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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Buenooo, parece que os gusto el capitulo anterior, muchas gracias por los reviews y el apoyo a la historia, os quiero mucho chicos T^T

En fin, aqui esta el siguiente, no se si os gustara tanto por que de nuevo me enrrollo un poco explicando la situacion de estos dos, pero espero que os guste. 

 


Trafalgar Law se sentó en una pequeña mecedora, en el porche de la cabaña que había alquilado en medio del bosque cuando había llegado a la aldea. Era un lugar apartado y tranquilo donde sabía que nadie le molestaría y podía centrarse en su misión sin distracciones aparentes.


 En aquel preciso momento la helada brisa de la montaña bajaba hasta el bosque revolviendo las hojas de los árboles y revolviéndole el pelo negro hasta provocarle escalofríos. Law suspiró brevemente. No es que le importase el frío, después de todo había nacido en el norte, pero definitivamente no aguantaba la humedad de aquella zona, la lluvia, la niebla...odiaba la sensación de la ropa pegándosele al cuerpo y la sensación de no poder respirar con libertad.


Con la mano vendada pasó otra hoja del viejo libro que estaba leyendo para matar el tiempo. Era un tratado bastante completo sobre venenos, ponzoñas y demás mejunjes asesinos. Interesante y divertido. Pero aun así no conseguía que su mente se apartase del tema del dragón.


Era la primera vez que se le escapaba una presa.


Y no solo eso, aún sentía las ampollas en las manos por las llamaradas del dragón, y sus músculos entumecidos por el cansancio de haber tenido que detenerlas. No solo había escapado la bestia, sino que encima le había herido. Sus venas aún hervían de furia y humillación al recordarlo.


Pero la próxima vez no pasaría, se juro. La siguiente vez pondría la cabeza de un dragón como trofeo encima de su chimenea o juraba no podría volver a llamarse exorcista en la vida. Tan solo de pensar en la voz burlona del otro en su cabeza había inventado ya trece nuevas formas de asesinato.


Y seguía contando.


Volvió a pasar una amarillenta página con dedos vendados y leyó el título de letras oscuras y enrevesada caligrafía: Ricina. Ya lo había estudiado y memorizado hacía años, incluso tenía la maldita planta creciendo felizmente en su casa de Italia para poder obtener el veneno de primera mano. Pasó a la siguiente. Cicuta. También la conocía. Cansado y frustrado cerró el libro de un golpe seco.


Odiaba esperar sin hacer nada, pero ¿qué más podía hacer? No sabía dónde se ocultaba el dragón ni cómo buscarlo, y además, necesitaba que sus heridas sanaran antes de poder hacer nada, la última vez casi había perdido la vida por infravalorar a su enemigo y esta vez no pensaba dejarle al otro ni la más mínima oportunidad. Por eso necesitaba su cuerpo en su mejor estado y forma física.


Y justamente era aquello lo que le empezaba a preocupar. Habían pasado ya tres días desde el ataque del dragón y las heridas en sus manos y el cansancio en su cuerpo seguían sin desaparecer ni curarse lo más mínimo. Tal vez podría crear alguna medicina o usar algún hechizo de los que le habían enseñado durante su entrenamiento en el Vaticano para acelerar la cicatrización. No es que soliese usarlos a menudo, requerían mucho tiempo y esfuerzo así como ingredientes que no se vendían en cualquier esquina, pero por lo menos el preparar la fórmula le ayudaría a matar el tiempo, se curaría antes y podría acabar con el dragón más pronto.


Y luego podría dar la misión por finalizada y volver al Vaticano a tomar el sol del Mediterráneo y a beber el delicioso vino del sur.


Gruñó levantándose despacio con sus músculos doloridos. Volviendo a entrar en la modesta cabaña, dejó el libro encima de una mesa de madera y tomó un pequeño puñal y una bolsa de viaje.


La vieja cabaña tenía sólo una habitación con una diminuta cama y su antiguo baúl a sus pies. Una chimenea caldeaba la estancia y servía también para cocinar alguna cosa de vez en cuando, y una pequeña mesa con una solitaria silla a juego se apretaban tristemente contra una pared. Law tenía solo lo justo y necesario para vivir, incluso la cama podía ser prescindible si era necesario. Algunos llamarían a aquel sitio deprimente e incómodo, Law lo llamaría práctico, además, no pensaba quedarse allí mucho tiempo. Aun así ésta vez Law ni se fijó en la falta de mobiliario o decoración cuando entró en la casa y se dirigió directamente a la chimenea después de coger lo que necesitaba.


Llenó rápidamente un viejo caldero con el agua del pozo de fuera de la casa y lo puso al fuego para que estuviera cociendo para cuando volviese. Aquella noche había luna nueva, noche de brujas y duendes y perfecta para hacer hechizos. A lo mejor no tardaría tanto en prepararlo y todo, pensó con un oscuro optimismo.


Saliendo de la casa se dirigió rápidamente al bosque que la rodeaba y comenzó a recolectar algunas de las hierbas que necesitaba para el conjuro. La flora en aquella zona era distinta que en Italia y le llevó más tiempo del que pretendía conseguirlo todo, teniendo muchas veces que sustituir algunas plantas por otras según sus conocimientos de herbología hasta que finalmente tuvo todo lo que quería sin alejarse mucho de la cabaña. Guardándolo en la bolsa ordenadamente y con cuidado, limpió el puñal en un pequeño manantial y volvió a la casa satisfecho.


Era mediodía cuando comenzó a preparar todos los ingredientes en la mesa después de atrancar ventanas y puertas. El hechizo necesitaba oscuridad para que saliese bien, y él necesitaba privacidad para prepararlo. Aunque el propio Vaticano fuese quien le enviase a aquellos lugares, ya le habían acusado de brujo y hechicero en muchos pueblos a los que había ido, y habían intentado condenarle a la hoguera sin siquiera dudar según exigía la Inquisición.


Law no quería volver a pasarse otra vez dos horas en el despacho del amargado alcalde explicando su situación, así que mejor que nadie viese aquello.


Acercándose al humeante caldero una vez que hubo preparado todo, Law comenzó a echar las hierbas en un orden aprendido de memoria hacía años. Primero dondiego de noche para endulzar el agua y alejar las maldiciones y malos augurios que amargarían el brebaje, tres vueltas a la derecha con el cazo de madera, luego la corteza pulverizada de abedul como cicatrizante, cardo santo después de dejar pasar dos minutos, verbasco para las quemaduras, un poco de melisa y...Durante una hora Law estuvo añadiendo ingredientes a la olla, removiéndola y murmurando de vez en cuando aquellas cancioncillas en el viejo latín plagadas de poder.


Cuando acabó de echar el último ingrediente: los pétalos secos de una azucena, la cacerola burbujeaba y un aroma agradable se esparcía por la habitación anunciando que la poción estaba casi hecha. Law recogió entonces toda la habitación y guardó algunas plantas en el baúl, las que tenían demasiado valor como para tirarlas sin más. Mientras tanto dejó la pequeña olla burbujear.


Al cabo de un rato la apartó del fuego para que se enfriase un poco y reposase. Abrió entonces la casa de par en par para que el extraño olor a magia se desvaneciese de allí dentro y pudiese por lo menos ver dónde ponía los pies. A continuación volvió a dirigirse a donde estaba la pócima y empezó a quitarse las vendas de las manos rigurosamente.


Sus dedos estaban rojos por las quemaduras y la piel estaba aún débil y tierna a pesar del tiempo que había pasado y tratamientos que había usado. Escaldadas en el fuego de un dragón. Gruñó enfadado al sentir el aire frío de la habitación sobre sus sensibles heridas, hasta el más mínimo movimiento o roce dolía como mil demonio. Sus manos eran unas de sus armas más poderosas y queridas, su instrumento, y odiaba verlas reducidas a aquello.


Así que, sin dudar, se acercó a la olla y metió las manos en el extraño líquido aún caliente.


 —Nng—


El dolor fue instantáneo y Law bufó entre dientes al sentir su piel burbujear en el mejunje. Su cara se torció en una mueca de dolor y cerró los ojos fuertemente conteniendo el grito en su garganta. Pero aun así el moreno no las apartó y aguantó el dolor hasta que este fue remitiendo lentamente y pudo soltar el aire contenido con un jadeo.


Sacó las manos del burbujeante líquido.


Sus dedos volvían a estar como nuevos, limpios, sin cicatrices ni rojeces, con las curtidas durezas de usar la espada en su sitio de siempre y las líneas definidas de los tatuajes surcando los nudillos en una única palabra "Death".


Sí, aquello estaba mucho mejor.


Flexionando los dedos estudió sus manos a conciencia. Aquella era una de sus pócimas favoritas porque la curación era absoluta y rápida, aunque definitivamente se cobraba lo que valía con aquel horrible dolor que provocaba el usarla.


Tomando un vaso de la mesa, lo introdujo también en la pócima burbujeante y pastosa y, alzándolo, dio un largo trago de él sin tampoco dudar. Su cara se torció en una mueca en cuanto el liquido toco su lengua. Tan asqueroso como siempre. Con dolor sintió entonces el repentino subidón de energía y como sus músculos perdían el entumecimiento y volvían a colocarse en su sitio correcto.


 Esta vez sin embargo, tuvo que apoyarse en la mesa para no caer hasta que el efecto pasase, el dolor era demasiado intenso y su cuerpo se sentía demasiado pesado como para aguantarlo. Por eso, cuando por fin concluyó la horrible agonía y sus ojos fueron capaces de volver a enfocar lo que tenía delante, el moreno jadeaba pesadamente.


Law se levantó rápidamente sin preocuparse del temblor de sus piernas, rápidamente tomo la olla y tiró lo poco que quedaba de la pócima al fuego para que no quedasen pruebas ni nadie lo usase por accidente. Después, aún atontado por los efectos de la pócima, volvió recuperar el libro de venenos para volver a pasarse una tarde de productiva lectura.


Los efectos de la poción aún tardarían un poco en acabar de curarle, y por lo tanto él todavía no podía cazar al dragón con aquella mente atontada y sentidos embotados, simplemente sería un suicidio, en aquel estado estaba demasiado debil. Así que se sentó en la mecedora y volvió a abrir el libro por la página de la cicuta decido a que el tiempo siguiese su curso.


Y fue entonces cuando pasó.


Cuando había bajado la guardia y tenía la mente distraída por el subidón de la pócima y los entresijos del libro-


Un zumbido en el aire. Un ligero pinchazo en la nuca. Una sensación de cansancio expandiéndose por su cuello.


Ligeramente atontado se llevó la mano a donde había sentido el pinchazo y descubrió un pequeño dardo.


Mieeeerda.


Cayéndose al suelo perdiendo la fuerza de sus músculos a cada segundo que pasaba, vio como cinco hombres salían del bosque que rodeaba la casa dirigiéndose hacia él sin dudar. Sin preocuparse en lo más mínimo de que pudiese defenderse o causarles ningún daño en su estado.


Incluso observó la figura del alcalde entre ellos.


Mierda. Mierda y más mierda.


Intentó levantarse, tomar el puñal que ocultaba en su pierna y lanzarlo por lo menos contra el hombre que tenía más cerca. Pero cayó estrepitosamente al suelo de nuevo.


Y entonces todo se volvió negro.


.


.


.


Crocodile se acercó al chico en el suelo ligeramente sorprendido. Desde el principio no había pensado que pudiesen enfrentarse a él cara a cara, claramente el otro les ganaría aunque llevasen un destacamento entero de soldados. Aunque tampoco es como si el alcalde pudiese permitirse llevar un grupo tan grande de militares sin levantar sospechas. Así que, había reclutado a cuatro hombres y se había armado con lo único que había pensado que podría usar contra el hombre: dardos y flechas envenenadas con sedantes. Un truco sucio y traicionero, pero lo único que podía funcionar contra alguien que había sobrevivido al ataque de un puto dragón.


 Pero incluso así, el alcalde había tenido sus dudas y al final habían puesto el triple de la dosis normal en el dardo, lo suficiente como para dejar fuera de combate a un elefante. Y el chico, de todas formas había tardado varios segundos en desmayarse e incluso había intentado levantarse y defenderse.


Crocodile estaba realmente impresionado. Y él no era de los que se dejasen impresionar fácilmente.


 —Atrapadle y atarle bien—le dijo a Daz Bones, su primero al mando y el que llevaba las cuerdas.


El alcalde no quería ni el más mínimo problema con el chico, ya que, si lo había, el dragón podría vengarse con ellos y arrasar el pueblo pese a su palabra de no hacerlo. Además, el chico por su parte también era peligroso, de eso no quedaba duda, por lo que era mejor andarse con cuidado y no estropearlo en el último momento por un estúpido descuido.


 —Ahora tenemos que llevarle a la colina del norte ¿No?—dijo Bon Clay con aquella voz desagradable que tenía mientras giraba en un fingido paso de Ballet.


Crocodile asintió ignorándole como hacía siempre. Soportaba al travesti con maquillaje muy a su pesar ya que el hombre le seguía siendo útil a pesar de su deficiencia mental. Y porque su sobrina le pedía a menudo que fuese amable con él.


No entendía como esos dos habían conseguido ser amigos.


 —Mr 3 está recogiendo el dinero de las arcas del ayuntamiento, dejaremos al chico con la ofrenda y nos iremos antes de que anochezca— anunció el alcalde al grupo de hombres que le acompañaban repasando el plan que había trazado hasta el último detalle.


Así no vería al dragón. Así estaría en su casa antes de que oscureciera. Así nadie se enteraría de nada.


 —Me pregunto por qué querrá el dragón al chico—preguntó uno de los hombres.


 —Está claro que para torturarle—respondió otro asustado mientras tomaba al chico del suelo y lo cargaba sobre su hombro fácilmente.


Crocodile sintió de nuevo los remordimientos de conciencia ante la mención de la tortura. Pero no había vuelta atrás, eran ellos o el chico, era el mal menor, así que tragándose sus sentimientos comenzó a andar por el bosque en dirección a la colina.


 —Pobre hombre—volvió a empezar el primero—tal vez deberíamos matarle nosotros para ahorrarle sufrimiento, no quiero ni imaginarme lo que la bestia le va a hacer—


 — ¡No!—gritó Crocodile con los nervios a flor de piel, volviéndose a mirar a la pareja—el dragón lo quiere vivo y se lo entregaremos vivo, ¿O es que acaso queréis ocupar su lugar cuando decida arrasar con nosotros por no obedecerle?—


Y los dos hombres no volvieron a hablar durante todo el camino, pero cuando dejaron al chico sobre la montaña de dinero en la colina al cabo de un rato, Crocodile no pudo evitar darse cuenta de las miradas de lástima que todos le dedicaban al joven.


El hombre suspiró con los remordimientos resurgiendo de nuevo. "Perdóname" pensó mientras dedicaba una última mirada a aquel extraño escenario: Al chico dormido sobre las bolsas repletas de oro y objetos carísimos, que formaban una montaña en medio de la desértica colina. Con su pelo negro desparramado sobre el tesoro y su respiración tranquila. El chico seguía atado con las manos detrás de la espalda y una cuerda alrededor del pecho, sus tobillos también estaban inmovilizados y, por lo que podía ver, Daz Bones había hecho un buen trabajo.


Realmente parecía una ofrenda a un antiguo dios. Realmente parecía un altar de sacrificio.


Crocodile se dio la vuelta cerrando los ojos con dolor y se marchó con el grupo sin atreverse a mirar atrás a lo que había hecho.


Mientras tanto, la noche se acercaba.


.


.


.


Aquella noche fue una de las más oscuras que se recordaban en muchos años. La enorme luna vestía de negro e incluso las estrellas desaparecían bajo el denso manto de nubes y niebla. Era una noche encantada donde nadie, ni incluso los hombres más valientes, se atreverían a salir de sus casas al frío congelador que inundaba el valle.


Algo extraño volaba en el aire erizando el pelo a toda criatura que se atreviera a abandonar su refugio.


Pero aun así el viejo dragón no le prestaba ni la más mínima atención a aquel extraño ambiente, y, totalmente inmóvil, acechaba desde el bosque la solitaria pradera. Las bajas nubes lamían la húmeda hierba cada poco tiempo, ocultando su ansiado premio bajo el denso manto gris. Kidd estudió todo el desprotegido terreno.


A pesar de su fuerza y de su poder, no acababa de confiar en aquellos retorcidos humanos. Mejor evitar trampas y trucos extraños.


Llevaba ya dos horas acechando la pradera. Estudiando cualquier movimiento, cualquier sonido o cualquier indicio de que hubiese alguien aparte de él en el lugar. Nada había llamado su atención todavía. Finalmente tomó la decisión de que allí no había nadie de quien preocuparse y que podía recoger su premio sin problema alguno.


Alzándose de su escondite comenzó a andar hacía su botín saliendo de entre los árboles. Una lechuza gris oscuro ululó en la oscuridad que le rodeaba y Kidd aceleró el paso ligeramente emocionado. Siempre se emocionaba cuando se dirigía a conseguir su premio. La excitación de lo que encontraría, la satisfacción de una victoria, la alegría del dragón al ver aquel conocido brillo dorado.


Por fin llegó al borde de su tesoro y se paró en seco mientras sentía sus botas de cuero negro hundirse en la hierba.


Su alegría se desvaneció en un instante.


Su presa estaba allí.


Pero en vez de estar despierta y aterrorizada por su presencia como debía de ser, el chico estaba inconsciente y patéticamente tirado sobre las bolsas de su tesoro como otro trasto más. Kidd maldijo entre dientes, irritado. Como dragón adoraba ver a sus presas temblar de miedo, ayudaba a mantener su enorme orgullo como bestia legendaria, y, el ver al otro inconsciente y posiblemente drogado, simplemente le quitaba toda la diversión y le cabreaba.


¿Cabreaba?


Kidd frunció el ceño dándole vueltas al sentimiento. ¿Por qué estaba tan irritado? Algo en su mente le decía que no era únicamente el orgullo del dragón lo que estaba provocando el enfado, sino aquella parte en su mente que la última vez había intentado acallar. Aquella parte que seguía peleando y que estúpidamente se apenaba por ver al otro así, por ver a semejante hombre, al primero que había conseguido herirle, drogado patéticamente a sus pies. Aquella parte demandaba ver al otro consciente de nuevo, verle pelear manteniéndose sobre sus dos piernas y poder volver a hundirse en aquellos ojos del color de la plata.


Un instinto sobreprotector surgió en él y parado en medio de la colina aún inmóvil quiso de repente la sangre de quien le había hecho eso al hombre de ojos grises.


Pero entonces se dio cuenta de lo que estaba pensando y se golpeó mentalmente. Con fuerza. Y volvió a encerrar aquella parte rebelde de su mente en lo más profundo de su conciencia para que nunca volviese a salir. Aun así, todo esto le estaba preocupando cada vez más. El moreno era su enemigo, la persona a la que quería torturar. ¿Porqué esa parte de su mente pensaba de tal manera? Nunca había tenido semejante conflicto en su interior, ¿a qué se debía?


Kidd suspiró. No era el momento para hacer análisis de conciencia, y por mucho que quisiera, tampoco podía hacer nada contra la situación actual: el chico estaba inconsciente, si no le gustaba, se aguantaba y se jodia, no podía quedarse mucho tiempo en aquel páramo poco defendible.


Así que, saliendo de su momentáneo trance, el hombre se transformó en el enorme y brillante dragón de color escarlata, y se estiró ligeramente en el frío de la noche para quitarse el entumecimiento después de las dos horas de guardia: abrió sus enormes alas metiéndolas en las densas nubes de niebla hasta que sus escamas se empaparon con la humedad de estas, su larga cola batió el aire con un sonido silbante y su cabeza plagada de escamas se alzó alta y orgullosa en la noche.


El pelirrojo tomó entonces las bolsas y al chico entre sus garras, con delicadeza de no romper nada ni a nadie, y levantó el vuelo suavemente con un ligero impulso contra el suelo.


El viaje fue más corto que la otra vez, después de todo, había elegido aquella localización justamente por la proximidad a su cueva, por lo que al poco tiempo aterrizaba con facilidad en la entrada, dejaba todo en el suelo a su alrededor y se transformaba de nuevo en su forma humana.


Lo primero que hizo por seguridad, fue revisar al chico por si llevaba armas o alguna otra cosa que pudiese usar en su contra. Encontró un pequeño y antiguo puñal en la bota, cuchillos en el interior de la chaqueta larga de piel que llevaba, y alguna que otra afilada daga escondida entre pliegues de la camisa. Y todas desprendían aquel horrible olor a metal viejo y maldito que tanto odiaba. Sin dudarlo las tiró por el enorme barranco que había a la entrada de la cueva y que hacía las veces como medida disuasoria para muchos de los que intentaban cazarle.


Luego cogió al chico sin cuidado bajo el brazo, y entró en su cueva sin mirar atrás. Curiosamente el hombre pesaba menos de lo que había pensado el dragón, aunque Kidd claramente pudo distinguir los potentes músculos bajo su ropa mientras le agarraba, pero aún así estaba demasiado delgado para un humano de su tamaño. ¿Seguro que estaba bien? El pelirrojo le estudio mientras seguía recorriendo los recovecos de su cueva con el otro tan inmóvil en sus brazos que parecía casi muerto, algo que, a Kidd, curiosamente, le enfadaba de nuevo.


Y es que el otro no iba a morir hasta que él no se vengase, pensó el viejo dragón recordando sus intentos de tortura e intentando acallar a la voz de protesta que surgió en consecuencia.


Pero entonces llegó a la pequeña mazmorra que había construido hacía siglos y que nunca había tenido el placer de usar. Los desgastados barrotes de hierro retorcido en la puerta se abrían solamente con una orden suya, y los grilletes en su interior eran tan resistentes que ni siquiera un gigante sería capaz de partirlos.


Kidd dejó allí al chico y le ató a los grilletes que colgaban del techo de tal forma que el hombre no pudiese ni  tumbarse ni sentarse. Incómodo y doloroso. Kidd no planeaba de todas formas dejarle allí mucho tiempo, después de todo tenía planes dolorosos y tristes para él. Pero aquello el hombre no lo iba a saber y sufriría allí colgado sin saber cuándo le iban a bajar.


El pelirrojo entonces, satisfecho con su trabajo, cerró la puerta a su espalda y contempló por primera vez al moreno a través de los hierros de extrañas formas.


El hombre seguía dormido y sus extraños ojos grises estaban ocultos por aquellas largas pestañas negras que tenía. Su respiración era calmada y tranquila seguramente debido a las drogas recorriendo su sangre, y su ropa negra resaltaba bajo la luz de la velas aquella piel tostada por el sol del sur. El humano no era de la zona, de eso la bestia estaba segura, lo que le traía a la mente la pregunta de qué hacía entonces allí. Cada vez más curioso el dragón siguió estudiando a su prisionero. Su cara tenía aquellos rasgos afilados y elegantes de alguien que ha conocido el poder toda su vida, y aquella extraña perilla que llevaba le daba un toque rebelde y atractivo que seguramente traería a las mujeres de cabeza allá donde fuese.


Kidd frunció el ceño sintiendo algo retorciéndose dentro de él, una sensación de irritación junto a otra que no acababa de reconocer: algo no cuadraba allí, pero el viejo dragón no acababa de saber el qué.


Cambiando el peso a su otro pie volvió a estudiar al hombre, esta vez estudiándole seriamente en vez de por mera curiosidad como hacía antes. Su cabello suave y negro como la noche en la que tanto adoraba volar, los extraños tatuajes que se veían por debajo de la camisa blanca que llevaba y que al parecer se extendían hasta sus man-


Kidd abrió los ojos sorprendido.


Las heridas. No estaban.


Se acercó a los barrotes aún más y confirmó lo que sus ojos veían. No estaban, aunque en sus memorias el dragón veía las ampollas en sus enrojecidos dedos como si se las acabase de hacer hacía un instante.


Y aquello simplemente no era posible, las heridas hechas por fuego de dragones nunca sanaban, al menos en los humanos, lo que quería decir que...que aquel hombre no era humano. Era uno de los suyos, un ser bendecido con el poder de la magia e inmortalidad.


¿Pero entonces por qué le atacaba? Nunca le había atacado alguna de las otras criaturas, había como una especie de pacto de no agresión entre ellos, suficiente tenían ya con los humanos ¿Y qué sería? ¿Un demonio? ¿Un elfo negro? ¿Un cambiante? No reconocía ninguna característica de las otras criaturas, pero si podía adquirir una forma humana debía de ser bastante poderoso.


Kidd se quedó fascinado contemplando a su reciente prisionero y tramando mil teorías. Al final se dio un golpe mentalmente por segunda vez en el día. Daba igual lo que fuese, la cosa es que le había atacado y había osado herirle.


Y tenía que pagar las consecuencias.


No cambiaba nada, salvo el hecho de que tendría que andarse con más cuidado a la hora de tratar con él. Dándose la vuelta todavía frustrado con su propia mente traicionera, se alejó del lugar para volver a la entrada de la guarida a por su querido oro.


Lo dejaría en su sitio junto con el resto del tesoro, comería algo, se quitaría los molestos puntos de la herida y después...bueno, después pensaría en qué hacer con su querido invitado.


 


 


 

Notas finales:

Bueno, pues ya estan juntos, os prometo que el siguiente sera más...devertido o por lo menos mantendran la primera conversacion seria XD

En fin, espero que os haya gustado, sin embargo me gustaria aclarar algunas cosas (por si acaso).

Primero, lo de la pocion, es cierto y a la vez no lo es, quiero decir, es cierto que las plantas que echaba Law a la pocion antiguaamente se usaban para curar cicatrices y quemaduras, o las del libro para matar a gente (preguntarle a Socrates XD) pero no se os ocurra intentar hacerlo en casa, en serio, no seais tan idiotas y os enveneneis vosotros o enveneis a alguien ¬¬

En segundo lugar, el nombre del fic, "Ignis Draco" es "fuego de dragon" en latin antiguo, o al menos según mi hermana que lo estudia, aunque a saber realmente lo que es XD

En fin, no me enrollo más. 

Gracias por leer guapos. 

Un beso


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