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Sombras del pasado. por Seiken

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Capítulo 12.

El Festejo.

—Lo lamento, Lord Leo.

Leo cerro las puertas, preguntándose si cualquiera podía ingresar a las habitaciones del señor de los Thundercats, o Pumyra y Grune, eran casos especiales, que no respetaban lo suficiente la corona de su pueblo, ni a su comandante.

—Vístete o nunca llegaremos a nuestro banquete.

Tygus asintió, buscando algo de ropa, tratando de despejar su mente de las imágenes que podía ver, que no eran más que recuerdos de la vida de Leo, una demasiado larga, unida a la suya.

—¿Cuántos años han pasado?

Leo le dio la espalda para no verle desnudo, escuchando el sonido de la ropa que le había seleccionado para esa noche de victoria, imaginándose a Tygus vistiéndose con ella, sus rayas, sus movimientos sinuosos, sus ojos fijos en los suyos, aquellos hermosos ojos que le robaban el aliento, pero, sobre todo, el tenerlo a su lado, de nuevo, después de tantos siglos de soledad.

—Demasiados, tantos que casi pierdo la razón, tuve que dormir entre los siglos en una maquina idéntica a la tuya, de lo contrario no lo hubiera soportado… Tygus, por favor, ya no te vayas, no soporto estar solo, sin ti, sin nosotros.

La ropa que Leo selecciono para él era sencilla, diferente a la que usaba durante los primeros años de su reinado, un vestuario recatado, que caía de tal forma que resaltaba su figura, apenas dejando su cuello al descubierto, su mordida que ya no sangraba, pero seguía roja, seda y bordados de oro, de color negro, mangas largas que llegaban a la mitad de sus manos.

—Es hermoso…

Tuvo que admitirlo, observándose en el espejo, su cabello largo, suelto, contrastando con su nuevo traje, su túnica hecha a la medida, un don que Leo aun poseía, según creía había memorizado su cuerpo a tal grado que conocía cada una de sus medidas.

—Tu eres hermoso…

Leo se acerco unos pasos para rodear su cintura con delicadeza, observando su reflejo, recordando cuantos años paso imaginando que por fin estaban juntos, besando la mejilla de Tygus para asegurarse de que no fuera una mentira, una alucinación.

—No digas tonterías.

Reprocho, aun estaba cansado y los brazos de Leo le ayudaban a mantenerse en pie, despierto, su presencia lo tranquilizaba, estaba tan confundido, le deseaba, pero no era correcto, el era su captor, no su amigo, ni debía ser su amante, Tykus tenía razón, Leo sólo le confundía con esa actitud dulce, cuando sólo deseaba su cuerpo.

—No son tonterías, sabes que desde que te vi, me cautivaste.

Tygus se soltó de los brazos de Leo, caminando en dirección del espejo para recargar su frente en su superficie fría, no deseaba asistir a ese banquete, nunca le habían agradado, los presentes le observarían, se darían cuenta que no era normal, del color de sus ojos, de su mordida, le harían sentir como si fuera un fenómeno, su maldición estaría a la vista de todos, comenzarían a hacer preguntas y no le gustaba responderlas.

—No deseo asistir, yo te esperare aquí, te prometo recompensarte, pero no asistiré.

Leo necesitaba que su heredero, su Tyaty, así como que su compañero estuviese presente, debían darle a la población lo que necesitaba para olvidar los desafortunados sucesos de aquel día, alimento y diversión, líderes que seguir, eso nunca cambiaba.

—Te necesito a mi lado, pero descuida, nadie notara el color de tus ojos, las viejas tradiciones se han perdido, pero no puedo prometer que no se den cuenta de lo hermoso que eres y de que, eres mi compañero, espero que eso les disuada de seguir admirándote.

El miedo que sentían por Leo los disuadiría, miedo confundido por admiración, un sentimiento que podía convertir a un felino, a cualquier animal en un creyente de quien pudiera proyectar esa aura y Leo era alguien en quien podían confiar, alguien que se preocupaba por ellos, que siempre estaba allí, que podía salvarlos, era lo que habían esperado, era la luz de la que deseaban ser parte.

—La estrella más brillante de todas… aún puede quemarte con su luz.

Susurro recordando el pasado…

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—Leo es como una brillante estrella, la más brillante de todas, nos alumbra con su luz, nos guía con su fuerza y tú, tu que eres un ente creado en las sombras de la muerte, no puedes entender su belleza.

Tygus no entendió en un principio de que le hablaba, todo ese tiempo Panthera se había mantenido a sus espaldas, obviamente le temía a su don, a sus ojos, era una chica lista, demasiado para su gusto.

—Pero de alguna forma, tu lo has seducido, y como no quiero que me aleje de su calor, tendré que llevarte con él, porque tú no cumplirás tu promesa, sin importar lo mucho que te quiere o los sacrificios que ha realizado por ti.

Tygus se negó a dar otro paso, si Panthera quería que fuera con Leo, tendría que empujarlo, arrastrarlo todo el camino y estaba seguro de que, aun así, aunque tuviera que cargarlo, le llevaría con su luminosa estrella, a menos, a menos que le amenazara con apartarle de su camino, jamás volvería a verle si le obligaba a entregarse a Leo.

—No volverás a verlo…

Le advirtió, sintiendo un empujón de Panthera que casi lo derriba, quien, sosteniéndolo de los antebrazos, usando sus habilidades genéticas, siguió con su camino al nuevo cuarto del trono, que no era el de la criatura, sino, el de su compañero en el cubil de los leones.

—Leo jamás me haría eso, el me necesita.

Tal vez ella tenía razón, necesitaba de la fuerza y astucia de Panthera, de su fe ciega, pero también sabía que la mano que mecía la cuna era la que gobernaba el mundo y él podría convencer a Leo, con el tiempo, de concederle algunos deseos, el primero sería alejar a su rival, si actuaba como un tigre celoso.

—Leo no, pero yo sí, y te juro que, si me obligas a entregarme a él, nunca más volverás a verlo.

Ella se detuvo, tragando un poco de saliva, recordando un tiempo en el que Tygus fue su amigo, una época muy lejana, comprendiendo bien que ahora se trataba de un felino diferente, a diferencia de Leo, quien hasta la fecha había cumplido cada una de las promesas que le hizo, su amistad forjándose desde su más tierna edad, cuando buscaba la forma de seguir viendo a su compañero.

—Te creo, pero no concibo la idea de verlo triste, ya ha pasado por demasiado, tu lo sabes y aun así no te conmueve su soledad, tampoco su dolor o su desesperación, actúas como si no tuvieras alma ni sentimientos, así que…

Tygus rugió al escucharla, de todas formas, le traicionaría, de todas formas, le entregaría a Leo, sin importar lo que pasara ella se sacrificaría por el bienestar de su león, de su estrella brillante, quemándose en el proceso, un acto que no comprendía, no entendía porque razón perdería su luz para que esta pudiera ser feliz.

El también estaba dispuesto a realizar sacrificios, pero siempre y cuando fuera por un bien mayor, por su maestro, tal vez por su hermano, todo su clan, el futuro de los tigres, pero no, por una sola persona que no era mas que un mentiroso, un demente de cabello rojo, tan hermoso como el pecado.

Panthera comprendía que Leo no le amaría nunca y ella lo aceptaba, lo que no entendía era la razón detrás del constante rechazo del capitán, de ser un tigre le habría aceptado, su comandante era el epitome de lo que se suponía era uno de los suyos, tal vez, el problema no era su genética, en la cual no existía ningún problema, sino su especie, el era un león, ese era el gran pecado del comandante.

Que encarnaba el poder del gran rugido, abandonado por su clan debido al odio de su padre, sus celos de que le superara en su destino, su fuerza de voluntad le había dado las herramientas para sobrevivir, era fuerte, era poderoso, era hermoso, era perfecto, no solo eso, con sus amigos y camaradas era una persona dulce, sería un compañero dedicado al bienestar de Tygus.

Un tigre de linaje oscuro, el ultimo del orgulloso clan Javan, conocidos por sus poderes psíquicos, lo que llamaban el don, sus ojos dorados le delataban y le ponían en peligro, por lo que podía entender, ellos eran uno con el gran rugido, pero decidieron darle la espalda, abrazando el poder de los cuatro espíritus del mal, ofrendarse a la causa de la bestia, entregándole a sus hijos.

Como sacrificios, desdeñando sus dones para transformarlos en una horrible maldición que solo les traía muerte, al ultimo Javan esclavitud eterna, lo había escuchado del viejo Akbar, una de las múltiples ocasiones que Leo le visito para que le relatara su futuro.

Tygus tendría la bendición de los cuatro, sería su soldado y junto a la Bestia le traería orden al universo, le destruiría, como él fue corrompido, así que tenían que salvarlo, aunque no lo comprendiera en ese momento, tampoco les creería, no cuando ella era sólo una pantera mestiza y el felino que le amaba un león.

—Aunque seas un ser creado bajo el amparo de los Cuatro, y él, un hijo del Gran Rugido, el más puro que jamás existirá, te llevare a él, Leo se merece su premio, tu un descanso.

Panthera supuso que no perdía nada tratando de explicarle lo que ambos sabían, lo que vieron cuando destruyeron la galaxia, ella apenas unas cuantas imágenes fijas, como luces estroboscópicas, que no le afectaron como a Leo, que toco los pedazos de la espada, creando su arma, la espada del augurio, como quiso llamarle.

—¿Un descanso? ¿Le llamas a eso un descanso? ¿A ser su esclavo?

Panthera negó eso con un movimiento de su cabeza, pero sabía que Tygus no podría verle, siendo empujado con fuerza, para que diera el primer paso en el cubil leonino, el cual, para su buena suerte estaba desierto, únicamente Leo esperaba por su compañero, tratando de tomar una decisión, una vez que habían chocado en ese planeta.

En el que estaban atrapados, pero se veía vivo, hermoso, como ningún planeta que hubieran visto antes, el tercer planeta, un lugar que podrían llamar hogar, en donde su descendencia prosperaría.

—No eres su esclavo, eres su compañero, su Tyaty… eso no ha cambiado y no lo hará jamás.

Tygus ya se sabía ese camino de memoria, era el que le llevaría con su compañero y su lazo, el que se formo cuando cerro las puertas de su mente aquella primera vez, le decía que le esperaba, para que cumpliera su parte del trato, ser suyo, una vez que había logrado derrocar a la criatura.

—La libertad no ha sido hecha para ti, ni para los de tu clan, pero con Leo serás protegido, vivirás una vida larga y si se lo permites, hasta serás feliz.

Feliz, siendo el esclavo de un león, esa mujer estaba enferma, era mucho peor que Leo y pensar que alguna vez confió en ella, que le dejo llevarlo a esa trampa en las manos de ese león, el que logro su cometido, después de todo el trabajo duro que realizo el comandante obtuvo sus frutos, cuya vida era la que estaba en juego al hacerle pasar por un soldado leal a la criatura, de ser encontrados sería Leo quien lo pagaría con su vida, porque se había esforzado en mantenerle seguro.

El era quien se arriesgaba al mantenerlo lejos de las manos de Mumm-Ra, porque en cualquier momento la Bestia podía comprender que trataba de mantenerlo lejos de su cama, de su cuarto de tortura, robándole su preciado alimento, el don que se purificaba con su dolor.

Pero no, jamás podría ser feliz al ser el compañero de un león, ellos eran avariciosos, eran egoístas y salvajes, Tykus tenía razón, Leo no era mejor que la criatura, aunque se preguntaba porque pensó en su juventud que él era diferente.

—¡Eres una pantera demente!

Panthera iba cerrando las puertas detrás de si, para evitar que huyera, tratando de convencerlo de entregarse a Leo, quien seguía en su habitación, aquella que fuera de su padre, en donde había dormido en más de una ocasión buscando alejarse de Mumm-Ra, cuando Leo cumplía su palabra de no forzarle, en donde solo le rodeaba con sus brazos, mostrando su cariño.

Tygus no podía ver la belleza de su compañero porque le habían enseñado a vivir en la oscuridad, desde que Mumm-Ra le encontró por la desesperación de Leo de no estar solo, de ser parte de algo, ser amado por otro ser vivo.

Claro que no podía ver su belleza porque Tykus le enseño a odiar a los leones, un odio primitivo, infundado, porque Claudius era un monstruo, no todos los leones, mucho menos Leo, así como Mumm-Ra le entreno en las artes oscuras que el mismo manipulaba, haciéndolo su aprendiz, un fiel creyente de los cuatro espíritus del mal.

—Mumm-Ra te ha enseñado bien, te he visto estudiar bajo su guía, Leo no lo sabe y si le dijera, no me creería, su precioso Tygus es uno de sus Clérigos, el mejor alumno que ha tenido, mucho mejor que su padre.

Enseñándole su monstruosa religión para que llegado el día en que pudiera realizar el hechizo que le convirtiera en un Tyaty completo, le aceptara, fuera uno con los cuatro espíritus del mal, usando su don como su fuente de alimento, su cuerpo inmortal como su entretenimiento y sus habilidades de combate, convirtiéndolo en el esclavo perfecto.

—Tygus, esos espíritus son entes malignos que terminaran consumiendo tu vida, moldeándote en algo retorcido, haciendo que supliques por que por fin llegue la muerte por ti…

Los cuatro espíritus habían guiado a su pueblo muy bien hasta ese momento, eran generosos con quienes cumplían su voluntad, otorgaban vida eterna, poder sin límites, solamente felinos sin visión, los veían como las panteras, que en su lugar adoraban al gran rugido, un ente que les había dejado a su suerte, que no existía, como tampoco su protección ni su guía, no como lo hacían los cuatro espíritus.

—Pero será demasiado tarde mi viejo amigo, tú ya no existirás, en el mejor de los casos serás su sirviente, en el peor… el esclavo de Mumm-Ra.

No escucharía sus mentiras, ella no lo estaba haciendo por su bien, sino por el de Leo, traicionándolo, como todos los felinos que alguna vez había conocido, todos, menos Tykus y tal vez, Bengalí.

—¡Te arrepentirás por esto!

Le advirtió, observando con desagrado la ultima puerta, la que daba directamente a las habitaciones de Leo, sintiéndole al otro lado de su lazo mental, seguro que ese león también le esperaba, maldiciendo al gran rugido, al mismo tiempo que les pedía ayuda a los cuatro espíritus.

—De eso te salvara Leo, por eso es qué hago esto mi buen amigo, para que vivas la larga vida que un felino como tu se merece, una feliz, una plena, una colmada de lujos y paz, en compañía de alguien que te ama como nunca nadie te amara jamás, como tu mismo no te amas.

Tygus dejo de pelear contra ella, no podía detenerle, su fuerza era inferior a la de Panthera y nada que hiciera podría evitar que huyera de la cama de Leo, escapara de sus manos, lo único que se preguntaba era porque le traiciono con tanta facilidad, que tenía el comandante que parecía quien hablaba con el caía presa de un fuerte hechizo.

—Yo confiaba en ti, nosotros éramos amigos, yo creí que me ayudarías a liberarme de las cadenas que se ciernen sobre mí, no que me pondrías unas nuevas.

La puerta se abrió con un sonido mecánico, un silbido hidráulico, señal inequívoca de que su destino estaba echado, tendría que cumplir su palabra, darle a Leo aquello que le prometió.

—Como soy tu amiga, es que hago esto…

Pudo ver a Leo, sentado en el trono que Claudius se hizo construir en su cubil, debajo de su bota se encontraba el casco de Mumm-Ra, pero no podía estar seguro si la criatura estaba muerta, o seguía con vida, ni siquiera si su compañero estaba consciente de su presencia en esa sala, de la forma en que Panthera le arrastro para verle, ni de su miedo.

—¡Es un león! ¡Un maldito león!

Fue lo único que se le ocurrió pronunciar, respirando hondo, como si eso pudiera explicar su desagrado por el comandante, uno aprendido, para los ojos de Panthera, notando que Leo seguía imperturbable, la mancha negra de la piedra de guerra estaba abierta, mostrándole imágenes de distintos futuros, de distintos presentes, ajeno a lo que ocurría en ese momento, en esa misma habitación.

—Algún día comprenderás que esto es lo mejor, alejarte de los cuatro espíritus del mal, protegiéndote en la luz del gran rugido, esta emana de Leo, así no podrán verte, Leo cuidara de ti.

Panthera le obligo entonces a hincarse enfrente de Leo, golpeando su rodilla, sin lastimarle, pero si logrando que perdiera el equilibrio, sus ojos dorados fijos en el comandante, que parecía estaba soñando, sin cerrar los ojos, el azul de sus pupilas nublado, tal vez, había perdido la razón.

—¡No quiero que un león cuide de mí! ¡No quiero que nadie cuide de mí!

Fue lo único que alcanzo a pronunciar, cuando escucho que Panthera comenzaba a dejarles solos, aun hincado enfrente de su compañero, del comandante que poco a poco comenzaba a reaccionar, su aroma, su esencia, llamándolo a la realidad.

—Lo lamento Tygus, pero así debe ser.

Panthera le dijo, cerrando las puertas con una nueva contraseña que Tygus no conocía, quien comenzaba a levantarse, alejándose de Leo, quien abrió los ojos, mirándole con extrañeza.

—¿Tygus?

Levantándose de su trono, como si no comprendiera que estaba haciendo allí, recorriendo su mejilla con las puntas de sus dedos, con una sonrisa que le hizo sentir vulnerable, ansioso por salir de allí, a causa de la pureza que reflejaba.

—Al fin estas aquí…

Una expresión completamente diferente a la que recordaba, a las que siempre utilizaba cuando estaba fingiendo indiferencia, una sonrisa real, que no pudo mas que encontrar hermosa, en el bello rostro del joven león que le miraba como si fuera el mayor tesoro que jamás existiría.

—Conmigo.

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Tygus escuchaba a Leo moviéndose al otro lado de la habitación, él también tenia que estar preparado para la gran ocasión, vistiéndose con una armadura de color azul, una pieza primitiva de armadura, o en todo caso, moderna, puesto que esa civilización parecía haber involucionado.

—¿También buscaste ropa adecuada para esos cachorros?

Leo sopeso esa pregunta, dejando su melena suelta, notando la forma en que Tygus le miraba, usando el espejo en donde se veía reflejado con su elegante ropa de corte, un atuendo que esperaba no utilizaría durante toda la noche.

—No tengo que hacerlo, ellos son príncipes, fueron educados para comportarse como felinos débiles, no conocen nada del trabajo duro ni de oscuras decisiones, han tenido una vida por mucho, más fácil que la nuestra.

No eran esclavos, al menos, el joven león no era un esclavo, el tigre por otro lado fue arrebatado de su familia, de su clan, para que el padre de su compañero, que también era su hermano, les brindara ayuda, salvara sus vidas de una enfermedad que se empecinaba en atacarlos con demasiada saña.

—Así que supongo sabrán elegir ropa adecuada para la celebración de esta noche, una que le hará ver a la población quienes son sus salvadores.

Otra celebración, en una noche como esa, porque Leo comprendía que los felinos, cualquier clase de población amaba el entretenimiento y la comida, mucho más en esos momentos tan oscuros en que habían perdido todo, en los cuales necesitaban un héroe.

—¿Los leones?

Preguntó, aunque ya sabia muy bien cual era la respuesta, siempre eran ellos, los leones, logrando que su compañero sonriera extendiendo los brazos, quien más podría serlo, quien más querría esa carga o tendría la fuerza para mantener a un portador del don a su lado, un Tyaty, un orgulloso tigre que nunca se rendiría, que jamás aceptaría que su lugar era con él, que lo mejor era permanecer unidos.

—Sus reyes, los señores de Thundera y amos de la espada del augurio.

Tygus permanecía tranquilo, Leo nunca cambiaria, supuso, retrocediendo un solo paso cuando avanzo en su dirección, sosteniendo sus hombros, para poco después acariciar su mejilla, perdiéndose en el color de sus ojos.

—Guardianes de los Tyaty.

Leo beso entonces los labios de Tygus, con delicadeza, pero sin dejar a dudas que era su amo, su señor, que su lugar era a su lado y eso nunca cambiaria.

—Tu esposo, que por fin te encuentra y no volverá a dejar que te marches de su lado, porque eso me rompería el corazón, me destruiría, Tygus.

Quien cerró los ojos recordando otra conmovedora charla, en la cual, este mismo león le obligo a participar, haciéndoles creer a todos los presentes, a cada uno de los animales que pudo presenciarla, que eran aliados, que siempre habían planeado esa charada, no que se trataba de su prisionero y que no tenía otra opción más que obedecer.

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—¿Por qué tienes estos grilletes en tus muñecas?

Leo parecía genuinamente sorprendido, presionando los botones adecuados para liberarlo de las esposas, acariciando sus muñecas poco después con sus pulgares, tratando de tranquilizarle con una de sus mejores sonrisas.

—Sí tu no eres mi prisionero…

Apenas había llegado con la piedra de guerra los animales lo habían rodeado y Leo le había dicho algo de un tigre subestimándolo, encerrándolo en una celda poco después, la misma de la que Shen, Rezard y Panthera le liberaron, para llevarle a rastras al cubil de su futuro amo, quien se nombraba a si mismo su compañero.

—Fuiste muy claro Leo, esa ultima reunión, nadie puede brindarme ayuda y yo tengo que cumplir mi promesa, tu me la harás cumplir.

Esa respuesta pareció sorprenderle, como si nunca hubiera pasado por su mente el tener que forzarle, en cambio, seguía acariciando sus muñecas, para regresarle la circulación, con una expresión que podría ser de sincera preocupación.

—Panthera te trajo aquí, yo le dije que lo hiciera, pero no para lo que tu crees, como te lo dije, compartir mi cama contigo será el premio que tendremos cuando por fin tenga mi victoria.

De que otra victoria podría estar hablando se pregunto el tigre, sintiendo las caricias de Leo recorriendo su mejilla, su cuello, con la misma delicadeza con la que siempre le tocaba, sus ojos azules no demostraban el deseo que sentía por él, nada, excepto el hecho de que se encontraba en lo que bien podía ser su sala del trono.

—Yo… yo nunca te forzare a compartir tu lecho conmigo, de hacerlo, no sería diferente a esa cosa, a ese saco de huesos, pensé que lo entendías, que lo había dejado claro.

Si eso era cierto, porque lo encerró y donde se encontraba su clan, que había pasado con ellos, preguntas que Leo respondería a su debido tiempo, sin embargo, en ese instante, lo que debían hacer era una demostración de poder, él tenia las piedras de guerra, su compañero estaba a su lado, Mumm-Ra había sido derrotado, pero, no quería que los animales comenzaran a pelear entre ellos antes de comprender quienes eran sus líderes.

—Nuestros aliados esperan una explicación, deben escuchar acerca de los esfuerzos que has realizado, de tu valentía y de como lograste engañar a Lord Mumm-Ra, para poder traerle a tu compañero las piedras de guerra.

Un discurso, Leo estaba preparado para realizar un discurso en donde le haría estar a su lado, como si fueran compañeros, como si le quisiera supuso, una mentira, porque él enaltecería sus actos que no eran más que egoístas.

—Tengo preparado el discurso, he hablado con los lideres de los animales, aun con ese viejo y testarudo tigre, Tykus, todos están de acuerdo conmigo, yo me quedare las piedras, la computadora central y tendré a mi compañero, eso es lo justo.

No creía que Tykus hubiera aceptado esas condiciones, mucho menos los animales, así que Leo les obligo a ceder ante sus caprichos, pero por qué razón, se preguntó en silencio, sin moverse, ni alejarse del astuto león.

—Los animales tal vez han cedido a tu locura, Leo, pero los tigres no lo haremos, nuestro orgullo y nuestro honor, no nos lo permitirían, de eso estoy seguro, además, Tykus no me abandonaría a mi suerte, él no me dejaría solo con uno de los tuyos.

No lo hizo al principio, hasta que Bengalí tuvo que sedarle, ese anciano tigre moriría antes de abandonar a su alumno en sus garras, o eso fue lo que dijo, como si creyera que él se atrevería a hacerle daño, pero lo que no sabía era que su campaña no había hecho mas que comenzar, su gran victoria ocurriría el día en que por fin Tygus se rindiera ante él, como su único salvador.

—¿Con un león? O ¿Con un felino enamorado?

Tygus no quiso responder aquella pregunta, no aceptaba que se tratara de un felino enamorado, no creía en sus buenas intenciones, pero no era su culpa, debía aceptar que todo ese tiempo se había comportado como todo, menos alguien digno de su amor.

—Además, es mucho más dulce en una cama, cuando mis amantes vienen a mí, aceptan el amor que deseo brindarles…

Leo restregó su cabeza contra la suya, un movimiento primitivo, sosteniéndole de la cintura para que no tratara de alejarse, sonriendo cuando no se movió y lo único que hizo fue verle, preguntándose si acaso podía confiar en él.

—Como veras, soy muy diferente a mi padre, yo nunca trataría de forzarme en tu cuerpo, ya no soy ese pequeño salvaje que intento morderte en su primer enfrentamiento, aunque, tampoco diré que me arrepiento de haberte dejado mi marca.

Tygus no lo rechazo, permitiéndole rodear su cintura, besar sus mejillas, así como acariciar su espalda, ronroneando quedamente, como si ese acercamiento fuera suficiente para él, que no había dejado de acosarlo en esa nave, cuando llevaban meses alejados.

—Lo mejor será que vayas a ver a Tykus, estoy seguro de que ese anciano se pregunta por ti y comenzará un alboroto si no se asegura de que estas bien, con el felino que te ama, pero antes, debemos dar nuestro discurso, eres después de todo, uno de los más grandes héroes de Thundera, aunque siempre tiendes a menospreciarme.

El tigre quiso negar esas palabras, pero no pudo, Leo no se lo permitiría, mucho menos los dedos en sus labios, ni aquella sonrisa real de nuevo, no aquella casi demente, sino una llena de paz, de tranquilidad, que le hacia sentir seguro, cuando ese sentimiento era completamente ajeno a lo que recordaba sentir a su lado.

—Tu y yo, haremos grandes cosas, Tygus, seremos recordados por siempre.

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Tygus sintió el brazo de Leo rodear su cintura al mismo tiempo que le sostenía de su mano izquierda, para besar su dorso, de nuevo ronroneaba, mostrando esa sonrisa que solamente él podía ver, la real y no la forzada.

—Mi Tyaty, es momento de partir, nuestra celebración nos espera.

El tigre asintió, no le quedaba otra alternativa y Leo tenía razón, debía ser reconocido como uno de los héroes de Thundera, para que pudiera deambular a su antojo, no deseaba ser un prisionero, tampoco podía levantar sospechas, si deseaba poder acercarse al príncipe Tygra sin que su león pudiera vigilarle.

—Sí, supongo que tienes razón.

Fue su respuesta, dejándose guiar por Leo, quien caminaba conduciéndolo por los pasillos de su castillo, el que construyo con tanto esmero para su descendencia, la que sabía tendría al escuchar las visiones de Akbar, ese sabio elefante que fue su guía por mucho tiempo antes de que su tigre llegara a sus brazos.

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Claudius le había llevado a ver al elefante cuando era un cachorro, no sabía con qué motivo lo hizo, pero sus visiones le mostraban un futuro brillante, sobrepasaría a su padre, sería amado y respetado, un héroe, una guía, tendría un compañero al que amaría más que nada, que lo amaría aun más que eso.

Un futuro hermoso, que tal vez despertó los celos de su progenitor, que ya le odiaba, que premiaría con el liderazgo a cualquiera de sus hijos que pudiera cumplir su milagro, este era matarlo.

Un padre amoroso, un padre que le amaba como a nadie, un padre digno de admirar, eso era lo que Akbar dijo que sería, no lo que Claudius sería para él, ese león enorme que le causo tantas penurias, que le llamo Leo, porque ni siquiera pensó en un nombre apropiado para él, solamente le llamaba león, como a un lagarto le llamaría lagarto o a una rata por lo que era, a pesar de ser el hijo del comandante, su nombre era idéntico a esos de los felinos sin clan, los que no eran nada, que morirían pronto, eso esperaba su padre, por eso nunca le puso su nombre, no se lo merecía.

Pero aun así Akbar le hablo de su grandeza, de su futuro brillante en la compañía de la persona que amaba, sin embargo, cada vez que le visitaba para escuchar esa hermosa mentira, un poco más era revelado.

Hasta que escucho una parte que le atormentaba a cada instante, esa era, que estarían juntos hasta que su muerte los separara, su compañero sería feliz por todo ese tiempo, pero no lo sería por siempre, porque una vez que los años pasaran, que su cuerpo marchito dejara de respirar, Tygus tendría que olvidarle, de alguna forma su compañero alcanzaba la inmortalidad.

Leo temía saber de qué forma, Mumm-Ra, la criatura decadente lo ataría a su existencia con magia negra, finalizaría el hechizo que le convertiría en su esclavo y cuando eso pasara, su compañero no podría morir, no conocería el descanso.

Pero él busco toda clase de información en la computadora central, en los viejos libros almacenados en su memoria, encontrando la forma de imitar aquella maldición que usaría la criatura para robarle el alma de su compañero, su vida, atándola a la suya.

Sólo que, el no tenía ni una pisca del don, de la maldición que atormentaba a su compañero, no poseía la facultad para caminar entre los dos planos, nunca lo tendría, pero su tigre si le poseía, su amado era dotado en esas artes, había estudiado bajo la tutela de la criatura, su amado tigre podría realizar ese hechizo, aun sin darse cuenta.

Porque si se ataba a su existencia, en ese caso, la criatura no podría atarlo a la suya, esa clase de lazos únicamente se forjaban una vez en una eternidad, en un plano de existencia, usarían a los cuatro espíritus del mal, al gran rugido, que era encarnado en las piedras de guerra, en el ojo del augurio, que le mostraba tantos futuros posibles como gotas había en el mar.

En uno de ellos tendrían felicidad eterna, eso era lo que deseaba, eso era lo que tendría, pero antes debía convencer a su compañero de entregarse a él por su propia voluntad, de forzarle, su única oportunidad se perdería y Mumm-Ra podría transformarlo en su soldado, uno que comandaría a un obeso lagarto, un buitre, un mandril, un chacal anaranjado, un salvaje dientes de sable y una mujer, un puma.

La mujer que había observado en la sala de la colección de Mumm-Ra seguía presente en sus sueños, en sus visiones, aun le aconsejaba como salvar a su pequeño, comprendía que se trataba de la madre de su compañero, una mujer hermosa, cuya historia desconocía.

Leo se encontraba sentado en una tienda finalizando los últimos retoques a las murallas de su ciudadela, el mismo estaba supervisando la construcción del cubil felino, los planos estaban en su mesa, una cama muy incomoda era el sitio en donde había dormido desde que escaparon, una pocilga que no podía albergar a su compañero, pero si su castillo que ya solo debía ser habitado, las alas principales por él y su tigre, el que huyo junto a los suyos, apenas tuvo la oportunidad, creyendo que podía engañarlo, que no sabía que a la primera oportunidad trataría de marcharse.

Y lo mejor era mantenerlo lejos, no quería hacerle daño, al seguir los consejos de un objeto inanimado, que pensaba estaba vivo, que tenía una voluntad propia, eso era la espada del augurio que de alguna forma compartía su odio por la criatura.

La espada del augurio cada día que pasaba era mucho más ruidosa, sus visiones mucho más oscuras, algunas ocasiones podía ver a su compañero siendo leal a la criatura, otras enfrentándose a ella, otras más portando un collar que le alejaba de su cariño, pero las que más le dolían eran esas en las que le veía con un cachorro de león, seguro de que era su descendencia, esas eran las que le costaban mucho más trabajo controlar.

Porque sabía exactamente dónde estaba escondiéndose su tigre y sería demasiado fácil ir por él, traerlo de regreso a sus brazos, sin embargo, esta ocasión sería el quien asistiría a su encuentro, quien suplicara por su auxilio, por su socorro, esa sería otra pequeña victoria.

—¿Qué ocurre Panthera?

Ella no era su esposa, ni su concubina, tampoco era conocida como su amante, no, Panthera tenía un titulo mucho más importante aún, ella era la General de todos sus ejércitos, mano derecha del señor de los Thundercats, dirigente de las fuerzas felinas, un puesto al que muchos mestizos no podían acceder, porque los estúpidos preceptos de la criatura los veían como entes inferiores.

—Nuestros vigías creen que algo grande pasa en el territorio de los tigres, la construcción de la ciudad de los chacales sigue en pie, pero…

Leo se levanto de golpe, deseoso de escuchar lo que Akbar le dijo que pasaría, el sabio elefante que había escapado, borrando su rastro de una forma en la cual un animal tan viejo y tan grande no podría lograrlo, de no obtener ayuda de otros más.

—Las cuevas que han seleccionado para dar cabida a sus construcciones han comenzado a mostrar unas pinturas de color negro, parece que han contraído lo que le inyectaste a Tygus aquella vez.

Su tigre había sobrevivido, después de varios días de cuidados médicos intensivos, aquellos tigres en aquella precaria situación, era imposible que pudieran resistirlo.

—Eso fue para protegerlo de la criatura.

Panthera asintió, en aquellos días la criatura deseaba un poco más que solo atosigar al tigre, quería comenzar con sus juegos, torturarle un poco para que su energía fuera mucho más pura y eso únicamente pasaba con el dolor, así que mientras más sufriera, su energía sería mucho más pura.

—¿Qué haremos?

Leo suspiro, tampoco permitiría que toda una raza felina perdiera la vida porque no deseaban su ayuda, si se las brindaba, tendrían que aceptar que no sobrevivirían solos, que necesitaban de los otros felinos para resistir.

—Tygus es inmune, pero los otros no, y ellos también son felinos, debemos ayudarles, aunque no lo acepten en un principio, tenemos que salvar sus desagradecidas vidas.

Panthera asintió, pero antes de que pudiera ordenarles a sus soldados que comenzaran a buscar provisiones, empaquetarlas y cargarlas a los tanques, ya que Thundera estaba prácticamente terminada, escucharon un pitido, una ligera alarma, que llamo su atención de momento.

—¿Qué es eso?

Leo sonrió, buscando su regalo, admirándole como si se tratase de la llave a la felicidad, relamiéndose los labios, su compañero trataba de llamarle, hacerle ir a su encuentro, lo necesitaba y él, no lo haría esperar más tiempo.

—Tygus, mi compañero me llama, está clamando por mí.

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Leo se sentó a la mitad de la mesa, Tygus estaba a su derecha, junto a él los príncipes, a la izquierda del milenario guerrero estaba Pumyra, Grune y Cheetara, la ultima guardaba completo silencio, ataviada con sus ropajes tradicionales.

Los felinos estaban contentos, como si pudieran olvidar las ultimas horas de pesadilla, había comida, baile, fogatas, todo alrededor suyo, la comida que servían era un manjar, la música, era en verdad un glorioso festejo.

Pero Leo no podía pensar en nada mejor que estar sentado en compañía de su tigre, rodeado por su gente, quienes comprendían que no les fallaría, era un buen líder, un gobernante piadoso, así sería Lion-O, con la educación necesaria, pero de negarse a escucharle, entonces, Grune tendría que ser su heredero.

Ignorando que entre los felinos que festejaban, comían y bebían, había un león azul, cabello blanco, ojos rojos, el que cruzo su mirada con el tigre dientes de sable, que le reconoció en ese preciso momento, con la puma, para después fijar su vista en el tigre de mayor edad, ese que tenía ojos dorados, que se veía desearía estar en cualquier lugar, menos esa mesa.

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Leo fue quien se encargó de la misión de rescate, dejando a Panthera a cargo de los últimos detalles de su ciudad, deteniéndose cuando vio una bandera que significaba enfermedad, posando su mirada en su tigre, que vestía unos harapos que en algún momento fueron piezas de un uniforme militar, según parecía, su apresurado plan de escape, no funciono como esperaban o tal vez eran los elementos que los rodeaban, después de todo, los tigres eran criaturas nacidas bajo el amparo del frio, pero lo necesario para subsistir no.

—Tygus…


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