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Deseos camuflados de Rosa. por JaviZzX4

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos nuevamente! Aqui su servidora les trae un nuevo One-shot de esta parejita tan sensual. Espero que lesguste como quedo, si no, recibo comentarios, quejas, criticas y dinero :3

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Estos personajes no me pertenecen, One piece fue creado por el maestro Eiichiro Oda.

En un lugar muy lejano del North Blue, ubicado cerca de la ínsula Paraíso, existía una isla muy peculiar donde tanto las plantas y los animales eran de un hermoso color rosa. En aquella isla se encontraba uno de los palacios más estrepitosos de los que se hayan conocido y su reina, era considerada la doncella más bella de todo el lugar, indudablemente una persona con el corazón como el de una dama. En las profundidades del reino se hallaba un joven rubio corriendo por algo más que su propia vida, su dignidad. Sus delgadas piernas se movían a una velocidad  increíble, eran tan rápidas que casi no se podían ver, por detrás le seguían muy de cerca una manada de hombres con vestidos de colores rosáceos  y un maquillaje sumamente exagerado.

- ¡Demonios! ¡Estos enfermos no han dejado de perseguirme desde hace 3 jodidos días!… -Se decía a si mismo mientras corría hacia el palacio. Ese era el único lugar donde los Okama no le podían perseguir.- Será mejor que me apure… - Sanji sabía que Ivankov le había apartado una de las habitaciones del palacio. En ese lugar los Okama tenían prohibido seguirle, siempre y cuando el cocinero de los Mugiwara cumpliera con su parte del trato.

Sanji siguió corriendo hasta llegar a la entrada principal del castillo, ésta era igual de rosada que todo el lugar, y unas ostentosas luces resaltaban los llamativos colores del edificio. El cocinero dio una ágil patada a la puerta, intentando no romperla como la última vez, y cuando ya estaba dentro la cerró rápidamente tras de sí. Dio un gran suspiro de alivio, esperaba que así pudiese escapar por lo menos un buen un rato de esos travestís. Al entrar se dio cuenta de que las luces de los pasillos y habitaciones estaban encendidas desde temprano, pues parecía ser que la iluminación nocturna de la isla era algo mala, además de que el resplandor de las velas también tenía una tonalidad color rosa.  Sanji se detuvo a tomar algo de aire pasado el peligro de la persecución, a pesar de fumar excesivamente  no estaba en mala forma, pero tener que correr día y noche ya le estaba aburriendo. Después de restaurar su cuota de oxígeno, se dirigió a la cocina real para prepararse un bocadillo nocturno antes de irse a su respectiva habitación.

Mientras caminaba, el rubio se aseguraba de mantener la vista fija en el suelo, pues si se le ocurría subirla por cualquier motivo, sólo se encontraría con un centenar de cuadros con Okamas pintados en ellos, y eso, no era bueno para su salud.  De pronto escuchó una chillona voz la cual reconoció inmediatamente como la de Emporio Ivankov,  suspiró con pesadez, no es que no quisiese hablar con él o algo por el estilo, más que nada era porque aún seguía resentido por no haberle reconocido como miembro de los Mugiwara. Y a pesar de que Ivankov era la reina Okama, Sanji no le tenía nada de respeto, o por lo menos, no le trataba de una forma tan especial.

- Oi, ¿Qué es lo que quieres?... –Dijo sin mayores ánimos, había estado corriendo todo el día y ya no quería más guerra.

- Tranquilo Candy-boy, sólo vengo a recordarte algunas cosas… -Respondió el travestí con su apacible voz.- Por favor acompáñame, hay algunos asuntos que debemos aclarar.

 El rubio se mantuvo en silencio, quizás su ceño fruncido era la única señal que le revelaba al Okama  que no estaba de acuerdo con su petición. Ambos llegaron al salón del trono, un lugar lo bastante amplio como para alojar a casi 100 personas. Al igual que todo el castillo y el resto del lugar, el salón del trono tenía unos hermosos colores rosa que combinaban a la perfección con el estilo de la reina. Ivankov tomó posición sobre su trono y se dirigió a Sanji con una gigantesca sonrisa.

- Candy-boy ¿No has olvidado el trato que nosotros hicimos, verdad?... ¿O será que huir tanto lo ha borrado de tu cabecita? –Interrogó de forma burlona.

- ¿Q-qué? ¡Claro que no lo he olvidado! Es… la única cosa que podría mantenerme a salvo en este infierno… -Apretó los puños, sabía muy bien que si no seguía aquella regla, estar a salvo dentro del castillo le sería imposible, pero para él era simplemente inadmisible siquiera pensar en ello.

- Oh~ que bien, es bueno escuchar eso… pero no veo que lo estés cumpliendo, recuerda que es siempre y cuando estés usando el vestido que te habíamos dado.

- ¡Y UNA MIERDA! ¡YO NO PUEDO USAR ESA COSA, MALDITO LOCO! –Gritó eufórico mientras negaba con sus manos, a lo que unas voces detrás de él vociferaban “¡No seas así de insolente!” al unísono.

- ¡Oh Candy-boy no me grites! Las palabras son más fuertes que un arma, Sanji-kun… ¡Haz dañado mi corazón! Me muero… me muero…. -Exageraba sus palabras, alternándolas con carraspeos de garganta y una notoria tos fingida.- Me muero… ¡O QUIZÁS NO! ¡YEEEHA!

- ¡QUIEN TE CREERÍA LOCO!

- Ejem… dejando eso de lado, recuerda que si no te lo pones tú, con gusto te lo pondrán ellos Candy-boy… -Dijo Ivankov mostrándole a Sanji la cantidad de Okamas que esperaban a las afueras de la habitación.

- Uh…. –Un sudor frío recorrió por completo el cuerpo del cocinero, provocándole ligeros temblores y erizando su piel como si fuese la de una gallina desplumada. – Osh… ¡Joder, esta bien, está bien! Lo usaré, pero sólo porque ni uno de mis nakama podrá verme vestido de esta manera tan ridícula…

- Y supongo que también usarás la peluca… ¿No, Candy-boy?... –Interrogó el Okama, sólo por molestar un poco más al cocinero de los Mugiwara.

- ¡ESO NO, NI DE BROMA! ¡Sólo esa cosa! Ese fue el trato… -Refunfuñó cruzándose de brazos.

- ¡Ni modo! ¡Me gusta tu actitud Candy-boy! Inazuma, entrégale la nueva vestimenta por favor.-Ordenó la reina Okama, a lo que una mujer con un abrigo largo se acercó con las prendas en sus manos.

- Aquí tiene las ropas Sanji-kun… -Dijo amablemente la hermosa mujer, regalándole una ligera sonrisa al rubio mientras le hacía entrega de las prendas.

Sanji por su parte se estaba derritiendo en el suelo por ver a la fémina bicolor, pero pronto la razón acudió en su ayuda cuando recordó que la mañana de ese día, aquella persona no era exactamente una mujer, sino que era un hombre serio y formal.  Para él todos en ese infierno estaban totalmente locos, no era posible que un grupo de hombres quisiera ser como una mujer, y mucho menos ser amigo de una… claro, las mujeres son para amarlas y cuidar de ellas, pero también había otras cosas de ellas que no se limitan a hacerles trenzas o conversar de entidades de la vida. Sin darse cuenta, un hilo de sangre había comenzado a correr desde la nariz del rubio, perturbando un poco a las personas del lugar.

- Quizás que cosas está pensando… -Susurraba para sí mismo Ivankov. Una gota bajó por su sien cuando vio la cara de embobado que ponía el joven cocinero. Intentando hacer que el muchacho volviese a la realidad, saltó desde el trono y lo pateó contra la pared más cercana.- Ya te lo dije Candy-boy, si no respetas tu parte del trato, entonces yo no respetaré la mía… ¡Ahora ve y ponte ese vesti…! –Pero no pudo terminar pues Sanji le interrumpió con un grito.

- ¡NI LO MENSIONES! ¡NO!... no quiero escuchar lo que estoy a punto de hacer… -Se levantó del suelo mientras se limpiaba la sangre de la boca… y de la nariz.- Si me voy a poner esta cosa, es solamente porque mi dignidad y yo queremos estar un rato tranquilos… aunque estando en este infierno no creo que se pueda…  -Recogió las ropas del piso y sólo cuando las sostuvo en sus propias manos se dio cuenta de un ligero detalle. La ropa interior que le había pasado Inazuma, no era la misma que le habían entregado anteriormente.  El “calzón de anciana”, como le denominaba él, se había convertido en unas bragas con encajes rebajados, iguales a los que les veía puesto a las señoritas de las revistas que solía comprar.- ¡Q-qué significa esto? ¡No! ¡Ahora sí; que me niego a usarlo! ¡De ninguna manera me voy a poner esa cosa, están locos malditos mórbidos!

- Es un pequeño castigo por no seguir mis reglas estos últimos meses… Ahora te toca decidir,  te lo pones tú o dejo que ellas se encarguen del asunto, Candy-boy… -Insistió Ivankov; mostrándole a Sanji su legión completa de Okamas esperando a su indefensa presa.         

- ¡Aaaaahg! ¡Te odio, a ti y a esta condenada isla! –Le dijo antes de ir y encerrarse en una pequeña habitación. Al cabo de unos cuantos minutos, la puerta se abrió dejando ver al cocinero de los Mugiwara en un encantador vestido color rosa pálido, combinado con unos zapatos de taco alto color rojo. –Te juro que si dices algo de esto… los moleré a patadas… y luego haré hamburguesas con sus restos…

- ¡Yehaaa, yehaaa! Te ves bien como Okama Candy-boy, ya puedes retirarte… sólo recuerda nuestro pequeño trato ¿Si? –Le guiñó un ojo muy cariñosamente. Aunque no causó una reacción muy positiva por parte de Sanji. 

El cocinero salió tambaleándose del lugar, si había algo que no soportaba además de los malos modales de Brook, era indudablemente tener que seguir alguna de las reglas que Emporio Ivankov le imponía. Lo peor no era el hecho de estar obligado a usar un vestido, lo nefasto era que si no lo hacía, cualquiera de esos sicóticos lo perseguiría hasta el fin del mundo con tal de colocarle uno.

Como pudo, recorrió los pasillos a paso de caracol viejo, no estaba acostumbrado a usar unos tacones tan altos y mucho menos al que un vestido se le subiese cada vez que intentara acelerar el ritmo. Cuando logró llegar a su destino, se estiró en la amplia cama que había en medio del rosado cuarto. Al parecer Ivankov si estaba cumpliendo con su palabra, ya que ni un Okama había salido debajo de la cama, detrás de la puerta o dentro del closet para atacarle, quizás ese era el lado positivo de ser humillado.

- Ahhh… lo siento Nami-swan, lo siento Robin-chwan… Ya no podré mirarlas a los ojos nuevamente… ¡Todo esto lo hago para poder encontrarme con ustedes otra vez! ¡Son sólo dos años! ¡Dos años nada más! –Lloraba de rabia mientras se daba vueltas sobre la cama. No quería ni imaginar como la estarían pasando sus nakama, quizás en que descabellada isla habrá mandado Kuma a sus damiselas, tomando en cuenta que él llegó a parar a este infierno por culpa del pacifista. - ¡Juro que me volveré más fuerte, y le patearé el trasero a ese idiota con almohadillas!... – Gruñó un buen rato intentando desahogar la rabia acumulada del día, luego guardó silencio.

Era verdad que Kuma había hecho desaparecer a todos sus nakama en frente de sus propios ojos, pero si no hubiese sido por él, en este momento ya no estarían sobre la tierra. “Que haya hecho de algo malo; menos malo, no significa que sea bueno… sigue siendo un Pacifista, y  un arma de la Marina… Además atacar de esa forma… no era justo, recién habíamos logrado acabar con uno de ellos… y llega el verdadero, ni que fuese chiste… siquiera el estúpido marimo pudo contra él…” Pensó el rubio mientras se acomodaba de costado sobre la cama. El ceño se frunció sobre su rostro, un extraño sentimiento oprimió su pecho de la nada, quizás recordar la sensación que vivió cuando vio desaparecer al espadachín no le gustaba del todo, estaba herido y muy lejos como para haberle ayudado, no había nada que pudiese hacer. Suspiró con pesadez, ahora que estaban separados lograba darse cuenta de que los días pasaban muy lento sin sus discusiones diarias, sin los regaños, sin las patadas y sin los golpes. No le agradaba la idea de recordarlo sólo a él,  sólo a esa persona que hacía de sus tardes un dolor de cabeza por sólo hecho de abrir su bocota, o la que transformaba sus noches una hartada de gemidos lujuriosos y caricias ansiosas. No… no quería pensar en ello, mucho menos ahora que estaba tan lejos.  

Sé levantó de la cama un poco desanimado, odiaba cuando reflexionaba consigo mismo, era inevitable, pero siempre terminaba más deprimido de lo que estaba. Apagó las luces y el cuarto se sumió en una oscuridad paliativa, únicamente el brillo de la luna era el que resplandecía desde el ventanal y que le daba a la habitación un ambiente sereno. Sanji se recostó en su cama, necesitaba recobrar las energías que había agotado durante el día, estaba seguro de que mañana volvería a ser perseguido por algunos de los admiradores de Ivankov, lo que significaba un día más de persecución, escape y agitación.

 No tardaría mucho en entregarse al mundo de los sueños, pues el silencio y la calma de lugar eran buenos factores para el descanso. Y un buen descanso es un cuerpo sano, y un cuerpo sano conquista señoritas, como él solía decir. 

Sus ojos se cerraron en el instante en que su cabeza tocó la almohada, cediendo ante su amplia imaginación llena de fantasías amorosas y alocadas ocurrencias. Así logró mantenerse unas cuantas horas, hasta que un insólito ruido rompió la quietud del lugar y reactivó sus sentidos. No se movió, porque estaba seguro de que era sólo su imaginación jugándole una broma, o que quizás se había confundido con el característico crujir de las antiguas vigas. Esperó en silencio, intentando darse el tiempo para comprobar si el sonido se volvía a repetir, y efectivamente lo hizo, sólo que ahora, que había entreabierto los ojos,  podía distinguir la sombra de un sujeto proyectada gracias al resplandor de luna. “Apuesto a que es uno de esos malditos Okamas, nunca se dan por vencidos…” Pensó. La sombra continuó acercándose sigilosa hasta él, sus pasos se escuchaban cada vez más alto, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca como para tocar al rubio, éste saltó de imprevisto de la cama y de una pata mandó a volar al sujeto hasta el otro lado de la habitación. Sin tiempo que perder, corrió hasta él y le aplastó con su pie para que el individuo no intentara levantarse.

- Si quieres volver a ver la luz del día será mejor que no te levantes… -Susurró furioso el cocinero. – Estaba teniendo un hermoso sueño con una señorita, y gracias a ti se ha arruinado… ¿Acaso no pueden seguir una simple regla?- Pero el receptor no contestó, sólo emitió una ligera risa, casi imperceptible. Ahora que Sanji estaba más cerca, podía darse cuenta de que el sujeto era más pequeño que un Okama normal, no llevaba puesto un vestido o una falda, y que por sobre lo demás, su cabello era de un peculiar color verde…- ¿V-verde? 

Sus ojos se abrieron de par en par al reconocer la figura frente a él, retrocedió unos pasos, le parecía imposible, se sentía perplejo. Un sobrecogedor sentimiento invadió todo su ser, no quería ni respirar, en verdad la sorpresa le había dejado helado.

- ¿Sorprendido?...Tsk, No has cambiado nada cocinerucho… -Su voz hizo temblar al rubio. No era posible, ni tampoco Sanji se explicaba cómo, pero sin duda era él. Estaban los dos en la misma habitación, uno frente al otro, rodeados de la oscuridad nocturna.

- M-marimo… -Seguía sin lograr reaccionar, no entendía, se suponía que Zoro debía estar a miles de kilómetros, perdido en quién sabe que isla, no con él.- ¡Qué demonios haces aquí! ¿¡C-cómo llegaste!?...¿¡Eres una especie de brujo, un demonio o un hechicero!? ¡Porque no entiendo esto! –“¿Se habrá perdido…?” Pensó.-

- ¡COMO CREES, MALDITO IMBECÍL! –El espadachín se levantó del suelo limpiándose los restos de polvo de sus ropas. No se había dado cuenta de la mirada perpleja del cocinero, pues sus ojos estaban fijos en otra cosa de él. –Oi… te queda bien esa cosa… -Susurró mientras se  sentaba en el borde de la cama.   

- ¿Q-qué cosa…? –Se miró a sí mismo y se dio cuenta de que llevaba puesto el vestido rosado que Ivankov le había pasado. Un escalofrío recorrió por completo su espina dorsal, si antes había sido humillado por el Okama, ahora se sentía más que avergonzado. Un rubor acusador se coloreó sobre su rostro, el hecho de que Zoro le viese así lo hacía mucho peor. - ¡N-NO ES LO QUE PIENSAS! ¡ESA OKAMA MALDITA, E-ELLA TIENE LA CULPA! – Pero cualquier palabra que saliera de su boca sonaba como excusa para el espadachín, quien ya le miraba con ojos de depredador junto una sonrisa socarrona.-….Ahora que lo sabes… tendré que matarte… -Dijo el cocinero agarrando al peliverde por el cuello de su camisa.     

- No necesitas explicarlo Cook… además, no es como que te quede mal… -De un jalón el espadachín dejó al rubio bajo su merced, acorralándolo entre su cuerpo y la cama. Sanji intentaba liberarse del agarre del peliverde, pero éste se las había arreglado para agarrar sus muñecas con una sola mano, mientras que con la otra comenzaba a delinear las curvas de su cuerpo.   

- ¡SU-SUÉLTAME, MARIMO PERVERT…! –Más sus reclamos fueron interrumpidos por una fuerte mordida en su blanquecino cuello. Su cuerpo se estremeció por completo gracias a el contacto de los labios del espadachín y su piel,  una reacción más lasciva de lo que esperaba. ¿Hace cuánto tiempo es que no se sentía así? Cinco… seis meses, quizás hasta siete, y desde entonces que no percibía ese característico aroma a cerveza, esa calidez a flor de piel y esos suaves besos húmedos. Por dios que cursi, estar en tal situación sí que le nublaba los sentidos. – ¡Ah…! Estúpido eso... duele…- Se quejó entre jadeos, pero a pesar de los insultos el otro no respondió, sólo se dedicó a lamer y chupar su reciente marca.

A medida  de que las caricias que Zoro le dedicaba al avergonzado rubio aumentaban, estás iban volviéndose más osadas y tortuosas, excitando hasta tal punto al cocinero que sus quejas e intentos por escapar se entorpecían, dejándole a merced del marimo lujurioso. Zoro por su parte, había desabotonado ya la parte superior del vestido del rubio, dejando ver sus rosados botones contrastados por la piel porcelana de éste. Comenzó a lamerlos lentamente, como si se tratara de deliciosos caramelos, Sanji hacía el mayor intento por no dejar salir sus gemidos, pero le era casi imposible. Zoro conocía muy bien sus partes sensibles, y sabía por dónde atacar primero.

- Ya… m-marimo, basta… ngh… -Pero su compañero no le escuchaba, éste estaba muy ocupado descendiendo por su pecho, besando y lamiendo cada centímetro de piel visible hasta llegar a su entrepierna, donde efectuó la misma labor sobre la tela del vestido.

El espadachín retiró el género que cubría la intimidad del otro, y se encontró con una agradable sorpresa. Un femenino calzón con encajes por el cual se asomaba un húmedo y rosado miembro. Sanji nuevamente intentó quitarlo de encima, ya era demasiado para él, no lo había visto en meses y ahora que lograban encontrarse, él estaba vestido de esa manera. No es que no quisiese estar con el marimo, pero le avergonzaba que él le viese de esa forma y que más encima le hiciese cuenta de ello.

- Parece que lo disfrutas… ¿No es así, cocinerucho...? -Susurró el peliverde con algo de picardía, ver a Sanji de esa forma le estaba volviendo loco.

Luego de recibir un par de insultos apenas audibles por parte del rubio, Zoro comenzó a lamer lentamente su miembro sin siquiera sacarlo de su sitio, haciendo que Sanji se retorciese debajo de él. El cocinero intentaba controlarse y así no darle en el gusto al marimo, pero el estar tanto tiempo sin atender necesidades tan prioritarias como esas, hacían que su cuerpo se volviese más sensible y lascivo, tanto así que con un par de movimientos más del espadachín, se vino dentro de su ropa interior.

El pecho de Sanji subía y bajaba agitado, en una búsqueda desmesurada del aire y el orgullo que acababa de perder. Aquel espasmo tan repentino le había avergonzado tanto que no se había dado cuenta de que Zoro estaba mirándolo, intentando aguantar la risa y las ganas de burlarse de él. Cuando se percató de ello, su rostro se tiñó de un intenso color rojo, y trató de forcejear nuevamente para levantarse, pero el otro no dejaría que las cosas acabaran ahí, así que de un ágil movimiento volvió a apresar al cocinero boca abajo contra el colchón.

- ¡Hey! ¿Q-qué haces, idiota?... ah... Ya basta… -Jadeaba contra el edredón de la cama.

- Esto aún no termina… ero-cook… -Susurró a su oído. El espadachín paseó sus manos por la espalda del cocinero, sintiendo sus músculos tensarse con el roce y su piel arder al contacto.  

De a poco la ropa interior del rubio estorbaba cada vez más, impacientando al espadachín quien no podía tocar como deseaba. De un brusco movimiento el calzón fue arrebatado, dejando a la vista la rosada entrada de Sanji. Una visión demasiado erótica como para que el espadachín se resistiese un poco más, y lubricando un par de dedos en su boca, fue introduciéndolos en la entrada del cocinero, quién había comenzado a gemir nuevamente. Tenía al rubio a su merced, jadeando su nombre contra la colcha, con el vestido cayéndole sensualmente por sus caderas, permitiéndole ver por completo su delgada espalda. Zoro comenzó con una simulación de embestidas, interrumpido únicamente por la tela que apretaba su erección, estimulando el miembro de Sanji para volviese a despertar. Por su parte el rubio se dejaba llevar nuevamente por el placer  que recibía en ese momento, y para no quedarse atrás comenzó a mover sus caderas restregándolas contra el pene del espadachín.

- Haciendo… ah… eso, harás que me corra… cocinero estúpido…-Gruñía el peliverde al sentir la “cooperación” de Sanji. Su sangre comenzaba a hervir, sabía que no aguantaría mucho más de esa manera. Bajó por completo sus pantalones liberando su excitado miembro, sin perder tiempo comenzó a restregarlo contra la entrada del cocinero.

- ¡Ah… marimo, que lento… eres… ngh, entra de una jodida vez! – Gimoteó el rubio cegado por la lujuria y el placer del momento.

Zoro no dudó en seguir aquella suplicante orden, ya qué era hora de atender su erección. Se apartó un poco del cuerpo de Sanji, para así introducirse en su interior de una sola estocada. El cocinero gritó de placer mientras se aferraba a las sábanas, ese era el dolor mezclado con delicia que su cuerpo tanto añoraba. El ritmo se entabló lento, suave, casi meciéndose en la rosada cama, intentando de esa manera acostumbrar al rubio a la repentina intromisión. Sus respiraciones se combinaban agitadas, siendo los gemidos del cocinero los más ruidosos entre los dos. Zoro se acercó y capturó sus labios en un nuevo beso fogoso, aprovechando para cambiar de posición al rubio, dejándole boca arriba, aunque sin dejar de embestir el interior de éste. Cuando la cercanía del beso terminó, el rubio dejó salir todos esos gemidos de los meses acumulados. Eso animó a Zoro a acelerar el ritmo de las estocadas, logrando llegar al punto en el que Sanji perdía los estribos.

- ¿Aquí… está bien o no? –Interrogó sólo para molestar al rubio. Era obvio que no contestaría directamente, pero eso no le fue un impedimento para seguir embistiendo hacia su interior.

- Ah…. M-mierda nghhh, s-sigue… ah… -No quería admitirlo, pero joder que se sentía genial. Con sus brazos rodeó el cuello del espadachín, enterrando sus uñas sobre la espalda de éste.

Una nueva oleada de ruidosos gemidos se desató en la habitación, quebrando por completo la calma y tranquilidad inicial. Sanji suplicaba con su rostro lloroso que el espadachín aumentara la velocidad, pues sentía su segundo clímax muy cerca. Pero el peliverde se acercó a su oído, y después darle un lengüetazo le susurró “ruidoso”, a lo que el cocinero se sonrojó de sobremanera.  “¿De quién crees que es la culpa, maldito marimo?” Pensó unos instantes, pero las embestidas no le dejaban pensar con claridad. De un momento a otro cocinero se vio sobre el peliverde, montándolo, y con el estúpido vestido molestando nuevamente.  Intentó quitárselo y así liberarse de aquella tortura rosa, pero la mano del espadachín le detuvo, además de que esos fieros ojos no dejaban de clavarse en los suyos.

- Oi cocinerucho… no te distraigas… -Susurró reanudando las embestidas, pero a los segundos un beso inesperado le detuvo nuevamente. Las manos de Sanji se colaron por la nuca del peliverde, acomodándose nuevamente.

- Deja… cabeza de césped… ahora yo llevaré… ah el ritmo… - Jadeó a su odio. Y dicho eso comenzó a mover por si sólo sus caderas, una sonrisa se dibujó en el rostro del espadachín, no estaba nada mal.  

El compás que llevaban gracias al rubio, había vuelto a ser lento y suave, pero sin dejar de ser profundo. No era tan salvaje como acostumbraba hacerlo el espadachín, pero de esa manera lograban sentir con mayor sutileza las múltiples sensaciones del encuentro. Aprovechando la posición, Zoro mordía y lamía cada centímetro de piel que se le cruzara por enfrente, excitando aún más al cocinero.

 Entre las estocadas un súbito gemido le hizo saber a Zoro que había dado en “ese” punto nuevamente, así que el espadachín retomó el control de la situación y aumentó el ritmo de las embestidas, enloqueciendo al rubio. Sanji no aguantaría más, no de esa forma, estaba intentando aguantar, pero junto a las embestidas, se había sumado la mano del peliverde que comenzaba a masturbarle siguiendo los movimientos de su pelvis.

- Z-zoro… ah… y-ya… nghhh… me vengo… joder… -Gemía en altos tonos el cocinero, sus mejillas estaban totalmente teñidas de un carmín fuerte que hacia juego con su vestido.

- Ah… vente entonces… -Respondió el espadachín sin bajar la velocidad. También estaba cerca de su clímax, por lo que se incorporó y abrazó a Sanji para continuar con el vaivén en su interior.

Esas palabras y unas embestidas más, bastaron para que el cocinero se viniese con un gemido ahogado, esparciendo su semilla en el vientre de ambos, liberando así todos sus sentimientos en ese orgasmo.  Zoro aguantó unos movimientos más antes de terminar dentro del rubio, pues con el espasmo de Sanji, su interior se había vuelto muy estrecho, envolviéndolo en un calor lujurioso.

Ambos cayeron exhaustos a la cama, intentando recuperar algo del aliento que habían perdido en el encuentro. Sanji miraba con ojos tapatíos al espadachín a su lado, no lo podía creer, era Zoro, estaba con él y no en otra isla.  Se acomodó a su lado, aún con el rubor cubriendo su rostro, y se apegó a al cuerpo moreno. Sintió los labios del espadachín posarse sobre su frente, depositando un  atento beso, simbolizando algo que con palabras no lograba expresar.

- Oi… Sanji…-Esperen un poco. ¿Acaso el marimo había dicho su nombre?, quizás le había extrañado mucho en el tiempo que estuvieron separados, sería una alucinación, el cansancio, ¿Puede ser? El espadachín-bueno-para-nada había dicho claramente su nombre con una sensualidad única en él.  

El corazón de Sanji se aceleró de una manera increíble por lo que sus oídos habían escuchado. Se avergonzó de sí mismo por emocionarse de esa forma, sólo porque él haya dicho su nombre en semejante situación y aún más al percatarse que Zoro, al parecer se había dado cuenta de sus pensamientos.

- Sólo dije tu nombre… y te emocionas un montón ero-cook… -Le recalcó con voz burlona, junto a una bella sonrisa.

- ¡N-no es cierto cabeza de césped! Es… es el calor, si, eso es… -Desvió la mirada sonrojado, no podía con eso, realmente estaba muy avergonzado. Era la primera vez que Zoro le llamaba así, no era para menos.

Zoro continuó riéndose, pero para callar las burlas de su amante, el rubio se acercó a los labios del espadachín y los besó lentamente, queriéndole decir que ya era hora de guardar silencio. Nunca había deseado tanto que el día no llegara nunca.

 Luego de separarse de aquel beso, el peliverde le regaló uno nuevo en la mejilla y sonrió, en aquel gesto Sanji leyó nuevamente su nombre pronunciado por esa anhelada voz.No era mala idea para el cocinero quedarse dormido así, nunca tenían la oportunidad de descansar juntos después del sexo, y por eso no dudo en cerrar sus ojos, dejándose llevar por el  cansancio y el sueño. Pero antes de caer completamente por éstos, el espadachín volvió a repetir su nombre, aunque esta vez le había llamado de una manera poco usual.

- Sanji-kun… despierta… -Su voz resonó en forma de eco dentro de su cabeza, aunque Sanji no le dio tanta importancia, a veces el marimo también podía ser educado… así que se dedicó a volver intentar dormir. – Despierta Candy-boy… -Otra vez escuchó la voz del marimo interrumpiendo su esfuerzo por descansar. No reaccionó ante el apodo, sino segundos después de escucharlo. ¿¡Fue verdad lo que sus oídos escucharon!? Pues si, ya que repetidas veces el espadachín le llamaba de esa forma, su voz se fue deformando a medida reiteraba la demanda, y hasta juraría escuchar al mismo Ivankov llamándolo.

Sus ojos se abrieron súbitamente, encontrando frente a él la mismísima cara de la reina Okama, sonriéndole. Un espantoso grito se escapó de sus labios, espantando de igual manera a el Okama. Sanji saltó de la cama, tapándose el cuerpo con las sábanas, pues aún seguía “desnudo” supuestamente. Sí Ivankov estaba allí con él en su habitación, ¿Cómo le explicaría el cultivo de marimo sobre su cama? Un sudor frio recorrió su cuerpo al imaginar las cosas que saldrían a la luz en ese momento, pero al mirar a la cama, sus ojos casi salen disparados, pues no encontró a Zoro o rastro de su presencia. Se miró a sí mismo y vio que llevaba puesto el vestido rosa que le habían entregado anoche, incluso la ropa interior. No se sentía cansado ni adolorido, sólo un poco alterado por la sorpresa mañanera, pero eso era lo de menos… La gran interrogante era, ¿Dónde demonios se había metido Zoro?

- ¿Qué ocurre Candy-boy? Ya es casi medio día y no teníamos rastro de ti… -Habló con voz serena la reina, dirigiéndose hasta la puerta.- ¿Será que correr por tres días te dejó agotado?... –Interrogó de brazos cruzados en el marco de la puerta.

- N-no… yo… -No podía ni hablar, estaba en blanco, no lo entendía. Buscó por toda la habitación evidencia alguna que revelara que el encuentro nocturno había sido real. Pero por más que buscara, no encontró nada. Se agachó para buscar debajo de la rosada cama, pero al hacerlo se dio cuenta de un ligero detalle, tenía una puñetera erección creciendo en su entrepierna. El cocinero chilló de la impresión, preocupando aún más a Ivankov.

- ¿Aún te da vergüenza el vestido Candy-boy?... –Pero el chico no le contestó, estaba sumergido en sus propios pensamientos, e incluso siendo atormentado por estos mismos. – Ash… como sea, apresúrate y baja de inmediato… -Acabado de decir eso, el Okama se retiró de la habitación, nunca se dio cuenta de que Sanji no había escuchado ni una palabra. “Los chicos de ahora…” pensó el travesti.

No podía ser, era imposible, él juraría que el marimo estuvo a su lado durante la noche… justo después de tener… sexo. El cocinero corrió hasta el baño, y abriendo el grifo del agua se limpió la cara un par de veces. No había rastro de “suciedad ajena”, no tenía chupetones o marcas, no sentía dolor en sus caderas, llevaba su ropa puesta y tenía una erección mañanera, por lo que podía decirse que nunca hubo una actividad nocturna. Pero si él vio y sintió como Zoro le hacía sentir placer con ese vestido puesto… no lograba comprenderlo. De la nada, la respuesta llegó a su cabeza como si de una flecha se tratase, sí sumaba todos los factores anteriores, la única respuesta factible era…

- U-un sueño… -Su cara enrojeció de súbito, y sus piernas cedieron haciéndole caer al suelo. Acaso él, Kuroashi no Sanji, el gran amante de las damiselas había tenido un sueño húmedo con el marimo de Ronronoa Zoro. ¡ÉL! Que fantaseaba con cada fémina que se cruzaba en su camino, había soñado con ese tesoro nacional.

Los colores se intensificaron en su rostro, dejando en evidencia lo desorbitado que la situación lo había dejado. Cubrió con sus manos su cara lleno de vergüenza, una cosa era hacerlo con el marimo, pero otra cosa era imaginárselo, ¿Acaso lo extrañaba tanto como para que su mente le jugara esos sucios trucos? Suspiró de forma pesada, “estúpido Zoro”, ahora si que le odiaba más que nunca, pero no podría decirle la razón, estaría loco antes de hacerlo. Una vez que había terminado de asimilar su “descubrimiento”, se levantó del suelo y sacudió sus ropas, en su opinión ese seria otro largo día vestido como Okama, ya que tendría que volver a camuflar sus deseos bajo el color rosa.

Notas finales:

¡Espero que les haya gustado! Intentaré hacer otro de este tipo, quiero decir,ocupando un hecho de la historia real y adaptarlo un poco a una historia yaoi... Ojalá no me cuelguen por esto jajaja

Por favor compartanlo, comenten y denme todo su amors.


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