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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Bueno, ahora sí que sí. Aquí está el final. O el anexo del final mejor dicho. Estoy un poco nerviosa. Siempre he añadido epílogos, pero con este he dudado; si no os gusta, quedaros con el final del último capítulo (de todas formas es ahí donde específicamente termina la historia) e ignorad que existe este epílogo, por favor de mi vida xD

Epílogo. Después de diez años, algunas palabras

 

Los invitados lucían sus vestidos de gala y trajes de chaqueta alrededor de las mesas dispuestas en el jardín del hotel; entre risas y copas, acompañados por una suave melodía de violín y piano. Era un ambiente festivo, pero de igual manera relajado; hecho que se agradecía por entero, después de todo, la previa ceremonia de galardones había estado muy reñida e intensa.

Sin embargo, entre todos los presentes, había alguien que desde que llegó no se había encontrado todo lo cómodo que podría. Intentaba mostrarse natural, que no se le notara demasiado; al par de horas, ello empezó a pesarle un poco. Se retiró a un lugar más apartado.

Por suerte, el jardín se dividía en otros más pequeños gracias a setos y arbustos artísticamente podados, por lo que tampoco le hizo falta andar mucho para cobijarse del resto. Se topó entonces con un desnivel, marcado por una barandilla, al otro lado había una fuente. Era lo único que se escuchaba.

Se acercó, se apoyó su mano izquierda sobre el metal. Respiró el aire de la noche y lo retuvo en su pecho el tiempo que se dejó envolver por el fluir del agua. Expiró. Ahora sí podía sentirse un poco más calmado. Dejó en la barandilla un cenicero que se había traído del convite. Se apartó la solapa de la chaqueta y sacó, del bolsillo interior, un mechero y un paquete de tabaco. Con el cigarrillo en la boca, intentó prenderlo un par de veces. Antes de conseguirlo a la tercera, algo vivo dio con sus piernas.

En esas milésimas que tardó en girarse hacia abajo, pensó que tal vez se trataba de un perro, un gato o incluso una ardilla muy gorda, pero lo que encontró fue un niño, de unos cuatro años, con ojos oscuros y brillantes. Ese niño.

–Perdón, señor –le dijo con las manitas sujetas al bajo su elegante camisa infantil–. No miraba –dio así su minuciosa explicación de porqué de se había chocado con él al no estar atento.

Apartó su atención del niño para otear a su derecha e izquierda.

–¿Dónde están tus padres?

–Se perdieron.

–¿No serás tú el que te has perdido? –receló.

–No, siempre se pierden.

Acertó entonces a escuchar pasos que se acercaban, y cierta voz, entonada con una desgana alzada:

–Koshiro. ¿Quieres dejar de esconderte? No tenemos toda la...

De entre los altos arbustos, salió un hombre, de unos treinta años, cabello verde, igual que su barba corta, y tres pendientes dorados en forma de lágrima en su oreja izquierda. Nada más cruzarse sus miradas, ambos adultos se quedaron estáticos, callados, con la mente en blanco. Mientras aquel niño alternaba su atención entre uno y otro sin comprender demasiado.

–Zoro –se acercó una segunda voz–. ¿Lo has encontrado?

Por el mismo sitio que el peliverde, apareció una mujer; vestida de largo, con su pelo negro azulado en un elegante recogido y sus ojos castaños detrás de unas gafas de ver. Ella también se sorprendió al encontrar al otro hombre y, como el niño antes, alternó su atención entre uno y otro. Luego, ofreció una sonrisa amable y se inclinó con los brazos extendidos hacia el más pequeño.

–Ven conmigo, cariño. No puedes estar andurreando por aquí.

El crío fue obediente hasta las faldas de su madre, donde ella le recogió y le tomó en brazos. Le acarició el pelo, oscuro como el de ella, y la mejilla.

–Ahora nos vamos a ir, que papá tiene cosas importantes de las que hablar.

–¿Qué? –saltó el aludido–. Un momento, Tashigi, yo...

La mujer le detuvo con una mano en su pecho. Desde la barandilla dónde permanecía el otro hombre sus palabras no se oyeron muy bien, pero creyó entender que decía "habla con él" en un imperativo cargado de comprensión. Seguidamente, acarició su mejilla como lo había hecho con la de su hijo, le dio la espalda y desapareció. Lo último en escucharse fue la voz del niño diciendo algo así como "pero si papá se queda solo se pierde".

El sonido de la fuente fue el protagonista durante un instante.

Zoro volvió a mirar a Mihawk. En esa última década, las canas habían tomado parte del terreno en el azabache de sus cabellos, algunas líneas de expresión estaban más marcadas; no demasiadas, nunca había sido muy expresivo. Sin embargo, su atractivo seguía intacto, puede que incluso mejorado.

Mihawk, por su parte, no halló en él a aquel joven impetuoso que conoció. La esencia y el aura era la misma, pero años le habían dotado de experiencia y madurez. Se había convertido en un adulto de gran presencia y mirada inteligente.

El peliverde suspiró por la nariz, adecuó su cuerpo a una postura relajada, con las manos en los bolsillos.

–Lo siento si te ha molestado. La niñera nos ha dado plantón en el último momento. Pensábamos que, si le entraba sueño, podríamos pedirle al hotel alguna habitación. No contábamos con que le iba a dar por investigar.

–Descuida. Tampoco he escuchado ninguna pataleta durante los premios, y eso que la ceremonia ha durado dos horas. Es natural que ahora quiera contrarrestar el aburrimiento que ha sufrido.

Una media sonrisa apareció en la cara de Zoro. Adelantó sus pasos.

–Sigues fumando, por lo que veo.

–Es un mal hábito –reconoció y fue otra vez a encendérselo. No obstante, se volvió a interrumpir cuando el peliverde sacó otro paquete de tabaco y puso un cigarrillo en su boca, miró a Mihawk.

–¿Te parece si compartimos uno?

El de las canas le sonrió.

–Claro.

Con sus cuerpos inclinados el uno hacia el otro y sus caras muy juntas, encendió el cigarro del peliverde, después el suyo propio. Ambos dieron una calada, no al unísono, pero sí casi a la par. Zoro se apoyó de espaldas en la barandilla. Miró al cielo, mientras Mihawk le miraba a él. Este último carraspeó un poco.

–Recordaba que tú también fumabas –comentó–. Pero no tabaco.

Al peliverde se le escapó una risa entre dientes.

–Ahora soy padre, tengo que aparentar responsabilidad –otra calada y se apartó el cigarrillo de la boca. Se quedó analizándolo entre sus dedos–. Aunque cuando me pasé a esto no fue muy responsable por mi parte. Fue por el jefe de Tashigi. Ese tío fuma puros de par en par, sin exagerar, y... –se rascó el cogote con incómodo– como que ella me dijo algo de que le parecían elegantes los hombres que fumaban.

Zoro terminó de avergonzarse, más con la mirada Mihawk atravesándole como una flecha.

–Se te ve muy enamorado de ella –comentó de manera suave.

El más joven apartó la mirada, ruborizado.

–Me pasé varios años comiéndome la cabeza; desde que coincidimos en un caso, ella como detective y yo como periodista; no tanto en el sentido romántico. Tashigi se parece mucho a Kuina, ¿te acuerdas de que te hablé de ella? Incluso a veces dice el mismo tipo de cosas –guardó silencio–. Pensé que solo me atraía por eso, que no era capaz de pasar página. Sobre todo, porque a mí me gustaban los hombres y según alguien –empezó a hablar con retintín– la bisexualidad no existe.

–Eso no quita que tengas etapas de experimentación.

–... –se quedó a cuadros–. En cualquier caso: estoy muy bien con ella. Es posible que también esté para que me encierren en un manicomio, pero bueno, la vida es encontrar la persona adecuada que te haga vivir con tu mierda a gusto, ¿no?

Se buscaba escusas y decía chorradas, pero para el otro quedó claro que el peliverde sí quería a esa chica. Se alivió.

–Deberías incluir algo de eso en tus artículos, seguro que a tus lectores les encanta saber de ti y de la relación que tienes con tu compañera de pesquisas.

–No creo que el periodismo de investigación se permita tanta pantomima pseudo-amorosa, ni pseudo-nada.

–Lo dice el que le encanta añadir literatura en todo lo que escribe.

–Yo no hago eso –ni le gustaba ni tenía imaginación suficiente.

–En tu historia sobre la empresa que vertía productos químicos os amenazaban con...

–Fue verdad. Si te refieres a "esa" parte que todo el mundo tachó de película de espionaje, es verdad.

–¿En serio? ¿Y en ese suceso de trata de blancas? Donde os persiguieron a disparos.

–También verdad. No me inventé nada.

–¿Y lo del asesino en serie que...?

–Todo cierto también.

–¿Y...?

–Que te digo que todo es verdad, pesado. Si me lo hubiese inventado me habrían empurado hasta las cejas por calumnias, injurias o yo que sé más. Que lo han intentado, no te creas.

Mihawk se entretuvo con su reacción indignada, casi había olvidado como reaccionaba cuando se le pinchaba de esa manera. Se fijó en la fuente.

–¿Lo echas de menos? –preguntó–. El periodismo deportivo.

Zoro aguardó un momento antes de contestar.

–En ciertos aspectos sí –sus ojos desprendieron un aire de nostalgia–. Pero tampoco volvería –se encogió de hombros–. Demasiados partidos que retratar sin participar en ninguno de ellos. Necesito trabajos como los que tengo ahora para que me suba la adrenalina.

A Mihawk le hizo gracia el comentario.

–Tiene razón, no es un trabajo adecuado para alguien con tanto afán de protagonismo, Cazador.

Zoro se sobresaltó, ese era el apodo que le habían adjudicado entre su tercer y quinto artículo de investigación. Alguien había considerado que lo que él hacía no era periodismo, sino cazar a pobres defraudadores de hacienda e inocentes políticos corruptos, entre otros, de manera que no había faltado gente que se lo llamara así despectivamente. Eso lo había puesto en una diana de mala fama; también de la buena, pero cuando la gente te odia suelen hacerse oír más. Fama al fin al cabo.

–Yo nunca me llamé de esa manera –le apartó la mirada–. Si la gente se aburre eso no tiene que ver conmigo. Lo único que me importa es ser el mejor en lo que hago.

Mihawk hizo una pausa para contemplarle.

–Lo sé. Ese apodo es una medalla que has ganado tú solo con tu trabajo. Puedes sentirte orgulloso.

Por un momento, Zoro creyó que se le iban a saltar los colores, pero no llegó a notar el calor en su cara. Dio otra calada para fingir que ese alago no le había importado demasiado y que sus pulsaciones seguían estables.

–No lo he hecho todo yo solo. Le debo mucho a dos amigos que me apoyaron después de Grand Line. A Tashigi también. Y a Luffy –mostró cierta media sonrisa de suficiencia–. Yo ya me había ganado mi pan antes de que el apareciera para reclutarme, pero si a él no se le hubiese metido entre ceja y ceja que quería superaros no estaría donde estoy.

–Hablas como si ya nos hubieseis superado –le siguió el juego–. En la gala de premios no os he visto subir a ninguno al podio.

–Este es el tercer año que nos nominan como mejor medio de información. Solo es cuestión de tiempo que se den cuenta que vuestra revista está desfasada y la estatuilla le caiga a gente más joven, capaz y emprendedora.

Silencio. Acabaron riéndose los dos.

–"Capaz y emprendedora" –repitió Mihawk–. Recuerdo el tiempo en que nunca se me hubiese ocurrido definir así a Luffy. Ha cambiado mucho.

–¿Tú crees? Para mi sigue siendo el mismo –se quedó pensando con una pequeña bocanada de humo–. Aunque, si miro atrás fue increíble cómo nos reunió para formar su equipo y levantar la Thousand Sunny –suspiró–. Cargó con todo, y no sólo por la revista; que su relación con Law ha dado sus más y sus menos –añadió–. Que si rompían, que si volvían, que si estaban con otro, otra u otros. La peor época fue cuando se dedicaron los dos a desahogarse por teléfono –se quejó cansado–. No terminaba de colgar cuando sonaba otra vez. Para vosotros también sería algo difícil de aguantar.

–No tanto. Desde que se graduó y marchó de casa se llevó con él sus problemas de pareja. También es cierto que en cada visita que nos hacía Shanks y yo apostábamos si estaba soltero o comprometido. Con Law o con cualquiera.

–Ya, me imagino –resopló–. Menos mal que se han estabilizado. No me extrañaría que dentro de nada alguno de los dos le pidiera matrimonio al otro.

–Es muy posible –fumó pensativo en una pausa–. Tal vez empezaron demasiado pronto, eran muy jóvenes. Cuando uno tiene diecisiete y otro veinticuatro, estamos hablando de que uno es un niño y otro un adulto.

Zoro recapacitó sobre ello.

–Sí, ahora que lo dices, con los problemas serios que les vinieron se vio que la forma de tomárselos no tenía nada que ver. Ahora Luffy tiene veintisiete y Law treinta y cuatro. La diferencia de mentalidad no es tan grande.

–O no debería.

Observó a Mihawk, que estaba con su atención fija en la fuente. Sonrió. Se giró para apoyarse de brazos en la barandilla como él. Sus codos estaban muy juntos, aunque no llegaban a tocarse, el cenicero no lo permitía.

–¿Cuánto crees que hubiésemos tenido que esperar tú y yo? –bajó la voz.

Mihawk liberó una nube de humo, dejó que se difuminara en el aire. Correspondió la sonrisa.

–Bastante más –hizo sus cálculos–. Tal vez hasta que tú tuvieses sesenta y yo ochenta.

–Uff... Toda una vida. Incluso ahora nos faltarían treinta años.

–Y, dado el caso, tampoco es que hubiésemos estado en unas condiciones físicas ni psíquicas para disfrutarlo.

Otra risa compartida. Ambos se fijaron en la fuente.

–Por aquel entonces nos dejamos llevar demasiado –comentó el más joven–. Quizás, si hubiésemos pensado un poco más y acostado un poco menos... Aunque también eso era inevitable porque follábamos de puta madre.

Mihawk se atragantó con el humo y empezó a toser. Zoro soltó una carcajada.

–Los años te han vuelto un mojigato, ¿o qué?

–No esperaba tanta franqueza de tu parte –reconoció entre tos y tos.

–Me parece una idiotez negarlo a estas alturas. Era lo mejor que teníamos –se encogió de hombros. Miró al frente. Otra mirada de nostalgia–. Incluso puede que por ello nos lo tomáramos más en serio de la cuenta. Nuestra relación digo, si es que se la hubiese podido llamar así. Después de todo –dejó caer restos de colilla en el cenicero–. Ni siquiera nos dijimos un "te quiero".

Mihawk volvió a sonreír, con nostalgia, con algo de aprensión, de resignación aprendida.

–Zoro.

El peliverde se estremeció. Era la primera vez que le escuchaba pronunciar su nombre en diez años.

–Hay algo que necesito preguntarte, creo que hasta que no lo haga no podré cerrar el círculo.

El más joven se relajó.

–Lo dos estamos curados de espanto, Mihawk –pronunció él también su nombre, percatándose, de soslayo, de que no caía con indiferencia en el otro–. No me tienes que pedir permiso para algo así.

El de las canas esperó un momento.

–¿Por qué nunca me pediste que me divorciara?

Una antigua presión dio en su pecho; ya no era capaz de hacerle daño, no tenía la fuerza de hacía una década, pero se sorprendió al notarla, al reconocerla. Fijó sus ojos oscuros en aquellos dorados que tenía delante. Le sonrió.

–¿Lo hubieses hecho?

Descubrió aquel brillo en sus iris, el mismo que vio la última vez que estuvieron juntos. Después, Mihawk le correspondió la sonrisa. No contestó. Ambos sabían la respuesta, como también sabían que no debían pronunciarla en voz alta. Todo lo que se debía decir estaba dicho desde hacía mucho.

–Bueno –analizó el más joven lo que le quedaba de colilla en sus dedos–, se nos acabó la hora del cigarro.

Apagó los restos en el cenicero. Mihawk le imitó. Quedaron uno en frente el otro, un poco cohibidos; por un par de segundos, se les olvidó el guión que debían de seguir; sin saber qué movimiento o palabra tocaba ahora. Mihawk reaccionó, tendió la mano a Zoro. El peliverde la analizó y, al hacerlo le embargó una sensación "rara". Aun así, no dudó. Tomó su mano en un saludo firme.

Sus ojos se volvieron a cruzar. Por un instante, ambos, se preguntaron qué pasaría si se lanzaran a abrazarse, si se besaban una vez más. Ello no ocurrió, a pesar de que estaban solos, muy cerca el uno del otro, con sus manos aportándose calidez. Porque algo dentro de ellos les decía que seguían sintiendo lo que sintieron, que lo seguirían sintiendo por más décadas que pasasen, pero que en esos diez años había dejado de ser lo mismo. Separaron las manos.

–Nos iremos viendo, supongo –comentó el peliverde–. Aunque sea en otra gala de premios.

–Si os siguen nominando –bromeó con aire de reto.

–Voy a ignorar que has dicho eso.

Les costó unos segundos más, pero finalmente comenzaron a apartarse. Se dieron la espalda, cada uno hacia un camino diferente para abandonar aquel lugar. Zoro se detuvo, Mihawk también. El más joven notó el peso de los aros plateados que guardaba en el bolsillo de la solapa, junto con cierta placa; mientras que el otro notaba aquel alfiler en forma de espada. Giraron la cabeza por encima del hombro.

Se dedicaron una última sonrisa de despedida y la fuente quedó sola con su canto cristalino. Mientras, en la barandilla, permaneció el cenicero usado, una prueba de que dos personas habían compartido algo importante, algo íntimo; que nunca dejaría de existir, aunque ahora sólo fuese ceniza.


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