2.
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"Negro, negro corazón, desearía que me ofrecieras más."
-David Usher.
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El funeral fue incómodo, causándole una molesta comezón bajo su piel. Bruce era un monumento de amargura y a Jim le ardía su nariz, al olfatearlo. Cuando sus manos hicieron contacto, Jim se prometió no volver a hacerlo. No buscaría a Bruce Wayne jamás, ahora que el caso estaba cerrado. Sería su última interacción.
Pero, el caso resultó no estar tan cerrado, después de todo—Por lo menos, no para Jim. La fuerza de la gravedad los trajo de vuelta, reuniéndolos en la sala de la Mansión Wayne días después, aquellas pestañas rizadas persiguiendo a Jim a través de los centímetros separándolos.
Jim ofreció su placa, y nada más. Era lo único que podía dar.
Bruce Wayne aceptó sus palabras y su reformado juramento de encontrar a los culpables del asesinato de sus padres. Le dio de vuelta su placa, y se marchó, dejando a Jim confundido con sus propios sentimientos. Lo correcto estaba bien definido en él, Jim sabía que no defraudar a Bruce era respaldado por las más rectas de las justicias. Sin embargo, el sentir el despertar de sus instintos frente al muchacho Beta, no podría considerarse tan correcto. La mirada acusadora del Sr. Pennyworth lo decía todo.
-"¿Y qué piensa hacer con esto, Detective?"- estaba escrito en las curvas de sus ojos y boca tiesa. "No juegue con él."
Jim dejó el sofá de un salto. "No lo estoy haciendo. Haré todo lo posible—"
"No me refiero a sus actos heroicos. Sino a sus feromonas volviéndose locas y apestando mi sala, Sr. Gordon."
Su rostro se llenó de calor en un instante. No había excusa. Sólo otro Alfa podía interpretar los mensajes hormonales de otro Alfa. Jim nunca había sido un Alfa estándar—demasiado suave, lo podrían considerar unos—pero hasta él estaba consciente que lo que su cuerpo estaba pidiendo, era considerado indecente. No tenía idea de qué decir, así que recurrió a extender sus brazos con desesperación. "¡Si usted no tiene idea, mucho menos yo! Esto nunca me había sucedido antes." Jim restregó sus parpados cansados, harto. "No necesita preocuparse, yo nunca—Nunca… Nuestra relación será estrictamente profesional."
Para su sorpresa, Pennyworth sonrió, mirando en la dirección que Bruce había trazado. Cuando se reencontró con Jim, complicidad abrillantaba su expresión. "No creo que esa decisión dependa ya de usted al cien por ciento, Detective."
Jim se tensó de pies a cabeza. "No." No, no, no, no. "Tengo una prometida. Nada sucederá." Sin olvidar que Bruce era menor de edad. Era posible que arreglos fueran acordados entre los padres de un omega y un alfa adulto, para el futuro, si es que sus naturalezas resultaban compatibles desde antes de lo anticipado. Una marca de esencia era perpetuada entre ambos y el compromiso los marcaba de por vida. Sin embargo, Jim ya había marcado a otra persona. Jim ya era de alguien más. Así que… "Nada sucederá."
Nada.
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Dentro de poco, Jim se encontró tentado a volver a la Mansión Wayne. Y en invitación del mismo Alfred Pennyworth.
"¿Primero me dice que me aleje, y luego me pide que regrese a la boca del lobo?"
Alfred roló sus ojos en la mitad del precinto. "El chico lo respeta." Y eso fue suficiente. Cuando Jim mirara hacia el pasado, este sería el momento donde miraría marcada su perdición. Esta era prácticamente la bendición de Pennyworth.
Jim colocó sus manos en su cadera. Inspeccionó a Alfred de pies a cabeza. "Para alguien que me advirtió no jugar con el bienestar de su protegido, vaya que está jugando con fuego aquí. No puedo creer que piense que sea buena idea que visite a Bruce tan constantemente."
Fue entonces que Alfred le contó lo que Bruce había estado haciendo a escondidas. Los dibujos. Las velas. La obsesión. La insolación a la que Bruce se estaba sometiendo. Jim no tenía otra alternativa más que prestarle una visita. Su relación podía ser complicada, pero aun así, a Jim le importaba el joven más allá de lo profesional. Se identificaba con su ira.
"¿Té, entonces?" Alfred presionó, y Jim cedió sin más remedio. Té con Bruce, más bien se sentía como el primero paso hacia el Infierno, ¿pero qué más daba?
Como si la huella de Bárbara sobre su piel fuera la mejor de las garantías, justo antes de dirigirse a la Mansión, Jim decidió hacer escala en su departamento primero. Aunque sorprendida, su hermosa omega abrió sus piernas en el perfecto abrazo cuando su alfa lo pidió. Escondiendo sus risitas en el cuello de Jim, el dulce calor de Bárbara lo cubrió de inmortal ambrosía, la mesa del comedor rechinando debajo de ellos. Se repitió una y otra vez de que esta mujer era lo único que necesitaba. Reiteró su posesión con dígitos dejando moretones en aquella piel angelical. Se convenció, todo el camino hacia su éxtasis, que como Bárbara no habría otra persona dueña de su corazón, sus parpados cayendo con la fuerza de la adrenalina.
Después, Jim no tomó una ducha.
La esencia de Bárbara fue su escudo.
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Fin de Parte 02.
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