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Paraiso Robado. por Seiken

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Sylphide retrocedió varios pasos al ver a Dohko acercarse a él con las manos levantadas, como si con esa postura pudiera tranquilizarlo de alguna manera, sin embargo, lo único que hizo fue retroceder, un paso por cada que daba ese alfa hacia él. 

 

-No me temas… 

 

Sylphide chocó en contra de una de las paredes, así que ya no podía seguir huyendo, ni retroceder un poco más, sin embargo, Dohko si podía acercarse a él, colocando sus manos a los dos lados de su cabeza. 

 

-Yo solo quiero cuidarte.

 

Y aunque era más alto que ese alfa, se sentía pequeño, vulnerable, tan asustado que no podía levantar una sola de sus manos para defenderse, sintiendo al mismo tiempo como Dohko acariciaba su cuello, su mejilla. 

 

-Déjame cuidarte… 

 

Sylphide negó eso, apenas moviéndose un poco, porque no quería ser suyo, no deseaba pertenercerle a ese soldado de piel canela, de ojos verdes, ese alfa que tanto le asustaba, quien sonrió con ternura, sosteniendo sus mejillas con sus manos. 

 

-Pero no lo ves, tu y yo estamos destinados a estar juntos… 

 

Asi lo habia visto, eran compañeros eternos, unidos por los dioses y él cuidaría de su basilisco, se consagraria a él, sin embargo, este le temía, estaba aterrado de tan solo pensar que estarían juntos. 

 

-Tu y yo debemos estar juntos, Sylphide… 

 

No le había dicho su nombre aun, pero creía conocerlo, de alguna forma lo hacía y al pronunciarlo, su omega se estremeció, apartándose un poco más, pero sin atacarlo, no podía dañarlo, el era su alfa. 

 

-Sylphide… el nombre de mi omega… 

 

Un nombre que le quedaba a la perfección, que describia perfectamente a su hermoso omega, que era grácil, era pálido y hermoso, era como una de esas criaturas, una ninfa, una entidad nacida de la naturaleza, de la belleza, una criatura perfecta. 

 

-Mi omega… 

 

Dohko entonces sostuvo la barbilla de Sylphide, para besarle con delicadeza primero, después con un poco más de fuego, más desesperación, ingresando su lengua en el interior de su boca, gimiendo, sintiendo como su omega lo sostenía de los hombros, para tratar de empujarlo, pero no pudo. 

 

-No… por favor… 

 

Pronunció casi sin aliento, sintiendo como Dohko tiraba de su cuerpo, para pegarlo al suyo, escuchando la pelea del anciano Hakurei, que se enfrentaba con Asmita y ese espectro miniatura, dándole tiempo suficiente para estar con su omega, quien apenas se atrevía a moverse a su lado, en sus brazos. 

 

-Ven conmigo pequeño basilisco, yo te mantendré seguro… 

 

Al escuchar esas palabras Sylphid sintió como su sangre se enfriaba, por el temor que sentía por estar a su lado, por ser llevado por el, no sabia a donde, asi que haciendo acopio de su fuerza de voluntad, atacó a Dohko, con su veneno, tratando de apartarlo de su lado. 

 

-¡Apártate! 

 

Dohko llevo una de sus manos a su rostro, con una cortada en su rostro, limpiando su sangre, observando a Sylphide con una expresión seria, para despues sonreirle, encantado con su fuerza, su omega era realmente poderoso. 

 

-Este lugar se convertirá en un campo de batalla, no puedo dejarte solo, aquí, para que sufras cualquier clase de daño, mi amado omega, mi pequeño omega, debemos irnos cuanto antes. 

 

Dohko tenía miedo, terror, de perder a Sylphide en las manos de sus enemigos, por eso era que se comportaba como un demente, tal vez a los ojos de los demás, tal vez a los propios ojos de su omega, que le veía como si se tratase de un monstruo. 

 

-Por supuesto… por supuesto que mi actitud puede asustarte, porque soy demasiado entusiasta por ti, por estar contigo. 

 

Sylphid respondió atacando de nuevo a Dohko, pues no quería marcharse con él, no deseaba estar con él, no se iría, no lo haria, asi que al apartarlo unos pocos centímetros, en vez de seguir huyendo, escapó, tratando de apartarse de su alfa.

 

-No… no iré contigo… 

 

Susurro, sintiendo el cosmos de Dohko, que se elevaba, siguiendo sus pasos, al mismo tiempo que el cosmos de Aspros se elevaba mucho más alto aun, haciendo temblar el santuario mismo. 

 

-¡Sylphide! 

 

*****

 

Cuando el aterrador cosmos de Aspros se elevo mucho más, provocando algunos daños en su cuerpo, Tifón se dio cuenta que estaba enmedio de sus padres, Albafica de un lado, casi muerto, pero aun de pie y su omega, Manigoldo, su madre, de rodillas, llorando en el suelo, ya sin saber qué más hacer, cómo evitar que su torturador hiciera su voluntad, asi como tambien podia ver que Kardia estaba sufriendo demasiado, su corazón a punto de estallar. 

 

-¿Porque estás haciendo esto? 

 

Le pregunto, no lo entendía, que ganaba con aterrorizar a su madre hasta la desesperación, con destruir a Albafica, cuando este ya no era venenoso, el peligro se había terminado, como era posible que Aspros, atacara a su propio omega, sin siquiera importarle su salud. 

 

-¿Que ganas haciendo esto? 

 

La serpiente siempre le había dicho que era demasiado blando, que no era tan fuerte como debería, ni tan duro, tan frío como necesitaban que lo fuera, pero la verdad era que su amor por Aquiles, le hizo suave, que el deseaba un mundo pacífico donde pudiera habitar con el, donde pudiera disfrutar de su compañía, aunque su omega, era el compañero elegido de alguien más. 

 

-¡Dimelo! 

 

Pero Aspros no respondió, atacandolo sin mostrar piedad alguna, usando su cosmos y sus puños, tratando de destruirle con su fuerza física, de borrarlo de la faz del planeta, llamando la atención de Manigoldo, que veía cómo golpeaban a su alfa, a su amigo y después, a su propio hijo, su pequeño Tempestad, que intentaba enfrentarse con ese demente alfa. 

 

-Tu no eres asi… 

 

Susurro, recordando ese hermoso sueño, recordando aquella vida donde Aspros era una buena persona, donde lo protegía del peligro, recordando cuando entrenaban juntos, antes de que empezara esa cacería. 

 

-Tu no eres asi… 

 

Volvió a decir, levantándose, pensando en lo que le habían dicho, en como Eros era el culpable de aquella locura, la flecha que clavó en su espalda, esa flecha dorada que destruyó a su amigo. 

 

-¡Es Eros! ¡Todo es culpa suya! 

 

Tifón escucho esas palabras, pensando en lo que le habían dicho, en lo que sabía, creyendo que lo único que podían hacer, para evitar que ese demente con el poder de Zeus destruyera todo a su paso, era matar al dios del amor, al joven dios del amor, para que la flecha dejará de existir y tal vez, de esa forma, Aspros podría pensar con claridad, darse cuenta de todo el daño que había hecho. 

 

-Aquiles… tienes que matar a nuestro padre… 

 

Susurro, aunque bien sabía que Aquiles no podía escucharlo, que nada ganaban en ese momento y que no podía distraerse, porque no había forma de detener a sus enemigos, si no peleaba con toda su fuerza, aunque, él mismo no gustaba de las batallas, de la violencia. 

 

-Que alguien aparte a mis padres de aqui, por favor… 

 

Aunque no había nadie que les ayudara, y el propio Kardia estaba muriendo, debido al calor de su cosmos, como este iba quemando su corazón, que necesitaba del gélido cosmos de su alfa. 

 

-¡Manigoldo!

 

Grito Albafica, tratando de acercarse a su cangrejo, pero Aspros lo atacó, lanzandolo lejos, escuchando un agradable quejido, viendo como sangre brotaba de su boca y cuando Manigoldo quiso acudir a su lado, elevo una jaula de centellas, no lo dejaría acercarse a esa sirena, era por su bien. 

 

-¡No lo harás! ¡No morirás! ¡Porque yo te cuido! 

 

Tifón enfureció al ver eso y sin más, atacó, esperando tener la fuerza suficiente para destruir a su enemigo, sin ayuda de la serpiente, que parecía tenia su propia batalla que librar.

 

*****

 

El amor de Oneiros era real, tan real como los sueños y los susurros en el viento, tan real como los arcoiris y las auroras boreales, real, pero difícil de aceptar, de comprender, asi como su forma de enfrentarse con Hefesto, que usaba sus armas, buscando la forma de matar a la diosa Hera. 

 

Preguntandose porque ese dios del sueño no permitía que los alfas fueron destruidos, porque no le dejaba cumplir su sueño, cuando obviamente, al hacerlo, su espada estaría libre de su alfa, estaría libre para que él pudiera seducirlo. 

 

Pero aun así, no dejaba de atacarlo, recibiendo daño, tanto, que podría ser destruido y aun así, no dejaba de atacar, de usar su cosmos, sus técnicas, sus brazos, sus piernas, todo cuanto tenía para defender a Cid, para ganarse su perdón, después de todo el daño que le había hecho durante todas esas vidas. 

 

Dándole tiempo a su hijo para que curara a la diosa de los matrimonios, quien trabajaba en silencio, nervioso por estar en compañía de su omega, que aun cargaba a la diosa madre, al mismo tiempo que su compañero se recuperaba de sus heridas, con ayuda de su cosmos, pues, el era un guerrero que no solo podía matar, tambien podia curar. era un médico. 

 

-Solo espero que Athena este de nuestro lado cuando llegue, de lo contrario… perderemos la guerra. 

 

Susurro, cerrando la última herida de la diosa de los matrimonios, escuchando unas pisadas, de una niña que les veía demasiado seria para alguien de su edad, caminando hasta donde ellos estaban, recargándose en su báculo, que era la victoria. 

 

-Yo soy la diosa que protege a la humanidad, estoy de su lado, aunque eso signifique aliarme a Tifón y a ti… 

 

Hefesto cuando la diosa Athena llegó a esa sala, acompañada de los dos santos que tenían sus armaduras, apretó los dientes, sosteniendo a Oneiros del torso y de las piernas, a punto de partirlo a la mitad, pero esta vez, Sisyphus le disparó una docena de flechas, liberando a su enemigo ensangrentado. 

 

-¡No lo matarás! 

 

Cid al escuchar esas palabras sonrió, sintiéndose orgulloso por ese actuar, aunque su alfa estaba malherido, aunque tenía razones para odiarlo, aun asi lo protegeria, porque estaba peleando a su lado, porque quiso defenderlo. 

 

-Yo me encargare aquí, tu ve con tu compañero… 

 

Esas palabras podrían haber sido dedicadas a Ouficus, pero no lo eran, en realidad eran dirigidas a Degel, que protegió a su diosa hasta ese momento, escuchando los movimientos de Sage a sus espaldas, quien era mantenido en pie con ayuda de Hasgard. 

 

-Kardia te necesita… 

 

Los dos soldados de hielo intercambiaron una mirada preocupada, para salir de aquella habitación, buscando a Kardia, cuyo cosmos estaba demasiado debilitado, como si su cuerpo se hubiera sobrecalentado. 

 

-Kardia… 

 

Ouficus se levantó una vez que hubiera curado a la diosa madre, con la diosa de la victoria acompañándolos, sus dudas se habían borrado por completo, escuchando los pasos de Hefesto, que retrocedía un poco, al verse rodeado por esos soldados. 

 

-Tal vez deba matarte… 

 

Susurro, pero la diosa de la sabiduría negó eso, no era necesario matar a Hefesto, el no era un soldado valiente, sino más bien un oportunista y tenía razón, algunos omegas deseaban su libertad, también algunos alfas, pero otros no lo hacían, por lo cual, la justicia le dictaba que aquellos que desearan ser libres de sus vínculos deberían serlo. 

 

-Hefesto tiene razón… no es justo que los humanos sean condenados a pertenecer a otro, aunque nunca puedan llegar a amarles, aun asi, ellos deberan ser quienes decidan, una vez que vean a su compañero, de no corresponderle, podrán romper el vínculo… 

 

Hera al escuchar eso, abrió los ojos, sorprendida por esas palabras tan extrañas, por esa solución, encontrandola justa, pero dolorosa, sin embargo, con su esposo destruido, su ejército ya no tenía una razón de ser. 

 

-Mis hijos tomaran esa decisión y si deciden estar juntos, habitaran mis jardines, los campos que mi hijo creo para mi, para que mis niños puedan estar juntos por lo que les queda de vida. 

 

La esperanza regreso al corazón de Oneiros, que se imaginaba que podría separar a los enamorados, de mostrarle que con él era una espada filosa, que el siempre le ayudaria a superarse cada segundo de su vida, que no lo deseaba como un esclavo, que su amor era real. 

 

-Estoy de acuerdo… 

 

Aunque Hera estaba segura que muchos de sus hijos buscarian a su compañero, que de todas formas, los alfas y los omegas, se necesitarian, se querían juntos, por lo cual, sus jardines siempre estarían habitados del amor sincero de sus pequeños. 

 

-Eso es lo más justo. 

 

*****

 

Radamanthys ingreso en ese templo seguido por Aquiles, que parecía demasiado preocupado, nervioso y de ser otro momento, le habría indicado que debía guardar la compostura, mantenerse tranquilo. 

 

Pero podía ver la razón por la cual estaba tan nervioso, así que en vez de reprenderlo, le sonrió, apretando su hombro con su mano, en una expresión que esperaba, fuera amable, agradable para su hijo. 

 

-Todo saldrá bien… no tienes porque tener miedo… yo estoy contigo. 

 

Y en el futuro, o en su pasado, no comprendía muy bien en qué momento de su vida sucedería, su pequeño Aquiles creceria en el Inframundo, en el interior de su nido, protegido por las alas de ambos. 

 

-Siempre estaremos contigo. 

 

Quiso asegurarle, viendo como sonreia, pero esa expresion se borraba cuando vio una criatura alada, aterrizando frente a ellos, en ese jardín, con los arbustos y árboles creados por Hefesto, destruyendo el piso donde cayó, con una postura elegante. 

 

-Lo trajiste para mi Aquiles, eres un buen hijo… 

 

Aquiles negó eso, no lo había traído para él, sino que habían acudido para recuperar a su padre, para salvarlo y su padre lo sabía, lo comprendía bien, pero, aun así, fingia que no era de esa forma, que aun era leal a él. 

 

-El mejor de los hijos, mi pequeño Aquiles. 

 

Radamanthys sostuvo a su pequeño de los hombros, para colocarlo a sus espaldas, algo en esa forma de hablarle no le gustaba, algo retorcido, que encontró repugnante, especialmente cuando los veía a los dos de la misma forma, con deseo oculto. 

 

-¿Dónde está Minos? ¿Dónde está mi alfa? 

 

Preguntó, como si fuera un sirviente, como si solo así fuera a decirle lo que sabía, como si fuera a desperdiciar esa oportunidad para recuperar a su amado señor y a su querido hijo, quienes le veían como si fueran sus enemigos, una expresión, que pronto dejarían de tener. 

 

-Lo matare pronto, te liberare de él y vendrás conmigo, los dos seremos felices, estaremos juntos por siempre, tu, yo y mi Aquiles. 

 

Radamanthys negó eso inmediatamente, apretando los dientes, con esa expresión furiosa que tanto le excitaba, la que en ocasiones también portaba el joven Aquiles, quien era protegido por su omega, que ya no confiaba en él, en lo más mínimo. 

 

-No lo haras… no estaras cerca de mi Aquiles ni un solo instante, ya le haz hecho mucho daño. 

 

*****

 

Defteros y Lune apenas podían enfrentarse al dios Eros, que había perdido la bendición de Tifón, así que ya era mortal, era una criatura de cosmos finito, pero demasiado cosmos, al fin y al cabo, seguía siendo un dios. 

 

-¿Porque defiendes a este loco? ¿Porque defender a este alfa? ¿Porque poner en peligro a tu omega? 

 

Su omega aún cuidaba de Minos, sosteniéndolo en sus brazos, por lo cual, no era de mucha ayuda, pero aun así, Lune le pidió proteger a ese soldado, a ese alfa, así que solo porque su omega se lo solicitó, el cumpliria con su peticion. 

 

-Porque mi omega me lo solicito… 

 

Lune jamas habia escuchado algo como eso y ese fuego que sentía clamaba por el, no hacia mas que derretir su frío corazón, pues veía, que era el alfa que había soñado toda su vida, su pareja ideal. 

 

-Y lo que él desee, yo se lo daré. 

 

*****

 

Hola chicos y chicas, espero que estos tiempos los estén tratando bien, tambien espero que esta historia los mantenga entretenidos, al menos por un momento, así que gracias por sus lecturas, estrellas y comentarios, los aprecio mucho, de verdad. SeikenNJ. 


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