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Hilo rojo del destino por Laet

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Decir que estaba nervioso era quedarse corto. Su respiración era entrecortada y superficial, y temblaba tanto que el teléfono casi se le caía de las manos. Los bordes de su visión comenzaban a nublarse, y no había nadie en la aséptica sala de espera a quien pedir ayuda.

La puerta de la consulta se abrió. El doctor Mei le preguntó algo, pero las palabras se perdieron en la nebulosa que era su mente. El médico se agachó frente a él para quedar a su altura y le palmeó la mejilla intentando hacerlo reaccionar. Ray agarró su muñeca con fuerza. El doctor le hablaba, pero él seguía sin comprender, así que lo hizo tumbarse sobre las sillas de la sala. No supo cuánto tiempo estuvo así, con los ojos cerrados, sintiendo como si estuviese cayendo por una espiral, siendo su agarre al brazo del médico lo único que lo ataba a la realidad. Poco a poco su respiración se fue normalizando, arrullado por la voz tranquilizadora del galeno.

-…Sé que no es lo que esperabas, pero todo va a ir bien, ya lo verás.

Ray abrió por fin los ojos y se incorporó un poco.

-Tengo… tengo que llamar a Kai.

-Yo lo haré. Es mejor que intentes serenarte.

El joven asintió.

Mei realizó la llamada y luego lo condujo a una habitación individual. Ray cambió sus ropas por una bata de hospital y se tendió en la cama. ¿Por qué le tenía que pasar aquello el único día que Kai no lo acompañaba a la revisión?

La habitación le parecía lúgubre a pesar de que la luz primaveral entraba a raudales por la ventana. Acarició su abultado abdomen al tiempo que hacía respiraciones profundas y pausadas para tratar de tranquilizarse. Todo iría bien, el doctor Mei no le mentiría. Aquello no suponía más que unas semanas de adelanto respecto al plan original. Se le pasó por la cabeza que ojalá no hubiese ido a la revisión, pero pronto la desechó.

«Es mejor así, si no lo hubiese descubierto tal vez…» cerró los puños. No quería ni pensar en que algo malo pudiese sucederle a su bebé. No ayudaba dejarse llevar por el pánico.

En realidad era muy afortunado por tener al doctor tan entregado a su caso como para desplazarse cada mes hasta aquella pequeña clínica moscovita, donde tenía los mejores cuidados y máxima privacidad. Eso era clave. Rusia no era un país precisamente tolerante con la homosexualidad, menos aún lo sería con alguien en su estado.

Alguien llamó a la puerta. Mei entró sin esperar respuesta, seguido por Kai. El ruso se acercó a él y le tomó la mano.

-¿Estás bien?

A pesar de su fachada de calma, Ray percibió un tinte de alarma en su voz. Apretó su mano con cariño y le sonrió.

-Sí, muy bien –respondió. No tenía sentido preocuparlo más contándole su ataque de ansiedad.

El bicolor miró al médico en busca de confirmación y este asintió.

-Tanto Ray como el bebé están perfectamente, pero es recomendable realizar la cesárea lo antes posible.

-¿Por qué?-cuestionó el ruso.

-Las paredes de la matriz son demasiado finas. Existe el riesgo de que se desgarre, y eso pondría en peligro sus vidas. He comprobado que el bebé está bien desarrollado, así que no habrá mayor complicación.

-¿Y cuándo sería la intervención?-preguntó Ray.

-Si estáis de acuerdo, el quirófano estará libre y preparado en un par de horas.

El joven oriental tragó saliva. Todo estaba sucediendo tan deprisa… Kai le acarició el dorso de la mano y le sonrió, transmitiéndole su confianza.

-Vamos a conocer al pequeño liante.

***

Alrededor de la camilla, el quirófano estaba sumido en penumbra. O quizás sólo lo parecía a causa de los potentes focos que se cernían sobre él. El no sentir nada de cintura para abajo tampoco ayudaba a tranquilizarlo.

-¿Cómo estás, Ray?-preguntó el doctor Mei apareciendo en su campo de visión, enguantado y apenas reconocible por el gorro y la mascarilla.

-Como si fuesen a hacerme una autopsia –intentó bromear, pero le salió una risa estridente a causa de los nervios.

-A nadie le gustan estos sitios. Siempre he dicho que deberían pintarlos de amarillo con flores rosa por todas partes –le guiñó un ojo.

-Sí, eso ayudaría –su sonrisa fue genuina esa vez.

Kai entró entonces, y lo invadió una oleada de alivio. Llevaba uno de aquellos pijamas sanitarios de un horrible color verde. El doctor le indicó una banqueta y se sentó junto a Ray. El pelinegro extendió una mano hacia él y la atrapó entre las suyas. Cuando todo estuvo listo, el doctor Mei carraspeó para atraer su atención.

-Para mucha gente ver una operación resulta demasiado, así que si quieres podemos colocar un separador para que no veas nada.

-Yo… -vaciló. Miró el material quirúrgico y a todo el personal vestido de la misma forma que el doctor, y decidió que todo aquello ya lo impresionaba bastante.-Sí, por favor.

-Muy bien –colocaron el separador de tela a la altura de su diafragma. Le resultó preocupante perder su vientre de vista, pero Kai le apretó la mano y empezó a hablarle de naderías para distraerlo.-Empecemos.

***

El primer llanto lo había hipnotizado como un canto de sirena. El mundo pareció congelarse, y lo único que podía hacer era contemplar aquella forma menuda. Sus recuerdos de lo que ocurrió después eran difusos. Le habían acercado al pequeño -¡era un niño!- pero apenas había podido rozar sus manitas antes de que una enfermera se lo llevase para lavarlo y ponerle una identificación.

Ahora estaba allí, en la habitación, con su hijo por fin en sus brazos. Le parecía irreal, como si estuviese en un sueño. De no ser por la presencia de Kai, que lo contemplaba expectante, casi cauteloso, habría jurado que nada de aquello era real.

Miró al bicolor, que tenía los brazos cruzados sobre el colchón y el mentón apoyado sobre ellos, una postura informal graciosa por lo impropia de él, y luego a la criatura adormilada en su regazo. Alargó el índice y le acarició la naricita y el contorno de la cara. El bebé hizo una mueca, pero no lloró. En su lugar manoteó hasta dar con su mano y la agarró con torpeza. Ray estaba aún demasiado aturdido como para definir cómo se sentía, pero no pudo evitar sonreír con ternura.

-Es precioso –susurró.

-Se parece a ti –le sonrió Kai, que estiró una mano para acariciarle la mejilla al pequeño con infinita suavidad.

El pelinegro soltó una risa baja.

-Se parece más a ti.

El ruso se incorporó y lo besó, primero en la mejilla y luego en los labios.

-Gou –pronunció por primera vez el nombre que habían elegido. No recordaba cómo había surgido aquel nombre, pero le gustaba.

Ray acarició la fina mata de cabello que cubría su cabeza. Tenía el pelo negro azabache, como el suyo, salvo en la frente, donde destacaban algunos mechones más claros. Sus facciones eran aún demasiado redondeadas para adivinar cuál sería su aspecto cuando creciese, pero a sus ojos se daba un indiscutible aire a su marido.

-¿Quieres cogerlo?-Kai dio un pequeño respingo y los miró alternativamente a él y al bebé. Ray casi podía ver las ruedas girando dentro de su cabeza, evaluando los riesgos.-Vamos, lo harás bien.

Con cierta reticencia, el bicolor pasó sus brazos por debajo y alrededor del pequeño, y lo alzó con infinito cuidado. Gou soltó un leve ruidito de protesta al ver perturbado su reposo, pero no dio mayor muestra de disconformidad. Tampoco se inmutó cuando lo acunó levemente. Kai se encontró sonriendo ante la placidez de la criatura.

-¿Qué te parece? Al final va a resultar que queda algo de humanidad en tu duro y frío corazón –los sobresaltó una voz desde la puerta. Estaban tan ensimismados que ninguno se había percatado de la llegada de Ian.

Kai desestimó el comentario con un bufido.

-¿Están los demás aquí?

-Sí, pero sólo nos dejan pasar de uno en uno. Normas del hospital y esos rollos –puso los ojos en blanco.- Y bueno… ¿todo bien?

-Sí, muy bien –sonrió Ray.

-Vale, pues… -se encogió de hombros y se balanceó, cambiando el peso de los talones a las puntas de los pies, inseguro de qué añadir-, ya nos veremos y eso…

Sin más, el menor del equipo ruso abandonó a la habitación. El oriental parpadeó, sorprendido, y dirigió una mirada atónita al bicolor. Este negó con la cabeza.

-Es Ian. No busques más explicación.

El siguiente fue Spencer. Ray había aprendido tiempo atrás que, a pesar de su aspecto imponente y su tosca fachada, por dentro aquel gigantón rubio era todo corazón. Por eso durante años había sido el encargado de, en palabras de Kai, “poner algo de cordura en aquel equipo de pirados”. Spencer le revolvió el pelo cariñosamente a Ray y le tendió una pequeña caja de regalo.

-No estoy muy seguro de qué gracia tiene, pero creo que es lo normal en estos casos –dijo, rascándose la cabeza, cuando el oriental desenvolvió un delicado sonajero de plata.

-¡Es precioso! –le sonrió el pelinegro. Lo movió, produciendo un alegre tintineo.

-Muchas gracias, Spence –asintió Kai. El otro ruso esbozó una tímida sonrisa al mirar a Gou y le hizo algunas carantoñas antes de irse.

Los últimos en visitarlos fueron Bryan y Yuri.

-¡Tachán! –exclamó el pelirrojo, mostrando un espléndido ramo de margaritas blancas.-Espero que te guste, Ray.

-Oh, Yuri… -prácticamente abrazó las flores y se embebió de su suave perfume.-Eres un encanto.

-Creía que sólo os dejaban pasar a uno cada vez –comentó Kai.

-En teoría –sonrió el pelirrojo. El bicolor negó con la cabeza pero no preguntó. Si habían usado alguna treta para burlar a las enfermeras no quería saberlo.

Bryan fue el primero en acercarse al bebé.

-Hola chiquitín –empezó a hablarle con una voz varias octavas más aguda de lo normal. Los demás adultos tuvieron que contener la risa. Ver el lado tierno de Bryan era todo un espectáculo, y también un privilegio.-Vamos, Yura, ¿no quieres cogerlo?

El aludido prácticamente dio un brinco del susto.

-N-no no no –farfulló.-Esa no es una buena idea.

-Venga, sé que te hace ilusión –lo animó Ray.

-Pe-pero… ¿y si se me cae?

-Entonces te mataría lenta y dolorosamente –dijo Kai, plantándose a su lado en pocos pasos-, pero sé que no pasará.

Los claros ojos azules se posaron en Kai y luego en el bebé, llenos de duda. Finalmente no pudo resistirse y, con ayuda del bicolor, sostuvo a la criatura en brazos. Gou abrió un poco los ojos, pero enseguida volvió a cerrarlos, aparentemente indiferente al cambio.

-Por favor, no babees encima de mi hijo –dijo Kai con sorna.

-¿Qué? Yo no babeo –protestó Yuri, completamente sonrojado al notar la sonrisa bobalicona que se le había formado. Bryan le rodeó los hombros con un brazo y le dio un beso en la sien.-Es tan pequeño y tan mono…

-Sí, se hace raro ver a un Hiwatari tan tierno –bromeó su novio, a lo que Kai soltó una risita.

-Es lindo porque se parece a Ray –el chino emitió algo parecido a un ronroneo, complacido.

-Espero que también su carácter, porque como salga a ti estamos perdidos.

Bryan esperaba alguna respuesta mordaz, pero en cambio la mirada de Kai se opacó, como si su mente estuviese muy lejos de allí, y se arrepintió de sus palabras. El bicolor era quien era por todo lo que había sufrido, al igual que él, Yuri y los demás. Siempre había detestado el modo en que la gente los despreciaba por sus maneras duras, sin pararse a considerar que había sobradas razones para su actitud. Aunque entre ellos fuese habitual bromear acerca del humor de perros que a veces mostraban, no era justo restregárselo en un momento tan delicado.

-Oye, Kai, yo…

-No, tienes razón, pero él no será como yo. Gou crecerá entre amigos y con un padre y unos tíos estupendos –dijo, apretándole el hombro a Ray con cariño.

-No, Kai –negó el pelinegro, posando una mano sobra la suya.-Gou tiene dos padres estupendos.

El bicolor lo abrazó, con cuidado de no hacerle daño, y enterró el rostro en la curva de su cuello. Ray le devolvió el abrazo, igual de emocionado. Sus amigos no dijeron nada. Después de todo lo que habían pasado aquellos dos a lo largo de sus vidas, del dolor y la soledad, el miedo y la desesperación, merecían dar rienda suelta a sus emociones sin que nadie se lo recriminase.

***

Kai dejó las últimas bolsas en el suelo con un suspiro. Desde el otro lado de la habitación, Ray lo miró con cierta exasperación.

-Te dije que luego te ayudaría a subir todo.

El ruso se encogió de hombros.

-No tengo problema. Además, aún no se te ha curado la cicatriz –se acercó al pelinegro, que estaba acodado en el borde de la cuna, velando el sueño de Gou.

-Estoy bien, de verdad. No hace falta que me mimes tanto.

-Pero quiero hacerlo –le dio un beso en la mejilla.

-Los chicos se han pasado –comentó el otro, mirando a la pila de bártulos que Kai había acarreado hasta allí.-Gou no lleva ni dos días en casa y su cuarto ya está lleno. ¿De verdad Tyson creyó que no le habríamos comprado una cuna?-sacudió la cabeza con una sonrisa.

-Al menos gracias a Hilary no tendremos que comprarle ropa en meses –rio con suavidad.-Además, siempre podemos dársela a Bryan y Yuri. Si todo va bien, pronto necesitarán una.

-Eso espero –asintió el oriental. Volvió a mirar al bebé. Aquella noche había llorado más de lo habitual, probablemente por el cambio de ambiente, y le aliviaba verlo dormir con placidez por fin.

-Deberías dormir tú también –le sugirió Kai.-Yo puedo quedarme con él.

-No es que hayas dormido más que nosotros.

-Estoy bien –aseguró, tomando asiento en la mecedora, parte del nuevo mobiliario que Ray había elegido.

-Vale, si insistes… -suspiró, aunque en el fondo lo agradecía enormemente.

Cuando se quedó a solas con el durmiente Gou, Kai tomó uno de los libros infantiles que había en la estantería junto a él. Sobre los brillantes dibujos destacaban símbolos intrincados y mayormente indescifrables para él. Debía aprender chino, ya que a su marido le hacía ilusión que Gou conociese su cultura. Lo cual incluía aprender los idiomas maternos de sus padres. Miró al bebé de reojo con una media sonrisa, prometiéndole en silencio que lo tomarían con calma y no sobrecargarían sus estudios.

Devolvió su mirada al librito y pasó varias páginas. Aquel había sido un regalo de Mariah. La chica había contactado con él pocos días después del nacimiento de Gou, para saber de ellos, y la pusieron al corriente de todo. Se había sorprendido, claro, de que hubiesen tenido un hijo, ya que Ray nunca llegó a contarle sobre su embarazo, pero recibió la noticia con alegría. Kai sabía que Ray estaba emocionado al saber que al menos una de las personas con las que se crió lo aceptase.

-Vas a tener un montón de tíos –le susurró a Gou.-La mayoría de ellos están como cabras… pero te quieren mucho y no dejarán que te pase nada malo.

Sonrió con cierto desdén ante sus propias palabras. Años atrás sólo un golpe en la cabeza hubiese justificado que dijese algo tan sentimentaloide, y hubiese resoplado y puesto los ojos en blanco si alguien le hubiese insinuado que estaría felizmente casado y con un hijo. El viejo Kai sólo había acertado en una cosa.

En enamorarse de Ray.

Notas finales:

Tengo la sensación de que es demasiado cursi... Qué puedo decir, no soy de quienes se derriten al ver un bebé -yo sería del tipo de Ian "hola, ¿todo bien?, venga, chao"- así que me lo tengo que inventar.


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