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Valiente. por Maira

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Los años habían transcurrido con la normalidad y la tranquilidad acostumbrada. No sólo habían avanzado tecnológicamente, sino que Campos de Plata se había convertido en la capital más grande y rica del mundo.
Las rutas comerciales por tierra y mar llegaban hasta los lugares más remotos, las mercancías eran tan variadas que jamás se agotaban, las capitales eran prósperas bajo sus nuevos conquistadores sureños a los que servían sin poner queja alguna.
Desde las montañas a la isla más alejada del Sur, extendiéndose hacia el Este o el Oeste, la gente podía adquirir plata, novedosos objetos de cristal, finas prendas de tejidos suaves y brillantes, pieles de cabra traídas desde las tierras al otro lado del mar, numerosos objetos de culto; como lo eran estatuillas de dioses, imágenes pintadas a mano en pulidas tablas de madera, tapices en las que aparecían bordadas las figuras o los símbolos de todas las deidades existentes e incluso, grandes estatuas de bronce u otros metales.
La carne de los animales era transportada en sal, especias o bicarbonato para evitar que se echara a perder; existían tantos animales en el mundo de los que también se podía aprovechar la piel, el cuero, las plumas, las pezuñas y los cuernos, que los artesanos no daban abasto a la hora de fabricar preciosos objetos.

Esclavos de todas las edades eran vendidos en los diferentes muelles. Los tiempos habían cambiado inclusive para ellos, pues era obligación de sus amos que aprendieran a leer, a escribir y a hacer cálculos matemáticos simples. Tenían permitido casarse, tener hijos que servirían al amo y nada les faltaría. Las mujeres no podían ser abusadas por sus compradores.
El maltrato hacia un esclavo era penado con un tributo, trabajo en las minas de plata o en casos extremos, la muerte.

Campos de Plata se había extendido hasta más allá de las colinas, pues muchas personas habían decidido unirse al territorio por una u otra razón. Jamás nadie había visto en los caminos tantos niños, mujeres, ancianos, hombres. Los negocios estaban a rebosar día y noche.

A su vez, habían sido fundados numerosos talleres de esclavos que fabricaban joyería, copiaban textos populares y los encuadernaban en cuero para transformarlos en libros, tallaban la madera o la piedra de los bloques y luego los pintaban para más tarde ser utilizados en la construcción de preciosos edificios con relieves, hervían el cuero para las botas, molían la plata que era utilizada en las tan populares pinturas o en la decoración de vasijas provenientes de las tierras más salvajes, teñían las telas de los colores más vivos y curiosos. 

Había escuelas con viejos maestros que transmitían todos los conocimientos necesarios a los muchachos jóvenes. Abundaban las bibliotecas, los templos levantados para rendir culto a los nuevos dioses y diosas que los extranjeros traían consigo, talleres de pintura y escultura. Había aprendices desperdigados por todas partes.

Los cuarteles habían sido reformados, ampliados, no existía un edificio que no constara de al menos dos pisos. El número de reclutas y soldados había aumentado de semejante manera, que el número de superiores había tenido que triplicarse.

Shota se había dedicado a mantener el orden desde su puesto. A la vez, el mercado de esclavos de antaño perteneciente a su padre se había convertido en el más famoso de todos los de la zona. Todos los días antes de que el sol despuntara, ya se encontraba de camino al cuartel. A pesar de haberse casado y cumplir su deber teniendo un par de hijos, jamás se había apartado de Adam. El vínculo que ambos mantenían era imposible de romper, el amor mutuo que se profesaban iba más allá que cualquier unión o contrato firmado.

Ese día no era la excepción, ambos avanzaban a través del pasillo a rebosar de lámparas de aceite. Las velas habían pasado a ser bastante anticuadas y sólo las utilizaban las personas que poseían menos recursos económicos. Ingresaron a la sala de juntas que debía de haber estado vacía, salvo por el detalle corriente de aquellos últimos nueve años: Aki dormía en el suelo, sobre una esquina y cubierto por una manta.

─¿No te he dicho que ya no lo cubras ni le permitas dormir aquí, Adam? No te he entregado la llave de la sala por nada… ─frunció el entrecejo, lo mismo de todos los días.

─¿Lo despierto? Se ve muy tranquilo…

─Claro que sí, que vaya a desayunar y se prepare ─él mismo se encargó de abrir los postigos y correr las cortinas─. Maldito muchacho… ─luego murmuró dirigiéndose hacia Aki.

Adam se acercó, se arrodilló a su lado. Luego de observar con ternura al chico dormido, le acarició muy despacio los cabellos azabaches heredados de su padre. Se inclinó sobre su oído, le susurró palabras suaves, dulces. Al cabo de un tiempo el menor se removió, lo miró entredormido, por último volteó hacia la débil luz de la ventana.

─¿Aún puedo dormir? ─murmuró a la vez que se frotaba uno de los ojos. Tenía la típica voz ronca de los muchachos de su edad.

─Eres un sinvergüenza ─continuó murmurando Shota mientras preparaba un tintero, una pluma y unos pergaminos─. ¡Estoy harto de decirte que ésta no es tu habitación! Ve a desayunar de inmediato, luego tienes que comenzar las tareas asignadas. Adam, deja de mimarlo.

─Pero aún podría dormir otro poco ─replicó suavemente, sin desafiarle. Sonrió ante la disposición que siempre tenía Aki a que lo acariciara.

─Viejo amargado ─murmuró hastiado Aki. Se incorporó de manera tan bruta que Adam cayó sentado al suelo─. ¡Ah, lo siento! ─le tendió su mano derecha para ayudarle a levantarse.

─No te preocupes ─dejó escapar una pequeña risa ante el vértigo que le produjo el jalón con el que Aki lo levantó. Pensó en que su fuerza aumentaba día a día, al igual que su prominente estatura. Hacía tiempo que había comenzado a mirar hacia arriba cuando quería verlo a los ojos.

─A partir de mañana vas a dormir en las habitaciones comunes, maldito mocoso ─le anunció Shota.

─Eso vienes diciendo desde que tengo ocho años, viejo amargado. ¿Ya desayunaste tu ración de huevos podridos y vinagre hoy?

─¡Te vas a ganar un buen castigo si sigues! ─le advirtió a la vez que alzó su puño. Adam se echó a reír con ternura, pues siempre se le hacían divertidas las peleas de esos dos.

─¡Me da igual! ─le espetó con una mueca de enfado. Luego se dirigió hacia Adam, le dio un fuerte abrazo y le besó la mejilla─. Ya me voy ─le anunció suave, como en una confidencia.

─Ve con cuidado, Aki. Que tengas un buen día ─le respondió mientras le daba pequeñas palmaditas en la cabeza.

─Sí, sí, algo así ─balbuceó Shota mientras garabateaba una lista de cosas por hacer. Una vez Aki se retiró, miró a Adam─. Deja de mimarlo, te lo advierto. No traerá nada bueno que lo mimes así, se está convirtiendo en un hombre.

─¿Te pone celoso? ─inquirió con aire picarón. Se acercó y le rodeó el cuello con los brazos de forma cariñosa.

─¡Claro que no! Sólo no quiero que lo hagas.

─De acuerdo, celoso. Sólo lo mimaré un poco.

 

Pasó prácticamente toda la noche en la herrería, sólo se detuvo a descansar cuándo el sol se asomó a través del horizonte. Sudado, sucio, con la arena adherida a los cabellos, se pasó el dorso de la mano y la muñeca por la frente. Un par de horas más de trabajo bastarían para pagar el haberse escapado con el hijo del panadero a las ruinas, pero nada ni nadie le podrían quitar el dulce sabor de por fin haber alcanzado su objetivo con él. Sonrió de lado al recordar el cuerpo desnudo del muchacho, se lo había pasado bien, no se arrepentía de nada.

Luego de beber un par de sorbos de vino de la cantimplora, Ryoga volvió a su trabajo. Tenía a cargo un pequeño pedido de sables curvos y debía terminarlos antes del mediodía. Calculó que alrededor de la hora del desayuno ya estarían listos, pues sólo le quedaba forjar un par más, afilar bien las hojas, ultimar los detalles.

A sus veinticinco años era uno de los herreros más jóvenes de aquel pueblo. Sus creaciones poseían cierta fama, incluso fabricaba un par de diseños personalizados que viajaban de carreta en carreta hasta terminar en manos de algún fuerte guerrero.
Gracias al trabajo sobre el yunque había ganado musculatura en sus brazos y su torso, que le proporcionaba a su cuerpo delgado una imagen irresistible. Sus manos eran más ásperas que antes, llenas de callos y algunas cicatrices de quemaduras. Se había dejado crecer el cabello hasta los hombros. Había alcanzado la altura de Manabu, pero desde ese entonces no había crecido más. Vestía ropas de cuero o de lino, también le gustaba el algodón teñido de colores oscuros.
Era un hombre libre como cualquier otro en el desierto. Su acento era excelente, aunque hablaba tanto su lengua natal como la lengua común en esas áridas tierras. Había participado en un par de revueltas las veces que las tribus rebeldes del desierto habían buscado atacarlos. No tenía piedad con los ladrones, ni con ningún hombre o mujer que le hiciera daño a los demás.

Continuó con su trabajo en silencio, sin dirigirle la palabra a los pocos empleados que trabajaban durante el turno de madrugada. Quería terminar a tiempo, pues de repente pensó en que a las hojas curvas les vendría bien un bonito grabado decorativo. Serían piezas caras, excelentes, ganaría mucho dinero para su familia. Tal vez con lo que sacara de ese encargo pudiera comprarle algún postre a Kei a modo de agradecimiento por cuidar siempre de sus heridas accidentales o podría conseguirle una brújula nueva a Omi.

Sumergió en un cubo repleto de agua la pieza recién forjada y la examinó a la primera luz del sol. Asintió satisfecho. Luego la arrojó junto a las demás a un costado. Enseguida se colocó a desperdigar sobre el caldero de hierro a la derecha unos cuantos puñados de metales específicos que mezclados lograban una dureza incomparable, la característica principal de sus armas. Esperó a que se derritieran por completo, el líquido tardó en tomar el color del fuego. Jaló de la cuerda y se colocó a observar que el molde se llenara al tope.

 

Luego de un desayuno abundante, emprendieron la caminata hacia su puesto. El día era perfecto, aún era temprano, la torre de vigilancia no se encontraba a más de media hora a pie. Además, nadie se atrevería a regañarlos en caso de llegar tarde.

Últimamente su tarea consistía en montar vigilancia en lo alto de una de las torres del oeste, su zona asignada siempre era pacífica, nadie generaba problemas. Tenían todo el tiempo del mundo para charlar, comer un bocadillo e incluso entretenerse con labores fuera de lo acordado.

Siempre caminaban tomados de la mano y esa no fue la excepción. Sono entrelazó sus dedos con los de Hiro, balanceó sus manos a la par que atravesaron la puerta principal. Al mirar al pelinegro lo notó muy concentrado en el camino, pero no le reprochó nada. No comprendía el porqué de que Hiro estuviera alerta todo el tiempo cuando ya no había enemigos peligrosos a los que combatir.

Al llegar a la torre de vigilancia, subieron por las escaleras de piedra y tomaron el turno de los soldados que muy aliviados abandonaron sus lugares. Sono los notó cansados, les preguntó si se encontraban bien y ellos le respondieron que sólo era el cansancio normal de permanecer en vela. Al quedarse solo con Hiro, se colocó a su lado.

─Es un día precioso. Durante la noche no hará tanto frío ─se recargó contra el grueso marco de la ventana de piedra, con su hombro junto al brazo del más alto. Enseguida el agradable calor del cuerpo de Hiro se transfirió a él.

─No ─respondió suavemente. Lo único que pronunciaba eran monosílabos o frases cortas, un logro personal que Sono no dejaba de recordarle.

─Mh… ─suspiró suave, se acarició la nuca con una de sus manos─, tengo que decirte algo, ya no lo puedo ocultar. Es un problema que me está carcomiendo por dentro.

─¿Qué? ─ladeó la cabeza al preguntarle, pues jamás Sono le decía ese tipo de cosas. Tendría que hablar muy en serio para hacerle ese tipo de confesión.

─Shota quiere que me case con la hermana de su esposa ─se mordió el labio inferior unos momentos─, pero yo no quiero. Dice que es mi deber como hombre, que tengo que tener hijos. Sólo quiero estar contigo, Hiro. No quiero a una estúpida esposa que se gaste mis riquezas en vestidos y perfumes. No quiero unos hijos a los que jamás voy a amar…

─Mal ─le dijo a la vez que lo señaló con el dedo índice.

─Sí, muy mal ─volvió a suspirar─. Estaba pensando… en que tal vez podría pedir que nos transfieran a otra parte. Después de todo en un par de años voy a retirarme, he trabajado mucho tiempo aquí. ¿Qué te parece? ¿Te gustaría ir a la costa? ¿Tal vez a las montañas?

El pelinegro se colocó a pensar muy serio en el problema, con su mano se frotó el mentón varias veces. Estuvo consciente todo el tiempo de que Sono lo miraba atento a su respuesta. La verdad era que a él le gustaban ambos, pues había nacido en un lugar donde las montañas y el mar se combinaban. Se dejó abrazar por el mayor, con el tiempo había aprendido a perdonarle todos los errores que hubiera cometido. Le besó el cabello en un gesto cariñoso─ Da igual, estemos juntos.

─Sí, tienes razón… eso es lo que importa. No quiero casarme con nadie ─le tomó el rostro con sus dos manos, se colocó de puntillas ya que Hiro había crecido demasiado y le besó los labios─, no quiero mocosos que correteen por la casa que debería comprar para ellos. No quiero una familia ─le dio un nuevo beso─, te quiero a ti. Eso es lo único que quiero durante el resto de mi vida ─sonrió al verlo asentir─. ¿Qué hubiera sido de mí si no te hubiera conocido? Lo más probable es que me hubiera pasado la vida peleando con el idiota de Ayame, no funcionábamos ni como pareja falsa ─le acarició las mejillas suavemente─. Dime que eres mío, Hiro.

─Tuyo ─comentó contra sus labios casi en un susurro.

─Sí, eso. Mío… sólo mío ─le mordisqueó el labio inferior de manera juguetona─. Hoy mismo podría comenzar a plantearle el tema a Shota. Se va a poner furioso.

─Mh, mucho ─respondió a las últimas palabras de Sono.

─Pero no te preocupes, nos sacaré de aquí a ambos ─le dio un par de besos más─. Te lo prometo ─y se echó a reír cuando Hiro lo tomó por la cintura, lo alzó al aire, le dio vueltas y le repartió besos por el cuello o las mejillas.

 

Permanecían sobre una alfombra, cubiertos hasta la cintura con una manta ligera. Solían adentrarse bastante en el desierto ya que allí nadie les molestaba. Se abrazaban, se besaban, sus cuerpos se volvían uno solo hasta que amanecía. Les gustaba contemplar juntos el especial instante en el que el círculo solar se asomaba a través de los médanos de arena, entre el cielo rosado y anaranjado. De vez en cuando se quedaban dormidos hasta que despertaban bajo el agobiante calor del sol o el graznido de las aves de rapiña.

Ryuutarou acarició el pecho de Kazuki en busca de captar su atención, recorrió suave la curva infinita que conformaba la zona alrededor de sus tetillas, se acercó a besar una de ellas y se deleitó al captar de reojo que el castaño echaba su cabeza hacia atrás. Lamió despacio, mordisqueó la zona más sensible en el centro. Luego volvió a sus labios y le regaló una serie de pequeños besos.

─Te amo ─afirmó entre un nuevo ataque de pequeños besos.

─Ryu… ─susurró desesperado al sentir otra vez la mano del pelinegro sobre su entrepierna.

─¿Qué? ¿Quieres que lo haga de nuevo, eh? ─preguntó con una imperceptible sonrisa en los labios. Más tarde sin siquiera dignarse a preguntarle, comenzó a masajear con sus dedos dispuestos alrededor del miembro viril del castaño. Se quedó un largo rato observando la cara de placer que ponía, a continuación levantó un poco la manta y bajó el resto de su cuerpo hasta que sus labios rozaron el endurecido pene, de arriba hacia abajo. Entreabrió los labios, lo acarició con su lengua.

─A-Ahh… maldición ─cerró sus ojos y se mordió el dorso de la mano hasta que la sintió entumecida. El mayor siempre había sido bueno en esas cosas, aquella vez no era la excepción. Su espalda se arqueó entre dos espasmos, la punta de la lengua de Ryu rozaba todas las zonas que más le gustaba, luego empujaba contra el pequeño orificio de su uretra. Las succiones que le hacía en la punta lo volvían loco. Al final tuvo que soportar que el pelinegro se recostara sobre su cuerpo sin terminar su labor. Su miembro palpitante quedó atrapado entre los muslos ajenos.

─¿Quieres que te dé la espalda mientras lo hacemos? ─inquirió meloso contra su oído. En un acto de pura maldad, lo torturó al remover sus piernas. Descubrió que al castaño le gustaba mucho eso, así que se colocó a masajear el miembro atrapado entre los muslos.

─¡Ah! ─él se limitó a echar su cabeza hacia atrás de nueva cuenta─. M-Mejor… deberíamos volver con los demás. Omi… Omi, Anzi y Manabu… hoy…

─No lo nombres. No sucederá nada malo si nos ausentamos unas pocas horas más, ellos pueden arreglárselas solos ─masajeó de forma más intensa y rítmica, a la vez movió sus caderas en busca de frotarse él mismo contra el cuerpo ajeno─. Nhh… no quiero dejarte ir a hacer todo lo que debes…

─En verdad hoy no puedo… ─respondió con dificultad, sus manos recorrieron la cintura del mayor desde arriba hacia abajo. El pelinegro se le hacía irresistible, necesitaba que colaborara si quería evitar que continuara.

─¿Es por él, cierto? Déjalo ir, Kazuki ─se apartó y otra vez tomó con su mano la entrepierna ajena─. Si te quisiera tanto como dice, te permitiría acercarte a él. Ya serían novios, estarían juntos. En cambio tú y yo… ─comenzó a masturbarlo rápidamente sin terminar la frase.

─Te quiero, Ryu. Pero a él… u-uh… ya casi… ─se mordió el labio inferior entre un placentero gemido.

─Yo te amo ─se acercó para besarle la comisura de los labios─. Te amo ─repitió y lo besó de nuevo, luego en sus bien formados labios. Únicamente detuvo el movimiento de su mano al sentirla muy húmeda, resbaladiza─. ¿Qué más quieres escuchar de mi parte?

─Es como… como si Manabu me hubiera hechizado ─respondió muy agitado, casi en un susurro─. No puedo dejar de sentir amor por él.

─Yo jamás hechizaría tu corazón para que fueras mío ─le repartió un par de besos más por ambas comisuras.

─Ah… ─suspiró pesadamente, se pasó el dorso de la mano por la frente sudorosa─. ¿Qué debería hacer?

─Quedarte conmigo ─respondió sin pensárselo demasiado.

Kazuki emitió una pequeña risa, ladeó la cabeza sin dejar de mirarlo, como si Ryu tuviera poderoso un imán alrededor suyo─ Las cosas parecen muy fáciles para ti, ¿Eh? ─dichas sus palabras, lo apretujó entre sus brazos hasta que sus rostros quedaron a escasos milímetros el uno del otro─. Te quiero, lamento hacerte pasar por todo esto…

─Siempre dices eso, ya estoy acostumbrado a que juegues con mi corazón ─llevó sus manos al rostro de Kazuki, lo acarició casi con devoción, le besó de nueva cuenta en los labios muy lentamente. Luego volvió a bajar su mano por el pecho, el abdomen, el vientre, Kazuki lo detuvo a mitad de camino cuando sus dedos ya recorrían la ingle. Pronto se vio bajo el cuerpo del menor, sintió sus felinos labios por el cuello y los hombros.

─¿Estás seguro de que no me has hechizado? ─le preguntó en un tono muy juguetón y le lamió en el espacio de detrás de su oreja.

─¡Claro que no! ─exclamó entre un repentino ataque de risa. Con sus brazos le rodeó el cuello ─. ¿De qué me serviría? Los hechizos de amor no traen nada bueno, pues cuándo se realizan, los dos integrantes de la pareja se ven afectadas por él. Cuándo están separados sufren, mientras más lejos se encuentren el uno del otro, peor es el sufrimiento… no me gustaría que pasaras por algo así ─le acarició muy despacio los cabellos de la nuca─. No quiero destruirnos.

─Eso suena un tanto complicado.

─Y lo es. Manipular los sentimientos con magia siempre trae complicaciones ─le rodeó la cintura con sus piernas─, al final termina perjudicándote.  

─De repente recordé la primera vez que te vi resucitar a alguien… ─besó cada pliegue de su oreja, luego le succionó el lóbulo.

─¿No te daba miedo? ─inquirió curioso, pues quería escucharlo de los propios labios de Kazuki.

─No, sólo me resultaba un poco extraño. Es decir… nunca había visto algo así, no comprendía bien de qué iba todo. Hasta que al final entendí que no estabas haciendo nada malo, nada a lo que temer… aunque me preocupaba un poco la forma en la que luego reaccionaba tu cuerpo.

─Hum ─asintió y lo apartó apenas para mirarlo─, siempre me deja agotado y me pongo enfermo. De todos modos vale la pena. ¿Tienes sueño, Kazuki? ─luego le preguntó al notar que le pesaban los párpados.

─Un poco, pero puedo aguantar. No te preocupes por mí.

─Eres tan lindo, sólo mírate ─soltó una risa de pura ternura al verlo entrecerrar los ojos. Sabía que se moría de sueño pero que no iba a ceder tan fácilmente, así que lo mimó con la simple intención de que se relajara y por fin cayera dormido. A pesar de que Kazuki se resistió bastante, en un corto lapso de tiempo lo logró.

 

La hora de la contienda había sido fijada bien amaneciera, el lugar era en medio del desierto, a muchos kilómetros de las poblaciones más cercanas. El jefe de los rebeldes les había desafiado en un combate por la capital, el ganador se quedaría con la misma. Aceptaron el reto con gusto.

Se habían untado las pieles con aceites para que las manos del enemigo no pudieran cogerles y sus ojos estaban delineados con kohl. Sus ropas eran ligeras; además, cada guerrero llevaba puesto un grueso turbante en la cabeza para evitar el sudor y el sol, las armas iban amarradas al cinturón de cuero. Todos montaban un caballo o un camello que tarde o temprano abandonarían para dedicarse a la lucha cuerpo a cuerpo. Algunos de ellos utilizaban pintura de color rojo o blanco, que les otorgaba un aspecto intimidante o resaltaba los músculos de sus brazos y torsos desnudos.

Entre los diversos tatuajes de su cuerpo él lucía las golondrinas gemelas al frente. A la corta de edad de diecinueve años ya era un Ho Elam, un jefe guerrero. Además de los pantalones blancos de lino y el cinturón, no llevaba puesta ninguna otra prenda. Los pies descalzos curtidos por la arena, el calor, el tiempo. Un par de collares de oro con incrustaciones de piedras preciosas adornaban su cuello, un regalo de Leoneil; al igual que los brazaletes, las tobilleras, los anillos en los dedos de sus manos y sus pies. Se había dejado crecer el cabello, que siempre llevaba en pequeñas trenzas. Para ahuyentar a los malos espíritus se había hecho perforaciones en el rostro. Jamás se pintaba la piel, pues como símbolo de liderazgo necesitaba lucir en todo su esplendor la fortaleza de sus músculos. En su mano libre de las riendas de su caballo portaba una lanza de doble punta, resistente al ser fabricada por completo en oro macizo.

Ella llevaba el cabello suelto bajo el turbante, las ondas profundas caían a modo de cascada por su espalda. Un corpiño color rojo adornado con preciosas cuentas cubría sus pechos pequeños pero bien formados; el diseño era intrincado, con incrustaciones de rubíes. Los pantalones ajustados a los tobillos y abullonados hasta la cintura, en donde volvían a ajustarse, también eran rojos. Iba adornada con tantos brazaletes y collares como su hermano, salvo que ella no utilizaba anillos. Sus sandalias estaban confeccionadas en el mejor de los cueros, con tiras que se ajustaban a los tobillos. Al cinturón portaba un sable curvo, diferentes puñales y una daga dorada que de antaño había pertenecido a su padre. En la mano libre de las riendas sujetaba su hoz doble que poseía una cadena de más de un metro. Montaba a Shaday, su camello e inseparable compañero.

Los salvajes aparecieron en la cima del médano más alto, eran un número considerable; pero Hakuei había reunido a tantos hombres que nada ni nadie podría ganarles, era una lucha más que superada. Esperó a que los jefes del grupo bajaran al galope, pues las alturas representaban una ventaja para el enemigo. Así mientras se dedicó a escrutar el campo de batalla en busca de signos que pusieran en evidencia una emboscada, escuchó los alaridos de guerra que el grupo de los rebeldes profería en un intento de intimidarlos. Afirmó las riendas de su caballo, golpeó con los talones sus costados y alzando su lanza en lo alto, dio la orden de que atacaran cuándo se encontraban a menos de cinco metros.

Ambos grupos chocaron, él enterró su lanza en uno de los hombres enemigos y desenfundó el sable curvo. Desde lo alto de su caballo logró cortar unas cuantas cabezas, brazos, hombros. Logró avanzar entre la masa hasta uno de los laterales y lo recorrió junto a otros de sus hombres, así lograron reducir el grupo desde los lados. Más tarde saltó desde su caballo, aterrizó en la arena con sus dos pies y se lanzó a la batalla.

Miko repartió golpes a diestro y siniestro, desde lo alto de su animal nadie podía alcanzarla. Avanzó, liberó a un par de hombres de las garras del enemigo. A la hora de abandonar a su animal, le dio unas palmaditas en una de las patas traseras para que corriera hacia el desierto abierto, libre del ataque de aquellos salvajes.
Lanzó ambas armas contra dos rebeldes, a uno le perforó el pecho, al otro la garganta. Tomó a un tercero por el cuello con la cadena y rápidamente lo jaló de ambos extremos hasta que el hombre murió por asfixia. Al liberar su arma, una cantidad considerable de sangre le salpicó el cuerpo. Giró sobre sus pies rápidamente, con cada hoz al aire hasta cortar a todo el que tuviera las intenciones de atacarle, aquella técnica jamás fallaba. Al poco tiempo llegó hasta su hermano y colocó su espalda contra la suya. Debido a la diferencia de alturas, ella tan sólo le llegaba al estómago. Allí continuó con la lucha, protegió las espaldas de su hermano de cualquiera que buscara atacarle cobardemente.

El Sol se alzó sobre sus cabezas, un testigo de la calurosa lucha que se llevaba a cabo. Los espejismos confundían la visión, la arena absorbía la sangre derramada, los animales que pasaban casualmente huían despavoridos.

Cuándo Hakuei, lleno de cortes en sus brazos y su pecho logró cortarle la cabeza al jefe y alzarla en lo alto con un rugido de victoria, los rebeldes intentaron huir. Esa mañana no quedó en pie un solo sobreviviente que fuera en busca de refuerzos. La capital era suya, en esos momentos y para siempre.

Los gritos victoriosos llegaron desde todas partes. Ellos se miraron, se dedicaron una sonrisa y luego se echaron a reír. Después de tomarse un descanso, la hora de cavar una fosa en la arena llegaría. El desierto volvería a engullir otro grupo de rebeldes que habían tomado la decisión equivocada al desafiarlos. Su gente les recibiría alegre al enterarse de que las tierras jamás pertenecerían a los rebeldes. Las tribus guerreras siempre estarían unidas, se encargarían de ello personalmente.

 

─Quita la sangre de la herida con ese paño húmedo ─Kei le indicó a Mao, que asintió y enseguida obedeció a su orden.

─¿En verdad… se puede salvar la pierna? ─susurró para que ni los familiares, ni el mismo accidentado escucharan.

Kei le dirigió una mirada muy significativa, pues estaba a la vista que eso no podría suceder, pero tenían que detener el sangrado antes de cortarla. El paciente en cuestión había caído de la carreta mercante al enredarse entre las riendas y la pesada rueda prácticamente le había reventado la pierna. Los huesos estaban hechos astillas, el músculo ya no servía, la extremidad se sostenía del resto del cuerpo por apenas unos ligamentos, unos trozos de carne y un hueso tan fino que podía ser roto con un martillo.

Hacía tiempo que Mao se había convertido en el ayudante de Kei. Al interesarse en la medicina tanto como él, Anzi había decidido que aprendieran juntos. Se pasaban los días entre caso y caso hasta que el sol se ocultaba, e incluso luego de entrada la noche aún trabajaban en algún paciente. Formaban un excelente equipo, habían alcanzado cierta fama en los pueblos alrededor y las personas acudían a ellos cuando los médicos de la zona ya no podían hacer nada al respecto. Entre ellos dos se entendían muy bien, tanto así como para ser ‘amigos especiales’, como solía llamarlos Ryoga.

Kei observó el estado de la extremidad con el entrecejo fruncido en busca de encontrar alguna otra solución, pero no la halló. Podrían haber unido los huesos haciendo presión con los músculos si no se encontraran en tan mal estado, como había sucedido con el brazo de Anzi en aquella oportunidad que unos médicos del desierto se lo habían recompuesto. Él había memorizado el proceso hasta poder llevarlo a cabo incluso con los ojos cerrados. El problema allí era que faltaba mucha carne, la rodilla estaba casi pulverizada y el paciente se desangraba. Negó con su cabeza, miró a la familia y los conocidos que les rodeaban en el estrecho espacio de aquella casa. La sangre no dejaba de escapar por las diversas heridas mientras Mao colocaba un desinfectante preparado en un recipiente de agua limpia y alguien le alcanzaba un cuenco de vino al paciente.

─Vayan por una jarra más de vino. Emborráchenlo ─ordenó a los que les rodeaban─. Si tienen hierbas alucinógenas, también denle de fumar ─tragó duro ante el repentino ataque de histeria de la esposa del mercader─. Lo lamento mucho, tendremos que hacerlo… será por su bien ─dichas sus últimas palabras, tomó una venda gruesa e hizo un torniquete por encima de la rodilla, gradualmente el sangrado se detuvo hasta que sólo unas pequeñas gotas ensuciaron el lecho. Le pidió a Mao que prepara el martillo, la lima metálica hecha por Ryoga para alisar las astillas de hueso, más desinfectante, agua y muchas vendas. A su vez pidió a la mayoría de las personas que abandonaran la habitación, sólo se quedaron un hombre, que le dio a beber todo el vino que pudo al paciente y una mujer joven que se dispuso a moler con un mortero las hierbas alucinógenas.

No era la primera vez que llevaba a cabo una amputación, sabía muy bien todos los pasos a seguir. Esperó a que las sustancias hicieran efecto en el paciente, mientras tanto mantuvo apretado el torniquete. Observó a Mao y luego de que dispusiera todo lo necesario sobre una pequeña mesita, le pidió que fuera a la herrería y le dijera a Ryoga que calentara el Cuarto Creciente, una herramienta que consistía en una fina barra de hierro adherida a una placa cóncava que facilitaba la cauterización en las amputaciones.

─Pueden retirarse si quieren, no es necesario que vean lo que voy a hacer ─les dijo al hombre y a la mujer, pero ella decidió quedarse a enjugar la frente del paciente con un paño húmedo.

Sostuvo el torniquete con la otra mano cuando la izquierda le dolió, aprovechó la oportunidad para observar más de cerca la herida y calculó que debía quitar la rodilla si no querían complicaciones futuras. Si el paciente sobrevivía a lo que luego le esperaba, con amabilidad le entregaría una pierna de metal y le enseñaría a andar con ella, pues calculó que con ayuda de una escalera pequeña de madera no tendría problemas en subir de nuevo a una carreta mercante.

Mao regresó con la herramienta al rojo vivo en una de sus manos. Enseguida Kei anunció que iba a comenzar. Le pidió a la muchacha que sostuviera lo más fuerte que pudiera el torniquete, le preguntó si de veras quería hacer eso y ella le respondió que haría lo que fuera por su padre, él asintió decidido.
Tomó el martillo y miró el rostro del paciente que ni siquiera sabía en dónde se encontraba gracias a las sustancias alucinógenas. Golpeó varias veces el hueso hasta que se rompió, Mao ayudó con su mano libre a separar la extremidad. Como era de esperarse, sangró otro poco.
Entonces Kei dejó el martillo sobre la mesita, se limpió las manos rápidamente con un paño limpio y tomó la lima metálica. Limó la astilla de hueso con movimientos rápidos y aplicando mucha fuerza hasta que estuvo satisfecho con la forma. Desinfectó bien la herida, la limpió de la resbaladiza sangre, los restos de piel o las pequeñas astillas de hueso clavadas a la carne del muslo. Más tarde pidió a Mao que cauterizara, él fue a sostener por los hombros al paciente, procuró colocar el peso de su cuerpo sobre el pecho de manera que no se moviera.
El hombre profirió una serie de alaridos que le dañaron los oídos, sin embargo se mantuvo firme hasta que Mao terminó con su tarea.
Se apartó rápidamente, miró a la muchacha que estaba muy pálida e intentó consolarla con palabras. Más tarde tomó las vendas y entre ambos vendaron con firmeza el muñón. Kei estaba preocupado por la pérdida de sangre, le pidió a la muchacha que le diera de beber al paciente toda el agua que pudieran, que comiera bien, que descansara y le dejó un frasquito con un medicamento para la fiebre preparado a base de un conjunto de hierbas medicinales. Él se encargaría de cambiarle las vendas a diario.

Al terminar, varios familiares del paciente se colaron de nuevo en la casa y lo ahogaron a preguntas. Él se dedicó a ayudarle a Mao a limpiar todos los instrumentos, se lavó las manos, el rostro, el cuello. A regañadientes ambos recibieron el pago que constaba de unas cuantas monedas más que lo acordado por los materiales utilizados, también recibieron alimentos, una bonita alfombra y unos frascos de cristal vacíos recién llegados desde las tierras del sur a través del mar. Agradecieron con timidez por todos los regalos, les aconsejaron de nuevo que el paciente bebiera muchos líquidos y descansara; además que si el dolor le resultaba insoportable, que fumara más hierbas alucinógenas.

Abandonaron la humilde casa construida con bloques de adobe, se dirigieron a su propio hogar para dejar todo los regalos que a fin de cuentas sólo les estorbarían la marcha durante el día. La casa ya se encontraba vacía, todos habían salido a hacer lo propio. Se demoraron al beber un poco de vino. Por último, se dirigieron a visitar a los numerosos pacientes que debían en esa jornada.

 

Era mediodía cuando detuvieron la marcha y se bajaron de los caballos. Mizuki miró hacia todas partes, sabía que cuándo los viera regresar, Leoneil se iba a colocar furioso de nuevo. Él suspiró, se cruzó de brazos resignado. Ryo se colocó de rodillas a excavar en la arena con sus dos manos sin cesar. Mizuki no tenía idea de qué era lo que buscaba esa vez así que decidió sacar una de las gruesas alfombras enrolladas a la silla de su caballo, la extendió en la arena y tomó asiento.

Desde su cómoda posición se colocó a vigilar al hombre, pues temía que en cualquier momento un escorpión o una serpiente lo atacaran, aunque eso jamás había sucedido. Cruzó las piernas sin dejar de mirarlo, cada uno de sus pies se flexionó suavemente sobre el muslo. Estaba acostumbrado a que Ryo se lo llevara a explorar las arenas que rodeaban las poblaciones, en ese tipo de zonas abiertas siempre encontraban objetos pertenecientes a antiguas civilizaciones que al mayor le fascinaban. Esa vez no fue la excepción.

─¿Te falta mucho, anciano? ─preguntó un poco aburrido y se rascó el cabello.

─Si me ayudaras a excavar unos metros más, no me tardaría tanto ─le respondió agitado.

─¡Ni en broma me arrodillaré allí! ¿Acaso quieres que me mate un estúpido insecto venenoso?

─Oh vamos, tú no serías de esos afortunados. El insecto que te picara, se moriría ─se echó a reír y luego se cubrió el rostro del puñado de arena que Mizuki le lanzó.

─Viejo tonto… ─murmuró entre dientes. Más tarde sacó su pipa, llenó el depósito de tabaco y de su bolsillo más ancho tomó dos ramitas de las cuales una tenía un agujero con el que se podía generar fuego a través de la fricción.

─¿Sabes? ─comenzó a hablar sin prestarle atención a esa frase tan conocida─. Antiguamente en estos asentamientos había personas que tallaban medallones de oro con fines religiosos. Veneraban al dios Ramhak, que en ese entonces poseía una forma animal y no humana.

─Entonces estás refiriéndote a miles de años atrás ─respondió sin dejar de girar rápidamente la ramita que de a momentos humeaba─. Los antiguos dejaron de venerar a Dioses-animales luego de que la Era de los Reyes comenzara.

─Porque sin reyes que mandaran a representar dioses a su imagen y semejanza, no habría existido ese cambio… es muy antiguo todo que yace bajo las arenas de ésta zona ─continuó con el pozo hasta que tuvo que agacharse para sacar la arena fría a puñados─. Si hoy no lo logramos, tendremos que regresar mañana.

─¿Qué? No pienso permitir que Leoneil me castigue con dos noches de trabajos forzados, ya tendré suficiente con la de hoy. Debería estar entrenando con el sable curvo ─por fin cuándo el fuego comenzó a surgir en forma de pequeñas llamas, encendió la punta de la ramita y quemó el tabaco─. Por cierto, mañana no podrás regresar porque te pondrá a atrapar gallinas para la cena. Ya vas a ver tú también, anciano.

─Silencio, muchacho ─le respondió a la vez que hizo un gesto de desaprobación con una de sus manos─. Deja de quejarte. Ese mocoso no nos castigará, me encargaré de que así sea ─se metió al pozo que ya le llegaba por encima de los muslos y se colocó a ensancharlo por los laterales.

─¡Es por tu culpa que voy por la vida ganándome una reputación apestosa! ─dio una calada y se acercó al montículo de arena a un lado del pozo. Se arrodilló, sostuvo la pipa entre sus labios, con sus manos empujó la arena hacia afuera para evitar que se derrumbara─. Siempre es lo mismo…

─Shh, deja de quejarte ─al detenerse miró bien de cerca al menor, hasta que por poco sus narices no se rozaron─. Si hoy me ayudas, te prometo que te compro otro libro de mapas.

Mizuki lo miró con los ojos entrecerrados, muy suspicaz. Tomó la pipa entre sus dedos─ Ya tengo muchos libros de mapas. ¿Qué tal alguno que sea una rareza? Escrituras antiguas… historias perdidas.

─Eso me saldrá demasiado caro. No olvides que soy un esclavo, muchacho ─retomó su trabajo en el pozo.

─Entonces quiero que me hables más acerca de todo lo que se oculta en las montañas ─lo miró desafiante, como en busca de sellar un pacto.

─A eso sí puedo hacerlo ─respondió con media sonrisa─. Anda, deja eso y métete aquí en el pozo. Te prometo que luego tendrás una jarra enorme de vino, unos postres, todo lo que quieras.

─Deja de prometerme cosas, anciano Ryo ─dejó la pipa encendida sobre el borde que aún no habían tocado y se metió al pozo─. No vaya ser que no puedas cumplir nada de lo que dices.

─¡Siempre he cumplido con todo lo que te prometí! No me vengas con reproches falsos ─se arrodilló en el fondo del pozo para comenzar a excavar─. Hasta te conseguí una muchacha bonita para que te acostaras con ella. Deberías agradecérmelo, sino jamás hubieras hecho…

─¡Silencio! ─le espetó avergonzado mientras lo escuchó carcajearse. También se colocó a cavar con sus manos un largo tiempo, hasta que al fin se cansó. Terminó por tomar su pipa de nuevo y dio un par de caladas─. ¿Tú te has acostado con alguna chica de aquí?

─Sólo con alguna prostituta que Leoneil me ha pagado, en la capital ─respondió más concentrado en cavar que en hablar─. De todos modos prefiero a los muchachos de allí. Por eso me gusta que sólo me entregue la bolsa con la paga y así poder acostarme con quién se me antoje ─se detuvo con intenciones de enjugarse la frente. También calculó que si continuaban con ese ritmo, pronto no podrían salir de allí.

─Los hombres no deberían estar con hombres ─murmuró luego de una mueca─. Aquí se hacen cosas que no son normales.

─Ah… ¿Cómo crees tú que los guerreros se las arreglan en las largas caravanas que duran años? ¿Crees que sólo se toman lo que tienen entre las piernas y se lo tocan? ¿Crees que se detienen a gastar dinero en algún pueblo de mala muerte? ─comenzó a cavar sobre una de las paredes con las intenciones de crear una rampa por la cual salir fácilmente─. No tiene nada de malo. Además, jamás lo has hecho con un chico, por lo tanto no puedes opinar mucho al respecto. Estoy seguro de que no lo haces porque te da miedo ─se mofó de él con una nueva media sonrisa en sus labios.

─Cállate y continúa cavando ─respondió un poco molesto─. Esas cosas no me dan miedo. Simplemente no me gusta la idea de estar con un hombre que tiene… lo mismo que yo ─dejó la pipa otra vez en la arena. Al volver a cavar, pronto sus dedos se toparon con algo duro─. ¡Creo que encontré algo, anciano!

─¿De verdad? ─enseguida dejó lo que estaba haciendo y fue a ver lo que Mizuki desenterró con mucha dificultad, pues al parecer se trataba de algo grande.

Al descubrir por completo el objeto que a simple vista se trataba de un cuenco, se quedó mirándolo. Más tarde cayó en la cuenta de que si continuaba cavando podría quitarle de encima toda la arena que cubría la parte inferior. Quitó el objeto de allí con mucho cuidado, estaba hecho de una manera tan rudimentaria que podían verse las abolladuras del martillo o la piedra que le habían dado forma al metal. Era una especie de cuenco, pensó, pero a la vez parecía una copa gigante. Miró a Ryo que mostraba un semblante pensativo─ ¿Qué será?

─Voltéalo, tiene unos grabados en la superficie… allí, mira. Están un poco desgastados... ─cruzó los brazos al pecho─. Se dice que los dioses necesitaban ofrendas de sangre humana, de esa manera no se enfurecerían y enviaban lluvia… podría haber cumplido la función de recolectar la sangre. ¿Ves esos dibujos? Animales enormes… allí las personas más pequeñas.

─Los Dioses-animales… ─susurró Mizuki mientras se dedicó a pasear los ojos por los diferentes grabados en la superficie del metal. Entre la procesión de figuras humanas se alzaban enormes animales alados o mamíferos que se erguían sobre sus dos patas; todos con tocados de flores, plumas o lo que parecían ser conchas marinas sobre sus cabezas─. El interior es muy bonito, también tiene dibujos. Esos canales debieron ser para que la sangre no rebalsara, siempre debía correr hacia el centro.

─O bien podría ser algo exclusivamente decorativo ─asintió y ladeó su cabeza. Más tarde sonrió un poco al notar el interés del menor, que siempre refunfuñaba cuando lo llevaba consigo a buscar ese tipo de objetos interesantes─. Es hora de volver. Tendríamos que regresar la arena a su lugar original antes de partir.

─Yo me encargo de eso, no vaya a ser que te dañes la espalda ─le entregó el objeto para que lo sopesara.

─¡Ya te vas a arrepentir por eso! ─le propinó una nalgada al menor cuando le dio la espalda, esquivó un nuevo puñado de arena y se encaramó hacia la superficie ardiente de la parte superior. Enseguida tomó la pipa del menor, pero el tabaco se había apagado hacía mucho tiempo. Entonces con un gesto curioso se colocó a buscar detalles en los grabados del metal que le hicieran recordar a una u otra época de las tantas que había estudiado por simple placer.

Mizuki procuró derribar bien los bordes del pozo, más tarde subió entre traspiés a través de la pequeña rampa que Ryo había dejado a medio hacer. Empujó la arena suelta hacia el interior hasta que los brazos le dolieron debido al esfuerzo. Terminó el trabajo con sus pies y pisoteó lo suficiente como para que más tarde el viento se encargara de devolverle el estado tan curioso que la arena poseía, esas ondulaciones que tanta intriga siempre le habían hecho sentir─ Ya nos podemos ir ─le anunció. Se agachó en busca de su alfombra, la sacudió con cuidado por si acaso se le había adherido algún insecto o pequeño animal─. Quiero todo lo que me prometiste para cuando lleguemos. Pobre de ti si no cumples con tu parte.

─Yo siempre cumplo con mi parte, muchacho ─amarró el objeto descubierto a la parte posterior de la silla de montar. Luego esperó a que Mizuki estuviera preparado para partir. Abandonaron aquella zona despoblada en un simple instante. Él se colocó a pensar qué le dirían a Leoneil esa vez.

 

Se habían cansado de esperar a Kazuki, los tres estaban listos para partir. Abandonaron la comodidad de su hogar y se dirigieron hacia el establo dónde podían alquilar caballos a un buen precio.
Anzi, Manabu, Omi y Kazuki, habían dedicado los últimos años a liquidar rebeldes de las zonas que los adinerados les indicaban ‘limpiar’. La paga era jugosa por cuidar de un campo cerca de las húmedas y cálidas orillas de la costa, o un taller de joyería situado en medio de la nada, un conjunto de construcciones suntuosas que servían para el puro goce de los ricos o lo que allí llamaban Oasis y que consistía en una importante fuente de descanso o agua en la que bañarse. Eran trabajos ocasionales, por lo que durante largos períodos podían descansar y disfrutar de la buena cantidad de monedas ganadas.

En esa ocasión debían vigilar el pequeño asentamiento de una familia muy reconocida, el cabecilla poseía fábricas de alfombras situadas en todos los puntos cardinales. Los rebeldes les habían advertido que si no abandonaban sus tierras, los matarían, pues era bien sabido que esas tribus preferían los lugares altos por los cuales avistar a los enemigos que se aproximaran.
Anzi pensaba que eran hombres problemáticos, molestos y conformaban una plaga cada vez mayor.

Partieron de inmediato cada uno a lomos de su caballo. Manabu les siguió a modo de cuidarles las espaldas, concentrado en el entorno luego de abandonar la seguridad del pueblo. Los años en esas tierras le habían enseñado que jamás debía bajar la guardia. Se había convertido en un chico de altura promedio, un cuerpo delgado y un porte tranquilo. La gruesa cicatriz que le cruzaba toda su mejilla no había desaparecido, al igual que la de su pecho y la de su espalda. Esas eran tal vez sus únicas debilidades, odiaba que la gente las mirara.

Omi había crecido hasta sobrepasar la altura de ellos dos, era casi tan alta como Kazuki o Ryuutarou. Había desarrollado un cuerpo fuerte que cubría con ropas masculinas. Su cabello era tan corto como el de cualquier muchacho. Poseía una voz profunda, de tono bajo y raramente gritaba. Muchas veces las chicas pensaban que era un apuesto chico, pues jamás abría la boca frente a ellas o se dignaba a mirarlas.
Las técnicas de lucha aprendidas en el desierto la habían capacitado para ser una guerrera como lo sería cualquier individuo de una tribu, pero ella jamás había mostrado interés de unirse a ninguna.

A pesar de la cantidad de tiempo que habían pasado allí, jamás habían visitado la capital. Anzi les había prohibido ir allí solos y se mostraba ligeramente reacio a acompañarlos. Ellos jamás rechistaron con respecto a eso, cumplieron todas sus órdenes al pie de la letra, no permitieron que la curiosidad o los dichos de las gentes acerca de la esplendorosa ciudad les picaran demasiado la curiosidad.

Avanzaron a través de la arena, directo hacia su destino. Era probable que tuvieran que quedarse un par de noches en vela por si acaso los salvajes atacaban durante las horas de oscuridad; aunque nunca se sabía con ellos, todo podía suceder cuándo se trataba de los rebeldes. Ninguna posibilidad estaba sujeta a permanecer fija en el tiempo o a ser predecible.

Manabu refunfuñó un poco ante la ausencia de Kazuki. Anzi le dijo que en cuanto volvieran, le impondría una penitencia. Omi se mantuvo en silencio escuchando la conversación, sabía que por más penitencias o correctivos que se le diera, a fin de cuentas iba a terminar escapándose a las arenas despobladas con Ryuutarou. Ella jamás había comprendido bien todas aquellas cosas del amor, pero a simple vista parecía un tema tan complicado que ni siquiera quería pensar en ello. Durante esos años prefirió dedicarse a formar su personalidad, cumplir con la mitad de sus metas y por sobre todo, a proteger a su pequeña familia.

Cabalgaron a través de una zona repleta de médanos, los caballos resoplaban a cada paso y el calor se volvía más insoportable. Anzi pensó en que tendrían que haberse colocado turbantes. Se había dejado engañar por el fresco clima de la noche anterior.

Atravesaron al galope pequeñas zonas peligrosas, cruzaron otro conjunto de médanos, esquivaron un par de caminos en los que la arena aparecía removida. En determinado momento, cuando por fin se encontraron seguros, se detuvieron frente a un pozo a beber agua hasta hartarse y también les dieron un poco a los caballos. Enseguida reemprendieron el viaje.

Llegaron a destino cuando el Sol se ocultaba, suspiraron de alivio por el logro ya que era imposible avanzar por las arenas bajo la Luna Nueva sin unas antorchas. El cabecilla de la familia los recibió con los brazos abiertos, les ofreció comida, vino, resguardo para los caballos, a todos sus hombres disponibles para luchar, todo lo que necesitaran. Ellos en vez de ir a descansar un poco, se colocaron a recorrer el terreno.

El asentamiento estaba rodeado por una cerca de madera de la mejor calidad, la misma medía aproximadamente un metro de alto. Se percataron que el lugar era vulnerable desde todos los puntos, tendrían que montar guardia en solitario, en una formación que conformara un perfecto triángulo, esa era la única manera que les permitiría abarcar todos los puntos cardinales.
Anzi les advirtió que no encendieran fogatas ni antorchas, que se mantuvieran agazapados contra alguna columna o construcción de manera que nadie les viera. Si al amanecer nadie se hacía presente, partirían en busca de aquel grupo y los liquidarían mientras aún durmieran.

De esa forma se entregaron cada uno a su tarea, muy atentos al espacio frente a sus ojos. La arena se mostraba clara, sería fácil divisar un grupo de veinte o treinta personas. En aquellas zonas los grupos de rebeldes no abarcaban más de treinta individuos, pues los más numerosos se encontraban cerca de la capital y de toda ciudad puramente guerrera. Su misión siempre había sido la de intentar liberar el desierto de las tribus guerreras, Anzi pensaba que era algo erróneo. Las únicas capaces de mantener el orden y la seguridad en aquellas tierras eran las grandes tribus comandadas por jefes, no había por qué destruirlas.

Las horas sobrevinieron con rapidez. Aproximadamente un poco antes del amanecer, Manabu avistó un grupo de personas que avanzaron a pie hacia su ubicación.

Notas finales:

Buenas ouo/~ 

¿Qué tal? Espero que bien <3

Vengo a disculparme por tardarme una semana ono pero les traje un capi larguito. 

No lo terminaba más D: y no quería dividir en dos este capi, así que decidí hacerlo tranqui y subirlo así. 

Espero que es haya gustado ouo~

Les voy a dejar referencias:

 

A Hakuei papasito me lo imagino algo así:

http://s294.photobucket.com/user/JawlyRogers/media/Penicillin/hakuei_67.jpg.html

El corpiño de Miko u3u algo así:

http://img2.mlstatic.com/s_MLA_v_V_f_140342583_4437.jpg

 

Y los pantalones de la muchacha, con esta forma:

http://i01.i.aliimg.com/img/pb/543/610/105/105610543_512.jpg

 

Eso es por ahora uwu gracias a todos~~

Besines u3u!

 


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