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EL REY DE LOS ASESINOS 3 "REVENGE" por desire nemesis

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Mientras las manos de Kaiba desde la espalda le iban quitando las vendas Joseph tuvo un sentimiento de calidez, de algo parecido a una vida hogareña y placentera y se puso a mirar el techo, lanzó un mínimo quejido cuando el otro le sacó un esparadrapo que tenía pegado a la herida y luego sintió como una mano fuerte le esparcía un ungüento, seguramente hecho por la vieja en las heridas, por desgracia Korea aún conservaba heridas del viejo conflicto bélico y las bombas anti personales que minaban las áreas rurales daban mucha experiencia a su gente en esas tareas.

 

¿En qué estás pensando?—preguntó Seto.

 

En nada—respondió Joey que disfrutaba del masaje.

 

Entonces no hay cambio alguno—le contestó el CEO mofándose de él.

 

Ni siquiera así dejas de maltratarme—le dijo con una sonrisa traviesa y los ojos cerrados Joseph.

 

¿Te parece que te estoy maltratando?—le preguntó el castaño de pronto con la boca muy cerca de su oído antes de besar la parte del cuello y con sus piernas colocándose a ambos lados de las de Joey.

 

Dime que no estás pensando en lo que creo en un mom…--trató de decirle a Seto pero este tapó su boca con la suya cuando el rubio hubo girado la cabeza lo suficiente—Esa mujer… puede…--dijo entre besos mientras Kaiba lo ayudaba a girarse para que quedaran pecho con pecho, las manos de Wheeler sobre el torso y mandíbula del ojos azules.

 

Ella no vendrá por un rato, tiene cosas que atender—dijo Seto mientras el peso del otro lo hacía recostarse sobre la cercana pared.

 

¿No lo lamentarás mañana?—preguntó Wheeler.

 

Ya lo estoy lamentando—dijo Seto entre besos.

 

Ambos sonreían.

 

La mano de Joseph se coló bajo la camisa de Seto buscando acariciar su torso mientras el castaño lo apretaba contra si.

 

Debo decirte—dijo el ojos azules en medio de las caricias.

 

¿Si?—preguntó el melado.

 

Que tengo novia—dijo el ojiazulado.

 

Lo sé—fue la sorprendente respuesta del otro dejándolo estupefacto.

 

Después de todo eres bastante popular en Japón, ese hecho es bastante conocido. ¿Es científica, no?—preguntó el asesino.

 

¿Te molesta?—preguntó aprensivo el CEO.

 

No—respondió con inesperada serenidad el ojos mieles—Es natural que quieras hacer tu vida—dijo mirándolo a los ojos, habían dejado las caricias a un lado pero se miraban intensamente desde muy cerca, sus cuerpos en contacto—Además… ¿Qué te hace pensar que yo no tengo a alguien? Ha pasado más de un año—

 

Las situaciones son distintas—dijo repentinamente inquieto Kaiba—Tú eres un asesino—

 

¿Y que? ¿Por eso no merezco alguien que me acompañe?—preguntó alejándose Wheeler.

 

¡No es eso!—dijo el casi molesto Seto.

 

¿Qué? ¿Quieres ser tú?—preguntó el ojos mieles y vio como el otro apartaba la mirada—Exacto, ambos sabemos que no es posible. Yo soy un conocido asesino y tú un exitoso empresario. Que te vinculen conmigo aún sin pruebas directas ya sería malo así que…--

 

¡Me doy perfecta cuenta!—gritó exasperado Seto.

 

Tratemos esto como adultos. Entre los dos no hay futuro y ambos lo sabemos por lo tanto buscamos parejas a nuestra conveniencia—dijo adultamente el asesino.

 

¿Y ella sabe en que se mete?—preguntó Kaiba algo más calmado.

 

¿Qué te hace pensar que es “ella”?—preguntó Wheeler con un deje de picardía en la mirada pero de inmediato cayó en las garras del otro que lo empujó sobre el muro.

 

Seto no pudo evitarlo. Una cosa era una mujer pero que otro tomara su lugar, que otro tomara a Wheeler, era un impensable sacrilegio para él. Joey lo vio en la intensidad de su mirada. Había atraído esa posesividad en el castaño. Esa que haría que el otro lo tomara sin pensar en las consecuencias, aún con su pierna herida, de la manera más salvaje. Era justo, se lo merecía por haber dicho todas esas cosas frente a un hombre que es capaz de refrenar sus impulsos, de marcar territorio porque para el subconsciente de Kaiba, por muy libre que anduviera él por el mundo seguía perteneciéndole. Esos eran los pensamientos de Wheeler mientras era besado sin una palabra más y su ropa alejada de él, mientras un dedo lo hacía suyo preparándolo para las salvajes embestidas de aquel que se creía su dueño.

 

 


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