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Hilo rojo del destino por Laet

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Todo el mundo le decía que se parecía mucho a su padre, aunque sonreía mucho, como su papá. Eso siempre lo confundía. Su padre también sonreía a menudo. Sólo dejaba de hacerlo cuando alguno de sus tíos lo molestaba, o cuando estaba ocupado con su trabajo. Pero aun así, por atareado que estuviese, él no recordaba un solo día en que su padre no pasase un rato con él. Y sólo lo había visto enfadado en una ocasión en que unos chicos mayores le hacían burla por tener dos papás. Él no sabía qué tenía de malo, pero el tono hiriente le afectó mucho. Su padre había ido directo hacia los padres de los niños y les había dicho que “cómo no se les caía la cara de vergüenza por estar criando a unos honónobos”… o algo así. No había gritado, pero les había lanzado una mirada que daba mucho, mucho miedo. Desde entonces nadie había vuelto a molestarlo.

Se puso de puntillas delante del aparador del salón para mirarse en el espejo que colgaba encima. Sus ojos eran muy parecidos a los de su padre, con aquel color rojo intenso, pero si se los examinaba atentamente podían percibirse unas brillantes motas doradas alrededor de sus pupilas. Entornó los párpados, intentando imitar el temible gesto de su padre, pero sólo lograba parecer somnoliento. ¿Cómo lo haría él?

-Gou –oyó a su papá llamándolo desde la cocina.

-¿Sí?-acudió, solícito.

-Cariño, ¿puedes llevarte a Michel? No quiero que haya pelos de gato en la comida –señaló con un gesto al animal, que estaba subido en la encimera, seguramente a la espera de que el pelinegro se despistase para poder robar algo de comer.

-Huele muy bien –apreció el niño mientras se estiraba para coger al felino en brazos. Michel era muy manso, así que no se revolvió, aunque soltó un maullido lastimero al ser alejado de aquellos manjares.-No es hora de comer, gato glotón –lo regañó su pequeño dueño, provocándole una risa al mayor.

-Gracias, amor.

Gou sonrió y salió con Michel a la terraza, que daba al jardín. Una vez allí dejó al gato en el suelo, que se restregó contra sus piernas ronroneando. El pequeño hundió sus manos en el denso y suave pelaje atigrado Aquella sensación siempre lo reconfortaba. Michel llevaba en la familia desde meses antes de su nacimiento, y su papá solía contarle cómo, siendo Gou un bebé, el animal se le acercaba cada vez que lloraba y lo calmaba con su ronroneo.

Echó a andar por el jardín, siempre seguido por su fiel amigo, hasta llegar a su árbol favorito para escalar. Trepó hasta el escondrijo creado por las ramas y Michel lo alcanzó en un ágil salto. Normalmente podía pasarse horas allí, arrullado por el susurro de las hojas, pero aquel era un día especial, y le costaba estarse quieto. Era el cumpleaños de su prima y lo celebrarían en su casa ya que, debido al trabajo de su papá, tenían una cocina profesional que facilitaba preparar todo allí.

Bajó del árbol y se dedicó a deambular por la parte más frondosa del patio, fingiendo ser un aventurero en busca de tesoros perdidos, hasta que oyó un coche deteniéndose frente a la entrada de la casa. Fue hacia allí y sonrió de oreja a oreja al divisar una figura conocida.

-¡Papáaa! –lo llamó.

-¡Gou! –respondió él, sonriente, y lo alzó en brazos con la facilidad de una pluma.-¿Has estado escalando?-le preguntó, rascando una mancha que la corteza le había dejado en la camisa.

-Un poco…

Kai sacudió la cabeza, aunque todo atisbo de reproche quedaba opacado por su leve sonrisa.

-Sube a cambiarte, los demás no tardarán en llegar –dijo, dejándolo en el suelo, no sin antes besarlo en la frente.

Al entrar en la casa se encontró de bruces con su otro padre, que lo miró de arriba abajo y resopló.

-Otra vez subiéndote a los árboles, ¿verdad?

-Ya le he dicho que vaya a cambiarse -dijo Kai antes de que Gou pudiese responder.

-Ese no es el problema, podría hacerse daño –protestó el pelinegro.

-¿Tú no hacías lo mismo de niño?-Ray bufó y se volvió para regresar a la cocina, pero el bicolor lo atrapó entre sus brazos y no pudo evitar abrazarlo también. Era automático. No podía enfadarse apropiadamente cuando lo tenía cerca. Era una de esas cosas que odiaba de él que hacían que lo amase aún más.-¿Qué tal tu día?-le preguntó, acompañándolo a la cocina. Gou había desaparecido escaleras arriba en algún punto de la breve discusión.

-Bien, hemos recibido dos pedidos para la semana que viene, ¿y tú?

-Lo de siempre –suspiró, sentándose en un taburete frente a la encimera.-Papeleo, llamadas… Los de la central de Rusia no dan pie con bola, no sé si el frío les ha congelado las neuronas o qué -resopló, frustrado.

Ray sonrió, comprensivo.

-Tienen que acostumbrarse a que no esté su jefe para sacarles las castañas del fuego. Todo irá bien en cuanto Spencer se ponga al día –Kai murmuró un asentimiento.

En el piso de arriba, Gou forcejeaba con los botones de la camisa. Los ojales eran demasiado pequeños, con lo que le costaba mucho desabrocharla. Odiaba aquella prenda, ¿por qué no podía llevar una camiseta? Sería mucho más fácil… Cuando por fin consiguió quitársela apareció su padre.

-¿Aún estás así?-inquirió, más sorprendido que molesto.

-Esta camisa es difícil –se defendió.

-Podías haber pedido ayuda.

-Ya soy mayor, puedo hacerlo solo.

Kai sonrió con ternura viendo cómo su pequeño –ya no tan pequeño, se recordó mentalmente- elegía otra prenda del armario y se la ponía. Su hijo tenía una infancia mucho más normal y menos exigente que la suya o la de su marido, pero eso no le había quitado la vena orgullosa e independiente de la que sus progenitores hacían gala. Al acabar, Gou exhibió una mueca triunfante.

-Ya estoy –anunció.

-Muy bien, campeón –lo alabó, mientras le estiraba el bajo y el cuello de la camisa. El niño le dedicó una de aquellas enormes sonrisas que lo llenaban de calidez.

Oyeron cómo se abría la puerta principal y el sonido de varias voces conocidas, y Gou salió corriendo, llamando a sus queridísimos tíos y su adorada prima. Kai no pudo menos que sonreír para sí.

Cuando bajó las escaleras, vio a Gou abrazando efusivamente a una preciosa niña de cortos cabellos rubios, que reía sonoramente bajo las complacidas miradas de sus padres.

-Yuri, Bryan –los saludó con una palmada en el hombro.

-¡Kai! Dichosos los ojos, ¿al fin has podido escaparte de la oficina?-dijo el pelirrojo.

-Bah, siendo el presidente –remarcó la palabra con sorna- seguro que puede entrar y salir cuando quiera.

-Ojalá fuese tan fácil…

-¡Tío Kaaai! –lo llamó la niña.

-Hola, Tasha –le sonrió, recibiéndola de buena gana entre sus brazos.-Estás preciosa.

Ella soltó una risa, clara y alegre como un cascabel, mirándolo con aquellos grandes ojos azules, claros y limpios, rebosantes de inocencia infantil. Al igual que los de Gou. Siempre lo maravillaba que él y sus amigos rusos hubiesen podido criar a unos niños cariñosos y alegres. Podía recordar el día que se la presentaron. Una cría menuda de apenas dos años, tímida y asustadiza. «Tan frágil» pensó, y en manos de aquel par. Pero allí estaba.

-¿Qué tal la mudanza?-preguntó a Bryan, guiándolo al salón, mientras Yuri y su hija iban a saludar a Ray.

-Te diré que, si no tengo que volver a pasar por algo así, seré un hombre feliz.

-Te entiendo –rio. Mudarse a Japón había sido toda una odisea y un infierno logístico, ya que Kai se había negado rotundamente a quedarse en la vieja mansión de su abuelo –era incapaz de pensar en ella como suya a pesar de que Voltaire hubiese fallecido años atrás-. Aunque sabía que no había ninguna amenaza, se le ponía un nudo en el estómago sólo de pensar en Gou recorriendo aquellos pasillos llenos de malos recuerdos.-¿Qué tal lo lleva Natasha?

-Bueno, echa de menos a Ian y Spence, pero tenía tantas ganas de volver a veros… Sobre todo a Gou. No ha dejado de repetir que quiere ir al colegio con él –sonrió.-Creo que no ha pensado en que no estarán en la misma clase, pero, ¿para qué quitarle la ilusión?

El bicolor asintió. Tasha tenía cinco años recién cumplidos, y Gou, siete, por lo que no tendrían muchas ocasiones de verse en horario de clase. Claro que eso tenía su parte buena, ya que estaba convencido de que, si los pusiesen juntos, jamás se relacionarían con el resto de sus compañeros. Sólo otra persona en el mundo podía, quizá, competir con Tasha por la atención de su hijo: Lin. La indómita y alegre hija de Mariah era como un huracán por el que era imposible no dejarse arrastrar.

-¿Vendrán Tyson y el resto?-preguntó Bryan, sacándolo de sus pensamientos.

-¿Bromeas? Fiesta y comida. No habría forma humana de impedírselo.

-Veo que os lleváis tan bien como siempre.

-Dice eso, pero en realidad no puede vivir sin ellos –les llegó la voz de Ray. Bryan se carcajeó.

-¿Necesitáis ayuda por ahí?

Entraron en la habitación, llena de aromas deliciosos. El bicolor atrapó a Michel antes de que se acercase demasiado a las bandejas de la encimera y lo acarició con aire distraído mientras contemplaba a Gou y Tasha. Los niños estaban totalmente concentrados en la tarea de espolvorear virutas de colores sobre los pasteles.

-Es impresionante que hayas hecho todo esto, Ray –comentó Yuri.-Me siento un poco mal por hacerte trabajar así.

-Ni lo menciones –se encogió de hombros.-Me gusta cocinar para la familia.

-Eres tan dulce… -lo abrazó por la espalda.

-Lo sé, pero no estoy en el menú –bromeó desembarazándose del agarre.-¿Cómo vais?-preguntó a los pequeños.

-Ya casi acabamos, papá.

-Muy bien.

-Iré a poner la mesa –dijo Kai.

-¿Te ayudo?-se ofreció Yuri.

-No hace falta, mejor encárgate de abrir si llegan los demás. Gou, ¿puedes coger a Michel?-le pidió, dado que ya había terminado de decorar los postres.

-¡Sí!

El niño tomó al gato entre sus brazos, y se fue con Bryan y su prima a jugar a su cuarto.

Tanto Kai como Ray se habían propuesto no dejar que la pareja de rusos tuviese que mover un dedo aquel día. Habían pasado por muchos problemas para adoptar a Natasha, empezando por tener que abandonar su país. Aquello fue un problema mayor de lo que pensaron en un principio. En Moscú estaba lo más parecido a un hogar que nunca habían tenido, y les costaba sentirse a gusto en cualquier otra parte. El bicolor esperaba de corazón que allí, cerca de gente conocida, fuesen capaces de echar raíces.

***

El día transcurrió tranquilo. Bueno, todo lo tranquilo que podía ser teniendo a sus amigos reunidos. Se acodó en la barandilla de la terraza, viendo jugar a los pequeños. Tasha y Lin se habían hecho amigas al instante, de aquella manera que sólo parecía posible en la niñez. Sintió una presencia a su lado y se irguió para mirarla.

-¿De dónde saca tu hija tanta energía?

Mariah rio alegremente.

-Nosotros también éramos así, Ray.

-¿Nos estás llamando viejos?-la pelirrosa volvió a reír, y él se le unió.

La china se pasó una mano por el cabello, que ahora llevaba corto, justo hasta la línea de la mandíbula. Estaba seguro de que si Lee y los demás la viesen ahora no serían capaces de reconocerla. A pesar de su fortaleza, Mariah siempre había sido bastante dependiente, y toda su vida giraba en torno a casarse y criar niños; las palabras de Kai le habían abierto la puerta a nuevas perspectivas, y al salir de su aldea, lejos de la desastrosa –aunque bienintencionada- influencia de sus parientes, la chica empezó a tomar sus propias decisiones. Entre ellas, que prefería arreglárselas sola.

-Por cierto, voy a tener que aumentar el pedido. Tus galletas tienen mucha demanda –dijo de pronto la pelirrosa.

-Me alegra oírlo –sonrió.-¿Entonces el negocio va bien?

-No me quejo –esbozó una media sonrisa-, aunque en parte creo que es por tus postres.

Mariah había trabajado con él un tiempo en su pequeño servicio de catering, hasta animarse a abrir su propio café. Kai la había ayudado un poco, enseñándole algunas tácticas de marketing, a llevar la contabilidad y ese estilo de cosas. La china les estaba infinitamente agradecida por darle el empuje que necesitaba. Por no mencionar que ambos eran lo más parecido a un padre para Lin.

-Yo creo que más de uno va sólo para ver a la dueña –le guiñó un ojo.

-¡Eso no es verdad! -la mujer le dio un codazo afectuoso.

 Ray tenía claro que había gente interesada en Mariah, pero no insistió. Sabía por pasadas experiencias que su amiga no quería que la animase a salir con nadie. Las ideas de que una mujer debía estar con un hombre y dedicarse a criar a sus hijos y cuidar del hogar aún la rondaban como viejos fantasmas. Parecía sentirse más cómoda que años atrás, pero Ray sabía que no se había recuperado del todo.

-¡Sí! Oh, antes de que se me olvide… -sacó un papel amarillo de uno de sus bolsillos.-La clase de Lin va a representar una obra.

-Ah, sí, en el colegio de Gou también hacen esas cosas –ese año la clase de su hijo había montado una especie de coro. Contuvo una sonrisa al recordar el espanto de Gou por tener que cantar.

-Sí, bueno –se encogió de hombros-, se ve que a final de curso los profesores no tienen mucho que hacer y se inventan esto.

-No pareces muy entusiasmada.

-¿De veras, no lo parezco? ¡Pero si me encanta hacer trajes de hada! –exclamó con sarcasmo.-Sobre todo cuando me lo dicen ¡así! con días de antelación.

-¿Hada?-miró a Lin, que en aquel momento se batía con Gou en un duelo de espadas con un par de palos.-Samurái le pega más.

El bicolor era el mayor de los dos, así que casi siempre ganaba por su estatura y fuerza. Sin embargo, Lin nunca se rendía. Y Gou siempre estaba dispuesto a concederle la revancha. Si algún día se hacían bladers, se dijo, serían tan intensos como lo fueron ellos. Tasha, en cambio, era muy tranquila, y se limitaba a animarlos sentada sobre el césped con su nuevo conejito de peluche en brazos.

-Es como una princesita –comentó la pelirrosa. Ray no necesitó que le aclarase a quién se refería.-En cierto modo, parece que ha tenido más influencia en sus padres que ellos en ella.

-Ha sacado a relucir lo mejor de Yuri y Bryan… pero Tasha no era tan alegre antes. Se nota que se siente segura con ellos –esbozó una media sonrisa. No lo dijo en voz alta, pero tenía la sensación de que las personalidades de los rusos habrían sido muy similares a la de su hija de haber tenido el amor de una familia.

Vio que Kai se acercaba disimuladamente a los pequeños, probablemente para asegurarse de que no se hacían daño. Cuando se percataron de su presencia, los niños lo acogieron con entusiasmo en su juego. Lin le buscó otro palo y lo desafió, mientras que Gou se sentaba junto a Tasha para mirar.

-Esta niña… -oyó suspirar a Mariah.

-Le gustan los retos. No hay nada de malo en ello.

En medio del jardín, Kai paraba los envites de Lin con movimientos elegantes y seguros. No quería ser un abusón y acabar el juego demasiado pronto, pero tampoco perdería a propósito. Al igual que Gou, Lin era orgullosa. No debía parecer que la subestimaba o que la trataba con deferencia sólo por ser una niña.

-¡Kyaaa! –la pequeña pelirrosa lanzó un fuerte golpe a su izquierda que lo obligó a retroceder un paso.

-Alguien ha estado practicando.

Lin se carcajeó, encantada.

-¡Te ganaré!

El bicolor sonrió.

-Algún día –aseguró.-Pero hoy no –con un hábil giro de muñeca, lanzó por los aires la espada improvisada de Lin. La niña se quedó mirando su mano unos segundos, perpleja. Luego dirigió la vista hacia él, los carrillos hinchados en un gesto enfurruñado, pelo la molestia se le evaporó en cuanto él le revolvió cariñosamente el pelo.

Gou se puso en pie de un salto, decidido a tomar el lugar de Lin, pero Kai les sugirió que jugasen a algo en lo que pudiesen participar todos. Después de todo, era el cumpleaños de Tasha.

-Se me hace tan raro verte jugar…

-Llevo siete años siendo padre. No será por falta de tiempo para acostumbrarte.

Tyson soltó una risotada.

-Gracias por aceptar a Gou en las clases. Sé que a tu hermano no le hace gracia.

-Ese es su problema, no el mío. Además, soy yo quien está a cargo del dojo.

-Eso sí que se hace raro.

-¡Eh! –le dio un golpe amistoso en el hombro.-Me gusta trabajar con los chicos. No me extraña que el abuelo se resistiese a dejarlo.

-Probablemente Lin se una también –intervino Ray, rodeando la cintura de Kai con los brazos. Mariah había vuelto dentro con los demás adultos.

-Será una clase animada.

-No lo dudes.

-Me sorprende que prefieran el kendo al beyblade –se rascó la nuca.-A su edad, era lo que más me gustaba.

-Cuestión de gustos, supongo –dijo Ray.-O quizás están hartos de oírnos hablar de blades y torneos.

-Hmm –el japonés esbozó una sonrisa pícara que le conocían bien. Se llevó una mano al bolsillo y extrajo la familiar peonza blanca. Kai y Ray comprendieron el desafío sin necesidad de palabras. Miraron un segundo a los pequeños, que jugaban inofensivamente con una pelota, antes de sonreír también.

¿Dónde decía que los padres no podían divertirse?

***

No pudo resistirse a quedarse unos minutos en el umbral de la habitación, contemplando la figura dormida de Gou. Aquel pequeño milagro no dejaba de maravillarlo. Cerró la puerta con suavidad para no perturbar el sueño de su hijo y fue a buscar a Ray. El oriental estaba en la terraza, sentado en la balaustrada, el cabello suelto meciéndose en la brisa nocturna. Se sentó junto a él y lo abrazó por la espalda, dejándolo recostarse contra su pecho.

-Se ha dormido enseguida.

-No me extraña –sonrió el chino.-No ha parado en todo el día.

-M-hmm –asintió.-Con Bryan, Yuri y Tasha por aquí es probable que tengamos que acostumbrarnos al jaleo.

Ray alargó una mano para tocarle la mejilla.

-No creo que un poco de alboroto nos haga mal –Kai refunfuñó un poco, pero el oriental sabía que no estaba del todo disconforme con la idea. En el fondo estaba encantado de tener a sus amigos cerca, y ver a Gou feliz era más de lo que podían pedir.-Gracias –susurró con ternura.

-¿Es la vida que habías imaginado?

-No –se giró, encarándolo con una deslumbrante sonrisa.-Y no sabes cuánto me alegro.

Entre sus antiguos sueños nunca había estado atarse. Un hogar, un hijo, poder mirar a Kai a los ojos y ver allí el resto de su vida, con la certeza de que era mutuo… no era en absoluto lo que buscaba. Era infinitamente mejor.

Notas finales:

Muchísimas gracias a todos los que habéis seguido esta historia hasta el final. Espero que hayáis disfrutado de esta historia. ¡Nos vemos!


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