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Mascarada por starsdust

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Notas del capitulo:

Perdón, Albafica. Hora del vestido T_T

La fiesta.

El disfraz de Albafica era perfecto. El vestido era de un azul delicado, con una capa que descendía por la espalda, y al ensancharse en las caderas el corte creaba la perfecta ilusión de una cintura estrecha. La tela envolvía sus antebrazos y la zona del pecho estaba cubierta por detalles blancos que ayudaban a disimular la falta de busto y se cerraban sobre su cuello. Llevaba el cabello recogido y parcialmente escondido en un sombrero. Albafica odiaba cada parte del atuendo, y había insistido cubrir la piel de su cuerpo lo máximo que fuera posible. Tenía terror de lastimar a alguien por accidente.

-¿Estás bien? -preguntó Manigoldo.

-Hay demasiadas personas -susurró Albafica, apenas pudiendo ocultar un temblor en su voz. Apreciaba la manera en que Manigoldo estaba controlando sus comentarios, aunque por otra parte la actitud de fingido desinterés le generaba ansiedad. "Te ves bien", era todo lo que le había dicho al verlo aparecer con su traje de fiesta, y desde entonces había evitado mirarlo directamente.

-Recuerda que somos dos. No estás solo.

Manigoldo tomó la mano de su compañero y la apretó con suavidad.

-Cuidado -balbuceó Albafica.

-Estás usando guantes -le recordó Manigoldo, y con un resoplo dejó ir la mano enguantada que sostenía.

Inmediatamente Albafica echó de menos el contacto, que le servía de ancla en medio del caos. A su alrededor, todo y todos se movían de un lado a otro, como el mar sacudido por una tormenta. No había manera de mantenerse al margen de los movimientos de los concurrentes en el gran salón. Sonreían, se acercaban, saludaban, se rozaban contra su ropa. Demasiado cerca, demasiado...

-Oye, tú, cuidado -escuchó decir a Manigoldo-. ¿Qué te pasa? Mantén la distancia, idiota.

Le hablaba a algún invitado que se perdió en la multitud con la misma rapidez con la que había aparecido.

-Esta es una idea terrible -dijo Albafica-. Todo esto es ridículo. No creo que vaya a funcionar.

Su mano había vuelto a buscar la de Manigoldo, que sonrió al percibir el gesto.

-Por lo que veo, ya está funcionando -señaló, haciendo un gesto disimulado hacia algunos de los invitados que seguían los movimientos de Albafica con interés-. Ahora solamente tenemos que ubicar al tipo este... Toscana sería útil en este momento.

-Permitir que Agostino viniera hubiera sido un despropósito. Ya se arriesgó lo suficiente.

-¿Qué tal si bailamos? La idea es llamar la atención del individuo después de todo, ¿verdad?

-No sé bailar.

-Es parecido a pelear... es cuestión de coordinar tus movimientos, y estar atentos a lo que está haciendo el otro también. Si sabes pelear, sabes bailar...

-Dudo que sea tan simple.

-Confía en mí.

Para sorpresa de Manigoldo, Albafica cedió y se dejó guiar hasta el centro de la pista, aunque el ceño fruncido delataba su tensión. Manigoldo susurró consejos y marcó el ritmo de los movimientos hasta conseguir que su compañero de baile bajara ligeramente la guardia, y poco después los ojos de todos estaban puestos sobre ellos. Había una mirada que pesaba más que el resto. Algo oscuro y antiguo que se movía entre el gentío.

Por momentos, Albafica creyó ver la sombra de una figura extraña por el rabillo del ojo, pero cada vez que creía haber identificado la fuente, la sensación se desvanecía. Manigoldo también lo sentía, con mucha más intensidad. Su rostro había quedado serio de un momento a otro.

-Lo encontré... -dijo el guardián de Cáncer en voz baja.

-¿Estás seguro?

La respuesta de Manigoldo vino en la forma de una sonrisa confiada. Se apartaron de la pista, y al llegar junto uno de los ventanales que daban al salón, Manigoldo arrinconó a Albafica contra la pared.

-Haz de cuenta que no me odias y mira detrás de mí, unos metros más atrás -indicó en un susurro-. Aquel hombre alto, de negro y violeta, que está con las tres mujeres... Está rodeado por almas en pena.

-¿Qué? Ya te he dicho que no te odio.

-¿De veras? -El comentario desarmó a Manigoldo, que se permitió por fin mirar a Albafica a los ojos, por primera vez desde que habían salido hacia la fiesta. Los encontró enormes y celestes, enmarcados por las suaves hebras del cerquillo que caía sobre su frente.

-Se está acercando...

Manigoldo se apartó de inmediato, y ocupó sus manos pasándolas entre su cabello para acomodar los mechones fuera de lugar, con poco éxito. El extraño pasó a su lado como si no lo viera. Era inusualmente alto, lo suficiente como para hacer que los caballeros dorados se vieran bajos en comparación.

-Disculpe, ¿señorita? -dijo, dirigiéndose a Albafica-. No creo haberla visto nunca antes. Permítame presentarme, soy Lord Ruthven.

Albafica apretó los labios, inquieto. No tenía claro cómo comportarse en ese tipo de situaciones, incluso a pesar de los consejos de Agostino. Tampoco había decidido qué hacer respecto a su voz, así que optó por hablar en un suave susurro. Si Lord Ruthven llegaba a preguntar sobre eso, inventaría una excusa.

-Un gusto.

El truco funcionó. El susurro iba bien con la ilusión de delicadeza. Lord Ruthven extendió su mano con una sonrisa.

-¿Me permitiría una danza?

Albafica asintió de mala gana, mientras agradecía internamente haber podido practicar un poco con Manigoldo. Y mientras Lord Ruthven guiaba la danza, las tres mujeres que antes lo habían rodeado a él se acercaron a Manigoldo y comenzaron a reclamar su atención. En otras circunstancias, Manigoldo quizás hubiera estado a gusto con la situación, pero ahora no quería perder de vista a Albafica.

-Eres de Italia, ¿verdad? -dijo una de las mujeres.

-¡Ah, siempre quise saber si es cierto lo que dicen de los italianos! -secundó otra de ellas.

-¡Es verdad! -rió la tercera.

Parecían hermanas y se volvían cada vez más intrusivas. Entre las tres bloqueaban el campo de visión de Manigoldo. Pronto, Albafica y Lord Ruthven desaparecieron entre el resto de los invitados. Poseído por un impulso irrefrenable, Manigoldo apartó de un manotazo a las hermanas, que se dispersaron entre risas.

-¡Ah, agresivo!

-Interesante.

-Es mío...

Estuvo seguro al ver los movimientos que hicieron al reagruparse como si nada hubiera ocurrido de que no eran humanas. Como definitivamente tampoco lo era Lord Ruthven, que había llevado a Albafica a un lugar más privado. Manigoldo maldijo por lo bajo mientras intentaba captar en vano un rastro del cosmos de su compañero que lo guiara hasta él.

El salón al que Albafica había sido conducido era más sencillo que el principal, y menos ruidoso.

-¿De dónde eres? -preguntó Lord Ruthven.

-Grecia -dijo Albafica, luego detenerse unos segundos a pensar en si decir la verdad o no.

-Ah, un lugar maravilloso. De hecho, ahora que lo mencionas, tus ojos me recuerdan a los cielos de la costa del mar Egeo. Mirarte es casi como estar allí.

Albafica se preguntó si correspondía agradecer el comentario o no hacerlo, y al final se decidió por ignorarlo.

-¿Y tú de dónde eres...?

-Soy de Inglaterra, pero viajar es mi pasión. Creo que podría decir que soy de todas partes, a esta altura de mi vida. Pero si tengo que ser sincero, nunca había visto una belleza como la tuya. Es irreal.

Ah, de vuelta con ese tipo de comentarios. Albafica miró a su alrededor para hacer una revisión rápida de cuántas personas había cerca. Eran muchas menos que en el salón principal, pero seguían siendo demasiadas como para tomar acciones, más aún cuando Lord Ruthven no había hecho nada fuera de lo común. ¿Dónde estaba Manigoldo?

-La belleza no lo es todo en el mundo. Hay cosas mucho más importantes.

-Es cierto, pero es natural que llame la atención. Discúlpame si te he ofendido. Imagino que debe ser difícil para alguien como tú.

-¿Alguien como yo?

-Hay quienes son vanidosos, están tan enamorados de sí mismos que no pueden ver más allá. Pero tú no pareces ser así -Lord Ruthven tomó la mano de Albafica, que sintió su corazón acelerarse. Era una sensación desagradable, al contrario de lo que había sentido antes con Manigoldo-. Hasta pareces avergonzada de tu propia belleza.

-No tiene sentido aferrarse a algo tan superficial y efímero.

-No tiene por qué ser efímero. Hay maneras de conservarla.

-¿A qué te refieres? -preguntó Albafica con cautela. Lord Ruthven dio un rápido vistazo al salón y acercó su mano libre al rostro de Albafica, que intentó echarse hacia atrás. Por alguna razón, no pudo hacerlo.

-No temas -dijo el noble, para quien la tensión de Albafica no pasaba desapercibida-. Durante mucho tiempo he estado buscando a alguien con quien compartir mi vida. Es una vida solitaria, lo creas o no.

-Entiendo.

-Ah... sí, me doy cuenta. A ti también te pesa la soledad, ¿verdad? Puedo verlo en tus ojos.

-¿Qué?

Lord Ruthven se inclinó sobre Albafica para poder acercar palabras a su oído, y las dejó caer allí con suavidad.

-Quiero contarte mi secreto.

No fue un secreto con palabras. Llegó en la forma de una puntada de dolor intenso en el cuello que lo paralizó y se llevó con él todo lo que lo rodeaba, hasta que no quedó nada.

Continúa...

 

Notas finales:

El mito de los vampiros como lo conocemos hoy es bastante reciente, y es por eso que todos son tan densos a la hora de deducir qué está pasando XD En la época de Lost Canvas, estaba menos difundido y había versiones encontradas. No fue sino hasta el siglo XIX que el mito como lo conocemos hoy terminó de tomar la forma moderna.


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