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See you again. por FumiSaho

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Notas del capitulo:

Hey, personas!!

Vengo en busca de calma, porque llevo con insomnio todo un mes... Es asquerosamente tedioso y agotador. Me duele la cabeza y mañana me levanto a las cuatro para ir a la escuela... meh. 

Espero que les guste el capitulo. Y viene dedicado a esas personirijillas que les gusta el Akafuri, con todo mi amors. Si no les gusta la pareja, pueden no leerlo. :) No habra problema. xD

I will wait for you

Desperté luego de una larga noche de descanso. El techo volvía a recordarme que me encontraba en la habitación de un hospital bastante caro. Desvié la mirada hacia mi izquierda, por el ventanal con persianas color mármol, se filtraban los escasos y tenues rayos de sol. Era increíble que esa luz se esforzara por tocar la tierra, pues casi no portaba brillo.

Debajo de aquella gran ventana, estaba un sofá donde comúnmente se sentaban mis visitas. Mi madre venia por las mañanas, mientras que mi papa y mi hermano solo habían podido quedarse el fin de semana porque trabajaban en una compañía. Murasakibara y Kuroko acompañados de sus niños, habían venido a verme también el fin de semana. Agradecía sus preocupaciones, pero no me gustaba ver sus rostros afligidos por mi culpa.,

Hoy era martes y continuaba en el hospital al que llegué el sábado por la tarde. Por palabras y recomendación del médico que me atendía, estaba en observación. Claro que ahora no tenía una intravenosa y salía a caminar por el hospital acompañado de una enfermera. Sakamoto, el médico, temía que pudiese arremeter contra mí mismo luego de semejante perdida. No podía negarlo, me había costado todo un día de llanto, dolor de cabeza y ardor en los ojos, el asimilar que había abortado, que no había sido mi culpa y que no solucionaría nada simplemente entregándome al llanto que tanto afecto a mis ojos.

−Oh, ¿qué tal tu noche, joven Furihata? –entró Sakamoto, llevaba la ficha medica en las manos, como siempre.

−Es gracioso que me hable de tu y use un sustantivo de respeto. –sonreí incorporándome sobre las mullidas almohadas. –No tan mal. No hubo pesadillas y tampoco insomnio.

−Que maravillosa noticia. –confió encaminándose al ventanal abriendo con los dedos, las persianas para mirar el exterior. –Te tengo respeto, jovencito. –me encaró segundos después, sonriente. –Has sido muy fuerte y eso es de admirarse.

Al escuchar esas palabras, desvié la mirada a mis manos que de inmediato ciñeron las sabanas que me cubrían. No quería escuchar eso de nuevo. No era fuerte, simplemente había aceptado la realidad y la realidad pintaba feo para mí, pues Seijuuro no había venido desde esa última vez que me abrazó hasta que quedé dormido. Me había hecho prometerle que no lo dejaría por una simple amenaza de su padre, ¿pero el si podía abandonarme por eso? No era justo.

−Quiero salir al jardín. –declaré dando por terminada nuestra platica. − Está bien si voy solo, no pienso matarme, en serio. –fingí una sonrisa al hacer esa tonta broma, pero quería tomar aire, sentir la libertad del frio viento que no podía tocar, pero que probablemente me helara.

−Bien, pero será mejor que te pongas una chamarra. Está muy frio. –accedió no muy convencido de aceptar.

 

Mi mama había traído ropa de cambio para un par de días, pues aunque no sabíamos cuánto tiempo me quedaría, necesitaba asearme. Me calcé las pantuflas y un suéter gris a botones, pues como cada día, llevaba el pantalón y camisa azul marino de mi pijama.

Caminé por los familiares pasillos correspondiendo los saludos de las personas que pasaban a mi lado inclinando ligeramente la cabeza a modo de saludo. No me gustaba tanta formalidad, pero como sabia, me encontraba en un hospital particular, no cualquier persona podía pagar la estadía.

−Joven Furihata, ¿hay algún problema que quiera reportar? –inquirió una enfermera que se acercó en cuanto me vio ir a la salida con un poco de prisa.

−No. –negué enérgicamente con la cabeza. −Solo quiero ir afuera. –la tranquilicé intercalando le mirada entre aquella puerta de cristal y sus ojos marrones.

-Oh, bien. –asintió abriendo las puertas por mí.

El jardín era irremediablemente gigantesco, varios caminos entre los árboles y el césped donde había bancas para que los pacientes se sentaran como lo quería hacer yo. Era obvio que estábamos en otoño, casi invierno, pues las hojas de los arboles caían a la mínima provocación del viento, mismo que sacudía mi cabello y se filtraba frio por las hebras de mi ropa.

Como imaginé, el clima era frio, el sol estaba opacado por una gran capa de nubes celosas. Inhalé profundamente hasta que debí toser para regresar el aire que me inundó. Observé como las enfermeras o algún medico ayudaba a empujar la silla de ruedas de un niño y un muchacho embarazado que sonreía acariciando su vientre.

Me senté junto a un hombre de aproximados sesenta años, que mantenía los ojos cerrados y una linda sonrisa que se escaba de sus delgados labios. Era sorprendente pensar que me encontraba con quien representaba el futuro de cualquier joven. Me di cuenta de que nacemos para morir, que nada es eterno y que se debía disfrutar cada día, justo como él lo estaba haciendo.

Dejé caer mi cabeza en el respaldo de la banca y cerré mis ojos sintiendo el viento otoñal rozar con suavidad mi rostro, inundándome los pulmones, mezclándose con mi cabello, silbándome al oído. Sonreí estirando el cuerpo a todo lo que daba.

−Se siente bien, ¿eh? –escuché la voz rasposa pero alegre del señor a mi lado.

−Mucho. –sonreí acomodándome en el asiento de nuevo. –Furihata Kouki. –le ofrecí mi mano para presentarme y el correspondió estrechándola con la suya.

−Grey Araru. –se presentó agitando una vez nuestras manos. –Un placer, jovencito.

−Oh, ¿es usted mestizo? –observe con curiosidad la tonalidad clara de sus ojos. Enfoque mi atención al hombre delgado y el elegante bastón negro recargado sobre el banquillo.

−Así es. –asintió esbozando una sonrisa. −Hijo de un ex comandante del ejército estadounidense y una geisha. Los tiempos no eran bastante más bonitos. –suspiró con cansancio. − Viví enamorado y nunca correspondido, dueño de una de las más grandes exportadoras y moriré solo y viejo. Que gracioso, ¿no? La gran fortuna que formé no me sirvió de nada.

No me sorprendió la facilidad con la que hablaba del pasado, de hecho me recordó a mis difuntos abuelos, quienes nos relataban a mi hermano y a mi sus aventuras de jóvenes, las tragedias en Hiroshima y Nagasaki; siempre empezaban de la nada atrapándome en historias de los trenes, el cómo transitaban y como fueron cambiando. He de declarar, que mi abuelo impulsó ese extraño gusto por los trenes.

−¿Qué pasó con su enamorada? –pregunté interesado en su historia, olvidando lo que yo sentía en el momento de querer irme de mi habitación.

−Era mi amigo, nunca hubiese sido aceptado eso, además de que siempre fue un mujeriego. –rio con suavidad mirando hacia el frente, donde las arboledas le abrían paso al camino lleno de hojas marrones, amarillentas y rojas que bailaban en círculos cuando el viento intentaba arrastrarlas.

−Vaya, no sé qué decir.

-No es necesario que digas nada. –suspiró. −Es bueno ser escuchado. Cuéntale a este viejo, ¿Por qué estás aquí? –se acomodó en la banca listo para escucharme con atención.

Tragué saliva dudando en si debía hablar, si sería bueno hacerlo.

−Conocí a alguien como usted. –sonreí al ver sus ojos abrirse con sorpresa. Le diría todo, después de todo, podía ayudarme a la mejoría de mi estado e irme del hospital una vez que reciba el visto bueno.

−¿Viejo y moribundo? –me sonrió y las finitas arrugas de su rostro aumentaron su largo.

−¡jajaja! No, a eso no me refería. –reí. –Es un muchacho importante y rico. –Aclaré y su boca formó una O. –Es muy guapo y exagerado. Me enamoré y salimos juntos un buen tiempo. Conocí a su padre y… heme aquí. –me encogí de hombros queriendo tragar el nudo en la garganta que se acrecentaba conforme decía más.

−¿Te mandó matones?

−No. –negué. Los ojos se me inundaron inmediatamente de lágrimas y la voz se me quebró en el instante en que volví a hablar. –Lo hizo el mismo, no me lo hizo a mí, sino a mi bebé. –cubrí mis ojos con los puños de la pijama para limpiar las lágrimas que no se hicieron esperar. –El… sábado aborté. –hipee con dolor.

−Hijo…−abrazó mis hombros y solo supe llorar con más fuerza.

−Yo… yo lo había superado… ya no lloraba…

−Una perdida no se supera a solas, menos la de un bebé. –sobó mi hombro como lo había hecho mamá tantas veces. −¿Dónde está tu novio? –para contestar solo negué nuevamente con la cabeza y supo interpretarlo.

Era un desconocido, pero me sentí más ligero al desahogarme. Hablamos de más cosas un tanto triviales, como lo que habíamos estudiado, nuestros trabajos y otras cosas que cuando el señor Grey hablaba, sus palabras se impregnaban de nostalgia.

−Buen día, Grey san. –una enfermera se inclinó ligeramente al saludarle, el señor inclinó la cabeza correspondiendo el saludo. −Joven Furihata, necesita desayunar y tomar sus vitaminas.

−Oh, gracias. –sonreí levantándome del banco. –Fue un gran placer, Grey Araru-san.

−Igualmente, Furihata Kouki.

Me alejé en compañía de mi enfermera personal, Miki-chan, que caminaba junto a mí mientras jugaba con las mangas de su suéter blanco. Reconocía el nerviosismo cuando lo veía, y esta chica se mostraba demasiado ansiosa. Seijuuro me enseñó a mantener la calma ante situaciones en las que no sabía que pasaría, como el enfrentarme a alguien de rango superior en la escuela. Podría ser que Sakamoto me diera una peor noticia, o tal vez algo había sucedido con mi hermano o mi padre, y mi madre no podría venir…

Calma, Kouki, tienes el celular, en cualquier caso mamá trataría de contactarte.

Apreté el aparato en mi palma, dentro del bolsillo del suéter.

La enfermera inclinó la cabeza antes de abrir la puerta y dejarme pasar primero. La habitación había cambiado ligeramente, pues las persianas estaban abiertas y la bandeja con mi desayuno estaba en el mueble junto a la cama, misma donde se encontraba sentado Masaomi. La puerta se cerró a  mis espaldas y supe que la enfermera no había entrado conmigo, que esta era la razón de su nerviosismo. Su postura era recta, con las piernas pulcramente cruzadas, una bufanda negra envolvía su cuello, portaba un abrigo y su típico traje perfecto.

−Buenos días, Furihata-kun.

−Buenos días. –las manos me temblaron y mi respiración se vio paralizada por un momento. Ventajosamente mis manos estaban en los bolsillos de mi suéter y mis pulmones parecían reacios a desestabilizar su trabajo.

−No pensé verte tan… enérgico.

−Me enseñaron que después de una derrota debo levantarme para la siguiente ronda. ¿No era así, señor Akashi? –el corazón me latía ferozmente, por primera vez en mi vida quería golpear a alguien y los puños me ardían en deseos.

−Bravo. –las palmadas que dio repicaron lentas pero consecutivas, cargadas de sarcasmo. –Y por lo que llevo de conocerte, he de suponer que no piensas rendirte con facilidad, por eso te diré algo: el juego se acabó. Debes de saber que nunca aceptaré a un bastardo en mi familia, mucho menos a un mocoso que dice amar a mi hijo pero no es ni remotamente de familia acaudalada. No quería ser tan cruel dejándote sin vida, así que opté por la vía que me daba más opciones y sin mancharme las manos. ¡Pero que incrédulo fui! –se llevó teatralmente una mano a la frente y la otra la colocó sobre su pecho. –No debí subestimar un puto quiltro. –me dedicó toda su furia con la mirada. −Bien dicen que hierba mala nunca muere. De haber supuesto que contra toda sospecha, no te suicidarías luego de perder al bastardo cachorro, te habría matado yo mismo.

−¿Qué más quiere? –pregunté exhalando el aire de mis pulmones. A pesar de sus amenazas y sus afiladas palabras que no hacían más que debilitar las cuerdas que me mantenían de pie, me mantuve sereno, mirando los mosaicos que componían al suelo blanco.

−Que te alejes de Seijuuro. Vete, desaparece como el perro que eres. –siseó con amargura. Levanté la mirada a sus ojos, en ellos se leía la esperanza de mi respuesta positiva y decidí que hacer en su estúpido juego.

−Claro, eso haré. –dije observando el brillo de su mirada y el cómo se expandía una sonrisa turbia. − ¿Eso espera que diga? Jajaja…−coloqué mi derecha sobre el pecho, justo como lo había hecho él. –Lo siento, sigue subestimando a este puto quiltro.

No tenía idea de donde sacaba tanto valor para enfrentarme así al tú por tú con el hombre que se había atrevido a matar a un ser que no asumía la culpa de nada. Podría ser que me encontraba demasiado roto y un resquebraje mas no sería la diferencia, podría ser también que ya no me importaba lo que Masaomi pensara de mí, lo que me hiciera luego tampoco me llegaba a acobardar. O eso pensé.

−Eres un maldito desagradecido. –se levantó súbitamente de la cama avanzando a zancadas hacia mí, mismas que retrocedí chocando con la pared. Tomó el cuello de mi camisa obligándome a verlo a los ojos. –Tuviste la oportunidad de que no volviera a meterme contigo, que dejara las cosas como son, pero eres tonto y obstinado hasta los huesos. No te salvaras, yo me asegurare de que nada pueda engendrarse aquí. –tocó con la punta de los dedos mi vientre, sobre la pijama. Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero, estremeciéndome ligeramente.

−¡Suélteme! –exclamé revolviéndome nervioso por su tacto escueto.

−Te prohíbo que vuelvas a tocar a mi novio. –la voz furiosa de Seijuuro se hizo presente anulando automáticamente todo movimiento de mi cuerpo.

A ambos nos había sorprendido. Desvié la mirada de los ojos marrones de Masaomi a mi izquierda, donde estaba su hijo. Las ojeras se manifestaban debajo de los hermosos ojos color cereza, como una pincelada delicada de acuarela morada.

−Sei… −nunca lo había visto en tan deplorable imagen, pues no solo sus ojos exhibían su cansancio, sino que su cabello estaba opaco, su vestimenta elegante y costosa desapareció dejando a un Seijuuro con pants y tenis; a pesar de que así vestía cuando se iba a correr, ahora se notaba desaliñado.

−El trato era…

−El trato decía que no debías acercarte a Kouki. Si el trato no es más que palabras para ti, entonces no tiene la importancia que pensaba. Por lo tanto yo también puedo romperlo. –declaró solemne.

−¿Qué estás diciendo? –inquirió soltando el agarre del que me tenía prensado. Me quede pegado a la pared, sin comprender de qué iban las palabras que los dos se dirigían. −¿Qué quieres decir con romperlo? –caminó hacia su hijo mirándolo directamente a los ojos.

−Renuncio a todo. Renuncio a la empresa, la casa, mi auto… Yukimaru. –apenas soltó esas palabras, Masaomi detuvo su paso en seco. Parecía paralizado, asumiendo lo dicho por Seijuuro.

Mientras mi estado no era muy diferente al de Masaomi; de pie, tratando de procesar lo dicho y hecho, intentando encontrar de lo que me había perdido, porque la repentina ausencia y aparición de Seijuuro no me especificaba nada, además de su lamentable imagen tan carente de elegancia. No tenía idea del maldito trato del que hablaban y mucho menos las cláusulas que le hacía renunciar a todo en su familia.

−Kouki, ¿estás bien? –preguntó suavizando la mirada al acercarse a mí. Acunó mi rostro entre ambas manos. El calor que le hacía falta a mi cuerpo estaba con él, me lo proporcionaba sin saberlo de antemano, era la pieza faltante que reforzaba las cuerdas que me mantenían constante.

Abrí la boca pretendiendo exponerle mis dudas, pero la voz parecía atorada en mis cuerdas bucales. Sentí el pecho hincharse por el aire que contenía solo por ver sus cansados ojos puestos en mí, el sentir sus manos sobre la piel. Estaba aliviado de tenerlo junto a mí. Terminé por negar con la cabeza antes de quitarme sus manos de encima y abrazar su torso encontrando mi refugio.

−No puedes. –aseguró Masaomi con gracia en la voz. –Eres mi único hijo y heredero de la corporación.

−Dejé de ser tu hijo cuando mataste al mío. –declaró devolviéndome el abrazo. –Te pido por favor que abandones la habitación de Kouki.

−Seijuuro, ¿has pensado en lo que diría Shiori de esto? –le ignoró. El tono de su voz fue contenido, resistiendo a decir esas palabras.

El cuerpo que  abrazaba se tensó bajo mis brazos, soltándome para únicamente tomarme de la mano.

−No la metas a ella en esto. –espetó con hostilidad.

−Ella no querría que te fueras de casa. –le miró suplicante.

−Ella no querría que me convirtiese en lo que fui. En lo que fui por ti. Tampoco rechazaría a Kouki, mucho menos a su nieto. –contraatacó Seijuuro sin dudar un solo segundo de sus palabras.

−Eso no era mi nieto, Seijuuro.

−Entonces lárgate, porque a partir de hoy, tampoco soy tu hijo. –afianzo el agarre de mi mano, parecía que se cercioraba de que continuaba ahí, a su lado.

Masaomi apretó la quijada dedicándome una furibunda mirada antes de salir de la habitación con paso elegante, claro, Akashi Masaomi jamás saldría con la cola entre las patas.

Toda tensión que parecía solidificar el ambiente aquí dentro se desvaneció. Contenía el aliento, el cuerpo me temblaba y el corazón estaba frenético debajo de mi pecho. Sin embargo, no podía caer todavía, no debía.

−Akashi Seijuuro. –le llamé alzando su rostro justo como lo había hecho él, segundos atrás. Algo parecido a la culpa, mezclado con tristeza y al mismo tiempo ternura, apareció nublando sus ojos.− ¿Qué demonios te he dicho sobre excederte? –acaricie su frente despojándola del largo flequillo rojo. Recorrí con los ojos cada centímetro de su pálido semblante, notando la profundidad de aquellas ojeras y como el rosa de sus labios se había desvanecido dejando decoloración en ellos.

−Perdóname, Kouki. –se disculpó de pronto. –Te deje solo cuando más necesitábamos estar juntos…

−¿Tu estas bien? –corté su discurso antes de que empezara.

−¿Eh?

−Que si tú estás bien. –sonreí al ver, como pocas veces, la incomprensión reflejada en ese magnífico par color cereza, a lo que solo asintió. –En ese caso nada más importa. Ahora estamos juntos y el ayer ya no interesa.

−Me es en extremo desconcertante volver a darme cuenta que solo una persona es capaz de sacudir mi mundo. –sonrió por primera vez desde que llegó. Colocó sus manos sobre las mías que continuaban sobre sus mejillas, bajándolas con suavidad para sostenerlas justo frente a sus labios.

No recordaba que solo su sonrisa me provocaba tantas gratas sensaciones, y peor tantito el que besara el dorso de mis dedos, liberando su suave respiración que se coló entre ellos, causando estragos en mi ritmo cardiaco.

−Me sorprende aún más que te hayas enamorado de una persona como yo, y que hasta la fecha lo estés. Te amo, Kouki. –ese momento en que alzo la Mirada hacia mis ojos, pues mantenía su perfil bajo la retener mis manos, me hizo sonrojar de sobremanera.

−¿Lo-lo haces a propósito? –pregunté con el calor en el rostro. Apostaría a que si tuviera un termómetro, la marca del mercurio subiría hasta el ápice.

−Por supuesto. –soltó una risita acercándose cauteloso, quedando a escasos centímetros de mi rostro. –Todas y cada una de tus reacciones me encantan porque sé que soy el autor. –susurro acariciando con sus dedos el recóndito lugar donde se unía mi oreja y cuello. Acto seguido, mi piel se erizó y mis pulmones liberaron un suspiro incontenible, siendo en ese instante que sus labios tocaron los míos buscando un mayor contacto, suave, paciente, enajenándonos del mundo que sabíamos perfectamente, no era nada complaciente.

Mis manos encontraron su cintura, ascendiendo a su pecho, donde al llegar a los hombros buscaron el cabello de su nuca para juguetear y acariciarlo como siempre hacia plagando mis sentidos de Seijuuro.  

Me encantaba que abrazara mi cintura aumentando el tacto de sus dedos al ceñirme sin resultar asfixiante, sino anhelante, llevándome a desear más y más de sus manos, que me tocara, susurrara mi nombre estremeciendo mi cuerpo con solo oírlo o sentir su respiración, el oír los gruñiditos que dejaba salir exponiéndome el  éxtasis del que era preso. Oh, claro que yo también era autor de muchas cosas en él, mas no lo diría, reservaría ese placer solo para mí.

−Kouki. –habló apenas tuvo oportunidad.

−¿hmm?

−¿recuerdas que te propuse vivir juntos?

−Sí, y también recuerdo por qué decliné la oferta. –le dije. Mi trabajo quedaba en Tokio, no podía renunciar así como así solo para vivir en Kioto, además los niños Murasakibara eran muy cercanos a mí y dejarlos sería algo difícil de hacer.

−No solo estuve pretendiendo complacer a mi padre este tiempo, sino que busque una casa en Tokio y Tatsuya, que anteriormente trabajaba bajo mis indirectas ordenes, la compró. –explicó con una sonrisa apenas perceptible en la boca. –Formemos nuestro hogar, Kouki. –propuso mostrándome una sonrisa perlada con sus hermosos dientes perfectos. –Así que te vuelvo a preguntar: ¿querrías hacerme el honor de vivir una vida junto a este hombre?

A simple vista no se notaria la vacilación de sus palabras, pero era obvio que por alguna razon, se habia perdido un poco de su confianza al proponerme semejante oferta. Sin embargo, solo tenia una respuesta posible que alejaria toda duda de él.

−Claro que sí. –sonreí abrazando su cuello.

Grey Araru tenía razón, la superación de una perdida no era trabajo de una persona, sino el esfuerzo de los dos.

Queria compartir todos mis momentos al ser que más amaba romanticamente y nada me haría más feliz que estar junto a Seijuuro.

 

 

Notas finales:

Gracias por leer y si algo quedo confuso, mal redactado o un error sientanse libres de exponerlo :)

Este capitulo me costo un poco, porque de una u tra forma lo sentia vacio... pero ya esta. :P

Cierto, cierto. Tengo la idea de hacer una historia completamente diferente a esto, tambien sera fuera de la categoria de KNB, pues es mi idea original. Se trata de un chico que les hace favores a los presos... ya sabran ustedes de que tipo. x} jajajaja!! bueno, ya. 

Nos vemos en la actualizacion. Les agradezco su constancia! :}


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