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Dark Horse por LaMueRtHeSitHa

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Notas del capitulo:

Feliz San Valentín atrasado xD

 

Y prepárense para saltar en el tiempo y el espacio /o.o/

 

Dark Horse

“Contándote mis pasos de gigante”

Por LaMueRtHeSitHa

 

La brisa gélida de los últimos días invierno mecían con delicadeza los árboles cerezo blancos de Fuyaira. Viendo este paisaje, estaba una mujer, con un quimono café crema con bordados delicados en oro y terminaciones en naranja. Su acompañante, por costumbre más que por amabilidad, tomó la tetera para servirle té. Pero ella, al instante, se lo impidió. Sirviendo ella el té, aprovechando para sentarse más cerca del joven.

La suma miko le comentó, con falsa lástima, que su hija no estaba, pues se encontraba en una serie de viajes por Japón. Y que sabe que le hubiera alegrado muchísimo verlo, tanto como ella lo estaba. Y le entregó una sonrisa sugestiva con sus brillantes labios rojos, a la vez que le entregaba la taza de té.

 

—Me es sorprendente que hayas llegado tan lejos. Y yo pensé que lo torpe nunca desaparecería en ti. —mencionó con gracia Miroku.

—Sólo le agradecería que no revele mi nombre, su santidad. —pidió el rubio con respeto, en su impecable túnica blanca. Admirando lo bien conservada que estaba ella. Tantos años habían pasado y ella lucía tal cual la había dejado. Con su corona aun en su cabeza, como en un cuadro.

—De eso ni te preocupes, conozco muy bien lo delicado que son los romanos con su raza. —entonces tocó la puerta un joven sirviente, que entró para dejar un paquete. En silencio lo colocó en la mesa y se retiró. Y ella fijó su mirada en la caja. —Temí que nunca llegara el día en que regresarías por tu tesoro. —esto sacó de sus pensamientos al ojiazul, que al ver al chico, recordó cuando el usaba el mismo uniforme.

—¿Nadie lo ha abierto? —preguntó pasando un dedo sobre la tapa, notando una ligera capa de polvo.

—No, no puede evitar abrirla, hace unos dos años, para ver que era. —admitió la mujer. Naruto no tuvo resentimiento sobre esto, y sólo abrió la caja admirando que su pequeño diamante había creció tanto, que apenas lo podía sostener con una de sus manos.

 

Miroku le explicó animada lo que había descubierto entonces. Su diamante era un contenedor, pero no cualquiera, era como un gran palacio que podía cambiar a deseo de su dueño. La ventaja de ese tesoro era que podía detener el tiempo. Sin importar que este no tuviera magia. Podía hacer esto estando incluso fuera de la joya, sólo con que el objeto estuviera presente, bastaba.

—Y aun tiene un truco más. —incitó Miroku con fascinación.

—¿Más?—preguntó admirado el rubio, sin percatarse que ella estaba pasando su espacio personal con sutileza.

 

Estando a punto de tocarle la rodilla por debajo de la mesa, cuando alguien interrumpió la escena, haciéndola sólo retroceder su mano.

 

—Disculpen, pero debo notificarle al Principal Tulio que ya son las cinco. —dijo Iruka en perfecto latín, recibiendo una delicada mirada de odio por parte de la suma miko. El asistente al ver lo que pretendía la mujer por su lenguaje corporal, sonrió satisfecho. Y el rubio, ni en cuenta de la situación.

Pero el castaño había interrumpido porque tenían el tiempo encima. Ese viaje a los Emiratos no estaba en el itinerario. Y les estaba costando casi un mes de su agenda.

 

—Temo que debe marchase. —dijo la miko, mordiéndose la lengua por la frustración al verse descubierta. Ese asistente había sido un impertinente al entrar sin tocar.

—No. Aun puedo quedarme una hora más. Cuénteme más del tesoro. —pidió el rubio con la caja del diamante cerrada. Iruka lo vio de manera desaprobatoria, y Miroku lo notó. El semblante de ella se tranquilizó, al ver los ojos suplicantes de Naruto, como los del niño que le servía. Y Miroku le sonrió con gentileza.

—Sólo es una cosa lo que me falta decirte. —y ella le hizo una seña a Naruto para que se acercara.

 

Ella no sabía si el asistente sabía o no japonés. Y le conto el último secreto del tesoro. Que dejó sorprendido al ojiazul.

 

xXx Naruto x Sasuke Dark Horse Sasuke x Naruto xXx

 

Todo el mundo estaba disfrutando la cálida velada. Las antorchas iluminaban la grandeza del palacio y los músicos avivaban el ambiente. En un círculo formado por algunos miembros de la corte egipcia, ellos veían como el ayudante del faraón, el grandísimo Ónix, conocía a un guerrero romano

Sasuke trató de esconder su asombro ocultándose tras su copa. Para su fortuna nadie, aparte del rubio, lo notó. O eso creyó él, pues el otro que se percató fue su guardia “Anubis”, que ocultó su desconcierto detrás de su máscara, que asemejaba a un perro oscuro que le cubría de sus mejillas hasta la cúspide de su cabeza. El mago tomó sólo un trago para tranquilizar su corazón y su respiración.

El mundo era bastante grande, como para que de pura casualidad se volvieran a encontrar. No se lo podía creer. No se lo quería creer.

Y al bajar su mano, volviendo a ser el vanidoso mago tras su arrogante sonrisa. Debía mantener las apariencias y continuar el teatro.

 

—Tulio de la Gran Roma, yo soy Ónix, el que ilumina las estrellas. —dijo entregando su mano. A lo que el rubio se arrodilló y le beso el gran anillo azul, que le daba el titulo de ayudante del faraón.

—Su Alteza, es para mí una dicha enorme, no, inmensa conocerlo a usted, luna de Egipto, por fin por PRIMERA vez. —dijo el rubio sonriendo, en especial con sus últimas palabras. Cosa que notó Sasuke y le hizo advertencia, con una mirada fuerte y sutil, que no siguiera dando indirectas. Ambos debían continuar mantenerse al margen. Por el momento.

—¿Y cómo está Julio? —preguntó el mago, incitando su juego.

—El falleció hace poco más de un año. —respondió el rubio, borrando la sonrisa de su rostro y con pesar en su voz. Lo cual consternó a Sasuke, pues sabiendo que él hombre no era su padre, el sentimiento de tristeza por parte del rubio era verdadero.

—Mi más sentido pésame. Mañana, cuando el sol este en lo más alto leeré las declaraciones del Seth para guiar su alma con los suyos.

—También se dará una ofrenda para el viaje. —declaró el príncipe, un jovenzuelo de quince años, demostrando su apoyo, más a la fuerza que con estima.

—Muchísimas gracias, altezas. —declaró el romano.

—Es una lástima. Teníamos tantos planes a tratar con él. —comentó el mago.

—Incluso una alianza. —agregó el príncipe. Recibiendo una mirada esquiva departe del Ónix. El príncipe aun era algo inmaduro, y por querer demostrar poder, a veces era un bocazas. No se debían hablar de asuntos tan delicados frente a terceros y menos demostrar sencilla sumisión ante los posibles aliados.

—Pero sí a eso hemos venido. A empezar inmediatamente sus planes inconclusos. —intervino Iruka, tratando de hacer pasar desapercibido el comentario del menor.

—No se diga más, digámosle en este instante a mi padre. —volvió a intervenir el chico, pero esa vez el mago agradeció que, por fin, dijera algo oportuno.

—Le seguimos, joven príncipe. —prosiguió el Ónix, levantándose de su sillón, con la gracia con la que sólo él podía, dejando su copa en la mesa de al lado. El menor, entusiasmado, camino entre los comensales, seguido por el mago, los dos guardias, y el romano.

—Sí nos disculpan. —dijo Iruka con una reverencia rápida ante los miembros de la corte, saliendo al último del circulo.

Pasaron entre las mesas, pasando a los músicos, saliendo de la atmosfera bulliciosa. Justo unos pasos más adelante, el mago se detuvo en seco.

—Hamadi, ¿Y si eres el primero en decirle a tus padres? Y de paso ¿No te gustaría planear los preparativos para la reunión de mañana? —le dijo el Ónix con una sonrisa al príncipe. Parecía que solo le estaba pasando la bolita de tareas, pero el príncipe estaba más que contento con esto.

—¡Claro! En seguida les diré. —el príncipe amaba el poder de ser útil, el no ser subestimado. Y el joven se marchó, perdiéndose entre la multitud. “Va uno, faltan tres” pensó Sasuke.

—Disculpe Ónix, —le dijo Iruka, aprovechando la oportunidad. —mañana se prevé que lleguen nuestros barcos, y perdone si no lo mencione al llegar, pero necesitamos que sean autorizados a pasar lo antes posible o si no la carga se arruinará. —explicó con tono de preocupación.

—¿Y de qué cargamento hablamos? —interrogó el mago, mientras que con disimulo el ojiazul comparaba sus alturas. Trató de ver a detalle que tanto había cambiado el azabache, pero con tanto artificio encima, le era muy difícil.

—Perfumes, olivos, aceites y varias telas... —recordaba el de cabellos castaños.

—¡Ah! Y no olvides su cargamento especial. —Intervino el rubio, y Sasuke le preguntó con la mirada que a qué se refería. —Tomates. —respondió sonriente, conociendo a la perfección aquella mirada. Aun reconocían entre ellos su lenguaje de miradas.

—Jajajaja en ese caso iremos de inmediato. —dijo “feliz” el Ónix. Naruto nunca había escuchado reír de esa manera a Sasuke, pero lo escuchaba muy en el fondo falso, como si no fuera él. Caminaron por los pasillos impregnados de incienso, pasando entre las sombras de los gigantescos pilares. De un momento a otro el mago se detuvo. —Ahora que recuerdo, debo preparar el unos detalles para el ritual de Julio. —Mencionó con tono de torpeza. —No le molestaría ir con Bastet ¿Verdad? —señalando a la guardia que le seguía. Ella con un vestido blanco acentuado a sus curvas, largo hasta sus tobillos, con una abertura de cada lado que le permitía caminar con gracia; difuminado por encima con una tela delicada, tan larga que hasta la arrastraba. —Ella puede autorizar en mi nombre.

—No, no hay ningún problema. —respondió Iruka volteándose a ver a la guardiana de ojos perla. De nuevo dándole un enigma, causado por la máscara de felino de esta, que le cubría como la de “Anubis”, pero la de ella se sostenía de sus cabellos lacios con cadenas de oro.

—Bastet, acompaña a Iruka, por favor. —ordenó. La chica asintió y se marchó con el hombre en silencio. “Van tres, falta uno.”

—Anubis, podrías alistar los utensilios para la ofrenda de mañana. Yo preparare el discurso con él.  —el hombre asintió con la cabeza. —Tulio, acompáñeme. —y le tomó del brazo, guiándole al final del pasillo.

 

Durante el trayecto, Naruto sintió algo frío proveniente de ese guardia. Esta sensación de escalofrío hizo que el rubio se girara para ver al hombre.

Hubo un momento en que el guardia se había puesto a su lado, intimidando al rubio. “Anubis” le superaba por una cabeza, y su musculatura le hacía pensar que si le daba un derechazo le rompería la mandíbula, o por lo menos se la zafaría.

Naruto lo vio desde lejos. Aun seguía ahí y sintió todavía más fuerte su mirada atreves de su ojos negros.

Sasuke trataba de no hacer sospechar a “Anubis”, y el ojiazul volteándolo a ver, llamando su atención. Le exigió su atención con un apretón y le preguntó sobre su viaje. Había un silencio que hacía que sus voces rebotaran con facilidad. Naruto le vio un poco confuso, pero le siguió el juego al leer su mirada.

Tan sólo perdieron de vista al guardia, Sasuke agarró más fuerte al rubio y al instante las plantas de ambos se separaron del suelo. Naruto se impresiono un momento y Sasuke se lo llevó a toda velocidad. El rubio sintió que se resbalaría, pero duró solo un momento, pues asemejo la técnica a la del vuelo de una alfombra.

Pasaron por la sala de juntas, el aula del mago y el trono del faraón. A cada puerta que pasaban el azabache estiraba su brazo y con su índice ordenaba a las puertas que se cerraban tras de ellos.

Sasuke debía hablar con su hermano de muchas cosas. Quería saber de él, lo que había pasado en todos esos años. Ya había reconocido sus errores y su corazón saltaba con mucha emoción.

Naruto sintió un cosquilleo de seguridad en la punta de sus dedos, una seguridad que en años no había tenido. Un calor en su pecho surgió. Su corazón estaba abrumado de tanto gozo. Pensó muchas veces en qué sería de Sasuke cuando se marchó. Y se preguntó qué hubiera pasado si hubiera sido un poco más compresivo cuando discutieron ¿Qué hubiera pasado si él se hubiera ido con el azabache? ¿Y si Sasuke se hubiera quedado con él?

Y luego estaba ese pequeño detalle que el azabache había ocultado de él.

Ve el juego de luz y sombras entre la luna, las lámparas y pilares. Algo tan familiar le hace recordar  al antiguo palacio. Y por un segundo, en su mente, la noche se vuelve día y los grandes pilares gordos se transforman en unos octagonales rojizos. Volteó a ver a Sasuke, a quien se lo imaginó de pequeño y con sus cabellos alborotados. Sasuke en su corazón, a pesar de todo, siempre sería el mismo.

Después de haber pasado por tantos pasillos y quien sabe cuántas puertas secretas, llegaron a los aposentos de Sasuke. El azabache soltó al otro y cerró las pesadas puertas con tres sellos, para asegurarse de que nadie pudiera escucharlos hablar.

El rubio vio la habitación de Sasuke. Un elegante sillón blanco con molduras recubiertas de oro; una gran cama de la que colgaban cortinas de organza que se mecían con la brisa proveniente de la inmensa ventana, de pared a pared, que daba la hermosa vista iluminada del palacio, su jardín y el Nilo. Con repisas repletas de pergaminos. Todo tan impecable como siempre mantenía el mayor.

Sasuke se recargó en las puertas de piedra, tratando de entender lo que había pasado hacia apenas más de una hora. Aceptando el hecho de que Naruto estaba junto a él, cuando antes había afrontado que nunca más vería sus ojos azules.

Naruto miró la espalda de Sasuke, sintiendo un poco del pesar que aun tenía cargando el otro. En todos esos años, el rubio había comprendido todas las angustias que había pasado Sasuke. Con la distancia y el tiempo ya habían sanado las heridas que entre ambos se habían abierto.

Se acercó al azabache, con intención de aliviarle. Y con el simple toque de su hombro, Sasuke se giró y le abrazó con añoranza.

 

—Perdóname. —suplicó Sasuke mientras recargaba su mejilla en el hombro del otro. Lamentaba haberle abandonado.

 

Le había extrañado demasiado, estar de nuevo juntos era lo más alegre que le había pasado en años. No quería que volvieran a pelear, ni que volvieran a perder contacto. Eso nunca más.

 

—Te pido lo mismo. —respondió el rubio pasando sus manos a la espalda de Sasuke para reconfortarle.

 

Naruto sentía igual que el azabache. E iba a amarle sin importar nada, por encima de todo. Tendría que decirle que sabía su secreto para que le aceptara. No sería sencillo, mas en el estaba la perseverancia de que volvería a enamorarlo.

El azabache no quería separarse de su hermano, pero decidió romper el hielo.

 

—¿Con que líder de los ejércitos de Roma?—dijo con una de sus sonrisas socarronas.

—Y a usted no le ha ido nada mal tampoco, ¡Oh! Alteza serenísisisisima del cielo y la tierra. —respondió el rubio en burla, soltando al mago.

—Jajaja—esa melodiosa risa para Naruto fue tan genuina y valiosa como el oro mismo.

—¿Y para que tanto alago, su excelsitud?— y el ojiazul le vio a los ojos directamente a centímetros de su rostro y le jaló la peluca, tupida de trenzas negras, hasta taparle los ojos de forma juguetona.

—Es un personaje. —confesó el azabache quitándose la peluca, quedándose con una red que envolvía su verdadera cabellera.

—¿Un personaje? —interrogó en lo que se sentaba en el esponjoso sillón, en lo que el otro ponía su peluca en su maniquí y agarraba de sus estantes una copa de oro decorada con cristales de desierto.

—¿No te molesta tomar de la misma copa?

—Claro que no. —y el rubio la tomó. Después de besarse, ya no hay límite que valga.

—El “Ónix” es burlón, altamente vanidoso, coqueto y orgulloso. —continuó su explicación, en lo que sacaba de su escondite una garrafa de vino que llevaba 75 años sin ser abierta.

—¿Y para qué? —¿Cuál era el sentido de eso? Se preguntó el ojiazul, viendo como Sasuke servía el vino en la copa, sintiendo como el rojizo líquido le llamaba con su aroma flamante al ser liberado de su prisión.

—No podía llegar simplemente como era yo antes. —Y Sasuke alzó la copa al brindis, para después hacer una mueca de disgusto.

 

El vino estaba caliente. Y apretó la copa entre sus dedos, helando su palma para enfriar el vino a la temperatura exacta. Volvió a probarla, sonriendo ante lo exquisita que era. Se la pasó al ojiazul que le sonrió aceptando y alzándola igual.

Entonces Sasuke prosiguió relatando la verdad, que ni a “Anubis” se había atrevido a revelarle, de porque se oculta tras “Ónix”.

Así el rubio, cuando menos se dio cuenta, ya se había bebido lo último de la tercera copa. Se la entregó al azabache, no estando dispuesto a beber otra, diciéndoselo negándole con su mano. Entonces Sasuke se relajó más, quitándose su red y peinándose con sus dedos. Ese suave movimiento dilató las pupilas del menor, que notó como sus cabellos seguían acomodándose en punta, y admiró que su cabellera se había vuelto más azul, pero igual de oscura. El azabache volvió a preparar la copa y le ofreció una sonrisa seductora al invitarle la copa. La cual le aceptó embelesado por los nuevos encantos.

Prosiguieron la plática, mientras que el mago se reprendió en sus pensamientos por lo que acababa de hacer. Lo había hecho inconscientemente, sí. Y se justificó a sí mismo como un acto para prolongar más la velada. Alguien ya se estaba entonando.

Pasaron un par de horas y muchas copas. Y ellos no dejaban de platicar. El ojiazul hizo reír a Sasuke con una de sus tantas historias “Julio” y él. Había añorado tanto escuchar de nuevo esa risa acariciando sus oídos. Fue cuando el rubio se percató que tenía al mago arrinconado entre el costado del sillón y él.

Sus labios tuvieron sed, y no de vino. Tanto deseaba de nuevo esos labios que le daban cosquillas en la punta de su lengua. Sus labios no habían volado en mucho tiempo.

El mago sintió un leve cambio en Naruto, tan sólo en la mirada leyó las intenciones de hacia dónde iba todo. No podía permitirlo. Y cuando el otro se inclinó con amor, cerrando los ojos estando a centímetros de él, optó por la huida. Se transformó en humo y se colocó detrás del ojiazul,  para darle un pequeño empujón travieso. Naruto cayó de lleno al sillón besando al almohadón, para perder el equilibrio y rodar al piso.

 

—Me extraña que no preguntes por mi magia. —expresó el mayor con cierto tono cantarín, y ya con un sonrojo en sus mejillas. Parte el alcohol, parte Naruto.

—¡Sasuke Baka! ¡Eso me dolió! —reclamó el revoltoso rubio levantándose del suelo, a punto de tirarle un cojín, pero un segundo antes se tapó la boca por lo que había dicho. Pensó en que estaba mal que lo llamara por su verdadero nombre. —¿Ya no… puedo llamarte así? —con un tono fuerte, pero pausado.

—Ya noh, pero frente a otros. Aquí… puedes estar tranquilo, coloque un hechizo parah queh no salga ni un suspiro de esta habitación. —y se recargó en la ventana, viendo que ya sólo algunas lámparas del palacio seguían prendidas.

—Qué alivio, pensé que te pondrías furioso. —soltó calmado mientras se acomodaba de nuevo en el sillón, acaparándolo todo. — Y por lo de tu magia… ya lo sabía todo. —alcanzando la copa para beber, pero al estar caliente se la alcanzó al azabache.

—¿Cómoh? —y se la enfrió. — ¿Ya te habías dado cuenta? —estaba confundido. Y si ya lo sabía ¿Por qué no se lo había dicho? ¡Así hasta se hubiera ahorrado varias peleas!

—No-o, es que, veras… —y el rubio se volvió a acomodar, sentándose y tomando aire para la noticia que iba a decir. —…las encontré. —soltó con una sonrisa.

—Naruto, no te entiendo naada ¿Ahora de que hablas?

—Logré encontrarrlass… ¡A nuestras madres! —Y Sasuke, de la impresión, se sentó en el piso, recargándose en la pared. Permaneció en silencio un momento acomodando sus sentimientos en su cabeza.

—¿Dónde estaban? ¿Están bien? —con los ojos iluminados, aliviado y alegre de saber de ellas.

—Estaban por la Toscana, en Roma… y la que me conto todo fue tu madre.

 

xXx Naruto x Sasuke Dark Horse Sasuke x Naruto xXx

 

El prado estaba con sus altos pastizales meciéndose por el viento. Con un aire frío, previo a la primera nevada de la temporada. La verde yerba contrastaba con la sangre que se regaba en ella. Humo casi negro salía de arboles y cuerpos regados.

La batalla ya casi había acabado. Sólo algunos se habían dignado a luchar hasta morir, otros al ver su derrota próxima huyeron como los cobardes que eran.

Una gran bestia, un eleriffa, de largas patas, de casi cinco metros; con un gran cuerpo capaz de cargar media tonelada sin problema; y en la cima de este, iba montado un arquero que tenía una puntería muy buena. Desde su altura vio que los habían derrotado, pero daría batalla hasta el final, matando a tantos pudiera.

Mientras que en el suelo, en su caballo, un joven de ojos azules, planeaba la manera de derribarlo. Sus camaradas trataban de golpear las extremidades del eleriffa, pero tenía la piel tan áspera y gruesa, que apenas si le hacían rasguños. Además de que era muy difícil golpearle, el animal era muy ágil.

Entonces al rubio se le ocurrió una idea. Tomó cadenas y las repartió entre sus compañeros que también estuvieran a caballo. Los que iban a pie, clavaron con rapidez las cadenas al suelo. Naruto empezó a darle vueltas al animal y los demás le siguieron. Enredando y haciéndole caer al animal. Tan alto era que pareció que cayó con lentitud. El de ojos azules se apresuró en su caballo para alcanzar al arquero. Este, sin rendirse, le esperó con una espada.

Se pudo escuchar el choque de espadas con fuerza. El hombre, vistiendo en desorden distintas pieles, peleaba con la única arma que le quedaba, mientras que el rubio, protegido por una pesada armadura, luchaba con furia en sus ojos, con dos espadas que no le daban tregua a su contrincante.

El final ya estaba decidido. Y Naruto logró clavar su espada derecha en el costado del otro, manchando su armadura oscura con salpicaduras de sangre. Sacó con fuerza la espada, dejando caer el cuerpo del otro en la yerba.

Ya con ese pequeño grupo de mercenarios caído, Naruto ordenó que desencadenaran a los esclavos. Estos no querían hablar. Tenían miedo de sus nuevos amos. Al instante mandó que les pusieran su marca de libertad y que buscaran a su traductor.

Les anunció que les regalaba su libertad y les advirtió que estaban en territorio peligroso. Pero les hizo una petición: que los ayudaran a pelear contra el ejército enemigo. Que los que pudieran pelear, pelearan, pero los que no pudieran, aun así los protegerían lo que pudieran hasta la frontera más cercana.

Todos se quedaron un rato pensando. Y todos, hombres, ancianos, mujeres y niños; se inclinaron aceptando. No los obligó de ninguna forma. Ellos sabían que tenían una deuda con el destino.

El rubio se estaba ganando la fama de adoptar a los esclavos que encontrara en el camino. Lo cual no le reprendían su superior, pues de a poco había aumentado el ejército romano, cosa primordial en ese periodo en que querían unificar al imperio, que se encontraba en conflicto. Y como extra a su favor, fue que eran personas fieles.

Anduvieron todos juntos hasta una fortaleza. En ese lugar estaba secuestrado único nieto, del único hijo, ya fallecido, del emperador. Consiguieron entrar con facilidad, los secuestradores estaban en un castillo que los mismos romanos habían construido. Conocían sus pasadizos y entraron por un pequeño túnel subterráneo. Infiltraron con el sigilo de un ratón. Cuando el jefe se dio cuenta, ya habían rescatado al niño.

Regresaron con algunas bajas, pero con más soldados. Al regreso el rubio se puso su capa roja para andar de nuevo a casa, siendo observado con cuidado por el pequeño, de nombre Foglio, que señaló las marcas en sus mejillas. “Tú eres Kyubi” exclamó el niño de ojos oscuros.

Entonces el rubio recordó las recomendaciones del emperador “Tenle un poco de paciencia”. Y durante el trayecto el ojiazul anduvo a caballo acompañado del niño, de unos doce años y de cabellos café, que se puso un trozó de tela para improvisar una capa, que al ser tan larga tuvo que enrollarla como bufanda.

El niño ya conocía las historias que contaban de “Kyubi” y era su admirador. Naruto le contaba emocionado y el pequeño Foglio le escuchaba fascinado. Aunque el rubio desviaba cada que tocaba el tema de su infancia.

El niño le preguntó que si era cierto que podía hablar todas las lengua del mundo. Lo cual desmintió en una carcajada, pero le aclaró que sí sabía algunos idiomas. El pequeño, impresionado, le pidió que le dijera su nombre en todas las que supiera. El pequeño Foglio quería adoptar un nuevo nombre que sonara mejor, quedándose al final con “Konohamaru”.

Y así anduvieron todo el camino a la impasible Tibur. Donde los altos árboles guiaban a los invitados al palacio coronado con un águila imperial; y ser recibidos por fastuosas estatuas de dioses griegos y romanos en un vals de siglos.

El emperador les acogió con un gran banquete y con regalos de agradecimiento para Naruto. Esa misma noche el de ojos azules fue nombrado jefe del ejército.

 

—Tal como tu padre. El estaría muy orgulloso de ti, muchacho. —le dijo el emperador, un hombre ya mayor y calvo.

Y el rubio, recordando a la persona a la que se refería, sonrió con su melancolía escondida tras ella.

—Como primera tarea en tu cargo, quisiera que te encargaras de calmar las cosas en Nápoles. Quieren formar un nuevo país. No podemos permitir eso. Ellos tienen casi la mitad del oro de todo el imperio. —explicaba el mayor mientras caminaba por su jardín  junto al rubio, rodeados del bullicio de la gente y saltarinas fuentes.

—Pero eso no tiene que ver con el ejército. —manifestó el rubio sin querer esconder la inquietud que esto le causaba. El sabía de guerras, no de protocolos.

—Debes ser bueno en todas las áreas. Yo confió en ti y en la educación que te dio Julio.

 

El rubio se puso un poco nervioso. Había aprendido de estrategias y a como pelear de manera rápida. Casi nada de diplomacia. En su mente suplicó que todo saliera bien y no provocar una guerra civil en el camino.

A Naruto le había salido con facilidad su título. Sin necesidad de tener que escalar desde abajo, ni tener que llevar el riguroso entrenamiento de quince años que se requería en el ejército. Aunque todo había sido por las palancas que había movido Julio antes de pasar a mejor vida.

Era como si la suerte hubiera estado de su lado. Pero en las condiciones en que se había conocido él y “Julio” no habían tenido nada de eso, sino todo lo contrario.  

 

xXx Naruto x Sasuke Dark Horse Sasuke x Naruto xXx

 

Las temperaturas demasido altas ¡Y se suponía que debían estar en las lluvias de primavera! El sol reinaba desde su cúspide. Con sus rayos, tan potentes, parecía que iba a derretir hasta las mismas piedras y transformar la arena en carbón rojo.

Psamético, el príncipe de Egipto, veía el cielo vacío de nubes. Tanto calor hacía que ni en la sombra se estaba a gusto. Sintió las gotas de sudor recorrer sus brazos y pecho desnudos en lo que subía las grandes escaleras del palacio. Vestía sólo con la parte cubierta de abajo, y aun así eso no le ayudaba a apaciguar el bochorno. Y era que desde hacía más de un año que no llovía.

Más de la mitad de las cabezas de ganado habían muerto por el ardiente clima. Tan sólo en el Alto Egipto hablaban de miles. No quería imaginarse cómo sería en conjunto con el Bajo Egipto.

Muy aparte de eso, estaban el asusto de sus “sirvientes”. Que no eran otra cosa que esclavos. Ellos tenían la marca de libertad sobre la de esclavo, pero al ser egipcia, sus derechos humanos les pertenecían a Egipto. [(Necesario o no): Fuera de Egipto volverían a ser esclavos, dentro podía hacer lo que quisieran, pero debía obedecer las órdenes si querían derecho a vivienda, comida y agua.] Ellos también estaban muriendo de manera alarmante, pero no de sed o deshidratación, morían de una enfermedad que pasaban las moscas. Con tantos muertos, no se daban abasto con los cadáveres. Esto había propiciado la producción de esa mosca que, al contacto con la comida o las personas, transmitía una enfermedad que mataba en una semana con ronchas gangrenosas.

Los sabios le habían aconsejado al faraón, primo del príncipe, que solicitara la ayuda de algún mago para que encontrara la cura. Necao, el faraón, se negó argumentando que era muy costoso para simples sirvientes.

En su lugar había mandado a construir un muro alrededor del pueblo de los esclavos. Él iba sustraer a todos los “sanos”, mientras que al resto los aislaría hasta que murieran por la enfermedad o hambre, lo que sucediera primero.

El príncipe se dirigía a su estudio privado. Tenía planeado mandar a traer a algún mago. No importaba el costo, o que lo tuviera que hacer en secreto, no iba a dejar que inocentes murieran de manera cruel, en el abandono.

Tras cerrar su puerta, notó que uno de sus pergaminos voló de manera inusual a su sillón, que estaba dándole su espalda, lo cual le extraño, él nunca la dejaba así.

 

—Con la cantidad de dinero que ofreces no va a venir ningún mago. —dijo una voz que provenía del asiento. El príncipe trató de reconocer la voz, pensando que se trataba de algún sabio de la corte. El otro alzó su brazo y con el movimiento de sus manos atrajo otro pergamino. —Pero con estas pérdidas, entiendo que no haya más dinero que dar. —y el príncipe antes de reclamarle su intromisión, fue casi de rodillas ante él.

—Eres un mago. Por favor, dales una cura a los sirvientes. Cuando mi primo vea que están sanos, los volverá aceptar.

—No soy un mago curandero. —aclaró el de piel nívea, que contrastaba con la oscura del otro. Psamético dejó caer sus hombros rendido. No era el faraón y, aun así, sentía que tenía el peso de este sobre ellos. —Levántate. —ordenó el mago, sintiendo lástima. —Se que tú puedes hacer levantar esta tierra. Tienes buenas ideas, sólo te falta imponerte al faraón.

—Es imposible. Nadie puede contradecir lo que él diga.

—No tienes que ir en su contra, sólo sugerirle como gobernar mejor. —eso era imposible. Era como una grosería. —No tienes que temerle. Ven. —y Sasuke se levantó del sillón.

 

Psamético le siguió hasta su balcón. A sus espaldas trató de averiguar su origen por su ropa, pero esa camisa blanca de mangas amplias, abierta del pecho por el calor; con la parte baja purpura sujetada con un cinturón azul; y con un turbante verde, verde como el color que deberían tener los prados en esa temporada, pero que por más agua que le dieran, se tornaban amarillos por el exceso de calor y sol; no le decía nada más que debía ser de muy lejos.

 

—Tú sabes que es lo que necesitan. —le dijo el mago y señaló en donde vivían los esclavos, del otro lado del río, más allá de sus pirámides doradas y sus campos secos, en esas casas casi derruidas en las que vivían unos encima de otros. Donde ya se empezaba a construir el muro que sería su tumba. —Ellos no necesitan una cura, necesitan comer. Si ellos no sólo comieran pan y puerro, y no tomaran agua estancada, tendrían la fuerza para luchar contra la enfermedad. Yo sé que puedes protegerlos. —decía con seguridad para que el príncipe tuviera esperanzas.

—¿Por qué me apoyas? —y es que Psamético no lo podía creer. Nadie nunca antes había creído en él. Hasta prefería darle sus ideas a algún otro sabio, antes que decirlas él. Temía por los sirvientes y no se lo había confesado a nadie ¿Tan obvio era?

— Te conozco Psamético. Tan bien, que sé que en ti debo confiar. Yo creo en ti.

—No puedo hacer nada. Ni ofreciéndoles comida, las reservas están a menos de la mitad. A este paso no tendremos comida en 6 meses y si las regiones del norte se enterasen, perderíamos su alianza. —el príncipe hablaba tan aprisa y nervioso, que Sasuke apenas le entendía. Estaba abrumado, y no podía ver que la respuesta la tenía justo enfrente.

—Todo lo que necesitas es agua. —le dijo con una amplia sonrisa en su rostro de porcelana.

—Estoy tranquilo. —confundió el príncipe, pensando que se refería a un vaso.

—Lluvia. —Aclaró el mago, tomándole de los hombros para que le viera a los ojos. — Yo creo en ti, y necesito que tú creas en mí. —Psamético vio esos anochecidos y brillantes ojos, como los de un ónix. Negros como la tierra fértil. Y confió en él.

 

El mago le tomó de la mano y con su mirada, le señaló uno de sus anillos. Psamético lo entendió como un pago y se lo entregó. Sasuke lo encerró en su mano izquierda y desapareció todo el oro, dejando únicamente el jade, el cual regresó. Con su otra mano, ya vuelta un puño, apuntó al cielo. Cuando lo abrió, un polvo, como grafito brillante, se elevó.

En el cielo se comenzaron a aparecer nubes de todas direcciones, acumulándose justo en el centro de la ciudad. El príncipe tenía los ojos como platos, viendo como las nubes cambiaban a grises, preciosas por no haberlas visto en más de un año. Mientras que el mago, no dándole importancia, bajó su mano y le dio la espalda, viendo entonces lo que maravillado que estaba el otro.

Las nubes se tornaron cada vez más cargadas y oscuras. Pero ninguna de ella cedía, como si esperaran una señal. El príncipe veía entusiasmado todo, ansioso de que cayera la primera gota.

El mago le sonrió jactado de su obra. Alzó su mano derecha, apuntando directo al cielo. De la punta de su dedo índice, salió un imponente rayo, que dejó casi, por un momento, ciego y sordo al otro, que sólo alcanzó a cubrirse con su brazo sus ojos.

Cuando sintió que ya no había peligro, vio al de blanca piel, intacto y de pie, aun con su sonrisa. Pero esto quedo en segundo plano al ver la lluvia.

Cabe mencionar que Psamético nunca había conocido a un mago antes, por lo que sólo pudo comparar aquello con la fuerza de los dioses y se inclinó con la cara al piso ante el mago. Sasuke consideró esto muy exagerado, pero, como su nueva personalidad se lo pedía, se lo permitió, disfrutando con falsedad el momento.

 

—Levántate. —ordenó el mago y le ofreció su mano.

—Gracias, muchas gracias… —el príncipe comenzó a besarla, pero en un instante lo jaló para levantarlo.

—Luego me agradeces. Ahora quiero que vayas con los sirvientes, no sin antes llevarles comida para repartirles, y diles que esto ha sido un regalo de tu parte.

 

Y el mago empujó al otro hasta su puerta, para que no perdiera más tiempo.

Ya estando solo, volvió al balcón. Vio como Egipto se obscurecía por la humedad de la lluvia sobre la piedra. Una fresca y pomposa brisa invadió todos los rincones de Egipto con olor a tierra mojada. “Qué fácil es controlar con un poco de agua” pensó el Sasuke.

Vio como el agua escurrió por las altísimas estatuas de dioses que alguna vez caminaron por esos mismos palacios. Pensó en que tal vez esa era la razón por la que los palacios eran inmensos: los dioses entraban en ellos, eran demasiado amplio para simples humanos.

Habían tantas estatuas de distintos dioses, todos muertos, sin haber tenido la oportunidad de dejar sus poderes a alguien. Por eso era que Egipto no había tenido magos. Hasta ese día.

Esa fue la primera de docenas de lluvias que preparó el mago para el príncipe. El primer paso a la conquista de Egipto. Habían llegado en el momento justo. Entre los esclavos estaba a punto de haber un levantamiento, con lo que acababa de hacer, los mantendría entretenidos por un tiempo.

Sasuke debía hacer que ellos estuvieran de lado de Psamético. Con eso solo faltaría un pequeño error de parte del faraón para que lo derrocaran.

Pero antes tenía que adiestrar al príncipe, quien debía tener más poder no sólo ante los esclavos, también ante la corte y los sabios. Y fue dándole seguridad para hablar en las juntas, que tomaran sus decisiones en cuenta y darse a notar.

Pero su Necao, acostumbrado a tener absoluto poder y control, notó inusual el comportamiento de Psamético. El faraón no se andaba por las ramas y le amenazó.

 

—No puedo tocar a mi sangre, lo tengo jurado por nuestro abuelo. —Necao, que rebasaba por una cabeza al príncipe, señaló la imagen del susodicho, dibujado en uno de los muros. —Pero nada me impide dañar al resto de tu familia.

 

Psamético le contó al mago, y que por eso desistiría de la corte. Y, de nuevo, el Ónix volvió a calmarle. La solución era sencilla. Tenía que esconder a su familia e irlos cambiando de lugar para estar seguros.

El príncipe, aliviado, ordenó a guardias de confianza que resguardaran, durante sus “vacaciones en el extranjero”, a su esposa, mujer de alta sociedad, junto con Hamadi, que entonces tenía doce años.

Durante varios días Psamético se mantuvo al margen en la junta y con la mirada baja ante faraón, mientras que este le ofrecía una sonrisa prepotente para recordarle quien mandaba. Mientras Sasuke seguía trayendo agua para el príncipe y este daba comida a los sirvientes. Todo en secreto, para que el faraón no se enojara.

Cual iba a ser la sorpresa de Necao, el día en que el príncipe sacó un largo pergamino, en una junta rutinaria, en el que le remarcaba sus equivocaciones y problemas en el sistema de repartición de agua, junto con otro con las soluciones. Los sabios empezaron a leer impresionados los pergaminos. Más de uno asintiendo que el príncipe tenía la razón. Y entre los murmullos, unas palmas resaltaron.

 

—Muy bien hecho, Psamético. —dijo el faraón con una sonrisa falsa. —Has demostrado que eres muy bueno para encontrar las soluciones a todo. Por eso quiero mandarte al norte. Últimamente han tenido muchos problemas, y me han pedido que vaya para aconsejarles, pero ahora quien mejor que tú para solucionarlos. Te mando como ayudante de faraón del Bajo Egipto y que te obedezcan en cada orden que des, pues si se niegan que nuestra alianza este en juego.

 

Este era un cargo muy importante, superando incluso al de príncipe. Todos le aplaudieron a Psamético y le felicitaron. Hubo una celebración en su honor que duró dos días, durante la cual Necao le dijo la razón por lo que lo había mandado, pues era en beneficio de ambos.

Le explicó, desde su punto de vista, que su pequeño, de apenas unos dos años, tendría la edad para ser príncipe, quitándole su título a Psamético. Y sabía que habría conflicto por ello. Por eso lo mandaba al Bajo Egipto, así podría casar a su sobrino con la princesa de ellos, que tenían casi la misma edad. Así dentro de unos años podrían tener las principales cabezas con su sangre. Psamético tuvo sueños grandes por ese futuro prometedor.

Cuando el príncipe volvió a encontrarse con el Ónix, este estaba en su estudio tomando un té sentado sobre su escritorio.

 

—Deberías escuchar un poco más a tu esposa, Psamético. Tienes muy buenas ideas. —y la sonrisa desapareció del príncipe, cambiando su cara a una de confusión.

—¿Has hablado con mi mujer? —se suponía que seguía de viaje. “Si tenía bastantes sospechas de cómo mi esposo participara tanto en esas juntas” recordó las palabras que le había dicho la mujer al mago, y le ofreció una taza al príncipe.

—Sí, te estaba buscando esta mañana. Si no te hubieras estado divirtiendo de lo lindo con la otra, te habrías dado cuenta que llegó ayer. —reprendió el mago, para después sorber su té.

 

El príncipe sólo rió un poco nervioso por su mal. Pero un instante después le contó emocionado de su cambio. Y el otro deshizo sus ilusiones.

 

—Si Necao fuese fiel a su juramento, lo haría para mandarte tan lejos, donde no puediera escuchar tus quejas. Pero él no la cumplirá. La verdad es que la nave en que te mandará a ti y tu familia será saboteada. Quiere hundirte.

La taza de té se quebró sobre la piedra. Si lo que Sasuke había intentado era tranquilizarlo, pero no lo logró.

El príncipe entró en una crisis nerviosa, casi al punto de arrancar su cabello negro. Temiendo por su vida y la de su familia, le pregunta al Ónix que hacer. Este le toma por los hombros y le pidió que respirara y que se calmara. Después le indicó que no debía hacer nada.

 

—Así, ¿sin más?

—Sí. —respondió con simpleza.

 

Desde que Sasuke se había enterado de la decisión del faraón y de que planeaba su muerte, comenzó a mover sus hilos para salvarlo un día antes de que zarpara el barco.

A partir de ese día el Ónix desapareció de la vista del príncipe. Este que por más que lo llamara o buscara, no aparecía. El hombre se sintió abandonado, sin esperanzas de nuevo. Y pensó que el mago podía hacer muy grandes cosas, pero ni él podría salvarle de la muerte. Mas no quiso llenarse de pensamientos negativos, y se planteó a no preocuparse hasta que el día que saliera su barco.

Pero como maldición, llegó un sirviente con un cambio de planes de último minuto. Iba a haber una tormenta de arena que impediría el viaje, por lo que se adelantaría a la mañana siguiente. Ante esto el príncipe sólo alcanzó a asentir, para después vagar por el palacio considerándose muerto en vida.

A la mañana siguiente, previo a la hora sin sombra, el príncipe marchaba, con una sonrisa tan alegre, que podría engañar al mejor. Mientras que con otra sonrisa, real, el faraón se aproximó a él con los de la corte para despedirlo. Y vio como su primo dejaba que su esposa se adelantara, ella cubierta de pies a cabeza con lino para protegerse del sol.

A Psamético le sudaban las manos por el temor a morir. Muchos notaron ese nerviosismo, pero por la sonrisa, pensaron que era de felicidad.

Justo a la mitad de las despedidas se escuchó una bulla que les hizo girar a ver. Una multitud de sirvientes se acercaba cruzando el rio con barcos reales. 4 navíos repletos. Mientras que del otro lado más gente para llenar otros 5. Llegando a tierra firme, los pocos guardias que había no pudieron detenerlos.

Fueron corriendo, provocando que los de la corte se alejaran. Tenían buenas razones para temerles. El único que no se movió fue Psamético. Los esclavos se interpusieron entre el príncipe y el barco. De entre todos salió un hombre, de facciones fuertes y con cabellos rizados hasta los hombros y con largos collares de semillas colgando de su cuello. “No permitiremos que te hagan daño” le dijo el hombre, líder de la revuelta. Psamético, a pesar de lo confundido, asintió y aceptó todo, si eso le salvaba, aceptaría lo que fuese.

Los sirvientes les abrieron camino para que estuvieran frente a faraón y los de la corte. Ellos exigieron que el príncipe se quedara. Le dijeron al príncipe que sin él, no habría nadie más que cuidara y viera por ellos. Después, le advirtieron a faraón que si lo mandaba a otro lado, ellos se negarían a trabajar, que ya bastante tenían por las malas condiciones en que los tenían.

Ante la encrucijada, el príncipe hablo primero. Dio cumplido su deseo de quedarse, pero que las órdenes eran del faraón.

Todos los esclavos vieron a faraón, pero él sintió que sus miradas no eran de suplica, sino más bien de amenaza. Sudó frío, sintiendo por primera vez la amenaza de muerte directa de los esclavos. No es lo mismo saberlo, que sentirlo. Y aceptó que su primo se quedara.

Psamético soltó un suspiro aliviado, en lo que los demás vitoreaban. Faraón se marchó, sintiendo en su estomago la frustración de tener que dejar a su primo en paz, que sería intocable, pero no por mucho tiempo. Y él estaría atento a la más mínima bajada de guardia.

Muchos sirvientes se acercaron al príncipe, agradeciéndole sus atenciones. Aun entre la algarabía pudo distinguir que entre ellos estaba escondido el Ónix, que le sonrió, pero al intentar acercarse, este desapareció de su vista; volviendo a aparecer a sus espaldas para susurrarle que lo vería en su estudio.

Psamético fue directo ahí, asegurándose de que nadie le siguiera. Cerró la puerta tras él y de entre las cortinas apareció el mago.

 

—¿Cómo supiste que me iría hoy? —¿Ya sabía incluso que le había adelantado su viaje? ¿Ya sabía de la tormenta de arena?

—Tu esposa me lo dijo. Al ver que no estabas y que la habías encerrado en la habitación tuvo un mal presentimiento. Y cuando vio por la ventana que estaban preparando el barco me llamó. —el príncipe había actuado bien en dejarla, así Sasuke se había enterado y de inmediato aviso a los sirvientes. También en el hecho de no marcharse solo, si no hubiera sido así, su primo habría sospechado. —Por cierto, ¿Quién era la mujer que iba contigo?

—Nadie. —mintió el príncipe. Pero al mago no podía mentirle.

—Era “ella”, ¿cierto?—refiriéndose a la amante del príncipe, y el Ónix le sonrió para darle confianza.

—Sí, era “ella”. —respondió para después sacar una ligera sonrisa nerviosa.

—Sí, ella es la única otra mujer que aceptaría subir a un navío real sin cuestionarte. —entonces la sonrisa cambio a una de enojo y le dio una tunda al príncipe. —Deja de engañar a tu esposa.

—Sí, lo lamento. —dijo tallándose su nuca.

—Ella es la hermana de Kosei, líder de los sirvientes. —y el príncipe le vio confundido, ya ni se acordaba. —El que hablo a faraón. —aclaró la obviedad.

—¡¿Son hermanos?! —exclamó sorprendido.

—Y más te vale dejarla de una vez, no vaya ser que después te la quiera adjuntar Kosei. Procuremos mantener todo separado. —Psamético aceptó ciegamente las indicaciones del mago, para después recordar un detalle en el que tenía duda.

—Pero ¿Cómo pudiste juntarlos a todos tan rápido? —el príncipe pensaba que todo se había ideado ese mismo día.

 

Pero Sasuke había estado planeando eso con Kosei desde mucho antes. También negociaron en cómo poner a Psamético como faraón, pues sería al único que apoyaría el Ónix. Y entonces el mago contó una parte del plan que para nada le agrado al príncipe.

Los esclavos iban atacar el palacio sólo un día antes de que zarpara, y así matar a Necao. Pero que por el cambio de planes, tuvieron que actuar rápido e improvisar.

 

—¿Planeaban matarlo?...—dijo Psamético con un pesar en su pecho. Sasuke supo que había tocado una fibra delicada y trató de arreglarlo.

—¿Quieres saber la verdad o prefieres estar como si no supieras nada?

—Que tienen en mente. —le ordenó el príncipe, con furia en su mirada.

—Planeamos… —Corrigió el mago. —que la noche antes del ataque, toda tu familia dormiría contigo. Y que por ningún motivo deberían salir hasta que saliera el sol. Así se evitaría la confusión de que te mataran a ti o a tu hijo por error. —era increíble la cantidad de esclavos que no sabían distinguir de vista quien era quien de la familia real. El príncipe se quedó mudo ante el plan. Sabía que su primo era malo, pero no como para matarlo. —Te intentó matar a ti, si no lo detenemos buscará otra manera de hacerlo. —Sasuke intentó hacerle entrar en razón. Pero el otro sólo le dio la espalda.

—Me niego, debe haber otra manera. No hagáis nada. —ordenó Psamético.

 

Sasuke chasqueó su lengua. No debía contradecir al príncipe. Tan sólo se reverenció y se retiró.

Cuando el príncipe se giró, vio que estaba solo. Al no ver confirmación departe del mago, no supo qué iba hacer.

En la noche el príncipe pidió que llevara a su hijo a su alcoba. Dormirían los tres juntos. El príncipe iba a cerrar la puerta, pero se quedó pensando un momento. La incertidumbre le estaba matando. El semblante preocupado fue notado por su esposa.

 

—¿Está todo bien, querido? —y es que el príncipe no sabía si el Ónix le había hecho caso, o si los planes seguían en marcha. Y aunque no tuviera la certeza de nada, se cuestionó si contarle o no, no sólo a ella, también a su primo.

—Sí, todo está bien. —Pero al final decidió ser egoísta.

 

Durante la siguiente alba, los tres despertaron asustados por los fuertes golpes que dieron a la puerta. El príncipe corrió a abrir. Detrás de ella le esperaba un guardia, que con cuidado le pidió que le acompañara, que era un asunto delicado y que solo debía ir él.

Siguió al guardia y se dirigieron a uno de los jardines que conectaban al rio Nilo. En el lugar había muchas personas viendo fijamente algo que él no alcanzaba a ver. Y vio a unos guardias dentro del agua con redes buscando algo, lo cual tampoco le decía nada.

Cuando los presentes le vieron, dejaron de murmurar y le dejaron pasar. Bajó con cuidado los escalones blancos, entonces algo enlodados, cuidando de no resbalar.

Al llegar al final, fue recibido por el jefe de vigilancia del palacio. Él lo alejó de la gente y lo llevó a la esquina derecha. Ahí el guardia se agachó para mostrarle algo que estaba debajo de una sábana con machones crema y rojizos.

 

—¿Es este el anillo real? —preguntó el guardia. El príncipe horrorizado vio el brazo arrancado de su primo que todavía portaba el anillo real.

Psamético tuvo que girarse, conteniendo su estomago. Pensó que devolvería de seguir viendo la escena. Sintió la garganta seca y con un nudo. La cabeza le comenzó a doler y sus oídos empezaron a zumbar. El jefe con cuidado le relató los hechos recabados, mientras le pasaban un trapo con alcohol.

Le contaron que la noche anterior los sirvientes habían visto a su primo deambular borracho y con una botella de licor en mano. Que se creía que en uno de sus paseos, decidió jugar con su hijo en las orillas del rio. Que el niño se debió alejar mucho de la orilla y Necao, en un intento de regresarlo, se metió también, pero en su condición no lo alcanzó. Para mala suerte, esa misma tarde, uno de los cocodrilos logró pasar la barrera, llegando a los jardines reales,  y así, devorarles. Por eso estaban buscando con las redes, querían encontrar los restos de sus cuerpos. Pero fue lo único que hallaron.

Terminada la narración, el príncipe sólo aceptó que reconocía el brazo como el de su primo, y se marchó.

Comenzó a caminar con destino a su estudio, quería descongestionar sus pulmones de esa angustia que lo ahogaba. Tenía que hablar con el mago, pero le alcanzó uno de los sabios. El anciano le dijo lo que pensaba al respecto del accidente, pero no el príncipe no le escuchaba. Estaba muy ensimismado en sus pensamientos.

 

—Vas a ser faraón. —le dijo el viejo interponiéndose en su camino.

—No. —negó Psamético, con todo su ser.

—Tiene razón, debe aparecer primero el niño. —y era que, aunque Psamético fuera el príncipe por cargo, por línea sucesoria su sobrino debía ser faraón.

 

Llegando a su salón, no le importo cerrarle la puerta en la cara al anciano.

 

—¡Muéstrate! —le ordenó el príncipe al mago, y este le obedeció. —¡¿Qué han hecho?!—decía a la vez que se acercaba con rapidez al Ónix y lo tomaba por sus ropas. —Te pedí que no le hicieran nada, te dije que…

—Y así lo hicimos. —El hombre se quedó estupefacto, para después quebrarse en lágrimas. El mago puso sus manos sobre las del otro para transmitirle calma. Y de a poco el príncipe fue aflojando el agarre. —Cancelamos la misión. Lo que paso anoche, de verdad fue un accidente. —explicó el mago, con su voz más tranquila. El príncipe negó con la cabeza. —Teníamos planeado atacar el palacio, por eso te pedí que te escondieras. Pero después de que ordenaste que no lo hiciera, yo sólo pude obedecerte.

—No puede ser, no ¡NO!—vociferó el pobre hombre, deshaciéndose por las desgracias. Cubrió su rostro entre las ropas del mago, tratando de contener su llanto. El otro, en una forma de reconfortarlo, le abrazó con firmeza.

—Debes prepararte, resistir. En estos momentos de dificultad debes mostrarte fuerte ante tu pueblo. —entonces el príncipe se separó. Por un segundo entendió que el mago lo declaraba ya faraón. Pero antes de pudiera decirle algo, tocaron la puerta. El príncipe fue a ver y, por primera vez, el Ónix no desapareció. Detrás de la puerta estaba el anciano.

—No es una decisión oficial, pero… —el anciano hablaba con voz baja, para evitar que alguien más los escucharan. —varios miembros de la corte y sabios pensamos que, debido a la delicada situación del pueblo, no creemos que sea buena idea que la reina gobierne. Usted, debe ser el faraón. 

Notas finales:

Espero que les haya gustado el capi ^^

Siéntanse con la libertad de dejar sus reviews, amenazas de muerte, sugerencias, dudas, galletas, bombas, antrax xD

 

Nos vemos en el siguiente capi, ya no daré fechas, tanto para no romper mi palabra (y me iré al infierno de escritores por eso ._.) como porque ya se acabo la gloria, de vuelta a clases D: no es justo (Inner: aunque tambien ya estuvo bueno, que hasta carnaval y san valentín los disfrutaste ¬¬ //San valentín no cuenta, ese día estoy maldita!!)

Por lo que procurare tardarme menos de un mes entre capi y capi

 

Les mando un abrazo!!!!

Y muchas gracias por su apoyo!!! 

^^*

Atte:

La MueRtHeSitHa ^^*


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