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Valiente. por Maira

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-Entonces lo mantienes bien tenso, apuntas directo al objetivo y… sueltas- le explicaba detenidamente con intenciones de enseñarle a utilizar el arma que tan bien dominaba, él mismo incluso disparando una flecha contra un objetivo que consistía en un grueso disco de manera dispuesto para las prácticas de arco y flecha. A pesar de la marcada diferencia de edades, desde que eran pequeños habían sido muy unidos; de hecho no recordaba absolutamente nada acerca de su existencia antes de que Hiro llegara. El pelinegro era su vida, no sabía exactamente cuándo era que la amistad que tenían se había transformado en un cariño cada vez más intenso hasta culminar en un profundo amor que no sólo él le demostraba, pues Hiro le correspondía a cada gesto.

Entregó el arma a su novio, ayudándole a colocar una nueva flecha y haciendo que tomara la posición correcta para que no se lastimara los hombros o la espalda. Jui siempre solía cuidar en exceso de Hiro, pero en apariencia a éste no le molestaba en absoluto que lo hiciera, siempre accedía pacientemente a los cuidados que el rubio le proporcionaba.

Siguió los pasos que Jui le había indicado, concentrándose en apuntar al centro del objetivo, soltó la cuerda que había estado manteniendo tensa y la flecha fue despedida con un increíble silbido al cortar el aire con su afilada punta. Sin embargo la misma fue a incrustarse contra el suelo de blanda tierra luego de una corta trayectoria. El rubio soltó una carcajada cargada de amor y lo abrazó por detrás, posando su cabeza contra el espacio que los omóplatos de Hiro generaban al descansar los brazos. Al escuchar un bufido por parte del más alto, no pudo hacer más que volver a reír.

-Ya mejorarás, son los primeros intentos- restregó aquel lado de su cara y sus sienes contra la cálida tela de la ropa de contrario la cual consistía en sólo un fino chaleco de verano. Al carecer de botones, la prenda siempre permanecía abierta dejando al descubierto los desarrollados músculos de su abdomen. Hiro ya era un hombre; uno muy guapo a su parecer.

El más alto se giró para verle, ladeando ligeramente la cabeza antes de asentir. Permitió que Jui tomara el arco con su mano izquierda, viéndole mientras esbozaba una pequeña sonrisa. Luego de hacer un gesto que indicaba que quería intentarlo una vez más, el rubio se colocó de puntillas pasándole el brazo libre por uno de los lados del cuello, rodeando el mismo y jalándole hacia abajo para comenzar un suave beso.

A Hiro el calor del menor le gustaba. Le pasó ambos brazos por la cintura, juntándose a su cuerpo a medida que el beso se tornaba cada vez más intenso. Los pequeños suspiros que Jui dejaba escapar no ayudaban a aplacar la situación. Por último cuándo el arco cayó el suelo y su cuello fue rodeado por los dos delgados brazos del rubio, lo apretujó a la vez que una de sus traviesas manos bajaba a darle un discreto agarrón en uno de los glúteos. 

-¿Cuándo tienes que entrenar con Atsushi?- le preguntó el más bajo casi sin separar sus labios de los contrarios, dio una mordida al inferior que hizo que el pelinegro suspirara dejando escapar una pequeña cantidad de aire. A Jui le encantaba la manera en la que se colocaba y adoraba ser el único capaz de arrancarle en las intimidades de la habitación desde ligeros sonidos entrecortados hasta roncos gemidos que generalmente el mayor descargaba contra su cuello o a sus espaldas -¿Dos horas? ¿Dentro de dos horas?- preguntó ante los dedos de la mano derecha enseñados –de acuerdo. Es más que suficiente- sonrió ante el asentimiento. Se separó sólo un poco para tomar su arco, más tarde jalando por la mano izquierda a su novio para que caminara con él.

La verdad era que no les importaba en absoluto que las diversas personas que tanto trabajaban como entrenaban en el castillo les vieran tomados de la mano o besándose. Era un hecho muy común y desde que habían comenzado a hacerlo nadie les había reprochado nada. Además, ellos no eran la única pareja que allí había si bien era la que más demostraba su amor en público.
Jui lo condujo a través de los pasillos, subiendo las escaleras tan apresuradamente que casi no le daba tiempo de saludar a los conocidos con los que se cruzara en el camino. Quería aprovechar el momento libre al máximo, pues no siempre se presentaba una oportunidad así. Solían verse durante las comidas, los descansos y, agotados luego de un largo día, se recostaban juntos en busca de un par de horas de sueño. Por lo que disponer de dos horas completas representaba todo un logro.

Una vez la puerta de la habitación abierta con las dos vueltas de llave acostumbradas, ingresaron y cerró por dentro. No quería que nadie les molestara. Dejó el arco posado sobre el mueble más cercano luego lanzándose contra la delgada pero fuerte figura del más alto quién lo recibió gustoso entre sus brazos y enseguida buscó sus labios.

A Hiro aquellos momentos le deleitaban. Adoraba sentir su calor, las bonitas formas de su cuerpo bajo la escasa cantidad de ropa debido a la estación en la que se encontraban, el aroma que su piel y sus cabellos desprendían; pues Jui solía utilizar a diario los baños termales dispuestos para el antiguo rey cuyas aguas permanentemente eran perfumadas con flores. Desde el más mínimo detalle al más grande defecto que su novio pudiera tener eran objeto de su adoración, había días en los que ni siquiera podía concentrarse cómo debía en sus entrenamientos por sólo estar pensando en Jui.
Pronto tuvo la necesidad de sentir su piel, sintió deseos de desnudarle, acariciar cada rincón de su cuerpo, morder, lamer… se sintió avergonzado debido a lo desesperado que se veía quitándole las prendas de esa manera, pero al parecer al rubio le gustaba la brusquedad con la que le trataba.
Más tarde permitió que éste le quitara la prenda superior y con sus finos dedos recorriera cada espacio de su torso, de vez en cuándo sintiendo un intenso cosquilleo mucho más abajo de la línea que mantenía los pantalones en su lugar.

-¿Tienes… tantas ganas como yo, Hiro?- le preguntó en un tono meloso, obligándole a inclinarse un poco para alcanzar su cuello y así marcarle por medio de una succión. Era maravilloso, la blanca piel de Hiro se colocaba entre un tono morado y rojizo con mucha facilidad. Llevó su mano libre a la entrepierna para tomarla firmemente, logrando que el más alto diera un respingo –yo tengo muchas ganas de tener esto dentro.

Cuando pensó que aquello era más de lo que podía soportar, cuando creía haber llegado al límite que con una concisa línea separaba la cordura del dulce estado insano al que siempre le arrastraba; el menor prosiguió caminando hacia la cama. Allí se acomodó con la espalda sobre los cojines que descansaban silenciosos contra la cabecera, exhibiendo todo atributo al posicionarse con las piernas abiertas, balanceándolas suavemente de vez en cuando, producto de un movimiento de sus caderas hacia un lado u otro. Su rostro adornado por una sonrisa traviesa, libre de todo rasgo de ternura la cual solía caracterizarle.
Ante esa imagen el cosquilleo se volvió intenso, insoportable. Tenía que acercarse. Y no tardó más que unos cuántos segundos en hacerlo.

Jui le recibió entre sus brazos, atrapándole firmemente las caderas con sus muslos que eran mucho más fuertes de lo que aparentaban. Se besaron un tendido tiempo, primero despacio, luego intenso, más tarde simplemente jugueteando con sus lenguas entre mordidas o roces.
A esas alturas su miembro se encontraba más que despierto, al igual que el de Jui. Intentó bajar a complacerle pero éste no se lo permitió, a cambio empujándole contra el colchón para que cayera de espaldas y así poder quitarle las botas, los pantalones, el cinturón del que aún los sables pendían. Lo quería completamente desnudo, sin impedimentos. Para evitar que volviera a incorporarse, le succionó con firmeza uno de aquellos botones que le adornaban el pecho; de esa manera robándole un marcado suspiro. Música para sus oídos.

Maldito fuera el pelinegro con sus gestos, su cuerpo y su actitud tan a su medida. En esos momentos mientras lo observaba, mientras le recorría los pronunciados pectorales utilizando sus manos a la vez que con ayuda de sus caderas, una vez ubicado sobre las contrarias ejecutaba suaves movimientos; pensó en que jamás en su vida sería capaz de enamorarse de nadie más. Cuándo muriera, deseaba volver a nacer en algún lugar junto a Hiro para así volver a vivir, sentir, experimentar el amor que sólo él podía darle y al que él mismo podía entregarse.

Una pequeña exclamación que lo arrancó de sus pensamientos escapó de entre sus labios cuándo el mayor se incorporó para arrojarlo contra los cojines. Sin darle tiempo a reaccionar siquiera, le abrió las piernas y llevó su boca hasta aquel lugar tan sensible mucho más abajo de sus testículos, masajeando con su lengua de la manera que sabía muy bien, le enloquecía. Su cuerpo se sacudió en medio de dulces espasmos entretanto sus dedos jalaban seguramente de una forma dolorosa los azabaches cabellos de Hiro los cuales ya le llegaban por debajo de los hombros; a éste no parecía importarle eso. La cálida lengua le acariciaba, empujaba e incluso invadía su interior el cual no necesitaba mucho más para estar preparado.

Cuándo finalmente el momento que tanto ansiaba llegó, el más alto entró de una sola vez. Su espalda se arqueó en medio de un gemido de dolor, pero pronto la sensación de sentirse completamente lleno de su novio fue mucho más placentera. Se aferró a su espalda sintiendo bajo las yemas de sus dedos las cicatrices producto del fuego, a la vez que el pelinegro le repartía cariñosos besos por el rostro. Los mismos le hicieron soltar una pequeña risa al hacerle cosquillas.  

-Maldita sea, Hiro… -murmuró acercando los labios a su oído, estrechándole lo que más podía contra su pecho –no te cambiaría por nadie. ¿Escuchaste? Por absolutamente nadie.

E impulsado por la satisfactoria sensación que le produjeron aquellas palabras, el susodicho comenzó a moverse atendiendo tanto a las necesidades del más bajo como a las propias. Esas que sólo su cuerpo eran capaces de satisfacer.

En el fuerte ubicado en la costa Manabu apenas llegaba luego de una larga caminata a cumplir su turno. Odiaba tener que cubrir tanta distancia para poder llegar, por lo cual no era de extrañarse que pasara bastantes días continuos comiendo, durmiendo y haciendo su trabajo allí. De todas maneras solía sentirse mucho más cómodo en el fuerte que en el castillo, pues conocía muy bien a cada uno de los muchachos que allí trabajaban junto a él.
Golpeó en la cabeza con su palma extendida al vigía que se había quedado dormido, regañándole por haberlo hecho ante una tarea tan importante. Llegó a la conclusión de que aquel gusano prácticamente había ‘extendido la pata’ durante toda la madrugada y el mediodía. Era sumamente peligroso que descuidara tanto aquella ruta como la del norte, la cual era mucho más difícil de avistar debido a los numerosos navíos mercantes que solían aparecer o desaparecer en la línea de horizonte; claramente un barco enemigo podría filtrarse e invadir las tierras que habitaban al cabo de unos cuántos días. Incluso descuidando la ruta directa era posible que el enemigo pudiera desembarcar en los acantilados sin ser avistados por nadie, trepar las rocas y tomar la ruta hacia la capital. Una vez había sucedido pero él era demasiado pequeño para comprender la situación.

Tomó el catalejo en medio de un gesto bruto, avistando primero hacia el norte para corroborar que todo estuviera bien; luego se volvió al frente pero el paisaje presentaba el mismo aspecto apacible de siempre. El mar se removía de manera regular, el viento seguramente soplaría desde el Este. Recorrió el panorama hacia la izquierda mientras sentía la agradable brisa marina acariciarle el rostro, más tarde sobresaltándose al escuchar el claro sonido de uno de los cañones provenientes de las zonas rocosas justo a unos escasos kilómetros a la izquierda. Eso no podía significar más que la presencia de invasores. Y si se encontraban tan cerca, era porque habían logrado superar la barrera natural de turbulentas corrientes que en aquella zona había. Dejó de lado el catalejo, desenfundando su sable a la vez que el sonido de más cañones ser disparados era traído por el viento. Dentro del fuerte todos habían comenzado a moverse, a preparar los cañones que apuntaban hacia la costa y las armas en caso de que una invasión diera lugar. Pero… ¿Qué era aquel sonido? Creyó escuchar gritos de hombres a pesar de lo imposible del hecho debido a las distancias que los separaban. Nada acerca de la situación se le hizo real al momento en que el fuerte comenzó a ser atacado. ¿Acaso era una emboscada tan bien planeada? Los cañones en la costa continuaban disparando balas.

Chasqueó la lengua entretanto dirigía su mirada hacia la puerta principal del fuerte, la estaban forzando con ayuda de un ariete. Si lograban entrar, no les iría bien ya que a pesar de ser un lugar grande, el espacio no dejaba de ser estrecho. Había demasiadas escaleras, niveles, cajas de armamentos, muebles; demasiados estorbos. Tendrían que recibirlos justo en la puerta de entrada.

-¡Oigan!- intentó llamar la atención ya que varios muchachos eran presas del pánico –quítense de la puerta. ¡La van a tirar abajo! ¡Tendremos que resistir allí, en el umbral! ¿Quiénes saben utilizar el arco? ¡Suban al segundo nivel y disparen desde allí! ¡Si sobreviven, su trasero será quemado cuándo esto se convierta en una maldita hoguera! ¡Así que, desgraciados, prepárense para lo peor! ¡Pase lo que pase!- tenía que admitir que le sorprendía notar el hecho de que la mayoría presente le obedeciera. La puerta fue derribada justo al momento en que volvió a dirigir su vista hacia ella y los soldados enemigos invadieron el interior.

La tensión se le acumuló en el estómago de manera opresiva. Enfrentó a los primeros dos soldados que intentaron abalanzarse sobre él, cortándoles el abdomen de un certero golpe, tal cual Anzi le había enseñado. No era la primera vez que mataba hombres pero nunca lo había hecho frente a frente, pues la mayoría de sus años previos de batalla, Zin había insistido en que utilizara solamente el arco para su mayor seguridad. El interior del fuerte se transformó en un campo de batalla, aquí y allí la sangre lo salpicaba todo. Los arqueros daban certeramente en el blanco reduciendo considerablemente la cantidad de enemigos. Pero él sabía que para detener la invasión tenía que encontrar al líder que los comandaba. Si lo hacía, parte de la victoria sería suya.

Aquellos eran soldados del ejército al otro lado del mar, lo sabía con tan sólo ver sus uniformes. Muchachos cuya edad rondaría la suya o quizá tuvieran unos cuántos años más. Era una verdadera pena tener que deshacerse de ellos pero no quedaba de otra opción. Se abrió camino luchando, cortando brazos, piernas, cabezas, vientres. No quería perder el tiempo en rematar a quienes quedaran con vida, que se desangraran antes de perder de vista a quien los organizaba; pues entre el gentío creyó avistar la gorra militar de uno de los tenientes, coroneles o generales. Tan pocos momentos le había divisado que no había podido verle siquiera el rostro, pero sabía que se encontraba allí afuera; listo para ingresar en cuánto el lugar se encontrara más despejado.

Que un maldito monstruo marino se tragara a quienes le impedían el paso. Llegado el momento en el cuál casi no podía avanzar sin ser atacado, se decidió por subirse a una de las cajas de madera para alcanzar las ventanas que daban al exterior. Así dando un último golpe de sable a uno de los soldados que intentó cortarle las piernas, se escurrió a través, cayendo sobre la roca y dándose un fuerte golpe en el hombro.
Allí estaba el desgraciado, sonriendo abiertamente ante la masacre que se desarrollaba frente a sus narices. Aquel general al que hacía poco más de tres años le había perforado de lado a lado uno de los hombros luego de que hubiera matado cruelmente a un muchacho con el que si bien había intercambiado pocas palabras en la vida, era demasiado joven para tener ese final. Ésta vez tenía que evitar que lo incendiara todo cómo había supuesto, pues además de conformar la nueva modalidad del enemigo, sabía por demás que aquel hombre era un maldito enfermo de la mente; a su parecer mucho peor incluso que Otogi ya que su afición era realmente peligrosa. Conocía bien su nombre, solía tener pesadillas con su rostro: Ichiki Akihito.

Se lanzó a la carrera asestando un ataque sorpresivo, el cual por supuesto el hombre repelió. No podía esperar más de un Capitán General del ejército. En un primer momento éste pareció no reconocerle, pero en cuánto lo hizo le escuchó soltar una carcajada.

-Vaya, vaya… ¿Qué ha traído el mar hasta aquí?- comentó a modo de burla, volviendo a repeler un ataque del menor.

-¿El mar? Ha traído mugre. Como siempre sucede en las costas. El mar siempre lleva y trae mierda, desde el origen de los tiempos- en un descuido ante una nueva explosión de risas, logró hacerle un corte que le cruzó el pecho. Supo que eso a pesar de no conformar una herida mortal, había hecho enfadar al general. Pues le lanzó un golpe con su sable que por muy poco no le hizo perder el brazo desde la altura de su hombro. Se había salvado. Haber dedicado cada una de las noches sin falta a entrenar con el arma finalmente era productivo.

-No voy a permitir que me golpees una vez más, estúpido mocoso. Fue una simple cuestión de suerte. ¿Crees que podrás matarme en una lucha cuerpo a cuerpo? ¡Debiste hacerlo cuándo pudiste con tus malditas flechas! ¡Ahora yo te mataré a ti!

-¿Crees que podrás matarme?- preguntó en un tono que solía crisparle los nervios a más de uno, seguramente al general también ya que le asestó un nuevo golpe del que se defendió. El hombre era fuerte, pero él había sido instruido para sacar provecho de su agilidad. Volvió a cortarle a la altura de las costillas antes de trasladarse sin perderle la pista, a un lugar mucho más cómodo en dónde nadie les molestara -¡Ven aquí! ¡Eso es! Como un buen perro… - soltó una leve risa irónica, aún corriendo. Quería llevarle hasta los relieves más bajos, cerca de la cueva había un buen lugar que podría aprovechar debido a las rocas que se alzaban –Ah… - se detuvo de repente, alzando su dedo índice de la mano libre –seguramente te llaman mucho así, te estás colocando furioso… ¿Acaso el idiota de Amano aún te controla tal cual fueras un perro? Ese maldito también me debe la vida de un buen compañero…- fue capaz de detener el ataque de Aki, sin embargo éste completamente furioso, desenfundó el segundo sable que parecía haber olvidado. El corte que le recorrió de hombro a hombro hizo que el dolor le recorriera por toda la extensión de su cuerpo, ahora tendría que ingeniárselas muy bien para hacer que soltara una de las armas.

-Tú no sabes nada acerca de mí. ¡Nada!- le espetó sin otorgarle un solo momento para que se repusiera, volvió a atacarle pero el mocoso a pesar de la gran herida era escurridizo -¡Así que cierra la maldita boca!

-No te coloques sensible, sólo eran las suposiciones de un simple mocoso. Además… ¿Qué vas a hacer si no cierro la boca? ¿Prenderme fuego mientras te balanceas de adelante hacia atrás, maldito loco? ¡Escucha eso! ¡Los nuestros van ganando! Y los cañones en la costa…- volvió a desviar el ataque de ambos sables por muy poco –han dejado de disparar. Eso puede significar que tanto los nuestros como los tuyos estén muertos…- intentó cortarle el brazo derecho pero Akihito le esquivó, aprovechando para generarle una profunda herida en su espalda que lo hizo gritar.

-¡Calla la maldita boca!- respondió con las venas de las sienes muy prominentes debido al esfuerzo. Intentó cortarle la cabeza al menor quién yacía en el suelo pero éste rodó justo a tiempo lo necesario para esquivarle. Se había preparado para lanzar un nuevo golpe cuándo escuchó a su teniente vociferar por una retirada, ¿Qué demonios estaba sucediendo si aquellos eran una maldita parva de mocosos a los que enfrentar? Rabioso, pateó una piedrecilla suelta en el suelo enviándola lo suficientemente lejos como para perderla de vista. Luego a sabiendas de que el menor intentaba atacarle por las espaldas, pues había escuchado perfectamente el roce de sus ropas al moverse, volteó lo suficientemente rápido para asesarle un golpe con el filo de su sable directamente al rostro. Debido a la molesta luz del sol que ni siquiera la visera era capaz de mitigar producto del reflejo que las claras rocas despedían, no supo realmente si le había matado. Escupió encima del silencioso cuerpo del mocoso quién de nuevo yacía en el suelo, luego asestándole un golpe con su pie resguardado por la dura bota de cuero antes de enfundar las armas y volver por dónde había llegado echando mil maldiciones a su teniente.


-Kazuki- le llamó ya que se encontraba algo distraído observando los numerosos frascos que reposaban en una de las repisas –aquí tienes lo que me pediste a cambio. Dile a Ryoga que utilice pequeñas cantidades y no lo desperdicie, pues es un veneno muy valioso.

-Ah… gracias, Ryuu. ¿Qué eso que tienes allí en aquel frasco?- preguntó recibiendo la diminuta botella de veneno que Ryoga le había encargado.

-Cosas- se encogió de hombros –acerca de las que no deberías preguntar… ¿Sabes? Te agradezco por traer las flores hasta aquí… es muy duro escalar en la montaña. ¿Estás seguro de que no quieres nada más a cambio? ¿Algo para ti? Puedo… darte un masaje o… tú sabes…- cerró con cuidado los dedos del castaño en torno a la pequeña botella, luego acercándose aún más para depositarle un beso en cuello, otro justo sobre su oído.

-A-Ah, no… hoy no, Ryuu. Aún tengo un par de cosas que hacer. Además Ryoga estará esperando por lo que me encargó. No puedo atrasarme.

-¿No estarás mintiendo? Sabes muy bien que me voy a enterar si me mientes. Yo lo sé todo- respondió en cierto tono divertido. Jamás sería capaz de hacer uso de aquella cosa, lo que fuere que le pisara los talones durante todo el día y la noche, para extraer información de ese tipo.

-Por supuesto que no, tonto. Es la pura verdad, tengo muchas cosas para hacer aún. Zin me va a regañar si no las hago. Así que no me quiero meter en problemas. Gracias por todo, Ryu. Nos vemos luego- dichas sus palabras comenzó a caminar, de veras no quería distraerse ya que sabía muy bien en qué terminaría todo si se quedaba. Se sintió observado en el camino hacia la puerta de aquella construcción que a pesar de tener unos cimientos muy fuertes, aparentaba ser precaria. Afuera el clima era caluroso, instantáneamente el sol comenzó a quemarle la piel de los brazos y el rostro.

-Adiós, Kazu- murmuró a medida que lo veía alejarse lentamente. Otra vez le tocaba quedarse solo allí. Quizá ya era hora de llevar las flores al templo y encender el incienso, elevar un par de plegarias. Desde que su abuelo había muerto hacía un poco más de cuatro años, él había decidido continuar su camino fuera del templo. Se había instalado en una pequeña construcción que de antaño había pertenecido a su padre, el cual había muerto ahogado en el mar. Allí se había dedicado a preparar venenos, antídotos, pócimas, ungüentos. Y con ayuda tanto de los dioses en los que creía cómo de los demonios que jamás habían abandonado su cuerpo, practicaba diferentes tipos de magia o rituales para ayudar a quién se lo pidiera. El pago por aquellos encargos solían ser monedas o comida.
Repentinamente un escalofrío le recorrió toda la extensión de la espalda. Algo le había rozado la blanca túnica que llevaba puesta. Al ver por sobre el hombro a través del rabillo de su ojo pudo avistar de nuevo aquella oscura entidad. No tenía idea de qué podría ser precisamente. No le inspiraba miedo. Aquella cosa le había seguido desde la noche en la que su abuelo había liberado una pequeña casa de un mal espíritu. Sin embargo ésta solía susurrarle cosas útiles con alguna clase de voz secreta, no podría ser capaz de dar una explicación acerca de la conexión que tenía con aquel ente si le pidieran una. Aquel ser lo sabía todo y en consecuencia él también. Se apresuró para llegar hasta el marco de la puerta, buscando al castaño con urgencia -¡Kazuki!- le llamó ya que se encontraba bastante lejos en el camino. Repitió el llamado para que el muchacho le escuchara -¡Cuida bien de Manabu, por favor!- se limitó a decir antes de morderse el labio inferior con preocupación. 

Notas finales:

Buenas buenas ouo/~

 

-guarda el resto del lemon en su bolsita de lemon- ¿Cómo va? u3u les traje capi nuevo con un toque picante (?) Espero que les haya gustado uwu 

Para quienes aún no ubican a los pj, Jui es el ex vocal de Vidoll, actualmente en Gotcharocka:

https://www.youtube.com/watch?v=EhsA1fa-Rms

Hiro es el vocal de Nocturnal Bloodlust:

https://www.youtube.com/watch?v=4LodZmEi3-c

Kazuki y Manabu de Screw uwu y el Ryuu de Plastic Tree. 

Y pues ouo les voy a dejar un pequeño spoiler para que recreen la vista(?): 

https://www.youtube.com/watch?v=KuSYJEhiZAU

 

El próximo capi vendrá como siempre a mitad de semana UuU. 

Espero que estén bien, les haya gustado el capi. Muchas gracias por leer y comentar ouo/ yo ya me retiro porque últimamente ando bien corta de palabras para escribir aquí, se me queda la  mente en blanco xDD -se siente boba- 

Así que pues u3u les dejo el PV nuevo de D para que vean, que es excelente QWQ y me retiro. Es en Face así que tienen que estar conectados uwu.

Besines uwu

https://www.facebook.com/photo.php?v=776701515686158&set=vb.467672433255736&type=2&theater


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