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El último partido por Fullbuster

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Aquel viaje para la rehabilitación de Minato no había sido precisamente grato. Madara estaba convencido de que Minato podía ser el chico del que se enamoraría. Siempre había sido un hombre recto, obstinado, había interpuesto su carrera y su trabajo a todo, pero Minato Namikaze había ganado su corazón en el primer día, con esa sonrisa brillante que tenía, con sus ojos azulados llenos de sentimientos encontrados.


La vuelta a casa fue muy silenciosa. No había que ser un genio para saber que Minato se sentía culpable por aquel beso, pero para Madara, tan sólo era una pequeña abertura que ese rubio le había cedido. Su corazón debía sanar antes que las piernas, porque era su corazón el que le hacía resistirse a la rehabilitación, el que se negaba a abrirse a un nuevo amor.


Madara condujo hasta la casa de los Namikaze y detuvo el coche sin sacar las llaves del contacto. Minato lo observó unos segundos cuando echó la cabeza hacia atrás pensando en qué querría decirle aquel hombre. Era posible que alguna reprimenda por su comportamiento, pero se equivocó.


- Yo… debo ir a Hokkaido mañana a investigar un asunto – comentó Madara – y creo que Naruto y el resto del equipo se van a Tokio para jugar los partidos que les quedan en primera división. ¿Qué tienes pensado hacer?


-No lo había pensado – comentó Minato.


- No puedes quedarte aquí solo. Y yo no me quedo tranquilo sabiendo que estaré lejos y que si me necesitas, no podré acudir.


- Estaré bien – comentó Minato.


- De acuerdo… no quiero forzarte a nada, pero quiero que sepas que siempre puedo comprar un billete de más y me encantaría que vinieras conmigo.


- No creo que sea buena idea.


- Tienes miedo de abrir tu corazón al amor, Minato, y lo entiendo. El recuerdo de tu mujer está muy presente aún, te sientes responsable por lo que le ocurrió a ella y es normal, pero quiero ayudarte a superarlo.


- Está mal – dijo Minato – yo no puedo estar con nadie. Quería a mi mujer y la quiero.


- Minato… ella falleció y lo lamento mucho, pero tú aún eres joven, no puedes quedarte de luto toda la vida, necesitas recuperar tu corazón, rehacer tu vida.


- No, Madara, ella era mi vida, ella y Naruto.


- Entonces deberías hacerlo por Naruto – susurró Madara ayudándole a bajar del coche para dejarle en la silla de ruedas.


- Naruto está bien.


- Naruto no es feliz viéndote postrado en una silla cuando podrías caminar. Él quiere verte bien y no es lo que le estás enseñando. Acabas de dejar a tu hijo estancado en este pueblo para ayudarte siempre, porque tienes miedo de que se vaya y le pueda ocurrir algo como le ocurrió a tu esposa, lo estás encerrando en este pueblo a tu lado y es joven, tiene que abrir las alas y moverse, lo sabes bien porque eres inteligente. Si no quieres hacerlo por ti, al menos piensa en Naruto y trata de hacer lo que más le convenga.


- No metas a mi hijo en esto, Madara. No te atrevas a decirme a mí lo que tengo que hacer con mi familia. Naruto se quedó por lo que le ocurrió a su madre.


- Naruto se quedó por ti, porque creyó que necesitabas ayuda, pero puedes caminar, puedes recuperarte y si me dejas, yo estaré a tu lado.


- Márchate – le dijo Minato enfadado.


Madara suspiró, era cierto que ese rubio era un maldito terco, nada ni nadie le haría cambiar de opinión. En cuanto le dejó en el porche de su casa para que pudiera entrar, Madara se marchó de allí. Una vez en casa, pudo descansar finalmente hasta que saliera su vuelo. Naruto y todo el equipo se marcharían a Tokio, era un buen momento si quería investigar sobre Deidara en Hokkaido sin que se diera cuenta de que le estaban investigando.


Por la mañana, recogió su maleta y salió hacia el coche, pero para su sorpresa, Minato Namikaze estaba allí esperándole en su silla de ruedas, con una pequeña bolsa en las piernas. Aquello jamás se lo habría imagino y menos después de todo lo que le dijo ayer, metiéndose en su vida de mala forma.


- Vaya, no esperaba verte por aquí.


- He venido por Deidara – susurró Minato girando la cabeza para que Madara no viera su sonrojo.


- Claro – dijo Madara sin creer del todo en sus palabras – vamos, te ayudaré a subir al coche.


El viaje a Hokkaido no fue precisamente ameno, Minato se rehusaba a intercambiar palabras con el Uchiha, pero a Madara tampoco le importó mucho, sabía que era una forma que tenía ese rubio para defenderse, pero en el fondo, tenía un buen corazón. Aquel día, descansaron en el hotel pese a que Minato seguía insistiendo en mantenerse en silencio y sólo hablaba lo justo y necesario.


No fue hasta el día siguiente cuando se pasó por su antigua comisaría para buscar los expedientes que había pedido a sus ex compañeros sobre Deidara. Minato había insistido en acompañarle, así que Madara entró empujando la silla de Minato bajo la atenta mirada del resto de sus compañeros. Su amigo desde hace años fue el primero en acercarse y traerle los expedientes.


- Cuanto tiempo sin verte, Madara. ¿Cómo fue el viaje? – preguntó.


- Agotador, pero ya sabes cómo es eso. ¿Tienes el expediente?


- Sí, pero lamentablemente no hay mucho sobre él. He buscado todo lo referente y he llamado a varios departamentos.


- ¿Lo has leído? – preguntó Madara.


- Un par de veces, puso una denuncia hace unos años.


- ¿Una denuncia?


- Sí, contra un alto cargo, al menos era el hijo de un político.


- Déjame adivinar – sonrió Madara – la denuncia se perdió…


- La denuncia no llegó a ningún lado, ya sabes cómo funcionan en las altas esferas, a alguien sobornarían para evitar esa denuncia. También estuvo ingresado un tiempo en un hospital, sufrió un atraco en el parking cuando salía de trabajar. Tuvo suerte de estar en el parking del hospital y que uno de sus compañeros lo encontrase rápido.


- Ya imagino por dónde van los tiros – comentó Madara – gracias por el informe, lo leeré de camino al hospital. Tengo que informarme de esto.


- De acuerdo.


De vuelta al coche, Minato no dejaba de mirar a Madara, pese a tratar de girar la cabeza cuando Madara trataba de pillarle. Aquello hizo sonreír al Uchiha, sabía que en el fondo, Minato estaba luchando contra sus propios sentimientos.


- ¿Me lees el expediente? No puedo conducir y leer a la vez – comentó.


- Si es un alto cargo… - empezó Minato cogiendo la carpeta con las hojas - ¿Cómo vas a pillarles?


- Tengo mis influencias y mis artimañas. No es al primero de alta esfera al que he metido en la cárcel – sonrió.


- ¿Vamos al hospital?


- Sí, quiero saber qué me cuentan sus médicos. Busca en el expediente el nombre del médico que le atendió.


- Es un cirujano – dijo Minato mirando los papeles - ¿Quieres que llame al hospital y les avise ya para que nos haga un hueco?


- Sí, llama – comentó Madara con una sonrisa – aunque llevo la placa, tendrá que hablar con nosotros, quiera o no. Coge la otra placa de ahí de la guantera. Vas a entrar conmigo.


- ¿Estás loco? Yo no soy policía.


- No voy a dejarte aquí en el coche esperando. Cógela, ya me inventaré algo.


- Te vas a meter en un buen lío.


- Seguramente – sonrió Madara – pero sólo si me descubren. Vamos, Minato… hace años que no has hecho ni una locura, haz una conmigo.


Al llegar al hospital, los dos bajaron del vehículo con la placa y pidieron hablar con el cirujano del caso de Deidara. Tuvieron que esperar casi veinte minutos porque estaba con un paciente, pero enseguida les atendió en su oficina. Pese a la extrañeza del médico por ver a un policía en silla de ruedas, se quedó más tranquilo cuando Madara le explicó o más bien… le mintió, diciéndole que su “compañero” había recibido un tiro pero que se estaba rehabilitando. Aun así, no le impedía utilizar su mente aunque sus piernas tardasen más en entrar en acción. Ambos se sentaron y Madara sacó una fotografía de Deidara del expediente que llevaba.


- ¿Le conoce? – preguntó observando cómo el médico se ponía las gafas para ver mejor la fotografía.


- Oh, sin duda, es Deidara, estuvo haciendo las prácticas aquí y también estuvo de interino. Estaba a punto de conseguir un puesto fijo cuando dejó la profesión.


- ¿La dejó? – preguntó Madara.


- Sí, fue algo repentino. Después del accidente del parking, decidió dejarlo y se marchó. Fue extraño, él siempre había tenido vocación de médico, le gustaba su trabajo y se le daba bien. Salvó muchos niños pero… no sé, quizá después de lo que le ocurrió fue demasiado para él y prefirió no seguir trabajando con niños.


- ¿De lo que le ocurrió?


- Sí, estaba embarazado cuando ocurrió el accidente. Como le digo… fue muy extraño, tenía un corte profundo en el pecho, quizá porque se movió al tratar de defender al niño, pero el resto de puñaladas fueron directas al vientre, es como si buscasen matar a ese niño. Desde que lo perdió, dejó todo, ya no quiso trabajar con niños. Tampoco creí que fuera un robo como dijeron.


- ¿Y eso?


- Pues… porque sí se llevaron el dinero de su cartera pero dejaron las tarjetas y hasta el reloj y era bueno – comentó el médico – lo recuerdo bien porque fue un regalo de su novio o del supuesto padre del niño, Deidara decía que lo llevaba por no ofenderle aunque no terminaba de gustarle ese reloj. El día que todo esto ocurrió, entró en la sala de cirugía con ese reloj, lo recuerdo bien, aún lo llevaba en la muñeca. Aun así, creo que había discutido con su pareja, hacía meses que no me hablaba de él, incluso venía triste, sólo hablaba de ese hijo que esperaba y una vez, hasta llegó a comentarme algo que me hizo pensar que iba a tenerlo él solo. Luego ocurrió todo esto, pero pese a que la policía tomó los testimonios de los testigos, la investigación no fue hacia la ex pareja de Deidara. ¿Él está bien?


- Sí – sonrió Madara – Deidara está bien ahora.


- ¿Ha vuelto a la medicina?


- No – contestó esta vez Minato con mayor seguridad – no ha vuelto a la medicina después de esto.


Al salir del hospital, a Madara no le quedaba duda alguna y menos aún, al leer el expediente del supuesto ex novio y viendo que, justo antes del accidente, se había casado con otra persona. Todo encajó para él. Estaba claro que ese chico no quería un bastardo con Deidara, se había aprovechado de él y luego le dio la patada, pero iba a pillarlo y haría que pagase por todo lo que había hecho. Ahora debía contarle a su sobrino todo lo que había descubierto y estaba convencido de que no se tomaría a bien la noticia.


- Te has quedado muy callado – comentó Madara mirando a Minato.


- Acabo de descubrir el motivo por el que Kaito siempre está con él pese a que Deidara trata de evitarle. A Deidara le duele ver niños a su alrededor porque le recuerdan a su difunto hijo pero Kaito… creo que ve ese dolor de alguna forma y le gusta estar con Deidara.


- Los niños tienen un sexto sentido para esas cosas. Se sentirá bien con Deidara.


- Tenía un brillante futuro por delante y se lo quitaron, podría haber sido un buen padre pero un ser sin escrúpulos decidió que no lo tuviera, pasó por encima de las leyes naturales, se ocupó de asesinar a un ser inocente por su propio bien y nadie se dignó a juzgarle por ser hijo de quien era. Dejaron que Deidara se marchase sin más, con su silencio y su dolor todo… porque ese desgraciado no quería un hijo con él. Me resulta asqueroso y repugnante lo que hizo – aclaró Minato.


- Voy a pillarle – le aclaró Madara – créeme… voy a hacer que pague por lo que hizo y en la cárcel, no son benévolos con gente como ella. Tengo el expediente de Kabuto, cogeré el de su padre y créeme que voy a encontrar todos sus trapos sucios. La justicia siempre llega, tarde o temprano, pero siempre llega. Ahora, voy a llamar a Itachi para contarle todo esto. Ve a descansar – le dijo Madara terminando de empujar su silla hacia la habitación del hotel.


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