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Valiente. por Maira

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Durante los siguientes días, lo único a lo que se dedicaron fue a rebuscar entre las ruinas. Para su sorpresa encontraron de todo: desde cuencos de oro, copas, cucharas, joyas; que el fuego sólo logró ahumar, hasta vasijas, cojines medio consumidos por el fuego, mesas o sillas destartaladas que podían arreglarse o sostenerse mediante cúmulos de arena, ropas que se salvaron del incendio, monedas. A la mitad del oro lo cambiarían por cortinas y alfombras, utilizarían las monedas para comprar comida y vino.

Mientras revolvía en el interior de un baúl cuya tapa casi había desparecido, Omi pensó en que deberían enseñarle todas las palabras necesarias a los demás, conseguir un puesto en algún taller a cambio de comida, unas pocas monedas u objetos de valor. Tendrían que sobrevivir de cualquier manera, incluso si necesitaban hurtar lo harían.
Estaba muy preocupada por los demás, especialmente por Kei que no paraba de llorar cuándo lo dejaban solo. El humor de Kazuki iba de mal en peor, temía porque Ryoga y Manabu le hicieran algo malo en medio de un impulso. Anzi se pasaba el día recorriendo el pueblo en busca de información útil, emprendía pequeñas excursiones en busca de un pozo más cercano, buscaba los mejores precios en el mercado, se informaba bien acerca de aquellos peligrosos grupos de rebeldes que incendiaban lugares enteros. Durante el día hacía un calor infernal, durante las noches se congelaban. Para colmo, unos piratas habían aparecido desde alguna parte y destrozado por diversión su barco.

En más de una ocasión tuvieron que ahuyentar a los ladrones que se acercaron a husmear. Anzi les advirtió que eso sucedería, puesto que eran recién llegados.

Jamás hubiera creído que terminarían en una situación similar. El calor le hacía sudar pero ya no le molestaba demasiado, el trabajo duro de escarbar, clasificar, cargar con muebles u otros objetos, tampoco. Estaba acostumbrada a ese tipo de vida, a sobrevivir a pan y agua, a la luz del Sol sobre su cabeza, a tener las manos ásperas debido a las cuerdas o las armas. Tomaría las riendas del asunto las veces que fueran necesarias.
Arrastró el baúl hacia el exterior ya que encontró varias joyas con las que podrían negociar, también finas prendas de mujer que ella jamás usaría. Informó que ya era hora de volver con todo lo hallado y emprendieron camino, pues no se encontraban a más de medio kilómetro de su nuevo hogar. Tenían que comer algo, beber un poco de agua, restaurar todo lo que pudieran, quitar el hollín de las piezas de oro que ofrecerían en el mercado. Aún había mucho que hacer y las horas de oscuridad se les venían encima.

Suspiró de alivio al llegar y comprobar que todo estaba tal cual lo habían dejado. Ryuu permanecía en una esquina, absorto en la talla de un hueso humano que había encontrado. Kei lo observaba de lejos con una expresión entre triste y aterrada, pues aún no había dejado de temerle del todo.

Ella pidió que dejaran todo frente a la casa quemada, llamó a Kei y lo colocó a su lado como su asistente. Enseguida se pusieron manos a la obra.

Tardaron mucho tiempo en acabar todas las tareas. Cuándo el Sol estuvo a punto de ocultarse en el horizonte Anzi apareció con unas velas gruesas, las repartió por todo el interior de la estancia. Hicieron una fogata para la cena, comieron una ración de pan y carne de camello, se acurrucaron en dónde pudieron para dormir. A cada día eran menos muchachos, comenzaba a sobrar el espacio.

Manabu se mantuvo en vela cerca de la fogata que se había consumido hasta llegar a un tercio de su tamaño original. Desde que llegaron a esas tierras no pudo dormir bien una sola noche, pues su temor de que alguien los atacara durante las horas de oscuridad o les robara lo poco que tenían, no se lo permitió. El aire fresco le caló los huesos, para lograr que el fuego no se apagara formó un montículo de arena alrededor. A partir de ese entonces estuvo arrebujado entre una capa gruesa, sólo sus ojos y parte de su cabello quedaron a la vista. Observó en silencio cómo Kazuki se acercó sin percatarse de su presencia, se calentó las manos cerca del fuego, por último dejó escapar un largo suspiro.

─No lo apagues ─le ordenó sin alzar la voz en cuanto vio que Kazuki tuvo las intenciones de apagar el fuego.

─Lo siento, no sabía que estabas allí ─murmuró el más alto─. ¿Puedo sentarme?

─Haz lo que quieras.

─¡¿Por qué siempre tienes que actuar así, Manabu?! ─le espetó un poco malhumorado y cruzó los brazos sobre el pecho─. Estoy comenzando a cansarme de tu actitud.

─No grites y siéntate de una maldita vez. Vas a despertar a todo el mundo ─le espetó cortante─. Sólo te dije que hicieras lo que quisieras, no veo la razón por la que debas explotar así. Tú eres el que está comenzando a cansarnos a todos, así que contrólate o tendré que hacerlo yo.

─¿Y qué vas a hacer? ¿Abandonarme aquí cómo ya todos abandonaron a Hiro a kilómetros de distancia? ─se sobresaltó cuándo Manabu se colocó de pie y muy rápido lo tomó por las ropas.

─Baja la maldita voz, Kazuki. No te lo voy a repetir ─le murmuró entre dientes─. Ya conoces muy bien la razón por la cual no podemos ir en busca de Hiro, así que no vuelvas a nombrarlo. No tenemos recursos, nos morimos de hambre poco a poco, ni siquiera tenemos una maldita nave.

─Podemos conseguir una nave, aún nos quedan personas con las que podemos luchar hombro con hombro…

─Claro, por supuesto. ¿Y con qué vamos a conseguir un barco? ¿Acaso vas a vender tu culo en un burdel? No seas ingenuo, Kazuki. Si no hacemos algo pronto, todos vamos a morir aquí.

─¿Por qué nadie puede pensar de otra manera? ─murmuró dolido─. ¿Acaso no fue suficiente que mataran a Otogi, Atsushi, Jui, a Zin?

─Fue más que suficiente, tanto como para a partir de ahora cuidarnos más entre nosotros ─le soltó de manera de brusca, se dirigió hacia el interior y sin mediar otra palabra, buscó un lugar junto a Ryoga y allí se acurrucó con intenciones de dormir.

 

Logró reunir un total de quinientos soldados. No eran muchos, pero podrían resistir en caso de que los atacaran. Embarcaron y partieron de inmediato, cuándo ya las columnas de humo comenzaron a alzarse en el cielo. Lo más probable era que ningún soldado sobreviviera en aquella zona.

Naoto estaba preocupada. No tenía idea de cómo sería la situación al otro lado del mar, en los cuarteles. Sabía muy bien que su superior era capaz de cuidarse las espaldas, pero estas personas tenían un ejército implacable, lleno de tecnologías y una muy buena estrategia. ¿Quién los habría traicionado así? Tenía en mente un abanico de posibilidades, no podía decidirse por una sola persona.

Llegaron a mar abierto sin ser vistos por nadie, al parecer todas las rutas se encontraban despejadas. Suspiró de alivio, impartió un par de órdenes y se colocó al timón. El viento dejó de favorecerles en un santiamén, tenían que ir con cuidado durante el resto del viaje o bien hasta que el mismo volviera a cambiar la dirección. De repente deseó tener una forma de comunicarse con los demás generales, con el cuartel, con todas las personas a las que conocía. Durante todo el trayecto realizado no avistaron a nadie a kilómetros a la redonda, suceso muy extraño.

Tuvo un presentimiento, ordenó que mantuvieran los cañones preparados. Las balas de cañón eran suficientes como para acertar cinco disparos por unidad, sólo tenían unos pocos barriles de pólvora, ella cargaba con su pistola de un tiro vacía y sus dos sables, un puñal. El resto de sus hombres a cargo se encontraba en una situación similar.

Una vez el rumbo fijo, comenzó a elaborar un plan. Si los sureños llegaron directamente a aniquilarlos, lo más posible era que hubieran dispuesto alguna clase de unidad militar en el mar, cerca del puerto. Pensó en que lo mejor sería dirigirse hacia el sur, al límite de sus tierras con las de ellos. Nadie esperaría que desembarcaran en esa zona. Una vez allí, se llegaba a la capital en unos días.

Sólo esperaba que al momento de pisar los cuarteles todo estuviera tal cual lo dejaron. Estaba sedienta, hambrienta, su cabello y sus ropas se mantenían rígidos gracias al chapuzón entre las olas. Intentó mantener la calma, mostrarse paciente, imposible de escrutar. No les explicó absolutamente nada ante las diversas preguntas que le hicieron.

A mitad de camino decidió cambiar el rumbo, pues mientras más lejos se encontraran, más fácil sería escurrirse sin que los vieran. En determinado momento un par de barcas mercantes pasaron a su lado, pero no se detuvieron ante las preguntas que vociferó desde la borda. Los hombres parecían asustados.

Ordenó que echaran a las calderas todo el carbón disponible, le respondieron que no había demasiado. Dispuesta a resolver el misterio y a llegar en menos de una semana, mantuvo el rumbo directo hacia su destino. El cielo mudó sus colores a unos más pálidos, pronto se haría de noche. El mal presentimiento continuó allí, presionándole contra el pecho y ella tragó duro.

 

─¿Quieres más vino? ¿Por qué no te pones borracho? ─el pirata lo observó con los ojos entrecerrados─. Creo que después de tantas copas ya me siento un poco mareado.

─De hecho, está muy borracho señor. Y no, no quiero más vino ─también lo miró, pero con una expresión un tanto preocupada. Temió que en cualquier instante su amo se desplomara sobre la mesa.

─¿Y qué es lo que puedes hacer? ¿Tienes algún poder en particular o algo parecido? Quiero que me seas útil para algo más que estar en la cama ─soltó una carcajada y medio se ahogó.

─Puedo encender fuego con la mente, crear pequeñas ilusiones ─comenzó a hablar con precaución, por unos instantes tuvo miedo de continuar─, puedo sanar heridas.

─¿Algo más? ─inquirió curioso─. ¡Me servirás mucho en ese caso! ¡Anda, prende un poco de fuego aquí! ─sin permitirle siquiera pronunciar una respuesta, tomó una vela cercana, la apagó y muy torpe la acercó al pequeño. La cera salpicó la madera de la mesa, las copas, la jarra y el suelo de tablas.

─Ah… veamos… ─murmuró Kayuu. Llevó sus manos hacia la mecha oscura de la vela y la rodeó, prender fuego le suponía un esfuerzo mental intenso. Se concentró todo lo que pudo en visualizar una llama, no quiso decepcionar a su amo. A los pocos instantes de sentir el calor entre sus manos, descubrió la mecha encendida con una bonita sonrisa en sus labios.

─¡Fantástico! ─gritó el pirata sin poder creer lo que veía─. ¿Puedes encender algo más grande? ¿Algo así como un barco?

─No estoy muy seguro de los límites de mis poderes, señor ─despacio se acarició los cabellos.

─¿Nunca le has prendido fuego a alguien? ─sonrió ante una negación de cabeza por parte de Kayuu─. Eres un buen muchacho.

─G-Gracias, señor ─no pudo más que sonrojarse por las palabras de su amo.

─Trabajemos juntos a partir de ahora, tu poder me servirá de mucho. Yo te protegeré y tú harás lo que yo te indique ─se sirvió la última copa de vino que estaba dispuesto a beber hasta el siguiente día─, te prometo que tu tarea no será difícil. Sólo tienes que mostrar un poco de valor.

─¿De qué se trata? ─preguntó muy curioso. Se levantó ante un gesto que el pirata le hizo y se acercó a él.

─Ya lo sabrás en su momento ─de sopetón lo tomó por la cintura, lo sentó en sus piernas, por último apuró la copa hasta que no quedó una sola gota de vino en ella─. ¿Crees que huelo mal y me veo horrible?

─¿Eh? Ah… claro que no. Sólo huele a aire marino ─muy discreto le olisqueó las ropas en la zona del hombro─, también a humo, madera, vino. A cosas bonitas.

Mikaru dejó escapar una carcajada, lo apretujó contra su cuerpo y le plantó un beso en los labios. En cuanto el pequeño le posó sus manos sobre cada mejilla, sintió como un extraño cosquilleo le recorrió la médula. Una sensación dulce, agradable, mortal. Se separó al instante, lo miró ceñudo y más tarde rompió a reír de nuevo─ Eres un ladronzuelo, no creas que no sé lo que estabas haciendo.  

─Es que hacer fuego me quita muchas energías ─se excusó avergonzado.

─Tengo energías de sobra para ti, pero no olvides que soy humano ─despacio le mordisqueó la punta de la nariz─. Si me matas, tendrás a todos los piratas que viste antes persiguiéndote.

─¡No! No pretendo matarlo, amo ─sacudió sus diminutas manos en un gesto negativo─, su energía me gusta. Intentaré controlarme.

─’Amo’… me gusta cómo suena eso, sí… ¿Te gusta mi energía? ¿Es que acaso tiene un sabor en particular? ─le quitó el adorno que tenía en los cabellos, también le bajó un poco la ropa hasta descubrirle los hombros. Se deleitó con la mirada que esos ojos tan extraños le clavaron. El pequeño en sus piernas apenas pesaba, lo acomodó en una mejor posición. De esa manera, un poco torpe comenzó a repartirle besos por la suave y perfumada piel blanca, exquisita para ser mimada.

─No sé qué son los sabores, pero podría describir la energía como… ─se colocó a pensar─. ¡Ah! No lo sé. Es parecido a las palabras: refrescante, fuerte, débil, malo, bueno.

─¿Cuál tipo soy yo? ─le bajó un poco más la ropa, hasta descubrir uno de los rosados pezones.

─Usted es… ─gimió en cuanto Mikaru comenzó a lamerle esa sensible zona─, definitivamente es del tipo fuerte. Pero debo decirle que es muy particular, pues tiene un color. Su alma también tiene un color…

─¿Un color? ─preguntó contra su piel─. ¿Qué color tengo?

─Usted tiene el color blanco en su interior. Ese es el color de los que están condenados por los dioses. El suyo es un blanco intenso, creo que usted ha ofendido a un panteón entero…

El pirata se echó a reír con muchas ganas. Luego tomó la pequeña cabeza de Kayuu entre sus manos y le plantó un beso en la frente─ Ahora mismo los dioses me tienen sin cuidado. Vamos a la cama. 

Notas finales:

Holi ouo/ paso rapidito a dejarles coso, que estoy atrasada hasta con la cena~ 

Espero que les haya gustado el capi uwu  

Tengan un buen comienzo de semana ouo/ afróntenla con energía, que sí se puede. 

Gracias por leer a todos, nos estamos leyendo en el próximo capi -huye- 

 


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