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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Sé que para hoy prometí "Fuego en Sicilia", pero a última hora decidí modificar unas cositas. 

  Pero no se preocupen, el cap ya está casi listo. No tardará.    Mientras los dejo con más de este fic. Sé que corté el cap pasado en la mejor parte. Lo siento U.U. 

   Capítulo 3

   Celo.

 

   Nicolás intentó cerrar la puerta antes de que ese Alpha cruzara el umbral, antes de que lograra hacerse con su cuerpo y lo sometiera. Pero no tuvo tiempo.

   Antes de que lograra reaccionar del todo, el hombre ya lo tenía casi contra la pared, apresándolo y arrancando la molesta bata que le impedía acercarse por completo a esa piel que tanto ansiaba tocar.

   Los Alphas perdían por completo el control de sus actos ante el aroma de un celo omega, y el omega lo hacía de igual forma, una vez su pareja lo dominaba por completo.

   A Nicolás sólo le tomó unos segundos rendirse del todo al contacto de aquel hombre, a su forma de gruñir ante su resistencia y a su ímpetu voraz. En pocos minutos estaban desnudos, lamiéndose, tocándose y explorando hasta el mínimo rincón de sus anatomías.  

   La pared los recibió cuando Antonio, levantando a su compañero, lo apresó contra ella. Nicolás gimió y abrió la boca, recibiendo el beso agresivo y posesivo de su amante, rodeándolo con sus brazos, excitado. Estaba perfectamente lubricado cuando Antonio entró en él por primera vez, y lo siguió estando cada vez que lo hicieron durante esos increíbles tres días que duró su celo.

   Lo hicieron en cada centímetro de la sala, en el baño, en la cocina, sobre el sofá, en el suelo, sobre la mesa, contra la pared. Se aparearon en todas las posiciones posibles, y alguna otra más. Comían lo necesario para tener fuerzas para seguir y luego volvían a lo suyo, si importar nada más. El sueño fue muy escaso esos días, cosa de horas. La única cosa que sus cuerpos sentían con premura era la necesidad de frotarse mutuamente, acoplarse sin restricciones, hasta quedar unidos por el nudo del apareamiento.

   Pero como todo lo bueno se acaba, y a veces, dura poco; el aroma se fue diluyendo cada vez más entre el sudor y el propio aroma del sexo, haciendo que Nicolás, como solía suceder siempre en los omegas, recuperara primero el aplomo, descubriéndose desnudo y más que follado, entre los brazos del abogado de su hermano, todavía dormido.

   Su primer instinto fue gritar y salir huyendo, y para su desgracia así lo hizo. Tanto tiempo sin preocuparse por los celos, sin vivírlos, hicieron que Nicolás olvidara asuntos tan básicos como que ningún omega debía huir de los brazos de un Alpha que aún no había salido de las brumas del celo. Fue por eso que sucedió lo que sucedió, y el pobre Nicolás, además de aturdido por la situación, terminó herido cuando Antonio, aún sin uso de razón, lo haló fuerte para impedirle la huida, zafándole un brazo.

   El chillido de Nicolás retumbó por las paredes de su apartamento, su posterior llanto trajo de vuelta la conciencia de Antonio. El Alpha quedó de una pieza cuando se vio así mismo desnudo, sudoroso, despeinado y evidentemente excitado. Un escalofrío lo recorrió cuando vio el cuerpo desnudo de su acompañante, tembloroso y acurrucado, sosteniendo su brazo herido mientras el resto de su cuerpo se agitaba entre espasmos de dolor.

   —¡Por todos los cielos! —exclamó angustiado—. ¿Qué pasó aquí?

   Y la pregunta enseguida le resultó idiota, pues era obvio lo que había sucedido allí y por qué razón había sucedido.

   Antonio se llevó ambas manos a la cabeza, perdiendo todo atisbo de excitación de golpe. El omega frente a él estaba herido y completamente aterrado; tenía que ayudarlo y llevarlo a un médico de inmediato, antes de que la cosa fuera a peor. No sabía exactamente qué le había hecho, pero parecía bastante feo. Cómo había ocurrido ese desastre, aún no lo tenía claro; lo que si sabía era que, de momento, eso no era lo primordial.

   —Señor… señor… ¿se encuentra bien?

   —¡Aléjese de mi! ¡No se me acerque! ¡Váyase! ¡Váyase ya mismo!

   Nicolás se acurrucó más contra la pared, evitando el contacto de Antonio. No quería que ese hombre lo tocara; nunca más. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido cometer una tontería tan grande? Dos tonterías, si contaba la última, que casi le cuesta el brazo. Se giró con lentitud, tratando de alcanzar su bata, intentando no ver al hombre cuya mirada sentía clavada en la nuca.

   —Tengo que llevarlo a un médico. No puedo dejarlo aquí —insistió Antonio.

   —¡Ya le dije que se fuera! ¡Iré al médico por mi cuenta! ¡Váyase! ¡Váyase, por favor!

   Antonio suspiró. En la audiencia con Ismael ya había notado lo terco que parecía ser ese omega, pero ahora, ahora lo confirmaba con todas sus letras. Le daba rabia porque la culpa había sido completamente suya por abrirle la puerta estando en celo, sin embargo, no era propio de él dejar a un omega herido y solo por su cuenta. Eso nunca.

   Mascullando algo entre dientes, se acercó entonces y después de vestirse a medias, tomó su abrigo y lo colocó sobre el cuerpo de Nicolás. De un movimiento, tomó el cuerpo del hombre en sus brazos, sintiendo lo ligero que era y lo delicioso que olía aún. Nicolás chilló de nuevo al sentirse maniobrado de esa forma, indefenso por la debilidad y el dolor. Se retorció un poco, pero eso sólo logro que su hombro punzara aún más, produciéndole un corrientazo de álgida tortura que lo dejó sin aliento. Por último, el cansancio lo golpeó de nuevo, haciéndole perder el poco sentido que aún le quedaba.

   Nicolás se desmayó entre los brazos de Antonio, quien se sintió aliviado por ello. Lo que menos deseaba era pasarse todo el camino al hospital discutiendo con su acompañante; ya le dolía lo suficiente la cabeza para ello.

   Una vez llegó al coche, acomodó al omega en el asiento del copiloto, colocándole el cinturón de seguridad lo suficientemente lejos del hombro afectado como para no lastimarlo más y manejó con dirección a la clínica de uno de sus primos, llamándole antes para ponerlo en sobre aviso de que llegaría en unos minutos. El doctor, otro Alpha rubio y de ojos verdes, lo recibió nada más llegar. Mientras examinaba al paciente, aún inconsciente, y le tomaban rayos X, las preguntas de rigor surgieron. Antonio volvió a mesar sus cabellos, inquieto. Aún no podía creer que algo así le estuviera pasando.

   —¿Sucedió lo que me estoy imaginando? —preguntó el galeno, de nombre Jorge, una vez terminó la evaluación.

   —Sucedió —respondió Antonio, asintiendo ligeramente—. Me abrió la puerta estando en celo. Y no me preguntes por qué rayos lo hizo.

   —¿Sales con él? ¿No es tu pareja? —se sombró el otro Alpha. Antonio negó con la cabeza de forma inmediata.

   —¡Para nada! Sólo es el hermano de un cliente. Apenas lo he visto dos veces en mi vida. Ahora dime, por favor… ¿se pondrá bien? ¿Es grave lo de su brazo?

  Encogiéndose de hombros, el facultativo mostró a Antonio la radiogfrafía del hombro de Nicolás, señalándole el sitio de la lesión.

   —Está luxado. Tendré que llevarlo a quirófano para acomodarlo bajo sedación. ¿Sabes si sufre de alguna enfermedad, si es alérgico a algún medicamento, o si toma algún tratamiento de forma permanente?

   —¿Qué parte de “lo he visto dos veces en mi vida” no te quedó clara? —rodó los ojos Antonio.

   —¿Alguien a quién preguntarle? —insistió su primo.

   —A su hermano —contestó el apesadumbrado Alpha, sacando su móvil. Ahora sí que sus esperanzas de tener algo con Ismael quedarían en el más profundo de los abismos. Si era que no le dejaba de hablar. Después de todo, él no había tenido nada que ira a buscar en la casa de ese hombre. Si sus sentimientos no lo hubieran traicionado, el problema se habría arreglado directamente entre abogados. —Rayos —susurró irritado. Al otro lado de la línea, un extrañado Ismael contestó.

   —Mi hermano no es alérgico a nada… y hasta hace poco sólo estuvo tomando… pues… nada… realmente no ha tomado nada, sólo tuvo un pequeño problema con la coagulación de la sangre y se está colocando una inyecciones de… ¿cómo es que se llamaba? Ah, si… Factores de la coagulación… Pero, ¿Por qué la pregunta, Antonio?  

   Antonio contestó que era para un informe del juzgado. Cuando metieron al Nicolás al quirófano, el Alpha fue por un café y por unas pastas para la jaqueca. Hacía mucho que no le daba una tan fuerte, aunque supuso que la razón era evidente.

   ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Cómo iba a remediar ese desastre? Ismael iba a mandarlo a la mierda por completo y ese tal Nicolás podía quedar lesionado de forma permanente o quizás podría…

   Antonio escupió lo que le quedaba del café cuando su mente proceso lo que acababa de descubrir. Embarazado. Ese hombre podía quedarse embarazado de él y entonces sí que la cosa tomaría otras dimensiones. La idea de tener más hijos no le desagradaba, pero sí le desagradaba el hecho de tenerlos con un completo desconocido. Uno con el que ni siquiera vislumbraba la posibilidad de tener algo. Nicolás Aristizabal no era ni siquiera su tipo; en absoluto. Y no porque fuera feo, que no lo era. Pero a Antonio no le agradaban los omegas apagados y sombríos; él era más de hombres alegres y llenos de vida.

   Poniéndose de pie, fue por otro café. La verdad era que si sus recuerdos no lo traicionaban, Nicolás Aristizabal era bastante agradable a los sentidos; se podría decir que tras su amargada fachada, era hasta dulce y bello. Sus cabellos negros eran brillantes y hermosos cuando estaban sueltos, sus ojos azules lucían increíbles cuando brillaban llenos de pasión… y su boca… su boca era lo peor. No sonreía nunca, no mostraba ninguna emoción… pero era capaz de llevarse el aliento de cualquiera sólo con un beso.

   Aún así, no importaba. Era imposible, pensó. El Nicolás Aristizabal del que le había hablado Ismael, no se soltaba los cabellos jamás; vivía escondiendo ese cuerpo bello y sensible entre metros y metros de ropa holgada, y jamás volvería a mostrarle tal pasión en la vida.

   Sonrió. El celo de los omegas era algo interesante, pero él no quería en su vida a un hombre que dependiera de ello para dejarse amar. Lo suyo eran los hombres apasionados y dadivosos en el amor; hombres de carne y hueso siempre, no sólo durante un celo.

   Nicolás Arisitizabal era un hombre de piedra que se derritió sólo por esa vez, y no lo haría más… nunca más…

   Aunque quizás…

 

 

   Nicolás despertó sin dolor y con un cabestrillo en su brazo izquierdo. Era una suerte que fuera diestro, pensó, riendo como idiota por el efecto de la morfina. Antonio y Jorge lo miraban desde arriba, el primero totalmente asombrado.

   —¿Qué rayos le diste, primo? —preguntó, agarrando la mano  libre de Nicolás, que intentaba tocarlo.

   —Morfina —respondió el médico—. ¿Quieres un poco? —bromeó con una sonrisa.

   —Ehhhh… debería… pero no… gracias.

   Antonio tomó la mano de Nicolás entre las suyas, sobándola descuidadamente. El omega nombraba a un tal “Carlos”, llamándolo desde apelativos cariñosos hasta groserías irrepetibles. No sabía de quién podía tratarse, pero era obvio que lo estaban confundiendo con él.

   Mientras lidiaba con eso, Antonio pensó en el otro punto que tenía que solucionar antes de irse. Jorge se mostró de acuerdo; tenían que colocarle un anticonceptivo de emergencia a Nicolás; uno que no afectara su sangre, por lo tanto uno suave. La efectividad se reducía significativamente por esta causa, pero era mejor algo que nada.

   Después de aplicárselo, Jorge le extendió la receta a su primo; uno a uno le explicó los medicamentos y el momento de iniciar la terapia física. También le dio una incapacidad por dos semanas. Antonio tomó las hojas y las examinó con cuidado, después miró a Nicolás, que se había quedado dormido otra vez, envolviendo los papeles para tomar de nuevo al omega en brazos.

   Cuando Nicolás despertó de nuevo, la confortable suavidad de su colchón lo recibió. Asustado, y con el dolor punzando lento en su brazo, se puso de pie y recordó de golpe todo lo sucedido. Tembló, caminando despacio hasta la sala, intentando serenarse y procesar todo lo ocurrido.

   —Veo que por fin despertó —lo recibió una voz desde la sala. Nicolás dio un respingo sólo para notar la figura de ese imponente Alpha, mirándolo desde el sofá.

   Se quedó estático sin moverse un paso más, pero sin perder distancia tampoco. Su cuerpo no quería obedecerle y su respiración se agitó cada vez más. Nicolás sentía un nudo enorme cerrándole la garganta, como si la garra de una bestia lo estuviera apresando por el cuello.

   —¿Qué hace aquí todavía? —masculló bajito, casi sin aliento. Los ojos de Antonio hablaron por él, mirándolo fijamente.

   —Ya me iba —dijo, poniéndose de pie—. En la mesa está la receta que le dejó el doctor; todo está bien explicado. Tiene dos semanas de licencia. Le colocaron un…un anticonceptivo que no afectará el problema de su sangre. Le dejé mi tarjeta con mi número. Por favor, no dude en llamarme si necesita algo. A la hora que sea.

   Nicolás volvió sus ojos sobre la mesa. Allí estaba, en efecto, todo de lo que le hablaba Antonio.

   Lentamente asintió, sin poder sostener la mirada del Alpha.

   —Muchas gracias —dijo igual de bajito que antes, avanzando hasta la puerta de la entrada para abrirla de par en par—, lamento haberle ocasionado molestias. No fue mi intención que ocurriera esto. Espero lo podamos mantener bajo absoluta discreción. Le pagaré todo lo que haya gastado en mí en el día de hoy, pero por favor, ni una palabra de esto a Ismael.

   Antonio avanzó hasta la puerta, Nicolás intentó alejarse un poco cuando el hombre pasó por su lado, pero el Alpha se lo impidió, tomándolo por la cintura con cuidado.

   —De mi boca no saldrá ni una palabra de esto, señor Nicolás —aseguró, penetrándolo con la mirada—. Sólo le pido que no me oculte nada de lo que pueda ocurrir como consecuencia de lo que pasó. Le aseguro que me haré responsable.

   —No ocurrirá nada, esté tranquilo —anotó el omega, desviando la mirada para, acto seguid, apartarse y dejar a su invitado retirarse sin tener que verlo de nuevo.

   Cuando Antonio se marchó, Nicolás cerró la puerta y un gran sollozo abandonó su garganta. Sintiéndose adolorido y fatal, corrió al baño y vació su estomago. Tenía demasiados sentimientos contenidos como para poder seguir soportándolo más.

 

 

   Las semanas siguientes fueron más calmadas. Ismael sintió extraño que Antonio no lo hubiera llamado más para hablarle acerca del caso y de las visitas de los servicios sociales, mientras que Santiago era quien lo visitaba a diario, ayudándole a cuidar al niño.

   Por fortuna, Mauro se estaba adaptando cada vez más a su presencia, aceptando sus comidas, que cada vez quedaban mejor, y durmiendo más en las noches. Aún le costaba calmarlo cuando entraba en ese modo berrinche donde no dejaba de llamar a “Papi”, pero por lo menos, esos momentos eran cada vez menos frecuentes.

   Ese día al volver del trabajo, le marcó a Nicolás. Quería saber si el celo había pasado y cómo lo había llevado. No era que creyera que podía pasarle algo a su hermano, con lo serio y aplomado que era, pero seguía preocupándole mucho su salud, y la forma cómo se sentiría luego de tanto tiempo sin pasar por aquello.

   Nicolás contestó a la tercera llamada. Su voz sonaba cansada y más taciturna de lo normal. Ismael comenzó a llenarlo de preguntas nada más oírlo así, pero la respuesta que recibió fue el sonido de su hermano vomitando.

   —¡Por todos lo cielos! —exclamó más tarde ese mismo día, cuando decidió ir a visitarlo en compañía de Mauro.

   —Pesqué un virus —rumió Nicolás, más ojeroso y sombrío que nunca. Quería pensar que era un virus, necesitaba pensar que era un virus. La otra opción era demasiado horrible.

   —Prepararé algo —anotó Ismael metiéndose en la cocina y removiendo trastes a su antojo, luego de dejar a Mauro en un corral que aún seguía en aquella casa— ¡¿Prefieres sopa o consomé?! —gritó desde la barra.

   Nicolás hizo una seña optando por la primera opción. Para su sorpresa, su estomago estuvo de acuerdo porque logró tomarse casi media tasa antes de que volvieran las nauseas.

   —Tranquilo, tranquilo —le apartó la taza Ismael, acomodándolo de nuevo sobre el sofá—. ¿Estás seguro que no quieres ver a un médico? La única vez que yo he estado así de fatal fue cuando encargué a Mauro. Por eso me preocupa porque se que no es tu caso.

   Nicolás palideció. ¡No, no era su caso! ¡Por supuesto que no lo era!

   —Está bien —dijo de repente, para sorpresa de Ismael y de sí mismo—. Vayamos a ver al médico.

   Ismael asintió, preparándolo todo. Era raro que Nicolás aceptara ir a un médico por su propia cuenta, así que no debía desaprovechar la oportunidad. Su hermano necesitaba un buen chequeo porque se notaba que tenía muy descuidada su salud.

   Por el camino, Nicolás comentó que había pasado un celo normal, solo en casa. No comentó nada sobre su hombro, el cual por cierto, ya estaba bien del todo, pudiendo dejar el cabestrillo de lado. Durante sus días de convalecencia, ese hombre, Antonio Olivares, lo había llamado a diario, preguntándole por su estado. Las llamadas habían cesado desde que le habían quitado el cabestrillo, y Nicolás lo agradecía. La voz de ese hombre producía algo extraño en su pecho cada vez que la escuchaba, haciéndole temblar.

   Suponía que aún seguía bastante angustiado por lo que había ocurrido.  

   Lo llamaron de decimo en el triage de urgencias. En el consultorio, un omega bonito y joven lo atendió. Ismael aprovechó para pasar un momento a colocar las vacunas que le tocaban a Mauro, dejando a su hermano solo en la consulta.

   —¿Desde cuando tiene estos síntomas, Nicolás? —preguntó el facultativo mientras auscultaba el abdomen del paciente. Nicolás señaló tres con sus dedos, ni siquiera sentía aliento para hablar.

  —¿Su ultimo celo? —intervino de nuevo el galeno.

   —Hace tres semanas.

   —¿Solo o acompañado?

   —So… acompa…

   —¿Cómo dijo? —inquirió el galeno, alzando una ceja.

   —Acompañado —admitió Nicolás, resoplando—. ¿Usted cree que… que yo...?

   —Eso lo sabremos en un momento —sonrió el lindo muchacho—. Por favor, vaya al baño que está en el fondo, desvístase y colóquese la bata. Lo esperaré aquí.

   Temblando, Nicolás entró al baño y se miró al espejo, quitándose prenda por prenda. Mirándose al espejo pudo notar lo terrible que lucía, y lo terrible que se sentía. Sus ojos se aguaron pero logró retener el llanto para otro momento. Se sentía de lo peor, pero no lo suficiente para romper en llanto en aquel lugar.

   ¿Qué iba a hacer si su presentimiento era real, si estaba embarazado? Se sentía más perdido que un infante en su primer día de colegio; así de asustado y abandonado. Había cuidado perfectamente de su sobrino durante un año completo, pero se sentía totalmente incapaz de hacerlo de un hijo propio concebido por un completo extraño.

   ¿Y si Ismael se enteraba?  ¿Le reprocharía?

   —¿Señor Nicolás, se encuentra usted bien?

   La voz del médico, apresurándolo, lo sacó de sus pensamientos.

   —S sí, dis… disculpe —contestó torpemente—. Enseguida salgo.

   Se acostó sobre una camilla con sostén para sus píes. A la orden del doctor, separó las piernas y le introdujeron un aparato lleno de gel, cubierto con un condón.

   —Relájese —dijo el medico, moviendo el aparato y mirando a la pantalla del ecógrafo.

   —¿Se ve algo? —preguntó impaciente Nicolás. El galeno asintió.

   —Tienes justo tres semanas —sonrió delineando trazos con el teclado de la maquina—. El embrión aún es muy pequeño, pero el saco gestacional ya está completamente formado. Felicidades, Nicolás. Vas a tener un bebé.

 

 

   Ismael había ido a la cafetería del hospital por golosinas. Mauro hipaba todavía pero por lo menos ya no lloraba. Cuando regresó a sala de urgencias, Nicolás estaba en toda la entrada, esperándolo con las manos llenas de frascos.

   —¿Y entonces? ¿Qué dijo el medico? —preguntó el hermano menor, protegiendo su camisa de las manos llenas de dulce de Mauro—. ¿Es un virus?

   Nicolás negó con la cabeza.

   —No, no es un virus —dijo hipando con más sentimiento que Mauro.

   Ismael no pudo creer cuando su hermano, llorando a moco tendido, se arrojó a sus brazos. Mauro lloriqueó también al ver la escena, ensuciado de caramelo a todos. Nicolás duró quince minutos en franco llanto hasta que finalmente se calmó. Ismael estaba completamente descolocado.

   —Cariño, ¿estás bien? —preguntó asustado cuando el llanto cesó—. ¡Oh, por Dios! ¡Es cáncer! —se horrorizo, pensando lo peor.

   Nicolás negó con la cabeza, limpiando sus lágrimas.

   —Estoy embarazado —confirmó finalmente, tendiendo él ahora que sostener a su hermano.

   —¡¿Qué?! —gritó el omega, abriendo la boca como idiotizado.

   —Y eso no es lo peor —continuó Nicolás, jugándose el todo o nada—. Al padre lo conoces bien… —tragó seco—. Es tu abogado… —hipó—. Antonio Olivares.

   Nicolás sostuvo fuerte a Mauro mientras Ismael se tambaleaba buscando en qué apoyarse.

   —¡¿Queeeeeeeé?! —gritó el menor de los omegas de nuevo. Nicolás bajó la mirada y, buscando un asiento, guió a Ismael con él. No había querido contarle nada pero dadas las circunstancias ahora no podría ocultar los hechos.

   ¿Cómo iba a tomar la noticia el padre de su hijo?, pensó mientras contaba todo a su hermano. No lo sabía. Lo único que tenía claro era que tendría ese bebé… Desde que el médico le había confirmado su estado, lo había resuelto. Le aterraba horrores, pero no lo quería de otro modo. Tendría a su bebé y sólo eso importaba.

 

   Continuará…

  

   

Notas finales:

Gracias por leer. 

   


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