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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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 —No puedo creer que tengamos que salir otra vez.


   —Alger es un imbécil —gruño Wolfang y le entregó un vaso con agua a Tadder, junto a unas pastillas para que se las tomara. Al final, él si acabó en su consulta rogándole por anti inflamatorios—. Ese hombre no entiende que sólo me estará dando más trabajo con esto.


   —Lo siento —murmuré, como si de verdad tuviese alguna responsabilidad en ello, aunque nada de eso fuese mi culpa. Aun así, sentí que debía dar explicaciones. Wolfang me sonrió y me dedicó una mirada pícara tras los lentes. Él era al que más parecía molestarle todo esto. Y lo entendía. A mi también me mataban las ganas de dejarme follar por él, y Cuervo lo había impedido con su estúpida misión.


Todo mi equipo estaba ahí, esperando órdenes. Los once hombres se veían cansados y somnolientos, estaba seguro que muchos de ellos ni siquiera habían alcanzado a comer algo antes de volver a salir. Apenas habíamos regresado hace un par de horas.


Había más hombres, más equipos a los que Cuervo podía enviar a la frontera y, aun así, él nos escogió a nosotros. Estaba seguro que tan sólo lo había hecho para joderme el día.


Quizás por eso me sentía responsable.


La puerta se abrió y el bastardo de Cuervo asomó por ella, traía una de esas asquerosas sonrisitas suyas dibujada en el rostro y se veía de mejor humor que hace un rato. De seguro él estaba disfrutando esto. Todos nos formamos en una fila cuando le vimos entrar.


   —Bueno —dijo, paseándose delante de nosotros, recorriendo la fila de un lado al otro con pasos lentos y pesados—. Como seguramente ya escucharon, les toca ir a la frontera. Nos llegaron rumores de una pequeña comunidad en la que algunos estarían tratando de cruzar. Ya saben que su trabajo es evitar eso, ¿no?


El "sí" se oyó fuerte y al unísono en el lugar. Él nos tenía como unas malditas máquinas, lo sabía mejor que nadie. A veces, solía creer que era el único que se daba cuenta de ello y aun así no era capaz de hacer nada. Supongo que seguir las órdenes de este hombre es lo mejor que tengo. Lo único, en realidad.


Pero por las noches fantaseo con arrancarle la cabeza.


   —El camión ya está afuera. Saldrán en cinco minutos —prosiguió él y sonrió. Conozco a este hombre desde hace casi treinta años, pero no fui capaz de entender a qué se debió esa sonrisa repulsiva que se dibujó en su rostro en ese momento. Cuervo se ve mal cuando sonríe, su cara es demasiado dura e inhumana como para que él pueda verse feliz como una persona normal. A veces, verle sonreír me perturba un poco—. Pero ha habido algunos cambios —dijo y me miró. Sí, me miró descaradamente y pude presagiar más o menos lo que estaba a punto de decir. No lo adiviné en realidad, pero logré darme cuenta de que era algo que iba a perjudicarme. Este conflicto con él no era sólo mío, Alger también disfrutaba jodiéndome la vida. Sólo que él siempre lo ha hecho por diversión, porque no sabe hacer otra cosa más que arruinar la existencia de las personas que le rodean. Es un ser nefasto, un maldito cáncer y el hijo de puta más grande que he conocido—. Branwen no irá de líder en esta misión. Lo hará Singh —Sólo entonces comprendí el porqué de esa estúpida sonrisita, sonrisa que, cuando volvió a mirarme, pareció ampliarse. No dije nada, no me moví, no reaccioné. No iba a darle en el gusto a este bastardo. No hoy. Me daba igual que me relevara del puto cargo. Miré a Francis Singh y él también estaba sonriendo. Lo único que me preocupó realmente de todo esto fue él. Él era un imbécil monumental. A su mando, todos acabaríamos como comida de infectados para esa misma tarde.


Algunos murmullos suaves de molestia se escucharon en el lugar. Supe que muchos de mi equipo no estaban de acuerdo con la decisión de Cuervo, pero ninguno de ellos se atrevía a contradecir su palabra. No los culpé, cómo iba a hacerlo.


   —Debes tener cuidado extra con Singh —me dijo Wolfang cuando estábamos en la puerta, a punto de marchar. Él debía quedarse aquí, no era parte de ningún equipo, sólo el médico del escuadrón y una especie de supervisor para Cuervo, aunque pasaba por alto la mayoría de las atrocidades que ese sádico hacía a su gusto en este basurero. Wolfang pertenecía a la misma clase de persona de mierda que mi padre, pero me gustaba; follaba como un dios—. No tiene juicio, no dudará en llevarlos a todos al suicidio. Tendrás que saber coger al toro por los cuernos cuando piense en hacer algo estúpido.


   —Lo sé —dije y me acerqué a su oído para susurrar—: Aunque ahora mismo me gustaría cogerme a otra clase de toro.


   —Tú quieres matarme, ¿verdad? —masculló. Su voz casi se escuchó como un gemido sobre mi mejilla—. Ven a verme apenas llegues de esta misión —ordenó. Era nuestro juego; él acostumbraba darme órdenes y yo acostumbraba obedecerlas—. Sin peros.


   —Sin peros —repetí y mordí el lóbulo de su oreja. Luego me aparté de él y corrí hacia el camión. Ya era momento de partir. 


       


La salida no estuvo exenta de problemas. Nos topamos con algunas hordas en el camino, pero nada que no pudiéramos manejar. Nos prepararon durante años para una situación como esta y un par de meses para esta situación en particular; nos entrenaron a cada uno de nosotros como máquinas listas para rebanar y cortar. Éramos monstruos con la misión de mantener el orden impartiendo caos como se nos diera la gana. Y eso me gustaba. De alguna forma, todos éramos más libres ahora. La peor cara de esta sociedad de mierda salió a la luz con este virus y las intenciones estaban más visibles que nunca.


El mundo es más honesto ahora que los muertos caminan.


   —Espero que sean muchos los que estén tratando de escapar —Francis dio un golpe con un bate contra la lata del camión. Siempre traía ese bate consigo. Tenía una teoría sobre este idiota: que él solía ser el típico aficionado a las películas de muertos vivientes, esas donde los protagonistas parten cabezas con bates, fierros y cosas así. Era cosa de verlo luchar, el muy hijo de puta lo hacía como si de verdad amara este trabajo. No sé cómo acabó aquí en E.L.L.O.S, tampoco me interesaba averiguarlo—. Tengo ganas de partir algunos cráneos.


   —¿Cráneos de civiles? —pregunté, con un rastro de ironía en la voz—. ¿Cuervo te dio permiso acaso para asesinar civiles a gusto? —Ya sabía la respuesta, Cuervo no había hecho ningún comentario sobre eso. A él le gustaba mirar a la cara a las personas antes de matarlas, le gustaba buscar qué podía obtener de ellos, si había algo que se pudiese salvar o potenciar. Cuervo sacaba lo peor de la gente y era un genio a la hora de crear soldados fieles que acatarían cualquier orden que él les diera. No sé cómo lo hacía, no sé cómo los métodos de tortura que usaba eran tan eficientes, pero lo lograba; los volvía locos, los sometía y los dejaba como perros sin voluntad y sin alma. Y de alguna manera, había cierto arte en eso. Era maravilloso.


   —No, pero qué importa. Él no tiene por qué saberlo. ¿O irás de cotilla? —se rió.


   —Jódete, Singh —gruñí.


Estaba esperando el momento en que se le ocurriera hacer una locura para poder darle una paliza con toda la justificación del mundo. Iba a hacerlo con gusto.


   —Eh... —Tadder me dio un codazo para llamar mi atención. Lo miré—. ¿Le partimos la cara esta noche? —preguntó. Solté una risa.


   —A este paso voy a matarlo —contesté y él también se rió, como si mis palabras fueran una broma. No lo eran. Lo deseaba, me encantaría golpear a ese bastardo hasta romperle la cara, o plantarle un par de balas en la cabeza.


Pero la muerte es demasiado buena para basuras como Francis.


La frontera era el único lugar de este mugroso país que parecía seguir igual que antes. No había infectados aquí, ni tampoco personas, no a simple vista al menos. Cuando bajamos del camión, el lugar estaba tan vacío que llegué a dudar sobre lo que dijo Cuervo y barajé la posibilidad de que el hijo de puta hizo esto sólo para molestarnos, no sólo a mí, sino que a todo mi equipo. Subí la cremallera de mi chaqueta y escondí mi cuello bajo el cuero. Hacía un frío de mil demonios ese día.


Francis exhaló con fuerza y sonrió.


   —Vamos, cazadores. A cazar —dio la orden y entonces todos comenzamos a correr. Era una estupidez, pero creo que ésta era mi parte favorita de las capturas. Corríamos para calentar los músculos, para encender los sentidos y mantener los cuerpos en estado de alerta, pero también para advertir a los pobres idiotas que pudiesen estar cerca, les dábamos una oportunidad de escapar, o de intentarlo. De todas formas, no descansaríamos hasta tenerlos encerrados en nuestros calabozos. Así era la nueva ley de la selva. Y esta ley, estas carreras, estas capturas, esta adrenalina, me hacían sentir vivo.


Corrimos colina arriba durante algunos minutos más y por cada metro que avanzaba, por cada roca que escalaba, la idea de que Cuervo nos estuviese mintiendo desaparecía y me sentía más cerca de lo que fuera que viniésemos a encontrar. Era casi un instinto, se podía oler la sangre, el miedo y la angustia de los pobres diablos que no tenían a dónde ir. Y joder, no podía evitarlo, pero de alguna forma lo disfrutaba. Disfrutaba estos juegos, disfrutaba la desesperación.


Paramos en seco, entonces al suelo y a camuflarnos en la nieve. Funcionábamos en conjunto, oíamos y veíamos lo mismo. Había gente cerca y estaban siendo demasiado ruidosos como para que doce de nosotros no pudiésemos escucharlos.


El aire estaba blanco, no transparente ni borroso; blanco de verdad por culpa de la nieve levantada por el viento y eso dificultaba nuestra vista, pero no lo suficiente.


   —Son dos, están a las una —murmuró Francis, que estaba a mi lado—. Dispárale al más alto, tú tienes mejor vista —ordenó. Él era el líder de esta misión, y, al comprobar dos figuras en la dirección que él me indicaba, no encontré para nada descabellada la idea de darle al más grande primero. Busqué mi arma y apunté—. ¡Ya!


Disparé. Tenía buena puntería, no solía fallar mis tiros. Pero esa vez lo hice.


   —¡Arriba! —gritó Francis, pero yo tardé un par de segundos más en levantarme. No le había dado a mi objetivo, no. Yo apuntaba al chico más alto, pero el otro imbécil, de alguna forma se percató de mi presencia y se interpuso en el disparo. Ahora el hombre equivocado estaba herido en el suelo.


Corrimos hasta ellos.


Ese tipo había intentado proteger al otro chico y continuó haciéndolo incluso después de haber recibido un disparo. Ambos estaban en el suelo, pero sólo uno de ellos estaba sangrando. Y era el hombre incorrecto.


Nos acercamos y ellos ni siquiera se movieron; se quedaron ahí, quietos, abrazados como un par de niños que temblaban por el miedo. Ni siquiera intentaron defenderse. Quizás ya sabían que estaban atrapados.


   —Apuesto a que Cuervo querrá al rubio para él —dijo Francis e hizo un gesto. El resto de  nosotros apuntó a la parejita con todo lo que teníamos. Sé muy bien que él ni siquiera pensó esa frase antes de sacarla de su boca, pero había algo de razón en ella; no sabía qué era, pero a primer vistazo, ese chico rubio al que le había disparado parecía la clase de persona a la que Cuervo le encantaba molestar. En ese momento no entendí a qué se debió esa sensación, fue una especie de corazonada, un presentimiento, quizás el mismo que tuvo Francis para elegirlo.


El chico que no estaba herido se levantó con las manos en alto apenas escuchó hablar a Singh.


   —Señores, cálmense —comenzó, pero Francis era esa clase de persona que no sabía escuchar a nadie ni mucho menos calmarse cuando tenía el bate en la mano. Tadder y yo cruzamos una mirada y reímos por lo bajo. Lo que sea que él dijera, con el imbécil de Francis no iba a funcionar—. Tenemos mucha comida aquí dentro e incluso algo de dinero, aunque no creo que eso les sirva para algo ahora. Llévenselo todo, pero déjenos en paz —En ese momento, el resto de mis compañeros se echó a reír ruidosamente. Fue casi involuntario. Había algo muy gracioso en observar a la gente tratando de salvarse de algo que era inevitable.


Creo que Francis era el único de nosotros al que no se le escapó una risita si quiera. Estaba sonriendo, sí, pero el resto de su expresión estaba seria, jodidamente seria, peligrosamente seria. Peligroso para ellos, no para nosotros.


   —¡Oh, chico! —exclamó Tadder cuando Francis se le lanzó encima al pobre tipo que había hablado y comenzó a golpearle con el bate, justo en la pierna, donde al parecer tenía una herida—. ¡Dale duro, Singh! —le animó y entonces me miró, para que yo también me les acercara y les rodeara—. Será un idiota, pero sabe muy bien cómo dar una paliza —me dijo y elevó las cejas rápidamente, una y otra vez. Me reí, ese gesto siempre me sacaba una carcajada—. ¡Mira! ¡Lo ha apuñalado! —celebró.


   —¡Ethan! —El otro chico herido intentó ayudar a su amigo y salvarlo de la paliza de Francis. Joder, incluso en ese estado. A eso le llamo lealtad.


   —¡Quítate! —Y Francis nos miró, sin dejar de golpear a su objetivo, que sólo estaba en el suelo tratando de amortiguar los golpes del bate que recibía, sin mayor éxito. No había nadie que pudiese escapar de la locura de este hombre. Algunos de mis compañeros comenzaron a darle patadas también. A este paso, ese chico iba a llegar hecho puré a la guarida.


Entendimos la señal de Francis inmediatamente, esa sola mirada bastó para que Tadder, Zack y yo cogiéramos al chico que intentaba defenderlo y sacarlo de ahí. Incluso con una maldita bala incrustada en su hombro, el idiota no dejaba de moverse.


   —¡Suéltenme! —gimió y continuó luchando para alcanzar a su amigo que, seguramente, ya debía estar inconsciente o demasiado herido como para poder moverse. Y eso era en el mejor de los casos—. ¡Ethan!


   —¡Dale un golpe en la cabeza! —le gritó Tadder a Zack, él obedeció y le golpeó la nuca con el mango de su pistola. Y cómo era de esperarse, el escandaloso chico se desmayó inmediatamente—. Parecía un perro chillando, demonios —gruñó. Todo el peso de ese chico cayó sobre mí cuando tanto Tadder como Zack le soltaron y se alejaron, haciéndose los desentendidos.


   —¡Ya vámonos, Francis! —le gritaron—. Coge al otro imbécil y mételo al camión.


Mis brazos dieron un tirón, se sentía como si no estuviese cargando a un inofensivo y flacucho chico llorón, sino un maldito elefante. Lo tomé con más fuerza y me lo llevé al hombro, para poder caminar tranquilamente.


Francis por fin dejó al otro tipo en paz, tirado en el suelo y ensangrentado, posiblemente muerto o al borde de la muerte. Escupió al suelo y gruñó una maldición en voz baja.


   —Nah —dijo—. A este no lo llevaremos. ¿Cuervo quería una advertencia, ¿no? Pues aquí está.  Que se muera en la puta nieve.


   —Creo que ya lo mataste de todas formas —rió Zack cuando Singh les alcanzó. Francis sonrió, como si matar a un pobre imbécil hambriento y llevarse a otro herido fuese la gran cosa. «Una jodida hazaña», debía estar pensando él.


   —¿Y éste? —me preguntó Francis, bajando el paso y caminando unos segundos a mi lado—. ¿También está...?


   —No —contesté—. Zack sólo le ha dado un golpe en la cabeza —Si no por qué lo estaría cargando, idiota—. ¿Quieres llevarlo tú? —le pregunté, riéndome con toda la ironía que podía sacar de la voz—. La misión está a tu mando, así que en teoría tú deberías hacerlo.


Francis limpió con su chaqueta los restos de sangre que quedaban sobre su bate y me miró, sonriendo. Pero sus ojos echaban humo.


   —No, gracias —contestó y por su mirada entendí que algo le había molestado. Supongo que él había comprendido mi sarcasmo. Me pregunto cuántas neuronas quemó para entenderlo—. No quiero cargar a ese idiota, está lleno de sangre y ya limpié el bate. No quiero estropearlo —se adelantó, desentendiéndose, como todos los demás. No sé en qué estaba pensando Cuervo cuando lo nombró líder de la misión. Ah, sí. Seguramente sólo quería molestarme—. Además... volteó esta vez para darme un vistazo de arriba abajo—. Ambos se ven lindos —se burló.


Si no hubiese tenido las manos ocupadas sosteniendo a ese chico, juro que le habría partido la cara a Francis Singh en ese mismo instante.


 


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