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Sin habilidades de acosador por Tentaculo_Terapeuta

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La confianza es una de las cosas más curiosas y extrañas que he experimentado. Soy un ser bastante confiado, confío en mí mismo a pesar de mi bajo autoestima y supongo que la parte importante en esta charla es que también tiendo a confiar en los demás, pero... ¿Sabéis que es lo más curioso de la confianza?  Que en realidad no se trata nunca de que te digan a la verdad o que te mientan, se trata de que tú quieras creer en lo que te dicen o no.

Yo, a pesar de ser alguien confiado, me descubrí a mí mismo como el concepto totalmente opuesto a lo que creía ser. Y me di cuenta que hasta yo, siendo  de mente simple, siendo un ser puramente sencillo y directo, era igual o más polifacético que el mismo Oikawa.

Sentado en la mesa de su cocina unifamiliar, con la madre de Tooru sirviéndome un desayuno arquetípico japonés, y escuchándole a él hablar sobre su vida en Tokio pude ver con completa claridad.

Las mentiras que Oikawa contaba en la mesa mientras tomaba su sopa miso eran como una bombilla LED iluminando mi mente. Mis percepciones hacía Akaashi, mi incapacidad para decirle que quería hacer, no estaban regidas por una ausencia de afecto ni porque me gustara más Oikawa. Yo simplemente había perdido mi confianza en él.

El fantástico sexo me hacía sentir bien, pero mi mente seguía atrapada en ciertos asuntos. Iluminado o no, mis sentimientos convulsos seguían dando vueltas en mi cabeza y supongo que por aquello le pedí a Tooru que no me acompañara en busca de la casa de la señorita Yachi. Un error garrafal, ya que en el fondo mi orientación está en un punto regular y terminé dando vueltas a las mismas tres manzanas unas cuantas veces. Pero luego un anciano muy majo, apoyado en un bastón y con cara de malas pulgas, me indicó hacía dónde tenía que ir.

Cuando al fin llegué a la dirección adecuada y llamé al timbre de aquella casa pequeña recordé mis clases de antropología del feminismo. Probablemente yo nunca hubiera elegido aquella asignatura de forma voluntaria, de hecho creo que solo éramos tres chicos en aquella aula de los sesenta o setenta alumnos que asistían a las clases del doctor Kasuga. El motivo por el que terminé en aquella asignatura fue un descuido a la hora de hacer mi matricula, y en realidad creo que tuve muchísima suerte de que así fuera.

Aparte de leer mucho a Simone de Beauvoir, recuerdo haber leído también a una autora china muy curiosa. Soy totalmente incapaz de recordar su nombre,  pero si recuerdo la impresión que dejaron en mi todas sus historias. Eran historias reales de mujeres que habían sufrido la ausencia de la igualdad bajo el gobierno comunista chino. Todas aquellas emociones quedaron concentradas en mi mente cuando vi a Yachi-san. Y la verdad es que comprendí por qué a Konoha le gustaban tanto las mujeres mayores, o por lo menos aquella en concreto.

Yachi Madoka tenía fuego en los ojos, pero no por ira. Era su espíritu de superación definido en las líneas del iris. Entendí mirándola la pasión de Kasuga por todas esas mujeres que salen adelante solas de situaciones duras, y cómo ellas mismas se transforman en seres increíbles. Porque siendo sinceros, la sociedad siempre les dice a esas mujeres con alma de líderes que son mandonas, que no sirven verdaderamente para lo que se proponen o les roban las oportunidades delante de sus propios ojos. Pero Yachi-san era fuerte, tanto o más como me gustaría ser a mi algún día, solo que yo tenía la fortuna de haber nacido con pene, y aquello me daba cierta cobertura para según qué. Aunque  sé que el profesor Kasuga me pegaría si no destacara las palizas mentales que el mundo desigual a los hombres.

—¿Eres amigo de Hitoka? — preguntó. Sostenía un cigarrillo entre los dedos, confirmando de forma  mi teoría de que las mujeres fuertes terminaban fumando, o añadiendo alguna habitud malsana a su vida, para completar el ciclo de soporte de las situaciones complejas.

Negué con la cabeza. La realidad era que aquella mujer me intimidaba un poco.

—Soy amigo de Konoha — dije y vi como aquel fuego en los ojos subía unos cuantos tonos. Estaba enfadada y supongo que tenía sus por qués—. Quería que te diera esto.

Le entregué la carta cerrada de la mano de Akaashi Keiji, un poco arrugada porque soy un desastre humano y con alguna que otra mancha de café.

—¿Está bien Akinori? — su voz parecía desapegada, pero sonaba como una interpretación necesaria para no ver sus propios sentimientos reflejados en su propia voz. Realmente el asunto de Konoha debía haberla afectado.

—Sí, está en Corea y por eso no ha podido traer el mismo la carta — dije y saqué mi teléfono móvil para darle el nuevo número de él—. Tiene un número de teléfono nuevo por si…

Ella negó con la cabeza.

—Ya sé cómo contactar con él — añadió y después de aquello se despidió cordialmente para cerrar la puerta.

Las historias de amor todas tienen finales “tristes”. Todas y cada una de ellas acaban con la separación, o bien porque la relación llega a su fin o bien porque la muerte es inevitable. Supongo que entregar la carta también me hizo pensar en aquello y caí en la cuenta de que quizá estaba bien que yo intentara salir, o no sé, con Oikawa. Después de todo, aunque amase profundamente a Akaashi, quizá ya habíamos tenido nuestro momento, quizá ya había aprendido lo que tenía que aprender de él.

Aquellas afirmaciones en mi cabeza me hacían sentir melancólico, pero al mismo tiempo me recordaban que el tic tac de las horas con Oikawa también iba a llegar a su fin algún día.

Cuando llamé a la puerta de los Oikawa, muerto de calor, Tooru saltó encima de mí besándome cómo si no lo fuera a hacer nunca más. Creo que tenía que ver con que sus padres habían salido o no sé, pero fue gwaah. Nos besamos largo y tendido en el sofá, mientras yo pensaba que ojalá el tic tac con Oikawa fuera un tic tac muy largo. No sé si su intención era que hubiera más sexo implícito, pero lo cierto es que al final acabamos abrazados en el sofá. Él hablaba sobre la fiesta que había pensado para el mafioso, y mientras lo hacía yo olía su piel con mi cabeza apoyada contra su cuello. Mis manos se enredaban en su cintura y notaba sus dedos pasear por mi columna vertebral. Yo le hacía preguntas y más preguntas sobre dónde iríamos y cómo era aquel sitio y todo estaba atrapado en una atmosfera casi mágica. Dicho así quizá suena muy tonto, pero me sentía estúpidamente feliz. Tanto si podía como si no, tenía la sensación de que no importaba si al final algo se descontrolaba. Tenía la firme y falsa sensación de que nada podía ir mal.

Supongo que ahora debería puntualizar un asunto muy concreto y que es relevante para comprender cómo se desarrollaron los siguientes acontecimientos. Básicamente quiero diferenciar dos conceptos que la mayoría de humanos metemos en el mismo saco y no son lo mismo. Amar a alguien no es lo mismo que estar enamorado, estas dos cosas pueden ir de la mano pero no necesariamente. Hablo de la delgada línea de las palabras, creadas y gastadas desde tiempos inmemoriales hace que a veces no pensemos en los pequeños matices de cada mote. Sueno tope de pro, pero la realidad era esta, amar es algo que fluye con el tiempo. Algo que habla de la experiencia de tener a alguien al lado, de saber cómo le huelen los pedos y que te parezca ok aunque no te mole el olor. 

 Yo creo que sí, que Oikawa estaba profundamente enamorado de mí, pero de ahí a amarme había un trecho. Un trecho muy, muy grande además porque ni siquiera estoy seguro que se hubiera replanteado hacerlo. Quizá podría decir que yo tampoco le amaba, y no es un drama, pero la clara diferencia era que yo estaba dispuesto a hacerlo y él… él creo que no.

Aquella noche salimos de su casa más bien pronto, pero Tokio era una cosa diferente a aquel lugar. Había menos de todo lo que mis ojos acostumbrados a la ciudad solían ver y más de otras cosas. Yo me sentía como un intruso que iba a la fiesta de un tipo que había viso escusados minutos una mañana resacosa en la que estaba más por huir que por otra cosa. No es que esas cosas me abrumen mucho, pero por línea general me sabe mal molestar, motivo inconexo por el que siempre acabo hablando más de lo necesario con la gente para que no tengan la sensación de que he ido para nada, y claro a veces resulto más molesto que otra cosa.

De cualquier modo, que me voy por las ramas. La mano de Oikawa Tooru se aferraba a mis dedos con fuerza, como si no fuera a soltarme nunca la mano. Yo pletóricamente alejado de la realidad, como sentado en una nube de color rosa con sabor a algodón de azúcar, me sentí devastado cuando cruzamos cuatro calles en aquel barrio de casitas unifamiliares. La mano de Oikawa se separó de la mía y en principio yo podía comprender aquello, pero no volvió a cogerla ni un instante más.

Yo había dejado de existir para Oikawa, y si bien comprendía su pánico personal a salir del metafórico armario de la homosexualidad, no quería decir que pudiera lidiar con el rechazo personal que me hacía sentir.  Aquella sensación me transportó a un estado de Bokuto silencioso, que no era como si no hablara pero lo hacía menos que en las situaciones habituales.

Cuando aparecieron Hanamaki y Matsukawa terminamos en un bar cercano a la estación de trenes. Era muy extraño, porque Issei y yo habíamos tenido una conversación casi profunda, pero él no se acordaba de mí.

—¡Oh! Vamos, Hajime — se quejó Takahiro porque el mafioso no quería seguir fuera después de aquella cerveza.

Y mientras discutían el asunto, yo miraba a Oikawa. Él estaba orbitando alrededor de Iwazumi Hajime,  y brillaba como nunca con aquella voz casi infantil. No sé realmente si me sentía rechazado o celoso. Mi Oikawa era un jugador o un actor de kabuki, así que en parte sí podría hablar de celos. No lo sé.

Me centré en mi botella de cerveza durante unos instantes y empecé a arrancar la etiqueta mientras daba vueltas a aquellas idioteces que en el fondo no eran tan idiotas, pero si lo eran.

—Eso es de frustrado sexual —puntualizó Issei quitándome la etiqueta de la mano.

—En parte — dije. No estaba frustrado sexualmente precisamente, pero la mirada de reojo de Oikawa fue una respuesta a aquella pequeña venganza de no sostener mi mano delante de los demás.

Le miré de reojo ponerse cacahuetes en la boca para callarse lo que pensaba, porque en parte el chico espacial era un chico de impulsos como yo.

—Iwa, está claro que tenemos que encontrarle una chica a este hombre — dijo Hanamaki pasando su brazo por mi espada y extendiendo el otro hacía otro lado de forma teatral.

—Algo me dice que tú eres la chica más adecuada para Boku-chan — se le quejó Oikawa con un cierto resentimiento que creí notar solo yo. Lo cierto es que el mafioso lo miró como sorprendido, así que creo que sí que lo dedujo. 

Creo que me reía, era lo único que se me ocurría hacer. Después de todo me sentía un poco roto, un poco inestable, un poco borracho, un poco perdido, un poco enamorado y un poco de todo y de nada a la vez.

—¿Tú aún sales con Blancanieves? — le pregunté a Issei.

—Te conté que salía con ella — dijo Matsukawa como si de golpe aceptara que era posible que nos hubiéramos conocido antes—. Sí, está como una puñetera regadera pero tiene sus momentos.

Issei siguió contándome asuntos respecto a Blancanieves. Sobre que ella era le gustaba porque solía hacer arte abstracto con globos de pintura, o pintándose el cuerpo entero sobre lienzos y que todas aquellas excentricidades de lanzar huevos quizá eran solo una forma de compensar otras grandes genialidades. Aquel tipo ,que después de todo lo que me había dicho la primera vez que nos habíamos conocido, parecía francamente enamorado y me hizo pensar.

A veces las personas te pueden desagradar en algunos aspectos y gustarte en otros. Oikawa podía desagradarme y gustarme al mismo tiempo. Podía pensar que era una persona falsa y artificiosa, pero al mismo tiempo también era alguien profundo y sincero, aunque solo fuera cuando estábamos solos. 

Notas finales:

 Este es un capi regular y es que el software de mi cerebro está jodidismo. Prometo esforzarme más en el próximo. 


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