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Valiente. por Maira

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El funeral se llevó a cabo con todos los honores. La procesión hasta el cementerio en lo alto de las colinas, al Este, culminó con el entierro del general; así su familia lo había solicitado.

Los preparativos para el viaje fueron rápidos. Como siempre, el General Miwa dejó a cargo de la mansión a Yusuke. Ni siquiera se despidió de su esposa o de su hijo, dejó que más tarde el muchacho les anunciara acerca de su viaje hacia las tierras al otro lado del mar. De todos modos no creyó que fueran a extrañarle demasiado…
Habían pasado muchísimos años desde la última vez que había estado a bordo de un barco. Como no tenía dificultad alguna al moverse por tierra, pensó en que tampoco le presentaría muchos problemas el caminar con su pierna de acero sobre las pulidas tablas de un navío. Se había vuelto ágil. En contra de cualquier pronóstico que su descarado enemigo se hubiera atrevido a dar, incluso aprendió a montar a caballo en sus nuevas condiciones.

Avanzaron al trote. Todos los generales restantes iban a acompañados de sus respectivos tenientes, si es que los poseían. Desde una prudente distancia pudo observar los enormes navíos del ejército, aquella vez serían solamente dos. Tora había convocado a los mejores soldados para realizar aquel viaje, incluso los individuos novatos que destacaban entre las escuadras fueron elegidos. Todo el que tuviera un buen potencial asesino era útil, lo importante era saber cortar una numerosa cantidad de cabezas antes de caer.

Al llegar, se vieron obligados a esperar largos minutos mientras los hombres finalizaban las tareas de subir a bordo las armas, las balas de cañón, los diversos baúles. Miwa observó de reojo a Tora quién otra vez regañaba a Aki por a saber qué cosa. Estaba tan acostumbrado a ese tipo de situaciones que muchas veces ni siquiera les escuchaba, aquella no fue la excepción.

Naoto permanecía impasible a un lado de Hazuki. El castaño de vez en cuando le dedicaba una mirada desdeñosa, cargada de alguna clase de rencor tan natural que era imposible de explicar. Sencillamente la odiaba, de cualquier manera posible deseaba verla fuera del lugar que ocupaba.

Sono, Leda y los restantes rangos menores siempre se ubicaban a espaldas de los generales, a una distancia lo suficientemente prudente. No tenían permitido hablar entre ellos cuándo los altos rangos se encontraban presentes, debían permanecer en silencio a menos que se les cediera la palabra. Cuándo la hora de subir a bordo al fin llegó, el general Miwa acercó su caballo a Sono, el cual desmontó del propio para sostener las riendas del precioso animal. Masashi bajó sin dificultades, se acercó lo suficiente y esperó un corto instante en el que analizó su semblante antes de dirigirle la palabra.

─Tora está un poco ocupado, así que te lo diré yo: tú estarás al mando mientras nosotros nos encontremos ausentes, eres más adecuado que los demás para la tarea. En cuanto vuelva quiero un informe detallado de todo lo que ha sucedido día a día aquí. Toma buenas decisiones. No me decepciones y tampoco al rey.

─No lo decepcionaré, señor ─respondió muy respetuoso y luego del saludo de rigor, observó la manera en la que muy satisfecho el general se alejaba. Los demás tenientes, rangos menores e incluso unos pocos guardias que los habían escoltado hasta allí, desmontaron de sus sillas y se apresuraron a formarse. La partida no fue tan larga como esperaban. Mientras en el extremo del muelle, en su respectivo mástil la bandera del rey ondeaba al viento, volvieron a ejecutar otro saludo militar.

Con aquel movimiento la pulsera de plata emitió un suave resplandor al asomarse bajo la manga del impecable uniforme del teniente al mando Sono.


─¡Despierta, Hiro! ─exclamó luego de acercarse con sigilo y recostarse encima de su novio que dormía profundamente acurrucado contra la almohada, boca abajo. Le dejó un beso en el cuello, otro en la mandíbula, esperó con paciencia a que al menos se removiera pero no obtuvo ninguna reacción. Decepcionado, dejó escapar un suspiro, le hizo una pequeña marca de propiedad en el cuello─. Hiro, tienes que despertarte. Atsushi te está buscando porque ya es tarde para ir a entrenar… ¿Acaso te sientes mal? ─poco a poco con suaves palabras, su novio se removió entre suspiros hasta que al fin abrió los ojos y lo miró por sobre el hombro, muy confundido. Jui dejó escapar una pequeña risa, le besó la comisura de los labios, lo apretujó por la cintura que envolvía con sus dos brazos─. Buen día, dormilón. Se te hizo tarde… tienes que… ¡Ah! ¡Espera! ─protestó al ser arrojado sobre las mantas cuando Hiro abandonó la cama de un salto. Lo observó con un aire muy divertido mientras se vestía apresuradamente, pues le gustaba mucho aquel sentido de responsabilidad que el pelinegro tenía tan arraigado. Si la noche anterior no se hubieran quedado hasta muy tarde despiertos en medio de instrucciones o consejos por su parte para utilizar el arco y la flecha, Hiro no se hubiera dormido hasta esas horas del mediodía, pensó. Era su culpa y la primera vez que sucedía─. ¿No me vas a despedir con un beso? No te veré en todo el día ─se quejó al ver a su novio dirigirse hacia la puerta de la habitación. Éste por medio de un giro volvió a con él, le plantó un par de intensos besos a la vez que lo mantenía cerca de su cuerpo por la cintura, más tarde le susurró sobre los labios un par de palabras cariñosas; no había un mísero día en el que no deseara pasar más tiempo junto a él, lo adoraba. Antes de que Jui lo retuviera más tiempo al rodearle el cuello con los brazos, le mordió el labio inferior con suavidad, lo separó de un pequeño empujón y casi al trote abandonó la habitación.

Atsushi lo esperaba en el patio de armas, Ryoga lo acompañaba, él saludó a ambos con una pequeña sonrisa. Luego de que el menor de los tres corriera en busca de un par de sables olvidados en la herrería, se dirigieron a las planicies cercanas al pie de la montaña con intenciones no sólo de entrenar, sino de también probar las nuevas armas en las que su hermano había estado trabajando. Entrenarían juntos ya que según las palabras de Atsushi, Ryoga se encontraba ‘muy blando’. El menor protestó ya que casi a diario se tomaba el tiempo de entrenar con alguien diferente y le advirtió que le cerraría la boca en cuánto lo viera luchar, que solamente era cuestión de llegar y ponerse manos a la obra.

El entrenamiento fue duro, Atsushi les exigía aún más velocidad, más fuerza a la hora de atacar, de defenderse. Ryoga se sorprendió bastante al descubrir que poseía casi el mismo nivel de lucha que Hiro, la única diferencia se encontraba a la hora de utilizar dos sables. El pelinegro tenía mano experta y lanzaba potentes golpes casi imposibles de esquivar o repeler. El menor comenzó a sudar y jadear, no quería rendirse ya que de ser así, la derrota ante Atsushi le traería un disgusto, además no quería que el mayor se mofara de él. Pasado un largo tiempo se encontró tan agotado que sin poder soportar más el peso de su propio cuerpo, se dejó caer de rodillas y se rindió. Hiro se sentó a su lado, su respiración de a momentos era pesada. En determinado momento, el mayor le recordó a un gran mastín de caza, de esos que el viejo capataz solía tener consigo. Hiro le palmeó la espalda a modo de felicitarle.

─Muy bien, mocoso ─se vio obligado a admitir el mayor. Con calma avanzó hacia ellos y se sentó a un lado del menor.

─¿De verdad? ─preguntó muy ilusionado, incluso una risa de pura satisfacción se le escapó─. ¿Ya estoy listo para matar a los soldados del ejército al otro lado del mar?

─¿Para qué quieres hacer eso? ─le preguntó con el entrecejo fruncido, sin embargo al notar lo atento que le observaba, rodó la vista─. Puede que matar soldados sí, pero jamás intentes acercarte a un alto rango o un general. ¿Tienes idea de cuáles son, cierto?

─¡Claro que sí! No soy tan tonto, Atsushi ─acarició los lacios cabellos de Hiro cuándo el mismo recargó la cabeza sobre su hombro para descansar─. Tú… eras uno de ellos, un general. El emblema de tu unidad en la gorra militar era… ─de repente hizo silencio ante una dura mirada por parte del mayor.

─Jamás intentes luchar con uno de ellos, quiero que te quede bien claro ya que sabes reconocerlos. Prométemelo, mocoso.

─S-Sí, lo prometo ─murmuró a la vez que bajaba un poco la vista. Más tarde volvió a mirarlo fijamente─. Atsushi ─le llamó vacilante─, quiero hacerte una pregunta. No te enfades o no la respondas si no quieres, no te obligo a hacerlo…

─Dime de qué se trata ─respondió en un tono seco de voz, pues las preguntas de Ryoga siempre le colocaban los nervios de punta.

─¿Por qué… cuándo el militar loco te disparó y tú… viviste… no volviste a tus tierras en busca de venganza ni a recuperar tu puesto? ─no dejó un instante su tarea de acariciar el cabello de Hiro─. Es decir, todos creen que estás muerto, jamás permites que te vean al momento de invadir… ¡Si no quieres responder, no lo hagas! ¡Lamento la pregunta!  

─Si hubiera vuelto, me habrían disparado otra vez ─meditó unos momentos sobre sus palabras─, me hubieran matado de todas maneras. Querían quitarme del medio para que no les echara a perder los planes. Era imposible luchar contra semejante fuerza sin aliados. ¿Sabes qué tipo de personas ocupan ahora los antiguos puestos de los generales caídos?

─Personas muy malas ─respondió y recargó su cabeza contra la de Hiro.

─Sin contar el detalle de que cada año tendría que haber vuelto a las montañas para pagar la deuda…

─Entonces decidiste quedarte con nosotros y entrenarnos.

─Así es…

─Sí, así es… ─ repitió. Muy despacio arrastró su mano hasta encontrar la de Atsushi, colocó su cálida palma contra la propia antes de entrelazar sus dedos con los de él.

En el castillo, Ryuutarou permanecía junto a Kei, ambos atentos al estado de Manabu. Luego de aquella noche, gracias al pedido del muchacho, el menor había mejorado notablemente. La fiebre había desaparecido por completo, dormía muchísimo y cuándo despertaba, bebía una gran cantidad de líquidos e incluso comía unos pocos bocados de lo que le ofrecían. La herida suturada del rostro era grotesca, no le permitieron verse en el espejo las pocas veces que pidió por uno. A cambio las heridas del pecho y la espalda hicieron costra; un buen signo de que tanto la carne como la piel comenzaban a sanar.

Todas las noches Kei permitía que Ryuutarou cuidara de Manabu. Dormía tranquilo y profundo, ya no tenía tantas preocupaciones con respecto a la salud de su paciente, además había aprendido a confiar en aquel chico que a pesar de darle un poco de miedo, no era una mala persona. Al llegar en las mañanas los encontraba durmiendo plácidamente. Muy despacio revisaba las heridas de su hermano, los despertaba con suavidad y enviaba a un par de empleados a servirles el desayuno.

A veces Ryuutarou abandonaba la habitación e iba al templo en busca de encender el incienso y cambiar las ofrendas de flores marchitas por unas frescas, cuándo eso sucedía, Kei se quedaba a solas con Manabu. A veces Kazuki o Zin se acercaban a curiosear, éste último siempre le preguntaba si había comido bien, si había dormido temprano o si ya se había bañado. Él siempre le respondía a todo que sí, pues no quería que se preocupara tanto por él.

En esos precisos momentos, observó la manera en la que Ryuu acariciaba los cabellos de su hermano dormido, hasta que el susodicho volvió los oscuros ojos hacia él y se le quedó mirando. Negó con su cabeza ante la pregunta del pelinegro, se encontraba bien, nada malo sucedía. Mantuvo sus ojos clavados en la alfombra hasta que dejó de sentir el peso de su mirada, más tarde se dirigió a una de las ventanas, necesitaba contemplar el paisaje que se extendía mucho más allá de la muralla. Al poco tiempo volteó al volver a escuchar su nombre.

─Kei, quiero que escuches bien lo que voy a decir ─comenzó a hablar con suavidad─. Sucederá algo malo, no con respecto a Manabu, sino que es algo malo que nos afectará a todos. Tendrás que ser fuerte en esos momentos…

─¿Qué clase de cosa mala va a suceder, Ryuu? ─preguntó el menor un poco asustado.

─No lo sé realmente ─se apresuró a responder─, hay cosas que no puedo ver con claridad y cosas que sí. Tendrás que permanecer junto a nosotros porque va a suceder algo inevitable… ─iba a agregar algo más, un acontecimiento de vital importancia pero finalmente decidió callar.

─Siempre estaré con todos ustedes. Me gusta vivir aquí ─respondió con un asentimiento de cabeza─. Todo lo malo que pueda suceder, siempre será solucionado por mis hermanos mayores y Anzi. Así que no te preocupes tanto, Ryuu.

─S-Sí, pequeño Kei. No hay que preocuparse… ─respondió en un intento de sonar tranquilo, sin embargo la expresión de su rostro se mostró sombría.

Anzi, Kazuki, Omi, Otogi y Zin se encontraban reunidos alrededor del escritorio de éste último. Las cosas habían ido mal desde el momento en que Otogi supo que no iba a volver a navegar jamás. El nuevo compañero espía de Omi sería Kazuki, Anzi había estado de acuerdo en que el menor acompañara a la muchacha en sus viajes. Otogi se había echado a llorar de rabia, incluso pensaron en que iba a cometer alguna estupidez al momento en que lanzó una mirada cargada de odio hacia el castaño. Omi lo tranquilizó de manera que con los ánimos un poco más serenos, pudieran continuar hablando. Pero al cabo de pocos instantes, sin poder soportarlo ni un momento más, Otogi se había retirado para intentar dormir un poco. El despacho se sumió en un silencio provisorio que fue interrumpido por la muchacha.

─Bueno, debería enseñarle las naves por dentro a Kazuki. Hace tiempo que no sube a una ─comentó y se removió ligeramente ansiosa en su lugar.

─¿Creen que Otogi estará bien? ─preguntó Kazuki con preocupación.

─Sólo está un poco herido y enfadado consigo mismo ─respondió Omi─, ya se le pasará. Es cuestión de tiempo, pronto se adaptará bien a su nuevo trabajo.

─Tal vez debería ir a verlo… ─murmuró muy inseguro Zin.

─Déjale así como está ─respondió Anzi de una manera bastante desinteresada. Durante un instante miró con aire distraído las cosas que reposaban encima del escritorio.

─Ah… ─suspiró Kazuki y se pasó una mano por el cabello.

─Tengan mucho cuidado en su viaje, niños. Ya saben que siempre… ─comenzó Zin pero al poco fue interrumpido por Omi.

─Sí, ya lo sabemos. Tranquilo. Kazuki sabe cuidarse solo y yo también.

─Además tienes que vigilar que Manabu se reponga como corresponde ─observó la expresión preocupada del pequeño rubio y soltó una exclamación─. ¡Anda! ¡Ya estamos bastante grandecitos! ─luego de una risa, le dio un cálido abrazo─. Te quiero. Tú también cuídate mucho. Volveremos a vernos en un par de semanas.

─Las noticias no tardarán en llegar, adiós ─murmuró la muchacha a modo de corta despedida, ya estaba más que acostumbrada a esa clase de procedimientos. De inmediato volteó y se dirigió a paso firme hacia la puerta del despacho. Kazuki la siguió luego de despedirse de Anzi quién le deseó mucha suerte.

Así, medio día después de que al otro lado del mar los generales del ejército contrario partieran hacia sus tierras, ellos subieron a bordo y zarparon. El Sol que se ocultaba en el horizonte bañaba las aguas con un destello rojo-anaranjado cuándo alcanzaron un trecho considerablemente alejado de la costa. Los relieves de sus propias tierras, la gran montaña se recortaban a modo de oscuras siluetas. Omi se ubicó junto a su hermano, juntos observaron en silencio cómo el día llegaba a su fin. 

Notas finales:

Buenas ouo/ ¿Cómo va?

El tema de la electricidad lo solucioné rapidito, por suerte *u* ya todo está bien~

De todos modos paso rapidito porque tengo sueño D: espero que les haya gustado el capi. Se me hizo bien tarde con la cuestión de que perdí un día hoy haciendo otras cosas que tendría que haber hecho ayer Uu. 

Besines a todos UuU gracias por leer~~ 

 


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