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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

*** 46***

Cuando Defteros por fin se marchó Aspros termino de quitarse la ropa, dejando caer al suelo cada prenda con demasiada tranquilidad, seguro de que ya no había nada que pudiera hacer su conejito para detenerlo.

El que soñaba con un mundo mucho más dulce y se veía a si mismo despertando en su compañía, pero no de la forma en que iniciaría su pesadilla, sino con un Aspros mucho más racional, dispuesto a separarlo de la rosa, pero no a lastimarlo.

Siendo este el peor de los destinos posibles, en donde la diosa Hera no podría brindarle ayuda, ni siquiera su compañero, mucho menos los pocos santos presentes en el santuario, quienes tendrían que pelear con Shion, de querer interrumpir el designio de los dioses.

Hasgard intentaría proteger a Manigoldo, pero no podía contradecir las órdenes de Hakurei, quien estaba presente con su pupilo, actuando en contra de los mismos dioses.

— Aspros no es su alfa.

Pronuncio, tratando de hacer que Hakurei comprendiera lo que no deseaba, notando una expresión malsana en el rostro de Shion, quien lo sabía y aun asi no hacia nada por quien debía ser un hermano para él.

— Retírense a sus templos, quien sea que interfiera esta noche con los designios divinos será considerado un traidor.

Al mismo tiempo Aspros iba hincándose en la cama para recorrer con las puntas de sus dedos el torso de su debilitado omega, moviéndose en dirección de su sexo y por debajo de este, a su humedad, delineándola con sutileza esperando el momento en que Manigoldo despertara.

Poco a poco sus mejillas comenzaron a pintarse de rojo, gimiendo de vez en cuando, pequeños sonidos que lo excitaban, logrando que su sexo despertara con urgencia, deseoso de sentir su calor alrededor suyo.

Manigoldo comenzaba a retorcerse llevando una de sus manos a su pecho, la otra a la altura de su cabeza, volteándose, gimiendo cuando sus dedos por fin ingresaron en su cuerpo, despertándolo de aquella pesadez influida por el golpe que recibió de sus manos y aquellos extraños sueños, para llevarlo a la ardiente necesidad de su celo, que respondía en contra de su voluntad a las caricias que Aspros.

Quien lo sostuvo con el peso de su cuerpo, recostándose sobre su conejito para continuar con sus caricias, llevando su mano libre a su pecho, pellizcando con fuerza uno de sus pezones para después morder su cuello, lamiéndolo con hambre.

Manigoldo al sentir que se quemaba y que algo estaba ingresando en su cuerpo se aterro, percibiendo el aroma de Aspros, quejándose cuando retorció su pezón con demasiada fuerza.

— Aspros.

Susurro tratando de levantarse pero el santo de géminis no se lo permitió ingresando otro dedo a su cuerpo, riéndose entre dientes cuando comenzó a retorcerse como siempre supuso que lo haría.

— No… no…

Trato de suplicarle, pero era inútil, siempre supo que pasaría eso, que su conejito trataría de convencerlo de no tocarlo, pero que su cuerpo lo recibiría con gusto por lo que ignorando sus pequeñas suplicas y quejidos, notando como apenas podía moverse a causa del placer que sentía, el celo incendiando su cuerpo, debilitándolo de tal manera que estaba dispuesto como un banquete separo su mano de su entrada, girándolo en la que sería su cama.

— Estas tan mojado… todo tu espera por ser poseído lindo conejito.

Manigoldo se aferró a las sabanas para intentar salir de su cama, pero su cuerpo no le respondía, estaba indefenso, como nunca lo había estado con Albafica, aterrado por lo que significaba para su destino su pérdida de control.

— Tu aroma me enloquece Manigoldo…

Susurro llevando su nariz a su sexo, admirando su aroma para después lamerlo, recibiendo un gemido de su conejito, quien se quejó al sentirlo en su cuerpo, temblando e intentando separar su cuerpo del suyo, arrastrarse usando las sabanas como una cuerda de salvamento.

— Pero tu sabor, eso es mucho más delicioso, conejito…

Manigoldo se mordió el labio para no gemir, sintiendo que Aspros lo habría de piernas para recorrer sus muslos con su lengua, restregando su mejilla contra su sexo para después acariciarlo con sus dedos, recibiendo una sonora recompensa.

— No… no lo hagas… por favor…

Aspros de nuevo comenzó a lamerlo acariciando su sexo con una de sus manos, sosteniéndolo con la otra, manteniéndolo abierto para su deleite, escuchando los gemidos y las suplicas de Manigoldo, quien con demasiado esfuerzo llevo una de sus manos a su cabeza, tratando de apartarlo.

— ¡Basta! ¡Por favor!

El santo de géminis apenas lo escuchaba pero se detuvo cuando se propio sexo, ávido por sumirse en el cuerpo de Manigoldo, amenazaba con derramarse, pero no podían desperdiciar una sola gota de su semen si querían que su conejito pudiera embarazarse.

— Tienes razón conejito, es mejor así…

Susurro antes de sostenerlo por las rodillas obligándolo a abrirlas para él, recostándolo en la cama, llevando sus muñecas a su cabeza para poder besarlo, escuchando un gemido acompañado de un tenue temblor, Manigoldo le observaba fijamente como si le hubiera traicionado, como si tuviera miedo de lo que pasaría a continuación.

— Después de todo… tenemos que comenzar a formar nuestra familia.

Aspros se situó entre sus piernas y comenzó a empujar con cuidado de no lastimar mucho más a su omega, quien haciendo acopio de todo su cosmos trato de incendiar su cuerpo con sus llamas, pero no importo el fuego cuando su sexo iba conquistando cada parte de su conejito para él, empujando con fuerza, ignorando los quejidos de su omega, quien tenía un par de lágrimas de furia y desesperación en sus ojos.

— Estoy seguro que lo lograremos… conejito.

Manigoldo trataba de liberarse sintiendo esa atrocidad moviéndose dentro de sí, el sexo de Aspros reclamando su cuerpo, escuchando las palabras enloquecidas de géminis, uno completamente diferente al de sus sueños o visiones, sus juramentos de amor eterno, preguntándose cómo era que se ganó la malsana fijación de géminis en su persona, clamando por su alfa, temiendo por su seguridad cuando se atreviera a retar a este demente por su mano.

— ¡No soy un conejo! ¡No soy tuyo!

Grito de pronto, sintiendo la desagradable semilla de Aspros llenándolo, apretando los dientes al saber lo que eso podía significar, géminis trataba de embarazarlo, como si eso lo hiciera suyo.

— Pero lo eres, ya lo eres Manigoldo, por fin eres mío y no dejare que te mates.

Aspros lo beso antes de que pudiera pronunciar cualquier sonido, forzando su lengua en su boca como hizo con su sexo, gimiendo cuando lo mordió, relamiéndose los labios antes de separarse de su cuerpo, recorriendo sus muslos con ambas manos.

— Porque no lo entiendes, porque insistes en perseguir a esa sirena, a ese maldito amanerado.

Podría decirle que no era una sirena, que no era ningún amanerado solamente era hermoso, pero no lo escucharía e intento separarse, sintiéndose muy pesado, eso nunca había pasado, él siempre mantenía el control de su cuerpo en los celos, pero ahora ni siquiera podía arrastrarse en una sucia cama para poder escapar de las manos de ese demonio enloquecido.

Aspros creía saber porque razón el cuerpo de Manigoldo respondía de esa forma junto a él, era porque se trataba de su alfa, el verdadero y no una copia, no esa sirena, pero aún no estaba seguro que con poseerlo una sola vez fuera suficiente para embarazarlo, porque para él no lo era.

— Pero ya no importa, tú por fin estás donde perteneces, al fin eres mi omega, el compañero del patriarca y yo me encargare de cuidar de ti, justo como te lo prometí.

Géminis recorrió su muslo con delicadeza llevando su mano a su sexo, notando que aún estaba húmedo, su celo aún seguía su curso, clamando por un alfa, el placer de sentir a su compañero.

Seguro de que esa era la primera ocasión que su omega sentía el verdadero placer de un alfa, sin importar que ya no fuera virgen, que se le hubiera entregado a esa sirena si acaso podía tocarlo, porque decían que siempre había sangre la primera vez que sentían a su compañero en su cama, pero no importaba eso ahora que ya era suyo, que ya podía nombrarlo como su dulce omega.

— No quiero que se desperdicie una sola gota para que no perdamos la oportunidad de formar nuestra familia.

Le dijo al oído, cambiando su postura para recostarlo boca abajo, deslizándose en su interior con facilidad, jadeando en su oído, un sonido desagradable que le hizo sentir nauseas, llorar de nuevo como cuando era solo un niño abandonado en esa aldea.

— Por favor…

Susurro a medias cuando los embistes de Aspros reanudaron su marcha, sus manos en sus caderas, jadeando en su oído más de esos desagradables sonidos, evitándole moverse, golpeando su próstata con cada nuevo movimiento, tratando de llenarlo con su semilla para forzar un embarazo, arrebatando gemidos de sus labios, los que eran de dolor y no placer, mas lagrimas húmedas en sus mejillas.

— Por favor…

Aspros estaba maravillado por aquella estrechez, esa humedad rodeándolo, el cuerpo de su conejito debajo de él gimiendo su placer, aferrándose a sus cobijas, incapaz de separarse de su verdadero alfa, cerrando los ojos, apenas consciente de su aroma o de lo hermoso que se veía de aquella forma, lo mucho que lo deseaba.

— Manigoldo, mi conejito.

Susurro en su oído, lamiendo su cuello antes de vaciarse de nuevo en su interior, cerrando sus ojos, su cuerpo pesado y sudoroso, su aroma impregnando sus sentidos, corrompiéndolo con él, penetrándolo de nuevo sin su permiso.

— Por favor…

Ya ni siquiera sabía que trataba de decirle, quería que se detuviera, pero como podría lograrlo, sintiendo que Aspros aun no tenía suficiente y que esta vez lo sentaba en sus piernas, usando su propio semen como lubricante, empujando enloquecido sin dejarlo ir, sin escuchar sus quejidos ni sus suplicas, sin percatarse de sus lágrimas, ni de su dolor.

— Manigoldo, mi lindo omega, mi omega.

Vaciándose una última vez al mismo tiempo que mordía su cuello, dejándolo ir en su cama, recostándolo junto a su almohada para recorrer las hebras azules con delicadeza, llevando su mano a su entrada, recorriendo entonces sus nalgas, besando su mejilla para disponerse a dormir a su lado.

— Te dije que serías mío, yo te cuidare, yo te protegeré de ahora en adelante.

Susurro aferrándose a su cuerpo, cerrando los ojos para dormir plácidamente mientras que el trataba de no llorar, de contener sus lágrimas para no darle el placer de romperlo, pero aun así, al imaginarse a su compañero, el rostro de su amado cuando supiera que lo traiciono, le hizo sentir peor que nunca, llorando en los brazos de Aspros, a quien no le importaba su dolor, ni su vergüenza, solo poder poseerlo cuando Hakurei lo premiara con su mano, destruyendo la cordura de Albafica.

Fue así que se quedó dormido, en los brazos de Aspros, sus lágrimas secándose durante la noche, despertando cuando el alfa que había tomado el placer de su cuerpo, el que se decía su compañero, comenzó a recorrer su mejilla con delicadeza.

— Siento que haya sido duro mi conejito, pero así es siempre…

El celo había terminado pero no regresaba su cosmos hasta que hubieran pasado uno o dos días, aún estaba débil, recostado en la cama del patriarca, quien le miraba con ternura, sintiendo como el santo de géminis recorría con cuidado su espalda intentando despertarlo.

— Ya es muy tarde Manigoldo.

Manigoldo se alejó de Aspros pensando que su alfa lo dejaba dormir hasta que quisiera levantarse, diciéndose que tenía que bañarse, quitarse el hedor de Aspros de su cuerpo, quien estaba sentado a su lado, completamente vestido, actuando como si fueran una pareja.

— ¿Qué le hiciste a mi alfa?

Respondió alejándose de Aspros, al menos su cuerpo traidor ya podía moverse, pero no pudo llegar muy lejos porque inmediatamente géminis lo sostuvo de los brazos, de nuevo estaba enojado, aunque complacido porque esa sirena no los había interrumpido.

— Yo soy tu alfa Manigoldo, tal vez al principio no comprendas lo mucho que significas para mí pero sé que tarde o temprano lo harás cuando olvides esos cantos de sirena, pero ya te lo dije, no dejare que te mates, yo no soy como esa rosa, a mí no me importa que me juzgues o me odies por eso, aunque sé que podrás perdonarme y llegaras a quererme como lo hacías en el pasado.

Manigoldo al sentir las manos de Aspros de nuevo en su cuerpo retrocedió presa de pánico intentando salir de aquella cama, quería bañarse, necesitaba ver si Albafica estaba bien, si no lo habían lastimado, seguro que intento llegar a él, no se atrevería a dejarlo solo nunca, se lo juro.

— Debes darte un baño Manigoldo, lo he preparado para ti, espero que lo disfrutes y que descanses un poco, porque hoy me nombraran patriarca.

Era demasiado pronto, no habían pasado ni veinticuatro horas desde que su maestro había caído en coma, Hakurei no podía actuar de esa forma tan cruel, no cuando su propio hermano era el afectado.

— Te quiero a mi lado cuando eso pase porque anunciare que tú eres mi compañero y que yo soy tu alfa.

No lo aceptaría se dijo Manigoldo, retrocediendo varios pasos, necesitaba bañarse, lavar su cuerpo de esa suciedad, pero sobre todo necesitaba ver a su compañero, algo estaba mal, lo presentía, su cosmos gritaba por su rosa.

— No seré tu compañero, yo le pertenezco a Albafica.

Aspros apretó los dientes al principio, pero después, respirando hondo supuso que Manigoldo aun creía que Albafica podría hacer algo contra un alfa de élite cuando su debilidad se demostraba en su belleza y Shion había encontrado una forma de apartarlo del camino de su conejito.

— No creo que Albafica sea un alfa Manigoldo, pero sí lo es, veremos si se atreve a enfrentarse a mí por ti, eso me facilitaría el conservarte a mi lado, así podría vengar su ofensa al tocar a un omega que no era suyo y mucho más importante, poner en peligro la vida de uno de sus compañeros de armas únicamente por placer.

Si estaba en lo correcto Shion había hecho lo necesario para separar a la rosa de su conejito, no sabía lo que ocurriría con Hakurei, pero ellos tendrían a sus compañeros donde debían estar desde un principio.

— Ve a darte un baño, lo necesitas.

*** 47***

Luciano se agacho para cargar a Kardia entre sus brazos, elevándolo con un cuidado que no tenía lugar porque él había dañado al joven escorpión, su corazón ya estaba controlado, pero debía apresurarse antes de que despertara, no deseaba que de pronto lo atacara de nuevo.

No le gustaba gastar cosmos de forma innecesaria y debía encontrar un lugar seguro en donde encerrarlo y no existía ninguno, sólo tal vez en su amada Rusia, a donde debería llevarlo usando su cosmos, así como su velocidad para recorrer aquella gran distancia.

Kardia que había perdido el sentido comenzó a soñar, recordando su pasado, mucho antes de que llegara al santuario de Athena o que decidiera escapar de su hogar, era tan solo un mocoso, pero aun recordaba al médico que lo atendió, quien le hizo sumergirse en una tina con agua helada que apenas podía mantenerlo vivo.

En ese momento Kardia no era su nombre, sino Luciano y era el heredero de su familia, el primero nacido un omega, un fracaso para su padre que esperaba un alfa, pero peor aún fue la noticia del médico que le atendió.

Quien les dijo que estaba enfermo del corazón, una rara enfermedad que pronto terminaría por llevarse su vida por lo cual, debían buscarle un alfa acaudalado antes de que perdiera la vida.

Al ser un omega enfermo no podría ofrecerle nada a esa familia, sin embargo, si lograban que su dote fuera lo suficiente valiosa como para unir ambas familias, al menos habrían logrado obtener un beneficio económico de su fracaso.

Kardia había escuchado esa conversación con demasiado dolor, para sus padres no era más valioso que un mueble, aunque suponía que eso era ponerse muy en alto, no estaban dispuestos a despegarse de su piano o de su arpa por cualquier suma de dinero, en cambio, a él tenían que venderlo rápido antes de que ya no pudieran sacarle algún provecho.

Su omega, quien le dio a luz había muerto cuando nació, fiebre de parto habían dicho sus niñeras, en ese momento se tomó una decisión entre el niño que venía en camino que bien podía ser un alfa o un omega enfermo, obviamente su padre decidió que se quedaría con el pequeño alfa, pero al nacer uno exactamente igual a su compañero, tenía que encontrar un compañero adecuado, midiendo el tamaño de su dote, con la cual debía recompensarlo.

Al conocer su edad algunos de los alfa no aceptaron, otros dijeron que estaban interesados en él, pero que esperarían para constatar si a sus dieciséis años era tan hermoso como lo esperaban o no, si seguía siendo ligeramente masculino como en ese momento, no le encontraban ninguna utilidad.

Un omega debía ser hermoso, delicado y sumiso, Kardia carecía de todas esas cualidades, pero eso pareció no importarle a su ultimo pretendiente, después de dos semanas de angustiosa espera en la cual el pequeño Luciano, nombre dado por su omega, busco desesperado una forma de huir.

Ese último postor le ofreció una suma de dinero a su padre escribiéndola en un papel, era mucho por lo que pudo adivinar, sujetando su pecho con demasiada fuerza, sintiendo un dolor insoportable comiéndose su cuerpo.

La única condición era que debía llevárselo de aquella casa desde ese momento, sin importarle que no hubiera llegado a tener su primer celo, él quería entrenar por sí mismo a su omega, condición que su padre acepto sin hacer preguntas.

Kardia en ocasiones quería imaginarse que había aceptado entregarlo porque su beta, una mujer hermosa ya estaba esperando un hijo y creía que esta vez, no nacería un omega, tampoco un niño enfermo.

El alfa era un hombre mayor, obeso y desagradable, el que de pronto le salto encima tratando de quitarle la ropa en el interior de ese carruaje, Kardia por todos los medios trataba de soltarse, despertando su cosmos con el terror que sintió al ser sometido por esa horrible criatura.

Su uña se modificó, tomando una forma parecida a la de una navaja la cual brillaba de momentos, su cosmos se incendió causándole un dolor terrible en su corazón, pero lo más importante fue que con su uña, corto el ojo de su atacante, quien se apartó gritando a causa del dolor.

Kardia salto de aquel vehículo y comenzó a correr tan rápido como sus piernas se lo permitían, sintiendo que su corazón quería salirse de su pecho, que el dolor empeoraba con cada paso que daba.

Sin saber que ese hombre no era un alfa, sino un beta que decía ser un alfa y que coleccionaba pequeños para desflorarlos, que en realidad no le interesaba si fuera un alfa, un beta o un omega, lo que buscaba era un niño, no un compañero.

Era una criatura enferma que le hizo pensar que todos los alfa eran bestias inmundas, aun el pequeño Degel, quien tenía su misma edad y decía ser su compañero, haciéndole creer que era igual a ese desagradable individuo.

Y ahora en ese momento yacía en los brazos de un alfa que había derrotado a su compañero con demasiada facilidad, como si no le hubiera costado ninguna clase de trabajo.

Luciano deposito a Kardia en los restos de un barco encallado en las frías playas de Rusia, era un barco de pasajeros, cuyos restos fueron devorados por los tiburones mucho tiempo atrás, dejando esa tumba de madera desierta para poder esconderse de momento.

Los pocos sobrevivientes abandonaron ese lugar tratando de llegar a cualquier poblado, pero murieron en el camino, sólo un santo dorado o alguien que tuviera cosmos congelado, que tuviera las dotes para blandir el aire gélido que él tenía podía atravesar esas estepas sin perecer.

Sobre el suelo de madera que en otros tiempos fuera un techo, del cual un candil de cristal yacía casi de cabeza, había acomodado varias pieles que consiguió de un pobre cazador, no lo mato, pero no hizo nada cuando su presa lo ataco, llevándose el fruto de años de arduo trabajo pensando en mantener cómodo a su escorpión.

A quien deposito en las pieles cubriéndolo con ellas antes de crear una celda de cristal, esperando que llegara el momento en que no tuviera que encerrarlo, suponiendo que se tardaría demasiado en domesticar a ese escorpión salvaje, cuya belleza era superior a la de su retrato.

— ¡Degel!

Kardia despertó llamando por su alfa, posando sus ojos en su cabello rojo cubierto por un abrigo con una capucha que escondía su rostro, ya no portaba su armadura sino una camisa sencilla, pantalones azules y botas de piel.

— ¡Tu!

Grito de pronto levantándose de un salto, tratando de abrirse paso a través de los barrotes de hielo, apretando los dientes cuando se dio cuenta que era el mismo material que uso en el pasado.

— ¿Por qué nos atacaste?

Pregunto, haciendo que Luciano sonriera al verle furioso, levantándose con lentitud para llegar hasta donde estaba su celda, tratando de tocar sus manos, pero Kardia se alejó, su aguja brillaba pero no lo ataco con ella, tal vez trataba de encontrar el momento adecuado para matarlo.

— Me ordenaron asesinarlos, mi mentor quería que destruyera la entrada al santuario de la diosa pavorreal y que los congelara a los dos.

Kardia jadeo, Degel estaba solo en ese lugar, aunque decía no estaba muerto, tenía que ir por él, salvar su vida, su compañero lo necesitaba y él estaba encerrado en una estúpida celda de hielo sólo su diosa sabía en dónde.

— Pero no pude lastimarte hermoso Kardia, yo, que me enorgullezco por no tener sentimientos, estos me consumen cuando te veo.

Kardia intento cortar su cuello en ese momento, pero no pudo cuando además de los barrotes de hielo irrompibles, un aire frio, diferente al de su amado alfa, demasiado doloroso cubrió su mano con escarcha.

— Tengo varios trucos bajo la manga.

Le informo, tomando un asiento enfrente suyo, al menos podría conversar con él, suponiendo que sus libros hablaran con la verdad, sabía exactamente como enamorar a este escorpión o al menos, la forma en que debía empezar a domesticarlo.

— Los que no quiero usar en contra tuya, pero si me obligas no podré hacer nada más.

Kardia sujeto entonces los barrotes aguantando el frio de su prisión, en ese momento la oscuridad cubría el paisaje y solo una fogata iluminaba esa habitación improvisada, en donde Luciano parecía cómodo, después de todo un caballero de aire congelado seguramente podía resistir el clima de aquel sitio.

— ¿En dónde estamos?

Luciano guardo silencio en un principio indicándole que se sentara, pero Kardia no le escucho, en vez de eso apretó los dientes cuando el aire congelado comenzó a cubrir de escarcha sus manos.

— Esto es Siberia, él lugar que me vio nacer como un guerrero, aunque yo nací en Francia.

Kardia seguía sosteniendo los barrotes, ignorando el dolor en sus manos, su molestia, apretando los dientes esperando el momento en el cual, pudiera usar su aguja de nuevo, soportando la frialdad del aire que lo envolvía manando de aquella jaula.

— ¿Quién rayos eres?

Aquella pregunta de nuevo, pensó el guerrero pelirrojo suspirando, suponía que Kardia no le creía y estaba en lo correcto, Luciano era un nombre falso, pero no le veía caso alguno en decirle su verdadero nombre, no hasta que le contara un poco de su historia.

— Te harás daño si sigues tocando esos barrotes, ni siquiera un santo dorado puede resistirlos por mucho tiempo.

Sin embargo, Kardia no le hizo caso alguno, no bajaría la guardia como lo hizo en ese puente, comenzando a molestarse con Degel por dejar que ese traicionero intruso lo derrotara con tanta facilidad.

— ¡Te hice una maldita pregunta!

El pelirrojo, aun sentado con las piernas cruzadas, se recargo en sus rodillas pensando en la respuesta que le daría, probablemente debería comenzar por un principio, cuando conoció a su primer omega.

— Tuve un omega, se parecía a ti, podrían ser gotas de agua, pero él era rubio y demasiado débil.

Luciano comenzó a relatarle su pasado, pasando por alto sus cuantiosas traiciones, lo mucho que lastimo a su primer omega y como aun después de saber que estaba embarazado, que esos pequeños eran suyos, no le intereso cuando busco su cura en alguien más.

— Al principio pensé que podría amarlo, corresponder al afecto que yo sabía sentía por mí, pero él nunca pudo incendiar mi corazón ni lograr que le amara, no como unas cuantas palabras acerca de ti lo hicieron.

Ese escorpión era insípido, demasiado débil o demasiado dulce, siempre al pendiente de sus necesidades, sofocándolo con sus constantes visitas, sus preguntas insistentes, aunque estas fueran para saber si necesitaba de algo, cualquier cosa o trataba de complacerlo con su cuerpo, como un buen omega hacía con la educación correcta.

— Pero le hice una promesa de permanecer a su lado, el a cambio me daría su collar, sin embargo, me traiciono al enamorarse de un embaucador, un mentiroso segundo nacido de géminis, quien me lo arrebato.

De pronto ignoro su juramento, haciéndolo a un lado, tratando de liberarlo a él, como si no comprendiera que él nunca se retractaba de sus promesas y que sin importar lo poco que le quisiera o lo mucho que su escorpión deseaba ser libre de su pasado compartido, él no se marcharía sin pelear.

— Supongo que no pudo perdonarme al cumplir mis promesas, al mantener mi honor, pero no me molesto tanto como el hecho de que rompiera su palabra, aun así, me abandono.

Había actuado en contra de su omega, eso era cierto, pero la primera ocasión fue por un bien mayor, debían proteger a su diosa, la segunda ocasión necesitaba cumplir con su palabra y la tercera, cuando le dio la espalda e intento matarlo en Hasgard, su viejo amigo de la infancia lo necesitaba, seguramente su escorpión debía comprender eso, pero no lo hizo y lo abandono por un embaucador, el segundo nacido, un ente de la desgracia.

— Después, mi amigo de la infancia trato de ocupar su lugar, pero tampoco logro que lo amara, sino por el contrario, mi corazón fue perdiendo su fuerza, su interés por la vida humana.

Su amigo estaba tan enfermo como él, de aquella forma no podría complacerlo ni curarlo de su aflicción, ese omega tenía la culpa de su desencanto, fue él quien rompió su corazón primero al no ser lo que se imaginó.

— Al final llego mi alumno, pero él no podía romper la maldición que se cierne sobre nosotros, estoy seguro que ese alfa ya te dijo más de una vez que no podría sentir nada de no estar tu a su lado.

Kardia soltó los barrotes alejándose un paso al escuchar las mismas palabras que Degel pronunciaba cuando estaban juntos, lo mucho que temía dejar de sentir, cuanto le necesitaba a su lado, hablando de una maldición en la cual no creyó hasta ese momento.

— Pues tiene razón, sólo tú has logrado que mi corazón lata de nuevo mi hermoso Kardia.

Ese hombre era un monstruo, lo que decía no tenía sentido alguno, mucho menos cuando lastimo a esos pobres hombres, a esos omegas, había sido él quien tuvo la culpa de su dolor cuando los acepto sin compartir sus sentimientos, usándolos como si se tratasen de objetos, una panacea para lo que ese demente llamaba su enfermedad.

— Y ni siquiera tuve que verte, apenas con leer sobre ti en esos viejos libros fue suficiente para destruir mi maldición.

Aquello lo pronuncio con una amplia sonrisa, mirándolo de pies a cabeza con deseo, un sentimiento que lleno de nauseas a Kardia, quien retrocedió otro paso para alejarse de esa criatura con apariencia humana.

— Pero ahora que sé que tan hermoso eres, que he sentido el fuego de tu alma, sé que tú eres la cura de mi mal.

Luciano se levantó acercándose a los barrotes, esta vez fue él quien se aferró a ellos haciéndolo sentir como si se tratase de una atracción de circo, una cosa más que una persona, ni siquiera un animal.

— Por eso tuve que encerrar a ese mocoso en ese ataúd, porque solo uno de nosotros merece volver a ser humano.

Lo encerró para convertirlo en su omega, creyendo que eso le devolvería los sentimientos que perdió, no por una maldición, sino porque ese hombre carecía de ellos, de remordimientos o moral alguna, era un monstruo.

— Ese soy yo, mi hermoso Kardia.

El escorpión negó aquello con un movimiento de la cabeza, apretando los dientes, usando su aguja como una navaja, un mera amenaza que no tuvo efecto alguno.

— ¡No me llames de esa forma!

Le exigió, furioso como nunca antes lo había estado.

— ¡No me mires así!

Pensando en el dolor de aquellos omegas, pero sobretodo del primero, aquel que le dio todo de si a este monstruo, su cuerpo, su corazón y su pasado, pero ni siquiera en ese momento parecía apreciarlo.

— ¡No soy un objeto!

Le advirtió, notando que Luciano sonreía con ternura, mirándolo fijamente con sus ojos rojos, la poca luz dándole un aire inhumano, como si se tratase de una estatua de hielo que había tomado vida propia.

— No, tú eres una cura.

***48***

Al ver que él intruso no se inmuto, ni mostró ninguna clase de miedo al ver su enojo, Minos apretó los dientes, furioso por unos instantes para después lograr controlar sus instintos, sus emociones, riendo entre dientes al ver que Radamanthys había necesitado ayuda para repelerlo y esta no vino de su arpía.

— ¿Cómo te atreves a interrumpirme?

******

Hola, muchas gracias por sus comentarios, me hacen sentir muy agradecida y con ganas de seguir adelante con esta historia, espero les siga gustando tanto como a mí, mil gracias.

Y continuando con las mismas preguntas de siempre:

¿Hasta el momento que pareja es su favorita?

¿Cuántos quieren que Aspros, Oneiros, Minos o Shion tengan un poco de paraíso?

¿Cuantos prefieren a Degel, Albafica, Sisyphus o Valentine?

Aunque según parece los alfas del principio van ganando, con algunas excepciones, estas son Oneiros y Regulus, pero, no se preocupen, dentro de algunos capítulos empezara a brillar Sisyphus, como Albafica ya lo hace.

Y ahora una nueva, de los posibles villanos.

¿Quién es su favorito?

Sí les gusta la historia y las parejas, déjenme saberlo, ya saben que sus comentarios, kudos, favoritos y todo eso me anima a seguir con esta locura.

Muchas gracias, nos vemos el próximo capítulo.


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