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Sin habilidades de acosador por Tentaculo_Terapeuta

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Notas del capitulo:

: Disculparme mil veces por los martes ausentes, estoy de finales y el estrés me va a matar. Pero esta semana he tenido algo de tiempo libre y al fin he podido escribir algo :p

Añadir que el título del capi va con una canción folk americana que me obsesionó cuando la descubrí por mi amor secreto, Bob Dylan, y que hace poco re-encontré en un capítulo de SPN y me pareció bastante idónea. Aunque quizá es solo porque estoy enamorado de mi caos o qué se yo (¿) Ahora solo sé contestar a preguntas sobre la enfermedad de Addison, problemas en la corteza suprarrenal y dramas hormonales de la adenohipófisis. 

“One of these days and it won’t be long

Call my name and I’ll be gone

Fare thee well, my honey, fare thee well

 

I remember one night, a drizzling rain

Round my heart I felt an achin’ pain

Fare thee well, oh honey, fare thee well

 

El viaje en tren inicial lo pasé con la nariz metida en el libro. Considerando que esta es puntiaguda, podríamos decir que me marcaba la línea por la que tenía que ir leyendo.  A mi lado, totalmente a su rollo, Saru-kun se había puesto los cascos y escuchaba música mirando por la ventana. En el fondo lo entendía, el paisaje escondía cierta belleza melancólica, entre verdes, grises y marrones, recordándome a un montón de gilipolleces en las que yo no quería pensar. Por eso era él el que miraba por la ventana y no yo.

Por algún motivo que desconozco, Sarukui era el tipo que me acompañan en mi vuelta a casa. Aquello  no tenía sentido para mí. Saru molaba, le quería y esas cosas, pero a veces creía que él no confiaba en mí y aquello me inquietaba. Lo cierto es que Yamato no confiaba en prácticamente nadie, pero era el único con tiempo para acompañarme.  Kuroo y Komi trabajaban, Konoha estaba a saber dónde y… Bueno, supongo que Kenma hubiera sido una peor opción a pesar de que yo aún tenía cuentas que arreglar con él.

El viaje final en autobús para cruzar el puente hasta la isla de Shikoku lo hice robándole el asiento junto a la ventana a Yamato. Él no se quejó, solo me miró como analizándome y empezó a hablarme de un asunto que estaba estudiando en la universidad. Yo no entendí demasiado de lo que decía, pero atendía como el robot que debía ser en aquel momento.

Llegamos a Sanuki cerca de las doce y pico del mediodía y mi estómago rugía. Mi familia solía estar fuera todo el día, de hecho yo sabía que hasta las tres de la tarde o así mi madre no llegaría a casa y quizá mi hermana podía estar allí de casualidad, pero no se dio el caso.

Frente a la casa unifamiliar de los Bokuto, debo admitir que me gusta cómo mi padre colocó una lámina dorada de  metal en la que se grababan los kanji de nuestro nombre allí colgada, decidimos huir a un Dennys a pasar el rato hasta que alguien llegara a casa. Sí, sí, yo no tenía llaves de aquel lugar, otra muestra más del por qué me sentía brutalmente ajeno a mi cuando aterrizaba por allí.

— En realidad el udón de Sanuki es famoso — dijo Sarukui mientras nos sentábamos en aquel restaurante familiar cutre, con música insufrible sonando por los altavoces. Sonaba muy bajita, infiltrándose en tus oídos como si fuera una hormiga invadiéndote. No, la verdad era que no era tan insoportable, pero es que no hay nada que me parezca más insufrible que las esperas.

Las esperas son torturas inimaginables, largas colas para burocracia inútil, más largas colas para subirte a una atracción en un parque temático, tediosas horas de tic tac esperando a que se haga de día las noches de insomnio, largas esperas para sentirte capaz de llamar a alguien y decirle lo que piensas, cuando ni siquiera crees que tu cerebro esté conectado a tu espina dorsal y seas capaz de nada. Largas esperas. En realidad aquella no era de las largas esperas más terribles que había vivido si considerábamos la deplorable situación con Akaashi.

Quizá lo que me pasaba era que el estado de inactividad me destruía, porque cada vez que se hacía un espacio en blanco en mi vida mi mente traía a Oikawa a esta  y relacionaba todo con él.  Me aventuraré a decir que al mismo tiempo que él estaba presente en cada célula de mi cuerpo, yo me negaba a querer pensar en él. Era como cuando te gustan mucho los donuts, así que vas al Dunking’Donuts y te compras tres cajas de doce, te las zampas y te asalta un dolor de estómago brutal. Luego te siguen chiflando los Donuts, pero pasas un tiempo bastante largo hasta que puedes volver a olerlos sin vomitar. Era una sobredosis de Oikawa lo que me pasaba.

Así que allí estábamos Sarukui y yo, con un plato de desayuno cuando ya casi era la hora de comer y dos cafés americanos.  Yo leía a Proust y Sarukui leía un libro fino de bolsillo con unas gafas de sol puestas. Era divertido mirar a Yamato con aquel aspecto, subrayando con un lápiz un poco desgastado cosas en el libro y sin quitarse aquellas gafas oscuras que a saber por qué llevaba. De vez en cuando me miraba por encima de las gafas, como si me estuviera estudiando.

—¿Estás bien? — me preguntó varias veces. Unas era porque me interceptaba mirándole, otras era porque yo cerraba el libro de Proust con ira y me quedaba mirando el vacío de forma ridícula, intentando vaciar mi cabeza.  Y supongo que lo preguntaba porque yo hacía caras, gesticulaba y hablaba conmigo mismo del puro enfado que cargaba con Bokuto Kotaro, el gran imbécil de la dinastía idiota. 

—No lo sé — me quejé en voz alta la octava o la novena vez que preguntaba si yo estaba bien. Y la verdad era que no lo sabía. El texto de Proust no tenía nada que ver con lo que había ocurrido entre Oikawa Tooru y el idiota Bokuto Kotaro, pero yo lo relacionaba con él a cada palabra como si la enfermedad que sufría suplicara por un “amputen el cerebro” o “lobotomías indoloras, por favor”.— Es que no consigo vaciar la cabeza y mi mente no sé…

Empecé a golpearme la cabeza cuando él empezó a reírse. Era una situación un tanto incomoda.

—Si no puedes apagar la cabeza entonces…— se quedó pensativo y guardó el libro en su mochila de viaje.  Despejó la mesa, dejando los platos de desayuno, mi libro de Proust ya casi terminado y los cafés a un lado. — Entonces tienes que pensar en el problema, pero de forma analítica, que sea útil.

Sarukui miró de refilón a la camarera y al ver que no se fijaba en él dibujó un círculo en el centro de la mesa y me entregó el lápiz.

— Escribe ahí en medio lo que crees que es el problema máximo que te agobia — dijo y se quitó las gafas de sol para colgárselas del cuello de la camiseta.

Tragué saliva. Realmente creo que aquello era muy tocapleotas, pero estaba tan agobiado que supongo que solo obedecí porque no quería seguir estando de aquella manera. Habría hecho cualquier cosa para no sentirme como me sentía, hasta arrancarme los ojos si hacía falta. Escribí el nombre de Oikawa en el centro de aquel círculo. Él era mi problema, su ausencia repentina, un comportamiento que yo era completamente incapaz de interpretar o empatizar.

Le miré esperando alguna orden más.  El me robó el lápiz y dibujó una línea bajo el círculo, definiendo tres casillas diferentes como, pasado, presente y futuro.

—Komi dijo que él se piró y te dejó tirado así sin más — dijo Saru, que no había hecho alusión a nada y en el fondo creo que entonces comprendí por qué era Saru y no otro el que me acompañaba. En realidad Oikawa debía haber hablado con Komi. —  ¿Qué era lo que querías de él antes de que eso pasara?

Miré los ideogramas del nombre de la furcia escapista, tal y como bautizaba Komi a aquellas chicas que le dejaban tirado, así bauticé a Oikawa. Yo solo había querido cinco minutos más y que no se marchara como había hecho Akaashi. Levanté la vista y me fijé en Yamato, creo que iba a contestarle cuando unos brazos blancos me agarraron del cuello con un grito estridente.

— ¡Nii-chan! — era mi hermana. Con su pelo largo negro azulado cayendo en cortinas por delante de mi cara levantó la mirada y examinó a mi compañero. — ¿Ha venido Konoha también?

—No, pero le supero en casi todo — dijo Sarukui con cierta indiferencia ante Akira-chan.  Ella bufó dando por hecho de que Yamato era un engreído, y bueno, era cierto.

—Sabía que estarías aquí, siempre cumples los mismos patrones cuando vienes a vernos — Akira era adorable, parecía colmarme de atenciones cuando yo no las quería, y cuando yo quería su atención nunca la tenía. Supongo que esa es la relación normal de los hermanos, un amor-odio extraño. — Vamos, os prepararé algo de comer.

Negué con la cabeza.

— No, ya hemos comido — señalé los platos del desayuno y Akira hizo un puchero.

—¡Oh! Bokuto, podemos comer más — dijo Saru arqueando las cejas.

Declararé que me parecía mal que mi hermana tuviera una obsesión insana con Konoha, pero que Yamato coqueteara de forma desenfadada con ella me parecía igual de mal. Y creo que lo peor de es, porque definitivamente sigue siendo algo patente y no limitado en el pasado, que no tiene ningún sentido que me preocupe lo que haga mi hermana con su vida romántica. Pero lo hace, me preocupa y me siento imbécil por ello.

Caminamos a casa. La parte positiva de todo aquello era que yo me enajenaba verdaderamente del drama, pero aun así las ideas que Saru había intentado meter en mi cabeza me agobiaban un poquito. Me di cuenta de que probablemente mi inactividad, mi incapacidad para ser alguien activo con Oikawa y ponerle las cartas sobre la mesa salía de un problema ajeno a él.

Yo había hecho un sinfín de cosas por Akaashi, yo era un “novio” activo por así decirlo, y a pesar de todo no había podido evitar que él se alejara de mí. Al no solucionar nunca mi asunto con Keiji me había quedado atrapado en él. Mi problema real, independientemente de cual fuera el problema de Oikawa, era que estaba encerrado en el círculo que mi relación anterior había creado. Mi frustración nacía de que no me sentía capaz de hacer nada por Oikawa después de la decepción, pero al mismo tiempo lo quería con todo mí ser. Estaba entre la espada y la pared. Mi mayor problema era yo.

Cuando llegamos a casa, Saru y yo dejamos las cosas en mi cuarto y bajamos a comer algo. Mi hermana se lo curró mucho, preparó ramen de sobre. Gracias, One-chan, yo también sé hervir agua.

—Deberías venir hoy por la noche a la playa — dijo Akira con tono dulce. Estábamos sentados en la mesa de la cocina, que era bastante grande y me gustaba porque mi madre coleccionaba búhos de resina que se alienaban sobre el mármol. — Es el cumpleaños de una amiga y montaremos una pequeña fiesta.

— Claro, claro — dije. Me sentía ajeno a mi total. Yo, pensar en saltarme una fiesta. Así que me enfadé más con el Bokuto Kotaro enfadado y me grité algunos insultos por dentro. — Sí, de hecho me apetece mucho ir.

—Pues estad listos a las ocho— dijo Akira que se colocó a mi lado y me besó en la mejilla. Me incomodaba. Seguro que Kuroo había hablado más de la cuenta, y eso que el charlatán suelo ser yo,  por eso estaba tan atenta. — Pasaré a buscaros.

Y tras decir aquello se marchó, dejándonos a Saru y a mi allí solos. Comiendo ramen.

—Me encanta tu hermana — dijo Yamato en su estado babeo. — ¿Quieres seguir con lo de antes? Aunque aquí evitaré usar la mesa y esas cosas…

—No, no, creo que ya se me ha pasado un poco — dije y me mantuve en silencio durante un rato.

Saru miraba todo el espacio, como si memorizara lo que tenía alrededor o calculara los espacios y la incidencia de la luz que entraba por las ventanas. Era curioso, porque él había sido como un prisma enfocado el haz de luz de mis pensamientos para descomponerlos en colores.

—Oye, Saru — dije más tare cuando nos sentamos a mirar la tele un rato. Quería explicarle cosas de aquel sitio, yo me moría de ganas de enseñarle donde jugaba de pequeño, y mis sitios favoritos donde perderme, pero al mismo tiempo tampoco tenía demasiadas ganas de nada. Todo yo era una contradicción con patas. — ¿Crees que debería llamar a Oikawa? Creo que sé por qué las cosas… Bueno, he visto la luz por así decirlo y…

Apreté la boca en una mueca rara. En la tele salían chicas en bikini en una piscina tirando de una cuerda en una especie de concurso pervertido que la gente solo ponía para ver a las modelos hacer el idiota en poca ropa.

—Bueno, depende de cuánto te tragues de orgullo tú por hablarle y cuanto crees que se traga él el orgullo por hablarte.— Cuando dijo aquello no entendí nada. Yo era un ser orgulloso, pero tampoco mucho. Puede que Oikawa sí que lo fuera mucho. — Cuando te tragas el orgullo por alguien esa persona debe valorar ese factor, porque la indigestión puede ser alucinante y a pesar de que es un buen gesto, si esa persona no puede sacrificarse al mismo nivel el vínculo entre los dos se muere casi de forma automática.

Procesé aquella información. Pensé en Komi y Saru. En sus tira y aflojas constantes.

—Y entonces… — empecé a formular.

—Sí, por eso le aguanto tanta mierda a Komi — dijo él como si me hubiera leído la mente. — Él se traga su orgullo y se muestra vulnerable conmigo como no lo hace con nadie, yo asumo el esfuerzo que a él le cuesta ser así y soporto su gilipollismo.

Suspiré. Yo no sabía si prefería dejar las cosas en stand by o arriesgarme a matarlo todo. Yo seguía atrapado en mi problema con Akaashi y los libros de Proust.  En aquel punto entendí que aunque yo había centrado que el problema en Oikawa, él no era el problema real para nada. 


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