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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Hola, mi gente linda. ¿Cómo han estado? Espero que mejor que yo, definitivamente.

   Ha sido una pena para mí tener que haberlos abandonado por tanto tiempo, pero la vida ha sido una cretina conmigo este año, y la he pasado fatal.  Mi padre ha estado muy enfermo, tuvo una isquemia cerebral, estuvo es estado crítico y  sumado a ello, mi mamá también enfermo de neumonía por dos meses, quedando muy débil.

   Todo ello me obligó a tomar responsabilidades completas sobre el hogar y a tener que repartir mi tiempo en actividades que antes no me ocupaban. Tiempo que usaba para escribir. Fue muy difícil para mí, y tuve que posponer muchos proyectos de vida, pero no tuve más opciones. Soy hija única y no cuento con más personas que me apoyen en todo esto.

   Es por ello, espero perdonen mi ausencia tan prolongada y comprendan que en cualquier momento puedo desaparecer por largos periodos de tiempo otra vez. Espero que no suceda; espero poder volver a mi ritmo de actualizaciones y empezar otras historias que quedaron en mi cabeza. Fuego en Sicilia también está en proceso para un nuevo cap. No sé cuando lo tendré listo, pero ya me he puesto en ello, por lo menos.

   No siendo más, les mando un beso y que sepan que siempre estoy pensando en mis lectores. Me han hecho muchísima falta.

   Los quiero muchísimo. Besitos gigantes.

  

   

Extra I

Parte 2.

¿Habrá boda?

 

   No era un asunto de exageración ni mucho menos de inutilidad. Ya había agotado todos los recursos que tenía a la mano y ni aún así había logrado que a David le bajara la fiebre. El niño no dejaba de llorar y empezaba a respirar feo. No tenía más opción, debía irse de inmediato para la urgencia.

   Timbró por decima vez al teléfono de Antonio. Sucedió lo mismo: su llamada fue transferida a buzón de mensajes. Maldijo por lo bajo antes de dejar un escueto mensaje, tirar el celular en la mochila de salida y revisar que no le faltara nada importante. Antonio iba a dormir solo por un mes por lo que le estaba haciendo: irse así de repente sin decir nada; enojado de nuevo por quién sabe qué cosa.

   —Estúpido… —rumió en voz baja mientras cobijaba a su hijo, lo tomaba en brazos y se echaba la bolsa al hombro. Javier entró en ese momento a la habitación y miró la escena, soltando un suspiro. Las cosas no estaban nada bien a juzgar por la cara de puño de su yerno, y se iban a complicar más si el tonto de su hijo no volvía pronto a casa.

   —¿Estás seguro de que no quieres que vaya con ustedes? —preguntó, dándole una última ojeada a su nieto—. Podrías necesitar ayuda.

   —Antonio tendrá que devolver las llamadas, escuchar el mensaje o llegar a casa tarde o temprano —negó Nicolás, rechazando la oferta—. Es mejor que se quede con Santi, que gracias a Dios no se ha despertado con todo este alboroto. Si su hijo lo llama o llega hasta acá, dígale por favor que llegue directo al hospital. Yo no pienso marcarle ni una vez más. Si no quiere hablar conmigo, no voy a rogarle.

   —Está bien. Conduce con cuidado y me llamas apenas sepas algo —le dijo el omega mayor antes de despedirlos—. Estaré despierto leyendo una novela policial que me tiene muy intrigado, así que no tengas apuros en marcarme para lo que sea. Estaré atento.

   Nicolás asintió, agradeciendo con una sonrisa. Para su fortuna, el hospital estaba a pocos minutos de su casa en automóvil. No tardaría mucho a esas horas con las vías tan despejadas. Sólo esperaba que su pequeño no tuviera nada grave. Nunca había visto a David tan enfermo, ni siquiera cuando lo vacunaban.

   Resopló mientras descendía por el ascensor. Sería una larga noche.

 

 

   Era la séptima copa de la noche. El alcohol no solía golpearlo tan fácilmente, pero al parecer, esa noche iba a ser la excepción. Su vista estaba borrosa y sus sentidos también. Su teléfono no había dejado de sonar, pero no quiso atenderlo ni una vez. No quería hablar con él. Se sentía muy ofendido… peor… traicionado.

   —No puedo creer que me haya ocultado algo así. ¡No puedo creerlo! —rumió, apurando la última gota de licor que quedaba en el vaso. El omega a su lado le retiró la botella, mirándolo con preocupación. No había visto a su amigo tan alterado desde la muerte de su primer esposo. O sea, que no lo había visto tan alterado en años.

   —¿Quieres calmarte y contarme qué escuchaste exactamente?  Pudiste haber entendido mal —anotó, intentando mediar.

   Antonio arrebató la botella de las delicadas manos del omega y se sirvió un nuevo trago. Lo apuró con la misma premura con la que había despachado los anteriores. Nada de haber entendido mal ni una mierda. ¡Nada de eso! Había escuchado perfectamente bien todo. Su hijo estaba preñado sin haber terminado la escuela y su esposo lo sabía y se lo ocultaba. ¡Apestaba por completo! ¡Jodía totalmente!

   —Escuché lo que te dije ya —hipó, terminando la novena copa—. Santiago está preñado  de un compañero de su escuela y Nicolás lo sabe. ¡Lo sabe y lo tiene callado!

   —No creo que Nicolás te oculte algo así —defendió el hermoso omega—. Es algo muy serio.

   —¿Entonces por qué no me lo ha dicho? —siseó Antonio, golpeando la mesa—. ¿Por qué tuve que escucharlo accidentalmente de labios de mi propio hijo? ¡¿Por qué?!

   Antonio soltó la copa y hundió su rostro en la mesa. Estaba cansado, agotado y mentalmente exhausto. Su relación con Nicolás era una absoluta montaña rusa emocional. Empezando por una cúspide de pasión, y pasando por múltiples embrollos dignos de película, creyó, que ahora por fin, llegaban a un ocaso de calma; un tiempo de paz.

   Pero nada. Todo empezaba a girar de nuevo. Todo se volvía como al principio: extraño y ambiguo.

   ¿Nicolás también se sentiría así? ¿Por eso no le daba toda la confianza que debería darle? ¿Acaso se habían adelantado a dar el gran paso? Quizás se dejaron eclipsar por la pasión del enamoramiento y ahora, cuando empezaba a llegar una fase más calmada en su relación, los agujeros de su alocada primera etapa empezaban a hacer hundir el barco.

   Sintió que el corazón le ardía en el pecho. Nicolás era su precioso amado. No fue un capricho de momento ni un arrebato loco los que lo hicieron hacerlo su esposo. Fue el descubrimiento de una persona que fue de menos a más en su vida; de un ser lleno de bondad, sinceridad y gentileza.

   O por lo menos, eso fue lo que creyó al principio.

   Dejó el vaso a un lado y se puso de pie. Su amigo se apresuró también a seguirlo. Antonio lo detuvo y negó con la cabeza.

   —Necesito estar solo.

   —¡Haz bebido mucho! ¡Deja que te lleve a casa! —insistió el preocupado omega.

   —Tomaré un taxi —mintió el Alpha, sacando el dinero de la cuenta y dejándolo sobre la mesa—. Mañana te llamo.

   —Está bien —se despidió el otro hombre con un beso de mejilla—. No te quedes tan tarde por la calle.

   Con un movimiento de la mano, Antonio le calmó y salió del bar. Trastabillaba un poco al caminar, pero no tanto como para no poder sostenerse en pie. No estaba tan ebrio para no poder llegar a casa en su propio auto, pensó sacando las llaves para desconectar la alarma.

   En ese momento, sintió una rara sensación en el pecho. No era nada producto del alcohol; era algo diferente. Una inquietud, un presentimiento vago. Sacó su móvil de su bolsillo y revisó su correo de voz. La sangre se le heló cuando escuchó el mensaje de Nicolás, diciéndole que iba camino a urgencias con el niño.

   —¡Mierda! —exclamó, abriendo la portezuela y arrancando el auto. Llamó de vuelta a Nicolás, pero ahora era él el ignorado. El karma cual perra. —¡Rayos! —volvió a improperar, acelerando hasta pasar la manecilla a un límite ilegal. Si algo malo le pasaba a su bebé, no podría perdonárselo nunca.

 

 

   —¿En serio te tienes que ir? ¿No puedes decir que pescaste una pulmonía y que estás en cama, retorciéndote de dolor?

   Las manitos traviesas de Ismael se negaban a soltar su presa. El cuerpo desnudo de su pareja  lo proveía de un calor del que no quería desprenderse. Le hacían faltas más noches como las de época de vacaciones, cuando podía quedarse jugando con Christian toda la noche, metidos ambos entre las sábanas.

   ¿Por qué su chico había tenido que volver a ese estúpido trabajo de patrullaje en carretera? Odiaba que Christian se expusiera tanto en esas solitarias vías nocturnas llenas de pandilleros y borrachos. Odiaba que su estúpido jefe lo hubiera castigado, relegándolo de nuevo a las vías, y todo por la forma en cómo actuó durante el caso en el que se vio involucrado junto con Nicolás.

   ¡Christian había tenido que arriesgarse para salvarlos! ¡No tuvo más opción! No era justo que su estúpido jefe lo recriminara ahora, tachándolo de irresponsable. Chris sólo había hecho lo correcto; actuar como todo un Alpha con huevos.

  —Me encantaría, Ishi. Pero debo irme —ronroneó el policía.

  —¡No es justo! ¡Quiero quedarme contigo! —hizo pucheros Ismael.

   Christian sonrió, besando el dulce cuello de su omega. También le costaba trabajo dejarlo, ni más faltaba. Pero no podía seguir dando excusas a su jefe para seguir pisándole los talones. Sí, apestaba estar de nuevo en patrullaje, pero por el momento tenía que aceptarlo. Ya vería la forma de volver a sus labores de campo, así que de momento, sería un buen chico y acataría todas las órdenes que le dieran.

   —Sí no quieres dejarme ir, entonces convencerme con muchos besos — ronroneó, produciendo cosquilla en su amante.

   —Igual te irás —hizo un puchero Ismael, dándoselos de todos modos.

   —Pero me iré oliendo a ti —anotó el policía—. Así evitas que omegas libertinos me seduzcan en la vía.

   Las cejas de Ismael se encontraron; su boca se frunció en un adorable mohín.

   —¡Les cortaré las pelotas a cada uno de ellos! —amenazó, mordiendo el hombro de su sexy policía—. ¡Y se las daré de comer!

   —¡Huy, qué bélico! —rió Christian, dándole un húmedo beso antes de ponerse de pie y dirigirse a  la ducha. Ismael se quedó oyendo el sonido del agua mientras pensaba de nuevo en la propuesta de Christian. El hombre había sido prudente en no presionarlo, pero Ismael sabía que la paciencia tenía un límite. Debía dejar sus dudas pronto, o podría perder todo lo que había conseguido hasta ese momento. No podía tentar más su suerte. Christian no iba a esperarlo toda la vida.

    En esas estaba cuando su móvil sonó. Contestó enseguida al ver de quién se trataba. Nicolás no llamaría tan tarde si no se tratase de algo urgente. ¿Qué podría ser?

   —Hola, hermanito. ¿Pasa algo?

   El tono de Nicolás le dio la respuesta. Bueno, pues resultó que sí era grave. Del otro lado de la línea, su hermano le contó todo lo que había pasado en las últimas horas con Antonio y con David, no parando hasta que se desahogó por completo. Ismael se sentó de golpe. No le gustaba el tono de su hermano ni se confiaba de sus golpes de ira. Sabía que ese par era candela pura y por lo visto, todo se había ido al caño de nuevo.

   —Está bien, calma. Iré par allá. ¿En qué hospital estás? —preguntó, levantándose de la cama.

   Nicolás lo detuvo del otro lado. Sabía que Ismael no podía dejar a Mauro solo y no era bueno que el otro niño fuese a un hospital estando sano. Podría pescar alguna cosa sin necesidad.

   —En ese caso le pediré a Christian que pase un rato por el hospital en algún rato libre que tenga —propuso Ismael—. Igual, sabes que puedes llamarme a la hora que sea, para lo que sea. Estaré atento.

   Escuchó a Nicolás agradecerle con voz parca, antes de que éste le colgara. Christian salió de la ducha en ese momento, descolgando su impecable uniforme negro. Con una sola mirada, se dio cuenta de que algo estaba pasando. Era un detective, ni más ni menos. Ocultarle cosas era prácticamente imposible.

   —¿Sucede algo malo? ¿Con quién hablabas?

   Ismael lo miró, negando con la cabeza.

   —Era Nicolás. Las cosas no están bien entre él y Antonio.

   —¿No están bien en plan “se resuelven con unos cuantos polvos”? —bromeó el Alpha.

   —No están bien en plan: “Mi hermano está pensando en separarse” —contestó Ismael.

 

 

   Christian no se lo podía creer. La primera detención de la noche y resultaba ser, nada más ni nada menos, que su cuasi concuñado.

    Antonio, la última persona que se le podría ocurrir que incurriría en una falta como aquella; un tipo que hasta ese momento era para él poco menos que un dechado de virtudes. Antonio, el intachable Antonio, condiciendo a casi 90 kilómetros por hora, desafiando la orden de pare en más de dos ocasiones, y por lo que se podía notar, bastante ebrio también.

   —Christian, que bueno que eres tú. Permíteme que te explique…

   —Sal del auto, Antonio.

   Christian no quería oír explicaciones en ese momento. No con el hombre en semejante estado de alicoramiento. Ya sabía que estaba pasando por un mal momento con Nicolás, pero eso no lo excusaba de un comportamiento tan irresponsable en mitad de una carretera abierta. Con sus manos sobre el capó del auto hizo una seña a su compañero de que todo estaba bajo control y esperó por el cumplimiento de su demanda. Antonio gruñó y puso resistencia. Nada iba a impedirle ponerse en marcha de nuevo e irse al hospital a ver a su hijo. ¡Por dos cojones! ¡No era para tanto! No estaba tan ebrio y tampoco había conducido tan rápido como para perder el control del auto. Podía llegar hasta el hospital sin problemas y no quería seguir perdiendo el tiempo en discusiones tontas. Necesitaba aprovechar un descuido y arrancar a toda prisa. Tenía que distraer a Christian.

   —Sal del auto, Antonio. No volveré a repetirlo.

   —Christian, escucha…

   —Antonio…

   —¡Por un carajo, Christian! —Antonio explotó, sin poder evitarlo—.David esta en el hospital y voy en camino hacía allá. ¡No me jodas ahora, ¿quieres?! ¡Necesito ir con mi familia y no me lo impedirás! ¡Hazte a un lado y déjame ir! ¡Me lo debes!

   —Lo único que te debo es una patada en el trasero si no bajas ya mismo del auto —anotó Christian, usando el tono más neutro que pudo—. No sé qué está pasando en tu hogar, Antonio. Pero esta actitud no te ayudará en lo absoluto. Puedes lastimarte y lastimar a otros.

   —No voy a lastimar a nadie.

   —Ya lo has hecho. No contestaste las llamadas de tu esposo y ahora consumido por la culpa conduces como loco para llegar al hospital, ¿verdad?—aseguró el policía.

   —¿Has hablado con Nicolás? ¿Cómo sabes que no le atendí las llamadas?—preguntó Antonio. Sus ojos brillaron con peligro.

   Christian meneó la cabeza.

   —No hablé con él. Ismael lo hizo. Y está muy molesto contigo por la forma en cómo te has portado con su hermano.

   —¡Ustedes no tienen ningún derecho a meterse en nuestras vidas! —rugió el Alpha mayor.

   —Tengo derecho cuando manejas ebrio durante mi turno —contraatacó Christian.

   —¡Hijo de puta! —vociferó Antonio.

   —Perfecto. Estás arrestado. Sal del auto ahora.

   Antonio rumió una respuesta entre dientes. Christian se acercó y en ese momento, Antonio descargó un fuerte puñetazo sobre la mejilla del policía, haciéndole trastabillar. Christian se espabiló de inmediato, contraatacando al otro hombre, viendo por el rabillo del ojo el movimiento ágil de su compañero.

   —¡Alto! ¡Manos arriba! —exigió el otro policía, apuntando a Antonio con su arma.

   —¡Detente, Antonio! —obligó Christian, aprovechándose de los sentidos embotados del otro hombre para someterlo en una dolorosa llave—. Colócale las esposas —ordenó a su compañero, afianzando su agarre.

   Dos minutos después, Antonio estaba esposado y retenido en la parte trasera de la patrulla de Christian. El dolor en su pecho se hacía mayor a medida que pasaban los minutos. Los Alphas tenían una conexión especial con sus hijos Alphas; eran capaces de sentir cuando éstos tenían dolor o angustia. En esos momentos, su niño tenía que estarlo pasando fatal, pues la opresión en su pecho era tan fuerte que no lo dejaba casi ni respirar.

   Christian lo notó y ordenó a su compañero parar la patrulla frente a una cafetería. El hombre fue por unos cafés mientras Christian se quedó dentro  del auto, escoltando a su detenido estrella. La situación era realmente incomoda para todos.

   —Se que estás sufriendo, Antonio.

   —No sabes una mierda —susurró el susodicho, mirando a la nada por la ventanilla.

   —Estás resoplando, lo que significa que el niño debe estar bastante enfermo.

   —Y tú me ayudas mucho dejándome aquí, sin poder velo y estar con él.

   —Te lo has ganado —se encogió de hombros Christian, sintonizando la radio—. He convencido a mi compañero para que no digamos nada sobre esto. No levantaremos acta, ni te llevaremos a la delegación. Tomarás el café que traiga Jaime y lo beberás lentamente. Cuando estés mejor te llevaremos al hospital. Ya avisamos a una grúa y se llevaron tu auto.

   —¿Debo darte las gracias? —bufó el mayor.

   —Sí, debes hacerlo —masculló Christian, marcando al teléfono móvil de Ismael—. Podría poner tu culo en prisión toda la noche si se me da la gana.

   —No te debo nada —dejó en claro Antonio.

   —No, se lo debes a tu cuñado —replicó Christian, poniendo el alta voz.

   Una seductora voz sonó del otro lado de la línea. Ismael saludó a su pareja con tono coqueto, sin saber que alguien más estaba escuchando. Dos más, si contamos con que Jaime estaba volviendo a la patrulla en ese momento, equilibrando en sus manos tres cafés bien cargados. Los  dos hombres se sonrojaron violentamente ante la descarda conversación, mientras Christian reía y advertía a su chico sobre no estar solos en la línea.

   —Conejito, tenemos compañía. Estás en altavoz.

   —¿Qué? —chilló el omega, dejando caer lo que Christian supuso era algún vaso de cristal.

   —¿Estás bien? —preguntó, carcajeándose de nuevo.

   —¡Voy a matarte cuando llegues a casa! —gruñó Ismael, haciendo sonidos de estar recogiendo los destrozos que había causado.

   Cuando la voz de Antonio llegó hasta él, Ismael se crispó y una rabia contenida surgió de repente. Nicolás llevaba horas solo con su bebé en el hospital y a Antonio se le daba por hacer el tonto. No tenía perdón.

   —Mi hermano está enojadísimo, Antonio —le riñó el omega, sin contemplaciones.

   Antonio resopló.

   —No es el único —dijo con una dicción ya mucho más entendible—. Tu hermano es un mentiroso y un traidor.

—¡Eres un bastardo! —gritó Ismael, tirando algún otro objeto.

   —¡Es la verdad! —le devolvió el Alpha—. Todos estos días me ha estado ocultando algo gravísimo y no pienso pasar eso por alto.

   —Entonces… ¿ya lo sabes?

   El tono de Ismael se volvió tan bajo que Christian alzó una ceja mientras Antonio se paralizaba, incorporándose en el asiento.

   —¡¿Cómo?! —inquirió casi sin aliento—. ¡¿Entonces tú también lo sabías?! ¡¿Acaso lo sabía todo el mundo menos yo?!

  —Sí, lo sabía —aceptó Ismael, sonando un poco culpable desde el otro lado de la línea—. Pero te juro que apenas lo supe esta mañana. ¡Palabra!

   —¡¿Y por qué no me lo contaste?! ¡Soy su padre! ¡Merecía saberlo!

   Un corto silencio se extendió en la línea. Luego de varios segundos, Ismael habló de nuevo. Su tono, parco.

   —Nicolás no quería contártelo y no era mi derecho hacerlo, Antonio. Por favor, entiéndeme.

   —Pensé que eras mi amigo —dijo el Alpha, volviendo su espalda al respaldo de su asiento—. Lo siento, Ismael. No quiero hablar más del tema contigo. Que pases buena noche.

   —Sí, buena noche para ti también, Antonio.

   Christian quitó el altavoz y terminó la conversación en privado. Varios minutos más tarde, la patrulla arrancó y quince minutos después estaban frente a las puertas del hospital central. Christian quitó las esposas de Antonio y le regaló una menta para el aliento. El Alpha estaba mucho más recuperado luego del café y su postura era menos rígida que minutos antes, aunque su aura sombría no había desaparecido nada, sin embargo. Su caminar era apresurado y tembloroso. Sus ojos recorrieron todo el lugar, buscando a prisa el pabellón de pediatría.

   Lo encontró varios metros hacia la izquierda, pintado con una decoración muy diferente al resto del hospital. Muchos omegas se apiñaban junto a las regaderas y a las maquinas de nebulizaciones, rodeados algunos por imponentes Alphas que los escoltaban de cerca.

   Nicolás estaba junto a una cunita apostada en un rincón. Miraba con preocupación al niño que reposaba en la lona, cuyo pequeño torax se levantaba con agitación. Antonio sintió que podía morirse en ese mismo instante, viendo a su pequeñito tan enfermo. David era un niño feliz y sano. No podía estarle pasando eso.

   Se acercó de inmediato, atravesando todo el pasillo.  Nicolás sintió la presencia de su Alpha y alzó su rostro de inmediato. A pesar de estar disgustado y alterado, la presencia de Antonio lo reconfortó. Había pasado unas horas espantosas y a pesar de todo, le alegraba verlo llegar por fin.         

   —¿Se puede saber dónde has estado? —preguntó molesto, a pesar de sus sentimientos encontrados.

   Antonio ni lo miró, concentrado por completo en su pequeño bebé.

   —¿Qué han dicho los médicos? — preguntó en vez de eso, tragándose toda la rabia que sentía en ese momento.

   Nicolás suspiró.

   —Es neumonía. Lo internarán unos días para darle antibióticos. Dicen que los tres primeros días serán cruciales. Si no mejora tendrá que pasar a una unidad de cuidado critico.

   Se le quebró la voz al decir eso último. Antonio también perdió el aliento. Con cuidado se acercó más, sacando a la pequeña criatura de la cuna. El bebé siguió dormido bajo el arrullo de su padre, pero seguía gimiendo bajito.

   El corazón de ambos padres se quebró en mil pedazos. No había palabras para describir la angustia y la tristeza que sentían. Nicolás se acercó, colocando su mano sobre la cabecita de su bebé, mientras Antonio lo mecía en sus brazos.

   —Va a estar bien —dijo, sin poder evitar las lágrimas.

   —Sí —asintió Nicolás, sorbiendo las suyas.

 

 

   Más tarde pudieron hablar a solas. Los médicos habían perdido un permiso para pasar la ronda, así que sacaron a todo el mundo de la sala.

   Nicolás aprovechó para servirse un café de una máquina expendedora, sacando otro para su esposo. Antonio tomó el vaso y bebió un sorbo. Nicolás lo miró con dureza.

   —Apestas a alcohol —le increpó, rotundo.

   —Tuve un día difícil —contestó Antonio.

   Nicolás tuvo ganas de abofetearlo. ¿Día difícil? ¿En serio?

   —Te estuve llamando por más de tres horas. ¿Dónde rayos estabas?

   —En un bar —Antonio se echó sobre una banca y se recostó en ella—, por ahí.

   —¿Por ahí con quién? ¿Con ese amiguito tuyo que te besa en la boca?

   Nicolás sabía que estaba exagerando. Sabía que Antonio y ese omega no tenían nada diferente a una buena amistad, pero estaba tan enfadado en ese momento que usaría cualquier cosa a su favor.

   —Un amigo que es honesto y no me oculta cosas —devolvió Antonio, con tono mordaz—. A diferencia de otros

   —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Nicolás, palideciendo.

   —¿No lo sabes, cariñó? Y ese “cariño” sonó más venenoso que una víbora —¿Te seguirás haciendo el desentendido? ¿Me seguirás viendo la cara de tonto?

   Y entonces, Nicolás comprendió. Antonio lo sabía todo. Y no por boca de él. ¡Rayos! ¿Cómo se había enterado?, se pregunto mientras apartaba su mirada, avergonzado. Debía estar furioso por eso. Ahora todo tenía sentido. Aunque bueno, tampoco era para tanto. Iba a contárselo en algún momento, tarde o temprano.

   —¿Cómo lo supiste? —preguntó bajito, casi susurrando.

   —De labios de Santiago —respondió Antonio, poniéndose de pie.

   —Yo… yo no quería ocultártelo… es sólo que… es sólo que…

  —¡Es mi hijo! ¡No tenías derecho a ocultármelo! ¡Ningún derecho!

   —¡Iba a contártelo! ¡Sólo esperaba un momento adecuado!

   —¿El momento adecuado? —rió sarcásticamente Antonio—. ¿Y eso sería cuando? ¿En plena labor de parto?

   —No seas exagerado… no es para tanto.

   Los ojos de Antonio se volvieron como llamas. De un movimiento tomó a Nicolás por un brazo, atrayéndolo hacía él.

   —¡Antonio, me haces daño! —chilló el omega. Pero Antonio siguió sosteniéndolo fuerte, confrontándolo con la mirada.

   —Mis hijos son sagrados para mi, Nicolás. Sabes eso —susurró con voz grave, controlando su rabia—. ¡¿Me traicionas en algo que es enorme para mí y me dices que no sea exagerado?! ¿¡En serio!?

   —Iba a contártelo —repitió Nicolás.

   —Pues ya lo descubrí por otra fuente —replicó Antonio, dejándolo ir—. Los médicos están saliendo. Volveré a la habitación.

  Y de esta forma se fue, dejando a Nicolás solo en el corredor. El omega comenzó a llorar, sacando su móvil para marcar a su hermano.

   —Ya lo descubrió todo —dijo entre sollozos, al escuchar la voz de Ismael—. Sabe que tendremos otro hijo, pero me ha tratado como a una basura —hipó con dolor.

   —¡Maldito bastardo! ¡Voy a cortarle las bolas! —gimió Ismael, odiando no estar cerca para consolar a su hermano.

   —¿Puedo ir a tu casa por unos días, cuando saquen a David? Prometo mantenerlo lejos de Mauro.

   —Claro que sí —asintió el otro omega—. Todo el tiempo que quieras.

   —Aunque se esté portando como un cretino, no quiero separarme de él. Lo amo —rompió de nuevo en llanto Nicolás.

   Ismael suspiró desde el otro lado de la línea.

   —Lo sé, cariño. Lo sé.

 

 

   Antonio se sentó junto a la cuna de su hijo, vigilando el ahora, apacible sueño del bebé. Odiaba la forma como Nicolás había minimizado todo el asunto de Santiago, llamándolo exagerado, pero odiaba más haber hecho llorar a su omega.

   ¡Rayos! ¿Por qué le fastidiaba tanto? Nicolás se merecía el trato que le estaba dando. Su esposo había traicionado la confianza propia de un matrimonio, y justo en un tema tan delicado y sagrado para él, como eran sus hijos.

   Entonces, ¿por qué se sentía así? ¿Por qué sentía la imperiosa necesidad de pedir perdón? ¿De estrechar a Nicolás entre sus brazos y besarlo una y mil veces hasta hacerlo sonreír de nuevo? La necesidad era casi quemante e incontrolable.

   Absurdo. Una y mil veces absurdo. En vez de seguir con su enojo quería ir a buscar caricias como un perro a su amo. Una locura total.

   Nicolás entró para hacerlo todo más difícil. Sus ojos llorosos no ayudaban a Antonio en su tarea de permanecer inmune ante su esposo. Como tampoco lo hicieron las palabras que el omega dijo a continuación.

   —Acabo de hablar con Ismael. Me dejará quedarme con él por un tiempo.

   Antonio se puso de pie, cediéndole el asiento.

   —¿Cómo así? ¿A qué te refieres? —pregunto luego, poniéndose frente a él.

   Nicolás lo miró con firmeza.

   —¿No es obvio? —inquirió, encogiéndose de hombros—. Quiero que nos separemos, Antonio.

 

   Continuará… 

Notas finales:

A lo que llevan los malos entendidos, el no hablar claro. En fin… no se aflijan. Les prometo una reconciliación HOT.

   Próximo cap: Una fiesta, más locuras, la decisión de Ismael, besos y encuentros sexys. =). 


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