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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Les ha gustado más de lo que me esperé :3 .

   Capítulo 4

   Frenesí.

 

                                                   Ya no responde ni al teléfono, 
                                               Pende de un hilo la esperanza mía, 
                                       Yo no creí jamás poder perder así la cabeza, 
                                                                     Por él. 

                                             Porque de pronto ya no me quería. 
                                                Porque mi vida se quedó vacía, 
                                         Nadie contesta mis preguntas, porque 
                                                        Nada me queda, sin él. 

 

   Se habían citado a las nueve en punto, pero Nicolás llegó media hora antes. Estaba demasiado nervioso; llevaba casi tres días sin dormir bien y ya no podía soportarlo más.

   Mientras se encontraba en aquel café recordó de repente que en ese sitio había probado el mejor capucchino de su vida… y lo había en hecho con él… con Carlos.

   Carlos… Ahí estaba de nuevo el jodido Carlos, con su ausencia tan presente. ¿Acaso todo a derredor iba a estar siempre recordándoselo… o simplemente era que su recuerdo era tan fuerte como seguir siendo una constante en su vida a pesar de su ausencia?

  

Se fue,           
Se fue, el perfume de sus cabellos, 
Se fue, el murmullo de su silencio, 
Se fue, su sonrisa de fábula, 
Se fue, la dulce miel que probé en sus labios. 
Se fue, me quedó sólo su veneno, 
Se fue, y mi amor se cubrió de hielo, 
Se fue, y la vida con él se me fue, 
se fue, y desde entonces ya sólo tengo lágrimas.

 

   Lo había amado tanto, tanto que ahora que ya no estaba, parecía como si su vida se hubiese quedado estancada, congelada, en espera… en espera de un retorno imposible.

   Nicolás sabía, muy en el fondo, que lo que no lo dejaba avanzar era el hecho de que seguía amando a ese miserable ladrón; seguía queriéndolo con cada partícula de su ser y algo muy adentro pedía a gritos que Carlos volviera con la noticia de que todo había sido un terrible error, que había sido todo una equivocación y que regresaba para arreglarlo todo.

 

Encadenada a noches de locura, 
Hasta a la cárcel yo iría con él, 
Toda una vida no basta, sin él. 

En mi verano ya no sale el sol, 
Con su tormenta, todo destruyó, 
Rompiendo en mil pedazos 
esos sueños que construimos, ayer. 

 

   Se rió de sí mismo por ser tan idiota. El primer trago de capucchino le supo a gloria, aunque presintió que pronto lo vomitaría todo. Se encogió de hombros y miró el reloj. Faltaban todavía veinte minutos para la hora acordada.

 

Se fue, 
Se fue, me quedo sólo su veneno, 
Se fue, y mi amor se cubrió de hielo, 
Se fue, y la vida con él se me fue, 
Se fue, y la razón no la sé. Si existe dios, 
debe acordarse de mí, 
Aunque sé, que entre él y yo, 
El cielo tiene sólo nubes negras, 
Le rogaré, le buscaré, lo juro, le encontraré, 
Aunque tuviera que buscar en un millón de estrellas. 

 

   Carlos había significado todo su mundo de sueños e ilusiones; sus esperanzas de amor y felicidad. Con él había soñado construir miles de cosas, mil anhelos y proyectos que quedaron para siempre convertidos en simples ilusiones.

 

En esta vida oscura, absurda sin el, 
Siento que, 
Se ha convertido en centro y fin de todo mi universo. 
Si tiene limite, el amor, lo pasaría por el. 
Y en el vacío inmenso de mis noches, yo le siento, 
¡le amare¡ Cómo le pude amar la vez primera, 
que un beso suyo era una vida entera, 
sintiendo cómo me pierdo, 
por el. 

  

   Se sentía estúpido cada vez que recordaba sus promesas, sus sonrisas, su forma de actuar como un príncipe siendo que sólo era una terrible verdugo. ¡Y amarle! Seguirle queriendo era lo peor. No quería seguir llevándolo en su corazón. ¡Nunca más!

   Quería que se fuera, que se fuera de verdad y para siempre.

   Nicolás sintió un golpe de nauseas. La imagen de Antonio Olivares llegó repentinamente a su mente. De repente, su rostro era todo en lo que podía pensar. Los ojos verdes del abogado; esa mirada salvaje que vio tantas veces durante eso tres días que vivieron juntos de pronto eran el centro de sus pensamientos; ahogando la mirada falsamente tierna y oscura de Carlos.

 

Se fue, 
Se fue, el perfume de sus cabellos, 
Se fue, el murmullo de su silencio, 
Se fue, su sonrisa de fábula, 
Se fue, la dulce miel que probé en sus labios. 
Se fue, me quedo solo su veneno, 
Se fue, y mi amor se cubrió de hielo, 
Se fue, se fue, y la vida con él se me fue, 
se fue, y la razón no la se.

 

    Siguió tomando a sorbos su capucchino mientras seguía esperando. Ahora, con el descubrimiento de que sería papá, sus proyectos y acciones habían variado drásticamente. Mauro había ayudado mucho en la época en que lo tuvo a cargo, pero ahora el sentimiento era un tanto diferente. Este niño que gestaba estaba muy dentro de él, se alimentaba de él, crecía poco a poco en su cuerpo, como si fuera otro órgano vital. La sensación era extraña pero agradable. Se sentía acompañado y mágicamente revitalizado. Como si empezara a despertar de un largo sueño.

   —¿Lo he hecho esperar mucho? Lo siento, pensé que nos veríamos a las nueve en punto.

   La inconfundible voz de Antonio hizo saltar a Nicolás en su asiento. Apenado, agitó sus manos y se disculpó, colocando a un lado su tasa de café.

   —No… fui yo quien llegó temprano. No se apure.

   Antonio asintió y se sentó frente al omega, llamando al mesero para hacer su propio pedido. Nicolás se perdió mientras en su propia bebida, visiblemente incomodo. No sabía cómo empezaría a decir aquello por lo tanto esperaba que el Alpha iniciara de nuevo la conversación, salvándole el día.

   —¿Y… cómo sigue su brazo?

   ¡Eso era! Esa pregunta servía y mucho. Nicolás prácticamente suspiró aliviado, dejando de nuevo a un lado su taza de café.

   —Bastante bien —respondió, moviendo el hombro ligeramente—. Ya no duele nada.

   —Me alegra —comentó Antonio—. ¿Pero no me trajo aquí para hablarme sólo de su hombro, verdad? ¿O me equivoco?

   Nicolás negó con la cabeza. Cómo le había sorprendido mucho la última pregunta de su acompañante, no tuvo la precaución de limpiar sus labios luego del último sorbo de capucchino, quedando con un muy chistoso bigote de crema que casi le llegaba a la punta de la nariz.

   Sonrojándose hasta las orejas, se limpió con una servilleta y trató a toda costa de evitar la mirada divertida de Antonio. Era otra faceta desconocida que mostraba y eso le hacía sentirse pequeño e inseguro, como un cachorrito perdido.

   —Yo… yo quería decirle que… —Nicolás había meditado mucho en esos tres días y había decidido contarle todo al padre de su hijo. Era lo justo. En ese momento, sin embargo, la cosa le estaba resultando más difícil de lo que pensaba, y aunque había ensayado las palabras correctas, éstas habían decidido no salir de su boca.

   —Francamente, creo saber por qué me citó aquí.

   Adelantándose a su acompañante, Antonio habló. Nicolás arqueó una ceja. ¿Ya lo sabía? ¿Acaso podía sentirlo? Con disimulo tocó su cuello, volviendo a constatar que no tenía marcas de apareamiento. Sólo las parejas enlazadas con la “unión” podían sentir cosas como el embarazo o enfermedad de sus parejas. No era el caso de ellos.

   Entonces… ¿cómo lo sabía? ¿Instinto? ¿Presentimiento? ¿Simple lógica?

   —El día que fui a su casa, fue justamente para arreglar ese asunto —continuó hablando Antonio.

   Nicolás volvió a quedarse impávido. Antonio recibió su tasa de café expreso y lo miró fijamente.

   —¿Qué asunto? —preguntó Nicolás.

   Antonio suspiró.

   —Su abogado me llamó hace unos días para exigir que Ismael le cancele en el término de veinte días todo lo que usted gastó en Mauro durante el año que lo tuvo. Como sabrá, señor Nicolás, su hermano aún no posee tal cantidad de ingresos. Recién está rehaciendo su vida. Va cancelarle hasta el último centavo, pero necesita más tiempo.

   Nicolás pestañeó una par de veces. ¡¿Qué?! ¡¿De qué rayos estaba hablando ese hombre?! Jamás había autorizado a su abogado a realizar ningún reclamo monetario. ¡Su amor por Mauro no tenía precio! ¡La sola idea lo ofendía! ¡Y mucho!

   Evidentemente alterado, se irguió en su asiento, mirando de hito a hito a su acompañante. Este le devolvió la mirada, expectante, sin decir nada más.

   —Yo nunca he dicho a mi abogado que le pida dinero a mi hermano —informó, de nuevo tan adusto como de costumbre.

   —No quise ofenderlo, señor Nicolás —se apresuró Antonio, dándose cuenta de que allí estaba pasando algo raro—. Pero su abogado fue quién me llamó con tales exigencias.

   —Hablaré con mi abogado de inmediato —aseguró el omega, poniéndose repentinamente de pie—. Que tenga buen día.

   Antonio se puso de pie también. ¿Qué? ¿Acaso eso era todo? ¿La conversación iba a terminar así? Apresurándose en detener al otro hombre, intentó seguirlo pero la mesera lo llamó pues no le habían cancelado los cafés.

   Antonio sacó un billete grueso, dejándolo sobre la mesa. Fueron apenas unos instantes los que tardó, pero al parecer, fueron suficientes para que Nicolás cruzara la callé y se perdiera entre el gentío de avenida.

   —Rayos —blasfemó Antonio, increíblemente irritado. No sabía qué era lo que le molestaba tanto…

   ¿Haber podido ofender a ese hombre lo tenía así? ¿Era eso? ¿Por qué? Y Nicolás Aristizabal… él  también pareció muy ofendido… ¿Por qué? ¿Acaso esperaba que él no tuviera dudas de su amor desinteresado por Mauro? ¿Por qué esperaría algo así, si apenas y se conocían? ¿Se había ido molesto por eso?

   —Mierda… joder…. ¡Mierda! —se exaltó, golpeando un buzón de correo. Un policía le llamó la atención y el siempre aplomado abogado se disculpó, sin comprender su repentino comportamiento.

   Sólo había visto tres veces a ese hombre  y ya ni se conocía a sí mismo. ¿Qué pasaría la próxima vez? ¿Iría preso por su culpa?

   —Qué problemático es usted, señor Nicolás —rumió para sí mismo, sintiéndose aturdido—… qué problemático es usted.

 

   Avanzando por el centro comercial, Nicolás mascullaba en voz baja toda su irritación. No comprendía sus sentimientos, eran absurdos. ¿Por qué de repente se sentía tan fastidiado por lo que ese tal Antonio pensara de él?

   Sacudió la cabeza. Ese hombre no lo conocía en lo absoluto, ¿por qué tendría que juzgar genuinos sus sentimientos? ¿Y por qué le molestaba tanto que no lo hiciera?

   Tantos años guardando sus sentimientos en lo más profundo de su corazón y ahora, en sólo un mes, se habían desbordado todos; se habían salido de cauce como un tren descarrilado.

   Enojado sin saber exactamente por qué, se limpió las lágrimas que amenazaban con resbalar por sus mejillas.  Lo último que le faltaba era montar una escenita en el centro comercial, con todas esas personas mirándolo.

   De repente se vio a sí mismo reflejando en el espejo de una tienda de artículos para bebés. Era muy temprano aún, pero no le hacía daño a nadie si miraba un poquito, ¿cierto?

   Terminó viendo mil cosas, y comprando dos bolsas llenas. Al salir, se topó de frente con el responsable de tales compras. Su cara palideció de golpe mientras Antonio miraba de forma intermitente las compras y el letrero de caligrafía gorda y rosada de la tienda.

   —¡Tengo una buena explicación para esto! —exclamó azorado Nicolás.

   —¡¿Lo invitaron a veinte baby showers?! —interpeló Antonio, usando un sarcasmo que ni a él le aliviaba.

   Nicolás negó la cabeza y soltó un suspiro.

   —Estoy embarazado.

   Nicolás pensó que el Alpha frente al él se desmayaría; el rostro del hombre palideció, luego se puso verde y por ultimo terminó por sonrojarse todo como una grana.

   —¡¿Qué?! —exclamó finalmente con un jadeo—. ¡¿Y cuándo pensaba contármelo?! ¿En plena labor de parto?

   Nicolás frunció el cejo. Otra vez se sentía enfadado.

   —Para eso lo cité hoy. Iba a decírselo justo antes de que me tratara de interesado y oportunista.

   —¡Yo nunca lo traté de eso! —Antonio se llevó las manos a la cabeza. ¡La jaqueca! ¡La maldita jaqueca! Si seguía así iba a terminar siendo un espécimen digno de tratado de neurología.

   Nicolás suspiró y se dio media vuelta.

   —Usted es un patán, señor Antonio.

   —¡Y usted un terco y un gruñón! —devolvió el Alpha.

   —¡¿Cómo se atreve?! ¡Policía!

   —¡¿Qué?! —De un momento a otro, Antonio se vio rodeado por dos uniformados que le cerraron el paso. Los hombres lo requisaron mientras un frio y calculador Nicolás lloriqueaba acusando al Alpha de acoso.

   —De repente se vino hacia mí, diciéndome cosas horribles. ¡A mi! ¡A un indefenso omega embarazado!

   Los policías asintieron mientras esposaban a un totalmente shockeado Antonio, que empeoró su situación resistiéndose a gritos y empujones.

   —¡Esto no se va a quedar así, señor Nicolás! ¡¿Me oye?! —alcanzó a vociferar antes de que lo sacaran a rastras. Nicolás sonrió interiormente mientras tomaba de nuevo sus bolsas del suelo. Qué bien se sentía el haberse sacado la espinita que sentía atorada desde hacía un rato. Unas horas en la delegación le enseñarían a ese patán un poco de modales.

   Y estaba apunto de partir cuando el sonido de un móvil lo alertó. Estaba justo en el sitio donde había estado parado Antonio, por lo que supuso entonces que se le había caído durante la requisa.

   Lo revisó y vio que decía “Colegio de Santiago”. ¿Santiago? ¿Quién sería Santiago?, se preguntó, recordando en ese momento que Ismael le había dicho que Antonio Olivares tenía un hijo adolescente.

   El teléfono dejo de sonar. Nicolás suspiró aliviado, pero a los quince minutos sonó de nuevo. Parecía importante porque insistían hasta que el móvil los mandaba a buzón de mensajes. A la tercera vez consideró contestar, quizás podía ser algo grave, pensó. Y como decía “colegio”, a lo mejor se trataba de algo urgente relacionado con el muchacho.            

   Contestó a la quinta vez, pensando en lo qué respondería cuando le pidieran hablar con el abogado. Inquieto puso su mejor voz y respondió. Una mujer bastante alterada le habló desde el otro lado de la línea. Su voz sonaba grave, y lo era.

   La situación lo ameritaba.

   —Señor Olivares, ¿es usted? Su voz no es la misma.

   —N no habla el señor Olivares, so… soy su secretario —respondió Nicolás, tartamudeando un poco—. Mi jefe se encuentra ocupado en una audiencia. Tomaré el mensaje si gusta dejármelo.

   A Nicolás le pareció que la persona al otro lado de la línea dudaba. Y así era. La directora del instituto Gimnasio del Rosario dudaba y mucho si debía contar algo así a un desconocido. Sin embargo, pareció que la duda le duró poco. Tras un breve instante de pausa, Nicolás escuchó varios murmullos e, inmediatamente después, volvió a oír la voz de la directora, ya un poco más serena.

   —Escúcheme, señor —comenzó de nuevo la mujer—. Resulta que hemos tenido un gran inconveniente con el hijo del señor Olivares… —informó, adusta—. El chico adelantó su celo y tuvimos que aislarlo; está verdaderamente asustado y adolorido. No sabemos qué hacer. No tenemos médicos aquí. Necesitamos que lo vengan a recoger.

   —¿Pero el niño está bien? ¿No le pasó nada?

   Le respondieron que todo estaba bien. Nicolás no supo por qué su voz salió tan preocupada. Ni siquiera conocía al muchacho. Quizás era por su experiencia propia o porque sabía lo que era que un celo se adelantara la primera vez. Los celos solían ser muy puntuales la primera vez y las siguientes también. La ciencia podía predecir con exactitud la llegada de estos para que los padres fueran tomando precauciones.

   Pero a veces pasaban situaciones como las de ese chico, o como su propio caso, donde por misterios cósmicos o simplemente jodida fortuna, el celo se adelantaba unos meses a la fecha indicada, trayendo consigo ese tipo de consecuencias.

   Bufó por lo bajo. ¿Y ahora qué iba a hacer? Por su culpa Antonio Olivares estaba preso y no lo dejarían salir hasta entrada la tarde. Tendría que ocuparse.

   Ese pobre niño no iba a esperar tanto tiempo. Debía estar con los nervios de punta y necesitaba visitar a un medico que le quitara el dolor y la angustia de inmediato. Los tres primeros celos de un omega necesitaban medicación. No eran celos ordinarios, de hecho ni siquiera eran sexuales para ellos. Podían atraer Alphas, por supuesto, pero para los omegas sólo significaban dolor. Dolor que era obligatorio calmar con sedantes, pues siempre se trataba de niños. La edad clásica para entrar en celo por primera vez era de los trece a los diecisiete años, sin embargo, se sabía de casos de chicos que habían iniciado sus ciclos desde los once años.

   Sin saber por qué, Nicolás tomó entonces la decisión de ir personalmente por el chico. La directora le dijo que necesitaba una orden del padre del muchacho para dejarlo salir con un desconocido, pero Nicolás decidió que eso lo resolvería sobre la marcha.

   Era un instituto grande y bonito, mucho más que el colegio donde había estudiado. Miles de recuerdos agradables, y otros no tanto, lo golpearon nada más llegar a ese ambiente. Los chicos se movían de un lado a otro, correteando y comiendo golosinas. Los más pequeños ya iban de salida en compañía de sus papás, mientras los mayorcitos vagaban por los alrededores comprando chucherías o pegatinas para los cuadernos.

   Sonrió. Recodó cuanto le gustaba comprar mangos a la salida de la escuela. Terminaba con el estomago hirviendo de tanto limón y pimienta, pero valía la pena. Eran buenas épocas, pensó; épocas en las que era feliz sin saberlo.

   La cancha de basquetball lo recibió al cruzar una esquina. Dos equipos se enfrentaban en ese momento por lo que se apartó antes de que le dieran con el balón. Tocó su vientre casi sin darse cuenta. Los instintos empezaban a aflorar poco a poco, sin escándalo pero con fuerza. Instintos que también le hicieron apersonarse de la situación de Santiago Olivares, presentándose de esa forma ante la oficina de dirección.    

    —Buenas tardes. Soy Nicolás Aristizabal; hablé con usted hace un rato. Vengo de parte del señor Antonio Olivares. ¿Puedo ver al muchacho?

   —¿Trajo la orden de su padre?

   Nicolás negó con la cabeza. Esgrimió la excusa de no haber podido interrumpir la audiencia del abogado, pero no fue suficiente para convencer a la rectora. Para su fortuna, mientras suplicaba que por lo menos le dejaran ver al niño, el teléfono sonó. Antonio en persona era el que llamaba, completamente ofuscado del otro lado de la línea. Nicolás se apartó un poco para poder hablar bien, contando todo de una vez para evitar contratiempos. Antonio casi tiene otro shock al otro lado de la línea, pero Nicolás lo supo calmar diciéndole que ya se estaba haciendo cargo de todo y sólo necesitaba su autorización para sacar al niño.

   —… así que me vine a la escuela a recogerlo pero la directora dice que no me lo dejará llevar si usted no lo ordena —suspiró.

   —Páseme con ella, por favor —pidió Antonio.  

   Entregando el móvil a la directora, Nicolás esperó un momento, distrayéndose con el cuadro de honor de los estudiantes, cuyo primer lugar era ocupado justamente por el chico en cuestión.

   Así que ese adorable muchacho de ojos miel y cabellos rubios era el hijo de ese patán. Debía parecerse a su otro padre entonces, pensó. Ismael también le había contado que Antonio Olivares era viudo.

   —Señor Nicolás —le interrumpieron de repente. Era la directora, devolviéndole el móvil—. Puede llevarse al muchacho —dijo, señalándole un corredor—. Por favor, acompáñeme.

   Recorrieron un pasaje bastante largo. La sala de enfermería estaba en toda una esquina, iluminada por el sol de medio día que entraba por las ventanas. Santiago Olivares estaba dentro, acompañado por una enfermera. El muchacho lloraba y se retorcía; temblaba también, muy conmocionado aún.

   —Nos dimos cuenta de lo que pasaba cuando unos de sus compañeros Alpha lo atacó —comentó la directora mientras se acercaban—. Detuvimos al otro chico a tiempo, antes de que lo lastimara seriamente.  Por fortuna es el único Alpha de ese salón que ya es sexualmente maduro. Los demás Alphas de ese curso aún no reconocen celos omegas.

   —Veo… —Nicolás se acercó hasta la camilla donde se encontraba Santiago y, colocándose frente a él, lo saludó.

   —Santiago… soy amigo de tu padre. Me ha pedido que pase por ti.

   Los ojos del omega se abrieron con desconfianza y recelo. Era la misma mirada de Antonio. Podía no tener el color de sus ojos, pero sí la forma de mirar.

   —¿Dónde está papá? ¿Dónde? —lloriqueó más fuerte el pequeño omega, negando con la cabeza, sudaba a mares—. Papá no me dejaría solo, algo le pasó. —agregó agitado—. ¿Quién es usted? ¿Dónde está mi papá?

   —Los dejaremos a solas —dijo entonces la directora, haciendo una seña a la enfermera—. Si necesita algo, estaremos en dirección. Por favor, avísennos antes de que se vayan.

   Nicolás asintió. Estaba ante el mejor alumno de esa escuela así que mejor no mentía. Sería mejor así.

   —Santiago, escucha. Tu papá se metió en un pequeño lio y está en la delegación. Me pidió el favor que viniera por ti. No lo dejarán salir hasta la tarde.

   El rostro del niño palideció más de lo que estaba. Una punzada de dolor lo sacudió con fuera, haciéndole temblar mucho más.

   —¿Papá estará bien? —preguntó casi sin voz.

   Nicolás asintió.

   —Fue sólo un malentendido. No pasará a mayores.

   —¿Lo juras?

   —Lo juro. Ahora, ven conmigo. Iremos al doctor.

   Le aplicaron una especie de supresor hormonal en spray que bloqueaba temporalmente las hormonas. Tenía tiempo limitado por lo que era necesario sacarlo rápido de allí. Nicolás guió al chico a su auto, sosteniéndolo para que no se fuera a caer por el dolor y la fragilidad. Sabía exactamente cómo se sentía porque él también lo había vivido así. ¡Y en la escuela también!

   Fue muy vergonzoso y humillante. Falto a clases por dos semanas enteras en aquella ocasión.

   —Mi papá dijo que mi primer celo sería hasta el otro año —dijo el muchacho en medio del viaje, acurrucado en el asiento delantero.

   —Y seguramente era verdad —opinó Nicolás—, pero se adelantó. A veces pasa. También me ocurrió así… y también en la escuela.

   Santiago abrió la boca asombrado; de inmediato sonrió.

   —¿También saltó sobre ti el chico que te gustaba?

   —No —sonrió Nicolás, deteniéndose en un semáforo—. Lo hizo un profesor que casi tuvo que renunciar por la vergüenza. ¿Te imaginas?

   El omega más joven se cubrió el rostro, todo rojito. A Nicolás le resultó adorable.

   —¡Qué vergüenza! Pero no le cuentes a mi papá que me gusta ese Alpha, ¿está bien? — pidió. Nicolás negó con la cabeza—. Por cierto… ¿eres el novio de mi papá?

   Una nueva punzada de dolor hizo que el omega más joven guardara silencio de nuevo. Nicolás se sintió aliviado de que fuera así. No habría sabido que responder a esa pregunta. Por supuesto que no era novio de Antonio Olivares, pero tampoco era como si de ahora en adelante pudiera hacer al hombre a un lado. ¡Iban a tener un hijo!

   Finalmente llegaron al hospital. Un médico omega revisó a Santiago mientras Nicolás se mantenía a su lado todo el tiempo. Cuando le inyectaron para el dolor, el muchacho lo abrazó fuerte y se durmió en su hombro. Un enfermero le iba ayudar a llevarlo hasta al auto cuando la figura de un muy preocupado Antonio cruzó la puerta de emergencias. El hombre se veía cansado y algo magullado, pero no lo suficiente como para no tener ánimos de revisar a su hijo de palmo a palmo. Nicolás bajó su rostro avergonzado, quería que la tierra se lo tragara. Antonio parecía bastante fastidiado y era su culpa.

   —¿Qué dijo el médico? ¿No le pasó nada, verdad? ¿Qué dijo la directora? ¿Le pasó algo? ¿Lo alcanzaron a lastimar? ¡No me mienta, señor Nicolás! ¡No me mienta porque en este momento soy capaz de todo!

   Nicolás no lo dudó. El Alpha estaba completamente fuera de sí y parecía muy capaz de matar y comer del muerto. Debía admitir que, sin embargo, verle tan alterado y frenético le producía cierto hormigueo bajo el vientre.

  ¡¿Acaso estaba excitado?! Pensó, reprendiéndose mentalmente, sonrojándose al descubrir que así era. Negó con la cabeza apenas pudo, tratando de tranquilizar al recién llegado. Le contó lo sucedido en la escuela, según lo que oyó de boca de la directora; le dijo todo sin omitir detalle.

    —… el médico también dijo que está todo en orden. Dice que le demos esto por tres días —comentó mostrando una receta—, y se le repita de nuevo en los próximos dos celos. Después de eso, los ciclos se volverán saludables y ya no tendrá que ser medicado. 

   Los ojos verdes de Antonio leyeron toda la receta con detenimiento. Con cuidado se guardó la receta en el bolsillo y tomó a su hijo en brazos.

   —Venga conmigo, en casa hablaremos mejor.

   —Mejor me voy a casa... mañana…

   —Venga conmigo… —repitió una vez más Antonio, con tono de que no lo haría por tercera vez—, nos iremos en taxi porque dejé mi auto en el centro comercial.

   —Yo traje mi auto —informó Nicolás, encogiéndose de hombros—. Puede manejarlo si quiere.

   —Perfecto. Vamos.

   Siguiendo al imponente hombre, Nicolás hizo un pucherito. Se había pasado tres pueblos, lo sabía, pero no le gustaba sentirse como niño regañado.

   El trayecto a casa de Antonio fue silencioso. Santiago estaba profundamente dormido y así seguiría por largas horas. Era fuerte lo que le habían colocado.

   Cuando desembarcaron por fin, Antonio tomó de nuevo a su hijo y Nicolás lo siguió al ascensor. Vivía en un noveno piso y la vista desde el departamento era fabulosa. La tarde estaba fría por lo que Antonio encendió la calefacción nada más dejar a Santiago en su cuarto.

   Nicolás pudo ver que ante de abandonar el cuarto del jovencito, Antonio dio un beso sobre la frente de su hijo, cerrando luego la puerta. Tenía los ojos llorosos al salir, motivo por el que antes de volver a la sala pasó primero al baño a enjuagarse la cara.

   —Prepararé unos emparedados. Por favor, póngase cómodo.

   —¿Puedo ayudarle?

   Con el sentimiento del anfitrión, Nicolás ingresó a la cocina. El ambiente entre ambos hombres seguía muy tenso, pero el omega esperaba poder distenderlo con una disculpa seria.

   —Lo siento —dijo de repente, mientras untaba las rodajas de pan con mayonesa—. Me porté como un niño y lo puse en aprietos. Por favor, discúlpeme.

   Dejando a un lado la licuadora, Antonio giró su cuerpo, confrontando a su invitado. Su boca estaba fruncida en un mohín de disgusto y sus hombros lucían tensos y espáticos, como una fiera enjaulada.

   —Me pasé cinco horas rodeado de maleantes y putos, señor Nicolás —soltó con rabia, chasqueando la lengua—. Gracias a mis contactos y a que usted no llegó nunca a poner demanda, me dejaron salir hoy mismo. Nunca le había fallado a mi hijo, hasta hoy. El día que más me necesitó y no estuve para él… Soy lo único que tiene, ¿sabe? —masculló, evitando con mucho ahínco alzar la voz—. ¿Sabe lo que eso significa?

   —Sí, se lo que es tener algo por lo cual luchar día y noche —devolvió Nicolás, un tanto molesto por el tono en el que le hablaban. Antonio volvió de nuevo a su asunto con la licuadora, respirando hondo para retomar la calma.  

   —Entonces sabe cómo me siento —susurró minutos después.  

    Nicolás asintió. Sí, sabía cómo se sentía y eso era lo que más le jodía. Se sentía muy culpable por lo sucedido y quería remediarlo de alguna manera. Frustrado,  volvió a guardar silencio, terminando de preparar la cena. Comieron en silencio hasta quedar satisfechos. Luego, Antonio sirvió un postre que Santiago había hechos dos días antes. Estaba delicioso.

   —Es un buen chico, lo quiere mucho —dijo Nicolás, tratando de nuevo de cortar el hielo.

   —Y yo lo adoro… es mi único… bueno… ya no lo es.

   Nicolás alzó la cabeza de repente, estaba llorando. Odiaba sentirse tan débil y tonto, y mucho más frente a ese hombre que parecía dominarlo todo, pero no podía callarlo más. Antonio Olivares eran tan irritantemente maduro que dolía. Fastidiaba mucho.  

   —Puede seguirlo siendo si usted quiere —propuso de repente.

   Antonio alzó la vista de inmediato, pálido.

   —¿Cómo así? —se sobresaltó—. ¿Acaso usted no quiere…? ¿Y entonces todo eso que compró?

   —¡No! ¡No es lo que piensa! —corrigió rápidamente Nicolás al notar el malentendido—. Tendré al niño —aseguró—, por supuesto que lo tendré. Me refería a que usted no tiene que hacer parte de su vida si no lo desea, señor. No es su obligación.

   El rostro de Antonio volvió a serenarse. Por un momento creyó que ese hombre iba a decirle que abortaría al bebé, y la sola idea le había hecho saltar el corazón de horror. Por supuesto que quería hacer parte de la vida de ese niño. ¡Era su hijo!

   —Nunca he dicho que no quiera hacer parte de la vida de nuestro hijo, señor Nicolás. ¿O sí?

   Nicolás negó con la cabeza.

   —No, no lo ha hecho. Pero esta mañana…

   —Esta mañana estaba aturdido, la noticia me tomó por sorpresa —se defendió el Alpha.

   —Yo deseo mucho a este bebé —anotó Nicolás, tomando un poco de su jugo de fresas—, ya vio todo lo que le compré —sonrió apenado.

   Antonio asintió, sonriendo un poco también.

   —Se llevó media tienda —bromeó, contento de haber hecho sonrojar al omega. Nicolás volvió a esconderse tras su bebida, haciendo un puecherito.

   ¡Y eso que había dejado como quince cosas más por falta de dinero!

   —Lamento mucho lo de hoy —volvió a disculparse—. Ahora me retiro —se paró tomando los platos—. Se hace tarde.

   —Por favor, quédese.

   La propuesta de Antonio tomó por sorpresa a Nicolás. Por un momento le pareció que ese “quédese” sonaba a algo más que una noche. De repente se sintió extrañamente mareado, como si su cuerpo estuviera de nuevo entrando en calor.

   Antonio también lo sintió, con la diferencia de que, esta vez, su conciencia no sufrió los efectos, y la lucidez no lo abandonó en lo absoluto. Por lo menos no en ese momento.

   El aroma se esparció por toda el departamento y se impregnó muy rápido por todo el lugar. Y no era el olor de Santiago, ese aroma era diferente y muy tenue. Antonio podía oler ambos y discriminar perfectamente entre los dos.

   —¿Estás en celo otra vez? —preguntó asombrado, sin darse cuenta de que tuteaba por primera vez a su acompañante.  Era imposible, los omegas embarazados no entraban en celo. No podía estar pasando.

   Nicolás asintió con la cabeza mientras su respiración se agitaba y sus ojos se llenaban de lágrimas. Con cuidado giró la cabeza sólo para darse cuenta de que la puerta estaba muy lejos de su alcance. Antonio se dio cuenta de sus intenciones y le advirtió con un grito que lo dejó plantado en su posición. No podía cometer la misma locura otra vez.

   —¡No! ¡No lo hagas! ¡No huyas!

  —¡Mi bebé! —sollozó Nicolás. Antonio asintió, calmándolo. Entendía el miedo del omega, pero era mejor no hacer nada inapropiado que complicara más las cosas.

   El miedo de Nicolás era comprensible. Si entraba en celo de nuevo, se le vendrían tres días de intensa actividad sexual que sería insoportable para la criatura que apenas se formaba en su vientre. Ese era el motivo porque los omegas ya no entraban más en celo una vez se embarazaban. Podían practicar sexo durante la gestación, por supuesto, pero no al nivel animal que se hacía estando en celo.

   Antonio llamó con su mano derecha a Nicolás, pidiéndole que se acercara, mientras con la otra descolgaba el teléfono y marcaba a su primo Jorge. Nicolás caminó hacia el Alpha, llorando a moco tendido. No le podía estar pasando eso. No de nuevo.

   El facultativo respondió la llamada y Antonio le contó lo que sucedía al pie de la letra.

   —Es muy extraño, siento el calor y el olor del celo; no puedo pensar en otra cosa que no sea desvestirlo, pero aún así, todavía tengo mi mente clara.

   —Pregúntale si ha estado tomando supresores —pidió el galeno al otro lado de la línea.

   Antonio le extendió la pregunta y Nicolás respondió afirmativamente.

   —¿Por cuánto tiempo? —le volvió a preguntar Antonio.

   —Por siete años.

   ¡Siete años! Nadie pudo ve el rosto de Jorge a través del móvil pero su silbido de sorpresa lo dijo todo.

   —Es por eso —dijo con seguridad a través del celular—. He escuchado de casos así y lo mejor es no separarse—. Antonio puso el altavoz para que Nicolás escuchara las recomendaciones—. No intentes escapar, Nicolás —fue lo primero que le advirtió el Alpha—, Y tú, Antonio, no dejes entrar a ningún otro Alpha al departamento porque habrá pelea y será una locura. Nicolás, no te preocupes. Sonará un poco guarro, pero lo de “relájate y disfruta”, nunca estará mejor dicho: entre más colabores, menos forzaras el lado dominante de Antonio, y podrán hacerlo suavemente sin lastimar al bebé. Y recuerda, nada de intentar huir. Tú mantendrás la conciencia todo el tiempo, pero mi primo quizás no lo haga. Sólo recuerda, puedes tener el control si eres lo suficientemente inteligente y dócil. Y tú, Antonio, no le harás daño a tu bebé si te lo propones de verdad. Tranquilos. Manténganse calmados y todo irá bien. Llámenme de nuevo si necesitan algo más.

   Antonio colgó el aparato y abrazó a un aturdido Nicolás que seguía llorando, ahora a su lado. Las ganas de tirarlo sobre el sofá y entrar en él eran tan intensas que le dolía hasta respirar.

   Sin embargo, su mente seguía lúcida y se controló. Con cuidado tomó unas servilletas y limpió el rostro húmedo del omega, que temblaba de pies a cabeza.

   —Tranquilo, ya escuchaste al doctor —le habló suavemente, alzándole el mentón para besar ligeramente sus labios—. No me gusta ver a un omega llorando… y menos a uno que está entre mis brazos.

   —¿Serás amable?

   —Por completo.

   —No escaparé —aseguró Nicolás. Antonio sonrió satisfecho ante eso. Intentó que su mente racional tomara la batuta dejando ir a Nicolás, pero de inmediato notó que su bestia interior se lo impediría y atacaría al menor movimiento de fuga.

   —Vamos a pasarlo bien… lo juro —dijo entonces, tomando al otro hombre en brazos. Despacio lo llevó a la habitación y cerró la puerta con llave. Santiago dormiría toda la noche, así que podían tomarse su tiempo.

   Ya en la cama, el ambiente se caldeó de nuevo. Antonio se desvistió primero esta vez, entrando al lecho donde un tembloroso Nicolás lo esperaba. Así, hipando por el llanto y con la carita sonrosada por el celo se veía más hermoso que nunca, pensó el Alpha.

   Con cuidado desató su coleta y dejó libres esos cabellos azabaches que tanto le gustaban. Tomándose su tiempo, evitando sobresaltos, se colocó a las espaldas de su amante, dejándolo recostado a su pecho. Lentamente retiró un mechón de cabellos para besar su cuello. Sus manos, mientras tanto, buscaron los botones de su camisa, abriéndolos uno a uno.

   Nicolás jadeó. El calor era ya una segunda piel para él. Su boca buscó la humedad de los labios del Alpha, y cuando su camisa cayó del todo, su espalda buscó la tibieza del ancho pecho de su compañero. Antonio terminó de desvestirlo del todo, colocándolo luego a horcajadas sobre sus piernas, embelesado por la mágica sensualidad de ese omega que siempre parecía ser una sombra.

   —Hermoso —susurró, enredando sus dedos ente los sedosos hilos de ébano. El azul de aquellos ojos también lo envolvió, perdiéndolo definitivamente en el delicioso aroma de ese celo.

   Nicolás se percató del cambio de su amante cuando la boca ansiosa del Alpha volvió a devorar sus labios. Consciente de que la razón  había abandonado definitivamente a su compañero, gimió suavecito y se apretó más a él, mostrándole sumisión.

   Antonio gruñó satisfecho, tomándolo con cuidado hasta depositarlo de espaldas al lecho. Suavecito se colocó junto a él, separándole las piernas hasta montar una de ellas sobre su cadera. Lo miró a los ojos mientras lo penetraba despacio, instalándose sin prisas en su apretada humedad.

   Se besaron de nuevo, despacio, casi un roce de labios. Sus alientos se rozaron, reconociéndose, anhelándose. Nicolás sintió la mano de Antonio sobre su vientre y se crispó un poco. Sonrió cuando se dio cuenta que el Alpha lo acariciaba dulcemente. Su pecho se llenó de una calidez inesperada que hacía mucho tiempo no sentía.

   Una lágrima corrió por su mejilla mientras el placer migraba hacía su vientre.

   Su corazón, por tantos años helado y muerto, se empezó a descongelar.

 

   Continuará…

    

Notas finales:

Hola. La canción es "Se fué" de Laura Pausini. Le quedó que ni hecha a mi pobre Nico. 

¿Estoy siendo muy buena o muy mala con él?

n.n Besitos gigantes. 


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