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Valiente. por Maira

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Habían transcurrido diez años desde aquella época en la que habían sido liberados. Regularmente cuándo el insomnio le atacaba, solía recordar lo duros que había sido los tiempos antes de que sus tutores llegaran. Luego todo había marchado genial. No sólo había tenido la oportunidad de aprender a leer y escribir, luchar cómo un soldado o navegar, sino que era libre; tal cual todos sus hermanos de crianza. No había vuelto a sentir terror, angustia o tristeza.

Le habían sido inculcados diversos valores. Se había convertido en un chico fuerte, capaz de tomar sus propias decisiones. A su corta edad ya conformaba una importante parte de aquel ejército que Anzi y Atsushi habían creado, dedicado a defender las tierras que los invasores al otro lado del mar con frecuencia intentaban tomar. Aquel era su hogar, un vasto terreno que se extendía hacia todas las direcciones y que jamás ningún rey había vuelto a proclamar como suyo. Eran tierras libres, regidas por el grupo de mediadores encargados de resolver los problemas que surgieran entre las gentes. Él formaba parte de aquel consejo.

Se encontraban en uno de los jardines entrenando con Jui quién hacía poco tiempo había comenzado a dominar el sable. Si bien el muchacho a la escasa edad de nueve años había resultado ser excelente con el arco y flecha; desarrollando sus actividades cómo arquero vigía en la muralla, había llegado la hora de que aprendiera a utilizar, cómo todos debían hacerlo, el sable.
Kazuki pensaba que era cuestión de tiempo para que pudiera dominarlo lo suficientemente bien, sólo era cuestión de ser paciente y que Anzi o Atsushi dieran el visto bueno. Él a cambio podría considerarse completamente nulo en cuánto a la puntería, pero con el sable le iba muy bien.
Avanzaban o retrocedían, a veces dando un par de vueltas entre golpes de ataque y defensa. Como utilizaban armas verdaderas procuraban ser muy cuidadosos. Ambos eran responsables a la hora de tomar una, por lo que tenían permitido hacer uso de cualquier tipo de las mismas para entrenar.

El sol del verano les hacía sudar, era realmente duro entrenar bajo esas temperaturas. Pero ninguno de los dos disponía del tiempo necesario para hacerlo cuando el calor aplacara. Solían aprovechar muy bien esos instantes. Cómo solía decir Zin, mientras menos horas emplearan en entrenar diariamente, mejores resultados iban a obtener puesto que se concentraban mucho más en lograrlo a la perfección. Y particularmente no podía negarle el hecho de que así era.

A través de la ventana del tercer piso, sin que se dieran por aludidos eran observados. Los ojos color café de gatuna expresión se movían aquí o allí, hacia dónde ese par en la hierba lo hiciera. Estaba descansando un poco luego de haber estudiado demasiado. Él no era como Kazuki, Jui o los demás. Su cuerpo era demasiado frágil, no podía hacer muchos esfuerzos sin más tarde caer rendido, con fiebre o alguna clase de resfriado. A cambio a cada día que pasaba se volvía un mejor médico.
Desde que era muy pequeño, aquel al que cariñosamente llamaba su padre de crianza le había estimulado a leer y escribir. Su interés por la naturaleza, los animales, el cuerpo humano, le habían llevado a devorar todos los libros existentes de la temática disponibles en la biblioteca del castillo. Kei era curioso, hacía muchas preguntas.

Hacía poco más de tres años había comenzado a mantenerse muy cerca del anciano médico quién accedió muy despacio a enseñarle lo que sabía. Él absorbía los conocimientos con voracidad a la vez que lo saturaba de preguntas acerca de los diversos síntomas que las enfermedades generaban, las maneras de curarlas, la composición de la sangre, la manera en la que el cuerpo se regeneraba ante las heridas, el efecto que los venenos de los diversos hongos y hierbas causaban en el cuerpo. A sus once años era capaz de curar males comunes. Sin embargo necesitaba estudiar más, formarse. Solía meterse en muchos líos cuándo a escondidas experimentaba fórmulas para lograr obtener medicinas mucho más fuertes, mejores. Sin embargo Zin se lo perdonaba todo. Incluso aquel día en que, haciendo uso de una vela y un balón de cristal para cocer en agua una mezcla de hierbas, había incendiado casi la totalidad de la alfombra de una de las salas de reuniones, el rubio no le había regañado.
Su sueño era convertirse en un excelente médico, poder preparar medicinas que curaran todas las enfermedades existentes en el mundo entero.
En varias ocasiones Anzi y Atsushi le habían dicho que con esas conductas le recordaban a alguien. Sin embargo cuándo hacía preguntas acerca de quién se trataba, los mayores simplemente le revolvían el cabello evadiéndole por completo del tema.

Cansado de observar el entrenamiento de sus hermanos, volvió la vista hacia el grueso volumen que reposaba justo frente a él sobre la mesa. Había estado escribiendo cuanto recordaba de los primero capítulos y era hora de comprobar la cantidad de errores cometidos. Esa era la única manera factible que conocía de estudiar correctamente.

Ryoga se encontraba en la herrería. Completamente sudado debido al calor y con los brazos bastante doloridos, observaba las terminaciones de su más reciente creación. El jefe de los herreros se había acercado hasta colocarse a un lado para curiosear qué era lo que había hecho, luego pidiéndole el sable para sopesarlo entre sus manos. Sonrió muy satisfecho cuándo el hombre le dijo que había logrado una hoja peligrosamente filosa, que además debido a su ligereza sería muy beneficiosa para un combate.
Había decidido crear un arma por cuyas caras laterales un fino canal cruzaba. Tenía pensado en comprarle un potente veneno a Ryuutarou para así hacer que las pequeñas gotitas corrieran a través, de manera que se impregnara perfectamente por lo que a la hora de perforar la carne, el sable cumpliría la misma función que el aguijón de la avispa, la araña o la abeja.

Al cumplir los quince años finalmente Zin le había permitido poner los pies en la herrería. Hacía un año ya que fabricaba armas de todo tipo, inspirándose y anotando en pergamino cada una de sus ideas junto a sus respectivos bocetos. Tenía una cantidad considerable recopilada con la cual, de alguna vez haber enviado a encuadernar en cuero, hubiera obtenido un grueso volumen. Incluso algunas de las armas que producía eran comercializadas a través de las rutas del mar. Le generaba una cierta satisfacción el hecho de pensar que al otro lado de aquellas rocosas tierras, existían guerreros, soldados y mercenarios que utilizaban armas hechas por sus propias manos. 
Además de fabricar armas, también sabía luchar. Solía entrenar con Anzi o con cualquier joven recluta que estuviera disponible, pues mientras fuera productivo estaba bien. No solía discriminar a nadie debido a su condición de vida o edad, nunca le habían interesado ese tipo de cosas. Él quería crear y luchar; muy a pesar de que fueran actividades puramente relacionadas con la muerte.

Salió de allí luego de despedirse de los demás, llevando consigo el arma para mostrársela a Anzi. Quería que el mayor la viera y le diera el visto bueno. Quizá podría obsequiársela a Omi, pues mientras caminaba pensó en que era un arma muy a su estilo. Su hermana menor de crianza gustaba de ese tipo de cosas peligrosas.
A pesar de que a muchos hombres no les simpatizara que una mujer tan joven se colocara a su altura y se viera como ellos, ella hacía caso omiso y se concentraba en su entrenamiento. A más de un muchacho que la había desafiado, irremediablemente le había pateado el trasero. Solía mostrarse reacia ante los desconocidos pero mantenía una conexión muy especial con él. Realmente la admiraba, la quería mucho. Había diseñado muchas armas pensando en ella quién solía portarlas con orgullo.

De acuerdo a lo que le habían dicho en los corrales, Anzi había ido con Atsushi y Hiro a entrenar en la desierta planicie al pie de la gran montaña. Aquellos tres solían aprovechar el tiempo libre de esa manera. Pues Hiro era el soldado favorito de Atsushi y gustaba de impartirle de manera mucho más profunda las clases en las artes de la batalla. Anzi siempre solía acompañarles para escapar un rato de sus obligaciones. Pues siempre que le encontraba haciendo nada, Zin solía recargarlo de tareas. A lo que siempre se ofrecía a modo de contrincante para el muchacho.

Cuándo luego de varios minutos a pie finalmente llegó, Hiro mantenía un combate de dos sables con el castaño. A Ryoga le gustaba observar ese afán en perfeccionarse que su hermano poseía, la manera en la que silenciosamente se frustraba cuándo Anzi se burlaba de él esquivándole e incluso propinándole una nalgada para hacer que se enfureciera y contraatacara. También se le hacía muy graciosa la actitud pervertida del castaño con los demás. En más de una ocasión, juntos solían sacar de sus casillas a Zin o hacer que se sonrojara hasta las orejas entre suposición y suposición pervertida. Se llevaban realmente bien. Particularmente sentía más como un padre a Anzi que al rubio a pesar de que los quería mucho a ambos.

Para no interrumpir el combate, se acercó rodeándoles hasta situarse junto a Atsushi. Al instante sintió la manera en la que el corazón comenzó a desbocársele, las manos se le humedecieron de sudor, tragó duro al secársele su garganta; pues el pelinegro le gustaba demasiado cómo para ser capaz de disimular todas aquellas cosas que a su cuerpo le producía su presencia.
Cada vez que le veía, le resultaba imposible pensar en que alguna vez Atsushi hubiera muerto. Con frecuencia solía ayudarle a buscar una joven virgen que se encontrara al borde de la muerte debido a alguna clase de enfermedad incurable o hubiera sufrido algún tipo de accidente del que no fuera capaz de recomponerse, rindiendo así las cuentas suficientes para continuar un año más con vida.
Carraspeó ligeramente, luego volviendo la vista hacia el par al momento justo en que Anzi soltaba una carcajada mientras repelía el fuerte ataque de Hiro.

-¿Es nuevo?- le preguntó Sakurai, estirando su mano a modo de pedirle el sable que traía consigo.

-Sí. Lo acabo de terminar. El acero aún está un poco tibio- dichas sus temblorosas palabras, entregó un poco brusco el arma al hombre.

-Uhm… - el pelinegro sopesó el arma entre sus manos, luego blandiéndola al aire –no está nada mal, mocoso. ¿Tú solo la forjaste? ¿Para qué tiene ésta línea en medio?

-Sí, yo la hice. A-Ah… lo has notado…- se mordió el labio inferior unos cortos instantes, pues le gustaba lo observador que era Atsushi –puedes hacer correr veneno por allí y de esa manera los ataques contra el enemigo serán más efectivos.

-Ya veo… - comentó sumamente pensativo –pero eso sólo sucederá si lo perforas. Cuándo le cortas superficialmente puede que el veneno no llegue a la carne… bueno, después de todo no es una hoja muy ancha. De hecho podría funcionar. Muy bien, mocoso. Felicitaciones.

-G-Gracias- respondió recibiendo el arma que le tendía de vuelta. Debido al roce entre sus dedos, la misma casi se le resbaló. Hubiera sido algo realmente vergonzoso cometer esa torpeza frente a él.

Pronto Hiro y Anzi pararon para descansar. Su hermano le saludó con una pequeña sonrisa y un asentimiento, pues desde hacía aproximadamente diez años ya que no pronunciaba palabra alguna, sin embargo se entendía muy bien con todos mediante sus gestos, señas, mensajes escritos.

Él por su parte entregó su creación a Anzi quién la sopesó de una manera similar a Atsushi. Luego de la corta explicación que escuchó gustoso, le felicitó por crear algo tan novedoso acompañado de unas cuántas palmadas en la espalda. Luego le preguntó a quién se la iba a regalar y le aconsejó que tuviera mucho cuidado con lo que le pedía a Ryuutarou, pues en el fondo nunca había dejado de temerle a ese muchacho tan extraño. Más tarde le animó a que combatiera con Hiro para comprobar que tan buena era el arma, así que se resignó a pasar un tiempo con ellos muy a pesar de que más tarde Zin le regañara ante las quejas del maestro por llegar tarde a las clases de historia. No lo podía evitar. Quería pasar tiempo junto a ellos pero principalmente junto a Atsushi.

En la costa, junto al muelle en dónde hacía ya mucho tiempo atrás había sido construido un fuerte desde dónde se podía avistar perfectamente el horizonte, Manabu se encontraba cumpliendo con su turno. De vez en cuando avistaba con el catalejo por si acaso las velas enemigas asomaban, pero la verdad era que aquel había sido un día bastante aburrido. No sólo no había noticias del enemigo, sino que de nadie más. El paisaje marítimo era semejante a una pintura, el agua apenas se movía y él tenía que hacer sus máximos esfuerzos para no quedarse dormido.
No era que estar en el fuerte le desagradara, de hecho le gustaba mucho al igual que navegar. Pero el aburrimiento de vigilar en solitario mientras los demás a su alrededor trabajaban en otras diversas tareas era únicamente comparable a las clases que los maestros impartían a lo largo del día, las cuales más de una solía saltarse para quedarse allí o en el muelle.

Pensaba que con saber escribir, leer y hacer unos cálculos matemáticos básicos bastaba. A él le gustaba el mar abierto, los navíos, las historias que solían relatar los diversos hombres que anclaban en los principales puertos de las ciudades costeras. Aunque no lo demostrara demasiado, internamente le entusiasmaban mucho.
Había crecido rodeado de personas que eran alegres, demostrativas, que a pesar de su aparente propio mal humor le apreciaban mucho. Quizá de alguna manera supieran que sus comentarios o su actitud fueran algo inevitable. Quienes le conocían incluso allí dentro del fuerte parecían estar acostumbrados a su manera de ser. No podía obrar de otra manera, le costaba mucho trabajo dirigirse a alguien sin sentirse sumamente inseguro. Lamentablemente el sarcasmo le otorgaba el valor suficiente para afrontar la vida.

Hacía un par de meses que había cumplido los dieciocho años. Se sentía un poco viejo cada vez que lo pensaba puesto que el hombre más anciano que conocía además de Atsushi ya con cincuenta y ocho años, era el antiguo médico del rey con setenta; quién pronto según sus cálculos un día de aquellos amanecería tal cual los peces: “flotando con la barriga hacia arriba”.
Kei solía enfadarse con él cuándo comentaba ese tipo de cosas acerca de aquel decrépito anciano arrugado como una tortuga.

Repentinamente se incorporó estando a punto de volver a caer dormido. En el horizonte había aparecido un pequeño punto negro que se colocó a observar con el catalejo. Eran las velas blancas propias de sus navíos, pues no necesitaban de un símbolo para distinguirse al carecer de rey que los gobernara. Seguramente se tratara de Omi y Otogi. Habían partido hacia las tierras de los invasores tal cual solían hacer muy de vez en cuando con el fin de espiar de cerca los movimientos que el ejército contrario ejecutaba. Desde hacía un pequeño tiempo habían comenzado a hacerlo debido a un plan que Anzi había sugerido el cual había sido muy fructífero. Pues en el transcurso de esos meses, más de una vez habían logrado interceptar navíos de guerra cargados de enemigos gracias a esa brillante idea. Los chicos conformaban un excelente equipo.
Según sus cálculos debido a la distancia a la que se encontraban sus hermanos, estarían pisando tierra firme al anochecer.

En el interior del castillo, en la tranquilidad de una sala relativamente pequeña que utilizaba a modo de despacho, Zin se encontraba haciendo unas anotaciones en un pequeño diario. Planeaba cuidadosamente las maneras de continuar mejorando los aspectos sociales de aquellas tierras. Era un trabajo arduo mantener la calma entre las gentes, solucionar los conflictos e intentar en la medida de lo posible satisfacer a todos los habitantes. Nunca hubiera pensado en que sería un trabajo tan agotador. Agradecía estar rodeado de personas que aportaran buenas ideas y participaran en la misma forma activa que él. Por sí mismo hubiera sido imposible hacerlo. Eran demasiadas personas con diversas necesidades o reclamos que atender.
No obstante había progresado bastante en la materia del liderazgo, al igual que el resto. Al menos los ciudadanos comunes habían terminado por aceptarle. Ya nadie ponía queja acerca de lo que había hecho. Ahora los problemas eran de diferente índole, mucho más tediosos que antes y lo peor era que le llovían tal cual desde el cielo. Tanto la economía cómo los conflictos por las tierras le hacían perder la paciencia.

Se había enfrascado en las anotaciones durante tanto tiempo que al volver su vista hacia su alrededor se había encontrado con que las velas en los candelabros estaban encendidas. Afuera el cielo se mostraba oscuro y las luces en las viviendas más allá de la muralla se extendían a modo de pequeños puntos hasta perderse al pie de la montaña. Dos golpes en la puerta sonaron, amablemente dio la orden de entrar a quién se encontrara allí. Pronto observando la manera en la que Omi y Otogi avanzaban hacia el escritorio, les dio una cálida bienvenida.

Luego del informe, de conversar un poco para asegurarse que estuvieran bien, los envió a por una comida caliente, un baño y una larga noche de descanso; se lo merecían. Omi aceptó de puro gusto las indicaciones, sin embargo Otogi se quedó un poco más de tiempo. El rubio sabía que cuándo el menor se quedaba para hacerle compañía, era porque buscaba hablar acerca de algo. Quizá ésta vez deseara pedirle consejo… sin embargo no dijo nada al respecto. Esperó a que el muchacho hablara por cuenta propia acerca del tema.

-Zin- le llamó luego de vacilar, removiéndose incómodo en su asiento. Ante el llamado, el rubio alzó la vista de lo que estaba escribiendo, sosteniendo la pluma en el aire.

-Dime, pequeño.

-Ya no soy tan pequeño…- un ligero movimiento nervioso se apoderó de su párpado inferior al pronunciar aquella frase, pero sacudió la cabeza para intentar que no volviera a suceder –quiero preguntarte algo. Pero necesito que me digas la verdad.

-¿Por qué te mentiría, Otogi?- preguntó ladeando ligeramente la cabeza.

-Porque me quieres demasiado cómo para decirme algo ofensivo. Te conozco, sí… te conozco bien- dirigió su vista rápidamente hacia él, volviendo a desviarla cuándo el rubio frunció el entrecejo -¿También crees que estoy loco, cierto? Anoche… en el barco escuché a un par de chicos hablar acerca de mí.

Zin le observó perplejo, pues el menor estaba siendo muy directo con respecto al tema. Podía notar lo herido que se encontraba. Era verdad que le mentiría con tal de que se sintiera bien –no estás loco, pequeño. Sólo… eres algo diferente a los demás. Eres especial- se sobresaltó cuándo Otogi se colocó de pie repentinamente y comenzó a rodear el escritorio.

-Te pedí que no me mientas. ¡¿Por qué dices eso?! Si fuera tan malditamente especial, nadie diría a mis espaldas… ese tipo de cosas- las palabras medio se le atragantaron cuándo se plantó frente al más bajo. Era verdad que solía perder el control y hacer cosas que no debía, cosas horrendas. Pero simplemente no lo podía evitar. Era como si aquel componente que caracterizaba a sus impulsos estuviera en su sangre, tomara el control absoluto de su mente obligándole a hacer cosas que luego le perturbaban –te lo voy a preguntar otra vez.

-No es necesario. Cálmate, por favor…

-¿Te estoy asustando? ¿Es eso? Hice algo horrible antes de partir, Zin. Tengo que decírtelo o me va a explotar la conciencia… todos vieron cómo lo hacía… pero nadie me detuvo- dichas sus palabras, se colocó de rodillas y posó la frente contra el regazo de Zin. 

-¿Le hiciste algo malo a alguno de los nuestros?- entrecerró sus ojos ante la creciente sensación de nerviosismo que se expandía en el interior de su pecho. Sin embargo acarició con suavidad los azabaches cabellos del Otogi.

-No.

-¿Entonces qué es lo que ha sucedido y te preocupa tanto?

-Es que… un maleante intentó infiltrarse en el navío. Seguramente intentaba robar algo que valiera unas cuántas monedas… me enfurecí, perdí el control…- hizo una ligera pausa en la que respiró entrecortado.

-¿Y entonces tú…?

-Le di una golpiza. Creo que le rompí algo, no lo sé. Tal vez fueran las costillas. Luego lo tomé y lo encerré dentro de las calderas… para que fuera combustible al momento de zarpar…- dichas sus palabras, enmudeció conteniendo el aliento. Aunque en realidad le era imposible respirar al pensar en lo que había hecho –yo… no sé qué me sucedió para hacer algo así. El olor que más tarde despedían las calderas, los gritos… Zin…

-Tranquilo, pequeño- le consoló sin saber qué decir realmente. Se inclinó sobre él para estrecharlo en un silencioso abrazo. Otogi permitió que lo hiciera manteniéndose muy dócil. Sabía que jamás sería capaz de hacerle daño. Luego de un largo tiempo en el que Anzi les interrumpió, finalmente abandonaron la posición y el muchacho se retiró después de agradecerle.

El castaño traía consigo una bandeja de plata labrada en la que transportaba un plato cubierto con una cúpula del mismo metal, un tenedor, un cuchillo y una copa. De todas maneras desde aquella distancia podía captar el aroma de la comida caliente, muy especiada. Sonrió por el pequeño detalle luego de darle las buenas noches a Otogi.

-Cena un poco y ve a descansar tú también. Seguramente has tenido un día muy largo- le aconsejó mientras posaba la bandeja sobre un pequeño lugar libre en el escritorio.

-No tengo demasiado apetito, Anzi… cierra la puerta y siéntate. Tenemos que hablar.

-¿Es por Otogi? ¿Qué ha hecho ahora?- preguntó a la vez que obedecía a la petición del rubio. Pero en vez de ir a tomar asiento a la silla de respaldo alto frente al escritorio, apartó lo que había y se sentó sobre la pulida madera muy cerca del más bajo quién descubría la cena que le había traído –deberíamos contratar a alguien para que le controlara.

-¿Alguien como quién, Anzi?- le preguntó en un resignado tono -¿Crees que colocándole una niñera, con la edad que tiene, va a servir de algo? Otogi… está un poco… ya sabes. Su mente no está bien…

-Otogi está loco. Esa es la palabra- afirmó con un asentimiento de cabeza –asusta a todos los chicos. Ya sabes, a los reclutas. Tiene muchos problemas para controlar su furia. Sin embargo es un buen chico cuándo se encuentra equilibrado… además sabe luchar bien a pesar de que aún necesite práctica.

-Me preocupa el hecho de que pudiera hacerle daño a alguno de los chicos. Suelen hablar a sus espaldas sin saber cuándo podría estar escuchando. Eso le hiere y le trastorna aún más… tengo miedo… me da miedo que se haga daño a sí mismo. Vamos que lo hace por mero impulso pero luego siente culpa. Mucha culpa, Anzi- observó su cena comenzando a sentir náuseas –no puedo comer luego de haber conversado con él. Lo siento.

-¿Sabes? En cierta manera el mocoso me recuerda al monstruo Miwa en sus épocas de sargento- cruzó los brazos sobre el pecho – ¿Qué? ¡No me mires así! Tal vez sea cuestión de tiempo para que madure y logre controlarse...

-O para que comience a matar a quienes hablen a sus espaldas.

-No. No sería capaz de hacer eso. ¿Por qué siempre dramatizas tanto acerca de los chicos? Es una simple cuestión de mantenerlo ocupado. Tal vez podamos… uhm… ¿Quieres que le asigne un puesto en la guardia nocturna de la muralla? Podríamos enviar con Omi a alguien más. De esa manera no le haría daño a nadie. Durante la noche no suceden muchas cosas interesantes y sus compañeros serían adultos.

-Sí, estaría bien. Pero dale una última misión. No quiero que caiga en la cuenta de que hemos hablado acerca de esto. Haz que sea algo espontáneo, Anzi… no quiero herir sus sentimientos.

-¿Y a cambio destrozas los míos al no probar la cena que te he traído?

-A-Ah… realmente yo… no tengo hambre… - iba a continuar colocando una excusa cuándo repentinamente el castaño le alzó el rostro por el mentón y le plantó un beso en los labios. Luego como siempre solía hacer, se retiró bajo la indicación de que comiera aunque fuera un poco, dejándole allí completamente sólo, perplejo, avergonzado. Maldito fuera Anzi con aquella estúpida forma de ser que tanto le gustaba. De muy mala gana comió un par de vegetales, un poco de carne de cabra antes de volver a cubrir el plato. 

Notas finales:

Holo ouo/~

Aquí paso rapidito a dejar capi uwu espero que les haya gustado. 

No tengo mucho que decir al respecto ouo estoy un poco seca de palabras con respecto al este capi ouo y pues, me alegro haberlo terminado a tiempo para que cayera a mitad de semana como vengo haciendo.

Este período en la historia se alargará un poquín, pero solo un poquín ouo porque no quiero ser tediosa con los tiempos. 

Yo ahora me voy retirando u3u~ gracias como siempre a los que leen y comentan.

 

En la noche actualizaré mi blog u3u que lo tengo bien abandonado.

http://gradosdesombra.blogspot.com.ar/

 

Besines ~


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