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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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 —¡Abran paso! —Francis canturreó al abrir la puerta del camión, anunciando nuestra llegada a toda la base. Tomé en brazos al revoltoso chico que habíamos atrapado hace unas horas y noté que estaba dormido, al fin. El muy maldito no había tardado en despertar y gastó todas sus energías en la primera hora de viaje, gritando y pataleando, golpeando e intentando liberarse. Jamás había visto tanta vitalidad en un prisionero. Generalmente, cuando les capturas, las personas suelen asustarse y entregarse a su destino, suelen rogar por su vida, suelen llorar y lamentarse por su mala suerte. Pero este desgraciado montó una verdadera pelea al interior del camión, todos y cada uno de los ratos en los que estuvo despierto. Incluso me arañó y mordió, el muy cabrón.

Normalmente capturábamos a más personas en cada una de nuestras misiones, pero con éste era suficiente. Habíamos dejado un mensaje claro al llevarnos a uno de ellos y dejar agonizando al otro: «no se acerquen», quería decir. Y estábamos seguros que ese mensaje llegaría.

Cuervo nos esperaba en la puerta.

   —¿Qué traen ahí? —preguntó cuando pasé por su lado, con ese tonito que solía usar cuando algo le llamaba mucho la atención—. Uh, ¿sólo uno? —pasé por la puerta, sin tomar en cuenta sus palabras. El protocolo era uno en todos estos casos; a la enfermería, directamente. Wolfang debía hacer su magia antes de ingresarlos a los calabozos. La primera prueba de supervivencia—. ¿Por qué no lo llevas directo a mi habitación, Branwen? —dijo.

   —Porque Wolfang aún no ha hecho su trabajo —fue todo lo que respondí. Maldito cerdo. El chico ni siquiera estaba despierto.

   —Podríamos hacer una excepción... —susurró, de manera que sólo yo pude oírle. No respondí, seguí caminando y casi sentí pena por el chico que tenía en mis brazos. Más le valía morir durante los primeros dos días, porque si sobrevivía, su vida se transformaría en un infierno.

Un par de ojos azules y apagados tras unos lentes me quedaron viendo fijo cuando entré:

   —Pensé que tardarían más —masculló Wolfang. Estaba sentado frente a un ordenador y acababa de bajarse los cascos para colocarlos alrededor de su cuello—. ¿Tienes que cargar como una princesa a ese?

Sonreí. ¿Qué fue esa estupidez? Casi parecieron celos.

Caminé hasta una camilla y tendí al chico.

   —Es que este muerde —contesté—. Debo tenerlo bajo control.

   —Está dormido.

   —Podría despertarse en cualquier momento y montar un escándalo.

   —Estás exagerando... —Wolfang caminó hasta el mesón donde guardaba toda la mierda que le inyectaba a los presos cuando ingresaban aquí. Nunca me he atrevido a preguntar qué demonios es lo que les mete, pero estoy seguro que debe ser alguno de sus experimentos, una nueva droga, o una mezcla de todas las que existen, no lo sé—. Éste ni siquiera está en condiciones de morder a alguien —preparó la mezcla y golpeó con sus dedos la jeringa un par de veces, antes de clavarla en el brazo del chico. Sonrió de medio lado mientras lo hacía; sonrisa típica suya cuando está planeando algo—. ¿Sólo es él? —inquirió.

   —Sólo él —afirmé—. Eran dos, al otro lo dejamos medio muerto —mantuve los ojos fijos sobre la aguja que Wolfang sostenía en la mano cuando le vi llenar la jeringa por segunda vez—. ¿Qué estás haciendo?

Se encogió de hombros.

   —Creí que vendrían con más, así que preparé más mezcla.

   —Vas a matarlo si le inyectas todo eso.

   —Esa es la idea —dijo y me miró fijamente mientras le inyectaba la segunda dosis. Bueno, quizás era mejor para él si moría hoy mismo. El chico se retorció en la camilla por un sólo segundo, era la respuesta de su cuerpo dormido reaccionando a la mierda de Wolfang. Todos lo hacían.

   —Bueno, que en paz descanse —Wolfang terminó de inyectarle y tiró la aguja al basurero. Se quitó el delantal blanco y lo dejó colgando sobre su silla, se relamió los labios y se me acercó—. ¿En qué estábamos hace un rato? —preguntó.

   —Horas, querrás decir —retrocedí sobre mis pasos y dejé que me acorralara contra una camilla. Era un juego que ambos teníamos: el gato y el ratón, solíamos matar el tiempo jugándolo en todas partes; en los corredores, a la salida del baño, en cuartos secretos que sólo nosotros conocíamos y en esta enfermería. Era la forma perfecta de no aburrirse en esta base de mierda.

   —Un rato, horas, días... qué importa —me tomó de la cintura con fuerza y enterró sus dedos en ella para levantarme y sentarme sobre la camilla—. Lo importante es que tú y yo tenemos algo pendiente —ronroneó contra mi oído. Oí sus dientes castañeando, como los de un animal hambriento frente a un pedazo de carne. Amaba la idea de ser yo ese trozo de carne. Enredé mis piernas en su cuerpo para atraerlo hacia mí y él mordió mi oreja y arañó los costados de mi cuello—. Voy a follarte justo ahora —me quitó la chaqueta y la camiseta con cierta desesperación y se lanzó a morder mi pecho desnudo.

   —W-Wolfy... —gemí. Él me arañó la espalda.

   —Me vuelves loco cuando me llamas así —jadeó—. Deberías hacerlo más seguido.

   —Vas a malacostumbrarte... —contesté. Se abalanzó sobre mí y metió la mano dentro de mis pantalones. Me estremecí. Sus dedos estaban fríos.

Di un respingo cuando vi que el chico dormido en la otra camilla se movió.

   —Espera —le detuve.

   —¿Ahora qué? —gimió Wolfang.

   —El chico... —me aparté un poco de él cuando vi que se movía otra vez—. ¿Qué demo...? —me lo quité de encima—. Wolfang, el chico está convulsionando —me levanté de la camilla e intenté ir hacia él. Wolfang me agarró del brazo.

   —¿Qué haces, estúpido? —me atrajo hacia sí y me abrazó por la espalda—. Nunca uno había reaccionado tan rápido, pero supongo que es por la doble dosis... —me besó el cuello—. Sigamos.

   —No puedo seguir con ese idiota ahí saltando como un pez fuera del agua.

   —No le des importancia.

El cuerpo de ese chico dejó de moverse un segundo y él pareció despertar. Volteó hacia un lado y comenzó a vomitar. Fue un espectáculo repugnante, y, por la reacción de Wolfang, supe que no era normal.

   —¿¡Qué carajos!? —chilló—. ¡Va a ensuciarlo todo! —me soltó y corrió hasta la camilla donde estaba el chico—. ¡No...no está despierto completamente! —gritó, asustado. Me acerqué a ellos.

   —¿Qué demonios hiciste, Maximus? —Por un segundo, compartí el espanto de Wolfang al ver al chico; él parecía despierto o algo parecido, debía estarlo, pero tenía los ojos en blanco y me pregunté si acaso estaba en ese complicado estado que me hacía oscilar entre la consciencia y la inconsciencia cuando intentaba dormir por las noches. Ninguno de los dos lo tocó ni se le acercó demasiado—. ¿Qué...? —El cuerpo del chico volvió a desplomarse sobre la camilla, como si alguien hubiese pulsado un interruptor que apagó su cuerpo. Miré a Wolfang, pidiéndole explicaciones. Se suponía que los presos dormían dos o tres días con la droga, la mayoría alcanzaba una fiebre tan alta durante esos días que, si no los mataba, los mantenía temblando y sudando hasta la deshidratación. Pero no había oído de nadie que vomitara dentro de los primeros diez minutos. No había oído de nadie que hubiese vomitado antes.

Wolfang sonrió de medio lado

   —Esto es fascinante —dijo.

   —¿Fascinante? —repliqué—. Más bien asqueroso. Suerte limpiando todo eso.

   —Lo viste, ¿no? Él no estaba despierto. Su cuerpo lo tiró todo fuera.

El chico, dormido, comenzó a temblar.

   —¿Va a morirse? —pregunté.

   —Eso lo veremos pronto —contestó—. Pero, en vista de lo que acaba de hacer, es muy probable que este bastardo sobreviva... —cubrió su nariz, intentando tapar el hedor a vómito que se desparramaba por el piso, y se acercó un poco para tocarle la frente—. Ya comenzó a subir la fiebre, eso es normal.

¿Así que sólo había tirado el exceso de droga?

   —Creo que tu intento de asesinato no ha funcionado —me burlé. Él me dedicó una mirada punzante a través de los lentes.

   —Ya lo veremos —clavó los ojos sobre mis labios—. Habrá tiempo de limpiar este chiquero después. ¿Continuamos? —sonrió de medio lado y luego, se quitó la camiseta.

   —Continuemos.

       

    —¿Qué ocurre, mamá? —Una oleada de miedo corrió como electricidad por todo mi cuerpo cuando ella me cogió del brazo y me arrastró a mi habitación. Podía sentirlo, podía sentir el terror quemando las puntas de sus dedos que temblaban y me trasmitían esa corriente.

Cerró la puerta y nos agachamos.

   —Escucha, cariño ... —dijo, con la voz temblando mientras sus manos me obligaban a meterme debajo de la cama. Miró hacia la puerta y respiró agitadamente—. Quiero que te quedes aquí y no salgas.

   —¿Por qué? —pregunté—. Estás asustada, no debo dejarte sola.

Ella miró hacia el umbral otra vez y me sonrió mientras suspiraba:

   —¡Mi pequeño es tan valiente! —revolvió mi cabello y se rió, pero ella no parecía feliz realmente—. Óyeme bien, Branwen, escuches lo que escuches, no salgas, por ningún motivo. ¿Lo harías por mí?

¿Por ella? Por ella sería capaz de hacer cualquier cosa.

   —Está bien —dije.

   —¿Se lo prometes a mamá?

   —Te lo prometo.

   —Bien. No te asustes. Quédate aquí —Un portazo se escuchó en la entrada de la casa y la voz de mi padre gritando llegó hasta donde estábamos—. Cerraré tu puerta con llave. Volveré luego por ti.

Quise salir de esa cama y volver con ella, pero cuando iba hacerlo, ella me detuvo con un gesto.

   —Lo prometiste, cariño —recriminó, con los ojos verdes bien abiertos y brillantes por las lágrimas que se habían empezado a acumular en ellos. Volví a mi lugar—. Buen chico —dijo—. Buen chico.

Apagó la luz, salió y le echó llave a la cerradura. Oí sus pasos alejándose lentamente y luego, por algunos segundos, la casa quedó en completo silencio.

Hasta que los gritos volvieron.

   —¿¡Dónde estuviste toda la tarde!?

   —Llevé a Brany a la feria. Había buen tiempo y... —Un sonido seco tapó y calló las palabras de mi madre. Di un respingo bajo la cama y oprimí los puños, sin saber muy bien el porqué.

   —¿¡Gastas mi dinero llevando a ese niño a la feria!? —gritó mi padre y me estremecí—. ¿¡Quién diablos te crees!?

   —No puedes pretender que se quede todas las vacaciones encerrado —Ella alzó un poco la voz, pero enseguida bajó el tono y dijo—: es un niño, Alger, tiene que divertirse.

   —No, no tiene que hacerlo. ¡Suficiente es para esa mierda que lo hayas recogido del basurero en el que lo encontraste! —respondió mi padre, y por un momento, oí su voz tan cerca que creí que había entrado por la fuerza a mi habitación. Todo mi cuerpo temblaba y apreté los ojos para no llorar. Mamá había dicho que yo era valiente. Los chicos valientes no lloran.

   —¡No hables así de él! —gritó ella y enseguida, otro golpe la hizo callar—. ¡Ay! —chilló y cayó al suelo. Oí otro golpe, y otro—. ¡Déjame!

   —¡Yo hablo lo que se me da la gana! —Mi padre era un monstruo que gritaba muy alto.

   —¡Basta, Alger! —Mamá estaba llorando—. ¡Me duele!

   —¡Cállate, zorra! —Mis puños apretados golpearon sin querer el suelo cuando oí el quinto golpe. Mi madre volvió a quejarse, pero al parecer sólo yo podía oírla. Escuché más golpes y cubrí mis oídos para no oírla llorar, pero su llanto era escurridizo, se filtraba entre mis dedos y se metía en mi cabeza. No lo soporté más y yo también empecé a lloriquear. Nadie me estaba viendo, de todas formas.

Lloré hasta que mamá dejó de gritar y hasta que los ruidos y golpes se acabaron. La puerta de la entrada principal se escuchó otra vez, cerrándose, pero aun así no salí del lugar en el que estaba; con la boca tan cerrada y apretada que creí no podría volver a hablar nunca más, mis manos aun cubriendo mis oídos y las rodillas temblándome sin que pudiera controlarlas.

 

 

   —Hey, ya deja eso —Un movimiento brusco me trajo nuevamente a la realidad. Abrí los ojos y los sentí calientes, pero no estaba llorando—. ¿Estás bien? —Wolfang estaba a un costado de mi cama y me miraba con una expresión curiosa en el rostro—. ¿Una pesadilla?

Me pasé la mano por la frente. Estaba sudando.

   —¿Qué hora es? —fue mi respuesta.

—Lo suficientemente tarde como para que yo tuviera que entrar a tu habitación a despertarte —contestó. Aparté los últimos recuerdos del sueño que había tenido y me levanté para vestirme—. Aunque..., podríamos perder el tiempo un poco más.

Me metí en las botas y le lancé la mirada más odiosa que tenía.

—Es tarde, Wolf.

—Lo sé, lo sé —puso los ojos en blanco y se dirigió a la puerta, levantando las manos en son de paz—. Hoy tienes guardia, lo sé —me esperó en el umbral y sonrió—. Además, creo que te llevarás una sorpresa.

—¿Una sorpresa? —sonreí y le seguí por el pasillo. Hoy era viernes, el día más relajado de toda la maldita semana. Debía estar en el área de los calabozos durante toda la tarde y noche. Un trabajo aburrido, pero la tranquilidad es algo que se agradece durante estos días.

—Adivina quién despertó esta mañana —canturreó. Comenzamos a bajar las escaleras y tardé algunos segundos en procesarlo. No podía ser.

—¿El chico del otro día?

—Ajá.

—¿Al que trataste de matar inyectándole una doble dosis?

—Ajá —repitió.

—Pero si ni siquiera han pasado dos días —dije. Wolfang volteó hacia mí.

—Y con todo lo que le inyecté, debió haber dormido una semana. ¿Genial, ¿no? Es la primera vez que ocurre.

El frío y sucio pasillo de los calabozos nos recibió. Habíamos llegado.

—¿Está aquí? —pregunté.

—Sí, ¿por qué?

—Sólo por curiosidad.

—¡Sal de ahí, cabrón! —Ambos nos detuvimos cuando oímos voces en el pasillo. Wolfang soltó un silbido de asombro.

—Bueno, tu padre no parece perder el tiempo —murmuró.

—¡Suéltenme, hijos de...! —Un sólo golpe seco le obligó a callar. Se estaban llevando a uno de los prisioneros, eso era típico de este asqueroso lugar, típico de Cuervo. Con el tiempo, ese desgraciado sólo había empeorado su carácter, este virus había sacado lo peor de él, sus aristas más oscuras. Ahora no sólo era un maltratador, ahora era un sádico y un cerdo que usaba lo que tuviese a mano para satisfacer sus asquerosas depravaciones y gustos. Por suerte, para mí y para los soldados, eran los prisioneros los que pagaban la peor parte.

—¿E-Ese es...? —balbuceé, observando desde lejos la escena.

—Sí —contestó. Se estaban llevando al chico que habíamos capturado en la frontera, el mismo que me mordió y que había resistido una doble dosis de la mierda de Wolfang, el mismo que había despertado muchísimo antes que cualquiera de los que habían pasado por aquí. Pero dudaba que resistiera otra prueba. No esta. No tan pronto.

—Va a matarlo —dije, pensando en voz alta.

—¿Quieres apostar? —Wolfang me sonrió—. Le tengo fe. Si sobrevive, hoy escaparás de tu turno y pasarás la noche conmigo.

Sonreí de vuelta.

—Hecho.

—¿¡A dónde me llevan!? —gritó el chico, con recargada fuerza. Francis y otro soldado lo sujetaban, o, mejor dicho, lo llevaban arrastrando de los pies mientras él gritaba e intentaba clavar sus uñas al suelo—. ¿¡D-Dónde...!? —Su voz se quebró y cuando pasó por nuestro lado, él y yo cruzamos una mirada que pareció sostenerse en el tiempo. Sentí algo extraño revolviéndome el estómago, yo sabía perfectamente de lo que Alger era capaz, conocía perfectamente el destino de ese chico. No sacaba nada resistiéndose de esa manera. Quise decírselo, se lo dije en esa mirada. Y él pareció entenderlo.

Soltó sus brazos y los apoyó contra su cara, para protegerla de los raspones que el pavimento podía causarle mientras lo arrastraban. Sólo entonces se dejó llevar.

Ese día, perdí mi primera apuesta. 


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