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Sin habilidades de acosador por Tentaculo_Terapeuta

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El mundo está lleno de aterradores situaciones, la vida empieza con el profundo trauma de salir por un agujero sumamente pequeño y después de nueve meses de formación te presentan al mundo y ¿qué es lo primero que hacemos? Llorar. Podría decir que es porque el mundo es aterrador, pero la verdad es que, según el ginecólogo que me trajo al mundo, que es porque respirar por primera vez aire es sumamente doloroso. Un asunto largo sobre cómo las dos capas de los pulmones se separan y no sé qué más, pero yo seguiré pensado que es porque el mundo es aterrador. Ese hombre también dijo que yo no lloré al nacer a pesar de empezar a respirar con completa normalidad. Cuando me contaron eso pensé que era porque yo era diferente, especial, pero lo cierto es que no, que al igual que todos los humanos tengo miedos. Mis miedos abracan la soledad, la muerte y el cautiverio. Todos ellos se resumen en una oscuridad profunda de no saber quién soy, de no dar la talla o de perderme. Pero lo cierto era que no lloré al nacer y en parte es porque, una parte de mí no me deja rendirme ante dificultades como que el mundo sea algo aterrador.

El restaurante en el que estaba con Oikawa era muy pequeño, con mesas alargadas y taburetes altos, servían un único tipo de ramen. El de aquel día era el de ternera picante y aquello me dio una buena vibración; era mi favorito. Si, si, es muy idiota eso de que tuviera good vibes solo porque sirvieran mi caldo favorito, pero nunca he dicho que sea alguien espabilado y que recaiga en razonamientos súper lógicos ¿no?

El resumen es que Oikawa y yo nos sentamos cada uno en uno de aquellos taburetes altos y pedimos comida. Él llevaba el traje del maid café, sin la chaqueta y con la camisa perfectamente abotonada, ni una sola arruga en esta y me empecé a preguntar si Oikawa sabía planchar. Estaba a punto de preguntárselo cuando empezó a hablar.

—¿Es diferente besar a un hombre que a una mujer? —preguntó él con cierta curiosidad. Creo que puse una cara extraña porque automáticamente empezó a reírse de esa forma tan particular suya, que no llega a carcajada pero que te hace pensar que debes haber hecho algo realmente gracioso o por su contra se está riendo de ti. Cruel este chico, muy cruel.

—No lo sé, nunca he besado a una mujer — dije  encogiéndome de hombros.

¿Sería diferente? Yo suponía que sí. Recordaba los labios de mi profesora de primaria, la señorita Daigo, quizá la única mujer a la que había pensado en besar. Recuerdo sus labios mullidos de una sonrisa exageradamente grande, pero que por algún motivo me transmitían cierto sosiego. Me quedaba siempre mirándolos mientras cantaba en susurros mientras corregía los exámenes de matemáticas y nosotros estudiábamos. ¡Ah! ¡Profesora Daigo! Esa tenía que haber sido mi esposa y me hubiera ahorrado mucho sufrimiento, aunque dicen que desarrolló un trastorno de la personalidad problemático… Pero ¿quién no?

El asunto real era que Oikawa me miraba con cierta curiosidad y yo no me daba cuenta, porque estaba empanadísmo pensando en la boca de aquella mujer de unos veinte años más que yo que sonreía con su boca enorme y me heterosexualizaba de forma inhumana. La verdad era que Oikawa Tooru era uno de esos homosexuales curiosos, pero reprimidos por un amor no correspondido desde la infancia y que salía con chicas perfectas. Yo no lo sabía, claro, pero era así. Todas sus novias eran el arquetipo de Miss clean. Esas chicas que sacan buenas notas, son guapas, bondadosas y con el corazón lleno de buenas intenciones, que siempre le caen bien a la suegra y que nunca alzan la voz más de lo necesario. Pero la realidad era que Oikawa siempre había estado enamorado del yakuza. No me lo dijo nunca, es solo una de esas suposiciones personales, pero los acontecimientos así me lo demostraron. Quizá si lo hubiera sabido de entrada no habría perdido tanto la cabeza por él, pero no tengo poderes mágicos y él olía tan bien siempre que era imposible no enamorarse un poquito de aquella sonrisa falsa y de sus ojos castaños.

Sin venir a cuento él cambió de tema. Supongo que se sentía incómodo, pero yo no le escuchaba casi, solo pensaba en su pregunta porque él me gustaba mucho y fantaseaba que deseaba que le besara o algo por el estilo.

Cuando los dos boles de ramen se plantaron frente a nuestras narices, podía notar el vapor de la sopa ascender hasta mi cara, casi como un bálsamo o una droga que me llevaba a hacer cosas estúpidas. En realidad ya he mencionado veces infinitas que no necesito escusas para hacer estupideces, tengo un alma impulsiva. Y aquí viene la relevancia real de porque yo no lloré cuando nací. Puede que yo le tuviera un miedo alucinante al rechazo, pero si no lo intentaba iba a morirme allí mismo. Tiré del brazo de Oikawa, girándole ligeramente y me abalancé sobre sus labios, apenas rozándolos. En este mundo es mejor arrepentirse de haber hecho algo que arrepentirse de no haberlo hecho. Él se apartó en unas milésimas de segundo, claro, pero yo le había besado. Había notado su piel sobre la mía por un instante, algo que nadie podía quitarme.

—Bueno, así es como besa un hombre — dije rascándome la cabeza. Si, en aquel momento era yo el que estaba incómodo. Creo que sus mejillas se enrojecieron algo, pero la pura verdad era que tampoco podía mirarle a la cara sin tener ganas de salir corriendo en dirección a China y no volver jamás. El vaho de la sopa era una excusa perfecta para el rubor de mi cara de imbécil sin cerebro. — ¿Es igual?

—Esto ha sido puramente científico así que no sé si la comparación será viable pero…— Si él estaba nervioso, no se notaba para nada. Parecía como que qué la gente tratara de besarle fuera la cosa más habitual del mundo para Oikawa. Yo por mi parte empecé a comer como si nada importara demasiado. — La verdad es que ha sido muy parecido, aunque quizá más emocionante, pero puede que solo fuera porque ha sido así de sopetón y no me lo esperaba.

 Pronostico del tiempo de Bokuto Kotaro: Los labios de Oikawa son como la fina lluvia que parece que no, pero cala hasta los huesos.

Nuestra cena prosiguió como algo simple y sencillo. Yo me fijaba en como él sujetaba los palillos y comía delicadamente y despacio. Mientras yo devoraba mi plato a una velocidad infrahumana, hablamos de la universidad, de los planes de futuro y del vóley. Él estudiaba astrofísica… ¿Sabéis a donde quería emigrar? A América, como todos los tipos que sistemáticamente me llamaban la atención querían cruzar el océano. Trabajar en la NASA, ver la tierra desde el espacio, vivir sin gravedad... Era un chico espacial, un selenita o algo por el estilo.

Tenía más sueños que los que yo tendría nunca, y eso me hizo ver la lucecita de mis dramas personales. Yo no tenía un puñetero objetivo, así que dejaba que las cosas sucedieran sin más. Tenía que trazar objetivos, pensar en cosas nuevas, pero mi mente solo pensaba en que hacía pocas noches aquel chico me había cogido la mano por un asunto fortuito y su recuerdo estaba impregnando sobre mi piel. Ahora también en mi boca, haciéndome pensar que no quería irme de allí nunca.

Era extraño pensar que horas antes yo añoraba a Akaashi. Era extraño pensar en mí mismo y en la necrótica existencia. Llenamos la vida de cosas para llenar los vacíos, pero cuando Oikawa estaba cerca, yo no me sentía tan alejado de la realidad, el mundo parecía mucho más palpable. Me gustaba, estaba profundamente encaprichado, aunque supiera desligarme de aquella idea para evitar herirme con falsas esperanzas era así.

Cuando llegué a casa, Kuroo me esperaba como una ama de casa herida en el ego porque no le hubiera avisado de mi ausencia. Fregaba los platos con desgana mirando por la ventana. Tenía su parte positiva estar tan perdido en mi oscuridad, mi mejor amigo fregaba los platos por mí.

—Mátame— dije nada más entrar. Debería haberme fijado en que todo parecía ordenado y limpio, pero mi encaprichamiento hacía un tipo al que consideraba imposible de alcanzar no me permitía ver nada más allá de mi picuda nariz. Me dejé caer sobre el futón bocabajo, notando el golpe seco de mi cuerpo contra el colchón, que aunque mullido no dejaba de estar sobre el suelo.

— Intenta contestar al teléfono y no perderte por la puñetera ciudad en tus retiros dramáticos — dijo con una sonrisa socarrona que no veía, pero que sabía que había puesto. Siempre me decía lo mismo y de la misma manera. No sé por qué conocía tan bien mis patrones, yo solo deducía apenas los suyos.— ¿Me vas a contar qué te pasa?

—No — jadeé. Así era nuestra relación. Yo decía que no aunque me muriera de ganas de soltar todo lo que llevaba dentro y él se esperaba a que yo lo sacara cuando pudiera. A veces me preguntaba por qué no era capaz de hablar de aquellas cosas como una persona normal, simplemente decir lo que pasaba por mi cabeza y punto. Kuroo aún era peor, se encerraba en sí mismo  y solo soltaba prenda cuando iba muy borracho… De todos modos no es que esto tenga sentido en el curso de esta historia, creo.

Dormimos, o bueno Kuroo durmió, porque yo tenía los ojos fijos en el techo. Estaban puestos en las formas que la madera hacía sobre mi cabeza tratando de pensar menos y menos en el pánico que sentía.

Pero a pesar de que no quería volver a ver a Oikawa cuando el martes siguiente Nakahara Amai me llamó para que jugáramos aquel partido doble solo supe que contestar que sí.

Mi móvil sonó en el aula 207 en mitad de la clase de Antropología religiosa mientras el profesor repetía concienzudamente la importancia de la música gregoriana en la edad media para definir el terror social al fin del mundo en el año 1000 en plena Francia. A mí el Apocalipsis no me habría asustado tanto como la mirada de aquel profesor, con la cara roja de ira.

—No acepto nunca un no por respuesta, chico del top 5. — dijo ella cuando salí del aula y descolgué para oír su dulce voz. Aunque hubiera querido negarme tampoco habría tenido oportunidad, la vida era así.

Estaba sentado en uno de esos bancos de madera que había frente a las aulas cuando, para mi sorpresa, Blancanieves apareció.  Yo pensaba que no iba a ver nunca más aquella conjunción de rasgos perfectos con esbelta figura femenina, pero ahí estaba. Sería educado empezar a llamarla por su nombre pero lo cierto es que no lo recuerdo, así que la llamaremos Ogura Yuko, como a la cantante Yukorin. Esa chica, la verdadera Ogura Yuko, siempre me había parecido curiosa, mi hermana es una gran fan.

Su blanco dedo se posó con delicadeza sobre mi hombro mientras yo colgaba el teléfono, y sus ojos se posaron sobre los míos parpadeando exageradamente. La voz del amigo del chico espacial venía a mi cabeza “está loca” mientras la miraba.

—Eres Bokuto ¿verdad? —dijo dibujando una sonrisa exagerada. Era guapa hasta forzando las expresiones, si hubiera sido una mujer seguramente me hubiera dado hasta envidia. — Yo soy “Ogura Yuko”.

Entended las comillas, no se llamaba así.  Asentí con la cabeza y ella desvió la mirada coqueta. Aquella situación se me hacía confusa.

— ¿Te importaría que fuéramos a tomar algo a la cafetería? — preguntó aquello agarrándome del brazo mientras yo pensaba de nuevo en el fin del mundo del año 1000 antes de cristo en Europa, que suponía que debía ser la era Choho  o la era Kanko para los japoneses. No era que nunca me hubiera entrado una chica, era que normalmente no eran tan mm… ¿Directas?

Tiró de mí caminando dirección al bar de la facultad, cruzándonos con Komi que arqueó las cejas al verme y sonrió sorprendido. Le odiaba, podía haberme rescatado de aquella extraña situación, pero no, solo se río de mí.

Casi podríamos decir que Blancanieves me sentó en una de aquellas sillas de mesas individuales, como si fuera un niño y casi me obligó a sacar la cartera para que le diera algún billete para ir a pedirse algo.  Trajo dos tés verdes, que colocó ordenadamente uno frente al otro, y se sentó en la mesa de delante con una sonrisa perfecta mientras parpadeaba exageradamente.

—Me preguntaba si… Bueno…— su voz entrecortada me torturaba un poco.— Es que.. Amai ha dicho que tú ibas al Fukurodani y.. ¿Es verdad?

Asentí confuso mirando aquel té. No me gusta el té verde. Puedo soportar el rojo y el negro me gusta bastante. Mi madre solía ponerme té chai con leche para desayunar algunas veces, y la verdad como alternativa a la leche de soja con chocolate en polvo es un regalo del cielo. El sabor de la leche de soja es parecido a lamer yeso, pero en líquido. Asqueroso. El asunto es que no puedo con el té verde y ahí estaba aquella chica guapa esperando a que al menos lo probara para continuar su charla.  En aquel momento la chica estiró su mano sobre la mesa para acariciar la mía, dejándome completamente estupefacto.

—Es que Amai me ha contado muchas cosas, pero nunca sé cuándo miente, vive en su mundo feliz y se inventa cosas de lo lindo — la cara de hastío de “Ogura Yuko” al hablar de la otra chica me sorprendía. No parecía tenerle mucho cariño a Nakahara. — El asunto es que… ¿tú conoces a un tal Konoha?

— No tienes porqué fingir que te intereso yo para que te lo presente — dije con la mirada fija en su mano ¿era extremadamente mal educado apartar la mía sin más? Por suerte ella paró de inmediato y exageró su postura desviando la mirada hacía la ventana. — Aunque creo que a él le gustan un poco más maduritas y no entras en su canon, aunque claro todo eso es puramente teórico.

“Yuko Ogura” dejó escapar un profundo suspiro.

—Ya veo que no te intereso mucho — dijo con un tono claramente sobreactuado y dejándome aún más alucinado, porque enseguida se giró a mirarme  con una emoción en los ojos digna de un niño en Disney world.— ¿Cuándo dices que me lo presentas?


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