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Valiente. por Maira

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La idea de intentar destruirlo atravesó su mente como una flecha, sin embargo el tiempo apremiaba. El círculo solar comenzó a asomarse a través del horizonte antes de lo esperado. Un pánico profundo le atenazó el pecho hasta el punto de no poder ejecutar movimiento alguno, tenía que ocultarse antes de que fuera demasiado tarde.
Con lo que no contaba era con que la luz solar le hiriera la piel, el amo del infierno le había advertido que a partir del momento de su transformación sería una criatura de naturaleza nocturna, pero él no lo había tomado en serio. Comprendió de mejor manera que todo aquello era peligroso. El pelirrojo aún se mantenía a sus espaldas.

─¿Te duele? Estoy seguro de que sí, porque aún eres débil… ─susurró a su oído─, de otra manera no estarías quejándote. Ahora te voy a dejar ir. Si se te ocurre intentar hacerme daño, te arrojaré al interior del pozo. Allí te quedarás porque he decidido que a pesar de tu fuerza bruta, no podrás trepar. En cuanto intentes superar tus limitaciones, tu cuerpo se volverá pesado ─lo apretó contra su cuerpo de manera que no se moviera y la luz solar le diera directo en el rostro─. Si yo fuera tú utilizaría esas ruinas. Ah… casi lo olvidaba. En el mundo de los mortales puedes llamarme Tsunehito. Ahora vete. Volveré a aparecer cuándo se me antoje ─dichas sus palabras, gradualmente se esfumó hasta desaparecer. Miwa se quedó por completo solo, sumido en un mutismo absoluto.

Al soplar una ligera brisa, el olor de la sangre de Naoto llegó hasta su nariz. Todo el cuerpo de la muchacha estaba impregnado con el penetrante aroma de la muerte que ahora podía captar muy fácil y pronto una serie de mareos lo sorprendió de tal manera que tuvo que aferrarse con sus puños a la tierra. Si caía allí, estaría perdido. Hizo todos sus esfuerzos por no mirar el cadáver al posarle las manos encima, le murmuró unas palabras de adiós y empujó con suavidad hasta que el cuerpo inerte se deslizó hacia abajo. El sonido seco al tocar el fondo o chocar contra el cuerpo de Tora le indicó que el trabajo ya estaba finalizado.

Con movimientos lentos se colocó de pie, trastabilló hacia aquellas viejas construcciones que conformarían su salvación y se introdujo en el interior de la que le pareció más oscura. La piel del rostro, del cuello, de las manos, le ardía tal cual alguien le hubiera posado una barra de hierro al rojo vivo. Se recargó contra la puerta destartalada y al acariciarse una de las mejillas, una gran porción de piel se le desprendió, él soltó un lastimero quejido sin saber muy bien qué hacer. Era un ardor constante, tortuoso, jamás había sentido algo semejante.
Se rindió a esa sensación de debilidad que le hizo sentir que el mundo daba vueltas, cayó de lado. Su cabeza rebotó contra el suelo de piedra, sus párpados se cerraron con fuerza ante el impacto, el ardor continuaba torturándole hasta hacerle creer que perdería el conocimiento. Justo allí las amargas lágrimas por Naoto escaparon a través de sus lagrimales, él la había asesinado.

Tardó demasiado tiempo en calmarse. Al relajarse, el sueño hizo presa de su cuerpo y simplemente cerró sus ojos, se rindió a aquella sensación dulce, agradable, tranquilizadora. Allí estaba a salvo, nadie se atrevería a molestarle.

A la siguiente noche la dedicaría en su plenitud a descubrir cuántas limitaciones poseía, la manera de controlar su nueva fuerza para evitar quitarle la vida a alguien más y qué clase de poderes eran con los que podía contar. Necesitaba aprender demasiadas cosas.

 

─¿Así que vienes de las tierras al otro lado de las montañas, eh? ─inquirió interesado en el asunto─. Es curioso, muy curioso. ¿Ya te preguntado tu nombre?

─Me llamo Mizuki ─el pequeño se acarició sobre el vendaje, le dolía un poco.

─Es un bonito nombre ─afirmó y enseguida tomó su pipa. Con movimientos precisos se colocó a rellenar el depósito de tabaco─. ¿Y tu apellido? Podría jurar que provienes de una familia adinerada.

─Yo ya no tengo familia ─susurró con la cabeza gacha─. Mi apellido es Miwa.

─Mhh… ¿Miwa? ¿Así como el general del ejército? ─asintió en cuanto Mizuki se lo confirmó─. Vaya… ─silbó antes de colocarse a encender el tabaco con ayuda de un palito de madera y una vela─. ¿Y dices que está muerto, muchacho?

─Es lo más probable. De todos modos no quiero vivir con él ─tragó duro al imaginarse que, de aún vivir, su padre vendría en su busca en cualquier instante─. ¿Lo conoce?

─Podría decirse que sí ─murmuró luego de dar un par de caladas con la intención de terminar de encender el tabaco. Dejó escapar el humo de manera relajada por el espacio de sus labios entreabiertos─. ¿Te inspira miedo evocar su imagen, cierto?

─¿Evocar? ─preguntó a la par que ladeó la cabeza.

─Recordar, traer a tu mente su imagen ─sonrió cuándo el menor asintió tímidamente─. Bueno, supongo que actuaba como un monstruo hasta con su propio hijo. Oye, muchacho… no te aflijas. Alégrate de encontrarte en el mejor lugar del mundo.

─El mejor lugar… ─repitió y suspiró.

─¿Tienes hermanos?

─No, no los tengo. Soy el único hijo de mis padres.

─Oh, vaya. Así que eras todo un mocoso malcriado.

─¡Eso no es cierto! ¡Me pasaba el día estudiando y mi padre quería que ingresara en el ejército! ─replicó de repente un poco enfadado, pero se detuvo y hasta se sonrojó cuándo Ryo explotó en carcajadas─. Viejo tonto ─murmuró avergonzado.

─¡¿Viejo tonto?! Te voy a hacer cosquillas de nuevo si me vuelves a llamar así.

─No, por favor…

─Bueno, volvamos al tema. Asumo que no tienes idea de cómo utilizar armas, ni tampoco has participado en una batalla…

─Soy un niño. Los niños no peleamos ni matamos a nadie ─lo miró como si el pelinegro estuviera loco.

─Muchacho… tú no tienes idea de nada. ¿Qué edad tienes?

─Tengo nueve años.

─Conozco a un muchacho que es un año mayor que tú y ya ha participado en más batallas de las que sus dedos pueden contar. La edad no importa cuándo te encuentras aquí. Tú también tendrás que aprender y mucho, por cierto ─lo observó mientras daba una nueva calada─. Ahora no tienes un lugar dónde caerte muerto, además mi amo te solicita para formar parte de su tribu. Él te agradará, no es un tirano con los niños.

─¿Usted sabe pelear, anciano Ryo? ─inquirió y escrutó con sus pequeños ojos curiosos la mano vendada del hombre.

─¡Deja de llamarme así! Y claro que peleo. Si no fuera bueno luchando ya estaría muerto ─mantuvo unos instantes la boquilla de madera entre sus labios, muy pensativo─. Los hombres no tienen piedad con el enemigo, es cuestión de matar o morir.

─¿Por qué? ─se inclinó sobre la mesa de manera inconsciente, pues estaba muy concentrado en la conversación.

─Porque así es el mundo en el que vivimos, muchacho. Tú has tenido el privilegio de vivir a salvo en el interior de tu lujosa casa; pero lejos de las cuatro paredes que siempre te rodearon, la vida siempre se ha desarrollado de la misma forma, una y otra vez. Existen esclavos en los muelles, muchos de ellos son niños bastardos que los hombres ricos expulsaron de sus hogares para evitar el escándalo o la vergüenza. Hay ancianos de verdad, de esos con el cabello por completo blanco, trabajando en la construcción de un templo o un gran edificio y puede que mueran sin haber visto su trabajo finalizado. En estos mismos instantes una niña de tu misma edad puede estar sirviendo vino en la copa de su amo o comiéndose las sobras de un banquete. En algún lugar del sur, existe un hombre que hurga día y noche con hoscas herramientas en una mina de plata ─hizo una pausa con una calada de por medio─. En cualquier instante pueden morir en manos de un ejército que busque quedarse con sus tierras o de un ladrón. Ellos morirán, tú estás aquí, yo también, la vida continúa con su curso.

─Eso es muy cruel.

─Claro que lo es, pero en eso consiste. Gracias a la crueldad, aprendemos a valorar las cosas realmente bonitas de la vida.

─Uhm… me gusta hablar con usted, anciano Ryo ─con la misma timidez con la que obraba, tomó con sus dos manos la jarra y se sirvió una buena cantidad de vino.

─Sí, a mí también me gusta hablar conmigo… ─lo observó con una media sonrisa en los labios cuando el pequeño lo volvió a mirar con el entrecejo fruncido─. ¡No seas tan gruñón! El vino te ablandará el carácter ─luego se quedó a observar cómo bebía─, al terminar esa copa vas a estar riéndote solo.

 

Despertó bien el manto de la noche cubrió la capital. Las ansias por más de aquella energía vital le carcomieron por dentro, se tomó la cabeza con ambas manos en un intento de calmar la rabia con la que cada una de sus nuevas células intentaban manipular su voluntad, tal cual lo habían hecho la noche anterior. Mediante su sufrimiento supo que su cuerpo era capaz de sobrevivir por sí mismo, pues sólo le bastaba moverse en busca de la primera fuente de energía para abastecerse. Pensó que si incluso se encontrara inconsciente por alguna u otra razón, su cuerpo no perecería ante la falta de energía. Ese conformaba un mecanismo natural tan curioso como macabro.
La piel aún le ardía, aunque no tanto como antes. Lo más probable era que durante las largas horas de sueño hubiera sanado.

Se levantó despacio, atisbó el interior del lugar en el que se encontraba y se recargó contra la destartalada puerta. No podría quedarse allí un día más, era peligroso. Decidió que debía alejarse de esa zona de inmediato.
Puesto que no podría soportar una noche entera sin el suministro de energía tan ansiado por su nuevo organismo, decidió que lo primero era ir por una presa. Debía ir en busca de hombres malvados, de esa manera podría alimentarse, extraer sus almas y reducir el número que estaba condenado a completar.
Recorrió a paso humano las callejuelas, pasó cerca de la taberna, llegó hasta el muelle. Mientras observaba el inmenso mar que se extendía más allá del horizonte, se posó la palma de la mano sobre la zona del estómago que de antaño se había dañado, supo que ya no volvería a doler jamás. Cayó en la cuenta de que su sentido de la vista era mucho más agudo que antes, pues pudo examinar con la precisión del catalejo o del halcón, los detalles de un barco que se encontraba a varios metros lejos de la costa. También su sentido del oído era agudo, su olfato lo torturó durante un largo tiempo hasta que se acostumbró a los olores que durante toda su vida había ignorado.

Se dirigió hacia la taberna, ¿Qué más podría hacer? Una vez allí, esperó agazapado contra un rincón oscuro del exterior a que algún borracho se le acercara. Durante la espera se observó el raído uniforme, tendría que cambiarse las ropas. Necesitaba un buen baño también. Estaba hecho un completo desastre.
Con disimulo posó la mano sobre una pequeña roca, cerró sus dedos en torno a la misma y la apretó, al cabo de varios segundos la superficie dura cedió. Hizo un nuevo intento sin aplicar demasiada presión. Al soltar la roca partida en varios pequeños pedazos, sacó la conclusión de que tendría que ser muy cuidadoso en ese aspecto o terminaría por causar más de un accidente.

En determinado momento, cuando creyó que ya no iba a tener éxito en la cacería, un borracho abandonó la taberna. Le conocía, era un rufián de primera categoría. Se colocó de pie y se dirigió hacia él, sin mediar palabra lo tomó por las ropas, lo arrastró hacia la densa oscuridad que abundaba en los alrededores. Por más que el maleante gritara o maldijera, estuvo seguro de que nadie les siguió. Lo tomó entre sus fuertes brazos, el cuerpo contrario bajo los efectos del alcohol no era capaz de realizar un simple movimiento certero, posó sus labios sobre los contrarios. El cauce de energía fluyó enseguida como si aquel elemento mágico en su cuerpo lo extrajera. Tal cual la vez anterior, no demoró demasiado tiempo en terminar con su tarea, salvo que en esa ocasión no le reventó el cráneo a su víctima bajo ningún arrebato desesperado.

Se sintió tan extasiado gracias a la nueva oleada de energía que cayó al suelo, el cuerpo inerte se desplomó sobre el suyo. ¿En dónde demonios se encontraría su alma? Miró el rostro del cadáver mientras pensaba, hasta que al final concluyó que era posible que ese cuerpo ya no la poseyera. Suspiró resignado, aquella empresa sería más difícil de lo que pensaba.

 

 

Anzi mantuvo ocupado a Kei durante todo el tiempo que les tomó restaurar el lugar. Consiguieron más alfombras, las tendieron sobre los pocos fragmentos de arena que aún quedaban por cubrir; incluso en el exterior en dónde se encontraba el círculo de piedras creado para encender el fuego. Como no querían que las alfombras se incendiaran, las colocaron un tanto alejadas y dispusieron cojines nuevos alrededor. El último paso a dar y el más importante para su seguridad, fue el de separar el material sano de las construcciones aledañas, cerrar el camino por ambas partes, sólo dejando un pequeño pasillo que vigilarían día y noche. Obtuvieron un patio cómodo, lleno de sombra.

En esos momentos se encontraban allí, cada uno sentado sobre un cojín. Anzi había enviado a los chicos a realizar diversas tareas mientras se tomaba un largo descanso, se lo merecía luego de haberse quedado en vela durante varias noches consecutivas para ahuyentar a los ladrones que se acercaran en busca de robarles los materiales sueltos de construcción.

─¿Quieres un poco de agua? ─le preguntó al pequeño ya que lo notó un poco pálido.

─No, así estoy bien ─hizo una pausa al recoger las piernas hasta que las rodillas le tocaron el pecho─. Anzi, quiero preguntarte algo.

─Dime de qué se trata ─se estiró con tanta fuerza que la espalda le crujió y soltó un suspiro placentero.

─Es acerca de mi verdadero padre ─decidió ir directamente al gano─. Ese hombre… ese militar… ¿Era mi padre de verdad?

─¿Te refieres al monstruo Miwa? Sí, es tu padre. Pero estás mejor con nosotros, puedo asegurártelo. Tu apellido y tu sangre son Miwa, pero tu corazón es tan noble como el de todos tus hermanos de crianza.

─¿Puedes hablarme un poco acerca de mi padre? ─inquirió cauto, pues el rostro de Anzi reflejaba que no le resultaba agradable hablar acerca de ese hombre.

─¿Qué te gustaría saber?

─No lo sé, cosas que no tengan relación con… con… la muerte. ¿Ha hecho algo bueno alguna vez?

─No lo creo. Es un hombre cruel, tiene el corazón demasiado frío. ¿Zin nunca te habló acerca de él? ¿Ni de tu madre?

─Mi madre… también me gustaría saber quién es ella. ¿Es bonita? ¿Se parece a mí? ─se rodeó las rodillas con los brazos y posó el mentón sobre ellas─. No volveré con ellos, me quedaré con ustedes. Mi familia está aquí.

─Tu madre murió cuando eras un bebé, por eso Zin cuidó de ti y decidió salvarte del infierno que padecerías con tu padre. ¿Sabes? Yo no estaba de acuerdo, creía que te ibas a morir en cuanto pisáramos la calle. Contra todo pronóstico aquí estás ahora, estoy cuidando de ti ─luego se colocó a pensar en los rasgos de la muchacha─. Digamos que te pareces a los dos.

─Ya veo… ─respondió satisfecho por las respuestas.

─Kei ─le llamó con cierto aire de ternura muy impropio de él.

─¿Qué sucede?

─Ya no te aflijas por esas cosas. Tu madre está en paz, tu padre jamás lo estará. Nos tienes a nosotros. Recuerda eso.

─Sí, así es ─respondió muy seguro de sus palabras─. De todas formas jamás podré perdonarle que haya dado la orden de matar a… a… ─sintió un nudo en la garganta y ya no pudo continuar.

─Ellos también están en paz ─suspiró un poco afligido─. Ahora debes ocuparte del futuro. No puedes estancarte en ese momento. ¿Qué me dices? ¿Quieres aprender la lengua de aquí y conocer a algún médico que continúe con tus lecciones? La medicina es muy diferente en estos lugares, aprenderás cosas interesantes.

─¿Puedo aprender aquí sin libros? ─preguntó asombrado─. ¡Claro que quiero!

─De acuerdo, pero lo primero es lo primero: repasemos unas frases antes de que me quede dormido aquí mismo.

 

─Ten cuidado con aquellos escalones ─le advirtió Manabu al distraído Kazuki, pero fue imposible evitar que tropezara. Después de un suspiro, lo tomó por uno de los brazos y lo ayudó a levantarse.

─Gracias ─murmuró un poco avergonzado.

─Presta más atención al camino, hay muchas cosas con las que podrías tropezar y romperte el cráneo de dos golpes ─le reprendió con aire malhumorado.  

En esos momentos su grupo se encargaba de ir por una nueva cantidad de comida. Ryuutarou y Ryoga los acompañaban, Omi iba a la cabeza del grupo. Avanzaron por los intrincados pasillos atestados de personas, esquivaron a tantas como pudieron, evitaron que los ladrones se les acercaran. Los lugareños aún los observaban como si representaran algo extraño o novedoso. Llegaron al mercado en dónde Omi buscó el precio más conveniente.

─No me gusta que nos miren así ─murmuró Ryoga mientras miraba alrededores─. Nos van a hurtar algo en cualquier momento, yo lo sé.

─No sucederá nada ─comentó muy seguro Ryuutarou─. No hoy.

─¿La ‘cosa’ te dijo que no sucederá? ─le preguntó. Al hablar hacía alusión al ente que siempre seguía a Ryu pero que nadie más podía ver.

─¡No le llames ‘cosa’! ─refunfuñó y cruzó los brazos sobre el pecho.

─Pero si es una cosa…

─Sh, ya no lo digas. Si llegara a enfadarse por tu culpa, todos nosotros sufriríamos las consecuencias.

─¡Ah! Entonces mejor me callo ─dijo como en un secreto. Al dirigir sus ojos hacia Manabu y Kazuki los notó muy cercanos el uno del otro, pero no dijo nada.

─Sí, mejor te callas… ─murmuró. También dirigió sus ojos hacia dónde Ryoga miraba. De repente sintió un pequeño acceso de celos, ya que durante esos días Kazuki había estado muy cerca de Manabu. El asunto no le gustaba para nada, había tenido un par de malos presentimientos al respecto. Decidió callar, morderse el labio inferior con fuerza y esperar.

─Mhh… ─al acercarse a Omi, Ryoga husmeó entre las especias que había dispuestas en vasijas de barro cocido─. ¿Qué es esto? ─preguntó a la muchacha que se encontraba muy ocupada en medio de un regateo, obviamente no obtuvo respuesta─. Hay cosas demasiado extrañas aquí… esa cosa de allí tiene un olor asqueroso.

─No toques nada, Ryoga ─ella le advirtió una vez se colocó a esperar que le prepararan la mercancía para llevar.

─¿Qué comeremos durante los siguientes días? ─cruzó los brazos sobre el pecho y alzó la cabeza para mirarla, pues no le faltaba crecer mucho para alcanzar su altura.

─Unos vegetales típicos de la zona, peces, carne de camello.

─Ahh… ¡Estoy harto de la carne de camello! Ya no quiero comer esa porquería…

─Tendrás que comer lo que hay, si es que quieres continuar con vida ─le reprendió y luego de recibir toda la mercancía, comenzó a repartirla entre los demás. La hora de volver había llegado.

 

─Hiciste un buen trabajo, pequeño ─le dijo suavemente al oído mientras lo cargaba entre sus brazos, de esa manera ambos contemplaban el cielo nocturno frente a ellos.

─¿No me va a castigar porque he cometido una torpeza, amo? ─le preguntó un poco asustado. Durante todo ese tiempo mantuvo los brazos en torno al cuello del pirata.

─Claro que no. Era tu primera vez como pirata, lo has hecho bastante bien ─dejó escapar una leve carcajada y le besó una mejilla─. Hacemos el mejor equipo del mundo, no te preocupes.

─¡Gracias! ─respondió muy feliz, le devolvió el beso y se acurrucó contra su cuello.

─¡Ah! Eres tan lindo, Kayuu ─murmuró al apretujarlo entre sus brazos─. He decidido que te quedarás para siempre conmigo ─luego le repartió dulces besos por toda la coronilla─. Así que ya no tienes nada que temer… ¿Por qué estás llorando?

─E-Es que estoy muy feliz ─respondió a la vez que se restregó los ojos con la manga─. ¡Lo quiero mucho, amo!

─Y yo te quiero a ti, pequeño. Nadie me dice las cosas que tú me dices, también me haces feliz. Ahora vamos a dormir, ya es muy tarde y debes tener sueño ─le dio un par de besos más en todo el rostro, incluso le lamió las lágrimas que aún le corrían por las mejillas. Lo trataba despacio, como si ante un movimiento brusco fuera a romperse.

─Como ordene, capitán ─respondió y ambos se echaron a reír.

Mikaru bajó al pequeño, esperó a que el mismo se encontrara estable de pie para dirigirse hacia el timón. Continuarían vigilando las aguas durante un tiempo, luego volverían a sus tierras en busca de más provisiones para emprender un nuevo viaje.
Tomó el timón con sus dos manos, consultó la brújula y procuró fijar bien el rumbo. Luego de trabar el mismo con ayuda de una pequeña viga de madera diseñada para ese propósito, que habían robado al navío militar, se dispuso a bajar las escaleras con la intención de dirigirse a su camarote.

El barco avanzó silencioso a través de las profundas aguas, camuflado entre el manto oscuro de la noche y la paz reinó mientras todos dormían. Las cosas siempre serían de esa manera para la tripulación. Todos ellos eran piratas y lo serían hasta el fin de su propia vida.

 

Luego de recorrer el bosque con la única idea en mente de continuar descubriendo sus habilidades, volvió a las oscuras calles que le resultaban aún menos peligrosas que antes. Las personas que se cruzaban en su camino le provocaban el fuerte deseo de abalanzarse sobre ellas. Cayó en la cuenta de que necesitaría más de una víctima para quedar satisfecho, a pesar de que aquellas ansias se hubieran apaciguado lo suficiente como para tener un poco de autocontrol.

Vagó sin rumbo por los caminos principales, sin importarle quién le viera o buscara atacarle. De repente tuvo la idea de dirigirse a su mansión, así que tomó un camino recto hacia la plaza principal y después de una corta caminata llegó frente a la misma.

Al toparse con las condiciones en las que se encontraba la fachada principal, se quedó viéndola con la mirada perdida. La construcción había sido consumida en su mayor parte por el fuego, sólo quedaban en pie unas cuántas columnas chamuscadas y los cimientos de la planta baja, al igual carbonizados.
Se adentró al jardín trasero, alguien había quemado una pila de cadáveres. Rodeó la misma con los ojos entrecerrados, intentando reconocer los rasgos de los rostros de carne consumida y ennegrecida. No había ni un solo cuerpo pequeño, su hijo no se encontraba entre ellos. Más tarde, mientras pensaba en que aquello era obra del ejército de los sureños, se dirigió a los cimientos de las instalaciones en las que antiguamente los sirvientes vivían. Al parecer los autores de esa atrocidad se habían encargado de no dejar sobrevivientes.  

Suspiró entrecortadamente, sus ojos se pasearon por los diferentes cúmulos de sangre seca en la tierra y el césped. Al volver, se adentró entre las columnas y justo a un lado de lo que había conformado la escalera, encontró otro cuerpo carbonizado.

Lloró amargamente. El simple hecho de contemplar las ruinas de lo que había sido su esplendorosa mansión, la pila de cadáveres que habían sido sus sirvientes y las diversas manchas de sangre, le oprimieron su sobrenatural corazón. Lo había perdido todo. ¿Se habrían llevado a su hijo? Una vez se calmó, decidió ir hacia los cuarteles en busca de saber qué había sido de él.

Encontró montando guardia a dos de los soldados que habían participado aquel día en el incidente del pozo. Al verlo, ambos se colocaron pálidos como si hubieran visto un fantasma. Él se aprovechó de la situación, los tomó por el uniforme y les susurró con su nueva voz, más profunda de la que había tenido siendo un mortal, que le hablaran acerca del paradero de su hijo y su esposa.
Así fue que se enteró de la atroz muerte de la mujer y de que su hijo ahora se encontraba en las áridas tierras del norte. Los soltó tan brusco que creyó romperle la espalda a uno de ellos. Ya no le importaba lo que le sucediera a esos desgraciados, ni siquiera quería robarles toda la energía vital que sus cuerpos contenían. Se dio la media vuelta, avanzó hacia la oscuridad. Caminó sin mirar atrás, lejos de la luz de las antorchas, lejos de los cuarteles, lejos de todo.

Notas finales:

Buenas ouo/ perdón la tardanza, estuve hueveando mucho tiempo fuera de casa estos días. 

En primer lugar, tengo que anunciar que aquí termina la segunda parte, pues a partir del siguiente capi, o sea el comienzo de la tercera parte, nos adelantaremos nueve años en la historia owo -a último momento decidió que serían nueve(?)-

Así que espero que les haya gustado el capi eue -saca la chancla(???)-

Tenía un par de cosas más para poner aquí, pero como siempre me olvidé xD

Les sigo dejando mi cuenta uwu~

https://twitter.com/MairaMayfair

Y si me acuerdo de todo eso que tenía que escribir aquí, lo agregaré en el próximo. 

Muchas gracias por leer *-*/ -huye-


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