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See you again. por FumiSaho

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Notas del capitulo:

Personas... Hola. :) 

Aqui actualizacion en Lunes!!!! Milagro que no es martes. :D

Espero y les guste.

 

 

Por la mañana nos despertamos cuando la alarma retumbó en el mueble de mi lado de la cama. Takao se abrazó a mi torso mientras yo intentaba quitarme de encima las sabanas enredadas en mis pies.

−Es muy temprano. No ha salido el sol. –murmuró pegándose como lapa al rodear mis piernas con las suyas.

−Muévete, Takao. Si no nos levantamos ahora, se hará tarde. –evidencié buscando a tientas mis lentes que según recordaba estaban junto al despertador, mas no los encontraba. ¿Se abrían caído?

−¿Buscas esto? –preguntó al tiempo que se acomodaba encima de mí, con sus piernas a mis costados y las manos sobre en mi abdomen. Como cada mañana, llevaba únicamente una camiseta bastante holgada de tirantes y su bóxer. −¿Cómo me veo? –se acercó hasta quedar su pecho contra el mío. Recargó su rostro sobre sus dedos entrelazados mientras una fina sonrisa en sus labios, se delineaba.

−¿Cuándo los agarraste?

Escudriñé la cintura de Takao, deslizando mis manos con lentitud de arriba abajo sobre su espalda. Debajo de la tela cálida se encontraba su deliciosa piel suave que me invitaba a saborearla, pero únicamente deleitaba las yemas de mis dedos.

−Cuando apagaste la alarma supuse que lo primero que harías seria buscar tus lentes. –confesó escurriendo sus manos hacia mi cuello. Se estiró y besó mi mentón repetidas veces descendiendo por mi garganta.

−Se me hace tarde.

Volquee su cuerpo a un lado alcanzando a oír como rechistaba por mi rechazo mientras revolvía las sabanas. Me fui directamente al baño dispuesto a bañarme, pues anoche no lo había hecho. El agua tibia se encargó de eliminar toda calidez de la cama y que Takao me había proporcionado en ella.

Cuando salí la cama estaba tendida y los lentes sobre mi buró. No había rastro de Takao por la habitación, por lo que busqué mi vestimenta en el guardarropa que compartía ahora con el escandaloso de Takao. La tarde se veía fría y según ayer, pronosticaban un aguacero por la tarde noche. Terminé por ponerme un pantalón color vino, una camisa blanca y un chaleco gris que ocultaba parte de la corbata del mismo color que el pantalón. Me puse el reloj en la derecha y guardé el teléfono después de mirar la hora.

En cuanto crucé el pasillo, escuché además de la música en el televisor, un silbido proveniente de la cocina. Espátula en mano, Takao me inspeccionaba de pies a cabeza mientras se mordía el labio inferior.

−Cuando te lo propones eres un cazador nato, ¿eh? –rio bajo al clavarme sus ojos.

−No sé de qué hablas, siempre visto similar. –desvié la mirada acomodándome los lentes para ir hacia la cocina, donde deducía que preparaba omurice.

Serví dos tazas de café y a una de ellas vertí un poco de leche y dos cuchadas de azúcar, justo como le había visto hacer.

−Wow, Shin-chan, además de tener buenos dedos, mides bien. –observó Takao al darle un pequeño sorbo a su café. Yo, que en ese momento también tomaba un poco, casi me atragantaba al captar el sentido de sus palabras. –Está muy rico. –sonrió recargándose en el desayunador para regalarme un beso en la comisura derecha del labio.

−Cállate, Takao. Ayer, por tu culpa, casi me arrestan.

−¿Ah? No recuerdo haber hecho algo fuera de la ley. –reclamó apagando la estufa. Del sartén caliente se deslizó el omelette hacia un plato y le colocó además, lechuga y espinacas  en rebanadas delgadas. Se veía delicioso.

−Eso fue porque te dormiste, tonto. –acerqué el tazón de ensalada de lechuga con huevo cocido, jitomatitos cherry y espinaca, con un poco de aderezo de cilantro hasta arriba.

−¿Qué paso entonces? –curioseó dibujando una carita con kétchup sobre el huevo.

−El vigilante toco a la ventanilla…

−¡Pft! –reventó a reír exprimiendo salsa de más. −¡Wajajajaja!

−¡No es divertido, Bakao!

−¿Q-que pasó después? –preguntó divertido. Se sentó a mi lado y procedió a partir con su cuchara la punta del omurice.

−No podía bajar el cristal porque te tenía encima de mí. –al decir esto solo sonrió al plato. –Pidió que me bajara si no quería que llamara a más personas… Quise devolverte a tu asiento, pero tu pantalón estaba atorado en el freno de mano. –resoplé tomando con los palillos un trocito de huevo. –Te subí el pantalón antes de bajar el cristal. Se espantó cuando te vio completamente sudado y sobre mí. Pensó que te había violado.

−¡Que grave! –dijo con sorpresa mirándome atento, sin embargo, ni un rastro de arrepentimiento o preocupación le acompañaban. −¿Qué paso después?

−Me pidió que saliera del auto. Lo que no me deja de sorprender es cuan pesado tienes el sueño, porque incluso cuando el vigilante me ayudó contigo, no te despertaste para nada. Me preguntó si habíamos consumido algo.

−¿Saliste el coche? ¿A mi donde me dejaste?

−En el asiento trasero. Tuve que decirle lo que habíamos hecho y llamar a Aomine para que le reiterara los hechos.

−Que mal… siempre me pierdo la mejor parte de todo. –murmuró revolviendo el arroz que se desbordaba del omelette.

Decidí pasar por alto aquel comentario tan falto de real comicidad, pues sabía que lo decía en serio.

−¿A qué hora te iras? –pregunté luego de terminarme la ensalada, el café y una rebanada de pan con mantequilla. Enjuagué y sequé los trastes antes de dejarlos donde debían estar. Ya había escuchado a Oha-asa y mi suerte estaba en tercer lugar, no era malo, pero sería mejor si conseguía un recuerdo de Hokkaido.

−A las nueve y media, debo estar ahí a las diez, pero tomaré el tren. –apoyó su rostro en la palma de su mano. No supe interpretar su mirada, era curiosa y un tanto extrañada, como si en lugar de mis ojos, estuviera observando una pintura que le llamó la atención. –Eres muy guapo, Shin-chan. ¿Seguro que…?

−Sera mejor que no preguntes algo estúpido, Takao. –repuse mirándolo severamente. 

Podría ser que Takao diese la impresión de ser alguien bastante extrovertido y seguro de sí mismo, pero por dentro era una persona que debía corroborar todo antes de darlas por hecho. Quería que confiara en mí, que mis palabras y actos le sirvieran como certeza de cuan profundo había calado su esencia en mí.

−Después de las doce es hora de comer, vayamos juntos. –propuse yendo por mi saco en el respaldo del sofá que le daba la espalda a la cocina.

−Seguro. –aceptó con gusto. Volví a su lado viendo como pasaba su dedo por el plato embarrándose de la poca salsa kétchup que quedaba para luego llevárselo a la boca. –Me gusta la kétchup. –sonrió mostrándome su dentadura simétrica, con el par de caninos bastante puntiagudos.

Recargué mi mano en su respaldo. Me incliné ligeramente alcanzando sus labios con los míos. Fue un corto contacto, pero me sentía satisfecho solo con eso, solo con recordar que Takao correspondía mis sentimientos.

−Te veré en un rato.

−Bien. –volvió a dibujarse una sonrisa delgada donde solo su comisura izquierda se levantaba.

Maldición. Esa sonrisa lograba descontrolar mis pensamientos en demasía.

_____________________________________

 

El lugar donde vivía la familia Murasakibara era bastante limpio y pacífico. Se podían ver a los niños jugando a las afueras de sus casas o en el parque de cuadras atrás, donde también se reunían mujeres a hablar. Se respiraba un aire de tranquilidad que era un tanto desconcertante ver una patrulla parar en un hogar tan pintoresco por las múltiples flores plantadas, los juguetes de Akira regados por la puerta blanca y las cortinas multicolores de un par de ventanas superiores, donde debían estar las habitaciones de los niños.

Aomine se bajó del auto dando un portazo al cerrarla. Dejé el almuerzo en el tablero y bajé siguiendo sus pasos. Abrió la rejilla blanca de madera con solo un empujoncito.

Mi corazón latía demasiado rápido. Tenía miedo. No se oían ruidos del interior y eso era extraño al ser la casa más alegre que he visitado antes. Las palmas de las manos me sudaban impacientes por tener entre mis brazos a los niños. Seguí avanzando con temor, cuidando cada uno de mis pasos al entrar a la casa después de que Aomine llamara y nadie contestara. Afortunadamente estaba abierto.

La casa estaba ordenada, oscura y con crayolas y marcadores destapados en la mesita de la sala. Luego de la sala estaba la cocina, a unos pasos. Entre ellas estaba el corral de Ayumu, a quien no veía todavía.

−¿Murasakibara? Somos Kise y Aomine. –se anunció al adentrarse a la cocina.

Vi en el suelo un cochecito gris con verde. Era de Akira, siempre lo llevaba consigo, le tenía un gran apego al ser el primer juguete que le dio su hermano mayor. Al levantarlo del suelo vi a Aomine negar con la cabeza regresando a mi lado.

−No creo que se los haya llevado…

En ese momento escuchamos pasos rápidos en la parte de arriba. La lámpara que colgaba del techo se columpió corroborando lo que habíamos oído.

No esperé un segundo cuando mi cuerpo reaccionó corriendo escaleras arriba desde la sala.

−¡Kise!

Apreté el carrito en mi puño. Avancé a zancadas hacia el pasillo un tanto iluminado por el tragaluz, que conducía a las tres habitaciones. Me detuve de golpe al ver una silueta enorme en el suelo. Estaba sentado, recargado contra la puerta del cuarto de Ayame. Quise avanzar un paso hacia él, pero el agarre repentino de Aomine sobre mi brazo, me lo impidió. La mirada en sus ojos me advertía que podría ser peligroso. Tragué saliva dejándolo pasar primero.

−Murasakibara, ¿Dónde están los niños? –se acercó Aomine con cautela.

−Vete. –su voz fue ronca. No podía verle el rostro pues tenía el cabello suelto y al tener la cabeza agachada, era difícil.

−No lo haré hasta que me digas que pasó y donde están los niños. –sentencio con autoridad. Murasakibara se levantó despacio, recargándose en la puerta, como si no pudiese sostenerse por sí mismo. No olía a alcohol, así que solo debía ser que estuviese aturdido.

−¿A ti que te importan? Son mis hijos, no tuyos. –espetó en un gruñido.

A pesar de que Aomine era más bajo que Murasakibara, no le impidió tomarlo de la playera haciendo amago de estar molesto y que sus palabras solo eran eso.

−Mira, idiota, tus hijos son muy importantes para mí. Si no me dices que pasó te arrestaré. Me vale una puta mierda lo que hagas, pero me los vas a entregar sin remilgar.

−Ohh… ¿supongo que debo obedecer como un cobarde solo porque eres policía? –inquirió irónico.

−Ayame me llamó, imbécil. Te tienen miedo. ¿Entiendes eso? –lo atrajo hacia sí para después agolparlo contra la pared, quitándolo de la puerta.

−No tengo porque escuchar a alguien que no sabe lo que es criar niños. –atacó sin vacilar mirándolo a los ojos, atacando, incluso cuando todos sabían cuánto quería Aomine un hijo. −Vete, Aomine.

−Murasakibaracchi, esto no es por ti ni por nosotros, es por tus bebés. –tercié interrumpiendo su pelea. Me acerqué varios pasos ignorando la mirada recelosa que me dirigía Aomine. –Sé que los amas como nada en el mundo y por eso te pido que pienses las cosas y veas que es mejor para ellos: si el que te vean estresado o dejar que nos los llevemos un rato para que tú te tranquilices.

−Kise-chin… tampoco sabes nada. –farfulló agachando la cabeza.

−No, no tengo hijos, pero sé lo que es estar ansioso cada día y rezar porque la persona que amo regrese a casa cada vez que sale. Debes estarla pasando mal y no te culpo, solo quiero lo mismo que tú. –avancé otros dos pasos quedando a escaso un metro de ellos. Alcé la mano alcanzando su brazo. Murasakibara se sobresaltó al sentir mi contacto y Aomine apretó su agarre. –Por favor, deja a los niños un par de días con nosotros, sabes que los cuidaremos muy bien.

Miré atento las reacciones de Murasakibara, pero no hacía nada, solo estaba encorvado, como si cargara el peso de todo el mundo sobre sus hombros. Su respiración era lenta y pesada. Desvié la mirada hacia Aomine, quien estaba concentrado en nuestro amigo.

−No… no les gusta el chocolate por las noches. –murmuró bajito antes de que se le rompiera la voz y se cubriera el rostro con ambas manos para ocultar su llanto, secándose con esmero las lágrimas.

−Gracias. –le dijo Aomine palmeando su hombro antes de indicarme con un gesto que entrara a la habitación. La puerta de madera tenía un tablerito que anunciaba el nombre de Ayame.

De alguna manera me alegraba que el vuelo que tenía previsto para las tres de la tarde hacia Hokaido se hubiese cancelado por un tifón en aquella parte, pues de lo contrario no hubiese podido ayudar a Aomine.

Giré la perilla pero estaba cerrada desde adentro. Obviamente podría entrar desde afuera con una llave, pero no quería alertarlos más de lo que ya podrían estar al escucharnos discutir.

−Ayamecchi, soy Kise. ¿Quieres abrirme? –golpee suavemente la puerta esperando una respuesta positiva. Por unos segundos no hubo respuesta, pero después se escuchaba como quitaba el seguro y se esforzaba por abrir lentamente. La puerta se abría hacia adentro, así que pude ver por la rejilla que apenas abría, sus ojitos asustados, conteniéndose las ganas de llorar. Me puse de cuclillas alcanzando su altura. Al corroborar que era yo y que su papá estaba con Aomine, abrió completamente la puerta arrojándose a mí para abrazarme el cuello. Su cuerpecito temblaba pero no lloraba. –Vamos por tus hermanitos. –lo alcé del suelo al levantarme llevándomelo entre los brazos. Acaricié su cabello suave y corto.

Cerré la puerta detrás de mí y encendí la luz de la habitación descubriendo a Akira extrañamente ausente, acostada en la cama de su hermano, y Ayumu, desconociendo lo que sucedía, caminaba tambaleante, sacando los libros de cuentos de la estantería. Dejé que el menor de los tres continuara observando los libros, así que fui con Ayame a su cama y lo deje sentado.

−Ayamecchi, tus hermanitos y tú se quedaran un tiempo con nosotros, ¿ok? –el asintió aun con temor. –Escoge que quieres llevar. Yo guardare lo de tus hermanos. –confié acariciando su mejilla. Volvió a asentir y bajó de la cama buscando una mochila.

Mi atención volvió a Akira. Recostada, con sus bracitos a ambos lados de su cabeza, quieta. Estaba despierta y sus ojos, a pesar de que se veían rojos y húmedos, ya no lloraba, contrario a Ayame. Su mirada estaba perdida en el vacío. El pecho me dolió por verla así. Tal como había hecho con su papá momentos atrás, alargué la mano alcanzando su espaldita. La niña dio un respingo, pero no hizo nada más.

−Hermosa. –acaricié su espalda. El nudo se formó en mi garganta al ver que de sus ojitos iguales a los de Murasakibara empezaban a manar espesas lágrimas. –Ven aquí. –la levanté para atraerla a mi regazo. Su cuerpecito ligero se amoldó a mí mientras lloraba ciñendo mi camisa con sus puñitos. –Ya, ya. –la mecí acariciando su cabello y espalda. Su llanto había sido fuerte, pero disminuía al paso de los segundos hasta que su respiración, luego de un par de suspiros, se volvió lenta. Se había dormido.

Aprecié su rostro limpiándole las mejillas y nariz con el pañuelo que siempre llevaba conmigo. La recostee otra vez en la cama solo durante el tiempo que tardase en guardar sus cosas y las de Ayumu en una mochila.

Al salir del cuarto me encontré solo a Aomine recargado contra la pared, mirando el techo. Se veía agotado.

−¿Dónde está Murasakibaracchi? –pregunté acercándome a él lo suficiente como para sostener su mano. Estaba cálido, todo él era mi torrente de paz, lo que me decía que, pasase lo que pasase, todo estaría bien.

−Está en la cocina. –respondió sin ánimos.

−Bien. Iré a preparar la ropa de los niños. –avisé con la intención de soltar su mano y retirarme de ahí, mas no me dejó. Alcanzó a rodear mi muñeca con su mano. Extrañado, me volví hacia él. Me dedicó una reprimenda con la mirada azul ensombrecida por el tragaluz.

−No vuelvas a hacer eso.

−Eres un preocupón. –le sonreí, pero su semblante no cambió.

−Idiota, si Murasakibara se hubiera ido contra ti... –no terminó la oración cuando llevó su izquierda a la frente, respiró profundamente cerrando los ojos.

−Lo siento. –me disculpé sintiéndome culpable por inquietarle. Agaché la mirada viendo su mano sobre la mía. Nuestros colores de piel eran completamente opuestos, el calor de su cuerpo siempre era mayor al mío, su pasión por las cosas siempre era más grande que la que yo llegaba a mostrar, pues pronto me aburría. Aomine podría ser una persona dura por fuera, pero por dentro era tan suave como ninguna persona que haya conocido antes; sin en cambio yo, podría mostrar un dulce y atractivo rostro para portadas de revista o diversos comerciales o pasarelas de modelaje, pero por dentro no era más hermoso que un diente de león.

−Rubio tonto. Si no me preocupo yo por ti, menos lo harás tú. –su voz divertida me trajo de vuelta, sacándome de mis pesados pensamientos. Sus ojos ya no mostraban esa irritación anterior, sino la calidez de su enternecedora preocupación.

−Te amo, Aominecchi. –sonreí esta vez con reales intenciones de hacerlo. Abracé su torso restregando mi cabeza en su pecho. Su fragancia inundó mis pulmones por el segundo que retuve el aliento.

−También te amo. –besó mi coronilla antes de alejarme con suavidad. Sus manos descendieron lento por mis brazos reteniendo mis manos entre las suyas. –Ve por las cosas de los niños para irnos. –acarició mi mano sosteniéndola un rato más. Después se dirigió a la habitación que yo acababa de dejar− ¿Cómo está el renacuajo más grande? –preguntó al entrar a la habitación. Ayumu, que se encontraba cerca de la puerta, le pidió ser cargado y Aomine lo tomo entre sus brazos. El niño parecía haberse acomodado para dormir con el dedo pulgar en su boca.

Me sorprendía la facilidad con la que era capaz de conciliar el sueño.

−Tío Mine. –sonrió Ayame dejando sus calcetines en el cajón para ir con él.

Aomine se agachó y abrazó al niño para cargarlo. Ahora tenía a cada uno en un brazo, uno dormido y otro despierto sonriéndole a mi moreno.

Esa imagen de Aomine con los niños en brazos, sonriendo como solo lo hacía con los niños, me llevaba a suponer por qué tanta ansiedad en tener un hijo. Es decir, no se le daba el trato con mayores, pero con los mas pequeños era otra persona.

Tal vez no sea tan mala idea el tener un bebé más adelante.

___________________________

La estadía en el hospital comenzó bien y para las diez de la mañana, recibí una llamada de Aomine diciéndome que se llevó a los niños de Himuro pues Murasakibara estaba demasiado estresado como para pensar con claridad. Tenía varios casos que atender, así que le devolví la llamada más tarde. Me dijo que todo estaba bien, que se quedarían con los niños hasta que Murasakibara estuviese en sus cabales y supieran que no se descontrolaría. Estuve de acuerdo y ofrecí mi ayuda si es que la llegaban a necesitar.

−Pobre Murasakibara. –comentó Takao masticando parte del onigiri que tenía en su mano derecha. −¿Le dirás a Himuro?

−No lo sé. Dudo mucho que eso me corresponda. Murasakibara vendrá tarde o temprano y será él quien le diga cómo van las cosas.

Takao siguió comiendo en silencio, actitud que me extrañó, pues además parecía absorto en sus pensamientos. No se veía malhumorado ni decaído, sino más bien concentrado en exceso.

−Shin-chan, hay alguien, a unas cuantas mesas detrás de nosotros, que nos mira mucho. ¿Sabes quién es? Ha dado como tres vueltas frente a nosotros desde que llegamos.

−¿Cómo es? –pregunté acercándome a él.

−Creo que es lo suficientemente llamativo para que lo notes sin que te diga como es. –continuó comiendo mientras yo ladeaba ligeramente la cabeza en busca de un ser bastante llamativo.

Lo encontré. Un hombre sentado, como dijo Takao, un par de mesas más allá de nosotros. Vestía como médico y su cabello castaño claro, corto y despeinado resaltaba. Estaba rodeado de mujeres, pero el sostenía una revista al revés, en la cual se ocultó en cuanto notó que lo veía.

−Sé quién es. –confirmé irguiéndome en la silla. −Nanami Ryuu.

Ese sujeto era quien más me toleraba, seguido de Kamishiro. Nanami comía y cenaba conmigo pues me arrastraba a todos lados sin importarle cuan arisco  fuera con él. Casi parecía que entre más lo alejase, más cerca quería estar. Tenía un montón de temas interesantes por hablar, pues los pacientes que el atendía eran comúnmente del área de traumatología.

−Hola, Shintarou. –saludó golpeando con fuerza mi hombro. La leche de soya que estaba tomando salió escasamente expulsada de mis labios ante su golpe. Lo miré con mala cara limpiándome con una servilleta de papel que me auxilio Takao conteniendo una sonrisa divertida. Sin embargo, Nanami no me veía a mí, sino a mi acompañante. –Soy Nanami Ryuu. Un encanto. –le tendió la mano esperando que Takao la tomara.

−Takao Kazunari. –estrechó la mano de Nanami. En ese instante sentí una rara sensación de malestar, incomodidad, ganas de tocar a Takao, mezcladas con la necesidad de apartar los ojos de Nanami lejos de Takao. −¿No es un placer?

−Lo sé, también lo creo. –sonrió sin entender realmente a lo que Takao se refería. Aun no soltaba su mano cuando decidió sentarse entre nosotros halando una silla.−Shintarou, no me habías dicho que hay un estudiante de intercambio. –me sonrió.

−¿Podría soltar mi mano? Sigo comiendo.

Takao se había molestado. No, no estaba molesto, sino irritado. Molesto lo había visto en repetidas ocasiones siendo yo el causante, ahora se miraba fastidiado.

−Oh, lo siento. –se disculpó soltándolo de inmediato para después ser yo el objetivo de su tacto en un abrazo que rodeó mis hombros. –Ah, seguro que te lo querías quedar, ¿verdad, Shintarou? –susurró halándome del cuello. Nuestros rostros quedaban a escasos centímetros para hablar lo suficientemente bajito y que nadie escuchara. Sus ojos oscuros me advirtieron lo que buscaba en Takao, dejándome sin palabras.

−Eso no…

−Gracias por la comida. –interrumpió Takao levantándose estrepitosamente. La silla se arrastró hacia atrás chirriando contra el suelo.

Nanami se alejó de mí sin escuchar mi respuesta.

−¿Ya te vas? –preguntó levantándose de igual manera.

−Si. Tengo cosas que hacer en el laboratorio. –sentenció tajante. –Nos vemos, Shintarou.

−S-sí.

¿Shintarou? El nunca me llamaba de esa forma. ¿Por qué lo hacía ahora? ¿Había hecho algo mal? Pero no le había dicho nada que pudiese ofenderlo… o tal vez no me di cuenta. No, hasta hace un par de minutos me llamó con aquella particularidad suya.

Un ligero pinchazo atacó mi cabeza viajando de inmediato a mi pecho. No me gustaba sentirme confundido y menos todavía si se trataba de él.

−¿Tan cercanos son ya? –preguntó con asombro sentándose de nuevo para probar de mi leche de soya. No se lo había impedido porque estaba cayendo en la cuenta de lo que creía que le molestaba a Takao.

_________________________________

 

Me levanté a toda prisa quitándome las frazadas de encima. Era de noche, los niños ya estaban durmiendo en la cama y Ayumu dormía junto a Aomine en el sofá cama, pues yo me movía demasiado. Corrí al baño, cerré la puerta de un golpe esperando que no se despertaran por eso y al levantar la tapa del retrete no pude contener más las arcadas devolviendo la comida con fuerza. El abdomen se me contraía casi con salvajismo. El ardor en la garganta y el asco que sentía provocaron lágrimas en mis ojos.

Después de un par de minutos solo tenía el pulso y la respiración acelerados. Me levanté del suelo sintiéndome extremadamente cansado y mareado. Logree sostenerme de la pared pegando mi mejilla en los mosaicos fríos.

−¿Kise? –entró Aomine al baño tallándose los ojos. Me miró y luego al retrete. –Demonios. Te dije que la comida Thai te haría daño por la cantidad de grasa. –me regañó mientras tiraba de la cadena.

Me incorporé al recuperar el aliento. Ahora solo quería cepillar mis dientes y librarme de la asquerosa sensación y sabor de vomito sobre la lengua.

−Preparare té. –bostezó antes de besar mi mejilla posando su mano sobre  mi espalda, reconfortando de cierta medida, mi malestar.

−Gracias. –lo que salió de mis labios fue un graznido bastante desagradable.

Abrí la llave del grifo una vez Aomine salió y enjuagué mi boca sintiendo mi cabeza taladrarme con fuerza desde las sienes. Cerré con fuerza los ojos sujetándome los costados de la cabeza con las manos mojadas, esperando que con eso disminuyera el dolor. Mi respiración volvió a ser forzosa y carente de ritmo, sin embargo, el dolor si aminoró cuando apague la luz del baño. Ahora todo estaba oscuro, pero me las arregle para ver con la escasa luz exterior que entraba por la ventanilla del baño. Tomé mi cepillo y con un poco de pasta me lave la boca.

−¿No despertó Ayumu? –musité cansado sobándome la cabeza. Me senté en una de las sillas del comedor. Al sentir la mesa fría en mis manos, no dudé en dejar descansar mi cabeza en el frio laminado de la mesa.  

−No. Duerme como tronco. –comentó dejando escapar un divertido bufido.

−Oh.

−Oye, no te duermas en la mesa. Aquí está el té. –colocó una tacita de cerámica blanca cerca de mí.  Pude sentir el aroma de las hierbas del té chai llenar con ligereza el interior de mis pulmones. −¿Cómo te sientes?

−Mejor si estás a mi lado. –sonreí desganado mientras me erguía. Tomé la taza entre mis manos que parecían estar heladas y le soplé un poco para no quemarme la boca.

Miré la mesa recordando la mirada afligida de Akira y nuestros inútiles intentos de hacerla volver, Ayame había comprendido cuando Aomine le explicó que su padre estaba cansado y el no tener a Himuro con él lo ponía mal. Ayame lloró en sus brazos esperando que su madre regresara pronto.

 

 

Al día siguiente nos despertamos todos temprano, todos menos Ayumu. Ayame debía ir a la escuela y yo tenía un vuelo a las dos de la tarde, así que Aomine se quedaría con los niños. En la estación se encargaría Wakamatsu.

−Esta rico, tío Kise. –comentó Ayame al probar el omelette de queso. Sus piececitos se balanceaban colgando de la silla. Como la mesa era de cuatro, cabíamos perfectos.

−¿Verdad que si? –sonreí satisfecho. Me sentía renovado, casi parecía que lo de anoche solo había sido un  mal sueño.

−Tío Kise…−habló Akira sentada a mi lado. Tenía que usar un par de cojines para llegar a la mesa. Le dediqué toda mi atención ahora que se había decidido hablar. Aomine y Ayame también dejaron de hacer tanto ruido al chocar las cucharas en los platos para escuchar lo que ella tenía que decirme. −¿Papi no me quiere más? –jugó con el poco cereal de tutti frutti con forma de frutas que le quedaba en el plato. La leche había cobrado un color rosáceo.

−Claro que te quiere. –estiré mi mano alcanzando la suya. –Solo ayer estaba muy cansado para jugar. Mami hace las cuentas de la casa porque le gusta, ¿verdad? –ella asintió y levantó la mirada. –Papi juega contigo porque le gusta hacerlo, pero  como mami ahora no puede estar en casa, papá se molestó por no poder jugar como siempre, ¿entiendes?

Ella volvió a asentir volviendo a ver su plato con unas cuantas frutitas nadando en la leche.

−¿Puedo pintar contigo? –preguntó sin despegar los ojos de su platito.

−Claro. –sonreí acunando su rostro en la palma de mi mano. Apreté con suavidad sus mejillas y sonrió como solía hacerlo. 

 

 

Notas finales:

Que tal? Les agradó? Lo tuve listo desde el jueves, pero no queria subirlo ese dia... no se por que, pero no me gusta. xD

Ademas, que creen? empecé a vivir solita. Yay! Aunque me siguen manteniendo. xDD Pero no me gusta tener que hacer la comida... llego a las cinco con un chin** de hambre y tengo que hacer la comida. Eso es horrible. 

Bueh, bellas personas, espero que tengan un lindo inicio de semana.

Nos vemos en la actualizacion.  x}


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