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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Ok, no confíen en Alexis cuando les promete doble capitulo dentro de veinte días. Pero, estoy dentro del rango y han pasado solamente once días desde de la última actualización por lo que me faltan nueve días para entregarles el capitulo completo. Sin embargo, me volvió a pasar un pequeño incidente con la computadora y volví a perder todos mis documentos  e información que tenia. Por lo que decidí entregarles los capítulos tan rápido como pueda antes que me vuelva a pasar algo así :´D (Malditos virus informáticos)  Ya todo está bien de nuevo. Por fortuna me la arreglan rápido.

Bueno, este capítulo es igual de dos partes. Es muy largo. Lo lamento. Lamento no haber medido la cantidad de cosas que pasarían y que se me alargara. Ya poco a poco se van arreglando los problemas. La próxima parte de la cual me pondré a trabajar en seguida es una de las más especiales de toda la historia, a mi humilde parecer.

En este capítulo pasa de todo, y algo que tambien me habia comentado Isis!!!  Espero sea de su agrado.

Gracias por los comentarios. A tod@s. Los quiero.

Un saludo especial a Yuuram11 y a su hermano. Me alegró saber de ustedes.

 

Se había dispuesto una junta urgente en la sala de estrategias que quedaba entre las oficinas administrativas y la oficina del rey. Todos reunidos en torno a una enorme mesa de roble.  Willbert estaba en una cabecera, y Yuuri en la otra. Sentados en una hilera de sillas a la derecha de Willbert, se encontraban August von Luttenberger, Martin von Zweig, Hannah Lauren, Ailyn von Aigner, Voker von Rosenzweig, Destari von Rosenzweig, Charles von Ducke y Alexander von Foster. Al lado izquierdo, y frente al grupo antes mencionado, se encontraban los herederos de las familias nobles de Antiguo Makoku; Raimond von Luttenberger, Kristal von Aigner, Axel von Foster y Harry von Ducke.

En la parte de en medio de la gran mesa se encontraban el rey del país de  Francshire, Antoine Jean Pierre, el General Eclaeif (representante de la gobernadora de Caloria, Flynn Gilbit), La emperatriz de Seisakoku, Alazon, y al lado de ella, su hijo, el rey de Shimaron Menor, Saralegi.

En el lado de Yuuri, a su derecha, se encontraban Wolfram, Conrad, Gwendal, Waltorana y Gunter, y a su izquierda se encontraban Murata, Cecilie, y también Dimitri y Ariel, quienes habían sido testigos del inicio de la profecía.

También se habían preparado unos lugares para Goethe, el comandante  encargado de la unidad de defensa, y el señor Scrush, maestro de armas encargado de la guardia nacional.   

El resto de las sillas estaban ocupadas por los oficiales y generales de ambos países Mazoku. La mayoría de ellos no habían tenido una apacible noche de sueño (habían navegado hacia el país donde se encontraban o hicieron una larga cabalgata nocturna para llegar a la ciudad) No obstante, su expresión adusta mostraba una gran determinación.

Era una reunión histórica entre todas las razas que habitaban ese mundo; mazoku, humanos, mestizos y hasta esos seres celestiales llamados shinzoku. Todos eran ahora participes de la batalla por salvar su mundo. Nadie habría imaginado tal milagroso acontecimiento. Nadie excepto un joven de la tierra cuyo cuerpo albergaba el alma y corazón de Allan y Suzanna Julia von Wincott, dos luchadores de la justicia y el amor.

 

 

***************

 

 

—En nombre de mis compatriotas, y de nuestro Maou, Willbert von Bielefeld, les estamos muy agradecidos —dijo Lord Luttenberger en voz alta después de hacer las presentaciones respectivas.

Los ojos de Saralegui centellearon cuando escuchó el nombre completo del Maou de Antiguo Makoku, pero la expresión de su rostro permaneció serena. Después, sus ojos se estrecharon y se enfocaron por una pequeña fracción de segundos en Wolfram von Bielefeld, quien sabía, era el muy querido prometido de Yuuri, aquel que deseaba poseer.

Posteriormente, Lord Luttenberger extendió un mapa del país sobre la mesa, ubicó una figura en el centro de éste, específicamente sobre el Templo Imperial, y comenzó a informar:

—Según los reportes que nuestro equipo de investigación logró reunir de los testigos sobrevivientes, los ataques y la primera invasión se dio a cabo en este lugar, el Templo Imperial, cerca del mediodía. Eso nos deja unas cuantas horas para preparar una estrategia de ataque.

—Los militares están preparándose desde ya para partir al campo de batalla, no habrá ningún tipo de atraso de su parte —expuso el maestro de armas encargado de la guardia nacional.

Antonie Jean Piere pidió la palabra.

—¿Se tiene algún conocimiento especifico sobre a qué tipo de enemigos nos enfrentamos?

—La leyenda es muy específica —respondió Lord Luttenberger con prontitud. Abrió un libro de historia, muy grueso y polvoso, y citó:— “Después de su derrota, aquel que se reveló ante los dioses de los elementos, el dios de la oscuridad, prometió que volvería en compañía de su ejército de creaturas del inframundo, Arpias, Minotauros, y Centauros para cobrar su venganza. Entre sus advertencias se escuchó el nacimiento de un dragón alado cuyos poderes sobrepasarían a los de él mismo. Un dragón que nacería del oscuro corazón de un Mazoku”

—¿Un Mazoku? —el representante de Caloria, el General Eclaeif, se sintió intrigado.

—No cualquier Mazoku —respondió el anciano —Un Mazoku tan poderoso que pudiera ser capaz de controlar los cuatro elementos.

El General Eclaeif pestañeó —Ah, he escuchado que en este país los Mazoku poseen la habilidad de controlar elementos como el agua y el aire al mismo tiempo —comentó, haciendo un hincapié en el asunto.

Lord Luttenberger asintió con la cabeza.

—Nadie hasta ahora había sido capaz de controlar los cuatro elementos pues solo aquel que posea un corazón puro es capaz de hacerlo sin caer en la trampa de Hirish.

—¿Nadie hasta ahora? —Saralegui alzó una ceja, intuyendo quién era “ese alguien” que había logrado tal proeza según las descripciones del anciano.

Todas las cabezas giraron hacia el otro extremo de la mesa, donde se encontraba Yuuri.

—Quien no tuviera un corazón puro sino un corazón oscuro se convertiría en esa bestia, eso es lo que dice la profecía —el gobernador de Luttenberger trató de concluir con ese tema, mas no lo consiguió. La curiosidad y el interés de los invitados se lo impidieron.

—Pero entonces ustedes saben quién es el Mazoku que está atrapado en el cuerpo de ese tan temible dragón —insistió el General Eclaeif.

Los ojos cansados del anciano se posaron en los del General Eclaeif con una expresión sombría. Le inspiraba mucha, muchísima pena exponer ese tema en presencia de alguien que se encontraba ahí.

—Mi esposo, Bastian von Moscovicht y mi hijo, Friedrich von Moscovicht son los principales sospechosos — Habló Hannah desde un lado de la mesa —Ellos me comunicaron el día de ayer que irían al Templo Imperial y hasta ahora siguen desaparecidos. Las sospechas se vuelven cada vez mas ciertas tomando en cuenta que mi hijo poseía una gran cantidad de Maryoku y su corazón no era lo suficientemente puro para ser el elegido —pausó un momento, las palabras se le atoraron en algún punto de la garganta —Y-yo era consciente de ello y sin embargo…—no pudo continuar, el llanto se lo impidió. Un ligero temblor se había adueñado de sus manos apoyadas en la mesa. Las cerró una sobre otra en un puño apretado en un vano intento de que cesara el temblor. Martin le puso la mano en el hombro, para tranquilizarla. El General Eclaeif se sintió terriblemente apenado por su imprudencia.

Alexander alzó ambas cejas. Bueno, aquello explicaba la ausencia de ese par.  Willbert tenía los brazos cruzados sobre el musculoso pecho. Unos mechones rebeldes y dorados le cruzaban la frente y contrastaban con sus ojos, de un profundo azul cielo, que ahora se clavaban hacia algún punto en el suelo. Podía ser compasión, empatía, tal vez lástima,  pero sus emociones resultaban imposibles de descifrar.

Yuuri no pudo menos de oír la tristeza que resonaba en su voz al decir aquellas palabras y se preguntó si todos los reunidos también la habrían percibido y se había estremecido al igual que él. Hannah san fue una de las primeras personas que se mostraron amables con él desde su llegada al castillo e intentó advertirle que se mantuviera alerta y que luchara dando el máximo esfuerzo durante la competencia. No había maldad ni malas intenciones en su proceder y le pareció una persona sincera y de buenos sentimientos. Todos tenemos derecho a equivocarnos, lo importante es que logremos reflexionar y remediar esos errores que cometemos. Hannah san, aparte de estar destrozada con todo este asunto de su hijo, estaba sobrellevando la gran carga moral que tenia con su mejor amigo al haberle ocultado la verdad. De nuevo, ahí estaba ese sentimiento de compasión en su corazón que le decía a gritos que tenía que encontrar la manera de ayudarla.

 

—Discúlpeme Milady—fue lo único que al General Eclaeif se le ocurrió decir en vista de su falta de tacto.

—No, no debe disculparse —respondió Hannah, tratando de sonreír— Además, no se puede cambiar el destino de una persona—. Cesó en sus esfuerzos para sonreír. Se estremeció y dijo: —Hagamos lo que tengamos que hacer para salvar este mundo — Cecilie la miró y un rayo de tristeza asomó a su semblante

 

En esos instantes, Murata miró a Yuuri a través de sus anteojos, con una sonrisa perspicaz.

 

Lord Luttenberger carraspeó para llamar la atención y varios pares de ojos volvieron a enfocarse en él.

—Ya ha pasado una hora desde el mediodía. Al atardecer de este día debemos llegar este lugar —informó señalando el mapa al mismo tiempo —Todos listos y preparados. Será la segunda vez que en este mundo se presencie una batalla tan definitiva y difícil. Imposible fallar si hemos de reunir todas nuestras fuerzas.

—Un total de cuatro horas —murmuró Murata, sorprendiendo a más de alguno por su repentina intervención —y el reclutamiento y presentación de los hombres tanto de los países humanos como Mazoku apenas habrá comenzado.

Willbert se llevó una mano debajo del mentón e hizo la cabeza a un lado para que Lord Luttenberger le dijera al oído de quien se trataba esa persona y porque se otorgaba el derecho de hablar con tanta confianza. Sus ojos centellaron cuando escucho: “Ken Murata, estratega de Shin Makoku” Apenas lo podía creer, parecía demasiado joven, aunque hablaba con cierto acento que encajaba con su aspecto intelectual.

—Continúe —le ordenó.

Murata se aclaró la garganta para atraer la atención de todos los asistentes. La charla y el ruido de los murmullos cesaron y todas las miradas se concentraron en él, que estaba de pie con un pergamino en sus manos. Entonces, paseó una mirada solemne por toda la sala. En efecto, aquel era un instante que pensaba disfrutar lo máximo posible.

—En ese caso, y con su permiso, majestad, hemos de tomar una determinación que nos atañe a todos por igual. No podemos ir más de prisa pero tampoco tan lento como hasta ahora lo hemos hecho.

Disfrutaba el sonido de su propia voz y el ansia y el interés que veía en los rostros de los presentes. Aquél era, sin duda, su talento. Había nacido para hacer aquello, precisamente: Un estratega.

Extendió el pergamino, que era un mapa de Antiguo Makoku, y tomó un marcador.

—La zona oscura en realidad es una circunferencia de más o menos 20.000 kilómetros cuadrados —con el marcador hizo un círculo alrededor del punto señalado —Para tomar ventaja del enemigo, esta vez debemos atacar desde distintos puntos no imaginables para esas creaturas, con distintos tipos de armas combinadas, me refiero a arco y flechas, cañones, espadas, Majutsu combinado y Houjutsu.

—Eh... ¿Cómo?—Martin von Zweig levantó la vista del mapa, un tanto desconcertado.

La última palabra que había mencionado el chico de los anteojos hizo que varios de los Mazoku pura sangre fruncieran el ceño en un gesto de total confusión y espanto.

—El Houjutsu nos hace mal a los Mazoku, sobre todo a los purasangres. —expuso Lord Luttenberger, con gran pesar.

El General Eclaeif tomó la palabra —Nuestra habilidad para hacer magia proviene de las piedras de Houseki, la cual adherimos a nuestras armas para hacerlas más letales, sin embargo, tras años de investigación, se ha logrado crear piedras mágicas que no dañan la integridad física de los Mazoku pero si son efectivas para atacar, y son las que hemos traído con nosotros.

Murata asintió satisfecho ante la respuesta precisa del General Eclaeif y lo señaló con el marcador mientras paseaba la mirada por los rostros de los demás.

—Exacto, y esa es la carta que nos dará el triunfo. No hay motivo para desconfiar.

Willbert resopló bien alto y clavó la vista en el Gran Sabio sin pestañear siquiera, aunque su mano ahora había subido a la esquina de su frente. Le había comenzado a doler la cabeza.

—Juramos lealtad a esta alianza, y la vamos a cumplir. Por nuestra parte no tendrán ningún tipo de traición y esperamos contar también con su palabra —recalcó —Ahora bien, si esta tan seguro de su teoría ¿Qué propone?

Murata guardó silencio un instante, al cabo del cual respondió:

—Un total de ocho grupos tiene que seguir su propio camino con el objetivo de rodear el área del enemigo. Cada uno de esos grupos debe tener cuatro subgrupos que al mismo tiempo deben ser mixtos; fuerza Humana, mestiza y Mazoku. El primero es de armas, las que se pueden usar a una gran distancia: Flechas y cañones. El segundo es de combate cuerpo a cuerpo, espada contra estada, estos para enfrentarse con los minutaros y centauros. Un tercer grupo aéreo, de Mazoku controladores del aire, destinados a enfrentarse contra las arpías. El cuarto equipo será de elementos fuego, tierra y agua, que se enfrenaran con los espíritus de elementos que fueron desterrados.

—Entiendo, si dividimos a los ejércitos en pequeños grupos, podremos tener mayor control de las tropas —intervino Destari.

—Y si atacamos desde distintos puntos, tendremos mayores posibilidades de encontrar desprevenidos a esas creaturas y obtener así una ventaja —complementó su hijo mayor, Volker.

Murata asintió y se dirigió a Willbert:

—Siendo el país anfitrión, dejaremos que sean las personas que usted elija los líderes de los grupos. Pero deben ser siete de los ocho, pues queda claro que uno de los grupos será liderado por el elegido.

Willbert permaneció un momento en silencio. Se frotó la frente y alzó la mirada al techo instantemente, pareció que había decidido algo al fin; tenía una expresión menos atormentada.

—Que así sea —respondió.  

Esta vez, la audiencia que tenía en frente no era especialmente numerosa, pero su grado de interés era inminente. Lo único que todos esperaban eran sus palabras y sus órdenes. Satisfecho, miró a su alrededor en búsqueda de los posibles lideres. Las hermanas Aigner eran una opción tentativa puesto que era las únicas que mantenían su nivel de confiabilidad intacta con él. A su lado estaba Martin, que parecía ser la segunda opción idónea. No había hecho más que ser el hermano mayor de su mujer y el tío del desgraciado de Lukas. Pero el estar relacionado con ese par, no lo hacía mala persona. Desde luego, tendría que tener unas palabras con él tan pronto como se presentase la ocasión. Después de todo, debía poner fin a su fallido matrimonio con Anette lo antes posible. August von Luttenberger podía parecer un débil anciano, pero aún daba guerra, y su experiencia le daba poder, por lo que era la tercera opción. Volker, Dimitri y Destari von Rosenzweig, todos eran disciplinados y con temperamento, ideales para liderar juntos un grupo. Hannah era toda una dama, y no sabía nada acerca de liderar una tropa ni mucho menos esgrimir una espada, en representación del Distrito Moscovitch, iría el General Brown. 

Ahora bien, le hacían falta dos líderes. La confianza hacia Alexander von Foster y Charles von Ducke se había perdido totalmente y tenían pendiente un juicio condenatorio. Ninguno de los dos se merecía el honor de participar en la batalla. Sin embargo, Axel von Foster era un joven fuerte y lo suficientemente maduro como para tomar a cargo un grupo, alguna vez lo llegó a considerar como un sucesor idóneo, por lo que la idea le pareció buena. Finalmente, dejaría que parte del honor se lo llevara quien hasta ahora se había ganado su total confianza, Goethe. Si no hubiese sido por éste, no se habría enterado del intento de rebelión en su contra.

—Bien, entonces…

Willbert se levantó con lentitud de la silla, tras lo cual dedicó una última mirada general.

—Los líderes de los grupos serán los siguientes: Lady Ailyn von Aigner, Martin von Zweig, August von Luttenberger, Volker von Rosenzweig, Scott Brown, Axel von Foster, y Norman Goethe —Hizo una pausa para tomar una profunda respiración —Sin embargo —añadió—, de la guardia real me encargaré personalmente. Serán mi responsabilidad y estarán bajo mi mando—Sus hombres estaban fatigados por el enorme viaje que habían hecho de regreso a la ciudad. Algunos todavía se encontraban reubicando a la gente que resultó gravemente herida en los ataques del día de ayer, no quería exponerlos a una fatiga mayor si se movilizaban de inmediato. Aún quedaban unas cuantas horas para la batalla, suficientes para que sus soldados descansaran y recuperaran fuerzas —Hemos de estar preparados contra cualquier posibilidad, buena o mala. También, es imprescindible que sean hombres valerosos, que vayan voluntariamente, conscientes del peligro. Dejo en sus manos el reclutamiento de cada grupo ¿Alguna objeción?

Murata miró a ambos extremos de la mesa, a cada uno de los Maou, y como sospechaba, Shibuya se mostró de acuerdo.

—Ninguna, su majestad —contestó mirándolo a los ojos. Murata se dio cuenta que el rey Willbert estaba fatigado, aunque de lejos no lo parecía. También había una profunda tristeza en su mirar.

Aquellos que habían sido nombrados por el rey asintieron de manera favorable. Alexander y Charles eran los únicos a los que no se le habían asignado un grupo. Nadie parecía sorprendido. La cara de Alexander cobró un tono más grisáceo si cabía.

 

La reunión continuó dejando consigo las siguientes resoluciones: Ailyn y Kristal del grupo Aigner partirían hacia el Sur con siete mil hombres, y se reunirían con el resto de su tropa en el camino. August, del grupo Luttenberger partiría hacia el Norte en compañía de cinco mil hombres para reclutar a la gente de la frontera, que aun desmontados eran guerreros diestros y valientes. Scott Brown, Axel von Foster, y Norman Goethe, representantes de los distritos Moscovicth, Foster y Ducke, partirían en un par de horas para rodear el Este y Oeste en compañía de dos mil jinetes cada uno.

Junto con el ejercito liderado por Yuuri, marcharía el ejercito Zweig, en compañía de las máximas autoridades de los países humanos y la emperatriz de Shinzoku. En cuanto a Willbert, Wolfram, Gwendal, Gunter, William Sinclair, Waltorana y Conrad;  cada uno iría a la cabeza de una columna de veloces jinetes, formada por sus mejores soldados que aparte podían manejar Majutsu elemental.

 

La reunión había sido lo suficientemente fructuosa. Cada uno conocía el rol que debía jugar y algunos no tenían tiempo que perder.

 

 

********

 

El rencor contra el amor: La unión Hace la fuerza

Capitulo 23 I: La paz antes de la tormenta.

 

 

—Tendré una reunión con mis subordinados —anunció Wolfram a Yuuri en la salida de la sala de estrategias, a unos cinco minutos después de haber finalizado la reunión. Algunas personas aún se hallaban reunidas en los pasillos.

Yuuri no pudo menos que asentir con la cabeza. Conocía a su prometido y ni por una segunda vez sintió ganas de contradecirle. La decisión estaba tomada.

—Alteza, si es tan amable de seguirme. Sus soldados están esperándolo en el patio de armas.

Yuuri escuchó una conocida voz detrás de sí, dirigiéndose a su prometido. Al darse la vuelta, descubrió que, en efecto y por desgracia, se trataba del general William Sinclair. Ese sujeto era uno de los miembros más importantes en el ejército Bielefeld. Sintió ese malestar tan molesto en el estomago que siempre sentía cuando lo veía. Hace tiempo que conocía esa historia, eso de que él fue “la primera ilusión amorosa de —su— prometido”  Y era por esa razón que se mantenía a la defensiva cuando lo tenía cerca. Después de todo, su mayor temor era ver a Wolfram con otro hombre.

—General Sinclair —fue su cortante saludo al darse la vuelta. Para hacerse notar.

Ajeno al enfado, irracional por demás, que sentía su rey con él, William Sinclair le sonrió.

—Su majestad, es un honor que me recuerde.

—Oh, ¿cómo no recordarlo?…—Yuuri correspondió la sonrisa del General de la manera más falsa que podía existir. 

Wolfram rodó sus ojos, ahí estaba su debilucho haciéndole una escena de celos por alguien a quien admiraba mucho ¿Qué no lo podía superar? Ni que lo hubiese tomado en serio en el pasado, si era tan solo un niño ¡Santo cielo, esto era karma! En fin, lo mejor que podía hacer cuando Yuuri se ponía de esa manera era alejarlo del General Sinclair.

—Nos veremos entre una hora, no creo tardar demasiado. —se despidió dando un paso hacia adelante para acudir a la reunión con sus subordinados, mas una mano lo sujetó del brazo y se lo impidió.

—Pero... —balbuceó Yuuri. ¡No quería! ¡No quería! ¡En verdad no quería que ese tipo estuviera cerca ni mucho menos a solas con su prometido!

Wolfram frunció el ceño. Esto le pareció el colmo — ¿Pero qué?

—Quiero decir... ¿Te vas así nomas?…  

—¿Eh?...—Wolfram no tuvo tiempo de meditar sus palabras. Yuuri lo besó profundamente en los labios frente a todos los que se habían quedado en los pasillos que, curiosos y encantados, se deleitaron con la escena.

Yuuri marcó el ritmo del beso; firme, lento, dándole toda su dedicación como si quisiera adueñarse de su boca completamente.

Wolfram sintió que perdía el equilibrio y se aferró a su espalda dejándose llevar. Correspondió el beso con total vehemencia, moviendo su cabeza y devorando su boca con la misma pasión. Yuuri entrelazó sus dedos entre su cabello rubio y abundante, y atrajo su cuerpo más cerca. No era que considerara como una amenaza a William Sinclair, Nooo…ese tipo valiente, disciplinado, misterioso, atractivo y alto, no representaba un desafío para él. Solamente que nadie, absolutamente nadie, podía juzgarlo por cuidar lo suyo. “Marcar territorio” y decirle de una manera sutil e indirecta “No importa que hayas sido la primera ilusión de Wolfram en el pasado, ahora él es—mi—futuro esposo. Que quede claro” Solo por si las dudas, ¿Verdad?

Al separarse, cuando les faltó el aliento, Yuuri miró de reojo a William Sinclair y no pudo evitar que sus labios esgrimieran una sonrisa maliciosa, de superioridad. El General puso los ojos en blanco y una risita nerviosa escapó de sus labios, no entendía nada. Wolfram no pudo ocultar un pequeño rubor de vergüenza, aunque no podía negar que le había gustado esa faceta posesiva de su prometido.

Todo estaba saliendo según los planes de Yuuri hasta que un fuerte portazo hizo que se diera la media vuelta y que su rostro ensombreciera de terror.

—Willbert…sama —Yuuri miró a sus amigos con cara de auxilio, pero se topó con un conjunto de rostros desligados de la situación.

Murata, Gwendal, Gunter y hasta el mismo Conrad, cada uno de ellos había desviado la mirada hacia algún punto de los alrededores menos hacia él, y algunos habían empezado a silbar con los labios para disimular.

“Seee gracias amigos, apoyándonos en las buenas y en las malas” —pensó con sarcasmo.

Yuuri volvió a enfocarse en su futuro suegro y por la expresión de su rostro y las llamaradas de sus ojos lo comparó con un Pitbull dispuesto a abalanzarse contra él y hacerlo papilla, o más bien era un león muy hambriento dispuesto a devorarlo. Como sea, estaba acabado. Hasta creyó haber escuchado un gruñido por parte del rey. Deseó morir allí mismo.

 

—¡Willbert, tranquilo! ¡Respira! —Martin, quien había salido justo detrás del rey de las sala de estrategias, intentó sofocar su ira creciente —Inhala, exhala, de nuevo… inhala, exhala…—no, no estaba dando resultados, las manos hechas puño de Willbert temblaban y tenía una vena palpitante en la sien —Cuenta hasta diez o…o puedes contar gatitos… eso siempre funciona ¿O conejitos? ¿O borreguitos?… ¿Sapitos? ¡Agh! ¡Son jóvenes, solo déjalos ser! —Ni modo, las ideas se le acabaron.

Willbert le ofreció una sonrisa forzada que brilló aún más que todas las medallas que adornaban su traje militar. Más falsa que un billete de dos dólares.

—Estoy tranquilo Martin ¿Qué no ves? — Pero el tono de sus palabras contradecía su afirmación.

—Más bien das miedo…—susurró Martin a lo bajo. Willbert torció los labios exageradamente hacia abajo tras arrugar la nariz en señal de disgusto. Se cruzó de brazos y después le dio un codazo a Martin.— ¡Auch!

—Estaré en mi oficina, por si me necesitan—masculló sombríamente.

Willbert siguió de largo, tan indiferente como le fue posible. Por un instante sintió que regresaba al rol de padre. Quería decirle a su hijo que dejara de actuar como tonto enamorado y que asumiera con rectitud el papel que representaba. Deseaba ordenarle que permaneciera en Antiguo Makoku y cumpliera con sus deberes como príncipe y heredero al trono. Sin embargo, sabía que esto tendría el mismo resultado de siempre. Mientras más severo se comportaba con Wolfram, más lo alejaba de él.

Wolfram notó el comportamiento de su padre y, avergonzado, hizo la mirada a un lado. Tragó saliva despacio y creyó sentir un hormigueo extraño descendiendo por todo su cuerpo.

Martin lo siguió con la mirada mientras los pesados pasos de Willbert se desvanecían por el pasillo hasta que se perdió al cruzar la esquina, luego dirigió sus ojos a la parejita.  

—Uff, Eso estuvo cerca —les comentó divertido. Yuuri y Wolfram se sonrojaron por igual. Martin le quitó importancia con un gesto de la mano —Bah!, no es nada. El amor no es motivo para sentirse cohibido.

Después de ese comentario, Murata y Martin intercambiaron una mirada jocosa. Reprimieron una sonora carcajada tras mirar nuevamente a ese par de arriba abajo.  Conrad se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Gunter hizo un mohín de tristeza. Gwendal arrugó la frente, su tan caracteristíca muestra muestra de enfado. 

 

Wolfram desapareció del pasillo de una vez en compañía del General Sinclair no sin antes darle a Yuuri un sutil puñetazo en el brazo a modo de regaño.

 

—¿Qué pasó aquí? —preguntó Waltorana haciéndose presente después de haber estado platicando con algunas  personas a los alrededores. Lo único que pudo alcanzar a ver fue a su hermano dándose la media vuelta para comenzar a caminar dando fuertes pisadas por los pasillos, y ahora le pareció extraño que sus compañeros estuvieran tan tensos.

Yuuri se quedó sin palabras y buscó algo qué decir. Aún sentía la mirada asesina del rey Willbert sobre él— P-pues verá…

—Es solo Shibuya fortaleciendo relaciones con su familia política —Un leve atisbo de diversión teñía el rostro de Murata cuando se acercó a Yuuri y le pasó un brazo sobre el hombro.  

Yuuri hizo un mohín de disgusto, pero no pudo reprochar a su estratega. A él también le parecía que se había pasado de la raya. No podía permitir que su buena relación con su suegro se arruinara totalmente ahora que había tenido un avance. Es más, había planeado algo para agradarle al rey Willbert de una vez por todas, aunque eso tendría que esperar. Por el momento, necesitaba la ayuda precisamente de quien tenía al lado, molestándolo, en otro tema de suma importancia.

—Tienes suerte que necesite de tu ayuda —masculló con un tono extremadamente monótono.

El Gran Sabio agachó la cabeza y medio ensombreció su rostro debajo del flequillo. Una sonrisa siniestra cruzó por sus labios— Lo sé. Vamos a hablar a un lugar más privado. Junto con los interesados.

 

 

 

**********************

 

 

 

Hannah Lauren tomó asiento en un lugar cerca de la mesa en la oficina de estrategias. Su majestad Yuuri y el joven de anteojos que recién había llegado al país, la habían sorprendido en el pasillo pidiéndole que los acompañara. No tenía ni la menor idea del porque la habían interceptado en el camino ni el tema que habrían de tratar.

—Bien…usted dirá majestad—dijo en tono cauteloso para de después dirigirse a Murata —ó usted…milord.

Murata se había colocado de pie al extremo de la mesa con las manos detrás de la espalda. Yuuri estaba sentado al lado, golpeando las yemas de sus dedos contra la madera de la mesa constantemente. Para ninguno era imperceptible que en el rostro de la bella dama aún quedaban rastros de llanto. Tenía la nariz roja, los ojos hinchados, y la piel pálida como el yeso. Martin también estaba presente, apoyado contra la pared junto a la puerta.

—La cuestión es, que necesitamos cierta información para llevar a cabo algo que muchos llamaran una locura —respondió Murata, aún en tono normal, aunque su cara adquirió la cautela de una talla.

Ella pestañeó confundida y miró a joven sin comprender. — ¿Cierta información? ¿Una locura?— repitió.

Yuuri suspiró. Lo más probable es que no supiese a ciencia cierta si a la larga lo considerarían más el cómplice de un criminal que un héroe. Era la cosa más ridícula que habría de hacer. Debía haber perdido la razón  Pero su madre le había enseñado buenos principios. Nunca, pero nunca, se escucharía que Yuuri Shibuya hizo oídos sordos a las suplicas y al sufrimiento de una mujer, pues a una le debía la vida.

—Queremos hacer algo por su hijo. Intentar salvarlo —dijo Yuuri al fin.

Hannah abrió sus ojos grandemente y se levantó de un brinco de la silla —Majestad…—fue lo único que en esos instantes escapó de sus labios —Es… ¿es eso cierto?…—murmuró en un hilo de voz, tapándose la boca con ambas manos.

Martin, Murata y Yuuri permanecieron largo rato en silencio, con su mirada fija en la esbelta figura de la dama de cortos cabellos castaños y ojos rubí que había vuelto a caer en la silla envuelta en un mar de llanto.  

Aunque ella no pudiese verlo, una diminuta media sonrisa asomó los labios de Murata. Estaban haciendo lo correcto, sin duda alguna. En el mundo existen solo tres cosas infinitas: El universo, los números, y el amor de una madre.

Con una lentitud meticulosamente calculada, Yuuri se puso de pie y se acercó a ella, se puso en cuclillas y le tomo ambas manos.

—Tranquilícese, todo saldrá bien—le dijo suavemente. Hannah alzó la cabeza y respiró profundo.

—Me conmueve su bondad, tanto que apenas puedo creer que usted es real, ¿Haría eso por mi hijo siendo que se que comportó tan mal con usted, con todos en general?

Yuuri se encogió de hombros, restándole importancia a los errores que Friedrich había cometido, los cuales si eran muy graves —Todos merecemos una segunda oportunidad. Lo será para usted y para su hijo —le dijo con voz suave y una mirada firme. 

Hannah se le quedó mirándole, sonriéndole con una sonrisa incierta, implorante, casi culpable. Pasaron unos segundos. Abrió la boca para hablar, todavía esforzándose por encontrar las palabras adecuadas.

—Yo siempre le aconsejé a mi hijo que no causara problemas a los demás, que tratara a los demás como quería que lo trataran a él, pero nunca me hizo caso—se lamentó, liberando un tenue suspiro.

Yuuri sonrió al incorporarse. El corazón le dio un salto, pero fue agradable. Recordó que ese era uno de los tantos consejos que había recibido de su madre tiempo atrás.

—Conozco bien esas palabras, no creo que para Friedrich hayan sido completamente indiferentes.

Tras ese momento, Murata reanudó la razón de esa junta privada.

—Cuando Shibuya le dijo “Una segunda oportunidad” en realidad hablaba literalmente. —informó extendiendo uno de los libros que había traído consigo en el equipaje y buscó una página en especifico—Existe una manera de salvar a su hijo, pero también hay ciertas condiciones—advirtió secamente.

—¿Cuáles?—preguntó Hannah, ansiosa.

—La manera en que consiguió sus elementos. — Respondió sin apartar los ojos del libro; luego, levantó la cabeza y le preguntó— ¿Tiene alguna información al respecto?

Hannah lo miró con atención y permaneció en silencio, tratando de recordar todo lo que podía.

—Bueno —dijo— fue la sacerdotisa del Templo Imperial, Agnes sama, quien le concedió a mi hijo los pactos con los espiritus. Earthen es su espíritu de la tierra y Helenus es su espíritu de fuego. Del tercer espíritu, el espíritu del aire no tengo ninguna información. Bastian estaba obsesionado con hacer de nuestro hijo alguien invencible. Lo único que deseaba era que Friedrich controlara los cuatro elementos a cualquier precio. No le importaba la manera.

La ardiente punzada de dolor que le atravesó el pecho la sorprendió. Si en aquel momento hubiera tenido esa lucidez, esa valentía que ahora tenía, habría podido advertir o por lo menos sospechar que algo inquietante estaba ya a punto de estallar en los planes de su marido, y esos indicios podrían haberle anunciado que su amor, o su afecto por su hijo, o lo que fuera aquello, ocultaba oscuras intenciones y estaban por llegar a su fin: catastróficamente.

—¿Algo más que recuerde? —le preguntó Murata. Ella meneo la cabeza negativamente. Él hizo un gesto con los labios —Bien. Shibuya, los dioses de los elementos que ahora controlas nos serán de mucha ayuda de aquí en adelante ¿Puedes invocarlos en presencia?

Yuuri asintió con la cabeza y se levantó para invocar en presencia a los cuatro dioses de los elementos. Cerró los ojos y comenzó a concentrarse todo lo que podía tratando al mismo tiempo que recordar las palabras con las que debía invocar a cada uno.

—“Espíritu del aire, Aimeth. Tú que eres sabiduría, entendimiento y amor, escucha el mandato de tu amo y señor. Espíritu del fuego, Felix. Tú que eres coraje, fuerza y pasión, ven y escucha mi mandato. Espíritu de la tierra, Ghob. Tú que eres experiencia y conocimiento, preséntate ante aquel a quien le juraste un día servir y obedecer. Espíritu del agua, Atziri. Tú que eres pureza y belleza oculta pero generosa del fluido viviente, ¡manifiéstate!” “¡Oh, dioses de los elementos, obedezcan al elegido!”

Después, se vio rodeado de un círculo de energía con varios símbolos a las orillas y en el centro. El aire frente a ellos comenzó a brillar en tono platinado, señal inconfundible del uso de invocación directa. Poco después, un destello de luz azulada inundó el recinto y los dioses comenzaron a materializarse ante ellos.

Los cuatro dioses de los elementos se presentaron dentro del círculo  formando una cruz y dejando a Yuuri en el centro. Ghob al norte. Feliz al sur. Aimeth al este y Atziri al oeste.

Aunque no lo demostraba abiertamente, Murata se sentía emocionado al ver por primera vez a los cuatro legendarios dioses de los elementos reunidos. Cierto orgullo se instaló en su pecho al saber que su camarada había logrado lo inimaginable.

Tú nos has llamado, aquí nos tienes, amo —Atziri, la diosa del agua, sonrió e hizo una reverencia así como lo hicieron sus compañeros.

La diosa del aire extendió sus hermosas alas de hada y luego las agitó para elevarse un poco. Observó con receló el entorno y preguntó:

¿Cómo le fue en la reunión, amo? Me sorprendería pensar que le creyeron que era el elegido así como así. —agregó en son de burla.

¡Aimeth!— exclamó el sabio Ghob, en tono de regaño. Ella rió.

Oh! Viejito, estaba bromeando, por supuesto — Sus labios dieron paso a una sonrisa sarcástica.

Deberá tener mucha paciencia con nuestra compañera, amo. —le advirtió Atziri con una gotita de sudor resbalándole por la frente.

Por lo menos no la tiene que soportar por la eternidad —masculló Félix cruzándose de brazos.

Pero ya enserio —Aimeth voló hacia su querido amo y le preguntó ansiosamente: —Todo resultó bien, ¿Cierto?

Aunque Yuuri mantenía una mueca de indignación, los ojos de la diosa tenían un brillo especial y una expresión honesta, eso le demostró lo preocupada que estaba por el asunto. Sabía que ella cumpliría con la promesas del pacto y no lo defraudaría. La balanza se inclinó a su favor, se olvidó la pequeña bromita y respondió:

—Esta vez, los que se contaran por miles seremos nosotros.

Yuuri paseó su mirada en los cuatro dioses de los elementos. Ahora no parecía inseguro, sino que su rostro mostraba una expresión de serena determinación. Eso les agradó.

—La razón de su llamado es otra, dioses elementales —intervino Murata, acercándose con el libro en manos —Una simple y al mismo tiempo peligrosa. Y tiene que ver con un dragón alado de cuatro cuernos en la cabeza.

Aimeth frunció el ceño. —Esa es información confidencial —su voz fue reservada y más que poco amable.

Murata se acomodó los anteojos y miró a la diosa Aimeth con aires de ofensa. 

Aimeth, escucha al joven en silencio —le ordenó Atziri. Ella así lo hizo, acostumbrada a su autoridad.

Murata levantó la mirada con total tranquilidad y continuó.

—Tenemos a un joven que hizo los pactos con los espíritus elementales gracias a la ayuda de la sacerdotisa del Templo Imperial Agnes y ahora su cuerpo y alma yacen atrapados dentro de una bestia con forma de dragón. Earthen es su espíritu de la tierra, Helenus es su espíritu de fuego y su espíritu del aire es…—entrecerró los ojos haciendo como si tratara de recordar alguna información que se le había escapado, aunque no era cierto.

Björn —complementó Aimeth para sorpresa de los presentes. —No me había dado cuenta hasta ahora, pero uno de mis fieles espíritus desapareció de mi reino y no ha sido encontrado hasta ahora. Después comprendí que probablemente estuviera atrapado dentro de la conciencia de quien fuese ese dragón legendario. 

—Y lo mismo sucedió con Helenus—dijo Félix.

—Y con Earthen—secundó Ghob, reforzando la teoría.

Murata sonrió con arrogancia, agradeciendo en sus adentros que la diosa del aire hubiese soltado la información que le hacía falta.

—Según lo que dice este libro —Un libro que había obtenido gracias a la dirección de Shinou, y aparte de toda la información que había logrado recolectar gracias a su ayuda. —Los espíritus  pueden ser liberados si sus dioses destruyen cada uno de los cuernos que se encuentran en la cabeza de ese dragón. Al destruirlos los espíritus son liberados y los poderes del dragón quedan nulos. Luego, deben enviar una descarga de poder elemental y regenerar el cuerpo de la víctima, en este caso Friedrich von Moscovitch, ya que el cuerpo se constituye internamente de fuego, aire, agua, tierra y metales. 

—¿Qué hay sobre el elemento agua?—inquirió Hannah.

—Lo más probable es que no hubo pacto de agua. Seguramente lo último que Agnes hizo fue entregarle a Friedrich el elixir de la transformación. Un veneno letal que mata la consciencia, y eso tiene una secuela irrevocable.

Hannah tragó grueso —¿Cuál?

—Friedrich perderá la memoria. No recodará más de lo que esencial. No conocerá padre, madre, familiares, amigos. Es decir, deberá comenzar a construir las relaciones fraternales desde cero.

Hannah vio al Gran Sabio sin poder terminar de creer lo que le decía de una forma tan directa y fría. ¿Ese era el precio que tenía que pagar? ¿Friedrich perdería la memoria?

Sin embargo, eso es imposible —Interrumpió Aimeth. Sus glaciales ojos tan blancos como las perlas se clavaron en Murata con un brillo terco y decidido. —Lo siento, pero es muy arriesgado —añadió.

Es por la cantidad de poder que se necesita para hacer tal cosa— Atziri explicó el punto de su compañera con mayores detalles —También es por el tiempo que conlleva. Y no debemos olvidar que estará Hirish acechando en el campo de batalla.

Algo helado atravesó el corazón de Hannah cuando escuchó esa advertencia. Tampoco deseaba que algo malo le sucediera al amable rey por su culpa.

—Distraeré a Hirish en todo ese tiempo. Solamente deben procurar hacerlo rápido. Después de salvar a friedrich, abriré el portal hacia el inframundo y ahí se ira de colada ese dios de las tinieblas. —sentenció Yuuri en voz alta resolviendo el problema. Más de un dios intentó contradecirle, pero su determinación era evidente.

Sin embargo, Aimeth no mordió el anzuelo, y le lanzó una advertencia.

Y me imagino que su amado prometido está al tanto de toda esta locura ¿Verdad? —Yuuri se tensó. La pregunta pareció tomarlo por sorpresa —¿Ya le entregó el anillo? Prometió que yo estaría presente cuando lo hiciera.

Yuuri logró disimular cierto grado de ansiedad ante el siniestro reclamo de la diosa.

—Aimeth sama, no desconfié de mí. Cuando digo que todo estará bajo control así será. Además no quisiera preocupar a mí prometido más de la cuenta. —juntó ambas manos y suplicó: — Por favor no le diga nada.

Aimeth se mordió la lengua para no decirle una barbaridad, lo que sería una falta grave por lo que minimizó sus palabras—La locura es contagiosa. Y yo estoy destinada a obedecer al rey de los enfermos mentales. 

No es locura, es bondad —dijo Atziri con convicción —Y al fin y al cabo, ese esa bondad la que lo convirtió en el elegido —Todos parecieron estar de acuerdo con ella.

Sin embargo, ahora me pondré del lado de su prometido. Prometí proteger a sus seres amados y lo cumpliré — Aimeth rodeó el cuerpo de su amo y le susurró: —Si lo hace llorar, que sean solamente  lágrimas de felicidad. ¿Entendido?

Yuuri no contuvo una sonrisa de complacencia. Tenía exactamente el mismo pensamiento.

—Gracias por aceptar— le dijo sinceramente.

Denos las gracias cuando todo esto acabe bien, amo—musitó Aimeth cruzándose de brazos y fingiéndose ofendida.

—Los dejaré libres de aquí en adelante. No necesitan regresar a su dimensión si pronto habremos de luchar —declaró Yuuri como respuesta, paseando su mirada en sus cuatro espíritus elementales.

—¿De veras? —Aimeth abrió los ojos y sonrió de oreja a oreja. Su rabieta se esfumó de la nada pues eso era algo que siempre había deseado.

Su amo afirmó con la cabeza y un destello fugaz cruzó por la mirada de Aimeth. Tras unos minutos de silencio en los que permaneció inmóvil, la diosa sonrió de pronto y sin decir nada salió volando por la ventana.

Ahora parecerá una niña a la que recién dejan salir a jugar afuera, amo —advirtió Félix con tono cansino.

Murata se cruzó de brazos —¿Es tan difícil ser un dios? —quiso saber.

Atziri asintió. Si lo era —Siendo así, si me disculpa, amo. — y, sin más preámbulos, hizo una nueva inclinación, dio un paso adelante y se desvaneció a través de las tablas de la puerta.

Murata, Hannah, Martin y Yuuri miraron curiosos a Ghob y a Felix.

Creo que todos deseábamos dejar nuestros tronos después de miles de años —rio Ghob.

Además, siempre nos llaman para pelear directamente en las batallas, ya era hora que alguien nos diera un poco de libertad —explicó Félix. 

 

—Todo saldrá bien, Hannah —le dijo Martin tomando posesión de sus delicadas manos y sosteniéndolas en alto —Estaré pendiente de lo que le pase a Friedrich kun para que no sea un obstáculo para su majestad Yuuri en el campo de batalla.

Hannah sonrió ante las palabras del gobernador —Muchas gracias Martin. — musitó mirándolo dulcemente. Iba a resultar difícil pero la paciencia y el amor de una madre sobrepasan cualquier adversidad y estaba segura que lograría salir adelante, sola. Sin un esposo cruel que la agobiara y la despreciara, que la tratara mal. Y con su hijo, comenzaría una relación fraternal desde cero. Como siempre soñó.

Martin se inclinó un poco más hacia ella —Ya no estarás sola. Yo estaré contigo en todo momento de aquí en adelante. Te lo prometo.

El gobernador la miró embelesado, con todo el amor que le guardaba su corazón, pero también la escritora levantó la mirada, en la cual se reflejaba algo más fuerte que un simple sentimiento de agradecimiento y amistad.

 

De repente Murata y Yuuri se sintieron ajenos a la escena, por lo que, poco a poco, fueron retrocediendo hasta la puerta para darles un poco de privacidad a la pareja. Ghob y Félix también decidieron hacer lo mismo y disfrutar de la corta estancia que tendrían en el mundo de los demonios.

 

Una persona toco la puerta de la sala de estrategias un minuto después. Buscando a Hannah.

 

 

 

************************************************************

 

 

 

Una hora después, los grupos del sur y del norte se encontraban reunidos a la salida del Castillo Imperial para partir a sus destinos. No se sabía a ciencia cierta cuántos soldados habría allí reunidos pero daba la impresión de que era un gran ejército, de muchos miles de hombres. En torno a la multitud reinaba el pánico y también la ansiedad. Muchas de las calles principales de la Ciudad Imperial estaban desiertas. Entre las compuertas, las mujeres se despedían de sus maridos, los hijos de sus padres y los padres de sus hijos, entre buenos deseos, llantos y lamentos.

Las primeras brigadas ya se habían retirado. Más de mil hombres y muchachos con arcos, espadas y lanzas a modo de armas. Los caballos que montaban eran vigorosos y de estampa arrogante. Sus monturas eran abrigadas con brillantes mantas de tela sedosa.

Fila tras fila, fueron desapareciendo los soldados a caballo con sus armaduras relucientes y sus capas. Tras la primera oleada de la caballería seguían los arqueros, algunos de ellos montados con los soldados, no contaban con el suficiente tiempo como para ir a pie. Los mercaderes y comerciantes habían recibido la orden de prestar sus caballos para que la gran cantidad de los soldados pudieran montar en ellos. Los soldados no llevaban insignias ni emblemas características de cada nación excepto un escudo de un ave fénix frente a un dragón oriental que les sujetaba la capa en el hombro izquierdo; una insignia que significaba la nueva alianza y no distinguía entre razas Humana, Mestiza y Mazoku.

 

***

 

Raimod seguía observando los preparativos de la partida. Axel y Ariel lo acompañaban, ellos también estaban preocupados, aunque no tanto como el joven heredero del Distrito Luttenberger: Su abuelo marcharía a la cabeza de un grupo y al mismo tiempo partiría Kristal, líder de Aigner y de un escuadrón de controladores de elemento aire para luchar contra las arpías. Y él, él no podía hacer más que observar a lo lejos cómo sus personas amadas partían hacia el peligro sin poder ser para ellos algo así como un apoyo. Las rodillas le temblaban y estaba furioso consigo mismo. Si tan solo no estuviera lisiado de los brazos…

Y fue entonces cuando Lord August von Luttenberger alzó la mano y gritó con voz potente —¡Adelante!— y a esa señal los últimos jinetes de su grupo se pusieron en marcha. Cruzaron la compuerta, atravesaron el puente, y se alejaron rápidamente hacia el norte. Escuadrón tras escuadrón, grupo tras grupo.

August cabalgó hasta la enorme compuerta y los siguió con los ojos hasta que la tropa completa hubo salido. Luego, hizo girar a su caballo, miró a su nieto y se llevó la mano hacia su frente a modo de despedida. Raimond lo miró como agobiado por un dolor súbito, y palideció, y no pudo hacer más que asentir con la cabeza, con los ojos empañados. Intentó esbozar una sonrisa, con la que no pudo disimular el dolor latente. Y hasta después de que se perdieran de vista en el fondo del camino, Raimond se quedó allí. Los picos de las últimas banderas y de las armaduras centellaron a la luz del sol de la mañana y desaparecieron a lo lejos, Raimond continuaba allí, con la cabeza agachada y el corazón oprimido, sintiéndose impotente. 

 

Axel le dio una palmada en la espalda como buen camarada que era. Él también habría de partir pronto con su grupo hacia el este.

—Acabo de ver partir a un ser muy querido —sollozó Raimond cuando sintió la compañía de sus amigos—Y la otra partirá detrás sin saber que destino le espera.

—Aunque si lo supiese, igualmente iría —interrumpió Axel con voz monótona mirando hacia el horizonte —Nuestros principios gritan dentro de nuestros corazones que defendamos nuestra patria con nuestras propias vidas, y no podemos hacer más que seguir nuestras convicciones.

Raimond permaneció mudo un momento, como si pensara el significado de aquellas palabras.

—Sin embargo —Axel continuó—, es también por las personas que amamos que nos dirigimos a la batalla con la esperanza de alcanzar la victoria para ellos, para brindarles un futuro mejor. Porque al mismo tiempo ellos nos dan una razón para sobrevivir, un motivo para volver —El volumen de su voz había ido decreciendo a medida que hablaba, hasta no ser más que un trémulo susurro apenas audible.

Hubo un largo silencio. Axel podía ver el amor innato que Raimond sentía por Kristal en guerra con su deseo de proteger a su mejor amiga de una relación posiblemente dirigida al fracaso.

—La pregunta es, ¿Tiene Kristal chan un motivo para volver?

Una pregunta tan directa exigía una respuesta igualmente directa. No era una situación a la que se hubiera llegado poco a poco. Era tosca. Era insensata.  Lo sabía, pero si no le abría los ojos a su amigo antes de partir, se arrepentiría todo el camino. Sorprendido, Raimond no contestó. Incluso la mente de Ariel, que estaba al lado de Raimond, se puso en blanco.

—¿Un motivo para volver?...—repitió Raimond en medio de una batalla interna de sentimientos encontrados.

—Nadie puede ser tan ciego y no darse cuenta de la carga que Kristal lleva dentro de su lastimado corazón, y más tratándose del chico que la ama —Axel miro a Raimond con firmeza cuando éste parecía inseguro de sí mismo, transmitiéndole un poco de coraje —Porque detrás de esa sonrisa no hay nada más que una chica sufriente que no cree en el amor.

—En mi corazón recuerdo y creo, incluso las palabras que no le puedo decirle —Raimond le miró con el ceño fruncido y expresión dolida, Axel apretó la mandíbula.

—¡¿Y de que sirve que sientas si no lo expresas?!

Ariel cerró los ojos ante el tono furioso que había esgrimido Axel.

—¡Tú no entiendes Axel! ¡No soy el tipo de Kristal! ¡Para ella siempre seré solo su amigo!…—Raimond arrugó su entrecejo. Había llegado a su límite, si sus brazos no estuvieran enyesados ya habría invocado Majutsu combinado para estrangular con sus enredaderas espinosas a ese entrometido.

—¡¿Y cómo sabes si nunca lo intentas?! ¡¿Dejaras que ella siga sufriendo pensando que nadie nunca la llegará a valorar, pensando que todos las considerarán siempre una zorra?! ¡No eres más que un cobarde!

—¡No hables así de ella! ¡Te lo exijo!

—Oi, oi, tranquilícense…están llamando la atención —advirtió Ariel poniéndose en medio de esos dos. Los soldados que se encontraban preparándose cerca de allí los miraban curiosos.

—Perdón Ariel kun, ¡pero es que éste no reacciona! —gruñó Axel dando un paso hacia atrás y pasándose una mano por el cabello. —Y para que lo sepas, esa chica…—señaló en dirección a Kristal —, se irá a una batalla demasiado peligrosa sin un verdadero motivo por el cual volver con vida…solo para que reflexiones — añadió con un tono acusatorio y cortante antes de darse la media vuelta y dirigirse hacia el grupo que tendría que liderar.

—Axel-kun…—susurró Ariel mientras lo veía alejarse de ellos, después miró a Raimond con el ceño fruncido, algo atípico del siempre sonriente y amable cantante.

—¿Tu también me regañaras, Ariel? —se adelantó Raimond esperando un segundo sermón. Para su sorpresa, su amigo lo estudió fijamente y luego suspiró.

—No lo dice de mala fe, es que quiere ayudarlos a ambos. No puedes negar que tiene un buen punto.

—¿Entonces tu también opinas lo mismo?... debo declararme a Kristal aun con la posibilidad de que esto no funcione —Ariel asintió a su pregunta sin pensarlo. Raimond chasqueó la lengua, nervioso y preocupado—¡Cielos!

—Yo creo que ambos se merecen la oportunidad…—Le animó el cantante, mirándolo tiernamente.

Raimond dudó —¿Y si no me acepta?...

—Entonces no tendrás remordimientos… —Ariel le puso las manos sobre los hombros y obligó a verlo a los ojos. Raimond se dio cuenta que su mirada era limpia y pura.

Ariel le sonrió y, luego, añadió:

—Porque no hay mayor derrota, que no intentarlo…

 

 

***

 

 

—¡Muy bien tropa, partiremos en cinco minutos! ¡No quiero ningún retraso! ¡¿Entendido?!

Kristal se disponía a dar las últimas órdenes a los soldados que la acompañarían en la batalla. Algunos eran del género femenino que eran igual de fuertes y capaces que los hombres. Como maestra de control de aire lideraría un grupo de ataque aéreo. Solo faltaban unos pocos detalles para estar preparados. Su hermana mayor, Ailyn, se encontraba a unos cuantos metros de ella dando órdenes a los demás grupos como toda una líder. Sin duda el liderazgo era algo que había heredado de sus padres, o también se había debido a que tuvo que madurar a la fuerza después de su trágica muerte hace ya demasiados años.

—¡Kristal!…        

La sola intensidad con la que había sido pronunciado su nombre, la hizo girarse para encontrarse con esa persona.

—¡Ah! ¡Rai kun! — Exclamó mirándolo de manera cálida —Me alegra verte antes de partir. No podía concebir irme sin antes despedirme de ti.

Raimond respiró profundamente, casi sin poder creer lo que estaba a punto de hacer. Si su corazón hubiese podido latir con más fuerza, lo habría empezado a hacer. Pero latía al máximo

Por naturaleza, uno se aferra con fuerza y facilidad a otras personas; todos estamos destinados a encontrar nuestra compañía ideal. Por ello cuesta mucho más dejarlas partir que amarlas. Raimond tenía una idea clara de lo que quería: Amaba Kristal sobre todas la cosas; estaba orgulloso de ella y deseaba verla admirada por cuantos se le acercaran dándose cuenta que se había convertido en una perfecta dama. La necesitaba, la deseaba con locura, no dejaba de pensar en ella y por ella había perdido la razón. Por mucho que sus miedos significaran un obstáculo en su camino, sus sentimientos no los podía negar. Sabía que estaba siendo egoísta; sin embargo, Kristal se marcharía a una dura batalla sin ninguna ilusión por el cual sobrevivir. Kristal recién había descubierto que de cama en cama no encontraría a su príncipe azul, a diferencia de él, que tenía la certeza de que ella si era su princesa, la niña de sus ojos y la única dueña de su corazón.

—Kristal chan… yo…

—Eres de las pocas personas con las que he llegado a entablar una relación fraternal —ella lo interrumpió inconscientemente —Tu, Axel-kun, y Ari-chan… todos son muy importantes para mí.

Raimond intentó disimular una mirada de angustia después de escuchar aquello. Kristal soltó una risita melancólica, sin alegría. De hecho, había cierta determinación escrita en su rostro, una dolorosa tristeza reflejada en sus ojos. Se estaba despidiendo. 

—Es curioso…—comentó como si lo hubiese estado reflexionando largo rato—, todos son chicos. No tengo ninguna amiga aparte de mi propia hermana. Supongo que porque todas las demás chicas me veían mas como una amenaza que como una buena amiga —avergonzada de sí misma, agachó la cabeza —Siempre me metía con sus prometidos…hasta con sus padres sin importarme sus sentimientos…sin duda fui de lo peor…y ahora pago las consecuencias de mis actos…

Kristal podía sentir las lágrimas ardiendo en el fondo de su garganta. El dolor en el pecho y el enorme remordimiento que sentía consigo misma le impidieron continuar.

—No debes sentirte así…—logró vociferar Raimond con una enorme cuchilla atravesándole el corazón —No estás pagando nada, te estás menospreciando sin razón.

Kristal le dedicó una sonrisa. Con Raimond había comprendido que existían ciertos hombres que hacían favores y se comportaban amablemente sin esperar recibir nada a cambio. Esa actitud le parecía entraña al principio, pero con el paso del tiempo, después de conocerlo había ido asimilándola. Con ningún otro chico se sentía tan bien como se sentía al lado de este chico culto y elegante, ni con Axel ni con Ariel le pasaba lo mismo, y no sabía a qué se debía. Raimond siempre sería su protector y con gusto ella siempre aceptaría ser su protegida, aunque sus personalidades fuesen totalmente diferentes.

De pronto, un calorcito muy agradable se instaló en su pecho y sintió la necesidad de atraerlo entre sus brazos y apretarlo fuertemente. Y así lo hizo. Lo atrajo gentilmente hacia ella por la cintura y situó su cabeza entre el espacio de su hombro y cuello. Sus rostros quedaron a sólo centímetros de distancia uno del otro. Kristal percibió el calor del cuerpo de Raimond contra el suyo mientras lo jalaba más cerca. Estaba temblando. Notó preocupada que no parecía el mismo de siempre.

—Gracias por todo…Rai-Kun —le susurró al oído —Te quiero y…

—Debes regresar sana y salva —Raimond la interrumpió bruscamente, había tomado el valor necesario para declarársele y no había marcha atrás.  Que pasara lo que tuviera que pasar —Quiero ser el motivo por el cual regreses con vida.

Instantáneamente, las pupilas de Kristal se dilataron y sus mejillas se sonrojaron por completo. ¿Había escuchado bien? ¿A qué se refería con eso? Acaso…—¿Rai-Rai-kun?

Raimond respiró profundamente y lo soltó:

—Kristal ¿entiendes que… te quiero?... Pero te quiero no solo como mi amiga, sino como mí prometida…como mi esposa…como mi confidente…como mi compañía ideal. Te quiero como una pareja. Te quiero con buenas intenciones y jamás me atrevería a lastimarte. ¿Me entiendes? ¿Entiendes eso?

Silencio. Ambos se vieron inmersos en un mundo distante, lejos de todos los demás. Kristal tragó saliva despacio y advirtió que estaba a punto de llorar.

—Sí…pe-pero…—a Kristal su propia voz le había sonado débil. Unas lágrimas ardientes brotaron de sus ojos, parpadeó y rodaron por su rostro.

—Entonces, es suficiente…—susurró Raimond agachando la cabeza para besar sus mejillas gentilmente, y luego su boca. Saboreó sus lágrimas sintiendo en su paladar esas saladas gotas cargadas de sentimientos. Ella tenía la boca tan suave como la había imaginado.

El cuerpo de Kristal temblaba todavía por la impresión de lo que estaba sucediendo y las lágrimas no dejaban de resbalar por sus mejillas. Enroscó sus dedos en su pelo y lo besó a su vez, luego perdió el aliento por completo cuando él hizo más profundo el beso. Se quedó aturdida a resultas de aquella rápida e inesperada acción. Estaba volando con tantas sensaciones que ni siquiera se molestaba en tratar de pensar. Todo su cuerpo estaba cautivado, en un estado de conciencia mágica de la cual no quería despertar. La reacción que Raimond había despertado en ella no era parecida a nada que hubiera conocido antes. Y no era que ella fuese una principiante en cuanto a los besos. Había besado mucho, demasiado tal vez. De hecho, sospechaba que había besado mucho más que la mayoría de las mujeres de Antiguo Makoku. Porque ella era “la seductora dama de hielo” y los hombres hacían filas para tener una noche de sexo a su lado. Había pasado horas de expertos y seductores besos, y ella siempre era la que dominaba. Pero ahora…ahora simplemente ser tocada por Raimond von Luttenberger hizo que todo su cuerpo sintiera esos escalofríos agradables y esas mariposas en el estomago que siempre había querido experimentar. La boca de Raimond era suave y cálida, su cabello era sedoso al contacto de sus dedos, su cuerpo firme y bien definido sin llegar a la exageración.

Cuando sus labios se separaron, Kristal hundió la cara en su hombro y empezó a sollozar de un modo hiriente y desgarrador. Raimond no sintió temor a ser rechazado por ella después de la manera en la que le había correspondido.

—Y ahora ¿por qué lloras?...

—Te-tengo miedo…—respondió con voz temblorosa.

Raimond sonrió y su aliento caliente se derramo sobre el cuello de quien le abrazaba con tal fuerza que hasta le dolían los huesos. Si hubiese tenido sus brazos sanos, la habría apretado con la misma intensidad.

—¿De qué tienes miedo? —le preguntó.

Kristal tomó distancia de él. Las mejillas y la nariz se le notaban totalmente carmesíes sobre su pálida piel, sus ojos color turquesa parecían enormes torrentes de agua, y como si fuese una niña de tres años, tenía mocos en la nariz. Incluso llorando a Raimond le parecía linda y tierna, ¿era eso posible? Probablemente influía lo que sentía por ella. En ese momento, lo único que pensaba era que Kristal era la chica más cálida y frágil del mundo y que su inocencia bastaba para hacerle perder la razón.

—No soy suficiente para ti —susurró dolida —Tú conoces mi pasado mejor que nadie. Te mereces a alguien mucho mejor que yo… yo… no soy buena para ti…

Raimond la observó tiernamente.

—Kristal von Aigner…mírame —le ordenó.

Ella alzó la vista y se perdió en el reflejo de sus ojos de un color como la miel fresca. Había vida en ellos. Había transparencia. Había amor. Podía incluso escuchar los latidos de su corazón y la recorrió un escalofrío tan intenso que creyó morir ahí mismo.

—Conozco tu pasado y estoy dispuesto a sanar tu corazón herido y decepcionado. Si me das la oportunidad, quiero ser el primero en tu vida. El primero que te cuide, el primero que te respete, el primero que te trate como realmente te mereces. El primero que… —Titubeó. Lo que le diría no era más que la exteriorización con palabras de sus sinceras intenciones —Quiero ser el primero que te haga el amor. No solo sexo casual, sino el amor.

Kristal se sonrojó pero no lo suficiente para apartarle la mirada. Tragó saliva, le parecía que la tierra daba vueltas bajo sus pies. Raimond continuaba dedicado no a convencerla sino a darle valor y lo estaba logrando

—Kristal von Aigner. ¿Aceptas ser mi prometida?

Un raudal de lágrimas brotó de los ojos de la Dama de Hielo.

—Espero que sean lágrimas de alegría —dijo Raimond, tratando de relajar el ambiente para su hermosa niña.

—Lo son —respondió limpiándoselas con la mano. —Lo son.

—¿Entonces? ¿Sí aceptas?

Silencio. Raimond contuvo el aliento

—¡Sí! —Kristal aceptó cuando finalmente había recuperado el habla —¡Acepto! — Y lo besó fugazmente por todo el rostro; los ojos, las mejillas, la barbilla, las cejas…—¡Si, si, si acepto!— repitió emocionada.

Raimond sintió que volvía en sí y sintió un loco impulso de pedirle que se casara con él allí mismo.

—En cuanto me recupere, pediré tu mano de la forma tradicional— Advirtió él haciendo énfasis en su imposibilidad para darle la bofetada en la mejilla para hacerlo oficial.

Un coro de aplausos se escuchó estridente y animado. Los soldados, sirvientes, mayordomos, familiares y algunos líderes de las tropas aplaudían engalanados a la nueva pareja.

—Creo que no podemos hacerlo mas oficial de lo que ya lo es…—dijo Kristal, risueña, pues ante cientos de testigos su compromiso era prácticamente un hecho.

Raimond apartó la mirada con dificultad de su prometida para mirar a la multitud que continuaba aplaudiendo, piropeando y silbando. Sus mejillas se tiñeron de la vergüenza.

 

 A unos cuantos metros, Axel, con los brazos cruzados, contemplaba la escena totalmente satisfecho. Ariel también estaba observando con atención.

 

—Todo salió de maravilla. —comentó Ariel sin apartar la mirada de la nueva pareja — Me alegro por ellos.

—Ahora podré partir más tranquilo —respondió Axel e hizo un ademan con los hombros, tratando de demostrar poco interés —Ya era hora que ese par estuviera juntos. Raimond se tardó demasiado. En serio, comenzaba a desesperarme.

—Buen punto —Ariel bufó y contempló a Axel durante un rato con una expresión entre la perplejidad y la diversión.

Axel clavó su mirada en el rostro de Ariel, advirtiendo su expresión risueña y le devolvió el gesto con una placida sonrisa.

Pronto ambos siguieron su camino. Caminaban despacio, sin prisa.

—Ariel ¿Participaras en la batalla?

La seriedad con la que pronto se expresó Axel abrumó a Ariel, pero asintió con la cabeza, tranquilamente.

—Entonces te unirás al grupo de tu familia política —insistió, un poco preocupado.

Esta vez, Ariel negó con un gesto.

—No. No me uniré al grupo de los Rosenzweig. Me uniré al grupo de su majestad Yuuri y estaré en el equipo de ataque aéreo.

Una chispa de curiosidad se prendió en el cerebro de Axel, que frunció las cejas.

—¿Por qué? Digo, no sería mejor que lucharas al lado de tu esposo — preguntó perplejo, mirándolo con incredulidad

Ariel negó por segunda vez, cerrando sus ojos a medida movía ligeramente su cabeza. Axel se detuvo de súbito.

—Ambos lo hemos decidido de esa manera —le explicó. Estaba de pie frente a Axel, y el viento agitaba unos mechones de su cabello —Porque Dimitri no se concentraría en su batalla si todo el tiempo esta vigilándome para protegerme. Él conoce la cantidad de Maryoku que poseo, y sin embargo, eso no evita que se preocupe demasiado por mí.

Axel se quedó pensativo.

—Es cierto —musitó— Nadie en la academia de elementos podía compararse con la cantidad de Maryoku que poseías, ni siquiera el idiota de Friedrich. Si no tuvieses un corazón tan puro quizás tú te habrías convertido en ese dragón.

El cantante levantó sus párpados, que vibraron algo temerosos. Empezó a sentirse incomodo con la conversación. Su mirada dubitativa volvió a dirigirse hacia al frente. Los ojos del joven Foster siguieron los suyos y también reposaron en los soldados que se estaban preparando.

—No lo digas ni en broma. —advirtió de pronto con acritud.

Axel alzó las manos —Lo siento, lo siento —repitió, minimizando su mal uso de palabras. Luego, comenzó a caminar de nuevo en, lo que le pareció a Ariel, una dirección elegida al azar. Se apresuró a seguirlo.

Avanzaron unos pasos. Ariel tuvo la impresión de que Axel le iba a comentar algo más al respecto, pero de repente se quedó rígido. Entonces siguió la dirección de su mirada. En la entrada al castillo, Lord Alexander von Foster los estaba mirando. Luego dio media vuelta y se fue. Ariel le lanzó una mirada a Axel.

—Me cambiaré el apellido —anunció Axel con sencillez —No seré más un Foster sino un Dooley.

Ariel no estaba seguro de si se sentía sorprendido, admirado o consternado. Aunque no podía mentirse a sí mismo, eso era algo que había estado esperando desde que se dio cuenta de la clase de persona que era el padre de su amigo.

—Así que tomaras el apellido de tu madre —reflexionó en vos alta y pronto sonrió —Bien por ti. La dinastía Foster acaba aquí ¿eh?— añadió, al tiempo que le pasaba un brazo por encima de los hombros, acercándolo hacia él —Te felicito, no cualquiera tomaría esa decisión.   

—Mi madre me dejó una buena herencia al fallecer. Me desligaré de mi padre y será como comenzar desde cero. El apellido Foster y toda su dinastía se desvanecerá en el deshonor. Su condena será la anulación de su gobierno.

—Pero seguirás participando en los futuros campeonatos de elementos ¿cierto? —Ariel no pudo evitar hacerle esa pregunta. Conocía a Axel y sabia que competir era parte de su ser.

—Por supuesto que seguiré participando. Sin mí, esos campeonatos serian demasiado aburridos —respondió con  aires de superioridad— Bueno, eso si salimos bien librados de todo esto. —recalcó parcamente.

Ariel hizo un mohín —¡Oye! ¿Dónde está la actitud positiva? —reclamó apretándolo fuertemente contra sí.

Instantáneamente, Ariel visualizó a una persona cerca de los jardines principales y sus ojos centellaron. Su rubor característico no se hizo esperar.

—Ahora si me disculpas, pasaré la siguiente hora al lado de mi esposito, aprovechando el tiempo —anunció con malicia. De pronto sus ojos se tornaron llorosos —¡¡Será difícil despedirme de mi Dimitri!! ¡Buahh! ¡No quiero! —y diciendo esto corrió más veloz que un correcaminos hasta su amado esposo para colgarse de su cuello y pegársele como un bebé coala a su madre, inclinándose para darle muchos besos en la cara.

Axel se pasó una mano por la frente y se echó hacia atrás algunos mechones rubios-anaranjados resoplando sin demasiado interés.

 

 

***********************************

 

 

Dicen que en la vida ocurren cosas inexplicables. El hecho de que él estuviera en Antiguo Makoku cumpliendo con sus deberes como soldado real del castillo Pacto de Sangre, específicamente en la tropa liderada por Conrad Weller, formaba parte de la lista. No había modo alguno de entender cómo habían terminado en la manera en la que estaban. Pero no les parecía para nada desagradable.

Él, la había estado observado desde lejos. Ella estaba sentada sobre la fina hierba del jardín trasero, apoyada sobre el tronco de un árbol. Estaba pensativa, parecía preocupada. Él siempre sentía ganas de acariciar sus rosadas mejillas cuando eso sucedía, pero eso fue en el pasado.

Sonrieron. Él se acercó despacio hacia ella y se sentó a su lado. Le sorprendió que lo recordara de una manera grata.  

—¿Quién diría que nos volveríamos a ver de nuevo?—comentó él con la mirada al cielo, sin terminar de creerlo— ¿eh? Hilda san.

—La verdad, al principio no creí que fueses tu Eddy san. Fue hasta que te acercaste a mí que pude reconocerte. Has cambiado —comentó sin apartar sus ojos de su rostro.

—¿Me estás diciendo viejo?— preguntó fingiéndose herido. Ella rió.

—No me refería a eso, pero siempre mantenías tu cabello largo y ahora lo tienes muy corto—le explicó a su ex novio.

Eddy era precisamente el ex novio de Hilda. Aquel del que un día se tuvo que separar. Ahora él tenía una familia a la cual cuidar y respetar. Por lo que la distancia moral entre ambos era abismal.

Como un media-sangre, los padres de Hilda, orgullosos Mazokus, siempre se rehusaron a su relación.

Antes de su separación, Eddy tenía el cabello largo, algunos mechones se le rizaba sobre las orejas y por encima de la frente y le caía en cascada hacia atrás, con una intrigante mezcla de tonos que iban desde el castaño claro al dorado. Siempre había sobresalido por su fuerte mentón y su porte elegante. Esos ojos de color chocolate claro tenían un brillo inteligente. Ahora, su amigo tenía el cabello tan corto como un soldado lo debía tener, y ojeras marcadas. Claro que sin perder esa chispa que siempre lo había caracterizado.

—Me alegro mucho volver a verte. ¿Cómo está tu familia? —preguntó Hilda. Siendo sincera, el tema del matrimonio de Eddy con otra persona ya lo la entristecía como antes. Aquello, poco a poco, había sido superado.

—Bien —respondió con una sonrisa— Los chicos crecen rápido y cada vez están más traviesos. Alcire se encuentra bien. Es una buena madre y esposa —añadió, inclinando un poco la cabeza.

Ella le cogió de la mano sin apretarla demasiado, con una delicadeza que a él le llenó de sentimientos encontrados y difíciles de comprender.

—Le mandas mis saludos a Alcire chan por favor —le pidió sinceramente, y con las más honestas intenciones.

Hubo un momento de silencio antes de que su respuesta llegara.

—Lo haré.

 

 

Sin ser realmente consciente de lo que hacía, Conrad los observaba a lo lejos, escondido en una esquina. Con los brazos cruzados y una extraña incomodidad.

—El soldado Eddy Roger es casado. Tiene una bonita familia que vive a las afueras de Pacto de sangre, en territorio Roshvall/Rochefort***—Comentó Yozak de manera casual, sobresaltándolo con su repentina llegada.

—¡Yo-Yozak! —exclamó sin disimular el tono de sorpresa.

Yozak parpadeó confundido y miró fijamente a su Capitán. Este permanecía serio y un poco espantado. El espía estalló en una sonora carcajada.

—Perdón Capitán, no imaginaba que estaría tan ensimismado observando a su soldado flirteando en tiempos de calamidad —comentó al tiempo que hacía una ridícula reverencia.

Conrad resopló. Esa ridícula manía que tenía Yozak de hacer de todo una broma. Pero la palabra “Flirtear” en su comentario fue lo que más le molesto. Hilda le parecía una muchacha inteligente, dulce, educada y honesta. Y si el soldado Roger se atrevía a engatusarla de una manera tan vil, no se quedaría de brazos cruzados. Después de todo, estaba bajo sus órdenes.

—¿O no será que…?— Yozak dejó un segundo en el suspenso la continuación de su pregunta —¿Es la bella señorita de cabellos rosas la que le preocupa a mi Capitán? —Adivinó— Me esta siendo infiel ¿eh? ¡Oh, podre de mí! 

La expresión en el rostro de Conrad habría resultado cómica de no ser porque aquella situación no tenía nada de divertido. Se tomó su tiempo, sin premura, se dio la vuelta y miró a Yozak con gesto cansino.

—Para por favor, esto cruza demasiado la línea, incluso para ti.

Como siempre, a Yozak le daba igual.

—Pues si no se pone listo se la van a bajar.

Conrad levantó la barbilla y ocultó como pudo las inconvenientes emociones que se retorcían en sus entrañas como serpientes.

—¡Miré, ahí vienen!

Conrad apenas tuvo tiempo de procesar la información que Yozak había soltado cuando ya tenía a la parejita cerca de él.

—¡Capitán! —Saludó Eddy llevándose la mano a la frente— ¿Todo en orden?—preguntó observándolo curiosamente ¿molesto? Tenía el entrecejo fruncido y los labios apretados.

—Soldado Roger, regrese con sus compañeros. Partiremos en una hora. —se limitó a responder.

—Mis disculpas, mi Capitán. Solamente quería saludar un momento a mi amiga.

Hilda se sintió culpable del regaño de Sir Weller hacia Eddy.

—Lo lamento mucho. Fui yo la que lo distraje hablando de su familia y de la mía.

Conrad advirtió la tensión en la voz de Hilda san. Debieron ser muy unidos ella y su soldado. Quizás solamente había entre ellos una gran amistad. Además, ¿Qué le importaba a él?

—Le comenté que he decidido regresar a mi país, Shin Makoku al lado de mi familia —Hilda continuó explicando— Y él me dio la información de algunos lugares en los que podría trabajar.

Conrad tuvo que tragar saliva porque la emoción le provocó una resequedad en la garganta al enterarse que la señorita White era originaría de su país.

—Podría trabajar en Pacto de Sangre —Conrad no supo porque de la nada se le había ocurrido esa idea tan brillante. Fue un impulso. —Con el matrimonio de mi hermano y de su majestad Yuuri, necesitarán manos extras que les ayuden con los preparativos.

Hilda quedó encantada con la idea. Se había encariñado del príncipe Wolfram y él de ella en el poco tiempo que se conocieron. ¿Por qué no?

—¡Si, me gustaría!—respondió entusiasmada.

Conrad esbozó una sonrisa tan deslumbrante que hasta podría haber pasado por un modelo en el anuncio de un dentífrico poniéndo a Hilda tan nerviosa, que le costó prestar atención a los otros dos que estaban ahí.

 

Continuará.

 

 

Notas finales:

****No estoy muy segura de como se escribe este apellido.

Cualquier duda. No duden en preguntar.

A propósito, las parejas se fueron dando poco a poco. Aunque sea Heterosexual, mi intención era ofrecer variedad. ¡Pero que viva el Yaoi! ¡Que viva el Yuuram, y el DimitrixAriel!!

Tal vez más adelante se den más parejas Yaoi.  ¿Quién sabe?

Lamento no haber puesto a Conrad con Yozak. No las voy a engañar, no soy muy fanática de esta pareja.

Saludos y muchas gracias por leer.


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