Oliver se había quedado dormido. Estaba cansado y su mente necesitaba descansar un poco. Recordó que en realidad se había dormido sobre el regazo de Diego, pero ahora su cabeza estaba sobre un cojín y su cuerpo cubierto con una manta. Abrió los ojos perezosamente y miró alrededor. No había nadie. Se levantó frotándose los ojos y lo vio allí, en la cocina.
Un momento... ¡Diego en su cocina! Se levantó y se dirigió a esta. Se quedó en la puerta y se sorprendió al encontrar aquel desastre. Había cáscaras de huevo por todas partes. POR TODAS. Incluyendo el suelo y las paredes. Luego, en la encimera, había dos latas de atún abiertas con el aceite desperdigado por ahí; había una loncha de queso en el suelo además de varias trazas de bacon. Por no hablar del número de recipientes sucios que había gastado. Diego estaba frente a la cocinilla, con una sartén y una espátula.
—Diego, ¿qué haces?—preguntó finalmente.
Él se sobresaltó, haciendo que la espátula se le cayera al suelo mientras se tensaba.
—No has respondido, ¿qué estás haciendo?
—E-es una tortilla francesa con atún, queso y bacon—dijo—. Porque… eso es bacon, ¿no?
Oliver se llevó la mano a la cara con exasperación.
—Sí, pero ¿era necesario todo este desastre?
—No...—respondió avergonzado—Es que… tenía hambre… no quería despertarte y...—el rubio lo interrumpió.
—Eres idiota.
Se acercó con cuidado de no pisar las cáscaras de huevo, empujó levemente a Diego hacia un lado, recogió la espátula, la cual tras echarle un poco de agua, usó para terminar aquella especie de… ¿tortilla?
—Diego.
—¿Qué?
—La próxima vez, despiértame.
De pronto sintió el cuerpo de él pegado totalmente al suyo, abrazándolo por la espalda y sintiendo su aliento en la nuca.
—De acuerdo.
Poco después ya Oliver había puesto la tortilla en el plato y se encontraba limpiando todo aquello junto a su novio.
—Oli…
—¿Qué pasa ahora?
—Lo siento—se disculpó acercándose a él y le dio un beso en la mejilla—Soy muy mal cocinero.
—Me he dado cuenta...—rió él.
Después de haber cenado, se fueron a la cama y tras charlar un rato sobre la universidad se quedaron dormidos.
Al día siguiente fueron a clase con normalidad y después volvieron a casa como de costumbre. Diego le dijo que iba a recibir una llamada importante, según él, de su padre. Por ello decidió irse a su propia casa y no a la de Oliver como acostumbraba.
El rubio se dirigió a su piso y después de almorzar llamó a Kelly para hablar sobre ese dichoso viaje. Tomó el teléfono y marcó.
—¿Diga?—contestó ella.
—¿Has pensado ya en lo que vas a hacer con lo de… ir a ver a nuestro padre?
—Eh...—se quedo callada unos segundos—Sí, lo he pensado.
—¿Y…?
—Voy contigo.
—¿Tienes algo que hacer esta tarde?
—A partir de las cinco y hasta las siete estoy libre.
—¿Quieres que vayamos a la agencia hoy?
—Me parece bien.
—Nos vemos a las cinco.
—Te esperaré allí.
—Bien—contestó colgando la llamada.
Se sentó en el sofá y se llevó la mano al pelo. Cuando pensaba que iba a estar bien al menos por un par de días le llegaba todo de repente. Tenía que ir a California a ver a su padre, que estaba enfermo de cáncer. Y el cáncer no tiene cura. Bueno, puede que la tenga, pero el Estado nunca dejará que se descubra. Ganan millones con el tratamiento y lo triste, es que ellos solo piensan en el dinero y no en la salud de las personas.
Dejando a un lado esos pensamientos, decidió sacar los libros y ponerse a estudiar para mantenerse ocupado hasta que fuera la hora de salir. Estaba cansándose y miró la hora. Eran ya las cuatro y media. Dejó todo como estaba, cogió el móvil y las llaves y bajó a casa de Diego. Llamó al timbre y esperó. Tardó considerablemente en abrir hasta que lo hizo. Esperaba que le abriera con una sonrisa, como de costumbre, pero no. Estaba serio y parecía nervioso.
—Diego…
—Hola, Oli—su voz era más suave.
—¿Te pasa algo?
Él suspiró y negó con la cabeza
—No te preocupes por eso.
Oliver frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Es largo de explicar y no… quiero que esto influya en nosotros…
—¿No me lo vas a contar?
—No. No ahora—le acarició la mejilla.
—Pero me lo contarás después, ahora tengo que ir a la agencia para lo del vuelo y eso...—dijo.
—Me gustaría acompañarte pero no puedo, tengo que salir a recoger unos papeles en una oficina cercana, para mi padre.
—Ah, ya veo. No hace falta que me acompañes, no soy un niño.
—A veces sí—sonrió levemente, pero seguía demasiado serio para ser Diego. Ignoró ese comentario.
—¿Es importante lo que me ibas a contar?
El moreno se encogió de hombros.
—Mira, ve y haz lo que tengas que hacer primero, por la noche iré a verte y te lo cuento todo, ¿vale?—le dijo.
—N-no me asustes. ¿Es mi culpa?
Él negó con la cabeza.
—No voy a dejarte, si es lo que me estás preguntando.
—De acuerdo, nos vemos esta noche.
—Hasta la noche—se acercó a él y le plantó un beso en los labios en modo de despedida.
Luego, Oliver se dirigió directamente a la agencia. Vio a Kelly en la entrada de esta con el móvil en la mano, ella no le había visto. Se acercó y susurró un ''bu'' en su oído que la hizo saltar.
—¡No me asustes, tonto!
Oliver rió.
—¿Estás mejor?
—Sí. ¿Y tú? —él asintió y entró tras ella.
En la oficina había un señor rechoncho sentado en una silla, pero con aspecto simpático. Se sentaron en las dos butacas frente al escritorio y le explicaron la situación. Este les propuso dos ofertas. Tenían una para dentro de tres semanas, con hotel y otra para ese mismo fin de semana, con hotel y comidas pagadas. Se miraron y deliberaron unos minutos. Si elegían la primera, puede que fuese demasiado tarde. Así que eligieron la segunda. La de ese mismo fin de semana.
Mientras tanto, Diego estaba andando de vuelta a su casa tras haber recogido un papel. Le había caído una grande encima y no sabía como iba a decírselo a Oliver. Iba tan ensimismado en sus pensamientos que chocó con una persona sin quererlo.
—Lo siento—levantó la cabeza y se dio cuenta de que era Andy, el novio de Helen.
—¿Nos conocemos?—dijo él mirándolo de arriba abajo.
—Nos vimos el otro día. Soy amigo de tu novia.
—Ya, ya, pero no me refiero a eso—lo analizó de arriba a abajo.
Diego tragó saliva. No podía ser. No podía reconocerlo ahora.
—No sé de qué me hablas. Solo te he visto dos veces en mi vida, contando hoy.
El chico frunció el ceño.
—¿Eres un tal ''Oliver''?
—No, Oliver es mi novio. Yo soy Diego—dijo nerviosamente.
—Eso, ¿estás seguro de que no te conozco?
—Sí—mintió.
—¿No serás… un tal Diego… que conocí en una fiesta hace dos años?
Diego no pudo evitar abrir la boca por la sorpresa, pero guardó la compostura rápidamente. ¿Cómo podía acordarse de eso?
—Imposible, si me disculpas...—lo interrumpió.
—Eres él, ¿no?
Se quedó en silencio unos segundos.
—¿Por qué insistes en buscarlo?
—Porque la vez que me acosté contigo fue… bastante placentera.
Diego se dio la vuelta.
—Te estoy diciendo que no soy yo—soltó tratando evitarlo.
—¿Entonces por qué estás tan nervioso?
—Porque tengo prisa, mi novio me está esperando—dijo apartándolo, pero este le agarró del brazo.
—Pues que espere, porque tengo que hablar seriamente contigo.
—¿Es sobre Helen?
—No. Sobre ti.
—No te conozco—repitió.
—No te creo, sé que eres tú. ¿No recuerdas nada?
—No, has debido confundirte de persona. No soy quien estás buscando.
—Sé que lo eres. Tienes los mismos ojos que él.
—Puede que...—lo interrumpió.
—Sé que lo eres.
Diego bufó. No tenía escapatoria.
—Está bien. Soy yo, ¿qué quieres?
—Quería proponerte algo muy interesante.
—¿Qué?
—Pasar una noche conmigo, en un hotel y...—Diego negó con la cabeza interrumpiéndolo.
—Tienes pareja y yo también.
—¿Y?
—No quiero acostarme contigo—se giró.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te haga gritar tanto como la primera vez?
—Cállate. No me acuerdo de nada. Te aprovechaste de mí—soltó con rabia.
—Estoy seguro de que te acuerdas de algo y si no, puedes venir a mi apartamento y te refrescaré la memoria.
—No, gracias.
Siguió andando, pero Andy volvió a interponerse.
—Sé que lo quieres.
—Crees que sabes muchas cosas, pero no sabes nada. Eres un gilipollas—dijo intentando apartarlo.
— Estoy seguro de que tu estúpido novio no puede hacer ni la mitad de cosas que podría hacerte yo—se acercó peligrosamente a Diego.
—Ni se te ocurra insultar a Oliver. Tú ni le llegas a la suela de los pies, aparta—lo empujó y se giró para volver a su casa.
—Sabes que no es así—oyó su voz detrás de él.
—Lárgate en este mismo momento si no quieres quedarte sin pelotas.
—No eres capaz—Diego levantó una ceja—. Está bien, no quiero comprobarlo. Toma.
Le dio un papel en el que estaba apuntado su número.
—¿Qué parte de ''que no quiero acostarme contigo'' no entiendes?
—El no—sonrió girándose con aires de grandeza.
Diego negó con la cabeza, rompió el papel y lo tiró a una papelera. Se dirigió a casa, esta vez sin molestas interrupciones. Y lo peor es que no había pensado cómo iba a contarle a Oliver lo que había hablado con su padre.