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TU RASTRO SOBRE LA NIEVE por NYUSATSU NO AI

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Notas del capitulo:

Siempre lo primero, lo imborrable para el otro… es hacerlo feliz.

GIANMARCO

 

Había estado llorando hasta que dormitó por un rato, casi una hora. Le mantuve entre mis brazos, acurrucándole, en un tonto afán por hacerlo sentir un poco mejor y para menguar mis propias culpas. Pero pasado este tiempo, comenzó a mostrarse inquieto hasta que finalmente se removió entre mis brazos y se talló los ojos con pereza.

– ¡Hola! – Le saludé en un susurro, mientras le dejaba un beso casto en la frente – ¿Cómo estás?

– Fuera de tu alcance… – Respondió con sarcasmo y en cuanto lo vi sonreír, sentí que pude volver a respirar con normalidad. Era sin duda alguna, el majadero más grande del mundo pero prefería mil veces verlo como comportándose así que mirarlo triste.

– Eso fue muy cruel… – Me quejé y fingí melancolía. Samko acarició mi rostro y continuó sonriéndome.

– Eres muy mal actor, Lusso. – Dijo mientras se acomodaba entre mi pecho. 

– ¿Sam?

– ¿Uh…?

– ¿Me perdonas?

– Ya lo olvide…

– Eso no fue lo que pregunté… – Lo enfrenté y tuve que hacer un poco de espacio entre nosotros para poder mirarlo a los ojos. – ¿Quiero saber si me…?

– ¡Callate y besame! – Me interrumpió – No tengo nada que perdonarte… – Susurró mientras enredaba sus brazos alrededor de mi cuello y me halaba hacía él. – Eres al único al que puedo disculparle todo, mi excepción favorita, la única regla que estoy dispuesto a romper las veces que sea necesario. – Podía sentir su respiración tibia en mi rostro y la forma en la que sus labios rozaban muy ligeramente los míos mientras hablaba y por la forma en que pronunciaba cada palabra me hacía sentir alagado. –Todo eso a lo que me he negado, lo inimaginable, eso a lo que dije “nunca más”… lo haría de nuevo. Hoy, mañana, cada día de la semana si es necesario, y sobre todo si se trata de ti.

– ¿Y él? – Pregunté y en cuanto lo hice me arrepentí, no deseaba que volviéramos a discutir, pero en mi interior, eso que había dicho de no querer compartirlo con nadie más, era verdad.

– No deberíamos hablar de él ahora… – Susurró y se mostró aprensivo para no mencionar su nombre. Pero lo que sí hizo incluso con exceso de confianza, fue presionar sus labios contra los míos en un beso ruidoso e infantil. – En esta casa, en este cuarto, en esta cama y estando entre estos brazos… – Agregó mientras sus manos se soltaban de mi cuello y se aferraban a mis brazos que aún lo envolvían. – Yo solo te pertenezco a ti… ¿Acaso no es suficiente?

Debería decirle que sí, y olvidarme de todo esto, porque decirle la verdad, decirle que… ¡No! Que estaba muy lejos de ser suficiente. Hubiera sido el inició de otra guerra. Pero tampoco quería mentirle.

– ¿Es suficiente para ti?

– ¡No, por supuesto que no! – Aseguró – Jamás obtengo suficiente de ti, aun si me lo me das todo, yo siempre querré más… – Lejos de ser la respuesta del chiquillo mimado que tanto Damián como yo habíamos creado, fue el comentario más formal y serio que le había escuchado decir en mucho tiempo. – Pero es un gran avance… – Agregó y continuó en la misma postura – Puedo ir tan lento como lo necesites, si a cambio, me das la esperanza de que tal vez, lleguemos lejos.

– ¿Lejos? – Una de mis manos caminó hasta el primer botón de su camisa y sin reparos lo desabrochó, para de inmediato, continuar con el siguiente. – ¿Qué tan lejos? – Canturreé sobre su oreja y lo sentí estremecerse. No soportaba verlo actuar tan formal, me excitaba demasiado. Me reí y solo para obtener más de aquello, lamí y le mordisqueé a placer el lóbulo de su oreja, mientras hacía contra peso para acodarme sobre él y apresé sus piernas entre las mías. – ¿Le serias infiel… conmigo?

Samko buscó mis ojos y en los suyos pude ver la incredulidad que mis palabras le habían producido. – ¿Le serias infiel por amor? ¿Por mi amor?

– No lo has entendido… ¿cierto? – Me detuvo.

 Y aunque creí que me apartaría, que quizá se había enojado o que mi ofrecimiento le había ofendido, pero contrario a todo, solo se incorporó y retiró mis manos de su camisa, para desabrochársela por él mismo. El castaño de sus ojos parecía dilatarse al ritmo de sus palabras y la forma tan sutil pero sugerente con la que se movía debajo de mí, incrementaba mis ansias, me seducía.

– Lusso… tú me tienes porque quieres y a él… me atá un sentimiento que no es correspondido. – Hubo pesar en esa declaración y sin embargo, Samko trato muy bien de ocultarlo. – Con él cada día es una batalla… contigo, todos los días son domingo. Las únicas guerras que libramos son las de nuestras ansias y la de tus besos. Y me fascinan… Soy capaz de todo con tal de no renunciar a esto, de no renunciar a ti…

Samko era el sueño que tuve mientras estaba despierto, él tenía esa chispa capaz de hacer arder mi cuerpo. Se había metido en mi vida, en todos mis pensamientos hasta volverse parte de mi mundo. Y yo en cambio, le he dado mi amor, pero medido. En pequeñas dosis por miedo a aburrirlo, por miedo a enamorarme perdidamente otra vez. Y sabía perfectamente que él no necesitaba a su lado alguien cobarde, porque Sam no lo era. ¿Qué es lo que debería hacer? Supongo que por ahora, bastaba si intentaba compensarlo por el mal rato que le había hecho pasar.

Con muy poca delicadeza lo obligué a recostar por completo la espalda sobre el colchón, y montándome sobre su hombría, embestí lentamente hacia adelante, Sam gimió bajito y se mordió los labios mientras me miraba con aprensión. Mentalmente intenté recordar todas las veces que habíamos hecho esto y resultó que ninguna, tal vez por eso, él estaba tan sorprendido, como muy internamente, también lo estaba yo.

Volví a moverme pero un poco más rápido, mientras lo sentía agitarse y de la nada, su mirada se suavizo hasta volverse suplicante, quería que continuara. Y se lo concedí.

Seguí moviéndome, disfrutando de sentir como se excitaba y como su virilidad se endurecía debajo de mí. Sus ojitos entrecerrados y la forma en que sus cabellos se mecían al ritmo de mis movimientos, lo hacían lucir mucho más adorable. Y no pude evitar reírme con cierta malicia. Esto no era nada en comparación con lo que planeaba hacerle y su rostro ya estaba completamente enrojecido hasta las orejas.

Sin dejar de moverme me desanudé la corbata y tomando su mano izquierda la até cuidando de no apretarla demasiado, entonces me incliné hacía adelante y busqué sus labios. Mi lengua entró feroz en su boquita, como queriendo envenenarla, seduciendo a la suya que en un primer momento se había mostrado tímida, pero que no paso mucho tiempo hasta que comenzó a enredarse con la mía. Sus besos húmedos eran adictivos para mí, una deliciosa droga que no me permitía mantener mi boca alejada de sus labios.

Pidió un poco de espació para poder respirar y aproveché ese momento para lamer la saliva que escurría por sus comisuras… Delicioso, todo en él era delicioso. Estaba agitado porque le resultaba cansado el tenerme sobre él, mi peso lo agotaba, pero ese era su pequeño castigo por ser tan lindo.

– ¿Lusso...?

– ¿Quién es mi perverso favorito? – Le pregunté, mientras volvía a su boca. Pero no fue para acariciar sus labios, sino para morderlos. Sam se quejó por lo bajo, pero en el fondo ambos sabíamos cuánto le gustaba sentirse dominado. – ¿Quién…? – Insistí y me le quité de encima solo para acomodarme entre sus piernas, colocando cada una a mis costados y recorriéndolas con mis manos. Pese a que siempre anda por la vida coqueteándome, cuando las cosas se ponen serias él comienza a mostrarse pudoroso. Le da por sufrir el mal del mutismo y le entran unas tremendas prisas por alejarse de mí. – ¿Quién tiene el poder de desatar toda mi locura? – Se vuelve imposible sacarle una declaración cualquiera. – ¿Quién es el que llena mi mundo de alegría y de fantasía? – Su mente parece bloquearse y los ojos se le llenan de lágrimas, pero no son de tristeza. Él llora para mí, porque sabe lo mucho que amo ver sus ojitos vidriosos, me seduce y lleva mi paciencia hasta el límite. – ¿Quién logra que me pierda en su sonrisa? – Y como casa vez que menciono su sonrisa, su mano derecha viaja hasta mi quijada y con su dedo índice acaricia mi barba, haciendo pequeños círculos. Y sonríe, tal y como lo he sugerido. Y mientras lo pensaba lo vi hacerlo y recordé las palabras de Linda, es verdad y puedo decir con orgullo que nadie lo conoce mejor que yo, sus reacciones a la hora de amarnos, las conozco de memoria y las añoro. – ¿Quién está apunto de pedirme que lo ate a mi cama y me lo coma a besos?

– A-atame a tu cama… – Alcanzó a decir con voz entre cortada. – Y tocame, sacúdeme… sedúceme.

– ¿Quieres jugar?

– Yo soy el juego… juégame…

Mis labios posesivos bajaron por su cuello, besando y chupando esa piel suave, mi lengua sintiéndose celosa recorrió toda su anchura, humedeciéndolo, probándolo. Pero quería más, lo necesitaba, y con eso en mente, bajé por su clavícula y mordí muy ligeramente esa zona, mientras mis manos luchaban por quitarle el cinturón.

Samko buscó de nuevo mis labios y no pude resistirme a esas curvas hinchadas y enrojecidas de tanto que se los mordía. Volví a sus labios como el alcohólico que recaé en día domingo y los bese con devoción, recorriéndolos, acariciándolos, gravando en mi memoria cada milímetro de esa húmeda piel, succionando y mordiendo sin llegar a lastimar. Su aliento tibio tenía un sabor dulce, casi afrodisiaco que despertaba mis sentidos y los envolvía en un éxtasis descontrolado.  

El cinturón cedió y con él también lo hizo la cremallera. No hubo objeción cuando lo levanté ligeramente por la cadera para poder bajárselo, pero si se quejó cuando me separé de sus labios y con su mano libre trató de atraerme de nuevo, pero logré sujetarla antes de que me alcanzara y entrelacé sus dedos con los míos.

Tuve que soltar temporalmente la que ya tenía amarrada y tomándolo por la cintura, lo arrastré hacía la luna de la cama, acomodándolo entre las almohadas para que estuviera cómodo y también, para poder pasar el otro extremo de la corbata alrededor de los soportes de la cabecera.

Finalmente até su otra mano, dejándole muy poco espacio para que pudiera moverse. Samko estaba tan distraído, perdido en su mundo de placer que no lo notó, hasta que quiso abrazarse a mí y no pudo hacerlo.  Entonces, sorprendido, comprobó por el mismo que todo esto, realmente estaba sucediendo.

Con respeto separé un poco más sus piernas, solo para acomodarme mejor, de tal manera, que pude inclinarme un poco y mi lengua recorrió desde su ombligo hasta la manzana de su cuello. – Esta es la única que mordería, aunque estuviera envenenada… – Le dije y aun en medio de sus estremecimientos y de los ruiditos que comenzaba a hacer, sonrió. Entre otras cosas, él sabía que las manzanas no me gustaban porque me producían alergia.

Sus mejillas rojas llamaron mi atención y pellizqué de manera cariñosa una, tal y como lo hacía cuando él era un chiquillo, no hace muchos ayeres.

– ¡No, Lusso! – Se quejó, mientras movía de un lado a otro la cabeza – Eso duele…

– Y esto… – Quise saber y Sam siguió con la mirada el recorrido de mi dedo hasta su pezón derecho, era una de sus partes sensibles, lo sabía porque en el pasado no había una parte de su cuerpo que no hubiera estimulado, aunque nunca lo había hecho propiamente con mis manos. Para eso teníamos los juguetes que el propio Sam había elegido. – ¿Crees que te duela menos si lo hago con mis labios? – No le di tiempo a responder y acercando mi rostro apresé esa punta erecta. Él se removió con violencia debajo de mí, y dijo algo que no le entendí, porque había salido junto con un gruñido ronco y demasiado masculino, incluso para mí. Mi lengua sintió curiosidad y mojándolo comenzó a hacer círculos alrededor y cada cierto tiempo le permitía a mi boca succionar.

– ¡Sí! ¡Así…! – Gemía y casi se restregaba sobre el colchón. – ¡Oh, sí! También el otro… ¡Ah!

– ¿Te gusta?

– ¡Me encanta! – Respondió de inmediato y mis labios se abalanzaron al que aún no había sido atendido, mientras llevaba hasta sus labios mi dedo índice y cordial.

– ¡Lamelos! – Apenas y levanté un poco el rostro para ordenárselo y él, de manera obediente, empezó a humedecerlos con su lengua. Cuando estuve satisfecho con su trabajo, los bajé y pude atender ese par de motitas rosadas al mismo tiempo. Con mis labios y mis dedos le arranqué osadamente todos los gemidos que quise.

Seguí bajando por sus costados, ambicioso de todo ese cuerpo que se entregaba sumiso a mis ansias. Mis manos acariciaban lo que seguidamente mis labios besarían, como si fueran marcando el camino que debíamos seguir. Me detuve en su vientre y con toda la calma del mundo, mi lengua se paseó entre cada uno de sus músculos perfectamente marcados. Samko intentaba fundirse con el colchón, en un vano intento de salvar algo de espacio, o arqueaba la espalda pretendiendo escapar, pero las ataduras en sus manos y mis brazos entorno a sus muslos, lo mantenían fijo sobre el colchón.

Llegué hasta su vientre bajo y mis dedos jugaron con el elástico de su ropa interior, mientras iba dejando suaves besos por esa zona.

Lo sentí temblar y eso me distrajo temporalmente de mi empeñosa tarea. Y lo agradecí, porque la vista que obtuve fue simplemente esplendorosa, lo primero que alcancé a apreciar, fueron sus manos empuñadas, la cabeza la había aventado ligeramente hacía atrás, dejándome ver el movimiento precipitado de su pecho, que subía y bajaba con rapidez, debido a lo agitado de su respiración. Sus ojos estaban completamente cerrados e incluso los apretaba con fuerza y se mordía el labio inferior, supongo que para no dejar escapar esos jadeos y gemidos que de todos modos podía escucharle.

– No te muerdas… – Le susurré, mientras a propósito me froté contra su cuerpo, pasando mi pecho por sobre su hombría, su vientre y así, hasta que nuestros rostros quedaron de frente. – Vas a lastimarte. Además, estos labios bonitos, solo yo los puedo morder. – Intentaba calmarlo, y aunque lo bese con suavidad, él resultó demandante, necesitado. Sus labios se amasaban contra los míos de manera desenfrenada y poco delicada.

Fue un poco complicado, porque no quería aplastarlo, él no pretendía soltar mis labios y mis manos ya andaban caminándolo por esa parte en la que nos habíamos quedado. Primero fue solo sobre la tela, comencé a frotarlo, reconociendo por primera vez, un camino que era nuevo para ambos. Samko gimió en mi boca cuando sintió mi mano envolver su hombría. Y a ese le siguió otro gruñido que me erizo por completo. Por primera vez, hizo un intentó real por soltarse y al no poder hacerlo sus ojos me miraron suplicantes y desbordantes de lujuria. Su cuerpo se había cubierto de una ligera capa de sudor que perlaba su piel nívea. Y que importaba si afuera nevaba, aquí adentro, ambos estábamos quemándonos.

– Voy a darte una razón más para que te quedes conmigo… – Agregué y deje un beso fugaz en sus labios, al mismo tiempo que ponía otra almohada a la altura de su cabeza. – ¡Mirame hacerlo! – Con una habilidad que no me conocía, me deslicé devuelta hacía sus pies.

– Gianmarco… ¡E-espera!

Samko intentó cerrar las piernas, pero mis manos ya rodeaban sus muslos y fui besando esa parte que en el pasado solo había tocado, pero que era suave y firme, deliciosa al tacto de mis labios. Hice lo mismo con la otra, lamiendo y besando la parte interna de sus muslos. Entonces mi vista se clavó en lo que tan recelosamente se escondía bajo esa delicada tela, que retiré en menos de lo que esperaba.

Le dediqué una última mirada y encontré sus ojitos vidriosos. Le sonreí porque se veía encantador. Hasta aquí había llegado mi obstinación, todas ese veces en las que obligué a mi fuerza de voluntad a decir “NO”.

Tomé su hombría entre mis manos y miré complacido lo tan bien desarrolladito que estaba. Sam comenzó jadear y soltó una par de gritos desbordantes de éxtasis, mientras volvía a intentar desatarse, incluso quiso morder la corbata, pero mis nudos eran imposibles de deshacer. Lo dejé luchar, mientras yo devolvía mi atención a ese vaivén que mis manos tenían sobre su virilidad, y me encantó la sensación de que a pesar que su mente me diera pelea, tenía el control total de su cuerpo, que reaccionaba ante cada nueva caricia. Y planeaba continuar hasta que Sam no pudiera hacer otra cosa, sino gritar y gemir de placer.

Quería que traspasara los límites del placer, mostrarle ese mundo de sensaciones excitantes del que me había aferrado a mantenerlo ajeno, pero que ahora mismo, era yo quien le llevaba de la mano.  Quería hacerle de todo, llevarlo hasta donde él no pudiera soportar más, y luego, cuando se declarara a si mismo vencido… ir un poco más lejos.

Quería que se viniera una y otra vez, estimularlo hasta ese punto. Y en medio de mis pensamientos y la vista que Sam me ofrecía. Sentía mi propia excitación quemarme, mis latidos estaban disparados y me descubrí tan bañado en sudor como lo estaba él.

No quise dar tiempo a prerrogativas, acercando mi rostro lamí desde la base hasta la punta, y la respuesta no se hizo esperar, un gruñido se escuchó desde lo más hondo de su pecho, al mismo tiempo en el que arqueaba la espalda. Disfruté de lo que vi y también de su sabor, su textura y su olor. Seguí humedeciéndolo, de arriba hacia abajo y de regreso, mis manos estimulaban sus testículos y un poco más abajo.

Su cuerpo enteró se sacudió con tal violencia que pese a lo imposible del asunto, sentí que toda la habitación tembló. Sus muslos se tensaron y Samko gritó mientras literalmente, terminó en mí rostro. Eso había sido demasiado rápido y por ende inesperado, no lo vi venir y no tuve tiempo de retirarme.

– ¡L-lo siento…! – Lloró. Y bueno, me hubiera reído por lo tierno que se veía, pero solo hay algo peor que el jabón en los ojos, y es el ardor que produce el semen en los ojos. – ¡Lusso! ¡En verdad lo siento mucho! – A pesar de que las palabras se le atoraban en la garganta debido a lo agitado que estaba, intentaba calmarme, era lindo.

– ¡Tranquilo! – Le dije – Estoy casi bien… – Agregué mientras me cubría el ojo derecho, realmente ardía mucho. – No vayas a creer que te estoy haciendo “ojitos”, creo que estaré temporalmente imposibilitado para mirarte a mis anchas. – Gateé sobre la cama hasta quedar a la altura de su rostro. – ¡Voy a tener que castigarte por lo que has hecho! – Mi tono enérgico lo intimido un poco – ¡Limpiame! – Ordené y me acerqué más a su rostro.

– ¿Cómo lo hago? – Preguntó dándome a entender que sería muy buena idea si lo soltaba.

– ¡Lámeme! – Samko me miró reacio, con cara de que el semen no formaba parte de su dieta diaria. – Alguien tiene que hacerlo… ¿no?

– Pero…

– Sin peros… ¡Lamelo! – Exigí. Cerró los ojos con fuerza e hizo un gesto de total desagrado que me hizo reír. – ¿Cómo vas a ver dónde debes limpiar si cierras los ojos?

Muy a su pesar, se rindió y justo cuando más dispuesto a hacerlo, aproveché su distracción para girarlo de tal manera que quedara boca abajo.

Si tenerlo de frente a mí, completamente desnudo, era uno de mis más grandes sueños, tenerlo de espalda y en las mismas circunstancias, era la más deliciosa de mis realidades. Y de buena gana me hubiera aventurado a probar la piel de su espalda, sino hubiera sido que al girarlo, sus manos quedaron cruzadas y encimadas una de la otra, no había dejado suficiente espacio para que pudiera moverse y las ataduras, en su nueva posición, le estaban cortando la circulación y Samko se quejaba por ello. Sé que lo correcto hubiera sido soltarlo, pero contrarió a eso, me las arreglé para arrodillarlo sobre el colchón, de tal manera que sus muslos quedaran contra mis piernas, como sentado sobre mí.

Salvo quejidos y un mar de respiraciones entrecortadas, Sam estaba demasiado aturdido como para pronunciar palabra. Y me valí de esto para ir dejando un camino besos desde su lumbar hasta la nuca de su cabeza. Él temblaba debajo de mí y se erizaba con cada roce. Mis manos acariciaron sus costados, mientras mi lengua y labios devoraban el ancho y largo de su espalda. Entonces repetí mi recorrido inicial, pero ahora, empezando desde su cuello, su hombro, definiendo la curvatura de su columna, hasta llegar al cóccix.

– L-Lusso… ¡No! – Le escuché decir entre jadeos y he de confesar que ya extrañaba su voz – Ahí… ahí no. – Una de mis manos se apoyó contra su espalda y presioné ligeramente, de tal manera que Sam terminó apoyando el pecho contra el colchón, pero continuaba de rodillas. – ¡Por favor! ¡No!

– ¿Por qué no? – Le pregunté y mis manos ya rodeaban la delicada piel de sus nalgas.

– ¡Me da vergüenza!  – Declaró.

– No necesitas tus prejuicios conmigo, es más… voy a hacer que te olvides de ellos.

Alcancé a darle una ligera mordida a su nalga derecha mientras estrujaba con fuerza la otra entre mis manos. Él jadeó y se dejó ir hacia adelante aferrándose con ambos manos al soporte por el que había enredado la corbata.  

– ¡Por favor! – Volvió a suplicar, cuando sintió mis labios besándolo y tocándolo en esa parte. Sin pudor separé sus nalgas y mi lengua humedeció su entrada. Samko emitió un gemido señorial y tuve que aguantarme las ganas de reír, porque se me estaba escapando.

– ¿A dónde crees que vas? – Alcancé a sujetarlo por la cadera y lo obligué a arrodillarse de nuevo.

– Gianmarco… – No se iba a dejar, su voz sonaba asustada. Pero tampoco era que le desagradara del todo.

– Dame un momento. – Le pedí y me bajé de la cama, fui hasta el pequeño frigorífico que estaba en la contra esquina de la habitación, junto a las demás bebidas y en una vaso para wiski eché algunos cubitos de hielo, mientras los sacaba me topé con una botella de vino rosa, su favorito. Lo tomé también y me volví con los hielos y el vino, mismo que fui destapando y me empiné directo de la botella. Tanto besa y lamer me tenía sediento. – Mira que traje mi vida…

– Desátame Lusso, me duele mucho. – Lloró y nuevamente estuve tentado a hacerlo, pero lejos de eso, únicamente dejé el vaso sobre la cama y de un tirón lo hice volver a la posición inicial, de frente a mí. – ¡Por favor! – Volvió a pedir y vi que realmente estaba llorando. – ¡Me duele mucho!

– Mira que traje… – Le dije mientras mecía la botella frente a él.

– No me estas escuchando… – Se quejó.

– Fuerte y claro, mi vida, pero aun no quiero soltarte. – De nuevo bebí de la botella, pero en vez de pasármelo, lo mantuve en mi boca y acercándome a sus labios, apreté sus mejillas obligándolo a beber de mis labios. Se atragantó y parte de la bebida se desbordó por las comisuras de sus labios, sobra decir que no tuve problemas en lamerlas. Incliné la botella dejando caer un poco del líquido por su pecho y su estómago, y el contraste de su piel caliente con lo frio del vino lo hizo estremecerse.

Basta decir que bebí cada gota, no dejando que se desperdiciara ni siquiera una y nunca antes un vino me supo tan delicioso, como este que bebía de su cuerpo.

– ¡Dame! – Pidió.

– Eso intento…

– Me refiero al vino…

– ¡Ah, sí... claro! !El vino!

Con cuidado, acomodé el borde la botella entre sus labios y la incliné un poco para que pudiera tomarlo. Después de que consideré que ya había tomado suficiente, a propósito la incliné un poco más para volver a bañarlo.

Samko tiritó y me miró molesto. Me reí.

Tomé un cubito de hielo y acomodándome entre sus piernas, lo coloqué sobre su pezón derecho, mientras lamia el otro. Los gemidos volvieron a escucharse. Y continuaron mientras el hielo hacia círculos sobre su abdomen y su vientre, y a placer, mis labios recogieron esos pequeños rastros de agua que hacían lagunitas sobre su cuerpo.

Hasta que volví la vista a esa parte de su cuerpo, recordé el incidente de mi ojo, estaba vez no se repetiría. Agarré dos cubitos más y los dejé sobre su abdomen. Envolví su piernas con mis manos y tiré de él atrayéndolo hacía el borde la cama. Un gritó ahogado se le escuchó cuando sus manos se tensaron.  Bien, ya había sido suficiente de eso, deslizándome sobre su cuerpo, busqué sus labios y los acaricié con los míos. Sam me recibió con cierta reserva, pero cambió cuando se sintió liberado.

Con devoción bese sus muñecas al verlas enrojecidas, la corbata acabó en alguna esquina de la habitación. – ¿Te duele mucho, mi vida? – Le pregunté de manera cariñosa, mientras le miraba con ojos llenos de culpabilidad.

– Ya no… – Se limitó a decir. Pero se sacudió para quitarse el hielo que se deshacía lentamente sobre su abdomen.

– Entonces ponte cómodo…– Sin más volví a descender y sin preámbulos tome su hombría y la metí en mi boca. Mi lengua lo iba humedeciendo mientras lo metía y sacaba, a su vez, mis labios lo enfundaban comprimiéndolo muy ligeramente.

Alguien tocó a la puerta, pero de tan solo escuchar sus gemidos y gruñidos, además de otro gritillo ahogado, bastó para que no volvieran a interrumpir.

– ¡Diablos! ¡Lusso! – Dijo al tiempo que sus manos se aferraban a mis hombros y sus uñas a mi piel. – ¡Ah! ¡Detente! ¡Así… por favor! ¡Por favor! ¡Ya no sigas…! ¡Mmm! – Me reí por lo contradictorio de sus palabras y por la fidelidad de su cuerpo completamente ajeno a lo que se supone, intentaba detener. Samko se arqueó sobre el colchón porque mientras reía su hombría aún estaba en mi boca y las vibraciones guturales le resultaron un fuerte aliciente que lo llevó a terminar de nuevo y esta vez, sin accidentes y como chico bueno lo bebí sin desperdiciar nada.

– ¡Eso fue muy rápido! – Dije y aunque no era mi intensión, solo ligeramente a reproche. Sam no se tomó la molestia de responder y ha decir, ni siquiera estaba seguro de que me hubiera escuchado. – Mi vida… ¿estás bien? – Apenas y si alcanzó a mover el dedo índice y con una seña me dio a entender que sí. – ¿Has escuchado eso de que la tercera es vencida?

Literalmente intentó huir y al darse cuenta que no llegaría muy lejos, empezó a aventarme las almohadas, mientras intentaba cubrirse con el edredón.

– Alejate de mí… – Ordenó. Y yo no pude más que sonreírle.

Me senté en la orilla de la cama, viendo hacía él, quien estaba escondido en la contra esquina, lo más lejos que pudo de mí. Alcancé la botella y volví a beber, mis ojos no se apartaban de su rostro y el no perdía detalle de mis movimientos.

– Samko… – Hablé mientras intentaba ordenar mis ideas. – Quiero que te quedes aquí, conmigo… – Solté y él me miró extrañado, era inesperado, quizá pedírselo ahora era un error, un mal momento. Pero así lo sentía, que debía hacerlo ahora y por primera vez en años, quise simplemente, escuchar a mi corazón. – Si las circunstancias me dan uno o veinte años más de vida, quiero que los pases a mi lado… ¿Qué dices? – Sus ojos se humedecieron, pero fueron los míos los que derramaron las lágrimas, tonto, lo sé… pero los sentimientos que me envergaban eran muchos y hoy, todo estaba descontrolado. – Sé que tal vez no es una de las mejores ofertas que has recibido… – Agregué ante su inseguridad, sus dudas estaban a flor de piel y el miedo por lo que estaba a punto de hacer, lo obligaron a callar por un poco más de tiempo. – Es solo que… ¡Diablos! Me siento muy estúpido haciendo esto… – Confesé llenó de vergüenza. ¿Lo estaba presionando? Él mismo había dicho que me amaba… ¿Me amaba lo suficiente como para elegirme, aun si el hacerlo, significaba renunciar a James? – Di algo, lo que sea…

No lo hizo, simplemente lo vi salir de su escondite y se dejó caer en mis brazos, pasando los suyos por mi cuello se aventuró a besarme. No me extrañó, él tenía ese encanto para amarme con fuerza y al mismo tiempo con sutileza. Tenía el don de hacerme suyo con un beso, incluso con un abrazó o una caricia esporádica.

Sus labios continuaron acariciándome suavemente, con lentitud, su tacto estaba desbordante de ternura, pero poco a poco, fue volviéndose más apasionado, su lengua comenzó a jugar con la mía, enredándola, seduciéndola. Dejándome sentir el bajo sabor del vino que aún conservaba en su interior.

Mis manos como si tuvieran voluntad propia, lo acomodaron sobre mi regazó y caminaron libres por su cuerpo, atrayéndolo cada vez más a mí, logrando que se estremeciera, que su excitación volviera a resurgir. Nuestras respiraciones acompasadas se cortaban, se paraban y justo después se volvían a agitar, pero todo era nada y nuestros labios no se querían separar.

Hasta que fue inevitable y ambos tuvimos que tragar aire por la boca, pero fue más mi deseo que mi necesidad por respirar y sin permiso ataqué su cuello, mordiendo levemente, lamiendo y besando toda esa piel, mientras que sin despegarlo de mi cuerpo, lo volví a recostar sobre la cama.

Era distinto a lo que habíamos estado haciendo, la pasión ahí estaba, el desenfreno se media en etapas de prudencia, y aun si yo quería comérmelo completito, comencé a acariciarlo con ternura, a mimarlo como sé que le gusta, incluso le permití ser osado y no opuse cuando se sentó sobre el colchón, obligándome a retroceder, y comenzó a desabrochar mi camisa, lo hizo lento, sobre todo cuando mis manos volvieron a su hombría y aprovechando que estaban húmedas por su sudor, con una lo sujeté por la punta, mientras que con la otra hacia movimientos envolventes de arriba abajo.

Él temblaba levemente mientras su virilidad crecía entre mis manos.

– Esta vez juntos… – Le propuse y él se limitó a asentir, mientras hacía resbalar mi camisa por los hombros, me ayudó a sacármela, para que no dejara de tocarlo y una vez que estuvo fuera, me miró con reserva. – Sí… adelante. – Respondí, dándole luz verde a sus cuestionamientos silenciosos. Él volvió sus manos a mí pantalón, primero lo desabrochó, y después bajo el zipper.

– ¿Te gustaría que yo…? ¡AH! – No pudo terminar su ofrecimiento y tuvo que contener el aliento, la razón era sencilla, a mi lado había un pedacito pequeño de hielo que no dudé en tomar y pasarlo por la punta de su hombría, el contraste de calor y frio lo hizo estremecer. – ¡Oh, mmm! Gianmarco…

– Recuestate mi vida… – Le pedí, no sin antes robarle un beso rápido de sus labios bonitos. Y lo hizo. La manera en la que se sujetaba a los edredones y los gemidos, casi ronroneos que emitía, me excitaban a tal punto que sentía que me iba a deshacer.

El hielo enfundó su hombría de la misma manera en la que lo hacían mis manos y lo arrastré hacía el borde de la cama, mientras yo me arrodillaba frente a él, para tener un mejor acceso, primero besé sus testículos uno a uno, logrando arrancarle un grito esplendoroso, después los fui metiendo a mi boca, para acariciarlos con mi lengua. Bajé un poco más hasta el perineo, lamiendo y presionando un poco en esa zona que sé lo volvía loco. A tal punto, que aun con la almohada en su rostro, y que estoy casi seguro que la estaba mordiendo, aun podía escucharlo gemir.

Entonces, se me ocurrió tomar otro cubito de hielo y acomodarlo entre sus nalgas, muy cerca de su entrada. – No te muevas… – Le pedí y aunque la sensación fría le incomodo, retuvo el hielo, según le había pedido. En menos de lo que esperaba, me deshice del resto de ropa, cuidando siempre de en ningún momento, dejarlo de masturbar y cuando estuve completamente desnudo, le quité la almohada del rostro, permitiéndole que me viera, no solía sentirme cómodo estando de esta manera con él, pero este día era especial.

Samko me atrajo hacía su cuerpo y él mismo me indicó que me acomodara encima, inmediatamente sus piernas me aprisionaron por la cadera y puse sentir su virilidad contra la mía.

– Lo quiero duro… tal y como me lo hiciste en la mañana. – Ordenó – Me fascina de esa manera.

Los vaivenes comenzaron con la rudeza que él había pedido y pronto, mis gemidos ahogaban los suyos, mi mente imaginaba que no solo nos estábamos frotando, sino que realmente lo estaba penetrando y la idea me enloquecía. En este momento, nuestro mundo se volvía un juego de caricias, besos y pasión. Ambos nos estimulábamos al compás de nuestra desesperación. Luchando por conseguir un poco más de aire para nuestros pulmones, peleando por una estocada más profunda, batiéndonos en una lucha de besos sin tregua.

Y es que hemos descubierto tanto en esta cama, y de alguna manera nos hemos vuelto cínicos, yo por entregarme a este niño que me ha hecho perder la razón y el corazón, a pesar de que sobre aquella tumba, tantos años atrás, había prometido que a nadie nunca más iba a amar. Y Samko por entregarse a mí, pese a también amarlo a él. Pero es cierto ese dicho de que los amantes merecen la pena, cuando se entregan el amor que no han podido encontrar en otras relaciones de su vida. Buen motivo, tal vez no lo sea, pero esta noche, ambos hemos sido infieles por amor.

 

Notas finales:

Capitulo dedicado a Taiga.

Saludos a todos!!


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