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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Lo de la cegación lo tienen claro, ¿no? 

  Es algo parecido a lo que expliqué en "Fuego en Sicilia"; más o menos lo que explican en el manga de Sex Pistols. Es la forma como el seme; el Alpha en este caso, evita que su uke (omega) sea acosado por otros Alphas, marcándolo con su olor. 

   Capitulo 6.

   Sombras del pasado.

 

   Sacó el kilo de zanahorias que había comprado y empezó a rallar una para hacerse una ensalada. Seguía muy enfadado por el asunto de Ismael y no sabía exactamente por qué. ¿Qué le importaba a él si Antonio y su hermano comenzaban una relación? Eran dos personas adultas y maduras; podían hacer con sus vidas lo que quisieran. Si Ismael pensaba que con esa estupidez iba a lograr presionarlo o darle celos estaba equivocado.

   ¿Celos él? ¿Celos por un hombre que por más que fuera el padre de su hijo sólo era un desconocido?

   Ismael estaba loco si pensaba que lograría algo con ese ridículo comportamiento. ¡Loco!

   Continuó meditando sobre ello por un rato y cuando por fin salió de sus cavilaciones y miró el tablón de picar las verduras, casi salta del susto. ¡Había rayado todo el kilo de zanahorias y tenía un montón de verdura desperdiciada formando una montaña frente a sus ojos!

   —¡Waaaaaaa! —gritó, tomando unos recipientes para guardarla antes de que se dañara. Inflando sus mejillas con disgusto, guardó todo, se lavó las manos y se fue a la cama sin probar bocado.

   …no durmió en toda la noche.

 

 

   Después de recoger a Mauro en la guardería donde lo dejaba durante las horas que debía trabajar, Ismael volvió a la casa cargado de vivieres y de artículos para la fiesta que planeaba en compañía de Santiago.  Esa fiesta iba a ser la ocasión perfecta para que Nicolás y Antonio por fin se acercaran como pareja. Ismael tenía todo planeado para que las cosas se dieran así; estaba seguro de que Nicolás estaba muriendo de celos por lo que le había dicho y pronto terminaría por estallar, reconociendo sus sentimientos.

   Sí, quizás era un poco fuerte la forma cómo pretendía sacarlo de su letargo emocional, pero es que ya no había más forma. Nicolás era terco como una mula y orgulloso como nadie. Tenía que ponerle en una situación que le obligara a vencer sus miedos y sus fantasmas pasados; que le hiciera recobrar las ganas de volverse a arriesgar… de volver a ser feliz.

   Mauro le hizo cosquillas en la oreja mientras lo dejó en su corral.

   —Vamos a prepararte un biberón muy rico —le dijo Ismael, agarrándole la naricita. El bebé sonrió y comenzó a hacer globitos con su saliva, imitando los sonidos de un auto.

   —¡Sí! Así hacen los carros, Mauro.

   —¡Papi! —exclamó el bebé, soltando luego una risita alegre que le hizo mover sus manitas dando palmitas. Ismael soltó las bolsas que llevaba, girando para ver a su bebé. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sintió un nudo enorme atorando su garganta. Era la primera vez que sus bebito lo llamaba por ese calificativo; la primera vez que esa palabra iba dirigida a él.

   —Mi pequeño —lo alzó en brazos, llenándolo de besos.

   —¡Papi! —repitió el bebé, agarrándole las mejillas, dándole palmitas—. ¡Papi!

   El feliz momento fue interrumpido por el sonido del timbre. Ismael estaba tan feliz que abrió la puerta sin ni siquiera revisar antes de quién se trataba. No lo visitaban más personas que Santiago, Antonio y Nicolás. No esperaba a nadie más.

   La horrible figura que le recibió del otro lado del umbral le hizo soltar un grito de pavor, haciéndole sostener con fuerza a Mauro entre sus brazos.

   —¡Sorpresa, puta! —saludó el drogadicto recién llegado, evidentemente colocado.

   —¿Tú…? —le respondió Ismael abriendo sus ojos con pavor.

   —Sí, el mismo. ¿Pensaste que te habías librado tan fácilmente de mi, pedazo de puta? ¡Te equivocaste!

   Ismael trató de cerrar la puerta en las narices del tipo, pero el sujeto fue más rápido, colocando el pie y sacando un arma del bolsillo de su apestosa gabardina. En dos movimientos el tipo estaba dentro del apartamento, encañonando sin miramientos a sus habitantes. Ismael abrazó a su niño con fuerza y se echó a un lado, intentando protegerle.  Estaba más asustado de lo que nunca había estado en toda su jodida vida.

   —Llévame con Christian —dijo el hombre, casi eufórico por los efectos de la cocaína.

   —No me veo con él hace meses. Ya estoy limpio —anunció Ismael, temblando.

   —¡Y una mierda! —replicó el sujeto, tirando una mesa cercana—. Me llevarás ya mismo con él si no quieres que te vuele tu sucia cabeza de ramera en este instante.

  El tipo de acercó más, esta vez, tirando de una patada la mesa de centro y el corral del bebé con todos sus juguetes. Mauro comenzó a llorar, siendo consolado por un realmente alarmado Ismael, que buscaba con todas sus fuerzas una manera de escapar de esa pesadilla. Un vecino abrió la puerta, pero de inmediato la cerró al ver que había un tipo armado. Ismael apretó fuerte los ojos. Si llamaban a la policía quizás se armara una balacera. Conocía a Claudio… y estaba en uno de sus peores días.

   —Vamos, llévame con Christian ahora —repitió el drogata, sacando un frasco de pegamento que inhalo con avidez mientras sus ojos bailoteaban con locura.  Ismael asintió, calmándolo, haciendo todo lo posible por no alterarlo más.

   —Está bien, vale. Te llevaré con Christian, ¿bien? Sólo espera a que lleve a mi hijo con mi hermano, ¿vale? No puedo dejarlo aquí solo.

   El tal Claudio negó con la cabeza. Oh, no, eso sí que no.

   —¿Crees que soy estúpido? Si te dejo ir con tu hermano, llamaran a la policía. Trae al bebé contigo o déjalo aquí solo. No sería la primera vez que lo haces.

   La risa asquerosa de Claudio estremeció a Ismael, produciéndole arcadas. ¿Cuántas veces él también había lucido así? ¿Así de asqueroso y vil? ¿Cuántas veces había dejado a su hijo solo para ir a revolcarse en tanta miseria? ¿Cuántas?

   —No… no dejaré a mi hijo. Por favor, déjame llevarlo con mi hermano. Sólo tardaré unos minutos en auto, vive cerca.

   —No quiero… —susurró el hombre, alzando de nuevo su arma para apuntarle directo a la frente—. Y ahora, por tocarme los huevos, te exigiré que lo traigas contigo. Parece que te has vuelto un buen padre y te preocupa de verdad el maldito mocoso. ¡Lo traerás! ¡Y como me engañes y no me lleves con Christian los mataré a los dos!

   —Claudio, por favor…

   El hombre disparó, dándole a un cuadro cercano. Ismael chilló junto al llanto incontrolable de Mauro. Claudio tiró de Ismael, sacándolo del departamento. Ismael estrechó a su hijo con fuerza y siguió al hombre. Mientras los metían en el auto, el omega metió discretamente la mano a su bolsillo y marcó a Nicolás. Dejó el teléfono abierto para que éste lo escuchara todo. Confió en que su hermano comprendiera su mensaje y le socorriera. En ese momento se dio cuenta, que Nicolás siempre era en lo que más confiaba.

 

 

   —No veo nada —dijo Antonio, observando con detenimiento la pantalla del ecógrafo.

   —Yo tampoco —se alarmó Nicolás, interrogando al obstetra con la mirada—. ¿Por qué? Algo va mal, ¿verdad? Por favor, doctor, dígame si algo va mal.

   La risa del facultativo se alzó por encima de las voces alarmadas de los futuros padres. Nada iba mal con el embarazo de su paciente, lo que sucedía era que aún era muy temprano para observar al feto. La cosita sólo medía centímetros y no tenía forma humana. Era imposible que ojos no entrenados para la ecografía lograran ver algo más que parches amorfos y sin sentido.

   —Señor Nicolás, su embarazo es completamente saludable. No se ve nada malo con el embrión y está creciendo sin contratiempos. En dos meses más haremos una nueva ecografía y entonces podremos ver mejor a su bebé. En ese momento quizás hasta logremos saber su sexo.

   Los ojos de Nicolás se iluminaron. ¡Podría ver a su bebé en dos meses y saber qué sería! Iba a morirse de la desesperación porque llegara ese día. Ya quería ver a ese pequeño y tenerlo entre sus brazos. La mano de Antonio se posó sobre la suya y sus ojos se encontraron con los del abogado. El Alpha estaba evidentemente emocionado, su pecho subía y bajaba con descompás.

   —En dos meses podremos verlo —le dijo Nicolás con una sonrisa.

   —Va ser un bebé precioso —asintió Antonio, estrechándole la mano—. Gracias, Nicolás. Gracias por dejarme participar de esto.

   El médico imprimió las imágenes de la ecografía y se las entrego; una para cada uno. Nicolás fue al cuarto de baño y se cambió. Durante días había dudado si debía invitar a Antonio para que asistiera con él a los chequeos médicos, pero finalmente se decidió a llamarlo. Antonio aceptó de inmediato, absolutamente emocionado y feliz. Nicolás sonreía en su interior. No había preguntado nada sobre si Antonio e Ismael estaban saliendo pero algo le decía que durante esos días, ese par días ni siquiera se habían visto. Algo parecido al alivio lo invadió ante tal pensamiento, y Nicolás se reprochó el ser tan infantil.

   —Hay algo más que debo agregar —dijo en ese momento el obstetra, interrumpiendo los pensamientos de Nicolás—. Me preocupa eso de que tus celos estén activos y en descontrol, Nicolás. No entiendo por qué Antonio no te ha cegado. ¿Existe alguna razón especial para que no lo haga?

   Nicolás se sonrojó hasta las orejas, evitando a toda costa mirar a Antonio. Aturdido intentó contar toda la verdad, pero Antonio, volviendo a colocar su mano encima de la del omega, tomó primero la palabra.

   —Nicolás y yo no somos una pareja consumada —dijo con tranquilidad—, pero no me importaría cegarlo, si a él no le importa. Haré todo lo que sea necesario por su bienestar. Lo que sea.

   El corazón de Nicolás dio un brinco en su pecho. Antonio había dicho: “Haré lo que sea por su bienestar”. No dijo: “Haré lo que sea por mi bebé o por ellos”. Había hablado específicamente de él y de lo mucho que le importaba. Se sintió tan tonto, pero no pudo evitar sentir muy bonito en su corazón. La misma calidez que había sentido noches atrás volvió a instalarse sobre su pecho; llenándolo de una agradable dulzura.

   —Si es lo más conveniente para proteger a mi bebé, no tengo problemas con que me cieguen —aceptó, musitando bajito.

   —Entonces deberán hacerlo lo antes posible —informó el galeno, extendiendo una receta—. Por tus mediciones de temperatura, en las próximas horas podrías volver a entrar en celo.

   Antonio asintió, tomando a Nicolás para llevarlo a casa en su auto.  Lo mejor era que se dieran prisa y dejaran ese problema solucionado de raíz. Nicolás se sentía extraño; no había sido cegado nunca y estaba nervioso. ¿Dolería? ¿Se sentiría vinculado con Antonio a causa de eso?

   —La cegación no te vinculará conmigo sentimentalmente —habló de repente Antonio, como si le hubiera leído los pensamientos—. Sólo te mantendrá seguro de otros Alphas mientras estás embarazado. Imagino que habrás escuchado al respecto.

   Nicolás negó con la cabeza. No, la verdad era que no sabía nada al respecto. Nunca había pasado por eso. Con Carlos habían acordado sellar su vínculo definitivo de unión, justo después de la boda. Luego había empezado su época con los supresores y ya nunca más pensó en ello.

   Nunca más hasta ahora.

   —Ismael podrá explicarte mejor el asunto —propuso entonces Antonio, encogiéndose de hombros—. Por cierto, no he podido ver a Ismael desde hace varios días —comentó de forma casual—. Tendré que ponerme en contacto con él pues pronto será la primera visita de los servicios sociales. Todo debe estar en orden. ¿Tu hermano te ha comentado algo al respecto, Nicolás?

   El susodicho volvió a negar con la cabeza. Que Antonio sonara tan preocupado por su hermano le jodía. Sabía que se estaba comportando como un niño pequeño, peleando por un juguete, pero no lo podía evitar. ¡Rayos! ¡Estaba celoso!

   “No puede ser, soy un idiota”, pensó mientras intentaba serenarse. No podía dar un show de celos en ese momento y menos frente a ese hombre. Se moriría de vergüenza. Además, no sabía por qué estaba actuando así. Todos sus sentimientos estaban a flor de piel. El embarazo lo tenía vuelto un manojo de emociones y de nervios.

   —No he hablado con mí hermano en estos días —respondió finalmente, abriendo un poco la ventanilla del vehículo, sintiendo un calor repentino—. La verdad es que discutimos hace unos días —confesó, ruborizándose un poco—. Cosas de hermanos. Nada grave.

   —Veo… —Antonio echó a andar el vehículo, tomando la autopista. Era una tarde fresca y más soleada que en días anteriores. En uno de los semáforos, varios vendedores ambulantes se les acercaron, ofreciéndoles productos. Antonio compró unos bombones que siempre encontraba allí y que eran los favoritos de Santiago. Ofreció uno a Nicolás y éste lo tomó con una sonrisa de agradecimiento. La pregunta que salió a continuación de labios de Antonio, lo dejó frio en su asiento. No se la esperaba… y menos, la desazón que le produjo.

   —Nicolás… ¿Quién es Carlos?

 

 

   —Dios mío… ¡¿Qué rayos sucedió aquí?!

   Santiago llegó al departamento de Ismael, encontrándolo completamente destrozado.

   Los juguetes de Mauro estaban desperdigados por todo el suelo; había dos mesas tiradas y miles e objetos rotos, regados por allí. El vecino que se había asomado antes  entró por completo al departamento y se llevó las manos a la boca, horrorizado. Dijo que pensó en llamar a la policía al ver al hombre armado pero cuando, repentinamente, todo quedó de nuevo en silencio, decidió esperar por si se trataba de un malentendido.

   —No creo que sea un malentendido —opinó Santiago, tratando de ordenar un poco—. ¿Cómo era ese hombre? ¿Me lo podría describir? ¿Estaba normal o parecía drogado? ¿Tenía algún arma?

   El asustado hombre respondió a todas las preguntas lo mejor que pudo. La verdad, no había tenido mucho tiempo para reparar en el sujeto, y menos después de darse cuenta de que estaba armado. Cuando escuchó el disparo fue cuando levantó el teléfono para llamar a la policía. Sin embargo, cuando se asomó de nuevo, ya no estaba ni el hombre ni Ismael, por lo que pensó que quizás lo que había escuchado había sido el sonido de algo más estrellándose.

   —No hay sangre —se tranquilizó Santiago, reparando bien en el lugar—. Pero creo que lo que oyó sí fue un disparo —anotó, señalándole el cuadro—. Ese agujero no pudo ser hecho por otra cosa más que por una bala. Lo siento… ¿puedo usar su teléfono? Es urgente.

   Santiago ingresó al apartamento del buen hombre y desde allí llamó a Nicolás. Su teléfono estaba sin saldo y necesitaba hablar urgentemente con el hermano de su amigo. Nicolás quizás si supiera de quién se trataba ese hombre, pues había conocido a Ismael en sus peores momentos. No podía confiar en nadie más o los servicios sociales podría enterarse y se armaría un lio. Era necesario ser prudentes.

   —Está ocupado —masculló, marcando de nuevo—. Vamos, Nicolás. Vamos… ¡Contesta!

 

 

   —¿Nicolás? ¿Pasa algo? ¿Dije algo malo? Lo siento, es sólo que mencionaste varias veces ese nombre mientras estabas bajo los efectos de la morfina y quedé con esa duda. Hacía varios días quería preguntártelo pero me había olvidado del asunto. Lo siento.

   Nicolás frunció el ceño y volvió su vista hacia la carretera. La pregunta lo había tomado por sorpresa y no había podido prepararse para ella. Con varias respiraciones profundas intentó calmar su corazón, pero el daño estaba hecho. Antonio se había percatado de que la pregunta lo había alterado y mucho. Ahora tenía que pensar bien qué iba contestar.

   —Ismael me habló varias veces, de forma muy superflua, de una decepción amorosa que sufriste —volvió a hablar el abogado, mirándolo de soslayo—. ¿Fue con ese hombre… con este tal Carlos?

   —Carlos es un asunto muerto y enterrado en mi vida —aclaró Nicolás, viendo como cortaba el tema de raíz.

   —Pues no lo parece, con todo respeto —declaró tranquilo Antonio, suspirando luego con fuerza—. Estás temblando.

   Nicolás intentó replicar de nuevo, dejar claro que no quería seguir hablando del asunto, pero en ese momento su teléfono móvil sonó. Se sintió feliz de ser rescatado por el sonido del aparato, pero no de igual forma cuando vio que la llamada venía del número móvil de su hermano.

   —Discúlpame —se excusó, oprimiendo el botón de respuesta—. Es Ismael.

   —Dale saludos de mi parte. Dile que lo estaré llamando para la visita de los servicios sociales.

   Nicolás asintió levemente y entonces respondió la llamada. Varios sonidos ininteligibles se escuchaban del otro lado. Era muy extraño porque parecía que varias personas discutían y una de las voces sonaba como la de Ismael.

   Inquieto, Nicolás gritó varias veces el nombre de su hermano, pero nadie le contestaba. Los sonidos del otro lado de la línea comenzaron a tomar forma y entonces la primera frase clara llegó a sus oídos. Nicolás tembló. ¿Qué rayos estaba sucediendo?

   ¡Maldito, dime de buena vez dónde está Christian! ¡Te mataré si no lo haces! ¡Y a ese mocoso de mierda también!

   El llanto de Mauro fue la segunda cosa que Nicolás escuchó con claridad. Todo su cuerpo tembló de nuevo.

   —¡Ismael! ¡Ismael! —gritó al celular—. ¿Qué está pasando? ¡Responde!

   Antonio se hizo a un lado de la carretera y aparcó el vehículo. Sus ojos completamente abiertos observaban a Nicolás con asombro. ¿Qué rayos estaba pasando?

   La llamada se cortó. Nicolás temblaba entero. No tenía dudas ahora. Su hermano y Mauro estaban en peligro. Conocía perfectamente a ese tal Christian. Era un traficante sin escrúpulos que había llevado a su hermano por el mal camino e, incluso, lo había follado varias veces a cambio de drogas.

   Sin embargo, no tenía ni idea quién era el otro hombre que gritaba a Ismael y lo amenazaba. ¿Estaría en el apartamento de su hermano? ¡Tenía que llegar al lugar de inmediato!

   —Antonio, por favor… por favor. Tenemos que ir con Ismael enseguida. ¡Es urgente!

   Antonio tomó a Nicolás de ambos brazos y lo recostó contra el asiento del auto. Lo primero era saber qué estaba sucediendo. No podía ayudar si no le decían que demonios sucedía. 

   —Nicolás, por caridad de Dios. ¿Qué rayos está sucediendo?  

   Nicolás suspiró fuerte y entonces empezó a llorar. Estaba tan nervioso que podía explotar de nervios. Estaba muy asustado.

   —Es un traficante, tiene a Ismael. Mi hermano no puede hablar, pero me marcó para que escuchara la conversación. No estoy seguro de si está en su departamento o en otro sitio, pero debemos empezar por algún lugar. Por favor, Antonio. ¡Mauro está con él! ¡Mi hermano y mi sobrino corren peligro!

   Antonio asintió, comprendiendo. Bien, era grave; mucho. Pero tenían que pensar en frio. Lo primero sería llegar al departamento de Ismael y mirar si aún estaba allí. Sin perdida de tiempo volvió a poner en marcha el vehículo y aceleró. Nicolás abrió más la ventanilla. Joder, sí que sentía calor.

 

 

   La escena era sencillamente horrible. Por fortuna, Santiago estaba allí aún y pudo explicarles cómo había encontrado todo.

   —El hombre está armado y disparó allí —señaló de nuevo hacia el cuadro—. No hay huellas de sangre por lo que pienso que nadie resultó herido. Por ahora…

   —¡Tenemos que encontrarlos! ¡Tenemos que encontrarlos!

   Tras una orden de Antonio, Santiago corrió a la cocina por un poco de agua para Nicolás. El pobre temblaba de pies a cabeza y estaba completamente horrorizado.

   —Nicolás, tienes que calmarte, por favor —le habló Antonio, haciéndolo beber el agua—. Vamos a encontrar a Ismael y a Mauro pero debemos pensar con tranquilidad. De nada servirá que te pongas así. Necesitamos que tengas la mente clara, ¿me has entendido? Tú eres el único que nos puede llevar con ese tipo. Te necesitamos tranquilo y sereno para pensar. ¿Está de acuerdo con eso?

   Asintiendo suavemente, Nicolás terminó de beber el agua y limpió sus lágrimas. La presencia de Antonio y su aura serena le producían una seguridad que hacía mucho tiempo no sentía. Era casi arrullador.

   —Chistian es un traficante de la zona sur. Lo vi un par de veces cuando intentaba sacar a mi hermano de ese mundo —infirmó Nicolás, respirando hondo—. El tipo me odia y me amenazó más de una vez. Si no se ha mudado, su casa está en una invasión de la zona, en los primeros lotes. Vive cerca a una tienda de víveres donde aprovecha para vender sus productos. Es el distribuidor numero uno de la zona. Es un tipo peligroso.

   —¿Crees que puedas llevarme con él?

   —Seguro… no me interesa que me haya amenazado antes. Si tiene a mi hermano y a mi sobrino, me los devolverá. ¡Los devolverá!

   El sonido de una camioneta interrumpió la plática. Alarmados, los tres hombres se asomaron por la ventana y vieron que el camión de una empresa muy conocida y realmente inoportuna aparcaba en todo el frente del edificio.

   —Dios mío, era lo que faltaba —se llevó las manos a la cabeza Santiago.

   —¿No dijiste que la visita de los servicios sociales era en los próximos días? —se azoró Nicolás, viendo el desastre en el departamento.

   Antonio negó con la cabeza. Era una puta pesadilla.

   —Sí, lo era. Pero a veces hacen cagadas como esta, sobre todo con los casos como el de Ismael. Se meten de improviso para ver si se topan con situaciones… bueno…como esta.

   —¡Estamos jodidos! —dijo Santiago.

   —¡Aún no! —replicó Nicolás, viendo que en una bolsa estaban un montón de artículos de Halloween—. ¿Mi hermano quería acaso decorar el ambiente para noche de brujas?  —preguntó comenzando a tener una idea.

   Santiago asintió y Antonio se encogió de hombros cuando éste lo miró interrogante.

   —¡Ayúdenme, rápido! —les apuró—. ¡Tengo una idea!

 

   ¡Continuará!

 

Notas finales:

=) 

  Falta poquito. Proximo capítulo: traficantes, un celo descontrolado, una pelea de Alphas, una cegación y... tan, tan... el infame CARLOS.    O.O.    Los quiero. 


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