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Valiente. por Maira

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Durante las horas que le sucedieron al amanecer, Hakuei se encargó de poner a prueba las habilidades de batalla de cada uno. Se presentó con su lanza dorada en una de las manos y un sable amarrado al cinturón. Como siempre, no llevaba más que unos pantalones puestos. Clavó su mirada en cada uno de los presentes, faltaban personas, motivo que lo llevó a pensar que no todos luchaban dentro del reducido grupo. Bastaría con que fueran buenos guerreros, y si no lo eran, durante los siguientes días los entrenaría un poco con ayuda de Leoneil. Se encontraban en una situación en que todo hombre o mujer que supiera luchar era de utilidad.

El primero fue Ryoga, que eligió dos sables hechos por sus propias manos. Se plantó frente a Hakuei, le respondió cuando le preguntó su nombre y luego sopesó que con semejante altura, debía tener cuidado con los ataques de su rival, sobre todo en sus hombros o su cabeza. ¿Por qué los hombres del desierto eran tan altos? Durante unos momentos pensó estúpidamente en la carne de camello.
El hijo de Anzi era demasiado fuerte, lo derribó varias veces; aunque él también logró asestarle un par de golpes, incluso le hizo un corte profundo en el muslo derecho del que manó bastante sangre, a pesar de creer que eso no le afectó en absoluto ya que Hakuei ni siquiera se quejó de dolor. Al fin y al cabo, pensó mientras se defendía con los sables cruzados frente a sí, un jefe guerrero tenía que actuar de esa forma.
El combate terminó varios minutos después, con su cabeza bajo el pie de Hakuei y un extremo de la lanza rozándole peligrosamente el cuello. El muchacho se lo tomaba muy en serio. Suspiró de alivio al ser liberado.

─Muy bien ─comentó Hakuei─, me gustan los movimientos. Debes atacar más veces a la cabeza, el enemigo se detiene sólo cuando se le separa la cabeza del cuerpo ─con el dedo índice le picó el pecho, el abdomen y el vientre─. En cambio con heridas aquí, puede continuar ─terminó por dirigir sus ojos hacia los demás, tal vez tuvieran el mismo potencial que ese muchacho. Clavó su mirada en la de Manabu, un poco desafiante. Desde la primera vez que lo vio se le hizo un sujeto propio de su grupo de guerreros, lo constató al compartir la mesa con él y sus hermanos. Esa actitud observadora, un poco malhumorada, pero reflejo de un buen corazón. Cada uno de los hombres que conformaban su enorme grupo tenían características parecidas. Sentía mucha curiosidad por su estilo de lucha, estaba dispuesto a enseñarle todo lo que precisara─. Tú, ven aquí. Elige tus armas.

Manabu avanzó un par de pasos, se plantó frente a Hakuei y desenfundó un sable curvo que Ryoga había forjado para él, un modelo especial con la zona cercana a la empuñadura dentada para poder desgarrar mejor la carne al enterrar la hoja. Era un arma preciosa, la superficie de la hoja estaba labrada con diseños antiguos que eran de su gusto.
Sus ojos se alzaron hacia los de Hakuei, que al menos le aventajaba en dos cabezas y media de altura. Le respondió con su nombre a secas cuando se lo preguntó, luego se posicionó de lado, con las piernas separadas, ambas manos sujetas a la empuñadura, los hombros rectos y los codos ligeramente distanciados del cuerpo.
Esquivó el primer golpe sin dificultad alguna, buscó despojarlo del arma, pues de esa manera el combate llegaría a su fin de manera más rápida. Sin embargo, eso supuso una tarea difícil, por no decir imposible.
El problema estaba en que Hakuei era un rival difícil de vencer gracias a su apariencia, su autoconfianza y su técnica impecable. Para lograr la victoria en el combate no bastaba con un solo tipo de ataque.
Se alejó todo lo que pudo después de recibir un fuerte golpe en sus costillas, esperó apenas unos segundos para poder contraatacar. Fue entonces que se lanzó a la carrera contra él, simuló un ataque y esperó a que se defendiera con el arma para esquivarla. Luego con toda la rapidez, se concentró en poder golpearle la mano izquierda con la dura empuñadura del sable y saltar con su antebrazo contra la garganta del más alto.
Terminaron en el suelo, entre una pequeña lluvia de arena, Manabu con una de sus rodillas sobre el pecho contrario y la punta del sable peligrosamente cerca del rostro de Hakuei.

─Ya sé por qué tienes todas esas marcas de guerrero ─dijo Hakuei, obviamente refiriéndose a las numerosas cicatrices de Manabu─. No piensas en las consecuencias. ¿Y si tuviera algún arma oculta entre mis ropas? A estas alturas estarías malherido o muerto.

─No tienes muchos lugares dónde ocultar tus armas ─respondió Manabu. Todos rieron─. No sería la primera vez que me atacaran.

─Eres un buen guerrero, pero morirás joven por ser tan terco ─se levantó despacio de la arena, recogió su lanza, observó con aire distraído durante unos momentos los destellos que la luz solar le arrancaba. La mano izquierda la palpitaba un poco, lo normal luego de un golpe inesperado. Se sacudió la arena del cabello con un par de movimientos y miró a Kazuki. No necesitó más para hacerle saber que era su turno.

Kazuki se adelantó con la mano firmemente aferrada a la empuñadura, no desenfundó su arma hasta que estuvieron frente a frente. Se presentó formalmente antes de que se lo preguntara, se posicionó sin decir otra palabra. Luego de presenciarlo dos veces, ya conocía el protocolo. Esperó a que atacara, dispuesto a defenderse de alguna clase de ataque brutal. Tenía que admitir que el hijo de Anzi le inspiraba cierto pavor con su largo cabello trenzado, sus numerosos tatuajes y su musculatura. Aunque lo peor era su mirada, siempre fija en su objetivo.
Decidió atacarlo al encontrar que él no lo hacía, como consecuencia recibió un golpe en el estómago con la parte central del arma contraria; estaba seguro de que más tarde el moratón sería alargado y muy oscuro. A pesar de no permitirle respirar bien, eso no lo detuvo.
Buscó atacarle las piernas a la altura de las rodillas, pero Hakuei fue más rápido. No sólo lo detuvo al interponer su lanza, sino que se ganó un buen corte en la barbilla cuando retiró la punta de la arena. Kazuki estaba seguro de que, en una situación real, ese ataque lo habría dejado sin rostro. Era peligroso descuidarse con un oponente como el más alto.
En busca de encontrarle sus manías y puntos débiles, se dedicó a propinarle ataques suaves. Podría ser un excelente guerrero, pero era un ser humano que también debía cometer errores. En una simple práctica aprendió bastante de Hakuei, cuya expresión cambió cuando se colocó a luchar de verdad. Atacó los escasos puntos débiles que encontró, se defendió de los ataques previstos, ambos recibieron pequeñas heridas. A Kazuki le resbaló un fino hilo de sangre desde la nariz luego un golpe directo en el rostro.

Hakuei le indicó con su mano que ya era suficiente, se acercó y se limpió con el dorso de su mano las gotas de sangre que amenazaron con resbalar a través de un corte en el pómulo. Esperó unos momentos hasta serenar su respiración, luego clavó una de las puntas de su arma en la arena.
─Tu defensa es muy buena, pero necesitas atacar mejor ─se aclaró un poco la garganta─. En un combate, tu oponente no esperará hasta que hayas terminado de descubrir sus debilidades. Te atacará con todas sus fuerzas, te abrirá el vientre y tus tripas volarán por todas partes mientras aún vives. Encontrarás el éxito si piensas y atacas con la misma velocidad, sin dudar. Entrenarás conmigo.

Kazuki asintió, estaba hecho polvo─ Gracias. Estaré a tu disposición.

─Bueno, quedo yo ─les interrumpió Anzi─. Deja que tu padre te propine una buena paliza y luego vuelva a descansar, mocoso. Aún es temprano, todavía hay oportunidad de echar una buena siesta ─desenfundó el sable que llevaba a la cintura y le pidió el suyo a Manabu. Aunque la verdad era que no estaba seguro de poder vencer a su propia sangre, el muchacho había heredado sus mejores cualidades a la hora de la batalla.

 

Estaba completamente destrozado, no podía parar de llorar. Maldito fuera Shota, malditos fueran todos. Se tomó el tobillo que el médico le había vendado e intentó respirar entre la congoja, estaba seguro de que se iba a ahogar. Con la espalda apoyada contra la pared de piedra dejó que su vista se perdiera en el horizonte, se encontraba en la torre más alta de la muralla principal. En un intento de secarse las lágrimas se pasó las mangas del uniforme por las mejillas, cosa del todo inútil.

Intentó imaginarse a sí mismo contrayendo matrimonio con una desconocida a la que seguro nunca llegaría a amar. No quería casarse, no necesitaba tener hijos, no quería dejar a Adam atrás. Algo adentro suyo se rompió a partir del momento en que aceptó el trato y nada jamás volvería a ser como antes. El hecho de que una vez la boda concretada lo transfirieran a otro lugar había implicado un fuerte impacto para él. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no echarse a llorar ruidosamente, pues no quería que lo molestaran.
Escondió el rostro entre las manos, se lo restregó un poco en busca de consolarse a sí mismo, incluso se masajeó las sienes que le dolían como si le hubieran enterrado dos clavos ardientes. Tardó demasiado tiempo en calmarse, hasta que por fin la noche lo sorprendió con los ojos fijos en las estrellas.

Tenía un plan, sabía que quizá no fuera lo correcto dejarse llevar por la rabia, pero nada le haría sentirse más satisfecho que terminar con el causante de la mayoría de sus desgracias. Se volvió a pasar las mangas del uniforme por el rostro, se limpió la nariz con un pañuelo blanco que siempre llevaba en el bolsillo, luego revisó las armas amarradas en su cinturón, allí estaban todas.
Se levantó con dificultades y una queja de por medio, necesitaba un poco de reposo para que su tobillo se compusiera. Cojeó despacio, bajó las escaleras a paso lento, con extremo cuidado de no caer, por último se dirigió hacia el edificio principal.
A esas horas había bastante gente, pues todos se dirigían al comedor en busca de la cena. A él no le apetecía probar bocado, sentía el estómago cerrado como si alguien hubiera introducido una piedra o tapa a través de su garganta hasta la boca del mismo. De todos modos sabía que tarde o temprano debía comer y recuperar energías.
Entre muecas de dolor ingresó a través del pasillo principal, dispuesto a ir en busca de su venganza. El trecho se le hizo más largo de lo acostumbrado, sus pisadas eran bastante ruidosas incluso sobre la alfombra, eso representaba una desventaja si buscaba pasar desapercibido.
Se detuvo en el marco de la puerta contra el que se recargó, la susodicha estaba cerrada. Agudizó el oído, con el entrecejo fruncido, una expresión de concentración muy propia de él. Dentro se escuchaban voces, pero debido al ruido de los pasillos no podía saber a ciencia cierta qué decían. Entonces decidió acercarse más a la puerta, posó su oído contra la cálida madera y enseguida lo retiró. Los gemidos de Adam habían sido demasiado audibles, era más que suficiente para intentar aprovechar la distracción de Shota. Entre una profunda punzada de celos, posó su mano izquierda sobre el pomo, a la vez que la derecha asió con fuerza el puñal.

Estaba listo para atacar, sin embargo desistió bajo la cascada de ideas que le inundó la mente de tantos malos pensamientos, al final decidió dejarlos en paz. ¿Y si hería a Adam en medio de la revuelta? ¿Y si lo mataba por accidente cuándo el mayor buscara intervenir? Cabía la posibilidad de que tampoco pudiera matar a Shota, lo dejara malherido, furioso. No quería terminar en la horca o con la cabeza dentro de un cubo repleto de agua. Además estaba el tema de su tobillo, en caso de necesitar huir, no podría ir muy lejos. Suspiró, se mordió el labio inferior y por completo desanimado se dirigió al comedor. Ya tendría tiempo para pensar en una mejor forma de vengarse.

Durante la comida, consistente en un poco de guisado de conejo, pan, vino, manzanas asadas y un té que le ayudara a digerirlo todo, no dejó de pensar en los gemidos de Adam. Varias veces entrecerró los ojos y se mordió el labio inferior en busca de controlar sus propios impulsos. No podía imaginárselo entre los brazos de Shota, por completo desnudo, a su merced. Adam era demasiado bueno para Shota, el pelinegro no se lo merecía. Deseó tener más edad, que el mayor no lo viera como tan sólo un niño; aunque era completamente imposible para un huérfano como él, que el ‘esclavo’ de la autoridad mayor entre todos los hombres del ejército, algún día lo viera como algo más que ‘su pequeño’.

Esa voz… cuando ya no pudo soportarlo se dirigió a uno de los sótanos, allí nadie lo molestaría. Se dejó caer entre bolsas de plumas destinadas a ser utilizadas como relleno de almohadas, viejos uniformes que ya nadie utilizaba, cojines raídos, centenares de cajas de madera repletas de velas y candelabros. Sumido en la oscuridad observó el techo, entretanto su mano derecha descendió suavemente hasta aquella zona afectada por los gemidos que no podía quitar de su mente. Cerró sus ojos, bajó la cintura de los pantalones lo suficiente como para sacar su miembro, masajearlo libremente, estrujarlo, acariciarlo y mover su mano repetidas veces una vez lo mantuvo sujeto entre sus dedos.
Sí, algún día tenía que eliminar a Shota, quedarse con Adam, vivir libres. Un gemido se le escapó al mover rápidamente sus dedos apretados en torno al ya maltratado miembro, su mente imaginó el cuerpo de Adam desnudo, sus gemidos continuos. El sudor le adhirió los cabellos al rostro, la ropa al cuerpo, era un calor insoportable el que sentía. Medio se desnudó antes de continuar con su tarea. Le gustaba hacerlo de vez en cuando, pues masturbarse le ayudaba a dormir mejor. Con la mano libre se pellizcó suavemente los pezones, luego se acarició los testículos.
Al terminar bajo una serie de silenciosos espasmos, se acomodó los pantalones, se estiró despacio y al poco tiempo se quedó dormido con los brazos extendidos hacia arriba, su mano aún húmeda con la semilla tibia que su cuerpo había despedido. Esa nueva cama improvisada no estaba nada mal, además podía gozar de una privacidad privilegiada. Soñó plácidamente, entre mundos y sucesos fantásticos que no volvería a recordar una vez despertara.

 

La lucha resultó más difícil de lo que ambos pensaron, pues ninguno de los dos quiso rendirse. Al ser despojado de su lanza e incapacitado por los bruscos ataques de su padre, Hakuei desenfundó su sable. Tuvo que admitir que era bueno, a pesar de no aparentarlo estaba en forma y era rápido, tanto como Miko. Además, en esos momentos supo de quién había heredado la fortaleza en cada uno de los golpes. Luchar intensa y apasionadamente estaba en su sangre.

Describieron varios círculos, se movieron a través del amplio espacio que el desierto les proporcionó, Anzi hirió varias veces a Hakuei, aunque su hijo sólo lo hizo una al alcanzarlo en medio de un descuido. El mocoso era fantástico, sintió un orgullo imposible de traducir en palabras. Había veces que coincidían en los movimientos, tanto así que se veía obligado a soltar una ligera risa. También le divertía que Hakuei pensara que se reía de él y aumentara el ritmo de los ataques.
Le lanzó golpes alternados, primero con el sable izquierdo, luego con el derecho, hasta que al fin halló una brecha. Derribarlo de un golpe en los tobillos no le costó tanto trabajo como pensaba, sin embargo el mocoso continuó defendiéndose al encontrarse acorralado contra la arena. Anzi no supo cuándo tuvo la oportunidad de levantarse, pero lo hizo y por poco no le hizo una herida significativa en la muñeca. Hakuei estaba furioso con él, lo sabía al escucharlo resoplar como un animal de gran tamaño.
Hubiera deseado que su hijo le tuviera más cariño, pero al parecer era todo lo contrario. De repente deseó estar con su hija, charlar con ella, recibir todo el cariño que él no estaba dispuesto a darle. Había sido un mal padre al enviarlos al desierto, pero en aquella época no había podido hacer más por ellos. Sus fuertes deseos durante esos últimos años sólo habían aumentado su amor paternal y no le importaba en absoluto que Hakuei estuviera resentido con él, lo quería de todas maneras por el simple hecho de ser sangre de su sangre.

El combate finalizó cuando ninguno de los dos pudo continuar. Exhaustos, se tendieron en la arena en busca de recuperarse. Anzi no le dijo nada, aunque sentía la fuerte necesidad de palmearle el hombro y felicitarlo por el excelente combate, estaba muy orgulloso de él. En esas aparecieron Miko y Omi, entre diversas disculpas, excusas, bromas. El castaño sospechaba qué les había sucedido, pero se limitó a sonreír de lado.

Luego de un sermón Hakuei les indicó que lucharan, pues quería observar el estilo de Omi. Observó a la muchacha posicionarse luego de que Kazuki le prestara su arma, atento a cada mínimo movimiento. Miko traía como siempre consigo su hoz doble. El combate comenzó luego de anunciarles que no debían contenerse a la hora de atacar, que si corría sangre así debía ser. De esa manera se colocó a sopesar el estilo de la muchacha, bastante masculino y directo, luego se concentró en la forma ingeniosa que utilizó para liberar su arma de las cadenas; también pensó que tenía buenos reflejos. Sí, ella era una buena guerrera, tanto como su hermano Manabu. Supuso que ambos habían sido criados y entrenados bajo el mismo sistema, uno muy acertado. Se mantuvo absorto en la pelea, tan fascinado por ver a su hermana luchando para evitar que le lastimaran los brazos que incluso soltó una pequeña risa involuntaria. Aquella muchacha le gustaba, tenía todo lo que necesitaba. Si decidía quedarse la recibiría con los brazos abiertos. Satisfecho, se dio un par de golpes con su puño en el muslo sano.

─¿Desde cuándo te llevas bien con una chica? ─le preguntó Ryoga muy curioso a la hora de volver.

─¿Mh? Cállate, idiota ─respondió Omi e intentó que el sonrojo no se le notara demasiado.

─¡Ah! Sólo era una pregunta, tonta. Nunca has tenido amigas ─respondió, un poco enfurruñado.

─Ahora tengo una ─respondió antes de adelantarse unos cuantos pasos y dejarlo atrás. No quería que Ryoga se entrometiera en sus asuntos.

Anzi, que iba al final del grupo, negó con su cabeza. Una sonrisa idiota adornó su cara al ir acompañado por Miko. Palmeó la cabeza de la menor, entretanto ella se acomodó las largas cadenas sobre el hombro. Estaba tan feliz que no cabía en sí mismo. Le sugirió que fueran a desayunar juntos y así le contara alguna historia interesante de su niñez. Él también le contaría muchas historias, pues tenía un par reservadas especialmente para ella. Hakuei se acercó a ellos unos instantes, los miró alternadamente y continuó con su camino hacia las tiendas de las Águilas Negras.

─Se pasa el tiempo allí ─observó Anzi una vez se hubiera alejado lo suficiente.

─Sí, Leoneil se encuentra en una de esas tiendas. Tiene muchas reuniones con los otros jefes ─Miko sonrió─. Están juntos.

─Oh, vaya ─mientras continuó con su camino sintió la imperiosa necesidad de reír. Era muy gracioso que el hijo de Atsushi y el propio estuvieran juntos. También pensó en Ryo, en lo mucho que se habría reído al caer en la cuenta de eso. Le pasó el brazo sobre los hombros a su hija, le dejó un beso cariñoso en los perfumados cabellos─. ¿Ya te dije que te quiero, eh? Te quiero mucho.

Notas finales:

Buenaaas ouo/ 
¿Cómo va?~ Espero que bien.

 

Les dejo aquí un capi nuevo, el... digamos que faltan dos o tres para que termine este fic -se aferra a su fic porque no lo quiere terminar(?)-

Así que espero que les haya gustado ;A; 

Yo por ahora me retiro a seguir con mis cosiñas, que me faltan un par por hacer aún =w=

Por lo tanto, nos estaremos leyendo en la próxima actualización ouo/ besines a todos, no se dejen aplastar por el fin de año~ -reparte besos y huye-

 


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