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Corazones rotos por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Hola, pasando por aqui a dejar el segundo capitulo. Ya corro a responder los mensajes dejados, pero antes les doy las gracias por tomarse el tiempo para dejarme saber sus opiniones. Un gran abrazo, espero les guste y gracias por leer.

 

Butterflyblue.

 

 

—Estoy bien papá, Nathan es un tirano ni chocolate me deja comer.

 

Se escuchó una risa no muy lejos. Lo que le dijo a Dwain que su novio estaba muy pendiente de su conversación.

 

“Novio”

 

Habían pasado tres meses y aun no se acostumbraba a verlo de tal forma.

 

—Los paisajes son bellísimos, mañana vamos a visitar las Cataratas del Niágara y luego el hermano de Nathan nos va a llevar a varios sitios turísticos de Toronto.

 

Dwain seguía conversando con su padre, pensando aun en los cambios obrados en su vida. Hacía mucho tiempo que no sentía aquella sed perniciosa de antaño. De pronto era como si se hubiese creído la mentira que el mismo había creado. Era…feliz, de alguna extraña forma. Solo a veces, pensaba en el pasado y se sentía inseguro acerca de su futuro. Temía el daño que pudiera causar. Temía a las consecuencias de lo que estaba haciendo con Nathe.

 

—Te prometo que me cuidaré papá, y…papá…gracias por llamarme, por todo…bien, tu sabes.

 

A lo lejos Nathan sonrió. Dwain estaba haciendo un gran esfuerzo por mejorar la relación con su padre. Eso lo beneficiaba y más aún lo unía a una persona que debía ser importante en su vida. Además Paolo era un buen padre. Nathe estaba seguro que Dwain habría tenido una vida maravillosa de haberlo conocido antes.

 

Cuando Dwain colgó, se giró para mirar a su novio que tenía una dulce sonrisa en el rostro.

 

—Se preocupa demasiado. Como si yo fuera un niño.

 

Le dijo rodando los ojos con fastidio.

 

Nathan lo rodeó con sus brazos besando sus labios tiernamente.

 

—Te ama y se preocupa por ti, ha perdido mucho de tu vida y solo quiere que estés bien y que seas feliz.

 

Dwain sabía que ambas cosas eran imposibles, pero eso era algo que el nuevo él no diría y mucho menos a Nathan. No podría hacerlo, no cabría aquel pesimismo en su vida actual, en la fachada de vida feliz que llevaba. Alejando sus sombríos pensamientos decidió no pensar y entregarse a algo que lo hacía olvidar sus tormentos.

 

Entreabrió los labios humedeciéndolos con la punta de su lengua, dándole a Nathan una tímida invitación. Las primeras veces habían sido duras y aterradoras. Nathan con paciencia y un profundo amor, le había mostrado la parte hermosa del sexo, el placer sensual y glorioso de ser poseído por quien te ama. Suavemente lo había llevado por eróticos caminos de autodescubrimiento. Dwain aprendió con el toque gentil de sus manos a conocer sus zonas más sensibles, aprendió que los besos podían llevarte al éxtasis. Consiguió disfrutar el momento de convertir dos cuerpos en uno solo, aprendiendo que el dolor duraba poco y el placer que venía después podía mover los cimientos de un edificio. Su primer orgasmo lo hizo llorar, por lo sublime del momento, por lo irreal de la sensación, por conocer que su cuerpo podía explotar en miles de partículas y reconstruirse en segundos, haciéndolo ver estrellas tras sus ojos.

 

Nathan tomaba cada cosa como venía, no empujaba, no presionaba, no pedía. Solo esperaba, poco a poco, lentamente, dejando que Dwain se abriera a él. Buscando que perdiera el miedo, que disfrutara del amor, del deseo, como un solo sentimiento. No como una maldición y un castigo, sino como los sentimientos sublimes que ambos eran.

 

Lo besó, atendiendo a su silente petición. Lo amaba, amaba cada pedazo de su piel, amaba el sutil aroma de su cuerpo. Conocía cada trazo, cada línea de su esbelta figura. Adoraba escuchar sus gemidos. Sentirlo abandonarse al placer cada vez que lo penetraba. Se extasiaba en las explosiones de sus clímax y lo aferraba entre sus brazos para llenarse más de amor, cuando temblando y saciado se dormía acurrucado a su pecho.

 

Despojó lentamente a su delgado cuerpo del blanco pijama que lo cubría, exponiendo la piel desnuda y satinada a su deseosa mirada. Dwain sintió como Nathan contenía el aliento. Sus ojos verdes se movieron por el rostro de Dwain, por sus labios, por la fina curva de su cuello. Lo amaba y lo deseaba con la misma intensidad. En cada lugar que su mirada tocaba, Dwain sentía danzar una llama, como si Nathan lo marcara con su pasión. Su cuerpo entero se estremeció bajo la hambrienta mirada, que lo hacía olvidar que existía el tiempo. Su piel era cremosamente lisa, su torso estrecho acentuaba su perfección. Nathan lo tomó por la cadera y la arrastró a la cama, llenándolo de besos, hasta atraer los pezones duros hasta su boca.

 

Dwain gimió complacido, su cuerpo se removió inquieto contra el de Nathan. Sus manos se aferraron al rubio cabello buscando un ancla en aquel desenfreno. La boca de Nathan sobre su pecho era ardiente y sensual, incitante, provocadora. Cada fuerte tirón le derretía, tanto, que gemía y se presionaba contra la boca que estaba devorándolo, adorando la sensación.

 

 Las manos de Nathan se movieron hacia abajo por su espalda, encontrando sus caderas, incitándole a pegarse más a su cuerpo hasta que sus pieles parecieran una sola. Nathan estaba deliciosamente excitado, duro y grueso, lleno de un desenfrenado deseo por él. Cuando levantó el rostro, su mirada velada por la pasión, hizo que Dwain jadera por la anticipación de lo que vendría. Las grandes manos le rodearon las caderas, encontrando los firmes músculos de sus nalgas y abriéndose paso hasta su culo, donde le penetró firmemente con uno de sus dedos, haciéndole gritar de placer.

 

—Estás deliciosamente caliente, mi amor. — Las palabras fueron susurradas, apenas capaces de escapar de su estrangulada garganta que se quedaba sin aliento.

 

Dwain levantó la mirada hacia él, jadeando, gimiendo. Le gustaba aquella espesa voz, tentadora, sexy, erótica. Le gustaba que le hablara cuando le hacia el amor, lo hacía sentirse seguro, pleno.

 

— Tú me pones caliente – Le aseguro él, contento de poder decir aquello, de poder contribuir a la excitación de él. Su cálido aliento lo atrapó en un beso.

 

Dwain enredó sus dedos en la espesa melena rubia. Su cuello estaba arqueado, sus ojos cerrados, sintiendo los dedos en su centro, penetrándolo suavemente y los besos en sus labios, haciéndolo olvidarse del dolor.

 

Estaba caliente y suave, tersas paredes de terciopelo, recibían a sus dedos. Nathan se contuvo a sí mismo para prepararlo mejor, no quería lastimarlo, nunca querría lastimarlo. Siguió besando sus labios, regocijado por la seda caliente que su boca era.

 

— Quiero estar dentro de ti, Dwain, te amo, te amo tanto. — Respiró entrecortadamente dejando escapar el aire de sus pulmones, la sensación de hacerle el amor a quien tanto amaba era abrumadora. — No podré nunca tener suficiente de tu cuerpo, de tu belleza, de este amor que me hace sentir poderoso, fuerte, pleno.

 

Dwain se tensó por un momento, las palabras eran tan dulces, pero dolorosa era la verdad brillante y pura que había tras ellas. No pudo pensar más en su tormento, pues la lengua de él se cernió sobre su pene, le succionaba. Era exquisita la presión de su boca, la fricción era casi más de lo que Dwain podía soportar, estaba tan cerca de estallar. Sus caderas se movieron, un ritmo sobre el que no tenía control. Sujetando la sabana entre sus manos mientras el mundo entero se desvanecía y existía sólo el intenso placer y las luces explotando en su cabeza. Durante unos preciosos instantes estando envuelto en aquel éxtasis, lejos de su interminablemente vacía vida, pudo sentir que le importaba a alguien, que alguien le amaba lo suficiente como para rescatarle de la oscuridad.

 

Nathan se bebió complacido todo el semen derramado en sus labios. Lo tomó con suavidad, sujetó sus caderas y lo arrastró al borde de la cama. Para Dwain no había espacio, ni tiempo, no había paredes, ni techo, ni suelo, ni cielo, ni infierno, ni bien, ni mal. Nada excepto ese momento y Nathan haciéndole el amor.

 

Nathan cubrió su delgada forma con la de él. Presionó contra su centro y sintió su húmedo calor, incitándole, deseándole. Se inclinó para besarle. Sus caderas se movieron alineándose y finalmente entre besos se empujó hacia adelante, enterrándose profundamente, acallando entre sus labios los gritos de placer.

 

Dwain sintió que moriría de placer. Se estremeció en cada estocada, la fricción era enloquecedora. Nathan entraba en él, una y otra vez con largas y profundas estocadas. Dwain podía sentir su cuerpo ardiente, enfebrecido, una implacable tormenta de fuego que amenazaba con consumirlos.

 

Nathan lo tomaba agresivamente, dominantemente, su boca lo besaba frenética, hambrienta. Cuando el deseo parecía consumirlos hasta hacerlos cenizas, Nathan sintió la urgencia del final. Lo tomó más duro y más rápido hasta que su cuerpo gritó lleno de vida y se convulsionó estallando en placer.

 

Lo abrazó con fuerza cuando recuperó el dominio de su cuerpo. Saciado, satisfecho, feliz.

 

¿Cómo puedo no amarte?

 

Se preguntó Dwain cuando Nathan llenó su nuca de besos suaves.

 

—Cada vez que te hago el amor siento que vuelvo a nacer.

 

Dwain, quiso llorar en aquel instante, pues a él también le gustaría poder sentirse así. Poder renacer en aquellos brazos, encontrar en ese nuevo corazón el amor que Nathan merecía.

 

******

 

—Nathe, pon a Dylan en el suelo para poder tomarte una foto con Dwain.

 

Nathan hizo lo que le pedía su hermano y abrazó a su novio que miraba a todos con timidez. Dwain sonrió a la cámara y ese instante quedó inmortalizado con él en los brazos de Nathan con el espectacular paisaje de las cataratas del Niágara tras ellos.

Dylan gritaba y reía, correteando mientras jugaba con el agua que los mojaba, el estruendo del agua era ensordecedor. Dwain sonrió al ver a Gal correr tras su travieso hijo. Nathan riendo a carcajadas le dio un beso en la frente y fue a socorrer a su hermano. Nicolai se había unido a la persecución, pero ahora otra pequeña traviesa escapaba. Sara, que imitaba todo lo que hiciera su hermanito mayor, también echó a correr dando alaridos y risotadas.

 

Dwain miró la escena sonreído. Al principio había tenido sus reservas con la idea de Nathan de ir a visitar a su hermano. Sabía que Gal era el mejor amigo de Dominic, su padre se lo había contado una vez. Temía que después de todo lo que había pasado, este lo rechazara. Al contrario de lo que pensó, Gal lo recibió con entusiasmo, era un joven dulce y risueño que lo hacía sentir bien recibido en su hogar.

 

La casa de Gal estaba situada en una de las zonas más prestigiosas de Toronto. Era grande y espaciosa, decorada con una elegante finura, pero que emanaba un sencillo calor de hogar. Gallager les había preparado una hermosa habitación. Un poco alejada de la principal y de la de los niños.

 

“Para cuando quieran portarse mal” Le había dicho con un pícaro giño. El recibimiento había sido caluroso y Gal se llevó a Dwain para enseñarle la habitación mientras Nicolai y Nathan hablaban.

 

—Se ponen a hablar de política o de las acciones en la bolsa y se pasan de aburridos.

 

Le dijo Gal con una mueca de fastidio. Dwain quedó encantado con la habitación y luego de una charla ligera, Gal lo había dejado para que se acomodara.

 

Tenían tres días en Canadá y casi no habían parado en la casa, Gal los sacaba cada día a un lugar diferente. Nicolai los había acompañado pocas veces, su trabajo se lo impedía. Aun así les dedico ese día a ellos y la estaban pasando muy bien en las cataratas.

 

Nathan por fin logró atrapar a su sobrino, llenándolo de besos se lo dio a Gal que lo reprendió por andar corriendo. Cuando el niño hizo un adorable puchero, su papi lo llenó de besos. Nicolai abrazó a su familia con Sara en sus brazos. Dwain pudo notar en la mirada de Nathan un anhelo y ese descubrimiento lo estremeció. Para él era complicado entender aquel nuevo aspecto de la vida, que un hombre pudiera tener hijos era algo inquietante a sus ojos. Aun así le gustaba el hermano de Nathan y le parecía que cumplía muy bien su rol de madre. Tristemente él sabía que jamás podría hacer algo así, no había en su corazón el amor para eso y mucho menos la convicción para llevarlo a cabo.

 

Cuando volvió de sus pensamientos se encontró con la mirada penetrante de Nathan.

 

— ¿Te sientes bien? Te ves un poco pálido.

 

Dwain le sonrió, espantando los malos pensamientos de su mente.

 

—Estoy bien, este lugar es hermoso.

 

Luego de una rato más de fotos y risas, se fueron a un restaurante y almorzaron con avidez, el paseo parecía haberles abierto el apetito. Cuando regresaron a casa, luego de una tarde entretenida de compras. Gal se fue con su esposo a acostar a los niños, que agotados por el movido día, se durmieron en el auto.

 

Más tarde, cuando ya la noche estaba avanzada, Dwain salió a dar un paseo por el jardín trasero de la casa. La primavera estaba en su apogeo y el clima cálido era agradable, una suave brisa movía los frondosos árboles y el aroma a flores frescas llenaba el lugar. Dwain respiró profundo llenándose de aquel perfume místico y relajante. Le recordaba la casa de Nathan que siempre olía a primavera.

 

—A mi hermano le gusta la jardinería, él me ayudó a sembrar casi todas las flores que están aquí. —Le comentó Gal, parándose a su lado. Con un gesto soñador le sonrió a Dwain. —Amo mucho a Nathan a pesar de que no tengo muchos recuerdos de cuando éramos niños. Me alegro de haberlo recuperado y… me alegro de que ahora pueda verlo tan feliz.

 

Dwain hubiese querido escapar en ese momento, esas palabras no eran para él. No, él era una mentira, él le iba romper el corazón a Nathan y sabía que un día Gal lo odiaría por eso. No pudo evitar que este tomara su mano y sonriéndole con dulzura le dijera suavemente.

 

—Gracias por hacerlo feliz Dwain. La vida tiene extraños caminos, fue una suerte que el tuyo te llevara a encontrar la felicidad con mi hermano.

 

—¿Te refieres a que te alegras de que me haya alejado de Franco dejándole el camino libre a tu amigo?

 

Soltó Dwain con amargura, sin poder evitarlo. Al instante se arrepintió, no era eso lo que quería decir, pues tampoco eran reales aquellas palabras, él jamás había tenido oportunidad con Franco.

 

—Lo siento. —Murmuró ocultando su mirada con vergüenza. —No era eso lo que quería decir y… además no es verdad. Franco jamás me vio de esa forma, yo solo fui un caso de caridad para él.

 

La mano tibia de Gal se posó sobre su hombro. Dwain alzó la mirada esperando encontrar reproche en aquellos ojos verdes que tanto se parecían a los que lo miraban con amor. Pero no encontró odio, ni reproche, ni rencor. Solo empatía, cariño, apoyo.

 

—Yo también viví un infierno. —Le dijo Gal tímidamente. —Ahora cuando lo pienso, siento que fue hace mucho, mucho tiempo atrás, pero solo han pasado dos años. Cuando me enamore de Nicolai, había pensado que la vida ya no tendría más amor para mí. Ya ves, me equivoque y un hombre maravilloso, buen padre, buen esposo, me ama incondicionalmente.

 

En un impulso Gal lo abrazó besando su mejilla con ternura. Dwain lo había visto muchas veces aquellos días besar así a sus hijos.

 

—Aférrate al amor de Nathan, quizás tu corazón ahora no está preparado para amarlo con la misma intensidad, pero con el tiempo Dwain, con el tiempo, veras que ese amor siempre estuvo en tu corazón, esperando el momento adecuado para florecer.

 

Dwain quiso creer en aquellas palabras y se aferró al dulce abrazo con algo que hacía mucho no sentía, esperanza.

 

En la noche, después que Nathan le hizo el amor hasta la saciedad, se quedó despierto mirándolo dormir. Su semblante sereno le daba tanta paz y Nathan era un hombre tan atractivo. Ciertamente no tenía el porte romano de gladiador antiguo que tenía Franco, pero su estilo también era encantador, con ese cuerpo esbelto y bien formado, que había construido el gimnasio y las sesiones de yoga que juntos hacían. Con su metro ochenta y cuatro de estatura y su rostro de niño bueno, de mandíbula poderosa y dulces hoyos en sus mejillas, que se marcaban hermosamente cuando reía. A Dwain le gustaba enredar sus dedos en el rubio cabello y se perdía en los verdes ojos que lo miraban con amor.

 

¿Por qué no puedo amarte? Se preguntó con tristeza y pronto se dio cuenta que ya se había hecho esa pregunta muchas veces, sin conseguir respuesta.

 

Regresaron a Nueva York una semana después, las vacaciones habían sido maravillosas, pero la realidad los esperaba. Nathan tenía pacientes esperando por él y Dwain debía recomenzar sus sesiones con Calahan y prepararse para retomar sus estudios. Paolo había insistido en eso último, buscándole las mejores academias y aupando a su hijo para que consiguiera aquello que le gustaria hacer en el futuro.

 

Paolo se había tomado con resignación la mudanza de Dwain a casa de Nathan. Dwain pensaba que en parte era porque sabía que Nathan podía serle más útil que él, en el caso de una recaída. También se debía al hecho de que Paolo sentía mucha empatía con Nathan, le tenía aprecio.

 

Llegaron de noche y cuando cruzaron el umbral del apartamento, Dwain sonrió, la primavera seguía instalada en aquel lugar.

 

—Amo cuando sonríes.

 

Le dijo Nathan con un dulce beso y luego se fue a la cocina para preparar una cena ligera. Dwain hizo una mueca de fastidio, habían vuelto los días de vegetales y frutas. Nathan era vegetariano, partidario de la comida sana. Todos los días tenía que enfrentar un ataque de comida verde, además de los ejercicios para mantener su cuerpo sano. Lo único que disfrutaba de todo aquello era el yoga, era relajante y lo hacía desconectarse del mundo.

 

Nathan escuchó las llaves y caminó extrañado a la sala.

 

— ¿A dónde vas? —Preguntó.

 

—Por una hamburguesa, no voy a comer más ramas, ni frutas ni tofu o cofu o como sea que se llame la cosa esa blanca y desabrida que me das.

 

Nathan lanzó una risotada y lo alcanzó justo en la puerta. Cargándolo y lanzándolo sobre su hombro a pesar de los insultos y las protestas, lo llevó a la cocina y lo sentó en una de las sillas. Cuando Dwain se dio cuenta tenía un planto con un apetecible sándwich frente a él.

 

—Es de pavo, saludable y sabroso. Pruébalo.

 

Le dijo rápidamente Nathan acallando la protesta. Dwain a regañadientes lo tomó y le dio un mordisco, tuvo que hacer un gran esfuerzo para ocultar su cara de satisfacción, el sándwich estaba divino pero no quería darle el gusto a Nathan. No tuvo que hacer nada, pues el médico se le adelantó.

 

—De ahora en adelante variaremos las comidas, noté en casa de Gal que comías más a gusto y entendí que no puedo enseñarte el gusto por lo sano de la noche a la mañana. Mi hermano, ya ves, cocina también muy sano y variado, así que haré una dieta especial para ti, que incluya todo lo que te gusta.

 

—Tres días de comida chatarra. —Negoció Dwain.

 

—Uno. —Nathan era inflexible.

 

—Dos.

 

Pudo más el amor.

 

—Bueno dos, pero no siempre lo mismo, variaremos, siempre hamburguesa es aburrido.

 

Dwain lo besó sin pensarlo. Aquel gesto espontaneo le encantó a Nathan, tanto, que en la mañana antes de irse al trabajo aún estaba emocionado por aquel paso que parecía acercar más a Dwain a su corazón.

 

—Tu papá vendrá a las diez, no te quedes dormido, te dejé desayuno en la mesa.

 

Le dijo besando sus labios con ternura. Dwain asintió medio dormido y pronto se acurrucó entre las sabanas.

 

—Buenos días señor Andretti, deje a Dwain dormido, si no le abre pídale las llaves al portero, le informaré que usted pasara por aquí.

 

Nathan prefirió dejarle aquel mensaje a su suegro, por si Dwain se quedaba dormido y su padre se preocupaba porque este no le abriera la puerta. Estaba emocionado por sus nuevas responsabilidades y aunque ya tenían varios meses viviendo juntos, aquella mañana parecía la primera de su vida como pareja.

 

Tenía un día muy ajetreado, consultas en el centro, supervisar que todo hubiese estado bien en su ausencia y en la tarde acompañaría a Gal que había viajado con ellos, a Biofertilliti, para su primera consulta. Gal estaba planeando tener otro bebé, ya sus dos hijos estaban grandecitos y quería con todo el corazón tener un bebé con Nicolai. Paolo pasaría el día con Dwain visitando academias y luego lo llevaría a su casa para comer y recoger las cosas que le faltaba por llevarse a su nuevo hogar. Nathan pasaría a buscarle en la noche. Su día estaba planeado perfectamente y el médico esperaba que su vida siguiera ese dulce rumbo.

 

Solo que las cosas que planeas no siempre son iguales a las que la vida planea para ti.

 

Paolo y Dwain visitaron varios institutos. Eran caros y muy exclusivos y sobre todos estaban dispuestos a aceptar a Dwain a pesar de estar atrasado por dos años. Cuando por fin se decidieron por uno de ellos ya pisaban el medio día.

 

—Papá no quiero ir a tu casa, vamos a comer en un restaurant ¿Si?... Quiero pasar por Soho a comprarle un regalo a Nathe, pronto es su cumpleaños y como voy a estar ocupado con las clases, no creo poder tener tiempo de comprarlo después.

 

Paolo asintió complacido, adoraba cuando Dwain le llamaba papá y más adoraba pasar tiempo con su hijo. Lo llevó a almorzar en un lujoso restaurant. No escatimaba en gastos cuando se trataba de Dwain, la mejor ropa, lo mejor en tecnología y muy pronto planeaba la sorpresa junto con Nathan de regalarle su primer auto.

 

Dwain miraba distraído el menú, pensando en que comer, cuando lo percibió. Entre tanta gente que atestaba el restaurante a aquella hora, pudo sentir su presencia. Alzó la mirada y lo buscó ansioso y entonces allí estaba. Alto, poderoso, guapo, imponente. Sus ojos azules como el cielo en verano se tornaron oscuros como el firmamento nocturno, todas sus aprensiones, todo su dolor. Todo lo que él había escondido tras la fachada de felicidad, lo aplastó inmisericordemente. Hacia tan solo un segundo había podido decir que se creía aquella farsa, tras la promesa de una vida nueva, tras la esperanza del amor de un hombre que lo dada todo por él, tras los nuevos planes, protegido en la fuerza de su padre. Pero ahora ya no tenía nada, un segundo nada mas de verlo y toda su fachada se había derrumbado, nunca lo olvidaría, jamás dejaría de amarlo y esa seria siempre su condena.

 

Paolo despegó sus ojos del menú, para preguntarle a su hijo que quería ordenar, cuando se encontró con su mirada perdida hacia un punto. Sin verlo ya lo sabía y cuando dirigió su mirada hacia aquel lugar, ya Franco había notado sus presencias. Paolo maldijo en su interior ¿Cómo no lo pensó antes? Aquel sitio era muy exclusivo y estaba cerca de la zona financiera. Franco solía ir mucho a aquel restaurante y allí estaba. De pronto todo se tornaba tenso, cuando debió ser un grandioso día.

 

—Hola, Paolo… Dwain. Que… sorpresa verlos por aquí.

 

Paolo se levantó y estrechó la mano de un muy serio Franco. Dwain no quería levantar la mirada, no quería verlo de frente. La última vez que se habían visto no fue agradable, él había ido desesperado a su casa a gritarle su amor, a evitar que se casara con otro y Franco le había demostrado con mucho enfado lo enormemente equivocado que estaba. No, no quería mirarlo, no quería ver desprecio en sus ojos. No estaba preparado para ese dolor, no ahora que sentía todo lo que había dejado de sentir por meses, escondiéndolo en su corazón.

 

—Vinimos a comer, estábamos de paseo.

 

Respondió Paolo tranquilamente buscando aligerar la situación. Dwain sintió que el aire comenzaba a faltarle, quería escapar de allí, pero sus piernas eran trozos de plomo. Paolo iba a decir algo, quería sacar a su hijo de allí y acabar con la pesadilla que sabía estaba viviendo, pero inesperadamente Franco se sentó en la mesa, a pesar de que unas mesas más allá de esta, sus socios lo esperaban.

 

—Dwain. —Le llamó. También estaba apenado por como lo había tratado la última vez y no quería que las cosas quedaran mal entre ellos. Paolo era su amigo y Dwain era alguien especial para Franco aunque no en la forma en la que el chico lo hubiese deseado.

 

—Te están esperando. —Murmuró Dwain sin levantar la mirada. Deseaba que se fuera. Lo deseaba con todo el corazón. Cuanto deseaba desaparecer en ese momento, tener aunque fuera esa vez el consuelo del olvido que le daban las drogas que alguna vez consumió. Apretó los puños con fuerza sobre sus piernas cuando la mano de Franco se acercó a la suya.

 

—Te ves bien. Es bueno saber que te has recuperado —Le dijo Franco con ternura.

 

¿Se había recuperado? ¿Estaba bien? ¿Cómo podía Franco verlo así? ¿Acaso no notaba que se estaba muriendo?

 

Cerró los ojos alejando con cada gramo de su fuerza, las lágrimas, el dolor. Levantó la mirada valientemente. Aunque fuera por última vez quería mirarlo, aunque eso terminara con la poca cordura que le quedaba.

 

Franco le sonrió al encontrarse con sus ojos hermosos. Dwain sentía que no podría soportarlo mucho tiempo. Entonces Franco le dio la puñalada final.

 

—Lamento como te traté la última vez. Lo lamento mucho. Eres muy preciado para mí. Estimo mucho a tu padre y tú eres como un hijo. Quisiera que pudiéramos seguir siendo amigos, que compartieras con mi familia. Dominic es una hermosa persona, él podría ser un buen amigo para ti.

 

La cabeza de Dwain iba a estallar, las palabras no salían de sus labios. Quiso gritarle que jamás lo vería como otra cosa que no fuera el hombre que amaba. Que Dominic no podría ser nunca su amigo porque él, le había robado la vida que había soñado. Abrió la boca para dejar salir su frustración pero solo pudo decir.

 

—Gracias.

 

“Por haberme rescatado, por haberme hecho soñar, por haberme hecho sentir humano aunque fuera por poco tiempo. Gracias por los sueños que no se cumplieron, porque al menos pude soñar, porque al menos deje de ser una escoria y comencé a creer que merecía vivir.”

 

Dwain se calló todo aquello, gritándolo en su mente. Llorando por dentro, mientras que por fuera esbozó una tímida sonrisa. Franco alborotó su cabello con ternura y sonrió, la última sonrisa de él que Dwain vería. Se puso de pie, intercambio unas palabras con Paolo y se marchó a su mesa. Dwain no lo miró mas, como un autómata ordenó algo que apenas comió. Cuando salieron del restaurant Paolo lo llevó directo a su casa. No hubo compras ni más charlas, el día feliz se había acabado y cuando Dwain cruzó el umbral del enorme apartamento se derrumbó.

 

Paolo soportó estoicamente la andanada de llanto, los gritos, la ira. Sabía que su hijo no solo se desahogaba por su corazón roto. Ese día Dwain dejó salir todo el dolor acumulado por años. Por la injusticia que había vivido, por el abandono, por no creerse merecedor de lo que deseaba. Por estar enfermo con aquel veneno que anhelaba casi siempre.

 

—Quiero morir papá, duele. No puedo, no quiero sentir más dolor.

 

Paolo lo abrazó con fuerza. Le susurró palabras dulces al oído. Lo meció despacio. Lo instó a respirar como le había enseñado Nathan, previendo que Dwain tuviera una crisis estando con su padre. Lentamente Dwain se quedó dormido entre sus brazos. No pesaba nada su hijo, cuando lo cargó y lo llevó a su habitación recostándolo con cuidado en la cama y arropándolo dulcemente.

 

—Haz un esfuerzo por mi picolo. Acabo de encontrarte, no quiero perderte. No quiero perder lo único bueno que tengo en la vida. Vive por tu viejo padre hijo, haz un esfuerzo por este corazón que se rompería en pedazos si tú lo dejas.

 

******

 

Ajeno a todo lo que estaba ocurriendo. Nathan iba con un protestón hermano, a la consulta.

 

—Nicolai te pidió que vinieras conmigo para vigilarme.

 

Rezongó Gal con un puchero. Aprovechando la luz roja del semáforo Nathan lo miró sonreído. No se cansaría de agradecer que la vida lo hubiese reencontrado con su hermanito pequeño, después de todo lo que le había buscado.

 

—Te envió conmigo porque él no puede estar aquí. Ya sabes cómo es de aprensivo con este tema y quiere que yo me cerciore que todo es seguro para ti.

 

Gal le sonrió a su hermano con ternura.

 

—Me ama ¿Verdad?

 

—Con locura. —Respondió Nathan reanudando el camino.

 

—Pero no dejo de pensar que también te lo pidió por celos. El y Franco le tienen celos al Doctor Delaney. Cuando lo veas me entenderás, seguro tú también le tendrás celos.

 

Nathan rio sonoramente con el berrinche de Gal.

 

—Yo solo tengo ojos para un hermoso rubio de ojos azules que tiene mi corazón colmado de felicidad.

 

Gal le sonrió, era fabuloso ver a su hermano feliz y enamorado.

 

Cuando llegaron a la consulta, esta, estaba atestada de personas.

 

—Es muy movido esto aquí. —Comentó Nathan.

 

—Todos vienen para poder coquetear con el doctor Delaney.

 

— ¿Es que un dios acaso? —Comentó Nathan un poco sorprendido.

 

—Si no lo es, se acerca mucho. Es todo sexy con esa cabello negro y esos ojos verdes que parecen cristalinos y yo diría que es más alto que tú por unos cuantos centímetros.

 

Gal lo estaba haciendo a propósito, divirtiéndose a costa del ego de su hermano.

 

—Gallager, yo mido un metro ochenta y cuatro centímetros, no soy precisamente bajito.

 

Protestó Nathan y entonces los hermanos se sobresaltaron por una voz a sus espaladas que se oía risueña y pícara.

 

—Yo mido un metro ochenta y nueve así que, sí, Gal tiene razó, soy cinco centímetros más alto que tú.

 

Nathan quería que la tierra se lo tragara y Gallager tenía una amplia sonrisa en el rostro.

 

—Y no vienen porque soy guapo Gal. —Lo reprendió Patrick con una suave sonrisa. —Vienen porque soy el mejor en lo que hago.

 

“Aparte de todo creído”

 

Pensó Nathan, entendiendo de alguna forma los celos de Nicolai y Franco. Aquel hombre era simplemente imponente, perfecto. Pero los celos se transformaron en admiración, cuando en la consulta, Patrick hizo gala de su excelente labor. Revisó a Gal minuciosamente, no dejando ningún detalle fuera. Se tomó su tiempo para revisar cada examen, cada detalle. Una hora después, Gal recibía una buena notica.

 

—Estas en óptimas condiciones, Gal. Yo diría que en una semana podemos hacer la implantación. Solo tienes que decirle a Nicolai que venga para la muestra de semen y como ya escogieron la donante de óvulos, estaremos a unas semanas de lograr el nuevo embarazo.

 

Gal sonrió con brillante emoción. Se abrazó a Nathan que también reía contento. Cuando Gallager se cambiaba, Patrick conversaba amenamente con Nathan.

 

—Me dijo Gal que también eres médico.

 

Nathan asintió sonriendo.

 

—Soy Psiquiatra y también Psicólogo y de hecho es esta última carrera la que más ejerzo. Estudie psiquiatría porque quería a acercarme un poco a la parte médica de la psicología. Creo que es un poco como el médico frustrado que hay en mí. Tu área es muy interesante, la genética es algo muy complicado y de lo que aún faltan cosas por descubrir.

 

Patrick sonrió con emoción. Hablar de lo que hacía siempre le gustaba y más con alguien que compartía sus intereses.

 

—Siempre me gustó la medicina. La genética me pareció muy interesante y luego me gustó también la obstetricia. A veces parece que nunca dejaré de estudiar. —Sonrió como recordando algo que le daba nostalgia. —En mis años como interno en obstetricia, comenzaron a aparecer los ensayos de Biofertiliti. Me interesó tanto el tema que me dedique a estudiar las propuestas que ellos estaban haciendo. Encontré algunos fallos y elaboré mi propio informe. Cuando se los envié se quedaron impresionados y me absorbieron de inmediato.  Los primeros casos logrados fueron un triunfo para todos y yo me sentía satisfecho de haber dado un paso más en la evolución. Porque no solo le dimos esperanza a las parejas gays. La esperanza era para todos, mujeres que habían sido rechazadas en todos lados, que se les hacía clínicamente imposible quedarse embarazadas, lograron cambiar su vida en Biofertiliti. Cuando lo pienso, siento que tomé el mejor camino, darle una esperanza a una persona que la ha perdido es lo que me motiva cada día.

 

Nathan lo estaba mirando embelesado, sentía empatía con el médico. Pues algo similar sentía él, cuándo lograba que un paciente volviera de la oscuridad de su mente. Cuando los veía volver a vivir, felices y llenos de esperanza.

 

—Lo siento, soy un entusiasta y cuando hablo de esto me extiendo mucho.

 

Se disculpó Patrick, al ver que Nathan no decía nada.

 

—No… cielos, no te disculpes. Pensaba en que todos los médicos de alguna forma compartimos esa emoción, cuando logramos que un paciente recobre la esperanza.

 

No pudieron seguir hablando, pues Gal entró en ese momento. Se despidieron con un hasta pronto, pues dentro de unos días volverían a verse. Gal iba hablando emocionado por su celular con Nicolai, contándole las buenas nuevas. Nathan marcó el número de Dwain pero nadie respondió. Después de dejar a su hermano en casa y de varias llamadas más, comenzó a preocuparse. Ya había decidido ir a casa de Paolo cuando por fin este le llamó. Contándole todo lo que había pasado.

 

         Nathan se encaminó hacia la casa de Paolo, con una sensación extraña en el corazón, algo malo iba a pasar y el sentía que no tenía control sobre eso.


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