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Mascarada por starsdust

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La habitación desaparecía y aparecía. Su cuerpo había decidido dejar de obedecerle. Manigoldo decía que todo estaría bien. Le pedía perdón. La voz se escuchaba inquieta, agitada incluso. Luego, sintió que se elevaba, como si hubiera ganado alas, y así, arrastrado por una ráfaga de otro mundo, fue llevado a otra parte. 

El otro lugar era tibio, y olía a madera y fuego. Albafica buscó incorporarse, pero se encontró atrapado dentro de la propia ropa que estaba usando. Era pesada, húmeda y molesta, y estaba en todas partes: arriba, abajo, a los costados. Quiso decirle a Manigoldo, pero no hizo falta. Él sabía. Le pidió que se quedara quieto, y cortó a través de la tela para liberarlo. Alguien más se acercaba, pero Manigoldo no dejaría que nadie se aproximara. Era una promesa.

Su piel pasó a ser recorrida por una caricia acuosa que se fue llevando consigo los rastros de sangre y sudor. La sensación era íntima, familiar y al mismo tiempo lejana, como el escurridizo recuerdo de los labios de Manigoldo, que había experimentado alguna vez, antes del ritual de Piscis. O quizás hubiera sido incluso después. O quizás no. O quizás eso hubiera sido un sueño, aunque ahora se sentía real. Tenía que ser real, aunque en verdad no importaba, porque de a poco todo tomó la forma que tenía que tener, y cada pieza fue a parar en el lugar correcto. Ya no había miedo, ni ansiedad, ni dolor. No hacía falta elegir entre un camino u otro, porque era libre de ir adonde quisiera.  

No quería ir a ninguna parte. Estaba en el lugar correcto, donde todos los senderos se encontraban. Manigoldo estaba allí también. Siempre estaba allí, esperando por él. Así que esta vez, Albafica fue quien le pidió que se acercara, invitándolo con una caricia tímida a compartir su espacio. El cuerpo de Manigoldo era caliente, firme, rugoso en algunas zonas. Su boca tenía un dejo del vino que habían servido en la fiesta. Albafica había evitado beber, pero el aroma tentador de las uvas despertaba ahora su sed. Quiso probarlo, saborearlo hasta que se volviera parte de él.  

Era más dulce y más intenso de lo que imaginaba. Pero no era real, al final de cuentas. Por supuesto que no. Despertó para encontrarse de vuelta preso de las limitaciones de su cuerpo real. En ese mundo Manigoldo no estaba sobre él, ni mucho menos era parte de él. Sin embargo, esa no era la primera vez que tenía sueños así. Últimamente se estaban volviendo más frecuentes. Un lamento, entre avergonzado y abatido, se le escapó antes de que pudiera silenciarlo. 

-¿Albafica? -dijo Manigoldo. Estaba sentado a los pies de la cama, y vestía ropa de civil. Albafica desvió la mirada con rapidez al sentir un torbellino de calor acumularse en sus mejillas.

-¡Ah, señor Albafica, qué alivio que esté despierto!

Esa era la voz de Agostino, quien se había quedado esperando por ellos en la posada donde ahora se encontraban. El olor a madera quemada era definitivamente real. La estufa a leña estaba prendida.

-¿Cómo llegamos aquí, Manigoldo? -preguntó Albafica-. ¿Me tocaste?

-¿Qué? -exclamó Manigoldo-. Tuve que traerte hasta aquí, y no podía dejarte esa ropa sucia que tenías puesta. No hice nada fuera de lo necesario. ¿Qué te crees que soy? ¡Tengo mis principios también!

Albafica respiró hondo y dedicó unos momentos a entender lo que podía haber ocurrido. Su piel ya no estaba sucia, y los lugares donde había recibido cortes estaban vendados. Llevaba puesta una camisa limpia que le quedaba un poco demasiado grande.

-Esto no es mío -comentó Albafica mientras examinaba la prenda.

-Ah, sí -dijo Manigoldo-. No quería perder tiempo buscando tu ropa, así que te puse algo mío... es lo mismo, ¿no? No tienes por qué devolvérmelo, te lo puedes quedar.

-Pero la sangre...

Manigoldo siguió el camino de la mirada de Albafica hasta la mesita sobre la que se veían algunos paños húmedos, todavía ensangrentados, y un cuenco con agua. La inquietud de Albafica endurecía los delicados rasgos de su rostro de una manera cruel.

-Tuve cuidado, no te preocupes tanto -se apresuró a explicar Manigoldo-. Soy un caballero dorado, después de todo. Tengo otras formas de protegerme. Y ya ves que estoy bien vivo ahora mismo. ¿O querías que dejara que Toscana te curara?

-¡No hubiera sido problema, hubiera tenido cuidado también! -secundó Agostino-. Tengo experiencia en tratar pacientes peligrosos. Soy médico, después de todo.

A pesar de que muchos otros se llamaban a sí mismos médicos, incluyendo a los barberos del pueblo con los que a veces debía competir por los pacientes, Agostino tomaba sus estudios y su profesión muy en serio. Manigoldo, sin embargo, no parecía creer que eso significara mucho.

-¿Experiencia de cuánto, tres meses? Me resulta difícil de creer que tengas más de 15 años.

-Y a mí me resulta difícil creer que el señor Albafica sea tan peligroso como para que no se me permitiera acercarme a ayudar

La pequeña discusión fue una distracción bienvenida para Albafica, que se sentó sobre la cama y habló por encima de los otros dos. 

-Es mejor así. De hecho, lo más prudente hubiera sido que no se me acerara ninguno de los dos.

Las advertencias de Albafica no acababan de convencer a Agostino, pero eran suficientes como para que se diera cuenta de que no valía la pena llevarle la contra.

-No creo que hubiera podido mantener a Manigoldo lejos, porque se nota que él se preocupa por usted... -dijo el chico-. Estuvo a su lado casi todo este tiempo.

¿Todo este tiempo? pensó Albafica. Afuera, el sol comenzaba a ocultarse. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Cuántas horas? Manigoldo, que usualmente no escatimaba en palabras, y a veces hablaba demás, guardó silencio. Se veía cansado.

-¿Qué hicieron con mi otra ropa? -preguntó Albafica.

-Toscana sugirió que la quemáramos, así que eso hicimos. Estaba manchada de sangre.

-Con todo el dinero que salió ese vestido... -se lamentó Agostino. Manigoldo meneó la cabeza con desdén.

-¡Sage se lo merece por tacaño, y por meternos en esto sin avisar! ¡Ahora estoy más convencido que nunca de que el viejo lo tenía todo planeado!

-Igual es una pena... -insistió Agostino-. Además, se veía muy hermoso... el vestido.

La clara incomodidad de Albafica hizo que el chico se arrepintiera inmediatamente de su comentario. Se preguntó si sería mejor salir antes de poder volver a decir algo inadecuado, o si tendría que pedir perdón, o si acaso el santuario cortaría lazos con él, o si la manera en que Manigoldo lo miraba significaba que pronto sabría qué tan poderoso era un caballero dorado, o si sería el mismo Albafica el que se encargaría de él.

-Bueno, basta -dijo Manigoldo, en un tono grave y calculadamente amenazador-. No le prestes atención, Alba. Te ves mejor al natural.

Aunque irritado, Albafica decidió no darle mayor importancia al asunto, y cambió de tema.

-¿Qué ocurrió con Lord Ruthven? -preguntó.

-La rosa en el pecho parece haber sido suficiente.

-Me hubiera gustado poder ver eso… -dijo Agostino-. Una rosa asesina. 

-Pero no era una rosa cualquiera -aclaró Manigoldo-. Ese tipo de rosas son afiladas como estacas, te aseguro. De todas maneras, me aseguré de cortarle la cabeza al cadáver, por las dudas. ¿Piensas que será suficiente, Toscana?

-Las veces en que lo probé parece haber funcionado. No sé realmente, soy médico de personas, no tengo mucha experiencia con... monstruos... o lo que fuera que fuera eso.

-Vampiro -murmuró Albafica-. Ese es el nombre que usó.

-¡”Vampiro”! Voy a tener una historia interesante que contarle a mis nietos, supongo...

-Sí, lo que sea -habló Manigoldo-. Ahora, si te parece, nosotros dos tenemos que discutir temas que no te incumben.

El pedido de privacidad fue amable, para los estándares de Manigoldo. Agostino asintió, y se dirigió a la salida de la habitación con premura.

-Estaré abajo -dijo, antes de retirarse-. Y, por cierto, perdió mucha sangre, señor Albafica. Cualquier otro tipo de persona hubiera muerto. Por favor, descanse y siga las indicaciones que le dejé a Manigoldo, ¿sí? Estaré al servicio del santuario siempre que me necesiten. Y perdón...

-Gracias por todo, Agostino -se despidió Albafica. Sonreía, y eso fue suficiente para tranquilizar a Manigoldo, que venía observándolo con disimulo en búsqueda de signos de mejoría.

-Sage seguramente sabía con qué tipo de criatura estaba lidiando desde el principio -dijo el caballero de Cáncer, una vez que quedaron solos-. Viejo zorro. Típico...

-Me tomó por sorpresa. Bajé la guardia.

-No te tortures. Está muerto, después de todo.

-¿Y las tres mujeres?

-Ah, ellas. Sí, me sorprendió su actitud. Digamos que yo estaba un poco... perdido en el castillo. Se me aparecieron cuando te buscaba y me guiaron hasta ti. Solamente tuve que usar el Sekishiki para entrar en la habitación. Ellas dijeron que el tal Lord Ruthven era ahora un invitado indeseado y que había sido rudo con ellas.  Incluso me desearon suerte -explicó Manigoldo, ante la asombrada mirada de Albafica-. Pero suficiente de eso. ¿Qué te parece si hablamos de cómo es eso de que no me odias?

-No seas tonto.

-¡Solo quiero saber, nada más! -exclamó Manigoldo, mientras se encogía dramáticamente de hombros.

-Manigoldo...

-Por ejemplo, estando dormido dijiste mi nombre varias veces. ¿Acaso aparecí en tus sueños?

La pregunta fue hecha en un tono travieso, pero dejó a Albafica lívido. Los recuerdos de las caricias del sueño volvieron a él, y se volvieron abrumadores cuando notó que la tela de la prenda que tenía puesta tenía rastros del cosmos de Manigoldo.

-No -alcanzó a mentir, apenas.

Manigoldo lo miró con desconfianza, y Albafica bajó la cabeza para evitar verlo a la cara. Era mejor dejar que se preocupara a que supiera la verdad.

-¿Estás bien?

-Estoy bien. Pero tenemos que volver al santuario.

-No hasta que mejores un poco más.

-¡Dije que estoy bien! -protestó Albafica.

Ya no quedaba rastro alguno de picardía en Manigoldo, cuya actitud destilaba inquietud y preocupación.

-Siempre haces de cuenta que estás bien, pero... -comenzó a decir. Albafica no le permitió terminar.

-Cállate.

-Está bien, no te enojes -dijo Manigoldo. Se puso de pie y le dio la espalda-. Si quieres estar solo, entiendo. Pero necesitas recuperarte un poco más antes de que volvamos.

Tenía la intención de salir del cuarto, pero cuando empezaba a alejarse, la voz de Albafica lo hizo detenerse en seco.

-¿Por qué tienes que hacerlo más difícil de lo que es? -dijo el pisciano, y sus palabras casi se perdieron en un suspiro.

-¿Qué...? -preguntó Manigoldo, volviéndose hacia Albafica.

-Tú, Shion, los otros... No entienden por qué hago esto. No entienden que realmente es peligroso para ustedes, no importa cuántas veces lo repita. Lo mejor para todos es que me mantenga lejos del resto.

En su voz había frustración, tristeza, y la sombra de una rabia que Manigoldo no supo a quién iba dirigida.

-¿Para todos? No parece ser lo mejor para ti, si tengo que juzgar por lo que veo.

-Te equivocas porque no sabes de qué hablas -dijo Albafica. Apretaba en sus puños la tela de las sábanas, como buscando algo a lo que aferrarse-. Es mejor así.

-¿Quién te dijo eso, tu maestro? -preguntó Manigoldo. Albafica dio un respingo al escucharlo mencionar a Lugonis, y luego gruñó, enojado consigo mismo al comprender que ya no podría detener las lágrimas-. Ah, lo supuse...

-No sabes el tipo de persona que era mi maestro -espetó Albafica.

-Pero sé el tipo de persona que eres tú. Siempre estás preocupándote por los otros. Eres mucho mejor persona que yo, si vamos al caso.

-No, Manigoldo... -sollozó Albafica, al tiempo que escondía su rostro entre sus manos.

Manigoldo se acercó y volvió a sentarse sobre la cama, esta vez más cerca de la cabecera. Para su desconcierto, Albafica no le pidió que se apartara.

-¿No te digo? Hasta te hice llorar, ahora... Mira, si quieres desquitarte conmigo, adelante -dijo Manigoldo, señalándose a sí mismo con el dedo pulgar-. Me lo merezco. Pégame, o clávame una rosa, o lo que quieras.

-No seas ridículo.

Tardó un par de minutos en controlar las lágrimas, y terminó de secarlas con la manga de la camisa que llevaba puesta. Definitivamente no podría devolverla. Manigoldo se mantuvo en silencio hasta que Albafica levantó la cabeza. A pesar de sus ojos enrojecidos, seguía viéndose condenadamente hermoso.

-¿Ves? Eres demasiado gentil.

-No me hagas cambiar de opinión -advirtió Albafica.

-¡Ah, ese es el Albafica que conozco! -rió Manigoldo y acompañó esas palabras apoyando su mano sobre la cabeza del otro.

Lo había hecho sin pensar, y se arrepintió de inmediato. Sin querer importunar más a Albafica, comenzó a alejar el brazo. En una fracción de segundo, sus miradas se encontraron, y Albafica se sorprendió a sí mismo tomando a su compañero por la muñeca para evitar que se apartara. Manigoldo no supo cómo reaccionar, demasiado confundido por el cosquilleo que le producía la sensación de los sedosos dedos de Albafica cerrados alrededor de su muñeca. Ninguno de los dos habló, hasta que Albafica soltó a Manigoldo.  

-Disculpa.

Sus manos estaban ahora apoyadas sobre su regazo, y temblaban ligeramente. Manigoldo las miró, y luego a Albafica, que se ruborizó un poco, pero mantuvo su mirada con altivez. Tuvo la sensación de que Albafica quería decir algo más, pero un nudo en la garganta detenía sus palabras antes de que estas pudieran salir.

Así que despacio, como tanteando el terreno, Manigoldo se arriesgó a tomar una de las manos del pisciano entre las suyas. Estaba preparado para retirarse ante el menor signo de rechazo, pero este nunca llegó. La mano estaba tibia y era delgada, como la había palpado a través del guante, solo que esta vez no había nada que lo separara del contacto directo con la piel.

-Lo que dije antes es verdad, Albafica. No estás solo.

Sabía que este momento no duraría mucho. Sospechaba que se escaparía como arena entre sus dedos en un día ventoso, y pasaría a ser un recuerdo de esos que empiezan a decolorarse hasta que cuestionas que realmente hayan existido. Pero por ahora era real, y era suyo.

Fin~

 

Notas finales:

¡Crossposteando notas! Pero primero quiero ventilar mi frustración por que Amor Yaoi no me deje usar guiones largos para los diálogos. Me molesta mucho tener que usar guiones cortos T_T ¡QUIERO MIS GUIONES LARGOS!

Ahora, pasando a otra cosa. Me sentiría mal de haber hecho llorar a Albafica dos veces sino fuera porque Shiori Teshirogi también lo hizo llorar mucho en su gaiden XD Lugonis parece ser una especie de trigger de emociones para Alba.

Pero bueno, primero lo primero, volvamos a este fic: 

¿Fue el sueño de Albafica aquí solo un sueño? 

Sí, aunque queda abierta la posibilidad de que en el pasado haya pasado algo y en el futuro pueda pasar, esta vez en particular fue solo una fantasía. Lo soñó.

 Lo imaginé como esas cosas que pasan cuando tu cerebro convierte elementos de tu alrededor cuando estás medio dormido en una parte de tu sueño. Por ejemplo, en el sueño alguien golpea la puerta insistentemente, y en la realidad es porque un vecino está clavando un clavo.

En este caso, Manigoldo sí limpió la sangre de Alba, pero no hizo nada sexual porque Alba no estaba en condiciones de elegir nada, y Alba transformó esa sensación en un sueño con contenido sensualoide XD En los sueños uno no cuestiona, así que Alba estaba lo más tranquilo. A Mani le hubiera gustado saber de ese sueño.

Luego, como mencioné antes, Lord Ruthven es el vampiro de la que es considerada una de las primeras historias de vampiros moderna, llamada -AUNQUE USTED NO LO CREA- “El Vampiro” de John Polidori.

 Cuentan que Lord Ruthven estaba basado en el escritor Lord Byron, muy famoso por sus dotes de seducción, entre otras cosas. John Polidori era el médico de Lord Byron. El abuelo de Polidori fue a su vez Agostino Polidori (1714-1778), que también era médico y poeta. 

A Agostino, que fue una persona real, lo tomé prestado también para esta historia y lo convertí en agente del santuario porque encajaba en la línea de tiempo y me parecía divertido incluir a alguien que tuviera alguna relación con Polidori. Así que ya saben, quizás dentro de 300 años alguien vaya, los Googlee a ustedes y los incluya de secundarios en una historia XD

En mi imaginación, Agostino crece, y tiene un hijo al que le cuenta esta historia. Ese hijo a su vez se la cuenta a su propio hijo, que termina escribiendo “El Vampiro”, inspirándose en algunos elementos de la misma XD

En el cuento El Vampiro, Lord Ruthven se enamora de una hermosa chica griega y mata a una novia. Si hay algo que le gusta a Lord Ruthven en el cuento son las mujeres... cuando decidí que lo usaría a él, me encontré ante el problema de cómo llamar su atención, y ahí fue que terminé llegando a la conclusión de que tendría que hacer algo como lo que hice con Albafica.

Podría haber utilizado a Drácula como el vampiro, pero quería usar a uno menos obvio. Pero la idea es que ese castillo es de Drácula, por eso están las “tres hermanas”, que pertenecen al universo de Bram Stoker. Otro vampiro que llegué a considerar fue Carmilla (de Sheridan LeFanu), aunque Carmilla es lesbiana, por lo que como a Lord Ruthven, también le gustan las mujeres. Así que Alba hubiera tenido que pasar por lo mismo (???).

Por último, espero que se entienda por qué querría Sage mandar a dos y no a uno, si quería un enfoque más cuidadoso. Albafica era el más adecuado por el tema de la sangre. Él solo hubiera podido, pero se le hubiera complicado tomar la iniciativa a la hora de infiltrarse en los contextos sociales y llenos de gente donde a Lord Ruthven le gustaba moverse. Para eso necesitaba un empujón. 

Tampoco hubiera nunca llegado a la conclusión de disfrazarse sin tener a Manigoldo ahí para que se diera cuenta y lo presionara un poco XD Y además, que fueran dos servía de backup para emergencias. Aunque en la realidad no se precisa una excusa. En el gaiden de Manigoldo, Sage mandó a Mani con Alba a la misión. Mani se entiende, pero ¿por qué Alba? ¿Porque uno de los villanos era muy lindo también, acaso, y quería ganarle a Albafica el puesto de El Más Lindo del Mundo (ESO PASA DE VERDAD, CHICOS XD)? 

En fin. ¡Gracias por acompañarme, y gracias especiales si dejaron comentario!


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