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See you again. por FumiSaho

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Notas del capitulo:

Hola, personas!! Buenas noches... bueno aqui donde vivo son las once menos diez. :) 

Aqui les dejo un capitulop mas y espero que les guste. :D

Este es Akafuri y Kiyohana. 

 

 

La casa que Seijuuro había adquirido era muy preciosa… aunque también muy grande solo para dos personas. Se encontraba no muy lejos de nuestros empleos. Cerca también del hospital, un jardín de niños, el supermercado. Las calles eran tan seguras que podías dejar a tu perro un  día afuera y encontrarlo sano y salvo al otro día en tu puerta. Contaba con tres pisos, pero desde afuera se veían dos ya que había un jardín frente a la puerta principal y a la izquierda, debajo de la casa, estaba el garaje. También teníamos un traspatio que contaba con asador y una mesa con bancas de madera. Una cantidad moderada de árboles decoraban el patio trasero, uno de ellos daba mandarinas y otro limones.

El interior era tan fresco como el exterior. Una sala con bar, cocina completa y medio baño componían el primer piso. En la planta alta estaban las habitaciones, una de ellas era la nuestra, que tenía un baño muy grande, y las otras dos, actualmente las utilizábamos de almacén mientras acomodábamos todo donde debía. Un baño completo en el pasillo y un estudio.

Para mí, esa casa era el castillo que compartía con mi príncipe, pues siempre había vivido en casa de mis padres, donde era más pequeño, pero nunca nos faltó nada porque la calidez familiar lo era todo.

 

Terminando la limpieza de la casa y después de acomodar algunas de las muchas cosas que aún se guardaban en cajas, decidí salir a comprar los ingredientes de la cena. Ahora estaba en un descanso indeterminado, puesto que a Himuro lo habían internado por su nuevo embarazo, ya que era de alto riesgo.

El día de ayer pude hablar con él por teléfono. Realmente era de admirarse la determinación porque su bebé llegara sano y salvo al mundo. Me sorprendía también que aunque está en riesgo, Himuro no dudó un segundo en ser internado.

>>−¿no tienes miedo? Digo, no solo tu bebé, sino tu vida está en peligro…

−Te mentiría si dijera que no lo tengo, pero sí. Temo no despertar otra vez no solo por este bebé, sino por mis otros niños. No sabes cómo me muero por verlos… –rio suavemente y en seguida soltó un profundo suspiro. −Una vez que tienen tu corazón es imposible decir no a una nueva vida. <<

Sopesaba las palabras una y otra vez en mi cabeza como cinta que se rebobinaba al terminar. Me quité el mandil con estampado de vaquitas pastando. La comida ya estaba preparada, por lo que me serví arroz blanco en un tazoncito y sakana no fry en un plato grande acompañado de lechuga y jitomatillos. En otro tazón tenia sopa miso.

Me senté en la mesa sintiéndola demasiado grande a pesar de ser una mesa rectangular para cuatro personas. El silencio reinaba en toda la casa produciendo eco de los sonidos exteriores, como los ladridos del perro de un vecino, o las pláticas de personas que pasaban cerca.

Una vez sentado, admiré la pulcritud de los utensilios, además de que la comida había quedado particularmente deliciosa, pero no se me antojaba comer. Era como si tanta perfección me hubiese dejado satisfecho sin probar nada. Observé una pálida luz que atravesaba por los ventanales iluminando escasamente la estancia.

No. No tenía ganas de nada.

Me levanté de la mesa, busqué el plástico adherible para guardar los alimentos dejándolos en la mesa. Tomé mis llaves y el teléfono guardándolos en mi abrigo que descolgué después de calzarme los tenis, y salí de casa.

 

_________________

 

−Papá, ¿Qué te pasó aquí? –preguntó Yamato tocando con su diminuto dedo uno de los tantos rasguños que tenía en el brazo.

−Me raspé al bajar una de las chicas que se desmayó en… −me detuve al percibir la mirada que me dirigía Makoto desde la cocina al cortar zanahorias. Le sonreí como solía hacer para que no se enojara tanto y supiese que ya no haría nada.

Con el ceño fruncido, bajó nuevamente la mirada hacia las verduras que requerían su atención. Mizuki, en mis brazos, dormía, o eso aparentaba, pues sonrió cuando callé.

−¿Dónde se desmayó? –insistió Yamato queriendo despegarme esa gasa un poco manchada de sangre.

−Yamato, ve a lavarte las manos. –sugirió Makoto clavando la punta del cuchillo en la tabla de cortar, pues ambos sabíamos que el niño querría meter el dedo y probar cuan resistente era su padre al dolor. Claro, era algo que mi mismísimo esposo había hecho incontables veces.

El niño contestó con un sí, mamá, antes de correr al baño. Yamato era el mayor de nuestros hijos, acababa de cumplir  siete años, dos meses atrás. Su cabello era color chocolate, lo llevaba un poco más largo de lo normal, como mi hermoso Makoto, despeinado y rebelde. De carácter sobreprotector con su madre. Mizuki no era muy diferente, pues eran muy parecidos en personalidad, sin embargo, su cabello era más claro, un marrón suave, más corto y ligeramente ondulado, como el mío. Los ojos de ambos eran grandes, como los de Makoto, solo los colores diferían; en Yamato eran cafés y Mizuki poseía un color verde más tenue que los de su madre.

−Perdón. –me disculpé bajando a Mizuki de mis brazos para recostarlo en un sofá. Caminé hacia la cocina donde estaba él, preparando la comida. Este día había salido temprano del trabajo ya que fumigarían la estación.

−¿A qué debo esa disculpa tan estúpida? –preguntó dejando salir esa voz suya tan fría y altanera.

−A que volví a hablarles de mi trabajo peligroso. –respondí colando las manos por el interior de su delantal rosa, pues era el único que estaba limpio ahora. Apoyé mi barbilla en su hombro esperando alguna objeción de su parte.

−Si no quieres que te entierre el cuchillo, será mejor que me quites las manos de encima. –siseó cortando papas en cubitos. A pesar de que no le gustaba el curry porque a nosotros nos gustaba picante, lo preparaba cada vez que los niños y yo concordábamos en lo que queríamos para comer.

Me alejé de él deslizando mis manos por su cintura, notando como se tensaba por mi tacto. Admiré su cuello descubierto, desde el nacimiento de su cabello hasta la nuca, donde se peinaba una diminuta coletita que me recordaba a la cola de un conejo. No pude resistirme y pegué mi nariz a su cuello. Olfatee el aroma a menta del jabón que usábamos, yendo con lentitud hacia su hombro, donde no alcanzaba su playera a cubrir su piel.

Makoto volvió a tensarse dejando de cortar las verduras para solo dejar sus palmas en la barra de la cocina. Ladeó la cabeza hacia su derecha, cediéndome espacio para los besos que le depositaba con la suavidad que tanto le molestaba.

−¿Qué crees que haces con mi mamá? –inquirió esa voz soñolienta tan suave de mi hijo menor. Me apegué más a mi esposo al ver a Mizuki tallándose los ojos en la entrada de la cocina.

−Demostrándole mi amor. –confesé.

−No puedes. Madre es solo de nosotros. Tú lo tienes toda la noche. –convino Yamato entrando igualmente a la cocina. Ahora eran dos contra mí.

−No soy de ninguno, así que lárguense de la cocina. –rezongó liberándose también de todos nosotros.

−¿Ya ves, papá? Se enojó con todos porque lo abrazabas.

−Mamá se enojó porque Yamato entró a la cocina.

−Todos sabemos que la cocina está prohibida cuando mami está dentro. –concordé yo sentándome en el sofá. Los niños me acompañaron y se sentaron cada uno en una pierna. Mizuki de inmediato se acomodó de una forma que le alertara cuando me alejara de él, mientras que Yamato se recargó sobre mi pecho despreocupadamente. Él, como su mamá, tenía una buena memoria y era bastante inteligente, pero no por eso arrogante en la escuela. Respecto a ala escuela, se les notaba muy contentos y ansiosos de aprender más.

Sin embargo, no todo fue tan hermoso como ahora. Incluso no supe que tenía un hijo hasta que Yamato tenía un año, gracias a Izuki.

______________________________

 

Un carrito de crepas se paró frente al parque donde estaba leyendo un libro que acababa de comprar relacionado a los trenes que tanto me gustaban. Venían fotos tanto viejas como las más recientes comparando los trenes en ambas capturas de tiempo.

Los niños corrieron seguidos de sus padres para comprarles un dulce capricho. Se veían emocionados al pedir el sabor que preferían. Me pregunté si así nos veíamos mi hermano y yo al comprar golosinas, si así de sencillo era ser un infante. No hay preocupaciones más que de la escuela, de no hacer travesuras para que nuestros padres no se enfaden. El sentirse seguro por estar en los brazos protectores de una madre parecía solucionar todo lo malo que pudiese suceder, solucionaba el dolor más fuerte aunque no fuera físico. Y las palabras de confort que un padre regalaba para alentar a su hijo… ¿Por qué todo se complicaba al llegar a cierta edad?

Mis ojos ardían y no podía mantenerlos bien abiertos, debía entrecerrarlos para esclarecer la imagen y que no me dolieran. De esa manera cerré el libro y me levanté de la banca liberando un profundo suspiro.

−¿Qué haces aquí?

Reconocería esa voz aún dormido. Me giré en redondo viendo a Seijuuro con una sutil sonrisa en la boca. Llevaba uno de sus tantos trajes caros, este era azul ultramar, camisa blanca debajo de su chaleco y corbata roja que se asomaba apenas. Su saco lo llevaba en la mano izquierda ya que en la derecha sostenía su maletín.

−Me aburrí en casa. –sonreí acercándome a él. Tomé su saco al tiempo que le daba un beso en la mejilla. −¿Y tú, que haces pasando por el parque? –pregunté tomando su mano libre y así dirigirnos a la salida. Su piel estaba fría. Tenía que ser así si únicamente llevaba el chaleco puesto, sin embargo, ahora estábamos en Tokio, donde la temperatura era ligeramente más elevada que en Kioto, donde nevaba apenas saliendo de otoño.

−Paso por aquí cada que regreso a casa, pero hoy me llamó más la atención al verte leyendo. –confesó sin contenerse.

−Espera, ¿desde hace cuánto estas en el parque? –pregunté divertido de no haberme dado cuenta. Siempre sentía su mirada, era extraño que esta vez pasara desapercibida.

−Aproximadamente veinte minutos. −contestó de inmediato. −Luces hermoso pasando las hojas del libro, o cuando sonríes a las páginas al leer. Tu mirada es diferente y me gusta sostener tu mano cuando te ruborizas así.

Se burlaba de mí. Siempre que me hacía avergonzar, lo hacía a propósito y, desafortunadamente para mí, siempre caía. De sus labios brotó una sutil risa que hizo temblar mi interior. Continúe con la mirada al frente mirando las hojas del otoño revolotear en el suelo y algunas siendo trituradas bajo nuestros pies en el camino. Los árboles se desnudaban para esperar así al invierno que los recubriría de nieve en un par de meses.

−Para navidad, ¿Qué quieres? –pregunté alzando la mirada hacia él.

−Falta todavía para eso, ¿no es así?

−Sí, pero tengo curiosidad. Quiero comprar algo para ti. –sonreí.

−Lo de cada año no puedes comprarlo. –comentó deteniendo su paso al estar frente a la casa. Soltó mi mano y sacó de su pantalón el llavero con un león metálico en él. Abrió la rejilla que no necesitaba llave, encargándome yo de cerrarla.

El ambiente se había vuelto pesado al siquiera abrir la puerta de la casa.  

 

______________________

 

Después de cenar, los niños se fueron a ver la televisión. Ambos disfrutaban de los programas de divulgación científica o donde pasaban retos matemáticos y mentales. Para su corta edad, ambos eran bastante inteligentes y avanzados en su clase. Yamato aunque tenía siete años cumplidos el pasado mes, estaba en tercero de primaria, en una escuela particular, ya que le ofrecieron una beca, al igual que Mizuki, pues ya estaba en primaria a sus cortos cinco años.

−Me dijeron que entraba el viernes. Tengo media semana de vacaciones. –comenté sonriente mientras secaba los platos.

−Vaya, ahora tendré que cuidar de tres neandertales. –murmuró mientras lavaba los trastes, tanto los de la comida como de la cena. Movió los hombros hacia atrás aliviando la tensión que le provocaba el tener la cabeza abajo. –Me llamaron de la escuela. Quieren hablar con nosotros.

−¿Cuándo? ¿Por Yamato o Mizuki?

−Ambos. No creo que sea por una pelea, porque ya me habrían contado cualquiera de los dos, creo que es algo académico. –soltó el aire contenido en sus pulmones antes de recargar sus manos enjabonadas en el fregadero.

Los niños constantemente conseguían ser llamados a la dirección por Mizuki, quien era el segundo hijo. La escuela a la que asistían se caracterizaba por formar a los primogénitos de familias adineradas, por ende, menos del diez por ciento eran donceles. A Yamato le molestaba que se metieran con su hermano y lo molestaran, pero era Mizuki quien golpeaba cuando le decían algo a Yamato.

El que ingresara Mizuki a esa escuela era un avance para la escuela y para nosotros. Para la escuela porque querían deshacerse de las diferencias que creaban al educar solo a los primogénitos; para nosotros porque recibirían una buena educación escolar pagando una mínima colegiatura.

Sin embargo, lo que le molestaba a Makoto no era la colegiatura ni las constantes llamadas del director, sino el que los adelantaran de año y los presionaran para sacar mejores calificaciones a pesar de que ninguno de los dos se esforzaba demasiado en sacar una perfecta puntuación.

−Descuida, no los promoverán de año.

−Vaya, no sabía que eras adivino. –comentó sarcástico.

Fue inevitable que sonriera. Makoto podría preocuparse por nuestros hijos, pero no lo demostraría con facilidad, era todo lo contrario a mí o a los niños, que a cada oportunidad le decían que lo amaban.

−No, pero soy tu esposo.

−¿Eso que tiene que ver?

−Imagino lo que puede estar pasando por tu cabecita. –comenté depositando un beso en su cabeza. La fragancia del shampoo entró por mi nariz deslizándose con suavidad a mi mente, guardando el aroma solo como el de Makoto.

De la nada y derramando un poco de espuma sobre mi camisa, se giró tomándome del cuello con fuerza. Lo miré sorprendido por aquella súbita acción en mi contra. Sus ojos denotaban furia pura.

−Escúchame bien porque no pienso repetírtelo. –siseó jalándome de la ropa para quedar a su altura. –Sigue provocándome y la próxima vez que me excites, me masturbare frente a ti sin dejar que me toques.

Y he ahí la razón por la que no tenía permiso de ser suave con él.

−Pídeme algo más fácil. –refunfuñé frunciendo el ceño, pues me era imposible el no querer abrazar a mi amado esposo, o decirle cuanto lo amaba, o besarlo, o simplemente admirar cuan perfecto era.

−Serás idiota. –bufó soltando mi ropa. –Vete con los niños antes de que quiera romperte la mandíbula. –volvió a darse la vuelta dándome la espalda. Quise hacer caso, pero mis ojos nuevamente se vieron sumergidos en la estructura anatómica de Makoto; recorrí desde su cabello sujetado en su nuca con una diminuta coleta, su cuello pálido donde podía ver una vértebra cuando agachaba la mirada para continuar enjabonando, los omoplatos moviéndose, tensando los músculos de su espalda oculta por la playera de manga larga, que terminaba en su cadera alzándose apenas para dejarme apreciar el inicio de su pantalón que mantenía debajo de aquella tela tan gruesa la piel de su cuerpo. Las caderas de Makoto eran algo que de ninguna manera me dignaría a perderme, pues eran deliciosamente anchas. No tenía el cuerpo de una mujer, pero su cadera y piernas eran grandiosas, y al verlo en bermudas o short, mi cuerpo se paralizaba.

Recordar la suerte que tuve suerte de encontrarlo antes de que se quedara con alguno de sus tantos seguidores, me alegraba de sobremanera.

−Te amo, Mako. –le dije con voz clara saliendo de la cocina antes de que un salero o algo más grande saliera disparado en mi contra.

________________________

 

Luego de que tomáramos un baño, cenamos juntos comentando su trabajo y las dificultades que enfrentaba al ser nuevo en lo que hacía, pues su jefe, al ser un hombre que caminaba con bastón, a veces necesitaba ayuda a subir al auto en que viajaban juntos. Sin embargo, Seijuuro no parecía molesto, no renegaba los aprietos pues aseguraba que era mejor eso a estar pensando constantemente en el estado económico, ver los altibajos en ventas, publicistas, salidas nacionales e internacionales. Él ahora solo se preocupaba por agendar citas y asegurarse de que se lleven a cabo. 

Más tarde vimos una película de Johnny Deep como John Dillinger. Seijuuro tomó mi mano entrelazando nuestros dedos. Sonreí acercándome a él y me recargué en su hombro. Todo era más cálido con Seijuuro a mi lado, la casa no parecía tan vacía y enorme, solo era un inmueble donde nadie nos molestaría ni intentaría separarnos.

Al término de la película me solté del abrazo donde me resguardaba Seijuuro del frio y me levanté estirando el cuerpo.

−¿Nos vamos a dormir? –le tendí mi mano esperando que él la tomara. Con una media sonrisa en sus labios sujetó mi mano para levantarse y así caminamos juntos a las escaleras.

La habitación era espaciosa y luminosa, una pared era solo cristal con una puerta corrediza que daba hacia un balcón pequeño, donde había puesto un par de macetas para evitar que se viera tan vacío. En el baño había un espejo largo rectangular, con dos lavabos, al adentrarse más, estaba la regadera y la bañera mientras que a la izquierda se encontraba el retrete. Todo cubierto por el pasillo alargado de los lavabos.

Nos lavamos los dientes y nos fuimos directo a la cama. Me abracé a su pecho como cada noche y el me abrazó acobijándome en sus brazos. El suave latir de su corazón arrullaba mis sentidos logrando conciliar con facilidad el sueño.

−Dillinger me recordó a ti, Sei. –susurré entre sueños.

−¿Ah, sí? ¿Por qué razón? –preguntó curioso mientras acariciaba mi cabello y sentía como alejaba los mechones de mi frente.

−Por la manera de ser tan elegantes, cautos, sinceros… −entre cada palabra había una inmensa pausa porque mi mente pesada y ansiosa por dormir, buscaba las palabras y luego forzaba a abrir los labios para soltarlas.

−¿Y enamorados? –murmuró pegando sus labios a mi frente.

−También. –sonreí como pude antes de caer completamente dormido.

 

Desperté incomodo entre los brazos de Seijuuro, me apretujaba con fuerza. Seguía dormido, de eso no había duda, pues mantenía los ojos cerrados, pero su entrecejo fruncido me decía que no estaba teniendo un buen sueño. Coloqué las manos en su pecho sintiendo su piel muy caliente a través de la camisa de su pijama. Sentí el repiqueteo veloz de su corazón, alarmándome.

−Kouki… −su voz era entrecortada y la expresión de su rostro me obligó a despertarlo sacudiendo sus hombros.

−Sei. –le hablé empujando su pecho con los codos, pues me apresaba con fuerza innecesaria. –Seijuuro.

–Te amo. –su voz rota y a pesar de que solo estaba en un sueño, destruyó cada barrera que había intentado forjar. Después de aquellas palabras, su cuerpo se relajó lentamente liberando mi cuerpo.

−También te amo, Sei. –oculté mi rostro en su pecho limpiando mis silenciosas lagrimas que esperaba no lo despertasen porque tendría trabajo al día siguiente.

Busqué una de sus manos que mantenía en mi espalda y la coloqué entre nosotros, rodeándola como el solía hacer con mis manos frías. Me regañé internamente por mi egoísmo.

El tener su mano rodeando la mía, el saber que trabajaba en una empresa exportadora como secretario del director, que llevaba maletín y él mismo se agendaba los días además de unos ajenos, me hacía preguntarme si realmente merecía estar con Seijuuro. Es decir, él abandonó la casa donde creció, la casa donde vivió los últimos días con Shiori, su mamá.

Yo no había hecho nada más que llorar y lamentar la perdida de mi bebé. Solo que se me olvidaba algo, él bebe no fue solo mío. Mientras Seijuuro se preocupaba por estar conmigo, yo me preocupaba de mí mismo y mis incomodidades, de mi soledad, mi impaciencia y desesperación porque Seijuuro parecía no entender que habíamos perdido a alguien al pedirme el regalo de cada navidad: hacer el amor.

Aunque antes lo hacíamos cada vez que nos veíamos, disfrutábamos la noche de navidad, pues hacíamos una cena entre los dos y comíamos frente a la chimenea terminando por degustar el cuerpo del otro. Ahora apenas nos tocábamos y la tensión se formaba apenas nos sujetábamos las manos.

 

A la mañana siguiente desperté antes de que saliera el sol, o por lo menos hiciera acto de presencia, pues el cielo a través de la ventana, se veía bastante azul pero el trinar de algunas aves me avisaba que no era madrugada.

Un trémulo suspiro abandonó mis pulmones haciendo temblar mi pecho. Debía seguir adelante, amar nuestro pasado, presente y futuro.

A mi lado dormía plácidamente Seijuuro. Me estiré para ver sus pestanas, lo que más me gustaba de su cuerpo eran sus diminutas pestanas pelirrojas tan brillantes y de apariencia suave. La nívea piel de su rostro era perfecta así como su nariz finita.

Sonreí levantando una mano para apartar de su rostro los pocos cabellos que iba a su frente obstaculizando mi apreciación. Delinee con el índice su labio inferior sintiendo la suavidad hormiguear en la yema. Cuando arrugó la nariz y ciñó su abrazo encerrando mis brazos entre nuestros cuerpos, alcé la vista a sus ojos.

−¿Qué haces, Kouki? –preguntó con voz aterciopelada.

−Nada. –me mordí la lengua para no reír. Siempre que despertaba, arrugaba su nariz como un gato o conejo. –Pensaba en cuanto te amo. –dije alzando el cuello para alcanzar a tocar con la lengua su mandíbula. Seijuuro reaccionó con cautela y bajo la mirada para alcanzar mis labios y regalarme un beso. Sentí mi cuerpo entrar en calor lentamente conforme intentaba profundizar nuestro contacto. Sin embargo parecía reacio a ceder. Únicamente tocaba mi espalda en un abrazo, por lo que recurrí a mi último recurso infalible. –Sei, hazme el amor. –jadee a su oído, tironeando el lóbulo de su oreja con mis dientes.

De un momento a otro me vi sobre su abdomen, manteniendo mis muñecas a los costados de su cabeza, sujetándolas él mismo.

−¿Estás seguro? Una vez empezado, no hay forma de retractarse. –advirtió con voz sombría y el brillo en la mirada que tanto me gustaba ver. Mi cuerpo se estremeció ansioso.

−¿Tú no lo estás? –pregunté temeroso.  

__________________________

 

Ya estaba en la cama, esperaba a Makoto, pues aunque íbamos juntos para arropar a los niños, él se quedaba a ver sus cuadernos y revisar que todo estuviera en orden para el día siguiente y que no se les hiciera tarde.

Makoto no me dejaba verlo dormir. Es decir, no me permitía ver el momento en que se quedaba dormido por una sencilla y enternecedora razón. Misma por la que no reprochaba ya nada y me adelantaba a dormir.

−Teppei. –me llamó apenas entró a la habitación. Escuché como cerraba la puerta y apagaba la luz, luego, sus pasos al avanzar por el suelo de madera. –Tengo que hablarte. –parecía serio, pero lo ignoré sin mover un solo músculo. Sentí su lado de la cama sumirse y luego escuché como se quitaba la ropa. Me moría de ganas de verlo y tocarlo, pero si lo hacía no habría marcha atrás.

Aguanta un poco más, Teppei.

Se hecho las cobijas encima y por última vez, habló.

−Tengamos sexo. –susurró con suavidad. La última prueba con la que se cercioraba si me encontraba dormido o solo fingía, como ahora. Exhaló profundamente y se acomodó en la cama nuevamente, esta vez con sus manos sobre mi espalda, pegándose a mi cuerpo. Sin decir nada, me giré hacia él tomando su cuerpo entre mis brazos. Acurrucó su cabeza en mi brazo y se mantuvo junto a mí.

La primera vez que lo abracé, me soltó un puñetazo en el estómago. Por supuesto que yo estaba dormido esa noche, pero que comenzara a reclamarme por no haberle dicho que estaba despierto, me reveló lo que hice inconscientemente. La razón por la que ahora lo esperaba despierto, ignorando sus provocaciones, era porque me gustaba saber lo que hacía y no solo era una reacción natural de mi cuerpo.

Hanamiya Makoto me hacía tremendamente feliz. Sin embargo hubo solo un año en que creí que no lo volvería a ver, Makoto solo se había esfumado.

 

 

 

Notas finales:

Que tal? les gusto?? :)

No se si solo fue mi impresion, pero a Mako lo escribí muy frio? Ese chico me es un tanto dificil... :/

Les agradezco la constancia y el apoyo con sus comentarios tan graciosos. :} 

Nos vemos en la actualizacion!!!


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