La luz del sol iba bañando lentamente el muelle disipando ligeramente el frío que arremetía durante la noche mientras la alta figura del detective se mantenía de pie, cigarro en mano, intranquilo y confundido.
Hacía horas desde que Tsuki huyera, con su identidad como un secreto inquebrantable y fundiéndose en la oscuridad, sin rastro que lo hurtado.
En ese momento, en ese tiempo que le hacía sentir en el Limbo, Eiri meditó pacientemente sus posibilidades; callar aquel suceso a perpetuidad o contar lo ocurrido a sus compañeros. No quería hacerlo, tener que ir y confesar que contra el sentido común se había aventurado y que de no ser por la ayuda del delincuente a esas horas tal vez estaría muerto y si no, al menos gravemente herido, tendido en el suelo de la bodega. Finalmente y aún disgustado, supo que debía hacerlo, decirle todo a su padre para después tratar de dejarlo en el pasado.
Subió a su auto, un Mercedes Benz negro de confortables asientos; se acomodó, metió la llave en la ranura correspondiente y pisando los pedales sintió el motor vibrando a través de todo el vehículo, estimulante y seductor mientras tomaba rumbo a las oficinas centrales. Era demasiado temprano para que el tráfico atascara las vialidades pero para él la noche había parecido eterna y la necesidad de beber café era cada vez mayor para mantener su mente despierta.
Llegó al imponente edificio oscuro con cristales a prueba de balas, solo una de las muchas precauciones que existían pero a las que estaba habituado; cruzó la entrada sin sorprenderse por la ausencia de la mayor parte del personal que para él no significaba nada ni le preocupaba que le alguien pudiera objetar su presencia, porque tanto su rostro como su apellido tenían suficiente peso. No existía nadie en la policía de Tokio que no conociera a la familia Uesugi, un linaje de casi diez generaciones dedicadas al servicio y por si aquello fuera poco también cargaba con el peso de ser cuñado del jefe absoluto en la capital, Tohma Seguchi, probablemente la persona más calculadora que existía sobre la faz de la Tierra y aunque le doliera admitirlo, el más capacitado para el puesto.
Apenas si se molestó en mostrar su placa mientras recorría los pasillos, cruzaba puertas y se dirigía a la oficina especializada en el robo de obras de arte y reliquias culturales, en la que su padre trabajaba desde hacía una década.
—Uesugi-san, es una sorpresa verlo aquí
Observó al hombrecillo delgado de cabello negro y gafas que le hablaba, sorprendiéndose ligeramente de ver al siervo de Seguchi rondando aquel lugar a esas horas.
—Sakano-san...
—Supongo que busca a Uesugi-sama. Me encontré con él hace unos cuarenta minutos me parece e iba acompañado de Uesugi-kun
—Sakano-san, si insiste en llamarnos a todos por el apellido va a crear una verdadera confusión
—¡No me atrevería a llamarles por su nombre de pila!, no a una familia de tal prestigio y mucho menos teniendo parentesco con Seguchi-sama
—Bien, entonces esperaré aquí a que regrese
—Estoy seguro de que se sentiría más cómodo en la oficina de Seguchi-sama y a él le encantará verlo
—Gracias, pero prefiero quedarme aquí
Nunca le había gustado pasar demasiado tiempo con su cuñado, o al menos eso aparentaba, porque en fondo solo ellos dos sabían cuán cercanos llegaron a ser en el pasado, cuando todo parecía distinto y el que Eiri se convirtiera en policía, parecía imposible.
Miró distraídamente los papeles dispersos sobre el escritorio de Taiyo distinguiendo enseguida que eran los expedientes a medio llenar sobre la noche anterior junto con un viejo archivo, el del caso que tras quince años seguía trastornándole la cabeza a aquel hombre. Tal vez realmente se había vuelto loco y nadie se daba cuenta, nadie salvo él tras años padeciendo los constantes monólogos en que buscaba una relación entre la muerte de Sachi y el ladrón de guante blanco, una que no existía, porque de eso estaba seguro, que tras aquel homicidio no existía nada más que la venganza más cruel y burda.
—Eiri, no sabía que vendrías, creí que irías a tu casa; vi a Noriko-san y me dijo que te verías con ella
—Pienso ir más tarde
—¿Y desde cuando venir a ver a tu viejo padre es más importante para ti que ir a buscar homicidas?
—Si no te interesa que te hable sobre haber visto a Tsuki entonces me iré— era cruel, le encantaba volver loco al mayor y no desperdiciaba jamás la oportunidad de ser sarcástico, por lo que le dirigió aquellas palabras indiferentes e hizo el ademán de retirarse a sabiendas de la reacción que conseguiría. Seguchi era el hombre más manipulador que conocía, pero él mismo había aprendido una o dos cosas del mejor.
—¡Habla ahora! — la voz de aquel individuo sonó imperativa, algo que había desarrollado tras varios años de servicio; una fuerza, una energía que parecía evaporar todos sus años de encima, las arrugas, las canas, las señales de vejez que poco a poco se iban apoderando de su cuerpo.
—Lo vi anoche
—¿Por qué no dijiste nada?, pudimos haberlo capturado...
—¡Basta!; fue después de que todos se largaran. Me quedé, estuve inspeccionado el piso superior de la bodega
—Tres oficiales revisaron esa área y otros cinco nos encargamos de la planta baja, no había nadie
—Créeme, lo vi
—Lo que se que hayas visto, no era ella
—En efecto, no era ella sino un él
—Tsuki no tenshi es mujer
—Estuve a punto de caer desde el segundo piso de esa bodega y quien me salvó fue un hombre más bajo que yo de cabello oscuro; llevaba una máscara de zorro
—¡Vi a esa bruja hace quince años y te digo que era una mujer! — vociferó el hombre de cabello oscuro con los ojos llenos de rabia mientras dejaba caer su mano iracunda sobre el escritorio metálico en un estallido que hizo volar algunos de los papeles sueltos.
—¡Y yo te digo que el ladrón de anoche era un hombre!
Eiri no toleraba a su padre y en ese momento preciso estaba seguro de odiarlo lo su terquedad, por la obsesión que tenía con una fémina que a su parecer nunca había existido y sobre todo, por atreverse a contradecirlo.
—Entonces no pudo ser Tsuki no tenshi; tuvo que ser alguien más...
—Es probable que ambos tengan razón
La voz que interrumpió en la habitación le enervó más los nervios al detective, sabiendo que no tenía modo de escapar. El único remedio, más o menos, fue girar el rostro para ver la figura esbelta ataviada en un elegante traje negro a medida haciendo juego con un sombrero no acorde a la época, pero nada de eso era realmente importante, sino la inmensa sonrisa en el rostro ligeramente redondo y caucásico de Tohma Seguchi, el hombre de ojos grises y sonrisa eterna.
—Lamento la interrupción, pero su conversación era demasiado interesante; de hecho ustedes dos me han hecho tener una idea, tal vez hasta podría llamarla revelación
—Cualquiera que sea, no me interesa; tengo cosas más importantes que hacer que averiguar quién y por qué se llevó un simple florero
—¿Florero?, esa vasija es una antigua reliquia, una obra de arte tasada en una fortuna— la exclamación de Taiyo denotaba hasta que grado los comentarios arteros de su hijo
—El que la gente rica no pueda comprarse juguetes nuevos me tiene sin cuidado. Hay un asesino que tengo que encontrar.
—Eso ya no será necesario Eiri-san; afortunadamente pudimos capturarlo hace un par de horas. Noriko-san ya había terminado las pruebas necesarias en el cuerpo, solo tuvimos que hacer las comparaciones correspondientes y todo encaja a la perfección. Como siempre, su primer sospechoso resultó ser el responsable.
—Nadie me informó al respecto— estaba molesto, moría de ganas por agarrar a golpes a los dos e inclusive la adrenalina en su cuerpo había dispersado la fatiga que sentía antes.
—Sabía que su padre había solicitado su refuerzo en el robo ocurrido anoche así que pedí que no lo interrumpieran. El señor Winchester se hizo cargo de los detalles y entregó el informe
—¿Por qué Sakano no dijo nada cuando me vio?
—Le pedí que guardara todo en la más absoluta confidencialidad
—Es mi caso, lo menos que pueden hacer es informarme
—Oh Eiri-san, espero que no se disguste conmigo; cierto que fue un atrevimiento terrible, pero le aseguro que no tuve mala intención y sin usted este caso quizá no se hubiera resuelto en meses— aquellas palabras, tan dulcemente pronunciadas, para él no significaban nada más que mentiras ágilmente disfrazadas que pretendían ablandar su corazón, lo que, de hecho, solo conseguía enfurecerlo más y así, con la sangre hirviendo, le costaba demasiado mantenerse calmo porque, pese a su desesperación, sabía muy bien que no valía la pena enfrentarse a Seguchi por un simple caso de homicidio tan intrascendente para su vida y su carrera —sin embargo, veo aquí una excelente oportunidad para que colabore con su padre a fin de aprehender a Tsuki no tenshi
—¿Y por qué querría trabajar en un caso tan absurdo que además no tiene nada que ver con mi departamento?
—Bien, en primer lugar porque ustedes sostienen posturas diferentes sobre la descripción del delincuente que, además, pasó más de una década sin aparecer después de aquella ocasión en que una persona terminó muerta; me parece que la idea de Uesugi-san de que no se trate de un simple ladrón de guante blanco no es del todo descabellada
—Tienen suficiente personal para hacerse cargo ustedes
—Pero de todos los que estuvieron en la escena del crimen anoche, solo usted lo vio y por ende es el más calificado para apoyar el trabajo de su padre
—No te atrevas Seguchi; he soportado tus interferencias en mi trabajo durante años, pero no te atrevas a esto
—Hago esto por el bien del caso
—Lo haces solo por una cuestión personal y no me importa si quieres engañar a todo Japón, me rehúso a que me denigres de esta manera— habían pasado varios años desde la última vez que retara al de ojos grises, sin embargo era más que intolerable la situación que planteaba —muestra al menos un poco de respeto
—Eiri-san, le recuerdo que soy su superior y ya he decidido; el cambio es inmediato, incuestionable y por tiempo indefinido