Era un día soleado de agosto, con el cielo despejado y el viento suave. La sombrilla que antes la cubría de la lluvia hoy la cubría del Sol. Se sentía diferente caminando por aquellas calles, más fuerte y con menos miedo. Llegó a la puerta a la hora que sabía que los padres de Benjamín no estarían y en la que su hermano solía salir a caminar o ir de compras. Tocó a la puerta y fue recibida por el pequeño que ahora tenía 9 años.
-¡Amelia!- dice sorprendido de verla y la recibe abrazándola.
-Hola, Benjamín- Saluda como puede, pues tenía las manos ocupadas.
-Sabía que volverías. Te he estado esperando desde hace ya dos meses- reclama de forma cariñosa.
-Lo sé, lo siento. He estado algo ocupada, pero vine como había prometido.
Benjamín presta atención al bebé que Amelia llevaba en brazos, cubierto por una mantita color purpura.
-¿Ese es mi sobrino?- pregunta curioso y se acerca a verlo.
-Así es- Amelia le descubre un poco el rostro al bebé para que Benjamín pueda verlo.
El niño observa al bebé con gran interés. Le llama la atención su cabello negro y lo pequeño que era.
-¡Pasa!, hay que sentarnos para que descanses.
-Está bien, vamos.
Amelia entra a la casa. Ya la conocía bien y sentía que no había cambiado en lo más mínimo. Se sentó en el sofá junto a Benjamín quien no paraba de ver al bebé.
-Es muy pequeño- comenta el niño.
-No tanto. Ya tiene dos meses, ha crecido bastante a mi parecer.
-¿Cómo se llama?
-Dante, pero puedes llamarlo Dan. Eres su tío después de todo.
-Me gusta más Dan. Dante no parece nombre de bebé.
-Bueno, él va a crecer algún día- dice Amelia entre risas.
De pronto, el bebé despertó como si hubiese escuchado que lo llamaban. Abrió lentamente sus ojos negros.
Benjamín lo examinó de nuevo, y con cierto pesar dijo:
-Se parece a mi hermano.
-Un poco- responde Amelia en un tono melancólico. Notó el cambio en el ánimo de Benjamín. -¿Quieres cargarlo?
-¿Yo? Pero… ¿y si se me cae?
-Tranquilo, yo te enseño- Amelia le entregó cuidadosamente el bebé a Benjamín y le mostró cómo cargarlo. –Así, lo haces bien.
-Pesa un poco- dice mientras lo mira nuevamente.
El bebé lo observaba curioso, pues jamás había visto ese rostro. En un momento pareció que lloraría.
-¡Ah! N-no llores- le pide el niño.
-Tranquilo Dan, mami está aquí- Amelia le habla al bebé, quien se calma al verla. –Dile hola al tío Benjamín. Di “Hola”.
La voz de juguetona de Amelia hizo que el bebé sonriera.
-Se puso feliz.
-Sí, es un bebé muy alegre.
-Entonces se parece más a ti- comenta Benjamín con una sonrisa.
A Benjamín y Amelia se les fue la tarde platicando. Ella le contó de cómo consiguió trabajo de limpieza en unos departamentos, donde también vivía, y de sus planes de mudarse con sus ahorros y conseguir un mejor empleo. Tanto duró la charla que no se dieron cuenta de que se había hecho tarde.
Ambos escucharon el auto de los padres de Benjamín estacionarse fuera de la casa.
-¡Mis papás!- grita el niño asustado.
-Perdí la noción del tiempo. Lo siento, Benjamín, debo irme ahora.
Tomó sus cosas y a su bebé en brazos cuando los padres de Benjamín entraron. Al verla se sorprendieron, pero al verla con el bebé enfurecieron.
-¿Qué haces aquí?- pregunta la madre molesta.
-Yo solo…
-Sabes que no eres bienvenida a esta casa ¡Sal de aquí!- los gritos de la mujer hicieron que el bebé comenzara a llorar.
-Yo la invité a pasar- dice Benjamín, colocándose frente a Amelia para protegerla. –Vino a presentarme a mi sobrino.
-Ese no es tu sobrino, Benjamín- dice su padre. – ¡Sube a tu habitación ahora!
- ¡No lo haré!
-Está bien, Benjamín. Me iré- le dice Amelia. –No te metas en problemas por mí.
-No digas nada y vete de aquí. Solo vienes a causar problemas- dice la madre. Amelia sabía que ella era quien más la detestaba.
-¿Qué está pasando? Sus gritos se escuchan por toda la calle- El joven que hace casi nada había cumplido los 18 años, entró a la sala, sorprendiéndose al ver a la joven parada en el medio. -¿Amelia? ¿Qué…? ¿Qué haces aquí?
El muchacho parecía confundido, más aún al ver como Amelia cargaba entre sus brazos al bebé. Por su parte, Amelia quedó muda. Pensaba que lo había superado todo, pero al ver a aquél que dijo amarla y después la abandonó cuando más lo necesitaba, sintió furia y tristeza de nuevo.
-¡Jordán, no tienes nada que hacer aquí! ¡Sube a tu habitación!- le dice su madre.
-¿Pero qué pasa?
-Obedece a tu madre ¡Sube!
Jordán estaba confundido. Obedeció la orden de sus padres y comenzó a subir las escaleras.
Amelia no esperó más y salió de allí con su bebé en brazos seguida por Benjamín.
-¡Espérame, Amelia!- Gritaba el niño mientras la seguía.
- ¡Vuelve aquí, niño!- gritó su padre. –Ese mocoso me va a escuchar cuando regrese.
-¡Amelia, espera!- Benjamín alcanzó a la joven. Ésta había comenzado a llorar.
-Lo siento Benjamín… no volveré a venir- dice Amelia, balanceando levemente al bebé para que deje de llorar.
-¿De qué hablas? Podemos vernos cuando tú quieras, no tiene que ser en mi casa.
-Ya te dije que me mudaré. Pienso irme de la ciudad.
-¿Qué?
-No puedo quedarme aquí. Quiero irme a donde no me conozcan y donde nadie juzgue a Dante por ser o no hijo de Jordán.
-Pero…soy su tío. No puedo cuidarlos si están lejos- Benjamín miraba con tristeza a Amelia.
-Seguirás siendo su tío. Tal vez no podamos vernos pero seguiremos en contacto- Amelia sacó de su bolsillo un pequeño pedazo de papel. –Este es el número de mi teléfono móvil. Puedes llamarme cuando quieras, y yo llamaré a tu casa en el horario en que estás solo.
Benjamín tomó el pedazo de papel con resignación.
-Voy a extrañarte mucho.
-Y yo a ti- dice Amelia con una sonrisa maternal en el rostro.
-También a Dante- dice acercándose a ver al bebé que hace poco había dejado de llorar. –No te preocupes, Dan. Aunque no esté cerca, tu tío Benjamín siempre va a cuidarte.