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Sin habilidades de acosador por Tentaculo_Terapeuta

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Notas del capitulo:

Sorry si el texto tienen errores y eso, estoy con bronquitis y el oxigeno no llega a mi cerebro. 

Después de aquella llamada salí corriendo a casa sin despedirme siquiera de Komi. No tenía tiempo que perder, porque ya sentía que perdía suficiente con solo respirar.  Me quejaría, pero en realidad me gusta correr, me gusta mucho correr, así que correr hasta el metro no fue un problema, tampoco correr de la parada del metro hasta mi casa. Pero estar en el vagón si fue infernal. Podía oír todo y al mismo tiempo nada, todo era ruido y más ruido. Y la verdad es que tampoco sé muy bien por qué me puse tan nervioso, pero era el aire contaminado de Tokio que volvía a mi organismo aumentando los niveles de toxinas y matando mis conexiones neuronales. Qué sé yo. En el fondo solo soy un tipo simple que hace lo que puede.

Abrí la puerta de casa y vi a Oikawa tirado sobre el futón acariciando a la gata salvaje. Me gusta pensar en esa gata como una gata salvaje, porque aunque nunca me había arañado la cara pero quizá debería haberlo hecho en muchos momentos.

Me dirigí al armario y saqué la mochila que me había dejado Konoha, la que estaba repleta de dinero negro.

—¿Cuánto dices que necesitas para pagar lo de la casa de Nakano?— pregunté mientras tiraba de la mochila y la arrastraba al lado de Oikawa.

En realidad es terrible que nunca me pare a mirar según que detalles, pero en aquel momento Tooru llevaba solo una camiseta roja que le sienta estúpidamente bien con, no sé, diremos su tono de piel o su color de ojos. Pero la verdad es que cuando la llevaba yo solo pensaba en quitársela. 

Él se recostó dejando en paz al animalillo salvaje que se acercó para saludarme restregando su cabeza contra mi cuerpo. Y entonces Oikawa me miró un poco confuso, y es normal, yo no solía hacer preguntas de aquel tipo casi nunca.

—No lo sé seguro, tendría que hablar con Iwa — dijo él con sus ojos castaños fijos en mis movimientos de pelea intensa con los cordones de aquella bolsa de montañismo.

Supongo que a estas alturas estaría bien que contara de qué iba la llamada. Pues la llamada venía de Corea, era de Konoha. Se ve que Saru le había contado a Akinori que yo iba a usar ese dinero para pagar su abogado y además un montón de cosas que no sé qué y más rollos que aún no me quedan nada claros y el asunto es que las palabras de Konoha fueron muy claras y concisas: “Ese dinero es tuyo, Bokuto, gástatelo en putos o en irte a Alasaka con Akaashi, o en lo que quieras, pero yo ya tengo mi propio dinero para el abogado”.

Y eso hacía ahora, gastármelo en putos. Bueno, queda mal decirlo así, pero si iba a dejar el trabajo, porque a mi asuntos turbios los justos, y además tenía ahí a Oikawa sufriendo por la mierda del padre del mafioso no mafioso, no podía hacer otra cosa.

Al fin abrí la mochila y unos cuantos fajos de billetes se desparramaron hacía afuera, cayendo sobre el futón y miré a Oikawa.  Tenía la boca entre abierta y su mirada de confusión se había difuminado y transformado en una de alucine absoluto.

—Creí que lo que decía Komi era un farol — dijo al fin cuando cogí uno de los fajos y le quité la goma que lo sujetaba para mirar la cantidad de billetes aproximados que tenía cada fajo y se lo entregué.

—Paga tus deudas — dije.

Cuando le conté a Akaashi que había hecho aquello dijo que yo era alguien excepcionalmente generoso, pero no le veía sentido a aquello. Aquel dinero no era algo que yo hubiera ganado con esfuerzo, aquel dinero era un regalo para mí y para mí no tenía sentido no compartirlo.

Oikawa cogió el fajo de billetes y se lo pasó por la cara, como si intentar averiguar de aquel modo si era real al notar el papel en contacto con su piel.

—Bokuto Kotaro — dijo cuándo se apartó el dinero de la cara y lo dejó caer sobre su regazo.— ¡Qué pagar deudas, ni que niño muerto! ¡Vámonos tú y yo a Cuba a vivir la vida y olvidarnos de que el mundo existe!

 Recuerdo que empecé a reírme como un idiota. Tendría que haberle dicho que sí, tendríamos que habernos ido a las playas de cuba a tomar el sol y a pasar el resto de nuestra vida allí, juntos.

—Eso estaría muy bien, muy, muy bien — dije y me quedé mirándole, con aquella cara de asombro que tenía y todos los sentimientos arremolinados en mi pecho clamando por saber más de qué era lo que él de verdad quería de mí. — Pero… Si nos vamos no serás astrofísico, ni te unirás a SETI, ni trabajarás para la NASA…

En mi mente hay un cine, es un cine en el que ponen películas de todo tipo, pero esencialmente por mi gran capacidad de sobrepensar suelen ser pelis dramáticas y con alto contenido doloroso. Asombrosamente en aquel momento pasó una peli bonita, una en la que Oikawa no priorizaba su carrera profesional y me elegía a mí, quizá con alguna frase bonita de ”Qué más da eso si estamos juntos” o mierdas por el estilo que en realidad creo que solo me gustan en la ficción de mi cabeza. Porque tampoco es como si me hubiera pasado como para que pudiera decir que sí, que aquello era lo que quería de verdad. Pero…

—Tienes razón — suspiró Oikawa con cierta decepción. Y me hizo preguntarme si es que él esperaba que yo no le pusiera los pies en el suelo y que por una vez el cine de mi cabeza y el de su cabeza se juntaran en una simbiosis falsa y viajáramos al menos mentalmente a una playa de alguna isla. Porque quien dice Cuba dice las islas Caimán o a saber.

Le miré sonreír  y poner de nuevo en orden el fajo de billetes, metiéndolo de nuevo en la mochila. Aceptar dinero ajeno en realidad es algo que a mí se me había hecho complicado, así que no sabía si Oikawa iba a aceptarlo con facilidad, así que le insistí.

—Tú di una cifra, da igual si es mayor a lo que debes, si hay suficiente ahí dentro es tuyo.

Él cerró la mochila de nuevo y me  miró con cierta seriedad de nuevo.

—Gracias — se acercó despacio. La textura suave de sus labios sobre los míos y sus pestañas que casi me abanicaban la cara y mi corazón matándome de taquicardia y el timbre de la puerta molestándome en lo que habría sido otro polvo épico si no hubiera sonado.

Con todo aquel rollo del dinero y los sueños de no saber qué, la gata había salido por la ventana y se había colado en lo que creíamos que era su habitad natural anteriormente ya mencionada; la casa de vecino.

—Bokuto, abre la puerta — la voz de mi vecino, aguda y molesta, acompañada del retumbar de aquel timbre innecesario y de los golpes de su mano sobre la madera de la puerta. No odio a nadie, pero en aquel momento le odié, mucho además.

Abrí la puerta y ahí estaba él, con la gata agarrada por la barriga que pataleaba para ser soltada. No os he descrito a este peculiar señor, pero no es feo. Supongo que lo dejaré ahí. Porque si bien los dioses le habían elegido una cara armoniosa, no una personalidad agradable.

—Mi novia es alérgica a los gatos y estoy harto de que tu gato se cuele en mi casa y lo deje todo hecho una porquería — empezó su perorata, que en realidad se quedó ahí cuando vio la cara de asombro que Oikawa y yo poníamos al oir eso de “tu gato”.— ¿Es que no es tuyo?

—Sí, Scully es mía — dijo de golpe Oikawa, levantándose del fondo de la habitación y robándole el gato de las manos—. Dile a tu novia que tome antiestaminicos, y es una gata.

El mismo Oikawa le cerró la puerta en la cara, quizá molesto porque hubiera sido tan inoportuno. Pero es que aquella semana Tooru y yo hicimos subir las acciones de las compañías de preservativos de Japón.  Era como una fantasía idílica; Levantarse temprano y echar un polvo antes de los entrenamientos de la uni, algún que otro examen y quedar para comer y terminar en los baños de la facultad, y así. Ni siquiera recuerdo haber pasado una etapa similar con Akaashi y supongo que tenía que ver con la edad, no lo sé.

Uno de los ratos en los que no estábamos pegados como si un pegamento extrafuerte nos uniera decidí pasarme a ver a mi jefe. Tenía que hablar sobre lo que había pasado con Komi, porque si no tenía que ver solo con Sawamura…

—El tipo que te substituyó es muy atento, me gustó mucho como trabaja — dijo él nada más verme entrar. Ni hola, ni nada, porque a veces es mejor ir a la directa. Yo decidí imitarlo.

—Sí, encontramos una bolsa llena de… — miré alrededor había dos o tres personas y me agobié un poco.

—Sí, ya sé que hay en esa bolsa — dijo él como si me leyera la mente. — Solo me sorprende que no te dieras cuenta antes de todo, Bokuto-kun.

Me quedé en silencio ¿Cómo me iba yo a dar cuenta de nada? Yo solo quería trabajar, en realidad hacer el holgazán escuchando música y sacar un dinero, que sé yo.  Y a todo esto yo seguía sin  ser consciente de qué era ese “todo”, solo para patentar mi idiotez , claro.

—Vamos, es muy evidente — añadió él. Sus ojos pequeñísimos detrás de aquellas gafas redondas que le daban un aire de ratilla me incomodaban, me hacían sentir tan tonto. — ¿Cuánta gente crees que compra vinilos en la actualidad?

—No lo sé, yo solo estoy los fines de semana y…

—  Pues ya te digo que si tuviéramos que vivir de la música, tu sueldo hubiera sido de tres yenes al mes como mucho — suspiré al oír aquello.

Sep, mi segundo hogar, donde en el fondo me gustaba pasar tiempo, era en realidad un local de blanqueo de dinero para los yakuza. Porque acusar a Iwaizumi Hajime de ser un mafioso era súper fácil, pero indirectamente el verdadero mafioso era yo.

—Pues a mí me gusta cómo suena la música en estos formatos — dije cogiendo un LP aleatorio y fijándome en el diseño de aquella portada roja.

—Y a mí — contestó él —¿Vas a quedarte entonces?

Negué con la cabeza.

—No me quiero involucrar en estas cosas.

La realidad era que me daba pena irme. Iba a echar de menos el poster de Deep Purple, la aguja del reproductor jodiéndose cada dos por tres, porque en el fondo soy un manazas, y la luz un poco lúgubre que a menudo me daba dolor de cabeza.

—No es nada malo, solo sobrevivimos como podemos — dijo él buscando supongo que autojustificarse.  Supongo que debería haberme formado alguna opinión, pero  no quería realmente involucrarme ni para bueno ni para malo. Yo era feliz con una vida simple, sencilla, son rollos dramáticos, porque los dramas ya suelen venir solos. — Te despediré oficialmente y te llevarás una comisión adecuada por tu silencio, espero poder confiar en ti.

Y oírle decir aquello fue un peso muy grande sobre mis hombros. La gente creía que podía hacer aquello conmigo siempre, desvelarme grandes secretos y confiarme importantes tareas, las cuales lo más probable era que yo no estuviera listo para asumir. 

Asentí con la cabeza y dije adiós con la mano mientras me marchaba. Nunca me ha gustado decir adiós, es de esas cosas que te dejan mal cuerpo, a pesar de que sé que los cambios no siempre son para malo. Pero los cambios asustan, sin lugar a dudas, todo lo que es nuevo da mucho miedo.

 

 

 


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