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Hasta que el cuerpo aguante por Leobluebox

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Notas del capitulo:

Perdón por la tardanza >< voy a ponerme ya a terminar el próximo y lo subiré en cuanto lo tenga ^^

-¿Que Sam Lee estuvo en tu casa?

 

Estiró el brazo y le tapó la boca a David, que había chillado tanto que James despertó de su siesta independiente. Estaban en la cafetería de la universidad, en una mesa al aire libre y rodeados de gente que hablaba y comía sin parar, como ellos. La mayoría estaban completamente centrados en que hacía menos de 24 horas, Sam Lee había salido de un coche a la puerta de esa misma universidad, la había mirado y había entrado con su guardaespaldas impidiendo que lo siguieran.

 

Nadie sabía que era lo que Sam Lee había hecho dentro del edificio y los profesores tampoco habían querido decírselo. Arthur, por su parte, seguía sin creerse lo que el señor Tyler, el novio de su madre, había dicho durante la cena.

 

-Nadie puede enterarse, ¿de acuerdo? -David asintió y el cotilla de James se acercó más para poder oírlo, frotándose los ojos- Su padre y mi madre están saliendo.

 

David soltó un suspiro, posó una mano en su hombro y movió la cabeza, casi de la misma forma que lo había consolado cuando suspendió el examen global de física. James acercó su silla para ponerse más cómodo.

 

-¿Cómo se comportó en la cena?

 

Arthur se encogió de hombros. En realidad no había estado con Sam Lee, ni había hablado con él, no lo había visto más de lo necesario para reconocerlo.

 

-Tenía un compromiso -puso los ojos en blanco-, se fue después de saludar a mi madre.

 

Ninguno dijo nada sobre ello, pero todos pensaban lo mismo sobre el famoso, arrogante y supuestamente atractivo Sam Lee. Los tres tenían claro que había pasado la noche con alguna chica, o chico tal vez, solo a las locas de la mesa de su derecha les importaba que su ídolo fuera o no gay.

 

-¡Estaba tan sexy! -gritó una de pronto. Llevaba una camiseta con la cara del cantante y parecía histérica- Me muero por saber que hacía aquí.

 

David le dio un golpe en la cabeza, se levantó y los hizo ir a los dos a una esquina donde solían comer los marginados sociales, esa gente que odiaba relacionarse con otras personas. Aquel día todos se habían quedado leyendo en clase o estaban escondidos detrás de algún árbol.

 

Se sentaron después de asegurarse de que nadie los había seguido o los estaba espiando. James hizo una seña y David se le acercó tanto que era incómodo hasta respirar.

 

-¿Y bien? ¿qué hacía ese imbécil en la universidad?

 

Se mordió el labio como siempre que estaba nervioso. Mickey Tyler había dicho simplemente que su hijo estaba pensando volver a estudiar, luego había añadido cuando deseaba que ambos se llevaran bien y pasaran tiempo juntos. No le gustaba la conclusión a la que su cabeza había llegado después de atar cabos.

 

-Creo...-titubeó- creo que va a estudiar aquí.

 

La cara de David era épica, digna de sacarle una foto y colgarla de póster en la pared. Lo comprendía muy bien, a él tampoco le apetecía nada tenerlo en clase, ver como todas las chicas los ignoraban aún más por su culpa, que se sintiera el mejor delante de sus narices, que los mirar por sobre el hombro a cada momento o que les restregara su dinero y fama a cada momento.

 

Bueno, tal vez era algo pesimista. No conocía a Sam Lee en persona, pero estaba seguro de que iba a ser así, por mucho que las fans dijeran que era la simpatía personificada. Hablaron de ello durante lo que quedaba de tiempo libre y solo consiguieron ponerse de mal humor.

 

-¿Y si luego resulta ser realmente simpático? -soltó James mientras se levantaban. Luego los tres estallaron en risas, caminando de nuevo hacia la cafetería medio vacía.

 

***

 

Llegó a casa agotado después de pasarse la tarde en casa de David, terminando un trabajo y jugando a videojuegos hasta que la madre de este los regañó. Tiró la mochila sobre la cama, estiró los brazos y se dejó caer junto a ella.

 

Al fin era viernes por la noche.

 

Su madre se había ido al cine con el señor Tyler y por tanto estaba solo hasta que ella decidiera volver. Se levantó y se dio una ducha tan rápida que podría entrar al libro de los récords. Se puso el pijama y corrió a la cocina.

 

Abrió la nevera, recorriéndola con la mirada para buscar lo que fuera que su madre le hubiera guardado. No encontró ninguna nota que le indicara donde estaba su cena y tampoco había ningún plato envuelto en plástico. Lo que sí encontró cuando se dio la vuelta, eran unas libras y un papel doblado.

 

“Pedid una pizza”

 

Se rascó la cabeza, releyéndola. ¿Pedid? ¿En plural? O su madre se creía que iba a invitar a David o estaba dejándole caer que alguien iba a visitarlo repentinamente. Y no sería la primera vez que lo hacía, ya le había ocurrido eso de tener que repartir su adorado helado de vainilla con su molesto primo de diez años mientras su tía y su madre se iba de compras sin avisarlo.

 

Definitivamente su madre había sabido superar muy bien el fallecimiento de su padre.

 

Cruzó hasta los dedos de los pies por que fuera la primera opción y pidió una pizza por teléfono. Lanzándose luego de espalda al sofá, encendiendo la televisión y buscando cualquier programa que no lo hiciera dormir antes de llenarse el estómago.

 

El timbre sonó en menos de diez minutos. ¿Tan poco había tardado el repartidor? Volvió a sonar un par de veces más mientras llegaba a la puerta. Ni que fueran a quitarle el trabajo por tardar dos minutos más en entregarle la pizza.

 

-¡Que ya voy! -que irritante podía llegar a ser alguien que vive llevando pizzas de un lado a otro. Giró la llave y abrió la puerta, ya con los brazos estirados para recibir la caja cuadrada.

 

Sam Lee lo miró con desprecio. ¡Lo sabía! La segunda opción, siempre era la segunda opción. Y Arthur prefería al enano come helado que esa mirada perfiladamente negra.

 

-Espero que no esperaras a tu novia así vestido.

 

Se miró a sí mismo, mientras era empujado por el moreno. Iba en pijama, ni siquiera llevaba una ropa que se pudiera clasificar como fea. Aunque claro, él llevaba un pantalón más caro que su casa entera. Cerró la puerta y suspiró.

 

-En realidad, espero una pizza de 4 quesos. -caminó detrás de él, que ya estaba en el sofá y cruzaba una pierna sobre la otra como si estuviera en su propia casa- Y no tengo novia.

 

-¿Por qué no me extraña?

 

La mandíbula se le tensó y los puños se le cerraron automáticamente a cada lado. Unas ganas enormes de chillarle recorrieron su espalda, y no abrió la boca porque volvieron a llamar al timbre.

 

Esta vez si había sido el repartidor. El olor de la pizza recién hecha le quitó el mal humor de encima y ojalá fuera suficiente para soportar a Sam Lee hasta que sus padres volvieran. Dejó la pizza sobre la mesa y sacó un par de botes de Coca Cola de la nevera.

 

Se sentó en el sofá, abriendo la caja y dejando que el olor lo terminara de hacer sonreír. Tenía tanta hambre. Le ofreció el bote de refresco a su acompañante y este lo tomo con dos dedos, mirándolo como se mira a una mosca.

 

-¿No tienes vasos? -lo oyó preguntar, mientras se llevaba el bote a los labios y bebía. Señaló la cocina, pero Sam Lee no se movió de su sitio.

 

-Allí tienes. -lo vio alzar una ceja- ¿no querrás que te lo traiga yo?

 

-Uhm, sí, eso es justo lo que quiero.

 

Chasqueó la lengua. Se mordió el labio y cogió aire por la nariz. Tenía que controlarse, lo peor que podía hacer era pelearse con el que, y ojalá no, algún día podría llegar a convertirse en su hermanastro. Dejó su trozo de pizza en la mesa y se levantó.

 

Tuvo que saltar y ponerse de puntillas para coger uno de esos vasos que tanto su madre como el imbécil podrían coger solo estirando un poco el brazo. Se mordió aún más el labio y contuvo unas impensables ganas de escupir en el vaso cuando lo escuchó pedir una servilleta, o más bien, ordenarla.

 

Volvió a su lado, le entregó las dos cosas y sonrió falsamente.

 

-¿Algo más, su Majestad?

 

Sam Lee lo repasó con la mirada y no ocultó ni una pizca su maldita superficialidad. Pareció que iba a decir algo, pero se giró hacia la pizza y cogió un trozo con la servilleta, vertiendo la bebida en el vaso.

 

El silencio entre ellos era tan tenso e incómodo que ni siquiera la televisión podía opacarlo. Recordó las palabras que había compartido con sus amigos, las risas y le hizo gracia haber tenido tanta razón. En tan solo diez minutos Sam Lee había demostrado ser el idiota arrogante que tanto negaban sus fans.

 

El programa terminó poco después que la pizza y Arthur creyó ver y hasta poder tocar la tensión entre los dos. Lo vio levantarse, con tanta elegancia que llegaba a darle envidia, porque por muy imbécil que fuera, tenía un enorme talento tanto para bailar como para cantar, rapear o cualquier otra cosa.

 

-¿Dónde está el baño?

 

Le señaló el pasillo y esperó a que se fuera para sacar coger el móvil que descansaba sobre la mesa y llamar a David. Tardó más de tres tonos en contestar y cuando lo hizo sonaba adormilado.

 

-¿Qué?

 

-Está en el baño. -lo escuchó jadear del otro lado.

 

-Bromeas.

 

-Ojalá, David. Es un completo imbécil.

 

Alguien carraspeó la garganta a su espalda. Se quedó paralizado y tragó saliva, girándose y viendo a Sam Lee con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho. Colgó sin darle explicaciones a su mejor amigo, aunque rogando mentalmente que este pudiera leerle la mente y fuera a rescartarlo. Porque sabía que Sam Lee lo iba a matar.

 

La puerta se cerró con un ruido fuerte y su cuerpo se relajó al escuchar la voz de su madre y una risa de hombre. Los dos entraron cogidos de la mano. Sam Lee bufó y se perdió por el pasillo, ¿no había ido ya al baño?

 

-Hola, cariño, ¿y Sam?

 

La puerta que se cerraba a lo lejos respondió por él. Le dio un beso a su madre, que se dejó caer a su lado y estrechó la mano del señor Tyler. Poco después se oyó la cisterna y Sam volvió, mirándolo con los ojos muy oscuros.

 

-Ahora que estamos todos -empezó Mickey Tyler, poniéndose de pie y pidiéndole a su hijo que ocupara su sitio- me gustaría pedirte una cosa, Jade.

 

Todo el interior de Arthur comenzó a gritar, una alarma roja se encendió en su cabeza y pitó como si acabara de haber un incendio. Su cerebro era una negación continua, un ruego porque al hombre no se le ocurriera ponerse de rodillas y decir las palabras que lo convertirían en el hermanastro del mayor imbécil del planeta.

 

Pero el señor Tyler no solo se arrodilló, sino que sacó una caja roja de su bolsillo y pronunció esas tres palabras que iban a convertir su vida en un infierno.

 

-¿Quieres casarte conmigo?

 

Sam Lee lo miró de la misma forma que él lo miraba, atravesando el cuerpo de Jade Piper para fulminarlo. Los dos fruncieron el ceño cuando ella chilló y se lanzó a sus brazos, afirmando repetidamente.

 

-¡Al fin vas a tener un hermano, cielo!

 

Oh, sí, iba a ser genial ser hermano de la persona que parecía matarlo solo con una mirada. Iba a ser genial tener ganas de darle un puñetazo a su hermano. Pero sobre todo, iba a ser genial que las chicas lo acosaran solo por ser hermanastro de Sam Lee.

 

Sería genial.

 

 


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