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Valiente. por Maira

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Hakuei. Aquel nombre había elegido para su hijo varón el cual sostenía en brazos. Ya con tres meses, había crecido bastante. Pues desde un principio había sido un niño de tamaño considerable que casi había matado a su joven madre durante el parto. Sin embargo allí estaba, durmiendo tranquilamente. Miko, su hija, aún no había nacido a pesar de que ya muy poco faltaba. El enorme vientre de su madre así lo demostraba. La comadrona, una vieja mujer que tenía fama además de curandera y mística, les había asegurado que era una niña. Por lo que su nombre había sido decidido bien hubieran recibido la noticia.

La localización del burdel era muy famosa, pues se encontraba cruzando el puente principal del río que dividía aquella porción de tierra en dos, por supuesto en la zona dónde la ciudad comenzaba a desarrollarse. Sólo bastaba con seguir el camino que daba a la taberna durante unos quince minutos para llegar a pie. Día y noche la alegre música y el buen vino corrían.
Les dio las instrucciones luego de la explicación, a ellas les esperaba una carreta mercante que las llevaría lejos, al desierto. Sin él no podrían quedarse allí durante mucho tiempo más, pues no estaría presente para evitar un posible ataque al correr la voz en un futuro, del hecho de que los niños llevaban su sangre circulando por las venas. Tenían que irse de allí. El desierto con sus numerosas gentes dispuestas a recibir desamparados para forjarlos a su placer y conveniencia era la mejor opción, él mismo lo sabía de acuerdo a su propia experiencia.

Hakuei y Miko serían los hijos de un desertor del ejército del rey y unas jóvenes prostitutas que quizá no llegaran a los veinte años de edad, pero no merecían una vida como la que en esa ciudad les esperaba. Quería que crecieran, que forjaran un carácter. Además deseaba que aprendieran las implacables técnicas de lucha provenientes de aquellas exóticas tierras que tanto siempre le habían atraído. Él no podía darles nada más que unas bolsas de monedas y esa factible vía de escape a un futuro mejor.  

Era el día acordado, sin embargo faltaban unas horas para que el Sol se asomara a través del horizonte. Aún tenía tiempo de hacer todo lo que debía antes de ir a la mansión del monstruo Miwa.
Bajo la luz de las velas en aquella habitación común en dónde un intenso pero misterioso perfume flotaba besó la frente de su pequeño para luego depositarlo entre los brazos de Dalia, una de las jóvenes prostitutas del “Jardín prohibido”, burdel en el cual todas las jóvenes poseían un nombre de flor. Con cuidado se inclinó a besar a Miko quién pateaba en el vientre de su madre Narciso, la inquieta niña que habían engendrado entre borrachera y borrachera.

Las aconsejó a ambas, pidiéndoles que cuidaran muy bien de sus pequeños. Era obvio que no las amaba. Tampoco ellas lo amaban, o tal vez sí. No lo sabría jamás. Lo único que sabía era que aquellos eran sus pequeños ya que había pagado un dineral al dueño por los servicios de aquellas dos hermosas flores sólo para él. Las había tratado con cuidado desde el principio, eran muy pequeñas y frágiles. Las había tranquilizado, acariciado, mimado y había hecho que sus “capullos reventaran” con mucha delicadeza.
Repentinamente mientras acariciaba el prominente vientre de Narciso, se preguntó cuántos hijos más de todos los burdeles que había frecuentado desde que había vuelto a la ciudad, le pertenecerían. A eso tampoco lo sabía.

A la hora de partir, procuró esconder entre las ropas de Dalia una de sus queridas dagas doradas. No quería que en caso de que algo malo sucediera, no tuvieran con qué defenderse. Le explicó que la utilizara sin dudar, pero que la conservara como un tesoro una vez hubieran llegado a destino. Aquel sería el único recuerdo que tendrían de él.
Las muchachas estaban enteradas de todos sus planes. Antes de que la carreta mercante partiera, le desearon mucha suerte. Y una vez comenzaron a alejarse perdiéndose de vista en medio de la oscuridad, Anzi observó con cierta sensación desconocida invadiéndole el pecho la manera en la que lo hacían. Lo que no sabía aún era que aquello se trataba de un simple instinto paternal, pura preocupación por el bienestar de sus hijos.

Suspirando, se dirigió al escondite en dónde hubo depositado la cuerda enrollada con la que había lidiado hasta allí, simplemente pasando un brazo a través para cargarlas mejor a su hombro. No llevaba absolutamente nada más que lo puesto, sus dos sables amarrados al cinturón, sus dagas y un blanco pañuelo que con el correr del tiempo sería teñido de incontables manchas carmín.
De esa manera enfiló a través del camino que conducía a la plaza principal, rumbo directo a la morada del monstruo Miwa. No estaba para nada convencido acerca de lo que Zin tenía planeado hacer. Pero a cambio, él sí sabía muy bien lo que haría. Lo había planeado de una manera tan fría, tan calculadora, que se trataba de un plan brillante.

Mientras caminaba lo observó todo a su alrededor, cada uno de los pasajes que tal vez nunca más volviera a ver durante el resto de su vida. De repente se le antojaba un poco de vino, sin embargo se resistió ya que quería estar por completo sobrio para poder llevar a cabo todo de la manera más impecable posible.
Afortunadamente el monstruo Miwa tenía la suficiente confianza en sí mismo como para no contratar guardias que cuidaran las puertas de su mansión, eso consistía claramente en un punto a favor. Se infiltraría utilizando alguna puerta o ventana abierta, dado el caso forzaría alguna. Siendo tan tarde seguramente el dueño de casa dormiría, sabía muy bien en dónde se encontraba su habitación. Cómo también sabía que en esos momentos al haber cancelado una expedición, no tendría otro lugar al que aparentemente ir que no fuera su hogar.

Lo logró ingresando a través de una ventana a la que forzó con ayuda de una de sus dagas, volviendo a guardar la misma en su lugar mientras echaba un ligero vistazo alrededores. Todo en calma, todo en silencio. Comenzó a caminar muy despacio a través de la sala, dirigiéndose hacia las escaleras que daban al primer piso. Paso a paso, procurando que los escalones no chirriaran, sus botas se hundieron en la mullida alfombra que cubría el pasillo del primer piso. Desde su posición escuchó con suma atención en busca de algún indicio, pero todo estaba sumido en completo sopor. ¿Qué debería hacer primero? Se decidió por ir en busca de Zin. Si bien recordaba, la primera planta sólo poseía unos pocos cuartos. Así que se colocó a revisar de uno en uno, siendo especialmente cuidadoso al cerrar la puerta de la habitación dónde el monstruo Miwa roncaba sobre su cama. Le sorprendió que la chimenea estuviera encendida pero de esa manera su visión sería perfecta, no necesitaría encender velas.
En la última puerta doblando hacia el pequeño pasillo, encontró al menor alimentando al niño. Éste permanecía completamente sólo y por si acaso, fue a cerrar las cortinas.

-¿Cómo has logrado entrar? Había pensado en dejar la puerta de la mansión abierta pero no tuve tiempo- comenzó a hablar el rubio instantáneamente luego de saludarle.

-Por una de las ventanas de la sala. El monstruo está durmiendo profundamente, aún nos sobra un poco de tiempo. ¿Quieres venir? ¿O prefieres que yo solo lo haga?- habló en un tono distraído, volviendo a acomodarse las cuerdas al hombro.

-¿Para qué vas a utilizar eso?- le preguntó el menor viendo con cierto recelo las cuerdas.

-Ya verás- sonrió –enseguida vuelvo a buscarte. ¿Ya tienes todo preparado para llevarte al niño?- con curiosidad, alargó su cuello hacia el pequeño que aún bebía la leche con tanta avidez que casi soltó una carcajada. La verdad era que el mocoso se le hacía simpático. Notó que era bastante más grande que Hakuei, quizá el hijo de Miwa rondara el año de edad –ojalá no vomite en el camino.

-No, no lo hará. Esto le hará dormir profundamente. Le coloqué un tranquilizante- afirmó luego señalando un pequeño cúmulo de prendas y pañales doblados prolijamente sobre un mueble –con eso debería bastar a diario.

-Dioses. Sigo pensando en que es una locura… - mantuvo su tono bajo en la voz al hablar –enseguida vuelvo, sorprenderé al monstruo mientras duerme- y dichas sus palabras, se encaminó despacio hacia la habitación del general, obviamente sin hacer un solo sonido. Incluso regulaba su respiración para que no fuera oída.

El pasillo se encontraba en la semi-penumbra, sin embargo podía ver muy bien. Una vez se hubiera plantado frente a la puerta, posó la mano en el pomo y la abrió muy lentamente, tal cual antes lo había hecho. El monstruo no se había movido un solo centímetro. Roncaba como un oso, pensó, no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba a punto de sucederle.
Se infiltró dejando la puerta entreabierta, procurando deshacerse de la larga cuerda enrollada. La misma cayó al suelo con un ligero estrépito pero el hombre no dio signos de haberse dado por aludido. Así que volviendo a desenfundar el puñal, cortó la misma por la mitad para obtener dos simétricos segmentos. Procuró guardar muy bien la herramienta para que no estuviera a la vista, los sables en su cinturón, uno a cada lado, despedían un ligero destello a la luz de las llamas de la chimenea.

Conteniendo la respiración, se acercó al general peligrosamente. Tanto así que podía sentir su respiración y su asqueroso aliento a alcohol chocarle contra el rostro. Analizó la posición en la que se encontraba, de lado. Así que rodeó al ebrio con intenciones de amarrarle las manos por la espalda. Lo que no hubiera esperado era que al posar una rodilla sobre el mullido colchón, el hombre despertara.

Al instante se apartó soltando la cuerda, instintivamente una de sus manos se dirigió a la empuñadura del sable al que desenfundó. Maldito fuera Miwa con su extraño sueño entrenado. Jamás había comprendido cómo era capaz de dormir profundamente y a la vez estar muy atento a su entorno.
El pelinegro quién enseguida desenfundó su propia arma de la que raramente se despojaba, en un primer momento con los ojos entrecerrados se quedó observando la recortada silueta contra el fuego. No lograba reconocerle, al menos no con tan poca iluminación. Sin embargo saltó de la cama, comenzando a recorrer el camino alrededor de la misma muy rápidamente hasta llegar al intruso a quién sin más atacó. No hacía preguntas, no vacilaba. Anzi sabía muy bien que aquel era su característico estilo: primero matar y luego preguntar.

Neutralizó el ataque con el propio sable, un poco sorprendido de que con el correr de los años la fuerza bruta del hombre se hubiera reducido. Quizá aún estuviera alcoholizado, pensó mientras volvía a repeler un ataque. O tal vez, ya se estuviera colocándose viejo. No obstante a pesar del detalle el general continuaba siendo fuerte. Al menos lo suficiente como para en un descuido matarle.

-¿Ya te has olvidado de mí, monstruo Miwa?- le preguntó al repeler un tercer ataque. Satisfecho de ver a la luz de las llamas como la expresión del general cambiaba radicalmente. Sabía que su apariencia tal vez hubiera podido cambiar un poco, pero su voz continuaba siendo la misma.

-¿Qué demonios está haciendo en mi hogar un traidor como tú?- respondió de manera cortante, empujando hacia el más bajo el filo con intenciones de que cediera -¿Has venido a intentar hurtar algo o matarme? Voy a llevarle tu cabeza al rey. No me vendría mal una buena recompensa…

-Bueno…- comenzó a modo de respuesta, apartándose lo suficiente como para que el general avanzara en su busca. Se dirigió hacia la chimenea utilizando a modo de obstáculo el sofá. Sabía que desde ese ángulo las llamas le iluminarían por completo el rostro pero no le importaba –podría decirse que sí… y también que no- ladeó su cabeza, hablando con su típico tono burlón –digamos que vengo a por algo intermedio. Ah, también será mi venganza.

-No juegues conmigo, Anzi. A pesar del paso del tiempo continúas siendo un mocoso. Un insoportable mocoso, por cierto- utilizando el revés del sable, de un golpe apartó el sofá que fue a parar de lado sobre la alfombra dejándole así el camino libre entre ambos –vamos a terminar con esto cuánto antes y continuaré durmiendo. A tu cabeza la voy a dejar escurriendo en aquella estantería.

-¿Ah sí? ¿Piensas que vas a poder cortarme la cabeza, monstruo Miwa? Lamento decirte que hoy no podrás porque vengo especialmente sobrio. Eso significa que estoy haciendo uso de todas mis facultades… lamento arruinar tus planes- negó con su cabeza, colocando cierto gesto de pena que sabía muy bien, al pelinegro le irritaba -¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que me viste? ¿Mucho, cierto? Yo he estado vigilándote durante todo este tiempo. A ti y a todos. Sé acerca de todo lo que has estado haciendo. Me he escurrido bajo tus narices y las de todos sin que fueran capaces siquiera de notarme. ¿Estás comenzando a enfadarte, no? Conozco muy bien esa mirada… - volvió a repeler un ataque, viendo por el rabillo del ojo las calientes brazas que casi quemaban su bota derecha. Así que sosteniendo el arma con sólo una mano, con la otra desenfundó el segundo sable tan rápidamente, que no le dio tiempo siquiera de apartarse. El filo cortó sobre las costillas del pelinegro quién retrocedió furioso. Él por su parte soltó un silbido antes de dejar escapar una carcajada.

-Eres tú quién ha estado enseñándole a luchar a la perra… sabía que de alguna parte se me hacía conocido aquel estilo. Ahora lo comprendo bien- comentó volviendo a colocarse en una posición de ataque.

-La perra se llama Zin. Y claro, me alegra que aunque inconscientemente te hayas acordado de mí. Le enseñé a luchar porque lo necesitaba. Sé muy bien todo lo que le has hecho… también vas a pagar por eso.

-¿Acaso te enamoraste del salvaje? Tú y tu blando corazón, Anzi… algún día va a costarte la maldita vida- nuevamente se lanzó al ataque, siendo incapaz de golpear una sola vez al castaño quién se defendía con ambos sables. Eso le enfurecía aún más. Incluso intentó cortarle el brazo izquierdo de un solo golpe para deshacerse de la molestia. Pero el maldito mocoso era escurridizo, rápido y con el tiempo se había vuelto muy fuerte.

-Podría decirse que sí. No te incumbe, de hecho. ¿Quieres que te cuente qué se siente estar enamorado? No creo que lo sepas- volvió a reír repeliendo un ataque que le hizo trastabillar peligrosamente, sin embargo aquello hizo que su carcajada se prolongara. El pelinegro logró hacerle un corte de poca importancia en la mejilla al intentar cortarle la cabeza y él, a modo de burla, se aproximó rápidamente a la chimenea haciendo uso de la punta de uno de sus sables para arrojarle al rostro un par de brazas calientes.

El general bufó apartándose con el antebrazo la ardiente molestia. Anzi sabía muy bien que estaba logrando que se enfureciera por completo. Quizá sin saberlo eso era lo que realmente estaba buscando, alimentar su propia furia mediante la contraria. Notó cómo la mirada del otro cambiaba por completo, toda su postura lo hacía y sonrió. Sabía muy bien a qué venía ese movimiento, el general buscaba desollarlo como a un cerdo.

Pudo repeler un nuevo ataque sin embargo recibiendo un gran golpe en su estómago por parte de la rodilla contraria que lo lanzó contra el ventanal. Los cristales se hicieron añicos cayendo sobre el suelo de tierra y césped del jardín. En su cabeza algo había comenzado a latir dolorosamente, de seguro uno de los cristales le había hecho una cortada. El general pisó tan fuertemente una de sus muñecas que lanzó un grito, sin embargo a pesar del dolor, se defendió con el otro sable restante justo a tiempo.
Sabía que si no hacía algo, el pelinegro iba a terminar por romperle la muñeca y eso supondría un grave problema. Así que antes de que una vez más blandiera el filo, se apresuró a enterrar su propio instrumento muy cerca de la cadera logrando así que retrocediera.

Aprovechando el resultado, se colocó de pie con rapidez volviendo a la carga. Utilizando sus dos sables para enviar lejos el del general, cortó sobre el mismo lado de antes generándole una gran herida que lo derribó. Y haciendo uso de la oportunidad que se le presentaba, enfundó las propias armas en busca de la cuerda.

Al percatarse de lo que se proponía, el pelinegro se arrastró rápidamente logrando de un puñetazo que no la tomara. Anzi fue a parar contra el pequeño mueble a un lado de la cama, magullándose la herida en su cabeza. El maldito mundo le daba vueltas mientras las copas encima del macizo mueble tintineaban, el monstruo Miwa se apropiaba de la cuerda incorporándose un poco antes de lanzarse sobre él.
Mil veces maldito fuera con su cuerpo tan resistente, tendría que haberlo abierto de lado a lado en cuánto tuvo la oportunidad. Pero no, él había decidido tomar el camino difícil. Sin embargo el más placentero en cuánto diera los frutos que esperaba.

Colocó su mano sobre su propia garganta justo a tiempo para evitar que el general le asfixiara con la cuerda, forzando y soltando un nuevo alarido ante el crujido de su resentida muñeca. El aliento que el contrario exhalaba ante cada bufido era insoportable, sentía como poco a poco las náuseas le invadían. Y la presión iba tornándose cada vez peor, sus dedos habían comenzado a colocarse morados. Sin embargo con su otra mano, sostuvo al monstruo por la frente para evitar que en el más lejano de los casos en medio de uno de sus ataques de rabia le lanzara una dentellada.
Por encima del ancho hombro del general, pudo ver la manera en la que Zin se infiltraba en la habitación observando la escena. Ese hecho se le hizo alguna clase de señal. Seguramente comenzaba a hacerse tarde. Así que introduciendo sus dos piernas entre medio de sus cuerpos, impulsó al enorme pelinegro contra el colchón antes de tomar la botella de licor que descansaba sobre el pequeño mueble entre las copas y golpearle en la cabeza de manera tan fuerte, que Masashi medio se desvaneció unos preciados segundos.

-¿Qué demonios haces, Anzi?- se quejó el rubio cruzándose de brazos –en una hora amanecerá, tenemos que salir con tiempo de aquí. Mátalo de una vez… - a las últimas palabras sin embargo las pronunció en un tono más bajo, con más cuidado.

-No- respondió éste quitándose la cuerda del cuello. De un nuevo puñetazo derribó al gigante colocándole las manos por detrás de la espalda. Y en un hábil nudo resistente, le amarró ambas muñecas de manera que no pudiera soltarse. Su desbocado corazón golpeó su pecho mientras intentaba mantener el ritmo de su agitada respiración en un nivel decente, obviamente sin éxito alguno –no lo mataré. ¿Cierto, monstruo Miwa?- entonces dirigió sus palabras al oído del pelinegro –ayúdame a arrastrarle, Zin. El maldito pesa una tonelada cuándo está cómo idiota…

-¿Eh? ¿Nos lo llevamos también?- preguntó mientras se acercaba rápidamente a ayudarle al otro.

-Claro que no, tonto- soltó una risa de nueva cuenta –hasta aquí, cerca de la chimenea… eso… eso es- satisfecho con la posición del general a quién seguramente le daba vueltas la cabeza, lo miró unos instantes –aléjate un poco, siéntate sobre la cama. Lo he visto estrangular hombres con sólo sus piernas…

-¿Si no lo vas a matar… qué es lo que le vas a hacer? ¿Lo vas a castrar?- preguntó con cierta curiosidad, observando fascinado el cuerpo tendido del general sobre la alfombra. Él nunca podría hacer eso. No era tan fuerte con Anzi, pensó.

-Podría castrarlo, pero no lo haré. ¿Eh, monstruo Miwa?- saltó cuándo éste intentó asestarle un golpe con su pie -¿Sabes que te haré? No, no te matare… -comenzó a hablar desenfundando tan solo uno de sus sables, el más ensangrentado –te haré algo peor- continuó hablando con su tono de voz suave, masculino. Zin hubiera jurado que también poseía unos tintes de demencia. Viéndole el rostro iluminado por la cálida luz de las llamas, sabía muy bien que el castaño estaba disfrutando el momento –desearás estar muerto, Miwa. Sufrirás como nunca has sufrido en tu maldita vida… ya verás lo que te sucede por repartir tantas desgracias a los demás- alzó su brazo y de un rápido movimiento, enterró el sable justo encima del tobillo en la pierna izquierda del hombre.

En una reacción natural, Zin se cubrió los ojos unos instantes. Luego apartando las manos poco a poco ante el alarido de dolor del general cuya pierna había sido atravesada de lado a lado. El sable se había fijado al suelo alfombrado como si de una filosa estaca se tratara –c-cúbrele la boca con algo. Va a alertar a todo el mundo…- le rogó en un hilo de voz.

-Sí, tienes razón. Ahora mismo lo hago, preciosura- respondió mientras rebuscaba aquel pañuelo que había guardado por algún lugar en sus bolsillos, hasta que por fin lo encontró y lo introdujo en la boca del hombre quién aún se retorcía de dolor –anda, monstruo. No me vas a decir que te duele tanto… - le dio unas duras palmadas en la mejilla antes de volver a incorporarse -¿En qué estábamos?... –luego murmuró muy sinceramente –ah, sí- chasqueó los dedos –te decía que ibas a desear estar muerto, pero que hoy no morirás. De eso te encargarás tú o se encargará el alcohol, pero yo no te mataré. Porque… ¿Sabes? No sería divertido hacer las cosas de manera tan sencilla… - su lengua recorrió su propio labio inferior antes de volver a sonreír –pero primero tenemos que encargarnos de los preparativos. Estas cosas se tienen que hacer correctamente- sin más, se volvió a la chimenea en busca del pesado atizador de hierro al que encontró a los pocos segundos, dejando reposar un extremo sobre el fuego de manera que se colocara al rojo vivo –monstruo Miwa- se dirigió al nombrado volviendo a voltear –hoy vas a pagar por todo el mal que has hecho hasta ahora en éste mundo. Ya no podrás volver a hacerlo. Ya no podrás volver a cabalgar, ya no podrás volver a luchar, ya no podrás volver a hacerle daño a nadie… porque voy a tomar algo muy importante para ti. Me voy a adueñar de algo… realmente muy importante. Ese algo se llama destino- ladeó la cabeza, agitando de lado a lado el segundo sable que ahora había desenfundado. Su sonrisa iba ensanchándose cada vez más. El pecho del general subía y bajaba apresuradamente mientras intentaba forzar inútilmente las cuerdas que amarraban sus muñecas.

La perfecta figura recortada de Anzi cuyos ambos brazos levantados preparados para blandir el sable, conformaban la imagen que quizá nunca Zin sería capaz de borrar de su mente. Un solo movimiento bastó, un escalofriante sonido de carne ser atravesada. Y el nuevo alarido completamente enloquecido pero amortiguado gracias al pañuelo, del hombre que durante tanto tiempo le había maltratado, violado, humillado…
Cubriéndose los labios con ambas manos, se apresuró a acercarse para ver lo que el castaño había hecho mientras el susodicho ahora se entretenía dándole la espalda, intentando tomar el atizador que había subido de temperatura en toda su masa.

Anzi, el traidor del rey le había cortado la pierna izquierda al Capitán General Miwa Masashi.

No pudo evitar tragar duro, instintivamente dirigiéndose al sable que tan fuertemente permanecía fijo al suelo. Los nudillos de sus pequeñas manos se colocaron blancos debido al esfuerzo, sin embargo no fue capaz de moverlo un solo centímetro. Cuándo el castaño volteó viendo lo que hacía, sosteniendo el atizador con ayuda de su mano cubierta por su propia manga, posó el pie sobre el inanimado resto del hombre con la simple intención de ayudarle.

-N-No puedo… -murmuró el rubio jalando con todas sus fuerzas -creo que tendremos que dejarlo aquí.

-No digas tonterías… jala fuerte, Zin- le animó luego dirigiendo sus ojos a la ardiente porción del atizador –si no lo haces, el monstruo Miwa se va a desangrar. Tenemos que cauterizarle la herida a modo de cortesía… se está colocando muy pálido. Se va a desmayar de un momento a otro… - rio de nueva cuenta –Tsk, Zin. Eres un flacucho… -murmuró colocando un pie entre las piernas del pelinegro, haciendo que así las separara hasta que la gran herida quedara expuesta. El hombre en cuestión apenas tuvo tiempo de volver a soltar un horroroso alarido, pues en medio del proceso de cauterización perdió la conciencia –pobre monstruo Miwa…- murmuró luego viéndole –hasta me da un poco de pena ahora…

-Entonces mátale- opinó el rubio aún intentando remover el sable el suelo. Aquella porción de la pierna del general se le hacía irreal allí atravesada como si de un animal al fuego se tratara. No podía creer nada de lo que acababa de suceder, incluso pensando en que aquello conformaba alguna clase de pesadilla.

-No… la vida a la que lo acabo de condenar es aún peor que la muerte- una vez satisfecho con su trabajo, arrojó el atizador al fuego y removió el pañuelo de la boca del pelinegro –es un hombre que prácticamente ha desperdiciado su vida en el ejército- continuó hablando mientras enfundaba el primer sable –siempre sentado al lomo de su caballo. De aquí hacia allí, luchando, matando, torturando… -posó su pie sobre el resto de la pierna del general y llevó sus manos sobre las de Zin en la empuñadura del segundo sable. Enseguida el rubio las apartó –sirviendo a un rey que sólo lo utiliza a modo de herramienta para sus propios fines- con un poco de esfuerzo, retiró el sable enfundándolo. Más tarde se encargaría de limpiar todo –anda, busca al mocoso. Tenemos que irnos- murmuró notando por primera vez la presencia de Yusuke quién observaba la escena horrorizado desde el marco de la puerta de la habitación -¿Quién es él?

-Ah, es Yusuke. No le hagas nada- respondió recobrando los ánimos –él vendrá con nosotros y…- pero sus palabras fueron interrumpidas por una negativa. Fue entonces que se acercó al muchacho, totalmente incrédulo ofreciéndole una única oportunidad de abandonar la mala vida a cambio de una mejor. Sin embargo a pesar de que insistiera, el criado no cesaba en decirle que allí se quedaría, que pertenecía a esa mansión. El rubio quiso llorar en medio de un acceso de tristeza ya que Yusuke era muy fiel o quizá el miedo que sentía fuera demasiado fuerte como para intentar abandonar a su amo. Intentó abrazarlo, intentó convencerlo. Pero Anzi los distanció golpeando directo en la cara del criado.

-Nos tenemos que ir, Zin- volvió a repetirle –busca al mocoso.

-¡¿Pero qué estás haciendo, Anzi?! ¡Lo has herido mucho!- gritó completamente enfadado, ayudando a su amigo quién se tomaba el rostro en medio de una profunda mueca de dolor.

-Estoy salvándole de una muerte segura- suspiró indignado, cómo si el rubio no fuera capaz de comprender su plan –ha intentado detenernos y lo golpeaste. No ha podido hacer nada al respecto para que no nos lleváramos al mocoso. Pero para compensar su error, ha ido en busca de un médico con suma urgencia –dichas sus palabras, dio un par de empujones al criado para que comenzara a caminar a través del pasillo –para así salvar a su amo de la muerte que le esperaba cuándo el traidor le cortó la pierna.

-Eres un idiota, Anzi. Podrías haber sido más delicado con él- murmuró completamente furioso, ni siquiera había podido despedirse cómo era debido de Yusuke quién se alejaba por el pasillo tan rápidamente que pronto lo perdió de vista. A pasos agigantados, se dirigió a la habitación de Kei. Envolvió en una manta todas sus cosas, amarrándosela al cuerpo y anudándola en su pecho de manera que ni una sola prenda cayera al suelo. Luego, echando una última mirada rápida a su entorno, tomó al pequeño en brazos procurando cubrirlo bien con la manta. Ya era hora de partir para siempre de allí. Que todos los dioses existentes en aquel cruel mundo se encargaran de cuidar de su adorado Kei.

Atravesaron el pasillo apresuradamente en busca de las escaleras, dirigiéndose hacia la salida.

Notas finales:

Buenas, buenas ouo/~

Aquí vengo de nuevo con otro capi UuU ¿Cómo va? A mí me duele un poco la cabeza hoy ewe hum. 

Espero que el capi les haya gustado eue~~~ y no me peguen ni me linchen (???)

Ehm, como habrán visto hay dos pj confirmados eue el papasito Hakuei y Miko de Exist Trace porque es bien monita u3u 

Scdjidndknjk ya salió el preview del nuevo pv de D, espero que se pueda ver ;A;

https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=yRzjB6g9urM 

Ahí lo dejo. 

Ehm ouo prr -le da ataque de ronroneos- en el próximo capi habrá pjs nuevos de los cuales la mitad todavía tengo que decidir quienes serán ouoU pero voy bien pensando en algunos ya. 

Bueno UuU este fue el capi de hoy. 

Gracias a todos los que leen ;A; hoy estoy bien corta de palabras. 

Los quiero ouo/ besines~~


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