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Sin habilidades de acosador por Tentaculo_Terapeuta

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Sentado delante de aquel chico de cara angelical y sonrisa forzada me sentía especialmente extraño. Parecía que cada palabra que salía de sus labios fuera acompañada de una lagrima que no se permitía sacar fuera del lagrimal, y con los ojos anegados en agua me miraba y hablaba como si no se viera de lejos que estaba roto por dentro.


Me he emborrachado muchas veces, y he llorado muchas veces cuando el alcohol recorría mi torrente sanguíneo y embotaba mi cerebro, pero nunca recuerdo estar solo cuando eso ocurría.


Cuando supe a ciencia cierta que Akaashi se iba a ir a EEUU, hace un año y poco más, Kuroo y yo compramos seis botellas de onigoroshi. Tirados sobre el suelo de mi piso, bebimos hasta caer rendidos. Recuerdo que me puse a llorar amargamente pensado en lo injusto que era que se marchara. Era curioso pensar que fue Kuroo quien me abrazó, porque hasta entonces nunca había imaginado que tuviera un lado tan sensible.


— Si lloras ahora y lo sacas todo, no lo harás cuando te despidas de él en el aeropuerto haciéndole sentir más triste por tener que elegir—  me dijo. Y yo, que ni siquiera había caído en la cuenta de cómo se debía sentir Keiji, lloré el doble.


Y ahí estaba aquel chico guapo, solo y triste fingiendo que no le pasaba nada mientras yo le hablaba de viajar a Brasil. Quizá hubiera sido mejor que le dejara solo, pero me sentía francamente incapaz, parecía tan vulnerable que solo podía obligare a volver a su casa.


Me alejé momentáneamente de Oikawa para avisar a Kuroo de que me iba, lo que le sentó ligeramente mal porque él quería tajarse hasta el infinito. Miré mi reloj y vi que tan solo eran las dos de la mañana, tampoco podía dejarle a él solo.


Si bien es verdad que yo también iba un poco pa’allá, aguantaba bien el alcohol y además la cerveza no era algo tan brutal. Solo meabas mucho y ya.


—Y si vas a mi casa — le dije arqueando las cejas.— Tengo una botella de Vodka escondida detrás de la nevera para ti y para mí.


Kuroo empezó a reírse.


— Vives solo ¿por qué escondes una botella de vodka detrás de la nevera? — me preguntó.


La verdad es que la escondía de mí mismo, evitar beber un día de cada día o cuando tocaban entrenamientos era importante. No soy alcohólico, pero cuando me deprimo fantaseo con serlo o algo parecido. A todo eso yo tenía un trabajo a tiempo parcial en una tienda de discos vintage los fines de semana, es decir al día siguiente, así que temía por mi vida cuando tuviera que subir la persiana si Kuroo y yo acabábamos con la botella de licor aquella noche.


“Debes ser responsable” era la canción que me repetía antes de hacer cualquier idiotez, lo malo era que no siempre funcionaba como el hechizo que me hubiera gustado que fuera.


— De ti, ¿no es evidente? — dije hinchando la boca y desviando la mirada.


Y entonces, después de que me confirmara que iría a mi piso, en seguida continué con mi tarea pendiente. Kuroo tenía una copia de la llave, así que no pasaba nada si me demoraba un poco y de todos modos es fácil colarse en el minipiso de Bokuto.


Cuando volví en busca del príncipe encantador, este había desaparecido.


¡Pum! y ahí estaba yo, buscando visualmente a un tipo muy borracho en medio de un bar a las dos de la mañana. Por si no os ha pasado nunca, os diré que era una tarea infernal, porque el sitio estaba bastante lleno. Y cuando ya empecé a pensar que era una misión imposible, además del dolor de cuello que me estaba dando de tanto girar la cabeza, lo encontré tirado en una esquina. Al parecer era inhábil para caminar solito después de tanto destilado escocés.


¿Le había llamado a él príncipe? Mentira, lo era yo. Asumí que su desaparición tenía que ver con que quería huir de mí, y no voy a decir que eso no me deprimiera un poco mucho, pero alguien tenía que acompañarle al taxi.


Lo levanté del suelo y me lo cargué a la espalda, no sin cierto esfuerzo. Sus brazos se aferraron a mí, en primer lugar creo que para estrangularme o no sé, pero después se dejó llevar. Supongo que no quería estrangularme, pero en el fondo me divierte extrapolar la situación.


—Eres un pervertido que va a arrastrarme a su casa ¿verdad? — dijo o eso descifré de las pocas palabras que salían de su boca. Creo que lo decía en broma, pero era difícil saber si bromeaba o no cuando parecía que en cualquier momento iba a romper a llorar.


Tardé un tiempo en contestarle, para empezar porque me costaba deducir lo que decía y además cabe recordar que yo también había bebido un poco.


—En realidad pensaba dejarte en un taxi — dije mientras caminaba por la calle.


Quizá estaba asustado o no lo sé, pero empezó a llorar como un niño. Me hizo sentir mal, en cierto modo pensaba “es culpa tuya”. Pero cuando paré el taxi y le dejé allí dentro la mano de Oikawa se aferró a mi muñeca arrastrándome dentro del vehículo.  


No nos conocíamos de nada, pero ahí estaba yo, en un taxi con un universitario guapo yendo a... ¿su casa? Ni siquiera lo sabía y creo que la peor parte de eso era que no me lo replanteaba.


Siempre he sido muy confiando. Mi madre solía decirme que los veranos en la playa solía hablar con los turistas que se sentaban cerca, y que incluso aprendí a hablar algo de finlandés gracias a eso. Personalmente creo que solo se decir kiitos y Hei, y que mi madre exageraba bastante. Pero recuerdo a uno de aquellos turistas, alucinado por el color de mi pelo, preguntándome si de verdad era japonés.


Si lo pienso el modelo de hombre japonés recién sacado de fábrica debe estar lejos de como soy yo, pero no creo que ese tipo de hombre sea feliz a pesar de adecuarse más a la sociedad. Yamada-san, a su modo, siempre ha deseado encajar en ese perfil de hombre, serio, con mujer e hijos y con un Toyota aparcado en la puerta de una casa unifamiliar en los alrededores de Tokio. Mi padre era, y es, parecido a ese tipo de japonés medio y no creo que sea feliz.


Pero volviendo a la historia melodramática que os estaba contando instantes antes de empezar a divagar en un mar de pensamientos inconexos. Si hago esto sin querer cuando cuento una historia, no os querías imaginar mis textos en los exámenes, que además estoy nervioso y pierdo los estribos pensado que jamás lograré aprobar… Pero al tema.


Oikawa se encontraba medio dormido entre mis brazos, mientras yo pensaba en lo curioso que era haber deseado ser amigo de ese chico y el azar me había arrastrado allí como la marea a un náufrago a tierra.


Cuando el taxi se paró en medio del barrio de Nakano aluciné. ¿Qué estudiante universitario puede vivir en Nakano? Paramos delante de una casita chiquitilla, quizá la más pequeña de la zona. Saqué unos cuantos billetes de la cartera de Oikawa y se los entregué al taxista que me dio el cambio, pero cómo estaba haciendo un esfuerzo por levantar los, diremos ochenta por decir un número aleatorio, ochenta quilos que pesaba el cuerpo ebrio de Oikawa ni siquiera miré el cambio, guardándolo en el bolsillo del borracho.


Lo cargué de nuevo a mi espada y esta vez no trató de ahorcarme cuando mi teléfono móvil empezó a sonar. Pensé en Yamada-san, debía ser él pero no podía cogerlo.


Cachear a un tipo como Oikawa en busca de sus llaves debe ser la fantasía homosexual japonesa de todos los tipos gays que conozco, y si me apuras hasta de un montón de fans del yaoi, pero el ruido del teléfono había despertado ligeramente al acomodador. En su estado zombi-ebrio sacó las llaves del bolsillo y me las alargó apoyándose contra mi espalda. Me había roto la fantasía de buscarlas yo, pero en el fondo era mejor así.


Tomé las llaves y abrí la puerta de aquel pequeño paraíso. Me quité las deportivas sin desatarlas y las dejé en la entrada, arrastrando aún a Oikawa a mi espada avancé a lo que parecía un comedor cocina de medidas estándar, con una decoración clásica japonesa. Tenía hasta un pequeño altar. Él me indicó cual era la puerta de su cuarto, una habitación pequeña con una cama individual de tipo occidental. Había también un escritorio de color azul y un póster de Expediente X.


Lo dejé caer sobre la cama y le desaté los zapatos dejándolos sobre el tatami.


—Pervertido-san, ¿te vas a quedar conmigo hasta que me duerma? Por favor — dijo Oikawa mientras le cubría con el edredón. Estábamos a mitad de mayo pero aún hacía algo de frío.


Tenía intención de marcharme en cuanto acaba de taparle pero...


—Me llamo Bokuto — dije pensado en cómo me había llamado.


 ¿¡Pervertido-san!? Yo estaba allí porque él me había agarrado de la muñeca. Me sentí un poco extraño cuando él levantó el edredón y me invitó a tumbarme junto a él.


—No soy homosexual — dijo echándome el aliento de forma involuntaria.— Solo no quiero estar solo...


Me sentí muy estúpido al oír aquello. En primer lugar, yo no tenía un cartel en la frente que dijera “soy gay” y en segundo lugar no pretendía nada más allá que liberarlo de un posible coma etílico. Cualquiera podría decir que si podía dejar a Kuroo llegar al coma etílico, pero no, le conocía bien y sabía que él conocía muy bien el momento en el que hay que dejar de beber.


—Eres un poco engreído, príncipe encantador — le contesté. Me miraba con ojitos de cordero degollado, triste y a punto de llorar, mientras yo me preguntaba miles de cosas, como ¿Qué haces en la cama de este tipo? O ¿Se pensaría que estaba enamorado de él? Tenía ganas de golpearme la cara, era evidente que no estaba enamorado de aquel tipo que si bien me impresionaba mucho, no dejaba de ser un desconocido. Y me tomó la mano como si el hecho de que yo estuviera allí fuera algo importante.


En el pronóstico del tiempo de Bokuto Koutaro se avisaban lluvias con vientos huracanados. Pero yo no estaba atento a aquello. Solo notaba el calor de la mano de Tooru Oikawa, que se moría de ganas de hablar de algunas flechas clavadas en su cuerpo esculpido y mientras el olor perfumado de las sabanas se mezclaba con el del whisky y mi propio olor.


Me quedé dormido, no sé bien cuanto tiempo estuve allí, pero cuando abrí los ojos tenía la boca seca y me dolía todo el cuerpo por la postura.


Oikawa estaba dormido, de espaldas a mí y podía ver la forma de su cuello perfecto. No había dormido con nadie desde que Akaashi se fuera. Keiji solía ponerse de espaldas a mí. Me gustaba olerle el pelo mientras lo abrazaba.


Quizá porque me recordó vagamente al pasado me levanté de la cama y procuré apartarme de aquel chico. No tenía intención de dejarle ningún número de teléfono, ni ningún modo de contacto. Tenía unas repentinas e impulsivas ganas de salir huyendo de aquel lugar a la de ya. Casi podía notar como mi corazón se salía por la boca, como cuando ves una peli de terror en la que sabes que el asesino no va a venir a buscarte pero aun así te sientes ligeramente asustado.


Fui a la cocina y me serví un vaso de agua. Iba a marcharme en aquel momento, de hecho estaba sentado en la entrada de aquella casita de muñecas en la que vivía Oikawa, pretendía ponerme las deportivas cuando mi móvil sonó.


Miré la pantalla del teléfono, era Yamada-san. De hecho eran las cinco de la mañana. Tenía que espabilarme a llegar a casa y pegarme una ducha para ir a trabajar. Kuroo debía estar ebrio en mi futón, cagándose en mí y quizá hasta había vomitado en mis sabanas y no habría ahuyentado el gato que venía a buscar las sobras de la cena cada mañana.


—Moshi moshi —dije descolgando y apoyando el teléfono ente el hombro y la cara mientras me ponía una de las bambas.


—Tengo que contártelo todo ¿quieres cenar hoy?— dijo Yamada sin decir nada más antes. No tenía planes, pero mi cartera no escupía billetes, así que le dije que no.


—Podríamos quedar el domingo— dije. Tenía fe en animar a Yamada-san a jugar al voleibol, pero siempre me había dicho que le parecía aburrido.


Yamada-san aceptó y colgué instantes antes de que la puerta de aquella casa se abriera.


Un tipo de tez morena, para ser japonés ya me entendéis, entró todo trajeado y con el ceño fruncido. ¿Era un yakuza? Me asusté, para que mentir. Un universitario con casa en Nakano, eso tenía que estar relacionado con la mafia como mínimo.


—¿Quién eres tú? — me preguntó el tipo. El móvil se me cayó al suelo y se abrió la tapa de la batería desparramarse en tres partes: batería, tapa y pantalla. Mierda, mierda, mierda ¿quién era yo? ¡Ah! Por un momento ni lo sabía.


—So-so-solo había venido a traer a Oikawa — dije con cierto tartamudeo.— No llevo micrófonos, no soy de la secreta, solo es que Oikawa había bebido mucho y...


Aquel chico hizo un aspaviento y después de quitarse los zapatos pasó de largo como si le diera igual.


Empecé a recoger los pedazos de mi teléfono móvil, esperando y deseando que no se hubiera roto, por lo que lo encendí rápidamente, cuando escuché los gritos del tipo que acaba de entrar.


—¡Estúpido Shittykawa! ¡Por qué traes a zumbados a casa!


—¡Ay!  Iwa-chan, no es para tanto — la voz de Oikawa sonó casi en un susurro. Escuché sus pasos avanzar mientras montaba mi teléfono, poniéndome nervioso —.No grites, Pervertido-san me ha traído a casa porque estaba triste y no podía andar, tú no estabas así que ha interpretado el papel de mejor amigo por una noche.


El mafioso, que después descubriría que no era mafioso y se llamaba Iwazumi Hajime, bufó aflojándose la corbata. A todo esto yo trataba de atarme las deportivas lo más rápido posible para no tener que hablar con Oikawa me até los cordones de la izquierda con los de la derecha. Así que cuando el tipo guapo con el que había dormido, sin hacer nada porque “No soy homosexual”, se acercó a donde yo estaba me levanté tratando de andar y cayendo de bruces al suelo inmediatamente.


La risa de Oikawa no me ayudó a sentirme mejor, pero me apoyé de nuevo contra el escalón de la entrada e interpreté que allí no había pasado nada. Nada aparte del alma de Bokuto Koutaro tratando de huir de su cuerpo mientras desataba y ataba correctamente sus deportivas.


—Me llamo Bokuto — dije con un sonrojo evidente.


—Pues Bokuto-san, tienes que darme tu número de teléfono para que te invite a una comida algún día en agradecimiento— la voz de Oikawa no alcoholizado era un tanto diferente, más bonita si se presta, aunque se notaba como arrastraba algunas vocales ¿por la resaca quizá?


—Es que no tengo teléfono móvil— dije quedándome tan ancho. Mi teléfono estaba en el suelo, justo donde yo lo había dejado para atarme las deportivas decentemente.


De fondo pude oír la voz de Iwazumi diciendo “zumbados, estos dos son tal para cual” y antes de que pudiera coger el mi teléfono del suelo Oikawa lo tenía entre sus dedos.


Sus manos de tamaño japonés estándar marcaron un número, llamaron y un tono de llamada empezó a sonar desde el bolsillo de Oikawa.


—Nos vemos, Pervertido-san — dijo haciendo un saludo al estilo militar y devolviéndome mi móvil.

Notas finales:

Eh, trabajar con Bokuto es infernal. Este tío es muy difícil de mantener IC, básicamente porque podría hacer cualquier cosa y al mismo tiempo no. Morimos en la adversidad de la life escribiendo esto.

Otra cosa: Dar crédito al apodo de “Pervertido-san” sacado del manga Hentai Ouji to Warawanai Neko, manga un poco regular de leer.

Also quería decir que me he dado cuenta de que Bokuto es un personaje totalmente homo en esta historia, y es algo u poco raro para mí. Yo creo que la sexualidad es fluida y que nunca está cerrada, sino que es un amplio espectro. Irónicamente mi colega es tan homo que a veces se sorprende de que existan personas heteros en el mundo… De ahí sale una mezcla muy rara, no nos comprendemos para nada, así que si algo suena muy heterofóbico, es culpa suya  y en verdad no tenemos nada en contra con ningún estilo de vida (¿) Son disculpas por adelantado, porque es posible que ocurra.


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