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Sin habilidades de acosador por Tentaculo_Terapeuta

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Cuando era un crío me fascinaba la mitología griega. Todos esos vaivenes dramáticos de los dioses antropomórficos que tenían rollos románticos de casi cualquier tipo y mágicas soluciones para todo. Pero lo que más me fascinaba era ese concepto de las heridas mortales en seres inmortales. Mi interpretación de esto era francamente épica, un ser que no puede morir herido de muerte, con una herida que siempre sangra y condenada a doler para siempre.  Así que me imaginaba a Filoctetes herido de muerte, escondido en algún rincón, sin poder irse a ningún lado y sufriendo horrores. Evidentemente esta interpretación era fruto de mi imaginación activa, que siempre que no tiene toda la información genera espontáneamente lo que le falta. De todos modos siempre acabo pensando en ello, en heridas que no te matan pero que nunca se curan. Creo que son solo mitología, sinceramente, si arrancas las flechas y desinfectas las heridas, las vendas y las cuidas, todas las heridas se curan.

Aquel domingo por la mañana se ponía punto y final a la semana idílica con Oikawa. Tirados sobre el futón, con las ventanas abiertas, esperábamos si alguna pizca de aire podía correr a través de las habitaciones y devolvernos a la vida de aquel sofocante día, pero no fue así.  Cuando al fin nos levantamos de la cama, fue para ponernos a limpiar un poco.  Al futón le hacía falta, al tatami le hacía falta, y sobre todo al desastre del bambú de plástico de la entrada le hacía falta. Y es que Scully se había ensañado con los deseos del tanabata que habíamos colgado de más abajo.

—Ayer le compré una cosa a Scully — dije mientras aún estábamos tirados sobre el suelo. Oikawa estaba encogido a mi lado, con los ojos cerrados y se soplaba el pelo del flequillo para apartárselo de la cara. Tenía el pelo apegotonado  sobre la frente por el sudor  y la verdad es que sus facciones de niño guapo me dejaban anonadado. Recuerdo que estiré el brazo hasta mis pantalones del día anterior y saqué un pequeño paquete envuelto en color violeta. — Y  luego nos ponemos a trabajar ¿vale?

Me había hecho especial ilusión comprar aquello, porque era como la primera cosa que le regalaba, aunque no se la regalarse directamente a él.  No sé si eso tenía sentido, pero para mí era especial. En realidad no me gusta hacer regalos vacíos, siempre que regalo algo es porque realmente siento que es algo importante, tampoco es que tenga mucho sentido ahora ponerse a pensar en ello.

—O podemos abrir ese paquete y luego pasar el día aquí tirados— dijo Oikawa estirándose y robándome el regalo de las manos mientras se estiraba y se pegaba un poco contra mí. Era entre asqueroso y genial, porque no llevábamos nada de ropa, hacía calor y estábamos muy sudados, pero al mismo tiempo era guay tenerle cerca.

Tiró del papel con fuerza, y en realidad puedes decir que tipo de persona es alguien por cómo abre los paquetes. Según esa teoría Oikawa era impaciente, impulsivo y curioso. 

—Es un collar para ella — dijo mirando la inscripción. Era una idiotez, pero me gustaban aquellas idioteces supongo. 

Se giró sobre él mismo y yo pensé que iba a besarme, pero solo extendió los brazos para coger a la gata que estaba situada detrás de mí con la panza hacía arriba. Estaba gorda para haber sido una gata callejera, pero al mismo tiempo no lo había sido nunca porque la teníamos casi siempre en casa, y si no el vecino.  Le colocó el collar y le acarició la cabeza, lo que ella respondió con una sutil queja y un mimo.

—Solo te importa ella — balbuceé llorica de forma extraexagerada para oír la risa de Tooru.

Oikawa asintió y me besó. Es extraño, fue un beso simple y sencillo, antes de que me estirara, me pusiera unos pantalones y sugiriera que nos pusiéramos a trabajar. Nunca piensas que va a ser el último, nunca piensas que hay una última vez y sin embargo es una de esas cosas que si existen y son más claras que ningunas otras.

Después de aquello él también se puso unos pantalones y empezamos a limpiar la pocilga. Quizá debería haberle hecho caso, porque si no hubiera mirado la puñetera planta de plástico no me habría acordado de Akaashi y nada de lo que se sucedió hubiera ocurrido. Quizá si Oikawa no hubiera llevado mil quinientas máscaras, y solo quizá, nada de todo aquello me hubiera costado tanto de entender.

Una vez saqué el futón y lo colgué en el balcón miré la planta de bambú de plástico. El papelillo salmón que quedaba con vida, él único que estaba aún colgado, tenía que ser precisamente aquel.  La casualidad es puta, y hablo en serio, es la peor puta del mundo. Me arrodillé junto a la planta intentado quitar los restos de los deseos que quedaban y tuve que leer aquel papelillo del mismo color que recordaba que era el de Akaashi. Era su deseo, supongo, ni siquiera me replanteé si aquella era su letra o no, pero ponía “Ojalá Bokuto se aclaré ya”. Y solo pude pensar que yo le había dejado enterrando entre un no y un sí, sin decirle nada de nada, esperando una respuesta que no había llegado a pesar de que yo tenía muy clara mi respuesta.  

Vale, Akaashi no es tonto. Nadie necesita un mapa para interpretar un silencio a excepción de quizá yo pero…

Entré en casa con decisión y es que después de todo aquellas no eran cosas para decir por teléfono.

—No hace falta que termines, ya acabaré yo, pero tengo que irme — dije buscando una camiseta aleatoria entre mi ropa limpia. Elegí una amarilla, porque lejos de esa teoría popular del teatro que dice que el amarillo trae mala suerte a mí me trae buena suerte, o por lo menos me reconforta porque tiene un estampado de piñas que me gusta. La camiseta, no el color amarillo, ya sabéis.

Oikawa tenía su mirada fija encima de la mesa, que era donde yo había dejado aquel papel del Tanabata, de Akaashi. Yo no creía que fuera relevante, porque solo iba a decirle a Akaashi que no quería volver con él, pero creo que a Oikawa le molestó.

— ¿Vas a ver a Akaashi? — y estaba muy serio, más de lo que lo había visto nunca antes. Parecía una mujer celosa de serial, y yo me reí porque me parecía muy absurdo y creía que estaba fingiendo.  Me lanzó una mirada asesina, como si fuera a hacer algo terrible por ir a verle.  Y la peor parte era que estaba fregando los platos y aquello le daba a todo un toque más surrealista porque él llevaba un delantal y no sé qué decir al respecto, aparte de que sigo en shock.

— Akaashi es también mi amigo — dije algo asustado por aquel comportamiento de manual. Tenía que adivinar en qué punto del serial el protagonista principal apaciguaba a su esposa celosa y le demostraba que la amaba de verdad, pero solo venían a mi mente películas de acción en que la esposa era doble agente secreta y no había solución. 

— Claro, olvidaba que solo éramos amigos — y se giró a seguir fregar los platos.

—¿Esto no va en serio, no? — Pregunté sintiéndome profundamente confundido.— Oikawa…

El suspiro de Oikawa fue profundo, dejó caer la esponja y se quitó el delantal para sentarse delante de mí en la mesa y coger el papel de color salmón.

—No, creo que no — dijo él. No sonaba enfadado, sonaba más bien algo desesperanzado pero no tenía mucho sentido. Acaba de ser la semana más empalagosa y cursi de mi vida, no tenía sentido alguno que para él no fuera igual.— Creo que a pesar de lo que pueda pensar tú y yo no vamos a ningún sitio y en parte es culpa tuya.

Parpadeé repetidamente mientras mi cerebro procesaba aquella frase. Mi mente suele ir rápido, pero en aquel caso iba lenta como una tortuga a la pata coja.

—¿Te aclararás alguna vez respecto a Akaashi? — preguntó.— Ese puñetero papel es mío, yo quería que te aclararas y parece que solo tienes un montón de pánicos del pasa…

—Pero Oikawa yo estoy bastante seguro de lo que quiero — dije cortándole porque me molestaba el rumbo de su discurso como que bastante.— Eres tú que vives con ese pánico a salir del armario delante de tus amigos, y me parece genial es asunto tuyo, pero no me digas a mí que yo tengo pánicos y miedos.

—Supongo que es mejor si dejamos esta conversación aquí — dijo levantándose y yo quería abrazarle, quería frenarle y hacerle entender que para mí él era importante, o no sé, no tenía ni idea de qué hacer o decir, y entonces creo que su acción me rompió.— En el fondo quieres volver con Akaashi, pero es un error por tu parte y nunca te saldrá bien…

Su palabrería me importaba un pepino. Podría haber dicho mil cosas hirientes, podría haberme cortado en mil pedazos y hubiera seguido enamorado de él hasta el fin de los tiempos y dispuesto a dejarme cortar una pierna por él si así lo quería, pero me mató verle hacer aquello. Sacó su bolsa de deporte y la mochila de Konoha. Le miré sacar varios fajos de billetes de forma mecánica y meterlos en su bolsa de deporte, haciendo que mis cuerdas vocales se murieran in situ. Después metió su ropa de forma desordenada sobre el dinero y yo me lo quedé mirando.

Finalmente miré cómo cogía a Scully en los brazos y me miraba mientras yo no decía nada. Supongo que me sentía tan usado, que tenía tanto la sensación de que para él todo había sido una estúpida mentira para curiosear cómo era estar con un tipo y que yo no era más que un juguete. Yo era un muñeco de felpa al que apalear, un saco de boxeo o no lo sé. Él solo había estado allí esperando a que le ofreciera el dinero, él era en definitiva parecido a Komi y por eso se llevaban tan estupendamente bien…

Cuando le miré salir por la puerta de casa tampoco me moví. Creo que estuve quieto durante al menos quince minutos esperando que se girara, que volviera y dijera que todo era una broma pesada. Ni siquiera me hubiera enfadado si hubiera sido una broma, en serio, pero no lo era.

Cuando al final mi cerebro llegó a la conclusión de que no iba a volver corrí al baño y busqué entre la ropa sucia a ver si había quedado algo de él. Su camiseta roja estaba allí, hecha un asco y apestaba, pero me quité la camiseta de piñas y me la puse.

Aquella camiseta me quedaba ridículamente pequeña, me apretaba el pecho y me marcaba los pezones, de hecho quizá tenía el aspecto más ridículo del planeta pero llevarla puesta me hacía sentir que Oikawa había sido real para mí. Y era horrible, era como si todo mi cuerpo pesara infinitamente y tenía ganas de gritar, de romper cosas, de pedirle a un Dios en el que no creía que hiciera magia y rebobinara o cualquier cosa.

Entré el futón y lo coloqué sobre el suelo. Corrí las cortinas y me dejé caer sobre el futón. Mi mente se había parado. Ni siquiera era capaz de llorar, a pesar de que quería con toda mi alma llorar, solo estaba ahí. Meramente existía y ese hecho ya era abrumador en si mismo.

Me hice un ovillo y pensé al fin. Las heridas no son eternas. Dolía como mil demonios, pero era porque me las acababan de hacer. Esas heridas no iban a doler para siempre. 

Notas finales:

NA: Esto tenía que haberse publicado ayer, pero me pasé el fin de semana con una puta crisis nerviosa intensa de cojones, que afortunadamente conseguí controlar, y no tenía nada escrito, además que yo no estaba seguro de querer escribir esto y es un poco…  No sé si llego a dar a entender que la mayor parte del drama pasa en la cabeza de Oikawa y revienta con un suspiro de Bokuto. Cosas de la vida moderna, pero estoy especialmente satisfecho, con lo que me ha costado escribirlo, del resultado (Lo cual se me pasará cuando lo relea). 


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