ahora no te muevas o dolerá más de lo necesario.

— Bien… —no muy convencido intentó tranquilizarse con respiraciones hondas mientras pensaba en algo bonito, pero entonces sintió la punta presionando sin aviso previo y antes de que pudiera quejarse toda la longitud ya atravesaba su inexperto trasero sin ninguna compasión. ¡Qué dolor! Estrujó la almohada en un asfixiante abrazo, incluso la mordió para soportarlo hasta que el caliente líquido se esparció en su interior, aumentando el tan angustiante ardor que difícilmente olvidaría.

— Listo, ya deja de lloriquear. —Seijuro sacó la inyección, provocando un gemido dramático en Murasakibara, y volvió a limpiar con la gasa mojada en alcohol. Al terminar palmeó la nalga que quedó adornada con un pequeño piquete rojizo.

Atsushi se giró con los ojos cristalizados y se subió el bóxer de vuelta a su lugar, mirando a su pareja con reproche. Pasaría un buen tiempo antes de poder superar tan horrible experiencia, no volvería a enfermarse jamás.


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